El Amigo de su Marido en Casa 01

heranlu

Veterano
Registrado
Ago 31, 2007
Mensajes
5,327
Likes Recibidos
2,360
Puntos
113
 
 
 
Camilo siempre había sido bastante maricón, aunque había conseguido ocultar sus tendencias homosexuales con bastante discreción. Con el tiempo se había casado con Carla y vivían felizmente en una lujosa mansión a las afueras de Madrid. Era un arquitecto reconocido y tenía un estudio con más de veinte personas a su cargo. Nunca tuvo problemas económicos, su padre construyó un imperio de empresas constructoras y como hijo único había heredado toda su fortuna. Tenía treinta y cinco años, como su novia. Su padre ya había fallecido. Ambos vivían con Blanca, la madre de Camilo, una de las pocas personas que conocía el secreto de su hijo, esas inclinaciones homosexuales que de vez en cuando aturdían su frágil personalidad. Cuando era más joven, le pilló revistas gays escondidas bajo la cama, le vio probarse ropa de mujer y una vez le vio haciéndole una paja a un amigo. Ese amigo se llamaba Bruno y la segunda persona que conocía la homosexualidad de Camilo, aunque ya llevaban bastante tiempo sin verse, perdieron el contacto cuando en la universidad ambos tomaron caminos distintos. A Camilo fue cuando se le terminó el chollo. Hasta ese momento, Bruno se dejaba hacer pajas, mamadas e incluso una vez se la metió por el culo. Era su mejor amigo y a Camilo le encantaba satisfacerle, a sabiendas de que a Bruno le gustaban las mujeres, pero era un pervertido que se prestaba a cualquier cosa. Desde que se separaron, Camilo, tal vez por el bochorno que supondría en sus círculos saber que era un maricón, se conformaba masturbándose con los recuerdos, visitando páginas gays, comprando alguna revista o alquilando alguna película, pero siempre con mucha precaución a no ser descubierto, nunca involucrándose en los ambientes homosexuales. Cuando jugaba al futbol, disfrutaba de lo lindo en los vestuarios viendo todos aquellos hombres desnudos. Conoció a Carla en la universidad y se enamoró de ella. No habían tenido hijos. La vida sexual entre ambos no podía ser más monótona. Carla era una chica preciosa, de un carácter muy abierto, alabada por todos los que la conocían. Hubo un tiempo en el que fueron muy felices, se convirtieron en un matrimonio muy divertido, pero Camilo pasaba malas rachas y su fervor homosexual a veces se adueñaba de su mente, le convertía en un tipo arisco y aburrido por no poder expresar sus verdaderas inquietudes, se encerraba en sí mismo, perdía la concentración, hasta que una vez pilló a Carla en la cama con un antiguo novio. Fue un escándalo, pero la perdonó, su madre le convenció para que lo hiciera, Carla era una buena chica, una monada con la que había conseguido encarrilar su vida. No debía desaprovechar el amor de aquella mujer, debía mantener su status en la sociedad. Su madre le echó las culpas a él por ser tan memo, por no mimarla lo suficiente. Carla sabía que había cometido un error, notaba en su marido cierta falta de cariño, poca energía, con una relación sexual excesivamente pasajera, sin sospechar nunca las tendencias homosexuales de Camilo. No podía permitirse el lujo de un divorcio, ella no tenía nada en la vida y su marido había heredado una auténtica fortuna. Le prometió que jamás volvería a hacerlo, que le amaba, asumió el error alegando esa falta de cariño y con unas vacaciones en Tailandia dieron por zanjado el escándalo, aunque el asunto se convirtió en la comidilla de los altos círculos en los que se movían, Camilo en el cornudo consentido y ella en la zorra. Pero todo continuó siendo demasiado soso, su marido seguía siendo el mismo muermo, el rollo seguía siendo el mismo y la desesperación aumentaba, hasta que un buen día Carla recibió la noticia de que iban a tener un invitado en casa. Se llamaba Bruno. Y era un viejo amigo de su marido.

