El Chochito de mi Tía Chari

heranlu

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El teléfono resonó por toda la casa en el silencio de la sobremesa en mi casa. Me dio un sobresalto enorme, pero corrí hacía él y lo cogí al tercer toque.

-¿Diga?

-Hola, Carlos, ¿qué tal? –dijo la voz de mi tía Chari, la hermana divorciada de mi madre.

-Ah, hola tía Chari. Bien, ¿y tú qué tal? –le contesté.

-Pues bien, ¿y tú madre? ¿Está en casa?

-No, todavía no ha llegado del trabajo.

-Hay que ver la madre tan trabajadora que tienes –dijo en tono de broma-.

-Ya ves –le dije yo.

-Bueno, ¿y a qué hora vuelve la señora trabajadora?

-Dentro de una media hora, calculo –le dije.

-Mira, es que llamaba porque me voy a ir esta tarde sobre las ocho, a mi casita de la sierra y os quería invitar. Estaré allí el fin de semana, hasta el domingo por la tarde.

-Ah, ¡qué suerte tienes!

-¿Os apuntáis o qué?

-Pues mira, yo iría, pero mi madre trabaja mañana por la tarde, así que me temo que no va a poder ser.

-Vaya... Bueno, ¿y por qué no te vienes tú conmigo nada más? Total, no creo que tengas mucho que estudiar, ¿no? –me propuso.

-No, no mucho, pero a ver si a mi madre le parece bien. Todavía a los diecisiete años tengo que andar pidiéndole permiso para todo. Yo creo que es algo... –me lamenté.

Mi tía se rió.

-Bueno, seguro que te deja, verás...

-Eso espero...

-Llámame con lo que sea cuando vuelva tu madre y ya hablo con ella también, ¿vale?

-Venga, vale –le dije.

-Hasta luego.

Cuando mi tía colgó, me senté en el sofá del salón y me puse a ver la tele. Un fin de semana con mi tía en su casa de campo no sonaba nada mal, sobre todo teniendo en cuenta que tenía bastante dinero y que su casa era puro lujo y abundancia. Para un chico de clase obrera como yo, aquello era magnífico. Recé para que mi madre me dejara ir.

Mi madre vino cansada del trabajo, como siempre, y no estaba en la mejor disposición para ser convencida de algo, pero yo no tenía más remedio que hablarle del tema, porque eran ya casi las cuatro de la tarde.

-Vale, te dejo ir, pero a ver cómo te portas con tu tía –me dijo mi madre, dándome la alegría del día-. Ahora llamo a tu tía y le digo que vas.... Ve tú metiendo lo que vayas a necesitar en tu bolsa de viaje. Y no te olvides de meter bastante ropa interior, que siempre se te olvida.

-Descuida –le contesté yo entusiasmado.

Mi madre llamó a mi tía Chari y le dijo que iba a ir yo y que sentía mucho no poder ir ella también. Mi tía quedó en pasar a recogerme a las siete y media y yo me di prisa en hacer mi pequeño equipaje. Estaba muy entusiasmado con aquella primera salida al campo en mucho tiempo.

La tía Chari fue puntual, como buena española, y llegó a la hora convenida. Llamó al portero electrónico y yo bajé corriendo por las escaleras y casi me caigo. Su coche, un flamante Citroën C5 gris metalizado, esperaba en junto a la acera con mi tía al volante. Abrí la puerta de atrás y puse mi bolsa en el asiento trasero para luego sentarme junto a mi tía delante.

-¿Qué tal, tiarrón? –me preguntó sonriendo.

-Pues bien, aquí me ves.

-Ya te veo.... tan guapo como siempre mi sobrino –sonrió.

-Si tú lo dices... –dije yo.

