El condenado

roman74

Pajillero
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Mañana a esta misma hora habré muerto. El cóctel de productos quÃ*micos que me inyectarán acabará con mi vida de forma indolora, dicen ellos. Como si lo hubiesen probado. Tan solo queda una última posibilidad de lograr salvar la vida, pero es tan remota que no tengo puesta ninguna esperanza en ella. AsÃ* que solo me queda sentarme en mi celda y esperar pacientemente a que llegue el nuevo y último dÃ*a.
No temo a la muerte, siempre supe que tarde o temprano me habÃ*a de llegar, asÃ* que no hay nada malo en que sea mañana mismo. De todas maneras causa una cierta inquietud saber exactamente qué dÃ*a y a qué hora exacta vas a exhalar tu último suspiro, y pasan por mi mente recuerdos que creÃ*a ya olvidados. Sé que en esta vida he hecho cosas malas de las que me arrepiento y que me gustarÃ*a poder arreglar. Pero del acto por el que van a matarme no me arrepiento.
Y aun asÃ* van a hacerlo. Tal vez sea precisamente por eso, por mi negativa a reconocer mi culpa por la que el juez ha rechazado mi indulto y posiblemente la última instancia presentada al gobernador también lo sea. Qué fácil habrÃ*a sido para mÃ* reconocerme culpable, postrarme ante el jurado y llorar desconsoladamente suplicándoles que no me mataran, mostrándoles mi arrepentimiento. Qué fácil habrÃ*a sido convencerles de que mis facultades psÃ*quicas estaban perturbadas, de tal forma que se hubiesen visto obligados a encerrarme de por vida en un psiquiátrico. Si lo hubiera hecho hoy no os escribirÃ*a estas lÃ*neas.
Pero no pude hacerlo. Si lo hubiera hecho, yo serÃ*a el perdedor. Y mañana, aunque yo muera habré ganado. No de la forma en la que me habrÃ*a gustado hacerlo, pero en definitiva habré vencido.
Yo solo querÃ*a amarla, y si ella me hubiese dejado la habrÃ*a amado con toda mi alma, con todo mi ser. La habrÃ*a hecho la mujer más feliz del mundo y ella me habrÃ*a hecho feliz a mÃ*, por que su amor lo es todo, ¿existe acaso dicha más grande que ser amado por la mujer más maravillosa del mundo? La quise desde el primer momento que la vi. Me ofrecÃ* a ella como si lo hiciera frente a un altar. Pero me rechazó, se burló de mÃ* humillándome y diciéndome que no estaba a su nivel, que era demasiada mujer para mÃ*, que nunca jamás me querrÃ*a. Y aun a pesar de eso lo volvÃ* a intentar para encontrarme con la misma firme resistencia, y no contenta con ello me dijo que jamás me querrÃ*a porque estaba enamorada de Ã�lvaro. De ese bastardo mujeriego e hipócrita. Esa fue la mayor humillación de todas, que me rechazara para liarse con ese patán farsante que no le llega a ella ni a la suela de los zapatos. AsÃ* que ¿qué se esperaba que hiciera?
Es cierto. Lo preparé todo minuciosamente, asÃ* que no puedo alegar que fuera un acto impulsivo. Es más, disfruté enormemente repasando en mi cabeza una y otra vez los detalles de como iba a acabar con su vida, disfrutando en mis sueños cada vez que le veÃ*a agonizando frente a mÃ*. Pero la realidad superó a la ficción y dudo que nadie haya sentido más placer que el que yo sentÃ* cuando descuarticé a Ã�lvaro sobre la mesa, todavÃ*a vivo y mirándome con ojos de súplica. Me recreé en su muerte con una dicha que nunca jamás volveré a sentir.
Cuando ella llegó a la casa y se encontró aquella carnicerÃ*a comenzó a gritar de una forma descontrolada y si no hubiese sido por el fuerte manotazo que le solté con toda seguridad habrÃ*a alertado a todo el vecindario. Cuando despertó atada a la ensangrentada mesa intentó gritar pero no pudo ya que le habÃ*a metido sus propias bragas en la boca. Sus ojos parecÃ*an querer salirse de las órbitas y me miraban asustados, y aun asÃ* estaba hermosa, muy hermosa, más de lo que nunca la habÃ*a visto porque ahora era mÃ*a. En esos momentos ella me pertenecÃ*a por completo. Volvió a perder el conocimiento al ver la cabeza de su amante colgando de la lámpara, mirándola con los ojos bien abiertos. La habÃ*a colgado ahÃ* convencido de que iba a ser el mejor público que podrÃ*a tener.
