El Embarazo es Adictivo 01

heranlu

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Clara es una mujer de 34 años, aproximadamente 1.67 de altura, esbelta de cuerpo, y muy ocupada con su trabajo. Es contadora pública al igual que su madre, con la cual vive aún a su edad junto con su hijo Leonardo (Leo), quien cursa la universidad.

Su hijo es un poco más alto que ella, fibrado de cuerpo sin exageraciones. Desde que Clara se quedó embarazada a muy temprana edad, su vida ha girado en torno a su hijo, la escuela y posteriormente a su trabajo. La reprimenda por parte de su madre Rocío, la había dejado traumatizada.

Y es que para Rocío, había tenido que dejar de lado todas sus aspiraciones cuando el patán que la había llevado a una fiesta de la universidad la embriagó hasta dejarla inconsciente y embarazada. Aun así, ella era una milf en toda regla, una mujer preciosa, aunque bastante recatada al vestir. Todavía seguía siendo fértil y bastante deseada por colegas y clientes, sin embargo su amarga experiencia la habían cerrado a la sexualidad.

Ellas siempre tenían que trasladarse de la pequeña comunidad en que vivían a la ciudad próxima en donde realmente desempeñaban su vida laboral, para después regresar a la apacible y modesta casa que rentaban desde hacía años.

La noche que inició todo, Clara apenas había terminado el trabajo que la tuvieron sin dormir los días pasados, fue a la cocina a prepararse un té, para después tratar de relajarse viendo su telenovela nocturna, la cual tenía muy abandonada.

Debido al cansancio acumulado y a la caliente y relajante bebida, terminó por dormirse en el sofá de tres plazas que se encontraba frente al televisor.

Su sueño de por sí era pesado por naturaleza, pero también por ésta última, despertó algo confusa y con muchas ganas de orinar. Se dirigió al baño en el segundo piso lo más aprisa que le permitía su cuerpo adormilado y deseoso de regresar a dormir.

Terminada la urgencia, se dirigió hacia su cuarto el cual se encontraba pasando el de su hijo Leo, y había abierto la puerta de su habitación, cuando un fuerte gemido la distrajo. Parecía provenir del cuarto de su madre al final del pasillo. No podía creerlo, después de tanto tiempo y sobre todo, de tanta disciplina de trabajo y recato, ella, su propia progenitora, para quien su existencia era un error que le había costado sus sueños, por fin le había valido todo y metido a un extraño a la casa.

Sería mentir si se dijera que el primer pensamiento que llegó a su mente fue el ruido que podría despertar a Leo, mismo que idolatraba la figura de su abu, como él siempre la llamaba. No. Lo primero que pensó fue en los fluidos que empezaban a depositarse en su panty, la cual resguardaba esa peluda y casi virgen panocha que ahora perfumaba todo el ambiente a su alrededor.

Se acercó sigilosamente, los gemidos iban en aumento y su nerviosismo aceleraba su corazón, lo cual era provocado por el espionaje improvisado de las correrías nocturnas de su madre. La luz del cuarto se filtraba por debajo de la puerta, además de no estar cerrada, lentamente la abrió un poco, sólo lo necesario para poder ver y escuchar mejor. Lo que oyó fue una bomba emocional que no se esperaba para nada.

-Ah, agh, ah, ayyy, síí, ¡sigue, por favor sigue! Ah, ayyy, ah, aughhh.

-¡Vamos abu! ¡Eso, así! Aprieta más abu, muévete más, sí. ¡Qué delicia!

-Ah, no tan rudo, agh, ten cuidado con el bebé, aaayyy.

El plas plas de sus carnes chocando se escuchaba como acompañamiento a los gemidos y bufidos de ambos. De pronto el golpeteo de los cuerpos se dejó de escuchar y Rocío le comenzó a reclamar.

-No te detengas, sigue por favor, ya casi llego.

-Lo siento, pero no has hecho ni dicho nada de lo que te ordené, te aprovechaste de lo rica que estás para que se me olvidara, por eso me voy abu.

-No...

-Entonces, ¿harás lo que te pedí?

Leo acercó su miembro a los labios de su abuela, evitando que pudiera haber cualquier tipo de roce entre ellos, volvió a pasarlo de nuevo, tratando ahora de que el sentido del olfato de Rocío aspirara el olor mezclado de ambos sexos expeliendo de ese instrumento de carne, dejando finalmente que lo saboreara un poco. Por fin acercó sus labios a los de ella, haciendo una finta de besarla y en su lugar lamió su mejilla en la parte que todavía no se manchaba de su corrido maquillaje que bajaba a causa del exceso de sudor y lágrimas derramadas, tal vez producto de la lloradera previa, precisamente había sido por fin desflorada de su culo virgen por su querido nieto.

Los labios de Rocío tremulaban, signo evidente de su indecisión, por último, él la incorporó para tenerla de pie mirándole fijamente a los ojos y sin que se diera cuenta, empujar sus caderas lo suficiente hasta rozar su glande de su verga por la pegajosa piel de su vagina bañada en fluidos.

-No hagas eso por favor, sólo sigue, yo, yo...

-Dilo o me iré, creo que no es como me prometiste, tendré que seguir con ya sabes quién.

-No, ya te dije que no te aproveches de ella, y más ahora que...

-Última oportunidad.