Mi tía se limitó a guiñarme un ojo sonriendo y arrancó. Mientras salíamos de Madrid me fijé en ella un poco. Era una mujer bajita y de complexión algo rellena, aunque moderadamente. Sus piernas, realzadas aquella tarde por una falda que le llegaba por las rodillas, eran medianas y muy bien formadas. Llevaba puestas unas sandalias de tacón bajo con dos tiras sobre el empeine que hacían sus pies muy sexis y una camiseta de manga larga negra, al igual que su falda, que no disimulaba en absoluto el generoso tamaño de sus pechos, bastante mayores que la media. El pelo le llegaba por los hombros y lo tenía de color castaño.

-¿Qué miras tanto? –me preguntó advirtiendo que la estaba mirando.

-Eh... nada, ¿por?

-No sé, estabas como ensimismado mirándome.

Me puse muy nervioso y no supe qué decir, de modo que me delaté de esa forma.

-No te preocupes, no me importa que me mires. Si un chico como tú, que tiene un cuerpazo y que es tan guapo, me mira, eso quiere decir algo... –dijo.

-Bueno, yo...

-Tú tienes diecisiete años –me interrumpió- y es normal que mires y que se te ponga ese bulto ahí –me dijo señalando con una de sus manos el evidente bulto de mi entrepierna.

Me sonrojé de tal manera que creía que me dieron ganas de salir corriendo del coche aunque estuviera en marcha. Mi tía, que lo notó y que se estaba divirtiendo con mis nervios, trató de tranquilizarme de una forma que más bien me puso peor... No se le ocurrió otra cosa que poner su mano sobre mi bulto y apretarlo un poco.

-Esto está muy animado, ¿eh...? Voy a tener que parar en una farmacia y comprar gomitas, verás... –dijo riéndose.

Yo no sabía qué decir. ¿Qué demonios habría bebido mi tía para estar actuando de aquella forma? Me tenía tan atónito que no sabía qué decir o hacer. Si intentaba moverme me daba cuenta de que estaba petrificado y si intentaba hablar me daba cuenta de que lo más que podía hacer era balbucear.

-Anda, no te pongas tan nervioso, ¿no? –me pidió-. Sólo estaba jugando...

-No... no pasa nada –logré decir por fin.

Mi tía siguió conduciendo con normalidad y, cuando ya habíamos salido de Madrid, me habló de nuevo, sin haber perdido su buen humor.

-Ahora en serio, me gustas mucho, pero espero que no estés enfadado conmigo.

-No lo estoy... tú también me gustas mucho... Bueno, salta a la vista, ¿no? –le contesté, más calmado y señalando mi entrepierna, que estaba algo más calmada también.

Mi tía se rió.

-Y tanto... Yo tengo la suerte de que en mí no salta a la vista, pero estoy igual que tú.

-¿Y por qué no compras los condones esos de los que has hablado antes? –le sugerí envalentonado.

-¡Anda! Mira tú que espabilado estás, ¿eh...?

-No sé, pensé que, como decías esas cosas, querías...

-¿Que echemos un casquete? –dijo utilizando un lenguaje que no me esperaba.

-Eh... sí –contesté yo algo nervioso otra vez y temiendo su respuesta.

-Bueno, no he dicho ni que sí, ni que no...

Me miró de reojo y salió de la autovía a la altura de Las Rozas. Entró en el pueblo y paró delante de una farmacia que había en una de las calles principales. Se bajó del coche y, al poco, volvió con una bolsita en la mano. Se metió en el coche y sacó de la bolsa una caja de condones. Luego se me acercó y me dio un breve beso en la boca.

-Nos vamos a pasar un buen fin de semana, vete preparando... –me dijo sonriente.

Yo sonreí también y, al cabo de unos minutos, estábamos otra vez de camino a la sierra. Como el tiempo estaba muy bien, había bastante gente dirigiéndose hacia ella, pero no había atascos ni nada parecido. Llegamos casi a las nueve a su casa, donde yo sólo había estado una vez de muy pequeño. Era una casa de campo normal, cercada por una verja y por setos y bastante grande. Estaba en una urbanización muy bien vigilada y segura.

