el misogeno

slipknotxx

Virgen
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Sep 28, 2007
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El Misógino​
El primer dÃ*a de trabajo.
-¡Ernesto ya son las 5!-
Un grito de voz áspera, pero femenina, golpeó mis oÃ*dos al traspasar la puerta de mi vieja habitación. Dicho grito a parte de despertarme de un tremendo susto, me hizo retroceder en el tiempo, hasta la época en que apenas comenzaba a ir a la secundaria. La voz de mi madre, en reemplazo de un despertador electrónico, seguÃ*a siendo tan chillona y desagradable como lo era en esos dÃ*as.
-¡Ya voy!-, respondÃ* con un tono de voz enfurecido, como si fuera culpa de mi "querida" madre el hecho de que hubiera llegado la hora más odiada de nuestra rutina diaria; la hora en que se interrumpen nuestros sueños. Con un esfuerzo sobre humano logré al fin abrir un poco los párpados, ya que prácticamente los tenÃ*a pegados a mis ojos. Me dirigÃ* tambaleándome hacia el baño, como un borracho tratando de encontrar el camino de regreso a casa a media noche. Me trasladé apoyándome en la pared como medida de seguridad para no tropezarme y llegar ileso al baño.
Media hora después me encontraba sentado en la mesa del comedor, vestido de traje y corbata, con la mirada perdida hacia la ventana. Desayunaba cereal de hojuelas de maÃ*z, otra razón para que ese extraño dÃ*a me transportara aún más atrás en el tiempo.
-¿A qué hora vas a regresar?- preguntó mi madre.
-No lo sé mamá, hoy es mi primer dÃ*a de trabajo, supongo que saldré a las 5 de la tarde, pero no podrÃ*a asegurarte una hora exacta.
-Bueno, si sales a las 5, tomando en cuenta el tráfico, de seguro estarás de vuelta aquÃ* a las 6
La suposición de mi madre hizo que se me frunciera el ceño de disgusto. Por lo visto no solo yo estaba recordándome del pasado, ya que su tono, parecÃ*a la imposición de una hora a la que debÃ*a regresar. Hice a un lado el plato de cereal sin habérmelo terminado, dando al mismo tiempo un resoplo de agravio. Empecé a pensar que habÃ*a sido un error haber regresado a mi antigua casa. La soledad del divorcio me habÃ*a obligado a regresar corriendo a llorar a las faldas de mi madre. El problema es que yo ya no era un niño, al menos no fÃ*sicamente a mis 32 años.
-No sé a que hora voy a regresar mamá,- respondÃ* -si no se me apetece hacer nada más al salir del trabajo, de seguro estaré de vuelta a las 6… ¿Te parece?- dije con un tono irónico en mi voz.
-No te enfades Ernesto, yo no estaba insinuando nada, -respondió mi madre; tan sensible como siempre, mientras tomaba los trastos sucios y se dirigÃ*a con ellos a la cocina.
Yo por mi parte, seguÃ* a mi madre hasta la cocina y me despedÃ* de ella dándole un sonoro beso en la mejilla. Minutos después, ya me encontraba manejando hacia mi nuevo trabajo.
El tráfico estuvo fatal y estresante esa mañana. Una hora después con la bilis de mi hÃ*gado burbujeando, llegué a mi destino, un edificio de aproximadamente 15 pisos de alto. Era el lugar donde se ubicaban las oficinas de la empresa que recién me habÃ*a contratado. Estaba en un área comercial de las más exclusivas de la ciudad.
Una chica rubia, medianamente alta, de ojos grandes y verdes, con un traje de saco y pantalón cafés, se encontraba fumando y conversando con un par de sujetos algo jóvenes, con rostro de inmaduros. TenÃ*a un cuerpo voluptuoso y estilizado, bastante atractivo, su cabello era liso, lo llevaba suelto y le llegaba hasta por debajo de los hombros. La postura que tenÃ*a delataba su falta de clase, sin importar que su ropa y su figura fueran elegantes, reflejaba una porción de vulgaridad en sus modos. "Es igualita a mi ex esposa", pensé. Quise continuar hacia la oficina, pero la chica hizo algo que me obligó a seguirla observando por más tiempo. Dirigió el cigarrillo hacia su boca de labios carmesÃ*, succionó aspirando el humo con fuerza, avivando la llama de la punta del cigarrillo. En ese momento recordé la reacción que producÃ*a aquel dulce veneno en mi organismo. La forma en que el humo azul seducÃ*a mis pulmones, acariciándolos hasta los alvéolos, produciéndome una gratificante y placentera taquicardia. Involuntariamente aspiré aire con suavidad por la boca, como que estuviera fumando el mismo cigarrillo que la chica. La perfecta "O", que formó con sus labios al momento que exhaló el humo, me hizo desear un beso de su boca con todas mis fuerzas. Me hubiera encantado tragarme toda la nicotina que exhalaba directamente de sus labios. TenÃ*a meses de no fumar y solo habÃ*an pasado unos dÃ*as desde la última vez que habÃ*a pensado en un cigarrillo. Nunca se deja de ser fumador, al menos no mentalmente. Aquella chica, me habÃ*a producido deseos de recaer en mi amado vicio. La odié por eso.
Tomé el elevador desde el aparcadero del sótano para dirigirme al piso indicado. Llegué temprano al lugar, al menos media hora antes que el horario formal de entrada. Al tocar el timbre tras la puerta de cristal con el logo de la empresa, alcancé a ver a una chica delgada, de aproximadamente 19 años, bajita, de proporción equilibrada, cabello largo y algo rizado. Su rostro era redondo y usaba anteojos. Salió de una de las habitaciones aledañas, y se dirigió al escritorio vacÃ*o de la recepcionista, donde presionó un botón que hizo que la puerta se abriera automáticamente.
-¿Qué deseas?- preguntó con un tono grosero y un poco asustado.
Me quedé decepcionado al no recibir un saludo de buenos dÃ*as por parte de la anteojuda "¿Por qué me estaba tuteando sin conocerme?" La hubiera aplastado con una mirada discriminatoria de no ser porque sus lentes protegÃ*an sus ojos grandes, de pestañas largas. TenÃ*a una boca interesante, no muy grande con el labio inferior ligeramente grueso. No vestÃ*a lo suficientemente formal para la imagen de la empresa. Llevaba unos pantalones flojos, una blusa anticuada y un suéter rojo de manga larga y de abotonar. En general se veÃ*a desarrapada.
-Buenos dÃ*as…- respondÃ* irónicamente para recordarle que no me habÃ*a saludado –…soy el nuevo empleado-.
-¡Ah si! Eres uno de los dos nuevos que empiezan hoy- dijo para corregirme -El Señor Mendoza aún no ha venido, siéntate acá a esperarlo- me dijo señalando una de las sillas de la recepción.
La tipa se retiró con un caminar apresurado sin ganarse para nada mi interés por voltearla a ver. Me sentÃ* un poco molesto, pensando en lo incómodo que habÃ*a percibido mi recibimiento. Minutos después hizo su aparición el mentado Señor Mendoza. Aún era temprano, ese detalle me hizo darme cuenta que tenÃ*a que procurar no llegar tarde a la oficina. Me saludó amablemente y procedió a encaminarme a mi nuevo lugar de trabajo.
Atravesamos un pasillo angosto y obscuro, al final habÃ*a dos puertas, una en medio y la otra en la punta de una pared ancha. Cada puerta conducÃ*a a dos diferentes habitaciones, que por dentro estaban comunicadas por otro pasillo. En la habitación izquierda, habÃ*a una gran cantidad de cubÃ*culos de imitación de madera, que correspondÃ*a a mi nuevo sitio para trabajar. En la habitación de la derecha habÃ*a varios muebles donde se archivaban documentos importantes. Por lo general nadie se mantenÃ*a allÃ*.
-Acomódate aquÃ* por favor- dijo mi futuro jefe, haciéndome gesto con la mano, señalando al cubÃ*culo del centro, - Éste será tu lugar de trabajo, tendremos que esperar a que lleguen los demás para poder presentarte a todo el personal. No dudes en buscarme si necesitas algo- concluyó mientras se retiraba de vuelta a su oficina.
Luego de un par de minutos ingresó al área donde yo me encontraba un tipo alto y moreno, vestido exageradamente elegante. Nos presentamos mutuamente y resultó tratarse del otro nuevo empleado, su nombre era Luis. De inmediato congeniamos y nos pusimos a charlar de varias tonterÃ*as como de los trabajos que habÃ*amos tenido previamente. Minutos después regresó nuestro nuevo jefe para llevarnos a dar un recorrido por todos los departamentos de la empresa y asÃ* presentarnos a todo el personal.
Sin remedio, tuve que enterarme del nombre de la antipática anteojuda que me recibió. Su nombre era Mónica y trabajaba en el área de mercadeo. Luis la saludó con mucha amabilidad, mientras que yo solo le di la mano de forma indiferente, balbuceando mi saludo sin decir más palabras. Cuando nos dirigimos al área administrativa, hizo su aparición una mujer que dejó una marca permanente en mis recuerdos.
-Luis, Ernesto vengan, les quiero presentar a… - Al momento en que mi jefe pronunció el nombre de aquella diosa que se aproximaba, sentÃ* que la voz rasposa del Señor Mendoza habÃ*a sido reemplazada por una voz femenina y sensual proveniente de ella, y que el nombre me habÃ*a sido susurrado directamente al oÃ*do, al compás de un gemido producto de un magnÃ*fico orgasmo… -¡ALICIA!