Leo introdujo sólo la punta, talló lentamente el glande en su entrada goteante y penetró sólo un poco más para que saboreara su segunda boca de lo que se estaba perdiendo, y obligarla a que cediera a su deseo y poseerla completamente. No sólo quería tener poder sobre su cuerpo, sino también sobre su mente y lo más importante, sobre su voluntad.

-Soy únicamente tuya y para siempre...

-Y, ¿qué más? (en susurro), ¿vas a seguir obligándome a usar esa cosa tan horrible de nuevo?

-No, ya nunca te obligaré a usarlo, siempre será a pelo.

-¿y te atreverás a utilizar algo que vaya contra mis deseos?

-Jamás. Nunca usaré de nuevo ningún método anticonceptivo, todos y cada uno de mis óvulos que aún posea se convertirán en nuestros futuros hijos... Por favor, sigue, ya no puedo más.

-Falta lo último, dime, ¿acaso te estoy obligando o lo haces por tu propia voluntad?

-Es mi deseo que así sea... ¡Ya por favor! (Leo negó con la cabeza, indicándole que faltaba lo más importante).

-Tú eres mi dueño, mi macho, mi nieto y el único cogedor que necesito.

-¿Era tan difícil?

-Yo... Yo...

No le dio tiempo a contestar, se introdujo en su interior abruptamente y levantándole su pierna izquierda, el ritmo de sus caderas era infernal al principio, para después levantarla totalmente en ancas. En tanto ella había aprovechado para atrapar a su hombre con brazos y piernas, convirtiéndose en una enredadera humana, evitando que se pudiera escapar. Pasaron a una lentitud pasmosa, pero con mayor profundidad en la penetración. Este ciclo de cambiar las velocidades de la cogida se repitió en varias ocasiones, deteniéndose apenas antes de que ella pudiera alcanzar el clímax en cada ocasión.

Volvió a detenerse en las profundidades de ella, sacándosela rápidamente. Rocío creyó que volvería a torturarla con lo mismo, sin embargo, no fue así. La sentó en la cama, con las piernas sobre el suelo y empujando su torso sobre el colchón, enterró su lengua en su intimidad, a veces ayudada por dientes y labios, la llevaba de nuevo a escalar el punto sin retorno del orgasmo para detenerse en seco. Rozaba de manera apenas perceptible con su pulgar el clítoris, desesperándola. Sentía esa sensación irritable de estar al filo de todo, quedándose en el limbo.

Iba a volver a protestar, pero antes de poder hacer sonido alguno, él la sujetó de los pies, levantándoselos en el aire para echar sus pantorrillas al hombro y detener el peso de sus piernas, para insertarse de nuevo en su caverna líquida. El vaivén demencial la hizo poner su mente en blanco, toda la existencia a su alrededor se desvanecía, únicamente existía el placer. Los gemidos se hicieron música, el plaf plaf de sus carnes indicaban el ritmo de su éxtasis. Volvió a detenerse una vez más y Rocío ya no lo soportaba.

-¡Por favor, ya no me hagas esto!

Leo colocó las piernas de su abu en su cintura, una a cada lado, se inclinó sobre su cuerpo y apoyándose sobre el colchón, agarró su teta y se la llevó a la boca, chupo con fruición, dobló su cuerpo lo necesario para reiniciar la cogedera y no soltar su presa de la boca. El reinicio fue un poco lento hasta que el ritmo fue tal que Rocío tenía que agarrarse de lo que fuera para que los embistes no la fueran alejando del alcance de esa tranca que tanto placer le brindaba y no se perdiera la profundidad con la que llegaba, ya que la aventaba de a poco cada vez que entraba en ella.

Ahora sí, su venida fue bestial, los sonidos guturales e ininteligibles parecían uno sólo, su garganta se desgarraba a causa del grito final que lanzó al sentir el potente chorretazo de esperma abriéndose paso por su cérvix y encontrar el espacio saturado de una incalculable cantidad de semen de esa noche y de los días pasados, y por supuesto, del embrión que crecía en esa cámara de lujuria.

Leo a pesar de sentir una sensibilidad pasmosa, se obligaba a seguir el mete y saca lo más posible, tratando de que las caderas sin control de su abu no lo sacaran de esa gruta que ya le pertenecía. Sin embargo, el descontrol de sus propias caderas, y la intensa explosión de sensaciones e hipersensibilidad, la llevaron a perder el contacto, sus glúteos y piernas ya no la obedecían, había algo en su interior más fuerte que le hacía perder toda respuesta motriz, el éxtasis era tal, que le hizo perder el conocimiento mientras lanzaba un chorro líquido por su concha.

Se derrumbó junto a ella, y a pesar de no estar consciente, varios de sus músculos tremolaban casi fantasmagóricamente.

Pasaron unos minutos y volvió en sí. Leo trataba de tocar su panocha encharcada, pero cada que lo intentaba instantáneamente su pelvis se contraía en un espasmo huyendo del contacto. Estaba hipersensible, babeaba un poco, y todo el maquillaje que se había aplicado se encontraba corrido en todo su rostro. Al ver las reacciones que tenía, no le quedó de otra que conformarse con caricias leves sobre sus erectos y también hipersensibles pezones, sobre su piel, sobre su rostro y cabello.

Afuera de la habitación, Clara estaba toda pegajosa de las piernas y panocha. Sus dedos se encontraban ahogados en flujo y su boca no podía detener la saliva que se le había escapado en su estruendosa venida. Fue una suerte que los sentidos de su madre e hijo se encontraran completamente obnubilados por su propia corrida y no escucharan el agudo chillido de ella, esfuerzo casi infructífero de querer ahogar un sonoro grito de su placentera acabada.