Camilo estaba pasando una mala racha, no atendía al trabajo, se pasaba la mayor parte del tiempo chateando con homosexuales o visitando páginas gays. Le hubiese gustado ser una mujer, de ahí su continua desesperación. Necesitaba calmar sus inquietudes, llevaba años sin probar una polla, sufriendo por dentro, ocultando su gran secreto. Conocía por las revistas y por Internet algunos locales de ambientes, pero le daba pánico involucrarse y ser descubierto, convertirse para sus amigos en una maricona. Ya había llegado al punto de ponerse unas bragas de su mujer y meterse un dedo en el culo para simular que lo follaban. Decidió tentar a la suerte y una tarde se atrevió a telefonear a su viejo amigo Bruno. Sabía que vivía en la costa, que estaba separado, seguro que porque su mujer le pilló con otra, Bruno siempre fue muy putero y pervertido. Sabía que supondría un riesgo con su mujer y su madre en casa, pero era la única persona que le comprendía, que conocía su vocación homosexual. Fue una charla muy extensa donde recordaron los viejos tiempos, las anécdotas íntimas, hablaron de sus vidas, Camilo le habló de Carla, de donde vivía y Bruno le contó que su mujer le había dejado porque le había puesto los cuernos. Sólo con oír la voz de su amigo, Camilo ya se ponía cachondo.​

  • ¿Y tu madre? ¿Sigue tan buena como siempre?
  • Sí, bueno, se cuida mucho.
  • ¿Y tu mujer? ¿está buena?
  • Anda, no seas salido.
  • Oí que te puso los cuernos.
  • Bueno, tuvo un rollo, pero al final, bueno, seguimos juntos. Oye, Bruno, a ver cuando vienes a Madrid y nos vemos.
  • Precisamente he quedado con unos amigos este fin de semana. Voy de vez en cuando. Ahora mismo estaba mirando en Internet un hotel.
  • ¿Por qué no te quedas en mi casa unos días? Así hablamos y eso.
  • ¿Y tu mujer?
  • Ella encantada.
Más tarde, Camilo le hizo saber a su madre y a su esposa que su amigo Bruno pasaría unos días con ellos. A Blanca no le hizo mucha gracia la visita, sabía de las perturbaciones de su hijo y de lo que podía suceder con el invitado, pero confiaba en que su hijo hubiese superado sus traumas de adolescente.

Bruno se presentó un viernes al mediodía junto con una maleta como equipaje, dispuesto a pasar unos días en la mansión de su amigo. Camilo le preparó una fiesta de bienvenida, organizó una barbacoa a la que asistieron el novio de su madre, un señor mayor llamado Domingo, su cuñada y hermana pequeña de su esposa, Candela, su novio con el que iba a casarse en menos de un mes, un chico llamado Sandro, y por supuesto su esposa Carla y su madre Blanca. El recibimiento fue muy caluroso y cordial por parte de todos tras el abrazo entre Camilo y Bruno. Carla y su hermana Candela comentaron entre sí lo bueno que estaba el amigo de Camilo. Cuarenta años, alto, de tórax musculoso y culo pequeño, con una voluminosa melena de cabello liso y ojos verdes, barba interesante de tres días, con vestimentas informales, un modelo de revista, cien veces más guapo que Camilo, que había comenzado a perder el pelo y a engordar de manera preocupante. Al parecer era representante de una marca de ropa. Blanca recelaba de la visita y fue la que más fríamente le recibió, a pesar de todo le presentó a Domingo y recordaron viejos tiempos cuando vivían en el mismo barrio. Para Bruno, la madre de su amigo representaba la morbosidad de una mujer madura a pesar de sus sesenta años, conservaba el mismo cuerpo macizo, las mismas tetas grandes, las mismas curvas en su culo ancho, el mismo cuerpo apetitoso con el que se masturbó tantas veces de adolescente. Luego conoció a las dos hermanas pijas, primeramente se quedó pasmado con Carla. Era una preciosidad, una mujer de una belleza inigualable. Bastante alta, elegantísima a pesar de que iba con unos tejanos y una blusa, melena rubia y sedosa de cabellos largos y lisos perfectamente planchados, de color plateados, peinada con la raya a un lado, perfectamente maquillada, con los labios y las uñas pintados y una piel bastante blanca. Poseía un culito para comérselo, con unas nalgas duritas que se contoneaban con cada paso. Poseía unas tetas redondas con las bases muy erguidas, con gruesos pezones que quedaban señalados en la camiseta. Se quedó impresionado cuando se la presentó Camilo, como se quedó maravillado con Candela, la hermana, era más baja, aunque poseía unas tetas más pequeñas y picudas. Fascinaba su culo, algo más abombado que el de su hermana, tenía el pelo rubio, muy cortito y de punta por efecto de la gomina, y una piel más dorada. Qué polvos tenían las dos. Así se lo hizo saber a su amigo en cuanto estuvieron a solas.​

