El Ansia de mi Hijo

heranlu

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Ago 31, 2007
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Todo era rutinario, un día cualquiera en nuestro habitual quehacer, salvo por una cosa. Aquella mañana sufrí, en mi propia habitación, un pequeño… llamémoslo… “asalto”. La puerta del aseo se había cerrado junto con el sonido del pestillo y como un eco distante, las primeras gotas frías manaban por el grifo de la ducha. Ese fue el momento exacto, en el que la puerta de mi cuarto, se abrió de sopetón.

No me asusté porque no me dio tiempo. Rápido alcé la vista y reconocí quien era el que entraba a tales horas de la mañana y sin avisar. Se trataba de mi hijo, que asomaba medio cuerpo tras la plancha de madera abierta y, sin ningún pudor, entraba únicamente portando un calzoncillo de color blanco. Conocía muy bien esa prenda, porque, pese a que ya es mayor de edad…, le sigo comprando la ropa y, ese calzoncillo tan apretado, lo adquirí la semana pasada.

Me quedé quieta al lado de la cama, de donde no me moví después de que tal acto me dejara pasmada. Hacía muy pocos minutos que me había despertado, únicamente, envuelta en mi bata, puesto que los días cada vez eran más calurosos y aquella noche, mi pijama había sido la ropa interior, nada más.

Simplemente, me encontraba esperando el turno para ducharme mientras colocaba bien las sabanas y con mis neuronas todavía encendiéndose con la intención de pasar el día. Apenas reaccioné cuando mi hijo se acercó, con un gesto casi torcido, como perdido, mirándome, pero sin verme, aunque ya sabía a qué se debía.

En aquella décima de segundo que tardó en llegar hasta mi posición, le hice un escaneo a todo su cuerpo. Era evidente que una zona muy en concreto le ardía, porque el prominente bulto que llevaba dentro de la ropa interior no era normal. Aunque sus emociones, quizá quedaría mejor llamarlo… su ansia, también era culpa mía, porque llevábamos ya un par de semanas sin hacerlo… ¿Sin hacer el qué? ¡Sin follar…!

En el último año, habíamos adquirido una relación un tanto… “Peculiar”, y tengo que añadir que… muy satisfactoria. Hacía varios meses que, sin quererlo, porque creo que así vienen este tipo de cosas, habíamos entrado en esa espiral de perversión que tanto nos encantaba.

Todo empezó meses atrás, con algo… no recuerdo muy bien a que vino, me parece que me lo pidió o le ayudé… bueno, no me quiero liar con eso, porque no viene al caso. La cosa es que un tiempo atrás le hice una primera paja que le sacó un temblor inhumano, fue algo improvisado, nada premeditado, pero aquello, hizo emerger en mi alma una tentación que desconocía.

Como os podéis imaginar, después vinieron otras cosas, como una comida de tetas, al tiempo que me devolvía la masturbación. Sin embargo, el mejor recuerdo que tengo, es el de tres semanas más tarde, cuando por primera vez, se metió dentro de mí con su buena polla.

Cierto que, los primeros encuentros sexuales, quedaron como algo insuficiente para mi gusto, ya que el sexo duraba apenas unos minutos. Normal, el chico era la primera vez que tenía en casa a la persona con la cual follaba, era evidente que estaba cachondo las veinticuatro horas del día y, en el instante justo…, pues eso, mucha efervescencia.

Pero, poco a poco, íbamos mejorando y, últimamente, habíamos tenido alguno de más de diez minutos, nada mal. Solían suceder en los escasos ratos que disponíamos de intimidad, mientras mi marido estaba trabajando y mi hija mayor salía con sus amigas o con su novio.

Aunque… volvamos al día que nos ocupa, porque es diferente al resto. La abstinencia parecía que le tenía cegado, de nuevo, mi culpa, porque le había prohibido hacerse pajas al haberle pillado machacándosela con una de mis bragas. Le castigué diciéndole que se lo reservara todo para mí y, de paso, no gastábamos tanto en clínex. Dos por uno, ¿no os parece?

Casi por instinto, como la presa que se siente amenazada y se agazapa, me senté en la cama viéndole llegar donde mí. Mi pequeño, que ya no lo era tanto, se puso delante de mi cuerpo sin casi separación entre ambos, si ponía atención, era capaz de escuchar enfrente de mis narices a su pene rugir dentro del bóxer.

—¡Tenemos tiempo! —soltó inquisitivo manteniendo un tono bajo. Era muy consciente de donde estaba su padre.