-¡Mucho gusto!- Dijo Luis efusivamente mientras halaba a Alicia con algo de brusquedad, para darle un abusivo beso en la mejilla. – ¡Estoy a tus órdenes para cualquier cosa que necesites!- dijo con un tono completamente sumiso a la belleza de aquella mujer.
Yo aproveché cada segundo que tuve para admirarla. Era una mujer alta, de cabello ondulado, color negro azabache, quizás el más brillante que habÃ*a visto en mi vida. Lo traÃ*a suelto y un tanto alborotado; salvaje. Su tez era blanca nÃ*vea, pero sus mejillas eran rosadas y no por el maquillaje. La forma de su cara era un tanto redonda, balanceada y perfectamente simétrica, con facciones muy finas. Su principal atractivo eran sus ojos grandes, negros, decorados con unas pestañas largas y enmarcados en un par de cejas bien depiladas. TenÃ*a una nariz fina y una boca grande, con una dentadura reluciente de blanca y unos labios rosados, de grosor medio, muy sensuales. VestÃ*a una blusa roja de manga larga que le tallaba de maravilla, mostrando con claridad su figura sensual y curvilÃ*nea. La blusa contaba con un cuello en "V" en el que sobresalÃ*a un escote angelical, que hacÃ*a ver el nacimiento de la lÃ*nea divisoria de sus senos medianos, los cuales eran divinos. Llevaba puesto también un pantalón de cuero negro y brillante, muy elegante, que se le ajustaba a su cuerpo como una segunda piel. Me morÃ*a por ver como era su trasero, pero al tenerla frente a mÃ*, me era imposible.
Cuando me tocó saludarla mis labios quedaron a la misma altura que los suyos, hubiera matado por comérselos, sobre todo cuando se acercó para besar mi mejÃ*a con un gesto amistoso. Su exuberante perfume invadió por completo mis fosas nasales, las cuales vibraron y ocasionaron una reacción eléctrica, que me repercutió en todo el cuerpo, en cuestión de fracciones de segundo.
-¡Mucho gusto, bienvenido!- Dijo Alicia sacándome del trance lujurioso en el que me encontraba. Su voz no concordaba para nada con su fÃ*sico, ya que su tono no era del todo "agradable", quizás hasta un poco gangoso. Al final fue un alivio para mÃ* descubrir que esa mujer no era tan perfecta del todo y eso me ayudó a activar el único mecanismo de defensa que tenÃ*a frente a una mujer tan hermosa: una expresión se seriedad inescrutable.
-Gracias… ¡Mucho gusto!- musité.
Alicia se dio la vuelta para regresar a su oficina. Por fin tuve la oportunidad de admirar su trasero por unos segundos, mientras se alejaba de nosotros con una gracia magnÃ*fica, era mejor de como me lo imaginaba, un trasero de campeonato. La redondez de sus nalgas era soberbia, parecÃ*a un efecto que provenÃ*a de la inclinación que le provocaban sus botas de tacón alto. Toda su figura era sorprendente, tenÃ*a una diminuta cintura que terminada en un par de caderas de anchura perfecta.
RecibÃ* un codazo muy mal disimulado por parte de Luis, lo cual me hizo voltear a verle la expresión de idiota que tenÃ*a en la cara, con la cual hizo un gesto morboso para recalcarme que el culo de Alicia estaba buenÃ*simo.
Alicia
Los dÃ*as siguientes que pasé en la oficina, fueron de adaptación. Desde mi lugar me distraÃ*a cada vez que escuchaba el sonido de unos tacones recorriendo el pasillo de afuera, ya que la mayorÃ*a de veces se trataba de Alicia, quien tenÃ*a que pasar por la puerta del lugar donde yo me encontraba, para poder llegar a la habitación de la par, donde se archivaban los documentos. Recuerdo un dÃ*a en especial en el que Alicia, al pasar por la puerta, volteó a ver hacia adentro y nuestras miradas se encontraron. Al quedarme estático, hipnotizado por su belleza, Alicia me guiñó un ojo con un gesto extremadamente sensual, el cual produjo que mi rostro se tornara de colores. "Qué fácil resulta ser sometido por ésta mujer", pensé.
HabÃ*a un detalle que me resultaba muy extraño. A pesar que de Alicia estaba extremadamente buena, nadie de los compañeros varones se atrevÃ*a a hacer algún clásico comentario obsceno al respecto. Daban la impresión que de una ú otra forma, todos le temÃ*an a aquella deliciosa mujer. Bueno, todos, exceptuando a Luis, que desde el dÃ*a que la conoció, se le pegaba como mosca a la miel. La miraba y seguÃ*a con descaro a todos lados, complacÃ*a la menor inquietud que ésta tuviera. Se habÃ*a convertido en su esclavo incondicional. Su afición y deseo por Alicia era tal, que hasta inclusive hacÃ*a a un lado sus obligaciones laborales anteponiendo las de ella. Era un desastre.
Con el tiempo mi trabajo se tornó muy estresante, mi nuevo jefe resultó ser un explotador, por lo que tuve que recurrir a la necesidad de quedarme tarde por las noches en la oficina. De allÃ* descubrÃ* el patrón de que Alicia, por lo general salÃ*a tarde, parecÃ*a que siempre se atrasaba durante el dÃ*a por pasársela chismoseando. Una tarde hubo una horrible complicación con unos pedidos de compra que puso a mi jefe, el Señor Mendoza, con un carácter de los mil demonios. Molesto y en tono amenazante, me pidió que arreglara el problema lo antes posible, lo cual me obligó a quedarme a trabajar hasta muy tarde. Como era de esperarse Alicia, fue la única que se quedó en la oficina conmigo esa noche. Pensé que esa era la oportunidad de sacar algún provecho de la situación, pero mi fantasÃ*a se frustró por completo cuando ella llegó a mi sitio de trabajo, para despedirse de mÃ* con presteza, sin la más mÃ*nima lástima de que yo estaba aún verde para solucionar el problema. Luego de que Alicia se largó, mi frustración aumentó cuando para ajuste de penas mi madre me llamó para preguntarme si aún no iba para la casa.
Los siguientes dÃ*as opté por seguir quedándome tarde, tratando de propiciar una oportunidad para seducir a Alicia. Lo más que logré luego de varias noches de "trabajo extra", fue hablar con ella de su familia, del trabajo y otras estupideces que no me ayudaban en nada. Los únicos datos útiles que recopilé de tanta cháchara acumulada, fueron que era divorciada, que no tenÃ*a hijos, que no tenÃ*a novio y que vivÃ*a sola. Seguro llegué a una etapa en que comencé a desesperarla, ya que hubo varias noches en que procuró salir de la oficina antes de que yo me asomara por su escritorio y cuando hacÃ*a eso, se escapaba sin despedirse de mÃ*. Lo único sobresaliente luego de varios intentos de conseguir algo de intimidad con ella, fue acompañarla en el elevador para llegar al sótano del edificio. Recuerdo que esa noche su mirada se encontró extrañamente con la mÃ*a, lo cual me abrumó y me doblegó de nuevo, haciéndome perder el valor de intentar más de algo.
Alicia era muy astuta para identificar estrategias de seducción. Se las habÃ*a arreglado para mantener al margen a todos los hombres de la oficina, asÃ* como a muchos clientes que hasta cometÃ*an el descaro de preguntar cosas personales de ella cuando uno llegaba de visita a sus empresas. SabÃ*a desviar conversaciones relativas a su fÃ*sico ó su belleza con mucha clase. Cuando se hacÃ*an presentaciones del producto con potenciales clientes, la presencia de Alicia era imperativa, sin duda ella era la principal arma del Señor Mendoza para vender más.
A pesar de que deseaba mucho a Alicia, también comencé a odiarla por la sensación de impotencia que me invadÃ*a cada vez que mi cerebro tontamente empezaba a maquinar una forma de seducirla
Mónica
El calendario marcaba 14 de febrero y yo llegaba temprano a la oficina. El único hecho de ingresar a la misma me producÃ*a un estrés automático. Como ya contaba con mi propia llave, pude entrar de inmediato. Noté que la oficina de mercadeo ya estaba abierta, al asomarme curioso, encontré a Mónica trabajando en la computadora.
-Buenos dÃ*as- dije de mala gana para saludarla.
-Hola- respondió ella desinteresadamente. Para variar ni siquiera sabÃ*a corresponder un saludo correctamente. Se miraba extraña, ya que no llevaba puestos sus lentes de fondo de botella. De hecho ya no volvió a usarlos, ya que luego me enteré que habÃ*a adquirido lentes de contacto. Me percaté mejor de sus facciones: su nariz chata, sus ojos grandes, su boca con el labio inferior algo grueso. Quizás después de todo, la chica no era tan fea, pero seguÃ*a cayéndome como una patada en… la espinilla.
-¿Qué haces aquÃ* tan temprano?- Le pregunté a manera de establecer una especie de tregua con ella.
-Bueno, pues me he inscrito en la universidad y el Señor Mendoza me ha autorizado un cambio de horario… de ahora en adelante voy a entrar una hora antes para poder salir más temprano y asÃ* llegar a tiempo a mis clases.
-¡Bien por ti!- le dije en un tono burlesco. "A ver si asÃ* aprendes algo", pensé. -¿Qué vas a estudiar?- procedÃ* a preguntarle.