-Bueno, ya estamos aquí, conquistador... –me dijo en plan de broma.

-Sí, ya veo... Está todo muy bonito.

-¿A que sí? Es que yo me ocupo bien de esto... –alardeó mientras me daba un beso en los labios.

-Claro, te traes a los ligues, ¿no? –le pregunté sonriendo... Sin embargo, mi tía se alejó de mí seria-. Perdona, no quería decir eso –añadí.

-No, si tienes razón... es la impresión que doy... Debes pensar que soy un fresca por la forma en que me he comportado.

-No, no, de verdad... era sólo una broma... –le dije.

-En serio, es lo que parece, pero no soy así. Estaré divorciada y tal, pero no estoy todo el día dándole que te pego... Si te digo la verdad, no he hecho nada con nadie en siete meses y aquello fue un ligue de una noche, el único que he tenido en cuatro años de divorciada que llevo.

Un silencio incómodo se instaló allí en el coche parado.

-Estoy enamorada de ti, Carlos. He urdido esto porque sabía que tu madre trabajaba mañana y que quizá podría traerte aquí y decírtelo todo. Te quiero mucho además y no quiero forzarte a nada, pero me he equivocado desde el principio en la forma de hacer las cosas. Me he portado como una fresca, pero es que me atraes tanto que he perdido el control... Lo siento, de verdad... Yo no soy así en realidad.

-No te preocupes por nada, tía... no te considero una fresca ni mucho menos. Tú también me atraes mucho desde siempre, pero comprende que me haya sorprendido de esto, porque lo último que me esperaba es que me dijeras que me querías –le expliqué.

Mi tía sonrió entonces y me volvió a dar un beso en los labios, esta vez algo más prolongado.

-Bueno, pues si quieres empezamos de nuevo, ¿vale? –me propuso.

-Claro que sí –le contesté.

Enjugándose un par de lágrimas que le habían salido, me volvió a besar y en esta ocasión nuestras lenguas se encontraron y nos acariciamos los brazos y las piernas. Todo se había arreglado, por suerte.

Bajamos del coche y yo me fijé en sus pies sexis. Las sandalias aquellas eran de lo más atractivas para una mujer y me moría de ganas de quitárselas... No me pude contener y agarré a mi tía, que medía bastante menos que yo, y la besé con mucha energía. La apreté con mi cuerpo contra el coche y me aseguré de que mi dura erección estaba apretada contra su entrepierna. Mi tía jadeó un poco y respondió con mucho vigor a mi beso, tocándome el pecho y moviendo las caderas de forma que su entrepierna rozara la mía de forma que a ella le gustara.

-No puedo aguantar más, Carlos... o paras ahora o no voy a poder parar yo... me susurró con la voz entrecortada.

Me separé de ella y vi que sus mejillas estaban sonrosadas por la excitación. Luego cogí mi bolsa de viaje mientras ella cogía los condones de la guantera y cerraba el coche. Los dos caminamos hacia la puerta de la casa y entramos. Todo estaba muy en orden, aunque olía algo a cerrado. Pasado el recibidor, pasamos a un pasillo a cuya derecha estaba el amplio salón de la casa, donde había dos sofás, un televisor y una mesa, aparte de varias sillas y algún otro mueble que no recuerdo bien. Mi tía se me acercó y me besó más relajadamente.

-¿Qué te parece? –me preguntó.

-Está muy bien... es todo muy grande.

-Pues espera a ver mi cama... –dijo guiñándome un ojo.

-Vamos a verla...