Se fue a su habitación graciosamente, pues caminaba todavía con las pantys en sus muslos, parecía que cada fuerza restante en su cuerpo se le iba en huir de la escena antes de ser descubierta.

Despertó a las nueve de la mañana, se oían voces provenientes de la planta baja, se levantó y vistió con una bata gruesa que utilizaba para el invierno. Se sentía sucia y pegajosa, pero sobre todo, a donde se dirigiera la seguía el olor inconfundible a concha, a hembra recién corrida.

Quiso meterse a bañar ates de bajar, pero el rechinar de la puerta del baño la delató. Inmediatamente la voz de su madre le pedía que bajara sin dilación.

-Clara, hija. ¿Ya terminaste las declaraciones de la señora Pérez y de la abarrotera?

-Sí mamá, están sobre la mesa del teléfono.

-No las veo, baja antes de que entres al baño, necesito que me las des porque ya me voy a la secretaría.

Para sus adentros, Clara recordaba las imágenes de la noche anterior, los sonidos y los olores embriagantes de sus sexos. En voz baja, casi entre dientes, enojada y temerosa de que pudieran descubrir su espionaje, se decía: “Que te las dé, bien que le diste las nalgas a mi niño y encima...”

Bajo lentamente, pero tuvo que apurarse ante la arenga de su madre que la apuraba en la puerta de salida.

Pasó por enfrente de Leonardo y se abocó en la búsqueda de los papeles. Sabía que los había dejado en esa mesa, pero tampoco los encontraba. No podía ser, todo su trabajo y el dinero del mes estaba en esos papeles. Recogió el largo cabello que le estorbaba en la cara al agacharse y ver si no se habían caído.

Fue a la pequeña sala y los encontró en el sofá. Los acomodó bien en sus respectivos folders y los entregó a su madre.

Roció salió apurada a la cochera, Leo se ofreció a abrir el portón de la cochera y salió tras ella. Clara se disponía a subir al baño y tomar un buen regaderazo, cuando le pareció escuchar un gemido casi apagado. Se acercó a la puerta y los vio, su niño tenía a su abu atrapada entre el auto y su cuerpo, le había levantado la falda de tubo que llevaba, dejando a la vista unas señoras bragas de encaje y transparencia, nada que ver con las pantaletas que en muchas ocasiones también le había tocado lavar de su madre. Leo metió la mano en la pendra e introdujo unos dedos en aquél chocho, un pequeño respingo delató su aún sensible coño.

-No, por favor no, todavía sigo muy alteradita. Mejor espera, no hagas que me vuelva a mojar, voy a ir oliendo feo.

-Al contrario abu, ojalá siempre pudiera oler tu perfume más natural.

Sacó los dedos apenas húmedos, los llevó a su boca y los pintados labios fueron humedecidos por sus caldos íntimos. Parecía brillo labial, lo cual no duró mucho, pues ella se los relamió enseguida, ya se había acostumbrado a saborear sus efluvios y empezaba a disfrutar de ello.

Se hincó enfrente de ella, besó su monte de venus y bajó la falda. Al levantarse aprovechó para asir la mano derecha de su abu y llevarla a su entrepierna.

-Trata de no tardarte abu, vamos a estar esperándote siempre así.

Leo llevaba una erección considerable, manejó la mano de su abuela para que no sólo la tocara, sino que recorriera toda su longitud, cerrara la palma alrededor del enhiesto falo y sopesara las grandes bolas recargadas de más leche.

Rocío se zafó y se subió al coche. Lo arrancó y salió en cuanto su nieto dejó abierto el portón por completo. Antes de enderezar el auto sobre el camino, con sus pupilas dilatadas y mordiéndose el labio inferior, volvió a echarle un vistazo a Leo y luego arrancó a toda prisa, como queriendo huir, para no bajarse a pecar en plena calle.

Clara volvió a mojarse, su instinto materno le recriminaba el estar cayendo en la lujuria, en el deseo, en el pecado. Se aterrorizó de pronto, se vio sola con él, deseaba que ya se fuera a la clase de las once en la universidad como lo arcaba su horario, pero aú faltaba tiempo. Corrió escaleras arriba antes de que su hijo terminara de cerrar el portón y se encerró en el baño, cerrando con seguro.

Estaba ya dentro de la bañera, esta era rodeada con una mampara semi transparente de color rosa, pero antes de poder abrirle al agua caliente, se espantó al llamado de la puerta. No podía ser otro que Leo.

-Mamá, perdona que te moleste, pero es que ya no puedo aguantar más, déjame entrar al baño, que me voy a hacer encima.

De repente los recuerdos se agolparon en su mente, lo primero que rememoró fue la primera vez que de pequeño llegó una noche a su cuarto porque se había hecho en la cama. La vez que había aprendido a ir al baño sólo y la vez que había prorrumpido en su cuarto para dormir esa noche con ella por miedo al monstruo de abajo de la cama.

Salió de su micro templo con el siguiente llamado a la puerta.

-Vamos mamá, por favor.

Salió de la bañera tan únicamente vestida con la panty, quitó el seguro y se metió rápido a la bañera, apenas tuvo tiempo de cerrar cuando por fin Leo entraba al baño. Por la mampara pudo ver como su hijo extraía su miembro al tiempo que ella abría la llave del agua, haciéndola lanzar un pequeño alarido del susto al sentir el frío del agua sobre su piel.