  • Y qué buenas están las dos, sobre todo tu mujer. ¿Folláis mucho?
Camilo, emocionado por la presencia de su amigo, trató de calentarle.​

  • Follamos muy de vez en cuando, no te creas. El matrimonio es monotonía.
  • Y tú que eres un poco maricón -. Le dio dos palmaditas en la cara. A Camilo la acusación le puso cachondo -. ¿No vas a dejar que me la tire?
  • Qué cabrón eres, Bruno…
  • Ya te puso los cuernos una vez, ¿no? Se folló a un novio suyo, ¿no?
  • Sí bueno…
  • Qué zorra, cómo me gustaría echarle un polvo. No te importaría, ¿verdad? Tu madre también se conserva bien. Siempre me han gustado esas tetas que tiene… ¿Te acuerdas cuando olíamos sus bragas?
Sonrió como un gilipollas, dominado por el carácter impositivo de su amigo. La barbacoa sirvió para que Bruno se integrara en la familia. Mantuvo conversaciones con Sandro y Domingo e intimó con las dos hermanitas, se mostró bastante divertido y amable, incluso estuvo un rato a solas con Carla ante los ojos de Camilo, confuso entre los celos y la lujuria. Su mujer acaparaba la atención de Bruno y a él le daba de lado.​

  • Me dijo Camilo que te separaste de tu mujer.
  • Bueno, confieso que fui un poco canalla, me pilló en la cama con otra.
  • Pues ya somos dos. Me pasó lo mismo, fue una mala época, menos mal que luego lo hablamos y todo se solucionó.
  • Somos chicos malos, ¿eh?
Ella sonrió dándole un cariñoso manotazo. La velada terminó tarde y todos lo pasaron en grande con el nuevo invitado. Camilo aguardaba con impaciencia el momento propicio para quedarse a solas con él y gozar de una nueva experiencia sexual. Al final se quedaron los dos a solas tomando una copa. Camilo desprendía en su mirada esa fervorosa sensación.​

  • Tu mujer me ha puesto cachondo – reconoció tocándose -. Necesito desahogarme un poco. ¿Quieres hacerme una paja? Vamos, por los viejos tiempos. Seguro que sigues tan maricón como antes. -. Camilo se encogió de hombros sonriendo, algo abochornado -. Trae unas bragas de tu mujer, unas bragas sucias, quiero oler su chocho…
Extasiado por las maneras de su amigo, fue al cesto de la ropa sucia y cuando llegó al salón Bruno ya se estaba masturbando.​

  • Mastúrbame con las bragas. Cuéntame cómo folláis…
Camilo se arrodilló entre sus piernas, rodeó la polla con las bragas y comenzó a masturbarle sofocando el inmenso delirio que inundaba su mente desde hacía tiempo. Blanca estaba intranquila al saber que su hijo se había quedado a solas con Bruno. Sabía lo que podía pasar y le atormentaba el previsible escándalo si todo salía a la luz. Sigilosamente, se echó una bata por encima y bajó a la planta de abajo. Oculta tras unas plantas, descubrió lo que sucedía en la terraza. Bruno recostado en una hamaca oliendo unas bragas de Carla mientras su hijo le hacía una mamada. Bruno vertía a los pocos segundos toda su leche sobre la cara de Camilo. Poseía una polla no muy gruesa, pero larga, probablemente cercana a los veinte centímetros, con un glande afilado. Luego su hijo se masturbó arrodillado ante él, hasta correrse un minuto más tarde. El puto maricón, pensó Blanca, podía joderlo todo. Debía acabar con aquello antes de que Carla lo descubriera. Se fue a la cama y dejó a su hijo limpiándole la verga con las bragas.

