El probador

lalilulelo003

Pajillero
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No sé qué me llevó a aceptar la sórdida proposición de aquel hombre. Llevábamos chateando por Messenger durante meses, y la verdad es que me sentía más cómoda con él que con la mayoría de mis amigas. Era amable y terriblemente divertido. Me hacía reír como una tonta cada noche mientras chateábamos. Nunca me mintió y eso me daba una extraña seguridad; desde el primer día en aquel chat público me dijo su auténtica edad, 41 años. A pesar de ser de la quinta de mis padres, mantenía una especie de espíritu jovial que me cautivó.
Desde el principio también me dejó claras sus intenciones conmigo, y eso era algo que me halagaba inmensamente. Que un hombre de su edad se sintiera sexualmente atraído hacia mí, una niña que ni siquiera menstruaba y cuyos senos apenas habían empezado a abultarse, era una especie de victoria sobre las más populares de mi clase. Cuando me contemplaba desnuda en el espejo del baño, ansiaba vislumbrar algún pequeño indicio de madurez femenina en mi cuerpo que pudiera resultarle atractivo; esperaba descubrir pronto un primer pelito en mi pubis, o algo de curva en mis caderas, pero nada de eso. La naturaleza se resistía a dotarme todavía de rasgos femeninos, salvo por una leve hinchazón en mis pezones rosados. No me daba cuenta entonces, que lo que más excitaba en realidad a mi hombre, era mi aspecto aniñado.
Yo no era estúpida. Incluso en aquella época en la que no se hablaba tanto de estas cosas en las noticias, no dejaba de ser algo raro que un hombre adulto me demostrara su interés. Él no me pidió en ningún momento que mantuviera el secreto de nuestra relación cibernética, pero yo así lo hice, porque no quería que ésta cesara. Algunas noches me preguntaba por la ropa que llevaba puesta, por el color de mis braguitas y me confesaba estar tocándose. Yo me ponía muy colorada, y un calor inmenso derretía mis entrañas, hasta que yo también acababa frotándome el clítoris. Es increíble lo que unas frías letras en la pantalla de un ordenador pueden provocar en la imaginación excitada de una preadolescente. Así fueron mis inicios en la autosatisfacción: chateando con un hombre mayor. Aún recuerdo aquellas increíbles sensaciones atravesando mi cuerpecito con rubor en las mejillas.
Después de varios meses, accedí a quedar con él. No vivía en la misma ciudad que yo, pero haría unas cuantas horas de coche sólo para pasar conmigo una tarde, lo que incendió aún más mi ego. La noche anterior, chateando, tuvo una petición: quería que no me arreglase de ninguna manera especial, que fuese a nuestra cita como iría cualquier otro jueves, es decir, con el uniforme del colegio y por supuesto, sin maquillar ni nada parecido. A esa tierna edad, nada sabía yo sobre el mito erótico de la Lolita, así que no entendí muy bien su petición, pero le hice caso sin rechistar. Eso sí, me permití ponerme mis mejores braguitas (blancas, con ositos de gominola estampados) y recogerme la melena castaña tras las orejas con una diadema rosa.
Quedamos en la cafetería de El Corte Inglés a las 5 de la tarde, y allí me presenté, con mi polo blanco, mi falda de cuadros y mis calcetines hasta las rodillas. Repito, no entendía cómo podía gustarle mi uniforme del colegio, pero al menos doblé la cintura de la falda dos veces para que subiera y me cubriera sólo hasta medio muslo. Yo sólo le había visto en una foto que me había mandado, pero le reconocí al instante, sentado en una mesa con una taza de café delante. Nunca me había visto, pero cuando me vio con el uniforme del colegio me reconoció al momento. A juzgar por la amplia sonrisa que me regaló al verme, no le decepcioné en absoluto, y de alguna manera, respiré aliviada en mi interior. Él vestía zapatillas Adidas, pantalones vaqueros y sudadera con capucha, y para nada parecía un “señor”, sino más bien un universitario algo mayor.
Me invitó a un batido, y fue tan encantador como siempre. Yo intentaba parecer adulta, madura y sofisticada para estar a la altura, pero él era capaz de crear un ambiente tan confortable, que pronto acabé parloteando como una cría mientras me miraba con una sonrisa. Me tenía rendida a sus pies.
Cuando terminé de merendar paseamos por los pasillos de la enorme tienda, en la sección de moda infantil. Mientras hablábamos, revisábamos percheros de ropa, y me percaté de que fue acumulando en su brazo izquierdo algunas prendas. Entonces, pasando el brazo derecho por mis hombros, me dirigió a los probadores, junto a los cuales había una dependienta doblando ropa.
-Pasa cariño- dijo con una sonrisa para que lo oyera la mujer.-Sí papá- dije sorprendiéndome a mí misma. Él me miró complacido y entramos entre risitas bajo la somnolienta mirada de la dependienta.