—¿¡Estás loco!? —le señalé con el dedo índice la puerta del baño, aun así, ni siquiera la miró. Solo tenía ojos para mí— Tu hermana viene mañana, pero tu padre está ahí mismo.

—De media, tarda más de diez minutos en ducharse, le tengo cronometrado. ¡Tenemos tiempo! —estaba ansioso y pese a que me quería pegar las ganas, mi raciocinio prevalecía.

—¡Hijo, no! ¡Ni de broma!

No os puedo engañar, tenía ganas de que me montara, pero no allí, no con su padre a cinco metros de distancia. No era el momento, ni el lugar, no podía haber una situación más peligrosa. Sin embargo, ante mi negativa, su único argumento fue bajarse el calzoncillo y sacarse el pene de semental que calzaba. La verdad que… fue un gran argumento.

Desde la primera vez que lo vi, me asombró. Está bien de longitud, quizá unos diecisiete o dieciocho centímetros de largo, pero lo que me encanta es su gordura. Mi mano, al ser pequeña, no lo abarca cuando lo rodeo con mis dedos, solo haciendo eso, me vuelvo loca, es increíble. Algunas noches en las que me desvelo por los ronquidos de mi marido, me he llegado a humedecer en exceso de solo imaginarla.

Pues allí tenía semejante miembro, casi palpando la piel de mi rostro y sintiendo el calor que manaba de su punta, era como acercarse demasiado una antorcha. Me quedé muda al verlo, no conseguía acostumbrarme a esa visión y menos, tan cerca. Era capaz de oler ese aroma a feromonas juveniles que desprendía la punta bañada en jugos. Mi corazón se desbocaba, mis manos aferraban duramente las sabanas y, tengo que admitir, que mi entrepierna empezó a lubricar como una fuente.

Me percaté de que no había dudas, estaba más cachonda que en cualquier otro momento de mi vida, bueno… aunque desde que me tiraba a mi hijo, parecía una colegiala en celo. No era que estuviera buenísimo, ni que mi marido no me diera lo mío… ni por su pedazo de polla… simplemente, aquella situación me producía un morbo desmesurado. Esa sensación de saltarte las reglas, de estar más allá de la línea de lo prohibido, me hacía sentirme más viva que nunca.

—¡Esto es una puta locura! —se lo dije directamente a su pene.

—¡Vamos! —lo movió en mi cara, haciendo que tal morcilla se meciera pesada de lado a lado tratando de hipnotizarme. Me conocía… ¡Cómo sabía que eso me encantaba!

Por instinto primario, levanté mis piernas y me recosté en la cama. No tuve tiempo de decidir si lo que estaba haciendo era buena idea o no, solamente deseaba que su herramienta me electrificase todo el cuerpo de placer.

Casi como enloquecido, separó mi braga y sin mediar palabra, sin ningún tipo de preliminar, al ver como mi vagina ya le daba la bienvenida con sus jugos, comenzó a ensartar su terrible arma.

Suerte que lubrico bien y aquella situación me había mojado sin igual, si no me hubiera dolido de manera exagerada que, sus dieciocho centímetros gordos, entrasen en mi cuerpo así… a lo loco.

Había aprendido de la primera vez, que me tenía que calentar para que aquello me penetrase de forma satisfactoria, incluso si tenía tiempo me masturbaba un poco antes para tener la zona lista.

Sinceramente, según la cabeza de su pene entraba, me ponía a ver las estrellas y en esa ocasión, no fue diferente. ¡Menudo placer que me daba el cabrón! Era maravillosa la sensación, quizá… no os voy a engañar… la mejor de mi vida. La pena que solía ser todo muy corto.

En menos de un minuto había conseguido metérmela entera, había apoyado las rodillas en la cama y hundió su polla en mi interior hasta que sentí los pelos de sus huevos acariciando mi culo. Apenas podía respirar por tal intensidad, tal potencia… aquella herramienta, era algo que me llevaba al paraíso.

Su tracción primero fue lenta y yo trataba de tapar mis gemidos con mi mano, pero los chapoteos de mi mojado coño ya se iban escuchando a nuestro alrededor. Puse atención, con una fuerza de voluntad infinita y escuché el ruido del agua caer en la ducha. ¡Gracias al cielo! Como decía mi hijo, teníamos tiempo.

—¡Dios bendito! ¿¡De dónde sacaste esa polla!? De tu padre está claro que no —le susurré. Que le hablara a la vez que me lo hacía le ponía cantidad.