El sábado por la mañana Carla se despertó temprano, sobre las siete de la mañana. Había quedado con su hermana para ir a unos centros comerciales y a probarse el traje de novias. Los preparativos de la boda de su hermana acaparaban todo su tiempo. Camilo dormía plácidamente a un lado de la cama. Se vistió con ropa cómoda y cuando abrió la puerta para salir al pasillo oyó la del cuarto de Bruno. Retrocedió cerrando un poco la puerta. Aún no estaba maquillada y peinada, no quería aparecer demacrada ante él. Se quedó boquiabierta al verle. Apareció desnudo con una toalla al hombro dirigiéndose al cuarto de baño. Se fijó en su larga polla, flácida colgando hacia abajo y balanceándose activamente hacia los lados. Se fijó en sus huevos, también flácidos y meciéndose con los pasos. Y en su culito musculoso, sabroso para los gustos de una mujer. Estaba muy bueno. Qué suerte haberle pillado desnudo. Tampoco era malo darle ese gusto a sus ojos. Aguardó unos segundos y salió al pasillo descalza para no hacer ruido. Entonces le escuchó jadear, le escuchó respirar por la boca. No había cerrado la puerta del todo, había dejado una pequeña abertura por la que asomarse. Con sumo cuidado, se inclinó para asomarse y le descubrió haciéndose una paja. Permanecía sentado en la taza atizándose fuerte tirones a la verga, completamente tiesa e hinchada, provocando que sus huevos se movieran con las sacudidas. Y la dejó de piedra ver cómo olía sus bragas, como las mordisqueaba, cómo se tapaba el glande, cómo un minuto más tarde derramaba la leche y se limpiaba con ellas. Luego se cogió la polla y la bajó para mear. Aguardó hasta que salió el chorro, luego, impresionada, decidió proseguir su camino hacia la cocina. Un cuarto de hora más tarde apareció recién duchado, con la toalla liada en la cintura, pero con su torso desnudo, exhibiendo unos pectorales atléticos, bronceados, casi sin vello. Se dieron unos besos en las mejillas como saludo de buenos días y ella le ofreció un café. Al sentarse la toalla se abrió dejando parte de su muslo a la vista. Desayunaron juntos, intimaron, él se comportó de manera agradable y respetuosa, pero Carla pasó un mal rato con aquel tío tan bueno, medio desnudo, sus ojos se movieron nerviosos hacia esos pectorales robustos, hacia su muslo, hacia el bulto que se diferenciaba en la toalla. Por la profundidad de sus miradas, Carlas sabía que ella le gustaba, como a ella le gustaba él, era un hombre muy guapo. No quería perder la cabeza, no quería cometer otro error. Bruno tampoco le quitó ojo de encima a pesar de que iba con unos tejanos y una camisa, no perdió detalles de sus movimientos. Estaba para comérsela. Y Camilo fue testigo del tonteo entre su mujer y su amigo. Los celos le comían. Era consciente de que Bruno la prefería a ella. Estuvo oculto en un extremo del salón hasta que la vio salir hacia las escaleras. Prefirió aguardar en el escondite, sabía que su esposa tardaría poco en marcharse. Carla entró en el lavadero y rebuscó entre la ropa sucia hasta encontrar sus bragas, las mismas con las que se había masturbado el amigo de su marido. Todo resultaba muy morboso, un morbo que le provocaba una sensación demasiado ardiente. Parecía que todo formaba parte de un juego. Las bragas estaban impregnadas de semen, aún se diferenciaban algunos pequeños pegotes blanquecinos y gelatinosos. Las olió y luego pasó la yema de un dedo impregnándose la piel. Se pasó el dedo por la lengua para saborear la leche, de un sabor amargo, sumida en esa atracción morbosa que le proporcionaba el amigo de su marido. Después las enjuagó en el grifo para borrar el rastro y volvió a tirarlas al cesto. Antes de irse volvió a charlar con Bruno en la cocina y volvieron a besarse al despedirse. Al oír la puerta de la calle, Camilo salió de su escondite para ir en busca de su amigo. Iba en calzoncillos, como para incitarle, para llamar su atención, para provocar una nueva experiencia. Se dieron los buenos días y Camilo se acercó a la encimera a preparar un café.​

