El internado de señoritas sin hogar

lalilulelo003

Pajillero
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Ago 6, 2019
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El escenario es el vetusto internado para señoritas sin hogar “Santa Águeda”, en una fría zona del norte español. El momento, un lluvioso domingo de noviembre a mediados de los 70. Los protagonistas, tres niños. Más concretamente, dos muchachas huérfanas de 16 y 11 años y un niño de 9.

El niño, aunque ya no tiene madre, no es un interno más, ya que es un orfanato exclusivamente femenino. Es el hijo del bedel, un hombre silencioso y diligente, que se ocupa del mantenimiento del vetusto edificio. Al quedar viudo, las monjas le ofrecieron al buen hombre la oportunidad de alojarse allí con su hijo, en la vieja caseta que hay en la zona trasera del patio, junto a las cocinas. El niño, que se llama Mariano, es mudo de nacimiento, y es tratado por las chicas y las monjas casi como una mascota. Acude a clases con las demás chicas, y está aprendiendo a leer y escribir, pero es solitario y huraño, quizá debido a su incapacidad para hablar.

Ese domingo, como otros muchos, las niñas se han ido de excursión con las monjitas para asistir a misa en la catedral. Bien temprano por la mañana montaron en el autobús 28 chicas y 6 monjas camino a la capital. Sólo quedaron en las instalaciones cinco personas: el bedel, su hijo Mariano, Sor Patricia y dos chicas, castigadas sin la excursión por su mal comportamiento.

La hermana Patricia es una señora de 44 años, de mirada severa pero justa en el trato. De corta estatura, dos enormes pechos abultan su hábito, allí donde un rosario de madera se balancea al ritmo de su paso vivo. Le ha tocado quedarse ese domingo a cargo de la institución, pero no ha salido en toda la mañana de la última planta del edificio, lugar donde las monjas tienen sus estancias personales.

El bedel, Don Justino, como cada domingo, ha ido al pueblo cercano a leer el periódico en el Bar y tomar unos vinos. Así, los tres niños tienen casi todas las instalaciones para ellos solos.

Úrsula, la mayor, es una hermosa muchacha de pelo moreno que se suele recoger en una cola de caballo. A sus 16 años es alta y esbelta, toda una mujercita. El espantoso uniforme gris no es capaz de disimular unos pechos grandes y bien formados. En la quietud de la noche, cuando todas las niñas apagan las luces después de rezar una oración, se oyen algunos llantos procedentes de algunas camas. Sin embargo, de la cama de Úrsula sólo surgen gemidos de placer. Es descarada y no le importa que las otras niñas la oigan masturbarse. Perdió la virginidad hace ya mucho, en manos de un monaguillo de 20 años, pero tras tantos años de convivir sólo con chicas, sus gustos se están tornando cada vez más homosexuales. Algunas monjas dicen que tiene el demonio en el cuerpo. Su mal comportamiento y su avanzada edad hacen que cada vez sea más difícil su adopción.

La otra niña, de 11 años, se llama Alejandra, pero todas la llaman “la rusa” debido a sus rasgos, más propios del este de Europa que de la España de los 70. Debido a un problema con los piojos le raparon la cabeza hace unos meses, así que en el momento de los acontecimientos luce un peinado estilo “garçon”. Su pelo es naranja como una zanahoria y su piel blanca y pecosa. Está muy delgada, casi desnutrida, sin pechos ni caderas. Es la protegida de Úrsula, quien goza de su cuerpo cada vez que puede.

Esa mañana, algún demonio vicioso y pervertido se ha encarnado en las niñas y estas, viéndose dueñas del lugar, se han acercado al hijo del bedel, quien jugaba sólo a las canicas en el patio, y le han convencido para bajar al sótano a enseñarse mutuamente los genitales. Mariano es algo antisocial, pero no idiota, así que ha aceptado de buena gana, aunque con algunos nervios, pues será la primera vez en su corta vida que haga algo tan pecaminoso. Han descendido las resbaladizas escaleras de piedra en fila india, encendiendo la pobre luz del techo. La caldera que dota de calefacción al enorme edificio hace que el ambiente sea húmedo y caliente. Trastos y muebles viejos amontonados por todas partes hacen la escena aún más sórdida.