-¿Estás bien mamá?

-Sí, es sólo que está muy fría el agua.

Clara se quedó absorta en su pene, el agua se empezaba a calentar y fue cuando abrió el agua fría para atemperar y que se dio cuenta del olor, todo el baño apestaba a panocha materna. A una concha que había exudado fluidos al espiar como follaban sus propios madre e hijo, abuela y nieto.

-Como que huele raro mamá.

-¿Cómo a qué?

-No tengo idea.

-Ha de haber una fuga en la base del excusado, o tal vez se necesite purgar el desagüe.

-Eso debe ser.

Leonardo salió una vez se lavó las manos, en tanto Clara no podía apartar sus manos de su gruta, primero al tratar de opacar el olor lúbrico, y una vez fuera su hijo, porque la sensación de su piel le era necesaria, su mente había escaneado cada milímetro de la tranca de su hijo, su glande cabezón, el tronco grueso y algo largo, aunque debido a la mampara, sólo se había percatado de la silueta, más tuvo que reconstruir la imagen completa de lo visto en la madrugada. Las venas saltadas, el color violáceo del glande, los pelos hirsutos cubriendo esas bolas grandes y pesadas, seguramente ya se habría recargado, ya traía dentro toda esa leche con la que quería regar el interior más profundo de su útero.

No lo podía creer, su lubricidad le había ganado a su instinto de madre, aquella fuerza que era superior a cualquier otra en el universo, había perdido ante la real fuerza de la existencia, la lujuria, la fuerza originaria de la vida. Fue increpada por aquella madre en su interior, la cual estaba horrorizada, pero tal vez no tal vez sólo eran las últimas defensas antes de caer.

Trató de que predominara el agua fría para poder volver a su centro, a su vida de madre abnegada y buena, y lo estaba logrando, cuando de su interior sintió caer una plasta que resbalaba primero por sus labios vaginales, para deslizarse con el agua por sus muslos hasta llegar a sus pies y fugarse por la coladera. Se preguntó qué era eso. Irónicamente se respondió a sí misma, que muy posiblemente era el tapón de su olvidada castidad después de un hijo.

Tardó bastante bajo el agua, lo suficiente para quedarse sola en casa. Tras vestirse, fue a la cocina a prepararse el desayuno.

De la noche a la mañana, toda su vida había dado un cambio completo de trescientos sesenta grados. Se encontraba finalizando su desayuno, y entonces lo pudo sentir, el estómago lo sintió un poco revuelto, sintió unas agruras bastante fuertes y por último, no pudo detenerlo, todos sus alimentos regresaron de su estómago al piso.
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Ese día se encontraba bastante contrariada, por un lado el cansancio que se lo achacó al intenso trabajo, y por otro, el intenso fuego que se iba despertando en su interior y que cada vez la llevaban a un estado no antes conocido por su cuerpo.

Se recostó en el sofá para ver la televisión, para esto se preparó un buen café y se acercó lo último de sus golosinas favoritas. No tenía apenas energías para nada más que eso. Durante un buen rato se dedicó a ver la programación del momento, descubriendo algo que la dejó impactada.

En los últimos canales, se encontraban los especiales de paga individual o de paquete, como generalmente son los xxx y los de pago por evento. Anteriormente estaban bloqueados, sin embargo, ahora estaban al alcance de sus ojos, eran todos los del sistema de TV, sin excepción alguna.

A pesar de la gran pesadez de su cuerpo, sin apenas darse cuenta llevó su mano al interior de su panty, suavemente escaló la cúspide del placer, dulce, delicada y lentamente. La caldera de la lujuria recién descubierta estaba a su máxima intensidad, pero por más que quisiera, las fuerzas no le alcanzaban para poder aminorar esa calentura que la consumían por dentro.

Pasaron los minutos, ella se encontraba extendida por completo, su mano buceaba entre las aguas íntimas de su ser íntimo, en tanto su otra mano acallaba los hipidos ocasionales que deseaba no se escucharan, a pesar de encontrarse completamente sola.

No se podría decir cuánto tiempo transcurrió. Al llegar su orgasmo no fue tan fuerte como ella lo había sentido horas antes, viendo, oliendo y siendo parte indiscreta del acto carnal entre su madre y su hijo.

Si bien ya le pesaban los párpados, el suave y relajante clímax logrado le hacían cabecear, por lo que en un intento de desperezarse cogió una galleta y se la comió, dándose cuenta por último, que la mano con la que había agarrado el postre era la misma con la que había navegado hasta su dulzón bálsamo genital, llevándose parte de sus propios fluidos entre las chispas de chocolate que tanto le gustaban.

Fue lo último que recordó, durante el resto del día la pasó durmiendo.

Leo llegó de la universidad con comida comprada, encontrando a Clara dormida plácidamente. La TV encendida y sintonizada en el canal xxx y el café frío con casi todas las galletas favoritas de su madre en el plato.

Apagó el televisor, recogió la comida a la cocina y llevó a su mami al cuarto. La depositó sobre la cama y la desvistió. Como sabía muy bien, ella tenía el sueño muy pesado, era prácticamente imposible despertarla de forma convencional. Se necesitaría de un ruido muy fuerte y de zarandearla bastante para que apenas pudiera abrir los ojos, aunque esto no era garantía de que lo hiciera consciente, bien podría volver a cerrarlos para seguir durmiendo.