Los probadores de El Corte Inglés son amplios, y tienen puerta y pestillo. Al entrar, me acercó un top de tirantes y dijo, “empieza con ésto”. Sin rechistar, me saqué el polo del uniforme por la cabeza, quedando ante él sólo con mi sujetador puesto. Mi busto entonces no necesitaba sujetador; sólo lo usaba para que los pezones no se marcaran en la camiseta. Me puse el top. Advertí que en sus vaqueros aparecía un gran bulto.
-Quítate el suje, así te quedará mejor.
Me las arreglé para sacarme el sujetador sin quitarme la prenda, y mis pezones se hicieron evidentes en ella. Sin mediar palabra, se bajó la cremallera de los vaqueros y se sacó un pene de un tamaño que, debido a mi inexperiencia, me pareció descomunal. Era grande y venoso, y tenía la cabezota más roja que el resto. De repente hacía mucho calor en aquel pequeño habitáculo. Empezó a acariciarse mientras me dijo “ahora ponte esto”, y me acercó un short minúsculo rojo, de estilo retro. Me quité la falda del uniforme y quedé en braguitas ante él. Cuando vió el estampado de ositos me pareció que se relamía. Me puse el mini-short. Era muy pequeño, tanto que la parte inferior de mis nalgas sobresalía y mis labios vaginales se marcaban en él, mostrando mi virgen rajita entre mis muslos infantiles. Me puso de frente al espejo y dijo “Mírate, eres un ángel”. En verdad aquellas prendas me quedaban muy bien: el top que se ceñía a mi torso delgado, los diminutos shorts que marcaban mi sexo y los calcetines del colegio hasta las rodillas. Me sentía preciosa y sexy. Él también estaba en el espejo, de pie junto a mi, con su miembro rojo y reluciente en la mano. Mi pecho se agitaba al son de mi respiración, pues yo estaba tan excitada como él o más.
-Pellízcate los pezones- ordenó, y obedecí. Al momento estos se mostraron algo más abultados.
No pude evitarlo, alargué el brazo y se la cogí entre mis dedos, repitiendo el movimiento que él estaba haciendo. Yo me moría por que me tocase, pero no lo hizo. Entonces se sacó un minúsculo trozo de tela del bolsillo y me dijo que me lo pusiera. Era un tanga con estampado de tigre. La etiqueta evidenciaba que era de la tienda, pero yo no lo había visto cogerlo, así que debió hacerlo antes de ir a la cafetería.
Paré de masturbarlo y me saqué las prendas por los pies. Mi pubis lampiño quedó ante él. Los labios vaginales estaban algo abultados y enrojecidos por la excitación. Me ajusté el tanga; apenas era un escueto trozo de tela atigrado con elásticos en la cintura y entre las nalgas. Volvió a pedirme que me tocara los pezones y lo hice para él. Me di la vuelta y me agaché para que disfrutara de mis nalgas prepúberes mientras se masturbaba.
-Acércate- susurró. Cuando lo hice, tiró del elástico hacia abajo y sin dejar de masturbarse apoyó su glande entre mis labios vaginales. Las piernas le temblaban y una furiosa descarga de semen salpicó al impactar contra mi sexo. Yo movía las caderas para contribuir en algo a su placer. Siguió eyectando semen contra mis partes hasta que estas quedaron anegadas. El tanga quedó empapado pero él me dijo que no me lo quitase.
Volví a ponerme el uniforme y salimos del probador. “Al final no nos llevamos nada” le dijo a la dependienta y nos fuimos de allí. Volvimos a la cafetería y tomamos un helado. Yo notaba su esencia en mis partes, lo cual me excitaba de una manera extraña. Me sentía muy adulta y madura por lo que acababa de pasar. Nos despedimos en el ascensor, pues él tenía el coche en el parking del sótano. Nos dimos un abrazo y un besito en los labios. Ambos juramos que nos lo habíamos pasado genial, tanto dentro como fuera del probador y antes de que se cerraran las puertas del ascensor exclamó “Eres realmente especial”.
Me fui a casa feliz, notando su semen resbalar por el interior de mis muslos. Afortunadamente cuando llegué a casa mi madre aún no había llegado del trabajo, pues el líquido había llegado hasta los calcetines. Aquella noche me masturbé durante horas con el húmedo tanga en la mano.
Al parecer resultó que yo no era tan especial, porque aquella tarde debió ser alguna especie de culmen de nuestra relación , la cual se fue enfriando por ambas partes, sin que ello significase ningún tipo de drama. En verdad él vivía a casi 6 horas de coche de mi ciudad, y me explicaba que lo tenía muy difícil para volver a verme. Al cabo de unas semanas, ya ni siquiera nos saludábamos en el Messenger. Después de varios años lo busqué en Facebook por su nombre y apellidos y lo encontré etiquetado en varias fotos con unas personas que parecían ser su familia: una mujer y un chico y una chica de más o menos mi edad.
Veinte años después, aún conservo el tanga atigrado.
 

rafvallone

Estrella Porno
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Que maravilla de relato,eres genial escribiendo te felicito.
 
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