Úrsula toma la iniciativa y tras subirse el vestido, deja caer las bragas, mostrando al niño su espeso vello púbico. Alejandra la imita, enseñando su rajita, apenas cubierta por un mechoncito de vello pelirrojo. El nene se excita como nunca en su vida y, nervioso, se sube el jersey con una mano, mientras se baja los pantalones con la otra. Su pene es pequeño pero muy duro. Parece tener fimosis, pues el prepucio cubre todo el glande. Por supuesto no tiene nada de vello.

-Desnúdate entero- ordena Úrsula, pero como el chaval parece dudar, es ella misma quien lo desviste. El torso es delgado y fibroso. Su mini pene sobresale como un extraño apéndice. Le ordena que retire el prepucio, y se confirma que tiene fimosis.

Ellas también se despojan de sus uniformes grises y quedan los tres desnudos salvo por los zapatos y los calcetines. Los cuerpos, que parecen esculpidos por un artista clásico, brillan sudorosos a la mortecina luz de la lámpara. Úrsula ordena a los pequeños que se toquen y así lo hacen. El pequeño Mariano no puede evitar balancear sus caderas mientras siente los dulces dedos de Alejandra sobre su pene y sus testículos. Los labios vaginales de la niña son suaves y blanditos, pero tersos y firmes. Al pasar los dedos entre ellos, una humedad se los moja, y el ambiente empieza a oler a sexo. Úrsula disfruta viendo a los dos mancebos dándose placer, y se toca con vicio. La cosa no ha hecho más que empezar, pues piensa utilizar a Mariano a su antojo.

Pronto le obliga a tumbarse sobre un catre viejo, atándole las muñecas y los tobillos a las esquinas del somier con unos cordeles. Ambos súcubos disfrutan viéndole sufrir en silencio mientras le hacen cosquillas en las axilas y los costados. El niño se agita suplicando clemencia, pero no la hay. Le cosquillean con las uñas y le pellizcan los pezones. Le estimulan el pene palpitante rozándolo con sus diabólicas lenguas; se morrean entre ellas con la pétrea protuberancia del chaval entre sus bocas.

Él gimotea de placer y dolor cuando Úrsula se sienta en su cara, restregándole su vagina y su ano. El muchacho se asfixia con las partes de la adolescente mientras la otra niña se penetra con su herramienta y lo cabalga. El pequeño pene parece hincharse en su interior, acoplándose a su estrecha vagina. Alejandra siente ganas de orinar, así que se eleva y, poniéndose en cuclillas descarga sobre los genitales de Mariano, quien empieza a derramar las primeras lágrimas de humillación y placer al sentir el líquido caliente sobre sí. Las niñas se ríen con maldad y vicio.

Intercambian sus posiciones durante casi una hora, utilizando cualquier parte del cuerpo del mancebo para proporcionarse placer; por supuesto el duro e incansable pene, pero también el dedo gordo del pie, la nariz o la lengua. Contra todas esas partes frotan sus clítoris abultados y sensibles, y se penetran con ellas experimentando goces maquiavélicos. Mariano no eyacula; ni lo hará, es demasiado joven para eso.

Úrsula tiene un rosario. Lo cogió de la cocina, donde alguna hermana lo olvidó. Lo coloca entre las piernas de Alejandra y restriega sus cuentas contra el clítoris de la niña, el cual tropieza frenéticamente contra las bolitas de madera barnizada. Puede sentirlas estimulando a la vez su año y su clítoris. Úrsula aumenta el ritmo progresivamente y Alejandra estalla en un fuerte orgasmo, rezumando jugos por el interior de sus pecosos muslos. El chico las observa, aún atado. Se le ha dormido una pierna, pero su pene no desfallece. Es el turno de Úrsula, quien también alcanza un potente orgasmo en cuestión de segundos.

