Llegó el cumpleaños de Pedrito. En casa hicimos una mini fiesta, con su tarta y la vela, pero la fiesta de verdad la tendría él con sus amigos. En nuestra reunión, recibió con alegría nuestro regalo sorpresa, la videoconsola que quería, pero había cierta tristeza en él. Cuando el chico volvió bien tarde, mi marido y yo estábamos en la cama, acostados y leyendo. Era tarde para nosotros, pero demasiado temprano para él. Pensé en si sería adecuado darle el regalo de cumpleaños que él hubiese querido realmente. Me levanté de la cama y me quité el camisón. Mi marido se giró y me miró fijamente. Abrí el cajón de las prendas picantonas y saqué medias, braguitas y otras prendas. Ante la mirada de Juan, me puse las medias, alisándolas desde los pies hasta los muslos. Me puse un tanga de encaje y sobre éste, el liguero para sujetar las medias. Finalmente, me cubrí con una combinación.
—Le daré las buenas noches al chico.
Juan no me dijo nada, pero se me quedó mirando. En el fondo, sabía que nuestro último año tan intenso tenía una razón de ser. Le sonreí y le dí un beso. Salí de la habitación y entré en la de Pedrito. Como esperaba, estaba ante el ordenador, viendo porno. Se giró lentamente y, si bien no le sorprendía verme, sí lo hacía el hecho de que Juan estuviese en la casa. Le hice un gesto de que guardase silencio, de esa manera él mantendría la ilusión de que su padre estaba dormido.
—Mamá te tenía guardado un regalo sorpresa —le susurré al oído, inclinándome sobre él.
Le besé en los labios. El los recibió con cierta aprehensión. Los volví a besar y esta vez me besó también. Repetimos hasta que nuestras lenguas se encontraron. La sensación fue muy extraña para mí, pero saborear el deseo acumulado en él me hizo ponerme a cien. Le agarré la verga, erecta. Sus manos acabaron en mis pechos, buscando mis pezones, que dejé pellizcar, gimiendo al sentir sus manos.
Me separé y me puse frente a él. Me levanté la combinación para que viese bien mis piernas, las medias y el liguero. Volví a inclinarme sobre él, hablándole de manera que nuestros labios se rozasen.
—Ultimamente te has portado muy bien. Y, por eso mami será tu regalo.
Me puse otra vez de pie, descubriendo otra vez las piernas y las caderas, que moví sensualmente a un palmo de su cara. Deslizaba los muslos arriba y abajo, moviendo la cintura. El se agarró el rabo y empezó a masturbarse. Yo seguí con mi movimiento hasta que él tocó mis muslos, con su mano mojada por su polla, muy cerca de mi sexo.
—Soy tuya, pero a mi manera. Eso lo tienes claro ¿cierto?
—Sí, mamá —dijo resignado.
Volvió a tocarse el rabo y yo sequí con mi movimiento de caderas.
—Eso, amor, mírame mientras te masturbas —miraba la verga apareciendo y desapareciendo en su mano—. Me he vestido así para tí. Para que te pajees.
Tenía al chico muy bien aprendido y no volvió a intentar tocarme. Metí mi mano bajo el tanga y empecé a tocarme. Pedrito podía ver mis dedos moviéndose debajo de la prenda. Me miraba, pero no estaba del todo feliz. Así que insistí.
—Me gustaría que usaras mis piernas y sentir el roce de tu polla. Pero no sé si a tí te gustaría eso —bajé mis dedos de forma que pudiera ver cómo salía el meñique y el índice por los lados del tanga, mientras otros dos quedaban bien dentro de mí—. ¿No quieres usarme? ¿No harías eso por mami?
Saqué la mano y metí los dedos en su boca. Me cogió la mano con mucha ansiedad y lamió con fuerza. Me pegué a él, mirándolo. Dejé que su otra mano subiese por mis gemelos hasta mi culo, volviendo a bajar acariciando mis piernas. Me puso a cien sentir su lengua saboreando mis dedos impregnados en mí. Sin sacar la mano, tiré su cráneo hacia arriba, haciéndolo levantar. Le cogí el rabo y le hice doblar las piernas, haciendo que lo pasara por mis medias, para que se masturbara con ellas, como un perro. Se lo dije.
—Eres el perro de mamá.