  • Acabo de estar con tu mujer. Ha salido. Qué guapa es.
  • Sí, ya, había quedado con su hermana.
Oyó que su amigo corría la silla y se levantaba. Percibió su presencia tras él. Le miró por encima del hombro y vio que se quitaba la toalla y se quedaba desnudo, con su mástil tieso hacia arriba. Volvió a mirar al frente y al segundo notó que le rozaba el culo con la punta de la verga, que le abrazaba, que se pegaba a él, podía notar los contornos de su pene en el trasero. Le acarició los pechos con sus manos masculinas. Camilo imaginó con los ojos cerrados poseer unos grandes pechos. Echó la cabeza hacia atrás y la apoyó en su hombro. Bruno le mordisqueó la oreja.​

  • Tu mujer me pone muy cachondo -. Le bajó el calzoncillo y pegó el tronco de la polla a lo largo de la raja del culo -. Me vuelve loco, cómo me gustaría follármela. Podías convencerla…
Camilo trató de concentrarse en el pollón que se refregaba por su culo.​

  • Es muy difícil, Bruno.
Bruno deslizaba a lo largo de la raja todo el tronco de la polla, masturbándose con el culo de su amigo. Camilo, extasiado, le correspondía meneándose y sacudiéndose su pollita a la vez. Blanca apenas había podido dormir. Se colocó un albornoz por encima y bajó en silencio a la segunda planta. De nuevo se encontró a su hijo sodomizado por su amigo. Les descubrió en la cocina. Bruno, con la polla encajada a lo largo de la raja, se masturbaba con el culo de su hijo. Estaba corriendo demasiados riesgos y a ese paso Carla le iba a pillar mariconeando. Debía zanjar el asunto. Vio que su hijo eyaculaba sobre la encimera, en ese momento Bruno se apartó para recoger la toalla. No había llegado a correrse. Utilizaba a Camilo con el único propósito de follarse a su mujer. Blanca se retiró con cuidado y se encerró en su habitación. Se dio una ducha de agua fría, se lió una toalla en la cabeza para que se le secara el cabello y se puso el mismo albornoz. Decidida, caminó hasta la habitación de su hijo. Ya estaba vestido, inmaculadamente enchaquetado. Debía pasarse por el despacho a resolver unos asuntos.​

  • ¡Mamá! – se sorprendió.
  • ¿Qué estás haciendo, imbécil? ¿Quieres arruinar tu vida? Os he visto, es vergonzoso…
  • Mamá, verás… -. Estaba nervioso -. Nosotros…
  • Cállate, maricón. Quiero que se vaya y se va a ir ya…
Salió precipitadamente de la habitación hacia las escaleras. Camilo la siguió, aunque se detuvo a medio camino. Se dirigía hacia el cuarto de invitados.

Bruno colocaba unas prendas en los cajones cuando Blanca irrumpió con decisión. Se fijó en la toalla liada en la cabeza y en su albornoz. Él aún tenía la toalla sobre en la cintura. Dio unos pasos hacia él y empujó la puerta, aunque sin llegar a cerrarla.​

  • ¡Blanca!
  • Quiero que te vayas de esta casa. Puedo darte dinero. ¿Cuánto quieres? Pero desaparece de la vida de mi hijo.
  • Vaya, la mamaíta ha descubierto lo maricón que es su hijo casado.
Camilo vigilaba desde fuera y pudo ver cómo empalidecía el rostro de su madre. La burla sonaba con un tono amenazante. Ambos estaban uno junto al otro, de pie, mirándose con intensidad.​

  • Por favor, Bruno, deja en paz a mi hijo, te daré lo que quieras – suplicó.
Bruno, bruscamente, le sujetó la barbilla y le levantó la cabeza. Ella se quedó inmovilizada, sin ningún gesto de resistencia. Comenzó a desanudar el cinturón del albornoz.​