El timbre de su teléfono celular interrumpió nuestra conversación. Ella procedió a responder pero me hizo una seña con la mano para que la esperara. Impaciente, me quedé allÃ* parado, esperando, sin poder evitar escuchar que la que estaba al teléfono con ella, era su madre, sin duda deseándole un feliz San ValentÃ*n.
-Feliz dÃ*a mami, ¡yo también te quiero mucho!- fue lo último que dijo Mónica sonriente para despedirse de su madre. Al colgar volteó a verme con los ojos como platos y me dijo – ¡Se me habÃ*a olvidado que dÃ*a era hoy!-. Se puso de pie y se dirigió hacia mÃ* de manera invasiva, propiciándome de golpe un fuerte y cariñoso abrazo.
–Feliz San ValentÃ*n- me murmuró sospechosamente al oÃ*do luego de darme un suave y lento beso en la mejilla. Aquel hecho me tomó por sorpresa, sobre todo cuando el abrazo duró un poco más que el tiempo promedio que duran ese tipo de muestras de afecto. Claramente mi corazón se agitó cuando Mónica de alguna forma se movió para restregar sus pequeños y duros senos en mi pecho.
Tragué saliva y le correspondÃ* con unas palmaditas algo indiferentes en la espalda, me separé de ella dándole las gracias. Al soltarme, me la encontré sonriente, mirándome directamente a los ojos de forma tierna y perversa a la vez. Se habÃ*a producido una reacción quÃ*mica en mÃ*; mi pene, se me habÃ*a endurecido.
"¡Maldita sea!¿Qué me pasa?" Pensé desconcertado. Me di la vuelta y me retiré casi corriendo de allÃ*. Me dirigÃ* hacia al baño para lavarme la cara con agua frÃ*a. No entendÃ*a que habÃ*a sucedido, el hecho era que aún sentÃ*a el abrazo de Mónica repercutiendo en mis sentidos. "¡Vaya Ernesto! Como Alicia no te tira ni un pedo, ahora te quieres coger a la chaparra esa como premio de consuelo, ¡que idiota eres!"Fue lo que me dije a mi mismo tratando de olvidar aquel momento "incómodo" que habÃ*a pasado.
Mónica solÃ*a ser muy seria, pedante y a veces pesada. A lo mejor era un poco distraÃ*da, pero para mÃ*, ella aparentaba que se olvidaba de saludar a la gente. Además daba la impresión de que tampoco le gustaba que la saludaran, para no tomarse la molestia de tener que corresponder a los saludos que le hacÃ*an los demás. Lo más extraño es que solo yo parecÃ*a notarlo, quizás porque suelo tomarme las cosas muy a pecho. HabÃ*an pasado dos dÃ*as luego de aquel extraño abrazo. Esa mañana como siempre, llegué de primero a la oficina, inclusive antes que Mónica. Me puse a revisar unas cosas que habÃ*a dejado pendientes la noche anterior. De pronto escuché el ruido de unos tacones asomándose por el pasillo. Como habÃ*a perdido la noción del tiempo, por un momento tuve la esperanza de que se tratara de Alicia, por lo que preparé una posición corporal disimulada, para poder mirarla pasar discretamente. Mi vista se deleitó cuando una figura femenina pasó por la puerta de mi área de trabajo, pero no era Alicia; se trataba de Mónica. Llevaba puesto un pantalón de tela beige talladÃ*simo, junto con una blusa ajustada de manga larga, negra. Se habÃ*a hecho una coleta en el pelo. Nunca la habÃ*a visto asÃ*, se miraba… "riquÃ*sima".
Quise saludarla cuando la vi pasar, pero las palabras se me quedaron atoradas en la garganta por la impresión. Me quedé pensativo y dudoso sobre lo que acababa de ver. La imagen de la lÃ*nea de separación tan ancha entre aquel par de nalgas me habÃ*a idiotizado. "¿Fue un tanga lo que vi? ¿Por qué nunca me habÃ*a fijado en eso?" Noté por primera vez que tenÃ*a una diminuta y femenina cintura, con unas caderas bellÃ*simas. Empecé a fantasear con darle alcance a Mónica para apretarle morbosamente el…
-¡Hola Ernesto!- Dijo Mónica casi matándome del susto. Se habÃ*a acercado hacia mi escritorio sigilosamente, por el pasillo que comunicaba la habitación donde se guardaban los archivos con la habitación en la que yo me encontraba.
-Buenos dÃ*as Mónica, ¿cómo estás?- alcancé a responder casi balbuceando.
Se puso a hablar conmigo de muchas tonterÃ*as, no logré ponerle atención a lo que me decÃ*a, ya que solo pensaba en tomarla allÃ* mismo y romperle aquel pantalón que me habÃ*a hecho desearla como un degenerado. Me sentÃ*a sucio de desear a una mujer que al principio no me habÃ*a gustado, era muy raro que yo cambiara de opinión, luego de una primera mala impresión. Le eché la culpa al hecho de que ya casi habÃ*a cumplido un año de no tener sexo. La falta de compañÃ*a me estaba provocando calenturas que distorsionaban mi sentido común. Entre todas las cosas que conversamos, por alguna extraña razón terminamos hablando de nuestra descendencia.
-Recuerdo que una vez mi mamá me contó que en mi familia tenemos algo de descendencia africana- dijo Mónica.
Eso me hizo entender un poco asuntos relacionados con su anatomÃ*a. Nuestra conversación se vio interrumpida al momento que Luis, inoportuno como siempre, hizo su ingreso al área de trabajo. Se nos quedó observando con una mirada indagadora, por lo que Mónica y yo, luego de saludar a Luis al unÃ*sono, procedimos a continuar con nuestras respectivas labores, disimulando como que hubiéramos hecho algo malo.
Un nuevo suceso extraño se dio la siguiente semana: Nos encontrábamos charlando varios compañeros, esperando a que pasara la hora del almuerzo. Mónica llegó a hablar de manera muy abierta con uno de ellos, el que parecÃ*a ser su mejor amigo. Yo estaba sentado en mi escritorio y ella se posicionó de pie, justo a la par mÃ*a. Su culo quedó casi a un lado de mi rostro, lo cual inevitablemente comenzó a distraerme. En un momento repentino, Mónica se apoyó con su brazo sobre mi hombro, haciendo un roce que me resultaba morboso, no dije nada, me encontraba nervioso y a la expectativa de lo que pretendÃ*a. Ella seguÃ*a hablando de lo más tranquila con todos, mostrando su frivolidad y riéndose a carcajadas para disimular. Luego comenzó a apretar mi hombro con su mano, y se puso a amasarlo una, otra y otra vez, haciéndome sentir como un objeto. Instantáneamente me puse de pie, fingiendo prisa y preocupación por algo que supuestamente se me habÃ*a olvidado.
Las semanas siguientes mi relación con Mónica se tornó aún más extraña de lo que ya era. Ella parecÃ*a tener un desorden bipolar, habÃ*a dÃ*as en que no me saludaba, otros que si. Comenzamos a tener riñas laborales, a veces nuestros trabajos se relacionaban y la muy engreÃ*da se ponÃ*a a discutir conmigo e inclusive a darme órdenes. Hubo un par de veces en que tuvimos que ir a la oficina del Señor Mendoza para aclarar problemas en los que nos llamaron la atención a ambos. La situación se volvÃ*a insoportable. A pesar de las calenturas que ella me provocaba, habÃ*a llegado al punto de odiarla.
Claudia
El asunto con Mónica no funcionaba, Alicia por otro lado, cada vez se encontraba más y más a la defensiva conmigo. Pero el acabose fue esa misma tarde. La ausencia de su sirviente Luis en la oficina, la obligó a pedirme ayuda a mÃ*, como último recurso con respecto a un cálculo que deseaba hacer en una hoja electrónica y que para variar era incapaz de hacer. Yo estaba ocupadÃ*simo, pero como un ratón hipnotizado por una vÃ*bora, acepté ayudarla en contra de todo mi sentido común. La cuestión no era tan sencilla, no se trataba solo de un pequeño cálculo, más bien habÃ*a que trabajar en un formato que ella querÃ*a darle a la hoja completa. Cuando me dÃ* cuenta que ya se habÃ*an pasado más de 15 minutos y que ella aún se hacÃ*a la tonta para que yo hiciera todo el trabajo, la rabia se empezó a apoderar de mÃ*. Luego de 45 minutos rompiéndome la cabeza en la bendita hoja, echando chispas por los ojos noté que la desgraciada de Alicia, se habÃ*a retirado a servirse un café, y se encontraba conversando y riendo, completamente despreocupada con las compañeras de la oficina. Era obvio que sabÃ*a que su nuevo y calenturiento "esclavo" hacÃ*a el trabajo por ella.
Terminé con la hoja y me retiré sin avisarle nada. Mi decepción fue extremadamente grande, cuando prácticamente llegó el final del dÃ*a y Alicia ni si quiera se dignó en darme las gracias. Consumido por la rabia, decidÃ* salir de la oficina un momento para despejarme. Estaba muy molesto, no tanto con Alicia si no conmigo mismo por haber sido tan idiota de caer en su juego. Me habÃ*a convertido en otro más de su ejército de esclavos que le hacÃ*an favores con la inútil esperanza de obtener algo a cambio de ella.