La panty y la camiseta larga y delgada eran sus únicas prendas, no fue difícil dejarla desnuda, entregada a cualquier acción lúbrica de su parte.

La dejó unos instantes para volver con un bote de vaselina y lubricante a base de agua. Se desnudó y se subió en la cama materna.

Comenzó besando sus mejillas, su frente, sus párpados, los lóbulos de sus orejas y a los labios bucales los acarició con los suyos, para después repasarlos de lado a lado con la punta de su lengua, humedeciéndolos, humectándolos con saliva.

Bajó a su cuello y levantándola un poco pudo ver la base de su nuca, en donde había dejado su marca la vez anterior.

Sabía muy bien que su abuela no se lo notaría, rara vez mostraba esa parte del cuerpo, ya que era difícil verla tanto por las prendas que ella usaba como por su larga cabellera. El chupetón marcaba propiedad, antigüedad y amor. Volvió a repasar un poco la ventosa, en su abu el chupetón se encontraba en el inicio de cada muslo por el lado interno, haciendo de decoración recibidora al dueño carnal de la hembra.

Sus hombros fueron besados y acariciados, así como sus brazos y dedos. El nítido olor de su cabello recién lavado fue aspirado, rememorando tiempos pasados, vistas indiscretas recreadas. Con las puntas de su cabello envolvía su enhiesta vara, la cual ya desprendía los primeros fluidos pre seminales, mismos que cual fijador se asentaba entre cada uno de esos finos cabellos.

Se sentó a poca distancia de ella, admirándola por completo en cada uno de sus gestos y movimientos, su polla erecta, amoratada y desesperada por entrar, de acurrucarse en esa gruta acogedora, caliente, maternal, misma que se había convertido en su hogar.

Apenas habían pasado algunas horas desde la última vez que la había penetrado y vaciado todo lo que su abu no le había extraído. Para él no importaba que tan cansado se encontraba, incluso podía sentir algo de molestia, ya que en poco tiempo había entrado en una y en otra vagina. Tanto su abu, como su madre eran su adoración.

Había veces en que su abuela no regresaba hasta muy tarde, por lo que entre la siesta de la tarde y el sueño nocturno, podía dejar a veces una cantidad de esperma bastante considerable, a veces su adorada y cariñosa mami parecía absorber toda esa cantidad completa y glotonamente.

Ignorándolo ella por completo, cada vez que ella se bañaba, esta cantidad de semen escapaba desapercibida, excepto esa mañana que no supo identificar que era y que por la intensa actividad masturbatoria había logrado sacar de una sola vez tal volumen que guardaba desde hacía varios días, entre los bichitos disparados previamente por la madrugada y los cadáveres de días pasados que no habían logrado ni entrar a su útero ni salir en las duchas pasadas.

Sabía que los había estado espiando, sus gemidos aunque se camuflaban entre los berridos y alaridos de su abu, no fueron ajenos a él. Eso lo calentó, por primera vez la familia completa compartía ese íntimo momento de goce, de placer, de amor, de pasión. Cuando llegó a la puerta de su mami ella estaba terminando de auto complacerse. Instantes más tarde se quedó dormida, rendida y ajena al mundo, tiempo que aprovechó para entrar no sólo en su recámara, sino también en ella, dejándola millones de regalos imperceptibles.

Regresó de los momentos nocturnos en ese mismo lecho. Se abalanzó sobre su cuerpo, se prendió a esas sabrosas tetas coronadas con esos pezones duros y calientes, bajó por su vientre en constante crecimiento y por fin su lengua se apoderó de sus amorosos labios prohibidos.

El clítoris se encontraba listo, crecido, sus labios se hallaban calientes, mojados y un poco pegajosos por la sesión solitaria.

Los líquidos fueron succionados y lamidos, cada parte de carne expuesta besada, lamida, mordida cariñosamente, el perineo repasado múltiples veces preparando la sesión de hoy, de nuevo lo intentó, toda la longitud de su lengua se internó entre los pliegues de sus benditas y carnosas nalgas. Ya eran varios los intentos por ensartarla analmente, pero hasta ahora no había podido llegar a traspasar el límite impuesto por el poco uso sexual. Cada que él intentaba algo, apenas era soportable para ella la intrusión, cada intento parecía cerrar más esos pliegues que lo separaban de la gloria.

Por muy pesado que tuviera el sueño, un intenso dolor era suficiente para despertarla por completo y llevar toda la situación a situaciones inciertas, mismas que no deseaba provocar, sabiendo que al final le podría demostrar su profundo amor que los llevara a disfrutar mutuamente, sólo era cuestión de paciencia.

La haló un poco para subir sus piernas lo suficiente como para tener acceso a su bien cerrado y prieto culito que se negaba a ser atravesado por la verga filial. Por muy hijo que fuera, era la última frontera que se le negaba.

Volvió a la rutina, con el lubricante ahogó sus dedos para internarlos en su anito, introdujo uno y luego de unos minutos comenzó con el segundo. Apenas si la punta del segundo podía entrar, los quejidos de Clara se empezaban a escuchar, los párpados se arrugaban y su cuerpo era más difícil de manipular ya que ella hacía movimientos de escape ante la intrusión.