  • Eres una mujer muy hermosa. Me gustaría guardar el secreto de tu hijo.
Le abrió el albornoz hacia los lados descubriendo sus tetas. Eran unas tetas lacias muy caídas y separadas entre sí, con pezones y aureolas muy oscuras en medio de la blancura. Llevaba unas bragas celestes de tul bastante ceñidas.​

  • Tengo novio, Bruno, no quiero…
  • Chsss, tú y yo vamos a divertirnos un poco.
  • Eres un cerdo, eres un hijo de puta.
Le acarició una teta, primero con suavidad y luego achuchándola, sin soltarle la barbilla, manteniéndole la mirada en alto. Después le atizó una palmada a la otra. Ella se quejó mientras el pecho se vaiveneaba. Deshizo el nudo de la toalla y ésta cayó dejándolo desnudo. Blanca le examinó seria, su polla estaba rígida y empinada.​

  • Mastúrbame…
Con timidez, extendió el brazo y acercó la mano hasta rodear aquella verga tan dura. De manera muy parsimoniosa se la empezó a sacudir. Deslizaba la palma desde la base hasta el glande, como acariciándola, percibiendo esa extrema dureza, percibiendo las venas señaladas por el tronco. Bruno le metió la mano por el hombro empujando el albornoz. La prenda resbaló por la espalda de Blanca y la dejó en bragas. A continuación la rodeó por la cintura con el brazo derecho y la acercó a él, hasta que la teta izquierda se aplastó contra su costado. Mientras ella le masturbaba de manera acariciante, la mano descendió desde la cintura hasta el culo, sobándoselo por encima de las bragas.​

  • Lo haces muy bien. Tú y yo nos entendemos…
  • Por favor, no cuentes nada – suplicó sin cesar la masturbación, esmerándose en provocarle la mayor excitación.
  • Sigue así…
Camilo presenciaba la masturbación. Se bajó la bragueta y se sacó su pollita para darse. Su madre estaba entregada, le estaba haciendo una paja a su mejor amigo. Se dijo a sí mismo que era un pervertido, pero no podía remediarlo. Bruno le desquiciaba. Tras tirarse unos segundos masturbándole, Bruno la agarró del brazo y la condujo hacia el fondo de la habitación.​

  • Bruno, qué vas a hacer…
La colocó contra la pared, con los brazos en alto. Le dio dos fuertes tirones a las bragas bajándoselas sólo de un lado, pero dejando un hueco para que la polla se colara entre las piernas. Blanca sintió su aliento y su lengua en la nuca, sintió sus pectorales musculosos en su espalda, su pelvis aplastando su culo gordo, la punta de la polla escarbando en su chocho hasta deslizarse al interior lentamente. Blanca cerró los ojos al percibir el avance, al percibir la dureza y longitud. Tenía un coño blandito y la polla resbaló hasta los huevos. Se mantuvo inmóvil con la polla dentro del chocho.​

  • Siempre he querido follarte – le susurró electrizado -. Tú yo vamos a pasarlo muy bien.
Camilo, estremecido, contemplaba impasible los métodos de su amigo. Les veía al fondo, de espaldas, a su madre contra la pared y a Bruno tras ella sujetándola por las axilas. Ella mantenía los brazos en alto. Vio que Bruno comenzaba a contraer el culo con nerviosismo, de una manera veloz, follándose a su madre con presura. Podía ver sus huevos bailando entre las piernas. Podía ver las tetas de su madre sobresaliendo por los costados, apretujadas contra la pared. Podía oír la respiración forzada de su madre expulsando el aire por la boca. Él continuaba masturbándose con la escena, con la mente completamente degenerada. Blanca notaba el bombardeo de la polla pinchándole el chocho con agilidad, el golpeo de la pelvis aplastándole las nalgas. Mantenía los ojos cerrados, como queriendo absorber el placer que le proporcionaban las clavadas. Estaba sudando con todo el cuello baboseado por la lengua de Bruno. Menudo polvo le estaba echando. El muy cerdo iba a conseguir que tuviera un orgasmo. Llevaba varios años sin que le echaran un polvo, sin probar una buena polla, desde mucho antes que su marido cayera enfermo. Con Domingo llevaba poco tiempo y apenas habían mantenido relaciones. Miró por encima del hombro sin bajar los brazos y al fondo descubrió a su hijo espiándoles. Estaba masturbándose. Ambos se miraron. El desenfreno y la perversión se apoderaban de aquella casa. Volvió a apoyar la frente contra la pared, relajada, mientras Bruno le perforaba el coño con severidad, mientras continuaba impregnándole de saliva toda la nuca. No podía pensar, el remordimiento no tenía cabida, el placer resultaba desbordante. Bruno frenó y extrajo la polla de entre las piernas separándose de ella. Ella se volvió hacia él y entonces la agarró de la mano para conducirla hasta la cama.​