Cuando volvió a despertar no se atrevÃ*a a mirar hacia arriba temiendo ver de nuevo a Ã�lvaro, pero la obligué a mirar agarrándola por los pelos. Esta vez ella clavó aterrada su vista en él y luego me miró con la misma súplica con la que me habÃ*an mirado los ojos de la cabeza que colgaba del techo cuando todavÃ*a tenÃ*a un cuerpo pegado a ella. Por fin comprendÃ*a que era mÃ*a. Si ella hubiese querido no hubieran sido asÃ* las cosas, pero no me quedó otro remedio.
Agarré el cuchillo sucio de sangre y lo acerqué a su piel. Es curioso lo que llega a manchar la sangre. Por más que lo habÃ*a frotado no habÃ*a logrado que desapareciera. Con la afilada punta tracé un largo camino desde su cuello hasta su ombligo viendo como se estremecÃ*a. Estaba tan hermosa que dolÃ*a. Desnuda sobre la mesa era la cosa más bella que nadie pueda imaginar. Su cuerpo era perfecto, con caderas anchas y cintura estrecha tal y como me gusta. Su cuerpo bronceado no mostraba ninguna marca de bañador y eso me hacÃ*a hervir la sangre y odiar a todos aquellos que la habÃ*an visto desnuda en la playa. Me habrÃ*a gustado matarlos a todos después de haberles arrancado los ojos.
Su hermoso vientre se abombaba sutilmente mostrando un ombligo redondo y precioso, y un palmo más abajo una densa mata de rizados vellos, negros como el café, cubrÃ*a el espacio entre sus piernas. Hasta en eso era perfecta. No hay nada que odie más que a las mujeres que se afeitan el vello púbico. Son todas unas zorras. Pero mi amor no. Ella no es una puta. Lo único que le sucedió es que se dejó engatusar por aquel desalmado que nos miraba desde el techo.
Mirándome, respiraba agitada y sus pechos temblaban como dos flanes, más hermosos aún que aquellos que pintaron las mejores artistas, grandes y voluptuosos. Ella me miraba y lloraba desconsoladamente pero sus lágrimas no me afectaban. TodavÃ*a debÃ*a verter muchas para superar las que yo habÃ*a derramado por ella.
- Mi amor, -le dije acariciando uno de sus pechos-. Por fin estamos juntos.
Ella se agitó, pero las ligaduras en sus manos y piernas se lo impidieron. Estaba tan hermosa. Su sola contemplación me producÃ*a un hormigueo por todo el cuerpo, y lo que más ansiaba era hacerla mÃ*a. Me acerqué y la acaricié sintiendo el suave y cálido tacto de su piel, disfrutando de cada centÃ*metro de ella y muriéndome de ganas por enterrar mi cara en aquel denso coño y aspirar el aroma de su sexo. Pero tenÃ*a mucho tiempo por delante. Acaricié sus pechos sintiendo la blanda firmeza. Pellizqué sus pezones hasta que se retorció de dolor para luego agacharme sobre ellos y besarlos con deleite. LamÃ* aquella tersa superficie y bajé hacia su vientre girando sobre el ombligo y volviendo a subir hacia aquellas hermosas tetas. La besé en el cuello aspirando el aroma de su miedo que la hacÃ*a más mÃ*a aún e incluso llegué a posar mis labios sobre los suyos por encima de la mordaza que le habÃ*a puesto.
Sus ojos me suplicaban el perdón, pero era demasiado tarde. DeberÃ*a haberse dado cuenta antes. Me desnudé frente a ella y echándome un paso hacia atrás la contemplé en todo su esplendor. Qué guapa estaba. Sin poderlo resistir me senté en el sofá, junto al cuerpo de Ã�lvaro y me masturbé mirándola. Ella apartaba la vista de mÃ*, pero en el fondo me deseaba y de vez en cuando se giraba para mirarme un instante antes de volver de nuevo la cabeza, y cada vez que lo hacÃ*a le lanzaba un beso.
- MÃ*reme, mi amor, mira como estoy por ti.
Me masturbé hasta que no pude más y me corrÃ* derramando una blanquecina leche sobre mi vientre, sin apartar la vista de su hermoso cuerpo mientras lo hacÃ*a y gimiendo con fuerza para que ella me escuchara.
Era tarde y tenÃ*a hambre, asÃ* que fui a la cocina y me preparé un sándwich que comÃ* sentado a la mesa junto a ella, contemplándola todo el rato. Creo que me podrÃ*a haber pasado toda una vida asÃ*. Luego eché una cabezadita en el sofá riéndome ante el hecho de que con quien deseaba acostarme era con ella y lo estaba haciendo con su amante. Bueno, lo que quedaba de su amante.