Ensimismado en mi enojo, tratando de huir a la realidad, cometÃ* una tonterÃ*a. Me acerqué al primer vendedor callejero de dulces (y otras cosas) que encontré y compré un par de cigarrillos junto con una cajetilla de fósforos (cerillos). Ya habÃ*a logrado acumular varios meses de no fumar, pero en ese momento querÃ*a autodestruirme por lo mal que me sentÃ*a. Regresé con una expresión, seguramente sospechosa, a la parte de afuera de la entrada del edificio donde estaba mi oficina y prendÃ* un cigarrillo. Mi ritmo cardiaco se aceleró de inmediato y empecé a sentirme deliciosamente agitado. La ira comenzó a disiparse como por arte de magia con las bocanadas del seductor y tranquilizante humo azul. ¡Um! Lo estaba disfrutando, hasta que sentÃ* que alguien tocó ligeramente mi hombro por la espalda y se dirigió a mÃ* con una voz sedosa y afinada.
-¿Me das lumbre?-
Al voltear de soslayo, quedé muy sorprendido al ver que se trataba de la chica rubia, la misma que habÃ*a visto en mi primer dÃ*a de trabajo, que se parecÃ*a a mi ex esposa en sus modos.
-¡Claro!- respondÃ* casi tartamudeando.
Torpemente prendÃ* un fósforo que se me apagó al primer contacto con el aire. Eso me puso nervioso, lo cual provocó que una gota de sudor comenzara a deslizarse por mi mejilla. La chica me observaba, con el cigarrillo listo en su boca y con una expresión como que estuviera aguantándose las ganas de reÃ*rse. SentÃ* que su mirada de ojos verdes y claros habÃ*a traspasado mi aura. PrendÃ* exitosamente el siguiente fósforo y al acercarlo a la boca de ella, ésta; quizás inconscientemente, al cubrir el fósforo para proteger la llama, sus manos cálidas envolvieron a la mÃ*a, rozándola suavemente.
-¡Fiuhhh…! Gracias – dijo después de haber exhalado el humo de su boca, formando nuevamente aquella perfecta "O" en sus labios que me habÃ*a impactado tanto la primera vez que la vi. - ¿Trabajas acá en el edificio?- preguntó
-Si, mi oficina está en el quinceavo nivel… ¡Pero que modales los mÃ*os…! Mi nombre es Ernesto- le dije mientras le ofrecÃ*a la mano como que estuviera saludando a un hombre.
-¡Claudia…!- respondió ella secamente mientras estrechaba mi mano haciendo un ademán muy femenino. No apretó mi mano por completo, casi solo tomó mis dedos con su palma. El calor de su piel me estremecÃ*a.
-¿Trabajas aquÃ*?- pregunté intrigado.
-Si, estoy en el "Call Center", ese de los reclamos del servicio de cable
-¿De verdad? Yo estoy suscrito allÃ*… pobre de ti- le dije en tono irónico –quizás ya he sido uno de los tantos que te han maltratado por teléfono. He llamado mucho para quejarme de ese servicio, ¡es pésimo!- comenté sin pensar.
Claudia casi se ahoga tosiendo al soltar una sonora carcajada por la gracia que le habÃ*a hecho mi comentario.
-Yo soy supervisora- me aclaró, cubriéndose la boca con la mano para ocultar un poco su risa.
"Ya sé por que algunos dicen que las cosas salen mejor sin planearlas", pensé. Estaba tan emocionado, que sin darme cuenta, el tabaco del cigarrillo ya se habÃ*a consumido y yo me encontraba aspirando el puro filtro.
-¿Quieres otro?- preguntó Claudia al percatarse de mi ansiedad.
-Gracias, aquÃ* tengo otro…aunque no se si deberÃ*a… la verdad, pensaba guardarlo para después
-Bueno, entonces guárdalo y déjame que yo te invite a uno, hay que aprovechar que tienes lumbre…- dijo Claudia sonriente -¿Ya te diste cuenta que fumamos de la misma marca? – preguntó.
-Eso veo…-respondÃ* - sin duda eres una chica con muy buen gusto
-De seguro tu también- respondió ella con una sonrisa pÃ*cara.
"No del todo", pensé mientras sacaba un cigarrillo del paquete que Claudia me ofrecÃ*a.
A partir de ese dÃ*a, cada vez que me molestaba en la oficina, recurrÃ*a a salir del edificio a fumar un cigarrillo y casi siempre coincidÃ*a con Claudia, por lo que empezamos a hablar más y más. Dos semanas después ya no importaba si me enojaba ó no, salir a fumar con Claudia se habÃ*a convertido en un ritual. Estaba atrapado de nuevo por el vicio. Quizás Claudia creÃ*a que nos estábamos haciendo más y más amigos. ¡Qué ingenua! Yo siempre he pensado que la amistad entre hombres y mujeres es una de las mentiras más grandes que existe. Mis intenciones sin duda eran otras, crecÃ*an mis esperanzas por recordar lo que se sentÃ*a follar.
No entendÃ*a por qué me sentÃ*a atraÃ*do a una mujer parecida a mi ex esposa en todos los sentidos. Recordé la explicación de un psicólogo, amigo mÃ*o, al respecto: "Si una pareja nueva, te resulta con los mismos defectos que la anterior, no se debe para nada a que tengas mala suerte en el amor, lo que sucede es que inconscientemente te fijas en personas con los mismos patrones de conducta, definidos por un modelo de las necesidades afectivas de tu personalidad". En resumen, todo apuntaba a que la iba a cagar de nuevo.
Sin ningún interés sentimental, la semana siguiente invité a Claudia a cenar. Ella aceptó gustosa, asÃ* que la lleve a un restaurante bonito donde la pasamos relativamente bien. Cuando terminamos la cena, cada uno prendió su cigarrillo aprovechando de que estábamos en el área del restaurante autorizada para ello. Claudia no era una conversadora muy brillante. Era simpática pero a la vez frÃ*vola y algo inculta. La soportaba por las ganas que tenÃ*a de follarla. Observar su escote albergando aquellos senos tan jugosos, era suficiente incentivo para armarme de paciencia y soportar la cháchara de ropa y de romances fallidos de sus estúpidas amigas que yo ni siquiera conocÃ*a. Era cuestión de tiempo, sabÃ*a que Claudia estaba en mi liga. El observarla exhalando humo de su boca, me transportaba a aquella tierra de éxtasis ubicada en mi mente en la que únicamente reinaba la fusión del sexo con la nicotina.
Al dirigirnos hacia el aparcadero del restaurante, quizás un poco inoportuno, al abrirle "caballerosamente" la puerta de mi automóvil, me abalancé sobre ella sin dejarla ingresar, dándole un tremendo beso en la boca donde le hundÃ* mi lengua abusivamente casi hasta la garganta. Ella me respondió de manera genial, envolviéndome la nuca con sus brazos cálidos. SentÃ*a la piel de los mismos en mi cuello, ya que su vestido no tenÃ*a mangas. Nuestra agitación se hizo evidente ya que nuestras respiraciones rozaban mutuamente nuestros rostros. Una enorme lujuria que habÃ*a estado dormida en mÃ*, despertó como una criatura salvaje, hambrienta por haber estado invernando por más de un año. La dejé ingresar al auto, al sentarme segundos después a la par de ella, de nuevo empecé a tratar de comérmela a besos. Mi lengua revoloteaba en su boca enviándole mensajes muy claros de mi desesperación.
Invadido por la urgencia, salÃ* rápido del aparcadero del restaurante. Cada vez que debÃ*a detenerme por un semáforo, aprovechaba la oportunidad para besarla de nuevo. Ella me observaba sonriente y sonrojada, con sus ojos de esmeralda, cada vez que tenÃ*a que esperar para que llegara a otro semáforo y se repitiera la deliciosa sensación de besarnos. Al llegar a la puerta de su casa, mi ataque se hizo más furtivo. Entre los besos subidos de tono comencé a acariciar los bien formados muslos de Claudia, sin recibir protestas de ella. Luego mis besos se dirigieron a su cuello, acariciando con mi lengua la piel del mismo, de abajo hacia arriba y viceversa, me detuve a darle un sugerente chupón en la barbilla. Eso la hizo emitir un resoplo de gusto. Yo estaba excitadÃ*simo por lo que procedÃ* a deslizar mis manos sobre sus muslos, luego de un rato las dirigÃ* hacia adentro del vestido para tocar sus nalgas por debajo de su ropa interior, eso exaltó a Claudia quien me propinó un fuerte empujón.
-¡No! ¡Alto! Disculpa, pero esto va demasiado rápido.
-¡Perdón Claudia!- dije desesperado por continuar – estás muy linda y realmente te deseo-
-¿Me deseas? Vaya, ¿eso quieres conmigo entonces?- preguntó un poco indignada.
Sabiendo que habÃ*a cometido un error, procedÃ* a rectificarlo sabiendo que podÃ*a costarme la oportunidad de tener sexo esa noche:
-Tienes razón Claudia, soy un perro... discúlpame, no sé que me pasó. Tu me importas mucho y no quiero presionarte…- Al pronunciar aquellas patrañas hice la mejor cara de muñequito de tarjeta de San ValentÃ*n que se me pudo haber ocurrido.
-Bien, que bueno que me entiendes. Se han aprovechado de mi muchas veces, por lo que ésta vez quiero ir despacio- respondió Claudia con una expresión de ternura.