  • Me voy a correr… - apremió nervioso.
Se sentó en la cama y se tendió hacia atrás con los brazos extendidos. A toda prisa, con las bragas medio bajadas, Blanca se arrodilló erguida entre sus rodillas y le agarró la polla sacudiéndosela sobre la cara, con la lengua fuera, propinándole fuertes tirones. Los huevos le rozaban la barbilla. Giró un poco la cabeza en busca de la mirada de su hijo sin cesar las bruscas sacudidas. Camilo eyaculaba en ese momento sobre la palma de la mano. De nuevo, Blanca se concentró en la masturbación. Bruno ya cabeceaba jadeando como un loco. Ella avivó los movimientos del brazo y en pocos segundos la polla comenzó a derramar una leche muy líquida y gelatinosa hacia los lados, sin salpicones, extendiéndose por toda la zona púbica, con una fina hilera resbalando por los huevos.​

  • Chúpamela un poco…
Blanca le lamió el glande con la lengua fuera, saboreando aquella leche amarga, aquella polla calentita recién salida de su chocho. La dejó bañada en saliva, pero limpia de esperma. Le secó los huevos con la palma de la mano y después se incorporó. Se colocó las bragas y fue en busca de la bata. Tendido en la cama, Bruno volvió la cabeza hacia ella. Su polla se disipaba.​

  • ¿Te ha gustado?
  • Por favor, Bruno, no cuentes nada.
  • Descuida.
Se colocó la bata y abandonó la habitación. Camilo ya se había marchado. Lo había hecho por él, debía evitar como quiera que fuese que el escándalo saliese a la luz.

Al mediodía, Camilo preparó una chuletada en la terraza, junto a la piscina, de nuevo en honor a su amigo. No tuvo valor para intercambiar unas palabras con su madre después de verla follar con su amigo y trató de evitarla. Domingo también fue invitado a la comida. Carla llegó cuando ya estaban poniendo la mesa. Enseguida se fijó en el atractivo de Bruno, en su tórax, en sus músculos y en el bañador tipo slip que llevaba, de color rojo, donde con claridad se apreciaba el bulto y la tremenda longitud de la inmensa polla. Enseguida, con su distinguida amabilidad, se levantó para recibirla y ofrecerle un sitio a su lado, todo ante los ojos de Camilo, que percibía el filing entre su mujer y su amigo. Le había contado a su hermana Candela lo que había visto esa mañana y le había confesado que le gustaba, que se miraban de una manera muy particular.​

  • Le he visto masturbarse – le había dicho a su hermana.
  • Se te habrán derretido las bragas. Con lo bueno que está. Yo que tú me lanzaba y tenía una aventura con él…
Su suegra también estaba en bikini sentada al lado de Domingo. La comida fue animada y divertida por las anécdotas que Bruno contaba, protagonista indiscutible de la fiesta. Carla se percató de que Bruno susurraba algo al oído de su suegra. Camilo llevaba toda la comida muy callado y no paraba de levantarse, como demasiado pendiente de la barbacoa. Unos instantes después, Bruno se levantó.​

  • Blanca, ¿me acompañas y traemos el postre?
Blanca se levantó sin decir nada y juntos se dirigieron hacia el interior de la casa. Carla intercambió unas palabras con Domingo y consultó la hora, extrañada de la tardaza de Bruno y su suegra.​