No contestó, pero agarró mis muslos y los pegó con fuerza contra mi cuerpo, colocándose si cabe, más encima de mí y metiendo aún mejor su polla. Me tenía acorralada, no podía moverme, estaba totalmente a su merced al tiempo que me follaba con pasión.

Sollocé sin parar tras sus fuertes acometidas. Hasta que, habiendo pasado apenas par de minutos, noté de que forma un cosquilleo inhumano se apoderaba te todos mis nervios y el paraíso acudía a mi llamada. No me lo podía creer… pero era la realidad, en tan poco tiempo, ¡me iba a correr!

Su pene se quedó dentro del todo, removiéndome las tripas para que aquel orgasmo fuera cósmico. Me mordí la mano para no gritar y perdí por unos segundos el sentido de la vista, el olfato, el sabor… solo gozaba. Ni oía, ni veía, ni nada… el mundo era una nube blanca de claridad absoluta en la que solo sentía el palpitar de su pene en mi interior.

Pero aquello no le hizo detenerse por completo, la pausa exclusivamente duró unos cinco segundos. Me siguió dando placer sin parar, estaba en modo semental, algo que nunca le pasaba durante tanto tiempo. Siempre que comenzaba con ese ritmo, se solía correr al de un minuto, le ponía demasiado tirarse a su madre o eso era lo que decía.

Seguía escuchando el ruido de la ducha, pero casi no prestaba atención, me parecía un eco lejano que resonaba a miles de kilómetros de distancia. Lo que si oía y más que eso… ¡Sentía! Era la polla de mi hijo destrozándome.

—¡Me has tenido a pan y agua dos semanas! —me dijo cachondo perdido con un tono autoritario y menos bajo que el mío. No tenía cuidado por los oídos de su padre, se había adentrado en el paraíso y creía que estábamos solos.

—¡Calla! —le recriminé por el volumen— ¡Te jodes! En esta casa no te puedes corres sin mi permiso.

—¡Joder, mamá! —apretó los dientes con fuerza y siseó— ¡Qué caliente eres!

—Y tú… cómo estás hoy, ¿no? Me estás follando muy rico.

—¿Te mola? —me preguntó sabiendo la respuesta. Asentí con rapidez— Y ¿así? —me dijo mientras me daba más fuerte y me la metía con mucha más dureza.

Volví a asentir gozosa, aquello era como un martillo hidráulico que no se detenía. Sentía cada embestida con extremo placer y a una profundidad que, por el momento, no había conocido. Si hubiéramos estados solos en casa, hubiera gritado como una verdadera loca, sin importarme que me escucharan los vecinos de arriba o… todo el barrio.

Me hizo señas para que me sujetase yo misma los muslos, por supuesto, así lo hice, y puso sus manos en mis hombros, para atraer todo mi cuerpo hacia el suyo cuando me daba una embestida.

Al comienzo, fue normal, duro pero dentro de una normalidad. Después… lo hizo a tal velocidad, que mi pelo se me enmarañó en el rostro. No sé si sería por el morbo de que nos pillasen o verle tan cachondo… pero estaba poseída por una lujuria que no se asemejaba a ninguna vez anterior.

Casi no le podía ni ver, mi hijo se convirtió en una figura borrosa detrás de mis cabellos castaños, un fantasma al que solo le importaba el sexo. Llegó al punto en el que incluso le perdí totalmente de vista y noté algo que se avecinaba tan rápido como un coche de carreras. ¡No era posible!

Sí que lo era. Mi hijo me estaba follando de una forma enfermiza, haciendo que me moviera como una posesa en la cama y en un último pensamiento consciente, me pareció que era su muñeca hinchable. Simplemente, me estaba usando esa mañana para eyacular, tratándome con la dureza que requería su corrida y a mí… me encanta, porque el segundo orgasmo llamaba a la puerta.

Hizo acto de presencia tan rápido que me tenía alucinando, con mi marido, jamás me corrí dos veces en el mismo polvo y, mucho menos, tan rápido. Sentí el cielo sobre mi piel y puse una mano en el cuerpo de mi hijo tratando que se detuviera, al menos un poco. No podía soportarlo, era demasiado placer.

Ahora sus embestidas eran tan placenteras, que me causaban una especie de dolor gustoso, jamás lo podría explicar mejor, porque nunca más me volvió a pasar. Perdí la conciencia por unos segundos, mientras todo mi cuerpo sonreía por el segundo roce del cielo. Estaba muerta.