El juego no ha terminado. Pretenden aprovechar todo el día, pues nadie volverá hasta bien entrada la tarde. Alejandra parece encontrar satisfacción en succionar el pene de Mariano y se entrega a ello mientras la mayor parece buscar algo entre los trastos de la estancia. El niño siente ganas de orinar, y piensa que quizá podría vengarse. No quiere hacerlas enfadar pero apenas puede contenerse, y le parece de justicia devolverle la jugada a la muchacha pelirroja, así que de pronto un potente chorro de orina estalla en el paladar de la niña quien se retira empapándose la cara. Parece una fuente. El chorro se eleva en el aire más de un metro y cae sobre sí mismo y por todas partes. Durante un momento parece que no vaya a parar nunca, pero al rato empieza a desfallecer hasta que se extingue.

Úrsula vuelve entonces a escena con medio palo de escoba en la mano, dispuesta a castigar tan díscola actitud por parte de su esclavo. Inspiradas por Satanás, las niñas separan los muslos de Mariano, en busca de su ano. Él intenta resistirse, pero las ataduras son fuertes y no dejan opción. Separan con sus dedos el esfínter todo lo que pueden y ensartan al muchacho con la escoba. Primero 5 centímetros. Luego 10. Más tarde 15. Ellas siguen riendo, besándose con lascivia y tocando con morbo sus pantanosas hendiduras. El chaval se agita cuanto puede, lo que provoca ruido de maderas al chocar el palo de la escoba con las lamas del somier donde lleva atado ya casi dos horas.

Las risas se desvanecen secamente y el rostro de las chicas se ensombrece por completo. Mariano se pregunta qué habrán visto en la escalera, donde él no puede mirar. Se le hiela el corazón pensando que pueda ser su padre. Pero de repente, oye la voz serena de Sor Patricia:

- Por Dios bendito y la Virgen Santísima.

En realidad, el espectáculo es dantesco: los tres menores desnudos salvo por los calcetines y los zapatos, empapados en orines, las muchachas entregadas al goce homosexual y el niño atado a un catre con un palo de escoba asomando por su trasero.

Al contrario que el contenido de sus palabras, el tono de su voz no muestra ninguna emoción concreta. La monja se acerca a la perversa escena.

- Esta vez os habéis superado- dice, examinando la escena con aparente tranquilidad mientras avanza.

Las chicas se abrazan como para protegerse. Úrsula cambia su expresión, aprieta la mandíbula con rabia, preparando alguna respuesta agresiva, pero la hermana no parece alterarse.

- Definitivamente, el demonio ha entrado entre estas paredes- sigue su perorata con tono insípido.- Me temo que los pecados de la carne se pagan mortificando la carne, así que a partir de ahora los tres vais a hacer todo lo que yo ordene si no queréis que os mande al Sanatorio.

Nombrar el Sanatorio es peor que nombrar al diablo para los niños. Se trata de un hospital psiquiátrico no muy lejano que todas las muchachas temen por culpa de las leyendas que se oyen sobre los tratamientos que allí aplican.

- Soltad al pobre Mariano- ordena Sor Patricia. Las chicas hacen el ademán de buscar su ropa para cumplir las órdenes pero la monja las ataja.- No he dicho nada de que os podáis vestir aún. Los tres de rodillas.

Las chicas sueltan a Mariano, quien se saca el palo del culo y los tres se ponen juntos de rodillas. Sor Patricia los mira por encima de las gafas. Es la primera vez que los niños la ven sin el hábito. Los domingos es el día libre de las monjas, y como una vez terminada la misa no suelen salir de la última planta, tienen por costumbre vestir su vieja ropa de antes de hacer los votos. La ropa que lleva la monja parece antigua, y sin duda, se le ha quedado algo pequeña con el paso de los años. Inesperadamente, luce una figura voluptuosa y sensual. Sus grandes pechos se marcan en el jersey, y lo mismo sucede con su trasero en los viejos pantalones de tela. Recoge su melena castaña en un firme moño.

- Tengo que sacaros el pecado del cuerpo- susurra mientras se pasea ante ellos mirándolos.

Se para ante Úrsula y en un ágil e inesperado movimiento le ventila un sonoro guantazo que retumba en las paredes del sótano. La muchacha le sostiene la mirada con furia y parece querer rebelarse, pero un segundo mamporro aplaca sus ánimos. La mejilla se le enrojece mientras ahora la rabia de Sor Patricia descarga sobre Alejandra; su piel, tan blanca y pecosa, se torna roja tras recibir otro sopapo en la misma mejilla que su compañera. Parece que Mariano, por ser la víctima, se va a librar del castigo físico, pero nada más lejos de la realidad. Nuevamente la mano de la monja impacta, ahora sobre el muchacho.