Cuando desperté ella me miraba con ojos de resignación, rindiéndose a su destino. Me levanté y observé que se habÃ*a orinado formando un charco en el suelo a los pies de la mesa, asÃ* que lo limpié y luego con una esponja húmeda la limpié a ella, mi mano temblando al pasar por encima de su sexo. Esta vez no pude resistir la tentación de pasar un dedo por aquellos voluptuosos labios gruesos y carnosos, que bajo aquel espeso vello protegÃ*an la entrada de su vagina. Y fue como si ella me lo pidiera, como si me suplicara que la follara ya de una vez. Mi polla se endureció rápidamente.
Desaté las piernas de las patas de la mesa y agarrándola por la cintura la acerqué al borde volviendo a atarla por los tobillos, y me situé entre sus muslos. La vista desde ahÃ* era espectacular mirara donde mirara. La agarré por la cintura sintiendo la firmeza de sus músculos y acerqué la cabeza de mi polla a su sexo. Qué bueno era sentir el cosquilleo de sus pelos acariciándome el glande. Me sujeté con fuerza a ella y la penetré lentamente. Su coño estaba seco y me dolÃ*a la polla al empujar hacia dentro, asÃ* que escupÃ* sobre mi mano y me la froté por la polla intentando lubricarla un poco, y esta vez la penetración fue menos dolorosa. Ella intentó patalear pero sus ligaduras se lo impedÃ*an e intentó gritar pero su mordaza también se lo impedÃ*a. Su coño al estar seco restregaba mi polla con fuerza produciéndome un enorme placer, pero lo mejor de todo era verla allÃ* frente a mÃ* mirándome con rabia, echando fuego por sus ojos. Me movÃ* dentro de ella lentamente disfrutando de cada centÃ*metro de avance en el reseco coño, gozando de ella. Pero ella no disfrutaba de mÃ*, la muy zorra. ¿Tan difÃ*cil era amarme, aunque fuera solo un poco? PodrÃ*a haber gemido, haberme mostrado un poco de cariño.
Me salÃ* de ella cabreado. Puta. Nunca pensé que serÃ*as tan puta. Agarré el cuchillo y lo coloqué sobre su garganta.
- Eres una zorra. ¿TodavÃ*a piensas en el bastardo de Ã�lvaro? ¿No te das cuenta de que es una mala persona? MÃ*ralo, ¿crees que habrÃ*a acabado asÃ* si no lo fuera? Ya veo que te sorbió el seso. Pues si le quieres le vas a tener.
Me acerqué a lo que quedaba del cuerpo que yacÃ*a en el sofá y agarrando la punta de la polla la corté de un solo tajo justo por la base. Luego me volvÃ* hacia ella con el colgajo en la mano y se lo mostré. Ella me miró con auténtico pánico en la mirada. Por fin se daba cuenta de que estaba loco. Loco por ella.
- MÃ*ralo, aquÃ* está lo que querÃ*as para sentir placer. ¿Quieres que Ã�lvaro te haga el amor o prefieres chupársela? Creo que casi mejor se la chupas, ¿verdad? No creo que sea digno de meterla en tu coño.
Y acercándome a su lado le quité la mordaza. Estaba tan aterrada que no emitió ni el más mÃ*nimo gemido. Le metÃ* aquel trozo de carne en la boca y casi se ahogó.
- Venga, chúpasela, a ver si se la pones dura al picha floja este.
Y colocándome de nuevo entre sus piernas la volvÃ* a penetrar. La follé con fuerza sin apartar la vista de su cara y de aquel sanguinolento pedazo que salÃ*a de su boca, aunque la muy zorra no lo chupaba. Luego le darÃ*a yo mi polla. Seguro que esa sÃ* que le gustaba, la polla de un auténtico hombre capaz de darle lo quiere. SentÃ*a que estaba a punto de correrme y me movÃ*a con fuerza, con golpes secos que hacÃ*an arder mi polla. Mis piernas flaqueaban y lo único que me mantenÃ*a de pié era la visión de su hermoso cuerpo, tan sensual, ofreciéndose a mÃ*. Fueron los gritos que salÃ*an de mi boca al correrme los que me impidieron escuchar a la policÃ*a entrando en el piso. SentÃ* el frÃ*o contacto del acero contra mi espalda y a pesar de ello continué bombeando aquel coño, mi coño, derramándome todavÃ*a dentro de ella hasta que un fuerte golpe me derrumbó sobre el suelo.
Cuando desperté ya estaba en la prisión y el juicio que siguió fue muy rápido. Y aunque mañana vaya a morir, yo he sido el vencedor, porque yo deseaba amarla y que ella me amara. Pero ella actuaba como si no existiera. Ahora, existiré eternamente en su mente, y cada vez que cierre los ojos ahÃ* estaré yo para recordarle que una vez fue mÃ*a. Y será mÃ*a para la eternidad. Nunca más podrá separarse de mÃ*.
 
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