No obstante, tuve que recomponerme rápido cuando mis oídos recuperaron la capacidad auditiva y escuché el agua de la ducha. Mi pobre marido seguía allí, duchándose tranquilamente sin saber que su hijo me estaba taladrando. Menos mal que se daba largas duchas… más minutos de puro gozo.

Me retiré el pelo, respiré hondo y vi mi pecho subir y bajar como si dentro de este hubiera un terremoto. La figura de mi hijo volvía a ser nítida, estaba imponente encima de mí, parecía un dios griego hecho carne. ¡Joder, cómo me gustaba que me follase así de duro!

—¡Estoy a punto…! ¡Me hierve la polla! —dijo entre dientes, solo le dejaba hablar así de mal cuando me follaba, en otro momento, le hubiera echado la bronca.

—¡Acaba ya, que nos la jugamos! —tras mis orgasmos estaba más lúcida y sabía que, de no acabar rápido, podrían pillarnos.

—¡Mamá, sácate los melones! ¡Vamos! ¡Quiero verte esas tetazas!

—¡Serás guarro! —le contesté separándome ligeramente la bata y sacando mi par de tetas sobre el sujetador para que las viera

Sabía que le encantaban, bien que me las comía siempre que podía y aunque le llamaba guarro cada vez, me volvía loca. Incluso cuando sabía que estábamos solos en casa, las mostraba con el único fin de calentarle.

—¡Ya está! —me dijo volviendo a penetrarme con ganas— ¡Esto viene! ¡Aquí viene!

Justo, en ese instante, se separó sacándola de mi interior. Se puso de pie delante de la cama y me hizo señas para que me levantase. Con las piernas temblorosas lo logré, aunque, lo digo muy en serio, no tenía ni idea de lo que quería.

Me sujetó de seguido del hombro y me agachó con fuerza, quedándome de rodillas sobre la alfombra de la habitación. Mientras que, con la otra mano, agarraba un pene gordo, hinchado, venoso y a la temperatura del infierno. Lo colocó delante de mi rostro y sin ni siquiera pedirme permiso, introdujo aquella masa de terribles músculos en mi boca.

Mis ojos se abrieron de par en par, sentí su punta húmeda chocando contra mi garganta y todo su volumen me cubrió el paladar por completo. Jamás le había comido la polla, era la primera vez, no porque no me guste, a mi marido siempre se lo he hecho con gusto. Sin embargo, algún tipo de barrera moral absurda no me dejaba, pero que queréis que os diga, hacerlo se sintió riquísimo.

Me llenó tanto como lo hacía en mi vagina, el bajón que había tenido por el orgasmo se volvió a incrementar al notar semejante cacho de carne en mi boca. Al tiempo que se la mamaba con ferocidad, me sujetaba los pelos con fuerza y movía su cadera de adelante hacia atrás. Me detuve porque no tenía que hacer nada, literalmente, me estaba… ¡Follando la boca!

Hizo un gemido casi gutural o quizá quiso decir algo, pero noté como su pene se hinchaba en mi interior. Se volvió descomunal, algo que me destrozaría la mandíbula, aunque era más la sensación de pura lujuria que otra cosa.

Movió furiosamente su cadera, haciendo que su pene chocara contra mi garganta una y otra vez de manera rocosa. Sentí que me ahogaba, que la gran polla quería reptar por mi garganta para quitarme todo el aire y con las manos sujetándome el cabello, me la apretaba contra su cadera para lograrlo.

Le miré con los ojos llorosos, estaba con los dientes apretados y las venas de los brazos marcados debido a la tensión. Estaba increíble, no lo puedo negar. Aquella sensación de ser domada por mi hijo me sacaba unos deseos que ni siquiera sabía que poseía.

Era el momento, el instante preciso y… paró súbitamente. Vi como temblaba todo su cuerpo, como cerraba los ojos y después, hundía su polla como un ariete en mi garganta. Me sujetó de los pelos con más fuerza, acercándome mucho más a él y pude tocar con la punta de mi nariz su vientre, no me dejaba escapar, era suya.

Su polla formó todo el hueco que pudo, abriendo hasta el límite tanto mi garganta como mi mandíbula y, acto seguido, sin dejar que pudiera soltarme de su tremendo agarra, vertió todo su jugo en mi interior.

Nunca me había imaginado que se me iban a correr en la boca, no me parecía ni erótico, ni me ponía en lo absoluto. No obstante, en el momento que sentí aquella sustancia ardiente llenar mi esófago a chorros y calentando mi garganta hasta casi quemarme, por poco me vuelvo a correr.