"¿Ésta vez? Eso quiere decir que a los demás cabrones que te han besuqueado fuera de tu casa, ¿si le has dejado que te toquen las nalgas?", pensé furioso en mis adentros.
-Te entiendo linda, no quiero presionarte, asÃ* que por hoy dejemos las cosas como están, ¡fue una noche maravillosa!- dije hipócritamente algo a regañadientes.
-¡Lo mismo opino "osito"! Te veo mañana a la hora del respectivo… ¿de acuerdo?- dijo Claudia para referirse sin muchos detalles a nuestra hora de fumar, para luego darme un beso de boca cerrada en los labios para despedirse.
"Me dijo, ¿OSITO? ¿Qué putas le pasa? ¿A caso mi cara de muñequito de San ValentÃ*n me salió tan bien? No me deja que ni siquiera que le toque el culo y a parte de eso, ¿me insulta?" pensé extremadamente frustrado.
-Hasta mañana linda- le dije a Claudia observando su precioso trasero "intocable", mientras se dedicaba a salir de mi auto.
Ella se dirigió apurada a la puerta de su casa, donde antes de entrar se volteó para despedirse sonriente con su mano. Yo le hice una sonrisa forzada desde mi auto, agitando mi mano de igual forma y esperé a que cerrara la puerta de su casa, para salir disparado con mi auto como alma que se la lleva el diablo, provocando un fuerte rechinido de llantas. Era una reacción de rabia, Claudia me habÃ*a rechazado y yo la odiaba por eso.
¿Una trampa?
HabÃ*an pasado ya dos semanas y yo seguÃ*a sin haber logrado follarme a Claudia y los culos de mis compañeras de trabajo no hacÃ*an más que recordármelo.
La moda en esos dÃ*as era que se avecinaba el cumpleaños del Señor Mendoza. Los lambiscones de la oficina hacÃ*an más escándalo por aquella próxima celebración, del que hacen los consumistas para navidad en diciembre. Llegó el dÃ*a, como era de esperarse todos los empleados de la oficina estábamos invitados. Se nos dio la oportunidad de ir en compañÃ*a de un ser querido. Luis desde el principio estaba emocionado por el hecho de que al fin podrÃ*a presentarnos a su novia oficial. Sin embargo, al muy ingenuo también le preocupaba que al dar a conocer a su novia, corrÃ*a el riesgo de ya no "gustarle" a Alicia.
No quise llevar a mi madre a la fiesta, preferÃ* llevar a Claudia para presumirla un poco. La mayorÃ*a se hicieron presentes. Tanto Alicia como Mónica, llevaban atuendos muy elegantes, pero resaltaba un poco más el de la última. Llevaba un vestido floreado y celeste de una sola pieza. La falda era corta, bastante arriba de la rodilla. LucÃ*a unas piernas bien torneadas y su culo se veÃ*a más despampanante que nunca. Algo que me pareció curioso fue notar que ni Mónica, ni Alicia parecÃ*an haber llegado acompañadas de alguien más.
Mientras Claudia y yo avanzábamos saludando a la gente, llegamos al área donde se encontraban conversando mis compañeras de oficina. No me extrañó para nada el acostumbrado circo que se desató en este tipo de situaciones.
-Buenas noches chicas, déjenme presentarles a… "¿mi novia?", me pregunté dudoso mientras sentÃ*a las miradas de suspenso de todas sobre mi… no tuve opción – a… mi novia… ¡Claudia!
Alicia con sus hermosos ojos negros escaneó con una mirada muy poco disimulada a mi pareja, desde los pies hasta la cabeza. -¡Qué linda!- dijo con un tono bastante hipócrita mientras la halaba para darle un beso en la mejilla.
La muy corriente de Mónica volteó a ver hacia otra dirección, sorbiendo vino de la copa que llevaba en la mano, si decir palabra.
-Hola mucho gusto- dijo Claudia, incómoda con la hipocresÃ*a y antipatÃ*a de aquellas mujeres.
Me molestó un poco la forma en que la habÃ*an tratado, no sabÃ*a a que se debÃ*an aquellas reacciones. Supuse que se trataba de envidia, ya que Claudia tenÃ*a lo suyo, aunque muy dentro de mÃ*, querÃ*a creer que se debÃ*a a que tenÃ*an celos. Para mi era difÃ*cil adivinar algo asÃ*, después de todo nunca he entendido a las mujeres.
Claudia y la novia de Luis, congeniaron de inmediato. Pronto se formaron grupos dentro los invitados. Me separé un momento de Claudia para platicar un rato con mis compañeros mientras que ella se quedó platicando con la novia de Luis, con la esposa del Señor Mendoza (que por cierto estaba muy buena) y con otras chicas que trabajaban en la oficina.
De pronto sucedió algo inesperado. Alicia se me acercó efusivamente para hablarme. Eso me sorprendió mucho, ya que en las últimas semanas que habÃ*a estado saliendo con Claudia, habÃ*a adoptado una actitud de total indiferencia contra Alicia: me hacÃ*a el loco para no saludarla, me iba temprano de la oficina para no coincidir con ella, siempre me negaba a hacerle favores con cualquier pretexto y me hacÃ*a el tonto cuando me preguntaba algo. Tampoco me reÃ*a de sus chistes ni de sus comentarios cuando estábamos en grupo. Nadie entendÃ*a por qué de pronto me habÃ*a convertido en el único hombre de la oficina que no idolatraba a Alicia. Todo tenÃ*a una simple explicación, a parte de que me caÃ*a mal, supuse que la forma de despertar algo de interés en una mujer como ella, era tratándola de una forma absolutamente contraria a la que ella estaba acostumbrada. Quise pensar que la razón de su aproximación "espontánea" se debÃ*a a la extrañeza que ella sentÃ*a por de mi desprecio.
-¡Hola Ernesto! ¿Qué te ha parecido la fiesta hasta el momento?- me preguntó Alicia, plantándose frente a mi, con los brazos cruzados de una forma femenina y observándome fijamente a los ojos.
-Normal, ¿y a ti?- pregunté con indiferencia mientras sorbÃ*a un trago de mi bebida.
-Ah pues, yo dirÃ*a que está, ¡bastante interesante!- dijo Alicia acercándose un paso más hacia mi. Me daba la impresión que querÃ*a poner su rostro lo más cerca posible del mÃ*o.
Pronto caÃ* en cuenta de lo que estaba sucediendo, volteé a ver al grupo de chicas que estaba al fondo y noté que Claudia observaba alerta todas las acciones de Alicia, con una cara de preocupación. ParecÃ*a una leona en celo cuidando su territorio. Alicia se habÃ*a colocado en una posición estratégica para que Claudia pudiera observarla sin obstáculos de por medio (bueno, al menos eso imaginé). Todo indicaba que querÃ*a causarme problemas.
-¿Quién vino contigo a la fiesta?- le pregunté a Alicia sin verla a los ojos.
-Nadie, recuerda que no tengo novio
-Eso sinceramente no me parece nada creÃ*ble…- le dije mientras me alejaba de allÃ* fingiendo que querÃ*a darle alcance a Luis que se dirigÃ*a al grupo donde estaban Claudia y su novia.
El rostro de Alicia mostró su frustración, no le agradó que la hubiese dejado hablando sola. ¡Se veÃ*a tan linda con su rostro de despechada!
Al llegar con el grupo de las chicas, Claudia se acercó con rapidez para situarse a mi lado, con un signo de interrogación dibujado en su frente.
-¿Qué estabas hablando con esa vieja?
-¿Te refieres a Alicia?
-No se me quedó como se llama, me refiero a la vieja esa que se cree reina de belleza
-¡Tranquila linda! ¿Estás celosa?
-Pues claro, se te pegó de forma muy sospechosa, ¿Hay algo entre ustedes?-
-¡Claro que no! - reclamé.
-¿Sabes? No creo que sea una persona de fiar- dijo Claudia con voz de intriga- hace ratos atrapé a tu jefe hablándose con ella con la mirada
-¿A qué te refieres?-
-Que el tal Mendoza ese y la tipa, se hicieron como señas con los ojos… quizás son amantes, ¿no te parece casualidad que sea tan amiga de la esposa de tu jefe?-
La observación de Claudia me pareció curiosa, no sabÃ*a si lo decÃ*a en serio ó por miedo a que yo me fijara en Alicia. Sin embargo esa deducción podÃ*a explicar muchas cosas extrañas que habÃ*a observado, como por ejemplo el miedo de los compañeros a acercarse a ella. Hasta ese momento me recordé también de que una vez Alicia recibió con un abrazo al Señor Mendoza luego de que éste regresó de un viaje de negocios. Ese dÃ*a se sintió avergonzada y se puso a disimular cuando notó que yo me habÃ*a dado cuenta.
No quise profundizar en el tema, asÃ* que me dediqué a seguir el ritmo de la fiesta. Momentos después, nos llamaron a todos los invitados a la cena, por lo que nos condujeron a un par de mesas largas de madera, muy bien acomodadas en el amplio y elegante jardÃ*n de la casa.
Claudia y yo nos sentamos juntos, frente a Luis y su novia. A la par mÃ*a, del otro lado se sentó Mónica. Pude observar al Señor Mendoza acomodándose al frente de las mesas, con su flamante esposa de un lado y Alicia del otro.