—…
El gemía, pero sabía que esa postura era algo humillante para él y lo levanté. Me tumbé en su cama, levantando las piernas, juntas. Sé el efecto que tienen mis piernas y mi culo así, incluso me he masturbado frente a un espejo, mirándome. Se acercó con su silla de escritorio y siguió masturbándose con mis piernas, usando una, o las dos. Yo mantenía mis manos sujetando mis muslos o la parte posterior de mis rodillas. Cuando podía me tocaba el chocho. Pero sobre todo no dejaba de hablarle.
—Espero que te guste tu regalo, amor… tener tu polla en mis piernas… tan dura, tan cálida… tenía muchas ganas de vestirme así para tí... ¿te gusta verme así, cariño?
—Sí, mamá, me gusta mucho ¿puedo correrme así? —Pedrito metió el rabo entre mis piernas, sujetándome los tobillos, moviendo las caderas.
Le dejé hacer mientras me masturbaba, mirándolo. También miraba su buen rabo apareciendo y desapareciendo entre la seda de mis medias.
—Córrete sobre mí, te lo pido, amor —siguió follándome las piernas.
Pensé que tendría la polla irritada, así que me lamí las manos y la pasé por su verga, lubricándola y masturbándolo un poco. Desaté una de las medias y me la quité. Metí el rabo en ella y lo rodeé, masturbándolo con energía, de rodillas, frente a él, mirándolo.
—Córrete, amor.
—¡Sí, sí!
Se corrió y seguí con la paja hasta que se dobló, dolorido. Luego deslié la media y localicé dónde estaba su semen pegado. Llevé la mano hasta allí, abriéndola, para poder ver dónde estaba manchado.
—Lo has puesto perdido —me llevé un dedo a la boca—. ¿Qué hacemos con esto ahora?
—¿...limpiarlo? —qué perdido estaba mi hijo.
—¿No quieres que lo pruebe? —lo incité—. Estoy aquí por tí —acerqué mi boca a la media—. Dime lo puta que soy, y lo que quieres que haga.
—¡Mamá, eres una pedazo de puta! —el chico lo dijo entre excitado y resignado. Terminando de pegar la media a mi boca.
Pasé la lengua allá donde Pedrito había dejado su esperma. Me ayudaba con los dedos por el otro lado de la malla, lamiendo cada gota, recreándome en ella. Luego me volví a poner la media, mojando mi piel allá donde había estado su semen y mi lengua.
Me levanté y acerqué la otra silla que había en el cuarto, sentándome frente a él, pegándome mucho, llevando mis piernas a su pecho. Me empecé a masturbar mientras su pene flácido descansaba en mis muslos, junto a mi sexo. Le cogí las manos y las llevé al otro lado de mis piernas, para que me tocara. Me excitaba mucho tenerlo mirándome y pensé que yo no tardaría en correrme.
Apoyé las plantas de los pies en sus hombros, para poder flexionar las piernas, y llevé el tanga a un lado, para que pudiese ver mi sexo. Pasaba mis dedos por mis pliegues, por mi clítoris, me metía un dedo, dos, me los chupaba. Al fin su rabo empezó a reaccionar. Cogí su blanda verga y empecé a darme con ella en el clítoris, masturbándome con ella. Cada vez estaba más dura. Le metí el pulgar del pie en la boca, que mordió y chupó, haciéndome gemir. Eso le puso la polla rígida, así que me llevé la punta a la entrada de la vagina, y seguí masturbándome con fuerza, moviendo las caderas. Quería poner al chico al límite, y lo conseguí, pues de un empujón la introdujo entera. Me hizo gemir otra vez, pero me la saqué.
—Todavía no, amor, aún no es el momento.
Pero el chico volvió a metérmela, haciéndome perder los papeles por un instante, pues me hubiese dejado follar hasta quedar rendida. No obstante la saqué otra vez.
—Te he dicho que no, cielo —estaba muy frustado y empalmado—. Antes te has pajeado usandome a mí, ahora es mi turno, sé bueno.
Así que volví a poner su glande dentro de mi vagina y seguí moviendo las caderas y mis dedos. A la excitación que tenía, se le sumaba la incertidumbre sobre cuándo iba a intentar penetrarme del todo otra vez. Metí de nuevo el pie en su boca, y se puso a lamer mis dedos a través de las medias. En mi paroxismo le agarré la polla, moviéndola mientras me masturbaba, hasta que me corrí, alzando la voz en un corto grito. El aprovechó para volver a meterme el rabo hasta el fondo, haciendo que gimiese otra vez. Lo volví a sacar y me incorporé. Ya con pies en el suelo, me puse a masturbarlo mirándole a la cara.