Era espeso y abundante, hasta tal punto que comenzó a salir por la comisura de mis labios sin que lo pudiera evitar. Se quedó por unos segundos haciendo esa llave que me seguía asfixiando, sin que yo hiciera nada, solo le agarraba con pasión los muslos, para que… no parara.

Fueron como mucho cinco segundos de corrida en los que no me dejó respirar, hasta que mi hijo volvió al mundo terrenal después de su orgasmo y la sacó de mi boca, sentándose en la cama a ver si se podía calmar.

Tosí tres veces, haciendo que el vaso de semen que me había obligado a tomar saliera poco a poco. No llegó a caer nada en la alfombra, ni siquiera sobre mi bata o sobre mi ropa interior, pero mi barbilla y tetas, sí que tuvieron su buena dosis.

Con sus ojos fijos en su amada madre y su respiración rápida, abrí mi boca y vertí sobre mis tetas el abundante néctar que todavía quedaba dentro de mi boca. No se perdió ni un segundo como aquel líquido blanco salía por mis carnosos labios, hasta que estallaba en mis pechos con las demás gotas de leche. Me sentí una actriz porno.

Observaba esa escena con los mismos ojos perdidos con los que había entrado y para mayor deleite, me expandí todo lo que pude su precioso tesoro por mis senos, dejándolos brillantes y calientes. Tuve que cesar en el mismo momento que escuché un ruido en el baño, porque la mampara de la ducha se había abierto. ¡Alarma!

Rápidamente, le hice una seña para que saliera de la habitación. Corrió con el calzoncillo por los tobillos, mientras yo agarraba las sabanas, que era lo único que tenía a mano, para intentar limpiarme la boca y los pechos.

Me limpié como si me fuera la vida en ello, dejando mis tetas impolutas de semen y pasándome un buen trozo blanco de sabana por la cara para no dejar muestras de mi pecado. Todavía me quedaba un poco en la boca y en la garganta por lo que tragué saliva y el espeso zumo mañanero se juntó con lo que ya había entrado en el estómago.

Mi hijo llegó a la puerta, dedicándome una mirada fugaz y llena de pasión a la que no respondí. ¿El motivo? Muy sencillo, tras la puerta del baño se escuchó el clic metálico del pestillo y después, vi como la manilla de la puerta se abría. Mi hijo ya estaba en el pasillo y mi marido emergía del aseo.

—Ya puedes entrar, cariño. —hizo una pausa y me miró, menos mal que le estaba dando la espalda— ¿Cuándo estaba dentro me has dicho algo? —preguntó con la toalla rodeándole la cintura y alguna que otra gota recorriéndole su peludo pecho.

—Gracias, cielo, ahora entro. No, no te dije nada. ¿Por qué lo dices? —pregunté sin mostrarle mi cara, puesto que estaba poniéndome bien el sujetador y no quería que me preguntara porque llevaba las tetas al aire.

—Me había parecido escuchar voces o ruidos. No sé… sin más… cosas mías.

Sin hacer más caso a lo que decía y dejando su duda en nada, cogí ropa interior nueva del cajón y pasé a su lado para entrar al aseo, pero justo, me detuvo. El corazón casi se me sale por la boca, ¿qué quería en ese momento? ¿Habría visto algo?

—Tienes algo… —un dedo índice largo y con una uña bien perfilada señaló entre ambas tetas— Ahí.

Una pequeña gota de semen había quedado todavía visible a pesar de mi rápida limpieza. La prueba del delito estaba presente y, por una décima de segundo, se me vino el mundo encima. Sin embargo, actué rápido, con la mayor normalidad del mundo. Alcé mi mano y esparcí esa gota por la zona en la que se encontraba.

—Rastros de la crema de piel que me regalaste. Me quedó un pelín desperdigada…

Asintió satisfecho y entré en la ducha, donde, con el olor a semen de mi hijo, tuve que volver a masturbarme hasta el punto de correrme de manera muy placentera. Por los pelos no me caí en la ducha, las piernas me temblaban y me tambaleaba como si estuviera montada en un toro mecánico. Aunque para toro mi hijo…

Lo único que pensé en cuanto me repuse, fue en hacer planes para estar más tiempo a solas con mi pequeño. ¿Tal vez pasar juntos las vacaciones? O ¿directamente ir a un hotel? Debía meditarlo.

Aunque también cabía la posibilidad de volverlo a hacer cuando mi hija o mi marido estuvieron en casa. Que mi hijo me follara con mi marido a unos metros, con la gran posibilidad de pillarnos…, me había puesto tan cachonda… debíamos repetirlo.
 
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