Mientras cenábamos y conversábamos entre todos, especialmente entre Luis, su novia, Claudia y yo, de pronto hasta la antipática de Mónica se habÃ*a unido a la cháchara. Estaba un poco sonrojada y quizás demasiado sonriente. Por lo visto la pobre chica no estaba acostumbrada a ingerir tanto vino como el que se habÃ*a chupado esa noche. No le dÃ* importancia hasta que sentÃ* una mano pequeñita posarse en mi muslo. Asustado volteé a ver a Mónica, quien en vez de retirar la mano extendió la caricia y me apretó un poco. Ella no me miró a la cara, miraba al grupo riéndose, disimulando muy bien.
La noche ya estaba demasiado extraña como para elegir la mejor forma de reaccionar a lo que sucedÃ*a. Opté por dejar que todo fluyera. Más que excitado estaba intrigado, no sabÃ*a lo que la pequeña Mónica pretendÃ*a. La charla continuó, El Señor Mendoza como siempre era el que se las querÃ*a llevar de muy gracioso y se puso a contar unos chistes malÃ*simos a los que todo el mundo se reÃ*a por cortesÃ*a. De pronto la mano de Mónica se posó justo sobre mi pene. La extendió para acariciármelo por completo, incluyendo los testÃ*culos. Debió haber sentido un movimiento brusco ó una hinchazón saltando bajo su palma de improviso. Mónica sin duda reconoció lo que habÃ*a logrado, porque luego empezó a amasar constantemente mi pene y mis testÃ*culos con la palma de su mano por encima de mi pantalón. Me estaba torturando, tomaba mi pene descaradamente con la mano completa, la excitación me carcomÃ*a. Me provocó un ligero sobresalto luego de que su siguiente paso fue frotar la punta de mi pene con su dedo pulgar. Era increÃ*ble, la tipa se movÃ*a y se reÃ*a con tanta naturalidad, que nadie podrÃ*a haber sospechado lo que estaba haciendo. ¡Comencé a sudar! Claudia se extraño cuando notó que yo estaba mudo y que tenÃ*a ya algo de tiempo de no mencionar palabra.
Atrapado por la excitación, bajé la mano para intentar atrapar la pierna de Mónica en venganza, poro ésta se levantó de pronto de la mesa, anunciando que iba al baño, pero de una manera elegante. Mientras se retiraba no pude evitar voltearle a ver el culo y las piernas, las cuales movÃ*a con mucha coqueterÃ*a. Inclusive ella volteó a verme con una retadora y perversa mirada por encima del hombro. La hubiera seguido, pero... no podÃ*a ponerme de pie, ya que hubiera puesto en evidencia mi nivel de excitación. Desafortunadamente Claudia notó mi mirada morbosa sobre las curvas de Mónica, lo cual la puso de muy mal humor. Ya no dijo casi nada en el resto de la noche y de sus ojos parecÃ*an salir chispas.
Cuando la muy infeliz de Mónica regresó a la mesa, llegó únicamente a recoger su plato, excusándose de que mejor se trasladaba hacia un lugar que estaba desocupado, a la par de Alicia, debido a que el lugar actual estaba un poco estrecho por lo que se sentÃ*a algo incómoda. Cuando llegó a su destino, le murmuró algo a Alicia al oÃ*do, lo cual provocó que ambas se rieran pÃ*caramente. Yo me quedé observando a Mónica con una expresión que era una mezcla de lujuria y odio, a lo cual ella reaccionaba sonriendo de manera perversa.
Al final de la noche, como era de esperarse, Claudia estalló. Primero con la clásica total indiferencia mientras llegábamos al auto, y luego se la pasó reclamándome durante todo el camino por mi comportamiento, minutos después el tema era que sostenÃ*a su teorÃ*a de que habÃ*a algo entre esas chicas y yo. Luego hasta terminó hablando de cosas del pasado de las que yo ya ni me recordaba. No me preocupé por darle explicaciones de nada, mientras ella se desplayaba en sus quejas, yo me desconecté pensando en que aquellas morbosas caricias de Mónica, eran lo más cercano a tener sexo que habÃ*a sentido en mucho tiempo.
Al llegar a la casa de Claudia, tuve que silenciarla con un grito muy brusco. El susto la dejó petrificada, inclusive pude notar que las lágrimas se aproximaban por sus ojos. Le ordené que se bajara de mi auto y que se largara, lo cual hizo ya envuelta en sus inicios de llanto. No me importó ya que estaba harto de consentirla sin haber obtenido nada de sexo a cambio. También estaba molesto con las arpÃ*as de la oficina, ya que sus juegos también habÃ*an arruinado mi oportunidad con Claudia. Esa noche no pude llegar a una conclusión distinta a que probablemente, yo, Ernesto, odiaba a todas las mujeres.
La Mudanza
La siguiente semana, contrario a lo que hubiera pensado, Mónica se portó más pedante e indiferente que nunca. No sé que pretendÃ*a disimular, pero me trataba como que yo hubiera sido el que la habÃ*a manoseado y no al contrario como realmente habÃ*a ocurrido. Alicia por su parte, hundida en su orgullo, evitaba cualquier roce conmigo para no tener que enfrentar mi rechazo. Además de eso se portaba muy atenta y cariñosa con todos mis compañeros a mÃ* alrededor, quizás tratando de provocarme celos.
Por las cosas especiales que habÃ*an sucedido en la fiesta de cumpleaños del Señor Mendoza, no me di cuenta que él habÃ*a anunciado que la empresa tenÃ*a planificada una mudanza a otro punto comercial de la ciudad con el objetivo de reducir costos. Unos empleados estaban contentos con la mudanza, mientras que otros no. Todo era cuestión de la cercanÃ*a entre un lugar y otro desde el punto de vista de cada quien. Yo vivÃ*a igual de lejos para cualquiera de las dos ubicaciones, por lo que me daba igual.
Era miércoles y yo me encontraba trabajando apresurado en mi cubÃ*culo, rodeado de mis compañeros quienes se dedicaban a lo propio. Hizo su aparición la insoportable Mónica para darme un desagradable aviso.
-¿Ernesto?
-¡BUENAS TARDES MÓNICA!- respondÃ* casi gritando para evidenciar entre mis compañeros la falta de educación de Mónica.
-Buenas tardes... llamó el Señor Mendoza y me pidió de favor que te avisara que necesita que vayas a la ubicación de la nueva oficina, a hacer mediciones.
-¿A hacer qué?
-¡Mediciones! El Señor Mendoza necesita tener medidas de la nueva oficina para realizar las órdenes de la infraestructura necesaria… por cierto me dijo que te pedÃ*a disculpas por solicitarte algo que no tiene que ver con tus atribuciones, pero repito, es algo que realmente necesita.
-Lo siento Mónica, pero estoy muy ocupado arreglando pedidos de clientes importantes... en este momento no puedo darme el lujo de salir a hacer ese tipo de diligencias.
Mónica resopló un poco por la impaciencia que mis respuestas le estaban provocando y continuó explicándome:
-El Señor Mendoza sabe que estás ocupado, por eso me dijo que te acompañara a la nueva oficina para ayudarte con las mediciones... asÃ* terminarás más rápido.
La respuesta de Mónica me hizo gracia, ya que entendÃ* la razón por la que se habÃ*a dirigido a mÃ*, tan molesta desde el principio. No pude evitar comenzar a imaginar las muchas posibilidades que podÃ*a ofrecer aquella insólita asignación. Pude ver a un par de compañeros, incluyendo a Luis, murmurándose cosas por la clara tensión que apreciaban entre Mónica y yo. De seguro ellos ya habÃ*an armado sus propias conjeturas.
Luego de conseguir una cinta métrica retráctil, que amablemente nos prestó el conserje del edificio, Mónica y yo nos dirigimos en mi auto hacia la futura oficina. Durante el camino de ida, mi mente de puso a divagar entre un montón de pensamientos sucios y deseos reprimidos que querÃ*a realizar. Me sentÃ*a lleno de una mezcla de venganza y lujuria. Mónica se notaba nerviosa y se mantuvo en silencio durante la mayor parte del recorrido.
Nos dirigimos al octavo nivel donde se encontraba nuestro nuevo centro de trabajo. Tuvimos un poco de dificultades para abrir la puerta por algunas confusiones entre las llaves y las perillas de la misma. Eso solo hizo que la ansiedad de ambos se incrementara.
Al entrar dimos un recorrido general, anticipando donde serÃ*a trasladado cada departamento y cada elemento de la oficina actual a la nueva. Era un sitio muy bien iluminado, todo de blanco, bastante amplio. Toda el ala norte de la oficina nueva estaba llena de ventanas grandÃ*simas con vidrio polarizado, las cuales daban una excelente vista de la ciudad. Comenzamos a hacer las mediciones, de una manera muy tosca, ya que eso no era para nada, una especialidad en alguno de los dos. Mónica me ayudaba a sostener la cinta en un extremo, para que yo la estirara, midiera y tomara apuntes. Cada vez que iniciaba una nueva medición, trataba de rozarle las manos a Mónica con las mÃ*as. En varias ocasiones la noté observándome con la mirada como perdida mientras yo anotaba las medidas en mi cuaderno.
Ya casi habÃ*amos recorrido todas las habitaciones, cuando Mónica comenzó a quejarse:
-Oye, ¿por qué no lo dejamos asÃ*? ¡Ya estoy aburrida!