—¿Quieres eyacular en tu madre? ¿eso es lo que querías hacer? ¿follarme? ¿descargar tu leche dentro de mí? —su polla estaba muy dura—. Me ha gustado tanto tener tu polla tan dentro, qué polla tienes Pedrito… pero a mí quien me monta es tu padre y sabes que no me gusta que me lleven la contraria.
—No es justo, mamá, tengo muchas ganas de follarte, y tú casi la habías metido… —mientras hablábamos yo sacudía su rabo muy cerca de mi cara.
—Hoy no, amor.
—¿Y si me la chupas un poco?
Pedrito hablaba entre jadeos y no tardaría en volver a darme su semen. Me acerqué la verga a la boca, pero me limité a olerla, a olernos, mientras lo masturbaba. Seguí con las manos hasta que chupé su capullo, jadeando a la vez. Me metí el rabo hasta la garganta, esperando que no eyaculase en ese momento, y luego usé mis labios para masturbarlo. Finalmente me agarró de la cabeza y soltó el resto que le quedaba, entre espasmos. Mientras recibía su corrida, pensé en qué hacer con el chico, pues no sólo me la había metido tres veces sin mi permiso, sino que quiso que me atragantara con su leche.
Cuando acabó, volvió a sentarse en la silla. Yo me puse de pie, y frente a él, me llevé nuevamente la mano al coño, metiendo dos dedos en mi vagina. Se los llevé a la boca, y chupó. Luego dejé caer el semen que mantenía en la boca hacia mi escote, mojando la combinación y mi piel. Volví a pasar los dedos por mi chocho y luego por mi barbilla, recogiendo lo que había quedado goteando. Lo agarré del pelo y le metí los dedos en la boca. El cerraba los ojos y sujetaba mi mano, pero sin fuerza.
—Tienes que ser buen chico, o no habrá más regalos, amor.
Finalmente cedió y chupó mis dedos. Volví a repetir varias veces, haciendo que saborease a su madre y a sí mismo. El estaba contrariado, como jurándose que no volvería a tener más unión carnal con su madre, engañándose.
—Y ten cuidado con lo que me pides.
Volviendo a descubrir el chocho, haciendo a un lado el tanga, lo llevé a su boca y recibí su beso de buenas noches. Un largo beso con lengua. Le devolví el beso en la boca y volví a mi cuarto, donde mi marido se hacía el dormido, aunque estoy segura que el cuarto olía a polla.
—Le daré las buenas noches al chico.
Juan no me dijo nada, pero se me quedó mirando. En el fondo, sabía que nuestro último año tan intenso tenía una razón de ser. Le sonreí y le dí un beso. Salí de la habitación y entré en la de Pedrito. Como esperaba, estaba ante el ordenador, viendo porno. Se giró lentamente y, si bien no le sorprendía verme, sí lo hacía el hecho de que Juan estuviese en la casa. Le hice un gesto de que guardase silencio, de esa manera él mantendría la ilusión de que su padre estaba dormido.
—Mamá te tenía guardado un regalo sorpresa —le susurré al oído, inclinándome sobre él.
Le besé en los labios. El los recibió con cierta aprehensión. Los volví a besar y esta vez me besó también. Repetimos hasta que nuestras lenguas se encontraron. La sensación fue muy extraña para mí, pero saborear el deseo acumulado en él me hizo ponerme a cien. Le agarré la verga, erecta. Sus manos acabaron en mis pechos, buscando mis pezones, que dejé pellizcar, gimiendo al sentir sus manos.
Me separé y me puse frente a él. Me levanté la combinación para que viese bien mis piernas, las medias y el liguero. Volví a inclinarme sobre él, hablándole de manera que nuestros labios se rozasen.
—Ultimamente te has portado muy bien. Y, por eso mami será tu regalo.
Me puse otra vez de pie, descubriendo otra vez las piernas y las caderas, que moví sensualmente a un palmo de su cara. Deslizaba los muslos arriba y abajo, moviendo la cintura. El se agarró el rabo y empezó a masturbarse. Yo seguí con mi movimiento hasta que él tocó mis muslos, con su mano mojada por su polla, muy cerca de mi sexo.