De nuevo volvió a rendirse, untó algo de vaselina a modo de bálsamo entre los pliegues, besó varias veces ese cerrado hoyito, cerraba las piernas de ella, aprisionando su cabeza entre esos pasmosos muslos, sintiendo esa misma y primera sensación del mundo exterior al nacer.

Era demasiado para él, con el resto de los productos en sus manos los aprovechó masajeándose su desesperado pistón, éste como la concha de su mami se encontraban encharcados de fluidos propios. Deseaba sentir la piel de sus piernas, los pliegues de su negado culo, el tibio aliento de su boquita, todo ello sobre la piel de su glande, de su tronco, de su escroto, pero ya no podía soportarlo más. Necesitaba volver a entrar, sentir ese calor que la calmaba y lo desesperaba simultáneamente.

No lo pensó más

Lo llevó hasta la entrada y se introdujo de un sólo empujón de cadera, le quemaba por dentro y por fuera, la sensación destruía cada pizca de cordura que pudiera tener. Era como tener una comezón desesperante que necesitaba rascar, rascar con el interior de su madre. Embalsamar con sus fluidos, adormecer con su perfume de hembra fértil, y descargar esa quemante carga de ADN que tantas veces había entregado.

Las acometidas eran intensas, rápidas, profundas, exasperantes. El roce de ambos sexos irradiaba olores propios de un afrodisíaco.

Los movimientos rápidos comenzaban a mover el cuerpo de Clara, los plops y plas de las pieles chocando entre sí, los blorps de ambos jugos genitales salpicando y lubricando el amor físico de un hijo por su madre eran cada vez más audibles, más violentos. La resistencia de Leo estaba llegando a su límite. Su visión ya era borrosa y le faltaba el aliento.

De pronto, un inconfundible grito lo detuvo en seco.

-¡Qué estás haciendo, Leo!

El susto fue enorme, tanto que lo llevó a terminar copiosamente de manera inesperada. La cantidad mermada por tanta actividad no fue obstáculo para que el placer avasallara al miedo de las consecuencias.

-¡Deja de estar haciendo travesuras y regresa a hacer tu tarea!

El sudor frío lo recorrió, así como una pequeña corriente eléctrica por toda su espina dorsal. Había quedado sobre ella, mirando a la almohada sólo sosteniéndose apenas para no aplastarla con su peso. Se incorporó un poco y la vio. Seguía dormida, su cuerpo perlado por el sudor de ambos la hacían ver más luminosa que de costumbre tras impactarse los rayos del sol sobre ella.

La explicación más aceptable era que el fuerte ajetreo le había provocado a ella el que su mente se confundiera entre la acción real y la continuidad lógica del sueño en el que se encontraba.

Mareado por el esfuerzo, salió de su interior, se sentó al pie de la cama y con sus manos acarició los pies de su progenitora suave y cariñosamente, más como un acto para relajarse a sí mismo que como una forma de cariño, esto mientras que se recuperaba.

Una vez repuesto, volvió a la rutina, con un paquete de toallitas húmedas limpió cada poro de su piel lo mejor que pudo, perfumó el cobertor con algo de aromatizante en spray y la volvió a vestir con las mismas prendas a su amadísima madre.

La arropó bajo las sábanas y la dejó descansar con la puerta abierta para que el perfume sexual se diluyera al escaparse al resto de la casa, a final de cuentas, el olor a sexo cada vez se hacía más natural al interior de ese hogar.

Al llegar su abuela, Leo ya tenía la comida servida, serían las cinco de la tarde y la casa se encontraba impecable, no es que necesitara mucho arreglo, pero debía darle una vista aceptable para justificar el estado de su mami.

-Hola abu, ¿cómo te fue?

-Si no fuera esta la situación, te contestaría que perfectamente. Sin embargo, no fue así.

-¿Y eso?

-A pesar de que me pagaron, a pesar de que no tuve contratiempos en la secretaría, a pesar de que no tuve ningún problema y a pesar de toda la buena suerte que tuve al encontrar tantas ofertas en el supermercado. ¡Fue increíblemente agobiante! Todo el día me ha estado palpitando la panochita, cada tanto tenía que atenderla.

Es insufrible, ¿qué me has hecho que no puedo quitarme este ardor? Es como si llevara una picazón continua que sólo tu leche y tu verga me pudieran calmar.

-Sólo lo que me es natural. Amarte hasta el extremo, en todo tiempo y en todo lugar. Somos uno divididos por el tiempo y por las circunstancias.

-¡Por favor! ¡Ya no lo soporto! ¡Métemela ya!

-Primero comamos, tengo mucha hambre.

-¡Eso puede esperar!

Rocío se recogió la falda e intentó bajar sus bragas, pero su nieto se lo impidió. No porque no quisiera, sino por tres razones. La primera era que se encontraba exhausto y le era imposible para ese momento lograr una erección decente; La segunda era que no había probado alimento en un buen tiempo, y; la tercera era que su abuela se daría cuenta del olor materno del que todavía no se libraba.

Su abuela no cedía, por lo que Leo se arrodilló ante ella y bajo con lentitud sus bragas, encargándose de masajear la zona muy bien antes de quitar la prenda. Una vez que las retiró por completo, introdujo la punta de su nariz entre los labios encharcados de efluvios, inundando sus cavidades nasales con el olor de hembra madura y necesitada de verga.

Tras esa pequeña libertad, envió a su experta lengua y ávidos labios a satisfacerla.