-Bueno ya es tarde de todos modos, ¿qué propones que hagamos para que se nos quite el aburrimiento?- le pregunté viéndola directamente a los ojos.
-¡No sé! - respondió Mónica sonrojada y volteando a ver hacia otro lado.
-¿No te pasa a veces de que crees que vas a actuar de cierta forma pero en el momento exacto te arrepientes? - pregunté nuevamente para intrigarla.
-¿A que te refieres?
-¡A nada! Oye, nos falta medir la cocina- le respondÃ* para distraerla mientras la hacÃ*a seguirme hacia ese lugar.
Al llegar a la cocina, comenzamos a medir unas secciones de pared algo estrechas. Aún estaban ubicados algunos gabinetes dentro de esa habitación y de hecho eran los únicos muebles que habÃ*a en todo el lugar. Al tratar de medir una de esas secciones estrechas y esquinadas de la cocina, el rostro de Mónica quedó un poco cerca del mÃ*o. De pronto nuestras miradas se encontraron.
-Te queda muy bien esa ropa Mónica
-¿De verdad?
-Seguro, creo que es de lo más elegante que te has puesto para ir a trabajar.
-¿Qué es lo que más te gusta?- preguntó Mónica luego de reÃ*rse un poco de mi comentario anterior.
-El pantalón
-¿Por qué?- preguntó ella bastante sonrojada
-Porque... se te ve muy bien el trasero, me dan ganas de apretártelo…
El color de la cara de Mónica pasó de rojo a corinto. Bajó la mirada para evitar el contacto visual conmigo a toda costa. Yo al mismo tiempo sentÃ* que todo mi cuerpo se acaloró, pero a diferencia de Mónica no dejé de observarla. Cuando su mirada regreso hacia mi rostro, un efecto magnético hizo que nuestras bocas se acercaran y se unieran, completamente abiertas, haciendo chocar a nuestras lenguas, cuya unión provocó una descarga eléctrica que se apoderó de inmediato de nuestros cuerpos, convirtiéndose en el beso más intenso, salvaje y espontáneo que habÃ*a dado en toda mi vida. Nuestras cabezas giraban, tratando de encontrar el ángulo en que nuestras bocas encajaran mejor para que nuestras lenguas se fusionaran y se acariciaban como dos serpientes apareándose. Estábamos completamente abrazados, sobándonos mutuamente las espaldas con nuestras manos. Nuestros cuerpos se pegaban, haciendo una fricción que elevaba la temperatura de aquella vacÃ*a oficina.
Mónica aprovechó para dar un resoplo, por la falta de aire, en un determinado segundo en el que solté sus labios para empezar a acariciar su cuello con mi lengua. Su perfume era delicioso y querÃ*a impregnarme toda la cara de él. Ella por su parte curvaba el cuello, retorciéndose de gusto por los besos de vampiro que yo le proporcionaba. Sin pensarlo ni un momento mis manos se posaron es su delicioso culo, magreándoselo abusivamente, tal y como lo habÃ*a imaginado tantas veces en mis más obscuras fantasÃ*as. El apretón de nalgas pareció excitar mucho a Mónica, por lo que ésta reaccionó acariciándome con fuerza el pene, que por debajo del pantalón luchaba desesperadamente por ser liberado de su prisión y asÃ* llenar de leche la vagina de aquella mujercita insolente.
Nos fundimos de nuevo en un segundo beso aún más salvaje que el inicial, todo iba muy rápido, estábamos desesperados. ProcedÃ* a cargarla desde las nalgas, elevándola a modo de que ella me envolviera la cintura con sus piernas. Era delicioso sentir sus muslos rodeándome y mi pene restregándose a su vagina por encima de la ropa. No lograba elevarla con tanta fuerza como para restregarle mi pene cómodamente, asÃ* que la posicioné sobre los gabinetes de cocina con un poco de brusquedad. AllÃ* sÃ* que podÃ*a restregar mi bulto en su sexo, lo cual hice varias veces descaradamente, sacándole un par de gemidos de excitación de la boca.
Luego deslicé mis manos por su espalda, deslizándolas bajo su blusa buscando el broche del sostén el cual desabotoné sin muchos problemas. Mónica al notar esto, por fin dijo algo.
-¿Qué haces?
-¿Qué más podrÃ*a hacer?
-Alto Ernesto, esto no es correcto... ¡ALTO HE DICHO! ¡BASTA! -gritó Mónica dándome un severo empujón
Aquel freno repentino a mi lujuria casi me hizo explotar de cólera. Me contuve con todas mis fuerzas de no gritarle a Mónica una profusión de barbaridades asÃ* como también de tomarla de la cintura con ambas manos y arrojarla al piso fuertemente. Ya varias veces me habÃ*a sucedido ese exceso de ira que en vez de hacerme explotar, me producÃ*a el efecto contrario dejándome inmóvil.
Mónica se bajó del gabinete y empezó a arreglarse la ropa de la blusa para ponerse en orden.
-Lárgate de acá... ¡COBARDE!- grité al mismo tiempo que le planté una sonora nalgada a aquella pequeña calienta pollas.
Mi acción le produjo un gran susto a la pobre, ya que la hizo brincar con una cara de sorpresa en su rostro. Comenzó a salir de la cocina apresuradamente.
-¿A dónde vas?- pregunté molesto
-Al baño- respondió ella secamente sin voltear a verme
Me quedé sentado en el gabinete de la cocina, extremadamente molesto, tratando de asimilar todo lo que habÃ*a sucedido en aquel momento. Las manos me temblaban, el corazón me latÃ*a a mil y mi pene no perdÃ*a su erección. Sin darme cuenta, ya habÃ*an pasado como 5 minutos, y no escuchaba el sonido del retrete, asÃ* que decidÃ* ir a investigar. Al salir de la cocina, llamé a Mónica un par de veces, pero no obtuve respuesta. Me dirigÃ* a la puerta del baño y noté que ésta se encontraba entreabierta.
Con curiosidad me asomé lentamente hacia la puerta, tratando de no hacer ruido.
-¿Mónica? -pregunté tratando de ubicarla.
Lo que me encontré fue el cielo; Mónica se encontraba parada en la esquina baño, junto al retrete, vestida únicamente con su ropa interior. Se tapaba la mitad inferior de la cara con sus manos, pegando los brazos a su cuerpo para cubrirse los senos bajo su sostén. Sin duda estaba ansiosa.
Inmediatamente interpreté su gesto y me acerqué a ella rápidamente, sin darle oportunidad para que se arrepintiera. La besé de nuevo y acaricié la piel de su espalda con mis manos. Ésta vez se dejó quitar el sostén. De inmediato me apoderé con mi boca de uno de sus pequeños senos, succionándolo con la habilidad suficiente para que se le pusiera durÃ*simo el pezón. Hice lo mismo con el otro con toda la dedicación del mundo.
Tomé con mis manos sus bragas y me agaché al mismo tiempo que se las bajé con un poco de lentitud. Apareció ante mÃ* un coñito precioso y "rasurado". Por fin, después de tanto tiempo, recordé el sabor medio agrio y salado de una vagina palpitante, al deslizar sin miramientos mi lengua en medio de los labios Ã*ntimos de Mónica. Mi acción le provocó emitir un recio gemido que hizo eco debido al vacÃ*o de la oficina. Sin duda mis lamidas le estaban resultando riquÃ*simas, porque abrÃ*a las piernas lo más que podÃ*a. Yo estiraba mi lengua con fuerza, recorrÃ*a su vagina completa la cual cada vez se tornaba más y más húmeda, produciendo aquel delicioso licor que yo saboreaba con desesperación. Casi la hago caer de espaldas cuando luego tomé su muslo y lo subÃ* sobre mi hombro, en ésta posición su vagina quedó aún más indefensa a la sed de sexo de mi lengua.
-¡Espera!- dijo Mónica luego de tragar saliva para recuperar el aire
-¿Y ahora qué?
-¡SÃ*gueme! Tengo una idea- respondió mientras tomaba sus ropas del suelo y salÃ*a rápidamente del baño. En su acto de salida Mónica me dio un impresionante panorama de su exquisito culo desnudo, de nalgas separadas. Ver aquel trasero redondo me aumentó más la erección que tenÃ*a desde que nos habÃ*amos besado.
La alcancé en medio del salón principal. EntendÃ* lo que pretendÃ*a al ver que acomodaba su ropa en el piso extendiéndola. Sin duda estaba tratando de improvisar una cama debido a la ausencia completa de muebles en aquella ubicación.
-¡Vamos quÃ*tate la ropa!- me ordenó -¿Qué esperas?
Obedientemente me empecé a despojar de mi camisa y luego de mi pantalón. Cada prenda que me quitaba, se la entregaba a Mónica para que la acomodara en el piso. Ella me observaba atenta con una expresión de lascivia. TenÃ*a en su rostro la misma expresión con la que me observó de lejos el dÃ*a del cumpleaños del Señor Mendoza, luego de que me habÃ*a acariciado el pene. ComprendÃ* que aquella expresión, era de la verdadera Mónica.