Solté mi bolsa de viaje en el suelo del salón y nos dirigimos a su habitación por el pasillo. Estaba al final de éste, pasada la cocina, que quedaba a la izquiera, el cuarto de baño, una sala de estar y otro dormitorio. Su cama era, efectivamente, muy grande, pero tuve poco tiempo para fijarme en los detalles, porque mi tía m besó de nuevo con fuerza y me arrastró con ella hacia la cama. Los dos caímos sobre ella enfrascados en aquel beso húmedo y profundo y tocándonos como no nos habíamos tocado antes. No tardamos mucho en empezar a quitarnos ropa a torpe y apresuradamente. Estando yo encima de ella, mi tía me desabrochó el pantalón y me lo bajó hasta la mitad de los muslos mientras que yo le subí la camiseta hasta dejar visible su sujetador. Luego, movidos por el instinto más primitivo, continuamos besándonos con una intensidad con la que yo nunca me había besado con ninguna mujer y nos movimos de forma que se podía decir que estábamos follando aún vestidos.

-Por favor, no puedo más, Carlos... por favor... –me susurró a un oído con voz rota.

Sin pensarlo dos veces, metí las manos por debajo de su falda y tiré de sus bragas hacia abajo. Mi tía movió las piernas de forma que fueran bajando su prenda más íntima y, cuando llegaron a sus tobillos, estaban completamente enrolladas y las arrojó de un puntapié al suelo. Fue entonces cuando ella tiró de mis calzoncillos y liberó mi miembro, que debo decir era y es bastante gordo y de longitud superior a la media. Mi tía Chari separó sus piernas y las puso alrededor de mi cintura, apretándome además con sus manos la espalda para que me estrellara contra ella. Mi dura erección, de este modo, entró en contacto con su abundante vello púbico y al poco se coló dentro del chocho ardiente de mi tía. Estaba totalmente lubricado y dilatado y casi no hubiera sentido que me metía dentro de ella si no hubiera sido por su calor.

La escena en su dormitorio hubiera sido excitante vista por una tercera persona. Mi culo bajaba y subía entre las piernas levantadas de mi tía, que rodeaban mi cintura. Sus sexis sandalias seguían puestas en sus pies, que casi se habían salido de ellas. Yo había hecho que sus tetas desbordaran su sujetador y las estaba magreando mientras mi duro y grueso miembro satisfacía a mi cuarentona tía.

Yo, que había follado varias veces antes con una novia que había tenido, podía controlar bien mis orgasmos, pero el hecho de estar metiéndosela a mi propia tía carnal era demasiado. Creía que me iba a correr en seguida, pero logré aguantar hasta que mi tía se corrió una vez. Gimió y jadeó con una fina capa de sudor cubriendo su cuerpo y luego yo, sintiendo mi orgasmo cerca, saqué mi rabo y me corrí entre sus muslos, sobre su vello púbico y la colcha de la cama. Luego caí rendido junto a ella, que me besó despacio y con delicadeza.

-No me lo habían hecho tan bien en mi vida, Carlitos... –me dijo-. No me lo puedo creer... Si a mí me costaba mucho correrme...

-Pues me alegro de que te haya gustado... Yo no sé cómo he aguantado un minuto sin correrme...

Mi tía Chari me besó otra vez, esta vez con lengua, y me acarició el pecho.

-¿Sabes?, ahora que nos hemos desahogado un poco quiero decirte que me gustaría que fuéramos en serio... –me dijo.

-¿Qué quieres decir?

-Pues que salgamos juntos y estemos como una pareja cuando volvamos a Madrid, aunque sea en secreto. Estoy loca por ti desde hace años y quiero tenerte, aunque suene egoísta. Quiero que tengas mi cuerpo entero para ti y que alivies esas hormonas de adolescente conmigo. Cuando las tengas revueltas acuérdate del chochito de tu tía Chari, que estará siempre calentito para ti y sólo para ti... Para que me lo riegues con tu leche todas las veces que necesites aliviarte... Sé que otra vez estoy hablando como una cualquiera, pero no quiero que te alejes de mí, haré lo que sea para tenerte a mi lado, Carlos.

Yo me puse de nuevo entre sus piernas y volví a introducir mi rabo, que de nuevo se había empinado, en su coño peludo y lubricado. Aquella noche no había hecho más que empezar.
 
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