De vez en cuando bajaba hasta las rodillas, lamiendo cada parte de piel en el camino, en tanto sus dedos se introducían buscando esas protuberancias nerviosas en la intimidad de su vagina. Las manos de Rocío necesitaban agarrar la cabeza de su nieto. Las piernas por momentos flaqueaban y dejaban de sostenerla. Sabía lo que necesitaba, pero debía obedecer a su cogedor en todo, por más que se quemara por dentro.

Fue un combate extremo, clítoris contra lengua, los cuatro labios vaginales contra los dos bucales, fluidos vaginales contra saliva. La pelea fue reñida, pero el ganador arrasó. La salvaje gruta incestuosa ganó un intenso orgasmo y perdió la pelea completamente bañada en sus caldos.

Comieron ya más tranquilos, pero no así calmados por completo, la lujuria seguía a flor de piel, sin embargo las actividades hogareñas y el cansancio acumulado los dejó estáticos en sus respectivos dormitorios.

A la mañana siguiente, Clara salía del baño después de la micción matinal. Mientras veía que su madre bajaba silente las escaleras.

La siguió sin dejarse ver, desde el pie de las escaleras pudo verla arrodillada en el suelo, pegada a la pelvis de su nieto, era obvio que había devorado la verga de Leo. El movimiento de atrás hacia adelante era inequívoco, la mamada mañanera de la tierna abuela quería extraer por sí misma la leche fresca y espesa, tal y como le gustaba.

Leo debía sujetarse de la mesa con una mano por la violencia de su abu al cabecear. No duró mucho, en un momento él había sujetado con la otra mano la cabeza de ella, pegándola lo más posible a su pubis, entregándole toda su carga láctea en esa boquita de zorra lechera que tanto le hacía disfrutar.

En veces anteriores la llegaba a guardar en su boca, la saboreaba lo suficiente y la vertía sobre una taza, para luego agregarle un sabroso café o su preferida, leche de vaca. Podía diferenciarla de la de Leo por su espesor y color. Hervía por dentro de solo ir por la cocina, haciendo, hablando y bebiendo su mezcla láctea enfrente de su hija, quien ignoraba la delicia de desayuno que ella podía darse a expensas suyas. Mientras ella alimentaba a su hijo, ella podía alimentarse de su nieto.

Rocío se descorchó, su rostro completamente rojo y casi sin aire era la visión perfecta para él. Todavía con su glande podía recoger las gotas escurridizas que podían escapar o que ya no podían ingresar a la boca de su linda y tierna abuela y llevarlas a las comisuras de los labios para que ella con su lengua pudiera aprehenderlas y reclamarlas como premio a tan exhaustivo amor. Enteramente satisfecha y feliz se erguía y bamboleante llegaba hasta una silla, se sentaba y lo llamaba para que ella pudiera seguir pasando su desinflada pija sobre su cara.

Sostenía con el pulgar y el índice y hacía como si de lápiz labial se tratara pasando el glande por los labios, depositando las últimas gotas seminales sobre estos y humectándolos. Pequeños besos y visitas fugaces de sus otros dedos a su pucha llevaban líquidos panocheros a su pinga que le refrescaban y revivían.

Ella al ver que volvía a la acción se levantaba y sin dejar de coger esa vara caliente, se inclinaba sobre la mesa y paseaba el glande por entre la piel de sus nalgas y la parte alta de sus muslos, lo obligaba a pararse de puntas para que se apoyara en su espalda y pudiera subir y bajar ese pistón por el canal que hacía de línea divisoria a sus carnosas nalgas. Finalmente, ya sintiéndolo duro por completo, lo llevaba a su agujerito trasero y se empalaba sola, saboreando la entrada de carne y la semilla que aún guardaba en su gruta lingual.

El movimiento empezó lento y profundo, su garganta resbalaba la carga blanca para llevarla a su cruel destino.

Los gemidos imparables surgieron y ni la mano de su nieto pudieron apagarlos por completo. Los jugos de ella anteriormente depositados en esa roja pieza de placer hacían fácil la penetración anal, el tamaño de la dilatación alcanzado por ella era bastante, pues cada vez sería más importante no molestar los aposentos de su bebé tan violentamente como a ella le gustaba disfrutar.

Las embestidas aumentaron, el ritmo se volvió endemoniado, él tuvo que despegarla de la mesa para que no fuera a golpear su vientre contra ella y dañar al bebé. Los pies de Rocío se resbalaban en el piso por el charco de flujo y su aliento con olor a semen podía olerse ya en la cocina por la fuerza con la que exhalaba.

Los dos se vinieron, primero ella e instantes después él al sentir los músculos anales apretándole al entrar en ella. Se salió más por inercia al trastabillar, dejando caer un reguero de esperma de un muy abierto y palpitante culito, propiedad de una dulce abuelita.

Clara yacía en el primer escalón, incapaz de moverse y respirando todo ese ambiente cargado y oloroso a sexo.

Esa semana, cada que Rocío se perdía de vista, Clara la encontraba pegada a la polla de su hijo, ya fuera la boca, la concha o el culo, no podía pasar un día sin ensartarse por donde fuera, mientras que ella no podía despegar sus manos de su pucha, flagelándose a sí misma y deseando internamente cambiar lugares con su madre.