—Soy tuya, pero a mi manera. Eso lo tienes claro ¿cierto?
—Sí, mamá —dijo resignado.
Volvió a tocarse el rabo y yo sequí con mi movimiento de caderas.
—Eso, amor, mírame mientras te masturbas —miraba la verga apareciendo y desapareciendo en su mano—. Me he vestido así para tí. Para que te pajees.
Tenía al chico muy bien aprendido y no volvió a intentar tocarme. Metí mi mano bajo el tanga y empecé a tocarme. Pedrito podía ver mis dedos moviéndose debajo de la prenda. Me miraba, pero no estaba del todo feliz. Así que insistí.
—Me gustaría que usaras mis piernas y sentir el roce de tu polla. Pero no sé si a tí te gustaría eso —bajé mis dedos de forma que pudiera ver cómo salía el meñique y el índice por los lados del tanga, mientras otros dos quedaban bien dentro de mí—. ¿No quieres usarme? ¿No harías eso por mami?
Saqué la mano y metí los dedos en su boca. Me cogió la mano con mucha ansiedad y lamió con fuerza. Me pegué a él, mirándolo. Dejé que su otra mano subiese por mis gemelos hasta mi culo, volviendo a bajar acariciando mis piernas. Me puso a cien sentir su lengua saboreando mis dedos impregnados en mí. Sin sacar la mano, tiré su cráneo hacia arriba, haciéndolo levantar. Le cogí el rabo y le hice doblar las piernas, haciendo que lo pasara por mis medias, para que se masturbara con ellas, como un perro. Se lo dije.
—Eres el perro de mamá.
—…
El gemía, pero sabía que esa postura era algo humillante para él y lo levanté. Me tumbé en su cama, levantando las piernas, juntas. Sé el efecto que tienen mis piernas y mi culo así, incluso me he masturbado frente a un espejo, mirándome. Se acercó con su silla de escritorio y siguió masturbándose con mis piernas, usando una, o las dos. Yo mantenía mis manos sujetando mis muslos o la parte posterior de mis rodillas. Cuando podía me tocaba el chocho. Pero sobre todo no dejaba de hablarle.
—Espero que te guste tu regalo, amor… tener tu polla en mis piernas… tan dura, tan cálida… tenía muchas ganas de vestirme así para tí... ¿te gusta verme así, cariño?
—Sí, mamá, me gusta mucho ¿puedo correrme así? —Pedrito metió el rabo entre mis piernas, sujetándome los tobillos, moviendo las caderas.
Le dejé hacer mientras me masturbaba, mirándolo. También miraba su buen rabo apareciendo y desapareciendo entre la seda de mis medias.
—Córrete sobre mí, te lo pido, amor —siguió follándome las piernas.
Pensé que tendría la polla irritada, así que me lamí las manos y la pasé por su verga, lubricándola y masturbándolo un poco. Desaté una de las medias y me la quité. Metí el rabo en ella y lo rodeé, masturbándolo con energía, de rodillas, frente a él, mirándolo.
—Córrete, amor.
—¡Sí, sí!
Se corrió y seguí con la paja hasta que se dobló, dolorido. Luego deslié la media y localicé dónde estaba su semen pegado. Llevé la mano hasta allí, abriéndola, para poder ver dónde estaba manchado.
—Lo has puesto perdido —me llevé un dedo a la boca—. ¿Qué hacemos con esto ahora?
—¿...limpiarlo? —qué perdido estaba mi hijo.
—¿No quieres que lo pruebe? —lo incité—. Estoy aquí por tí —acerqué mi boca a la media—. Dime lo puta que soy, y lo que quieres que haga.
—¡Mamá, eres una pedazo de puta! —el chico lo dijo entre excitado y resignado. Terminando de pegar la media a mi boca.
Pasé la lengua allá donde Pedrito había dejado su esperma. Me ayudaba con los dedos por el otro lado de la malla, lamiendo cada gota, recreándome en ella. Luego me volví a poner la media, mojando mi piel allá donde había estado su semen y mi lengua.
Me levanté y acerqué la otra silla que había en el cuarto, sentándome frente a él, pegándome mucho, llevando mis piernas a su pecho. Me empecé a masturbar mientras su pene flácido descansaba en mis muslos, junto a mi sexo. Le cogí las manos y las llevé al otro lado de mis piernas, para que me tocara. Me excitaba mucho tenerlo mirándome y pensé que yo no tardaría en correrme.