- A juzgar por la dureza de tu pene, no estabas sufriendo en absoluto- se explica la hermana.

Con tanto guantazo, algunos mechones de pelo se le han soltado del moño, y sus mejillas se han encendido. Tiene calor, así que se saca el jersey y se queda en blusa. El crucifijo que cuelga del cuello se apoya en sus melones. Ante el asombro de los niños, empieza a soltarse botones de la blusa y también se la quita. Un espantoso sujetador marrón cubre sus pechos, pero pronto estos se ven libres de toda prenda. Tiene las tetas algo caídas, pero grandes y redondas. El crucifijo parece más pequeño entre esas masas de carne.

Los muchachos alucinan mientras Sor Patricia sigue quitándose ropa. Los tres se excitan con la situación: la hermana Patri desnudándose ante ellos. Las bragas también son algo ortopédicas, marrones y feas, pero pronto se escurren hasta el suelo. El pubis de la monja es una mata de vello negro ensortijado, pero sorprendentemente, no tiene pelo ni en las axilas ni en las piernas, lo que dice mucho de ella.

La monja agarra el palo de la escoba que había quedado en el suelo y lo apunta hacia la cara de Alejandra.

- Chupa- ordena.

La niña se la queda mirando, saca la lengua tímidamente y da un ligero lametón.

- Métetelo en la boca y chupa- vuelve a ordenar, con un tono de voz más firme.

La muchacha pelirroja obedece y chupa el palo de la escoba como si fuera una verga. Úrsula es la siguiente, y Mariano tampoco se libra. Una vez que está cubierto por la saliva de los tres niños, la monja separa los muslos e inserta el palo en su vagina cerrando los ojos como para disfrutar más del momento. Suelta un gran gemido por sus labios entreabiertos que resuena en la amplia estancia. Los chicos, aún arrodillados, no se atreven a mirarse entre ellos, así que observan el espectáculo. Los tres están muy excitados. El pene de Mariano lleva duro más de tres horas y los labios vaginales de las niñas están empapados. Observan cómo el palo, que debe medir medio metro, desaparece dentro de la monja hasta la mitad y vuelve a salir repetidas veces. Después se lo da a probar otra vez, y ellos lo saborean.

Entonces la hermana se acerca a un viejo baúl y saca de dentro un viejo crucifijo de metal de unos 30 centímetros. Tiene una pequeña argollita de la que debía colgar hace tiempo.

- De rodillas, tumbados sobre el catre-.

Obedecen, quedando con el culo en pompa. Las 6 tiernas y virginales nalgas ofrecen a la monja un espectáculo que no había imaginado ni en sus mejores sueños. Las fustiga una a una con la cuerda que había servido para atar las muñecas de Mariano hasta que se ponen rojas. Les introduce el crucifijo metálico en el ano hasta los brazos antes de castigarles las nalgas, para expiar los pecados de los chicos. Ellos gozan y sufren a partes iguales.

Sudando, exhausta, se sienta en un viejo sillón.

- Debéis tomar la esencia de la virgen si no queréis arder en el infierno; venid a por ella.

Los chicos se acercan, con las nalgas doloridas. El muchacho succiona un generoso pezón, y Alejandra el otro. Úrsula se esmera en la entrepierna de la hermana. Todos gimen y resoplan. Se acarician, se besan, se lamen. Penetran a la monja con el crucifijo; todos los orificios son violados, y los orgasmos los sacuden repetidamente. Incluso Mariano se tensa en varias ocasiones rezumando un líquido semiespeso por su pequeño pene.

Pasan horas y no se cansan. Los cuatro están poseídos. Al final acaban abrazados desnudos sobre el catre. Sor Patricia les obliga a fregar el suelo de orines y ordenarlo todo, pero maternalmente, se encarga de sus ropas sucias y mojadas.

A partir de ese día, “el día del señor” tuvo un nuevo significado para los cuatro.
 

rafvallone

Estrella Porno
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Brutal,me encanto la mexcla de sexo y perversion,te felicito.
 
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