El colmo fue el sábado por la noche, había subido a su habitación unos minutos, al bajar pudo verlos como en el sofá su hijo penetraba a su abuela mientras que con el pulgar de su mano masajeaba su clítoris. Hizo ruido, emulando que bajaba las escaleras, pero no pudieron detenerse. Ella debía hacer acto de presencia.

-¡Qué hacen!

Leo propinó un fuerte envite que lo volvió a petrificar sobre el cuerpo de su abu. No podía parar de correrse, en tanto que Rocío había logrado tener en tiempo récord un orgasmo demoledor.

Su rostro reflejaba sorpresa y enojo, pero no por encontrarlos cometiendo incesto, sino porque deseaba ser parte de él. Su almeja estaba babeando, su panty se hallaba completamente mojada y las partes internas de sus muslos comenzaban a dejar deslizar por ellos los fluidos.

Tardaron un poco en recomponerse, de sólo percibir sus olores, pudieron percatarse del nuevo olor que se abría paso entre los ya existentes. Clara no podía ocultarlo, ya no quería ocultarlo, pero así como deseaba con todas sus fuerzas unirse a esa barbarie desesperante de amor filial, también la embargaba el miedo y la duda.

Leo se acercó a ella, la desprendió de su camiseta larga y delgada, le desabrochó el brassier y le bajó la panty hasta lanzarla por los aires. La recostó sobre la alfombra. Besó su vientre ya no tan plano, sobó esas hermosas tetas suaves como flanes y pasó varias veces su glande por sobre su monte de venus, dejando los fluidos de su abuela y de él sobre los pelos hirsutos de la majestuosa gruta que custodiaban.

Bajó el glande a la entrada, el meato de este toco el de ella antes de enfilarse completamente dentro del túnel que ya conocía muy bien.

-¡Espera!

-¿Qué sucede?

-El condón... póntelo. No podemos, no debemos.

-¿Por qué? ¿A que le temes? ¿Acaso crees que tengo algo?

-¿Y si me preñas? Sería algo espantoso.

-¿Acaso sería una carga? ¿Te pesaría igual que yo lo hice?

-¿Cómo?

-Lo sé. Cuando era pequeño... era una carga para ti. Te desesperaba que no podías volver a ser una adolescente normal, como tus demás amigas.

-No me refiero a eso, no te das cuenta de que sería algo que...

-Sí, lo sé. Sé perfectamente a lo que te refieres. Pero ten por seguro que yo no me voy a detener por eso, los querré igual. Aún si eso pasara, yo seguiría aquí con ustedes, cuidando de todos. Porque su vida no existiría de no ser por este acto, bien o mal, existiría. Y puede que ello conlleve un dilema ético. Pero para mí sólo es un acto de amor, entre ustedes y yo.

Porque más allá de esta lujuria incontenible, por esta atracción irrefrenable que me ha llevado a tener el coraje de llevar esto a la realidad. Existe un amor incontenible que es casi imposible que quepa dentro de este ser, siendo tan inmenso que tengo que hacerlas partícipes de él.

Leo no dejaba de entrar, de presionar, de embestir. El movimiento de sus caderas era lento, imperceptible, pero constante.

-Mira mami. ¿No te has dado cuenta? ¿No lo has sentido dentro de ti?

Estas tan ensimismada en el trabajo, en tus labores domésticas, que ni siquiera te has percatado de que llevas un hijo mío desde hace casi cuatro meses ya.

Siéntelo, está creciendo dentro de ti. Es parte de nosotros, es parte de este amor, de este deseo. Porque no importa como nazca. No será diferente de los demás. El que seamos madre e hijo no cambia nada, sólo aumenta un poco las posibilidades a las que todos estamos expuestos.

El mundo está tan contaminado, que ahora las posibilidades se han multiplicado para todos, cualquiera puede tener un hijo afectado de algo, todos tenemos algo. Nadie es perfecto, pero al menos, esta familia tiene algo que ninguna otra tiene. Por encima de cualquier problema que tengamos, nos queremos irremediablemente.

Nosotros nunca dejaremos de querernos, de amarnos, de procurarnos. Porque a final de cuentas: SOMOS UN SÓLO SER.

Hubo un momento en el que la abuela, tú y en gran parte yo, éramos un solo individuo, aun cuando ya éramos parte de un proyecto de vida individual. Nos encontrábamos ocupando un sólo espacio. Porque antes de que nacieras, mientras esperabas en el vientre de abu, yo ya estaba en tu interior, como un ovulo sí, pero ya existía, apenas, pero ya estábamos juntos.

Hemos compartido la vida desde hace muchos años y este es el momento en el que aun cuando ya ocupamos espacios diferentes, es ahora cuando volvemos a unificarnos en una sola entidad, ya no biológica, sino familiar, mental, amatoria.

Son de las pocas mujeres que pueden llegar a presumir que ustedes mismas hicieron literalmente a su propia familia. Este pene que está en tu interior es tuyo, tú lo fabricaste y me lo diste. Todo lo que es, todo lo que contiene lo hiciste y guardaste en este mismo lugar al que vuelve. Toda la leche que fabrico lo hago con los testículos que tú me otorgaste, todo es tuyo, nada es ajeno a ti, y si me dejas demostrártelo, siempre estaremos unidos.

-Yo no estoy segura. Tengo miedo de que...

-No te preocupes hija. Todos estamos aquí, no es necesario que te contengas, esta atracción no es más que el reclamo de la carne que se extraña.

Hasta que el tiempo disponga, seguiremos juntos.

-¡Síííí!
 
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