Apoyé las plantas de los pies en sus hombros, para poder flexionar las piernas, y llevé el tanga a un lado, para que pudiese ver mi sexo. Pasaba mis dedos por mis pliegues, por mi clítoris, me metía un dedo, dos, me los chupaba. Al fin su rabo empezó a reaccionar. Cogí su blanda verga y empecé a darme con ella en el clítoris, masturbándome con ella. Cada vez estaba más dura. Le metí el pulgar del pie en la boca, que mordió y chupó, haciéndome gemir. Eso le puso la polla rígida, así que me llevé la punta a la entrada de la vagina, y seguí masturbándome con fuerza, moviendo las caderas. Quería poner al chico al límite, y lo conseguí, pues de un empujón la introdujo entera. Me hizo gemir otra vez, pero me la saqué.
—Todavía no, amor, aún no es el momento.
Pero el chico volvió a metérmela, haciéndome perder los papeles por un instante, pues me hubiese dejado follar hasta quedar rendida. No obstante la saqué otra vez.
—Te he dicho que no, cielo —estaba muy frustado y empalmado—. Antes te has pajeado usandome a mí, ahora es mi turno, sé bueno.
Así que volví a poner su glande dentro de mi vagina y seguí moviendo las caderas y mis dedos. A la excitación que tenía, se le sumaba la incertidumbre sobre cuándo iba a intentar penetrarme del todo otra vez. Metí de nuevo el pie en su boca, y se puso a lamer mis dedos a través de las medias. En mi paroxismo le agarré la polla, moviéndola mientras me masturbaba, hasta que me corrí, alzando la voz en un corto grito. El aprovechó para volver a meterme el rabo hasta el fondo, haciendo que gimiese otra vez. Lo volví a sacar y me incorporé. Ya con pies en el suelo, me puse a masturbarlo mirándole a la cara.
—¿Quieres eyacular en tu madre? ¿eso es lo que querías hacer? ¿follarme? ¿descargar tu leche dentro de mí? —su polla estaba muy dura—. Me ha gustado tanto tener tu polla tan dentro, qué polla tienes Pedrito… pero a mí quien me monta es tu padre y sabes que no me gusta que me lleven la contraria.
—No es justo, mamá, tengo muchas ganas de follarte, y tú casi la habías metido… —mientras hablábamos yo sacudía su rabo muy cerca de mi cara.
—Hoy no, amor.
—¿Y si me la chupas un poco?
Pedrito hablaba entre jadeos y no tardaría en volver a darme su semen. Me acerqué la verga a la boca, pero me limité a olerla, a olernos, mientras lo masturbaba. Seguí con las manos hasta que chupé su capullo, jadeando a la vez. Me metí el rabo hasta la garganta, esperando que no eyaculase en ese momento, y luego usé mis labios para masturbarlo. Finalmente me agarró de la cabeza y soltó el resto que le quedaba, entre espasmos. Mientras recibía su corrida, pensé en qué hacer con el chico, pues no sólo me la había metido tres veces sin mi permiso, sino que quiso que me atragantara con su leche.
Cuando acabó, volvió a sentarse en la silla. Yo me puse de pie, y frente a él, me llevé nuevamente la mano al coño, metiendo dos dedos en mi vagina. Se los llevé a la boca, y chupó. Luego dejé caer el semen que mantenía en la boca hacia mi escote, mojando la combinación y mi piel. Volví a pasar los dedos por mi chocho y luego por mi barbilla, recogiendo lo que había quedado goteando. Lo agarré del pelo y le metí los dedos en la boca. El cerraba los ojos y sujetaba mi mano, pero sin fuerza.
—Tienes que ser buen chico, o no habrá más regalos, amor.
Finalmente cedió y chupó mis dedos. Volví a repetir varias veces, haciendo que saborease a su madre y a sí mismo. El estaba contrariado, como jurándose que no volvería a tener más unión carnal con su madre, engañándose.
—Y ten cuidado con lo que me pides.
Volviendo a descubrir el chocho, haciendo a un lado el tanga, lo llevé a su boca y recibí su beso de buenas noches. Un largo beso con lengua. Le devolví el beso en la boca y volví a mi cuarto, donde mi marido se hacía el dormido, aunque estoy segura que el cuarto olía a polla.