Al quitarme la ropa interior mi pene saltó erecto, ansioso de entrar en todos los agujeros que Mónica estuviera dispuesta a cederme. Y el primero de éstos fue su boca, ya que mi ardiente compañera me haló hacia ella, poniéndose de rodillas sobre nuestras ropas para comenzar a chupar suavemente la punta de mi pene. Era riquÃ*simo sentir su boquita de labios delicados acariciar con suavidad el glande de mi pene. Sin duda el lÃ*quido preseminal de mi verga le empapó la lengua. Mónica se deleitaba tanto que me tomó de las nalgas y me haló hacia ella para engullirse mi pene casi por completo. Lo hacÃ*a con lentitud, con cadencia en sus movimientos. Nublado por el deseo apreté su cabello rizado para obligarla a mover su cabeza más rápido. Al sentirse demasiado presionada Mónica detuvo su mamada y empezó a pajearme el pene con fuerza y rapidez. Sus ojos soñadores me miraban a la cara. No era necesario que me dijera nada, para saber que estaba disfrutando de mi pene y añoraba tenerlo adentro.
Su expresión estaba como perdida, se encontraba en un punto donde ya no hay vuelta atrás, ese trance en el que se nos nubla por completo la conciencia y somos capaces de hacer cualquier cosa, guiados exclusivamente por nuestros instintos. La hice detener sus movimientos masturbatorios, ya que si hubiera seguido en ese plan, me habrÃ*a corrido en su rostro. Me postré sobre ella para obligarla a retroceder y recostarse boca arriba sobre nuestra cama improvisada. Hambriento de nuevo por su coño, me posicioné entre sus piernas para lamerlo con fuerza un poco más. Ella gozaba, abrÃ*a sus piernas se retorcÃ*a de placer, especialmente cuando empecé a succionarle el clÃ*toris. Ver su boca abierta, jadeando y gimiendo con sus ojos cerrados desde esa perspectiva era una maravilla.
Luego de un buen rato, con la quijada entumecida, me coloqué de rodillas frente a ella y puse la punta de mi pene en la entrada de su vagina. Mi primer empujón produjo un respingo nervioso en Mónica, quién cerró un poco las piernas. No creÃ*a que fuese virgen, pero fácilmente se sentÃ*a que su vagina era estrecha. Ver mi sexo penetrando su cueva me hizo sentir poderoso.
-¡Despacio Ernesto! ¡Suave por favor!- dijo Mónica mordiéndose un dedo mientras mi pene avanzaba otro poco dentro de ella.
Pensé que se estaba haciendo la inexperta, ya que su vagina estaba lo suficientemente húmeda para dejar pasar mi pene entero. Me contenÃ*a porque querÃ*a disfrutar cada segundo de la oportunidad de cogerla. Me dispuse a frotar su clÃ*toris con uno de mis pulgares sin dejar de insertar poco a poco mi verga. Fue un movimiento acertado, ya que con aquel frotamiento, parecÃ*a haber encontrado uno de los interruptores del cuerpo de Mónica que la convertÃ*an de inmediato en una puta.
-¡SÃ*! ¡Mm! ¡Qué rico! ¡Métemela por favor!- comenzó a ordenarme apretándose los senos.
Sin piedad en mi siguiente empujón, metÃ* mi pene hasta adentro. Me lancé para quedar por completo sobre ella y para besarle el cuello y los senos, al mismo tiempo que mi cadera comenzó a arremeter contra su coño.
-¡Duele Ernesto! ¡No tan duro! - dijo Mónica quejándose de las penetraciones lentas y profundas que le estaba propinando.
La cólera se me mezcló nuevamente con la lujuria por lo que la fuerza de mis penetraciones, se hicieron más fuertes. Mónica expulsaba un gemido, mezcla de dolor y placer por cada penetración que recibÃ*a. El eco de su voz aguda en el salón principal de la oficina, era música para mis oÃ*dos. Me estaba desquitando de todos los malos ratos que me habÃ*a hecho pasar. Era mÃ*a.
-¿Te gusta mi verga verdad putita?
-¡Ah...! ¡Ah…! ¡Ah...! ¡Me encanta!
-Entonces dilo
-¡Me gusta…!
-¿Te gusta qué?
-¡Tu pene!
-¡No...! ¡Dilo bien!
-¡Me gusta tu… pene!
-¡Dilo bien ó ya no sigo…! - le dije deteniéndome tras un gran esfuerzo. Mi acción hizo que Mónica recuperar un poco el aliento, abriera sus ojos para verme y por fin responder lo que yo esperaba tras un par de segundos.
-¡Me gusta tu verga! ¡Me encanta…! ¿Ya estás contento…? ¡Méteme esa verga ya!
Aquella rendición golpeó mi cerebro como el afrodisÃ*aco más potente que jamás hubiera probado, acelerando la excitación en todo mi cuerpo hasta el lÃ*mite. Me di cuenta que era la primera vez que escuchaba a la engreÃ*da de Mónica decir una groserÃ*a de esa Ã*ndole. Otro factor que me hizo explotar, fue el hecho que desde que habÃ*a penetrado a Mónica con mi verga, estaba imaginándome que a la que estaba follando era a Alicia. Empecé a mover mi cadera con mucha más rapidez y frenesÃ*. Mi piel chocaba contra la pelvis de Mónica sin piedad, una, otra y otra vez. Fue demasiado para mi. .
-¡Me corro putita! – dije como esperando una aprobación
-¡Dámelo todo…!– respondió Mónica apretándome las nalgas y clavándome las uñas en ellas.
Mis jadeos se hicieron evidentes, tuve una de las eyaculaciones más exquisitas de mi vida, que mientras sucedÃ*a redujo momentáneamente el ritmo de mis penetraciones. Mónica aún no habÃ*a terminado, por lo que al sentir el lÃ*quido caliente dentro de su vagina, se apresuró a hacerme girar para quedar sobre mÃ*. Vaya que la excitación la hacÃ*a moverse con fuerza. Mi espalda quedó fuera de nuestra cama de ropa y tocó el piso frÃ*o de la nueva oficina. Mónica empezó a mover sus caderas circularmente sobre mi pene, acariciando al mismo tiempo mi pecho con sus manos. Por su prisa sabÃ*a que su orgasmo se aproximaba y justo a tiempo ya que a mi erección le quedaba muy poco tiempo de vida. La tomé con ambas manos del culo para ayudarla a ejecutar unos buenos sentones sobre mÃ*. Una sinfonÃ*a repentina de jadeos y gemidos fuertes, me anunció que habÃ*a logrado llegar al clÃ*max. Me olvidé de Alicia al momento de sentir las nalgas de Mónica convulsionando en mis manos por el largo e intenso orgasmo que experimentaba. TenÃ*a que ser realista, me habÃ*a cogido a Mónica y habÃ*a que darle crédito a su magnÃ*fico culo. Ambos llegamos al lÃ*mite y quedamos agotados y tendidos sobre el piso. Mónica se quedó recostada sobre mi pecho abrazándome.
Sin decirnos mucho, 10 minutos después, luego de superar la confusión de lo que habÃ*a pasado, nos vestimos de nuevo con nuestra ropa completamente arrugada, mi pantalón tenÃ*a una gran mancha producida por el derrame de nuestros fluidos. No me imaginaba como le iba a explicar eso a mi madre. Ya habÃ*a obscurecido, tenÃ*amos que retirarnos rápido de allÃ*, no daba tiempo de regresar a la oficina. Mónica se fue en taxi directamente a la universidad, despidiéndose de mÃ* con un beso suave en los labios y yo por mi parte me largué a casa. Esa noche no pude dormir.
De regreso
Al dÃ*a siguiente, todo se veÃ*a en orden. Llegué de primero a la oficina y me fui a refugiar a mi cubÃ*culo. No me movÃ* de allÃ*, luego escuché la voz de Mónica al fondo, cuando ya todo estaba más concurrido. No sabÃ*a como Ã*bamos a reaccionar cuando nos viéramos de nuevo. Fui a verificar unos datos al área de mercadeo, muy cerca de donde se ubicaba el escritorio de Alicia. Para variar con las novedades, ese dÃ*a resultó ser el cumpleaños de ésta. Todo el mundo, especialmente los hombres, se acercaba a abrazarla. Noté como varias veces Alicia volteaba a verme ansiosa, como a la espera del momento en que yo me acercara a darle un abrazo. Yo no tenÃ*a intenciones de hacerlo. De pronto cuando parecÃ*a que no faltaba nadie, se acercó Mónica y le dio un empalagoso, prolongado y extraño abrazo a Alicia.
-¡Feliz cumpleaños!- dijo Mónica con un ánimo a mi gusto exagerado.
-¡Gracias linda…! ¡Ya sabes que te quiero muchÃ*simo!- dijo Alicia mientras la abrazaba con demasiado ahÃ*nco, restregándose a ella con fuerza.
De pronto ambas se me quedaron viendo a la cara. Los rostros de sus mejillas habÃ*an quedado unidos y entre las dos hicieron una expresión de complicidad. Mi mente dio muchas vueltas, esa mirada múltiple me hizo sospechar que entre ellas habÃ*a algo que yo hasta el momento no habÃ*a notado. Varias preguntas invadieron mi mente en ese momento "¿Será que Alicia es realmente amante del Señor Mendoza? ¿Y si Mónica y ella son…? ¿Por qué Mónica empezó a seducirme en la época en que Alicia me evitaba? ¡Quizás podrÃ*a perder el trabajo!", Supe entonces, que habÃ*a cometido un grave error. ¡Y sÃ*…! Las odié por eso.
 

poncho

Virgen
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creo q despues de ewsto me considero un misogeno
 

desmo1977

Virgen
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historias buenas si que me encantan algo pero ni muchi
 
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