  • ¿Y esta gente lo que tarda con el postre? – se preguntó Domingo.
  • Voy a ver – dijo Carla.
A paso lento caminó hacia la casa. Cruzó el salón y se adentró en la cocina. No estaban allí. Se asomó a la despensa y tampoco. Regresó al salón dispuesta a subir a la planta de arriba cuando oyó una especie de jadeo seco proveniente de la parte de arriba. Confusa, subió los escalones muy despacio, sin hacer ruido. Al llegar al último, se detuvo petrificada. Oyó jadeos ahogados, como si quisieran sofocar los gemidos para no hacer ruido. Se acuclilló y se asomó temerosa de ser descubierta. Y les vio en el pasillo. Su suegra, con las bragas del bikini bajadas a la altura de las rodillas, permanecía curvada sobre la mesa de cristal, con los codos apoyados en la superficie y la cabeza erguida hacia la pared, con los ojos cerrados y una teta fuera de donde colgaba un hilo de saliva. Bruno, sólo con la delantera del slip sujeta bajo los huevos, se encontraba tras ella follándola a una velocidad de espanto. La sujetaba fuertemente por las caderas y le asestaba tales clavadas que el choque de la pelvis contra el culo resonaba en todo el pasillo. Su suegra gemía con la boca abierta y los ojos cerrados, sus pechos los mantenía apretujados contra los brazos y todo su cuerpo convulsionaba cuando le hundía la polla. Les veía de perfil. Podía diferenciar la veloz entrada y salida de la verga en el chocho carnoso de su suegra, cómo a veces pegaba la pelvis al inmenso culo y lo contraía para ahondar. Reanudaba la marcha asestándole rabiosamente en el chocho. Impactada por lo que acababa de ver, bajó las escaleras tratando de analizar la embarazosa situación. Sufrió una mezcla de sensaciones que la dejó sin capacidad de reacción. Por un lado sintió celos de que Bruno se hubiera fijado en su suegra en vez de en ella, por otro lado se sintió abrigada por la morbosidad y de una manera muy pasajera se sintió culpable por permitir aquella situación. No podía dar crédito a lo que habían visto sus ojos. Necesitaba pensar. Su suegra tenía un lío con aquel joven, amigo de su hijo. Dudó si contarle algo a Camilo. Entendió el motivo de la visita de Bruno. Se puso un bikini rojo bastante discreto que le tapaba bastante los pechos y unas bragas tipo faja. Estaba tomando el sol tumbada en una hamaca junto a la piscina cuando vio venir a Bruno hacia ella. Su suegra ayudaba a Domingo a quitar la mesa y Camilo estaba dentro de la casa. Se fijó en cómo le botaban los genitales en cada zancada, se fijó en la mancha en la parte delantera, probablemente una macha de semen tras tirarse a su suegra. Acercó una hamaca y la colocó a su lado.

- ¿Puedo tomar el sol contigo?

- Pues claro.

Se tendió bocarriba y la miró con descaro. Tenía unos pechos fascinantes, los dibujos de sus curvas así lo atestiguaban a pesar de llevarlos tan tapados. Se fijó en la zona de la vagina, con parte de la tela metida en la rajita, aunque al ser unas bragas tipo faja, no pudo apreciar nada de carne.​

  • Te habrán dicho muchas veces que eres muy guapa, ¿verdad?
  • Vaya, muchas gracias – contestó sonriendo.
  • Camilo tiene suerte. A cualquiera se le van los ojos al verte.
  • Me vas a poner colorada…
  • Debe de pasarlo mal, debe de ser muy celoso.
  • Lo es y bastante.
  • Bueno, tiene motivos.
  • Fue un error, estábamos en una mala racha, discutíamos mucho y bueno, mi exnovio…
  • ¿Le has vuelto a poner los cuernos alguna vez? – se atrevió calentando el tono de la conversación -. Tranquila, no le diré nada. Sé guardar un secreto.
  • A ti te lo voy a contar. Pero bueno, si te quedas más tranquilo, no, ahora soy una esposa fiel.
  • Y si te surge la oportunidad, ¿volverías a ponerle los cuernos?
  • Y yo que sé. Nos queremos. ¿Y tú? ¿Tenías una amante cuando te pilló tu mujer?
  • Era una puta.
  • ¡Qué golfo! – le dio un cariñoso manotazo.
  • Me gusta ir de putas. Con ellas no tienes compromisos. Pagas y punto.
  • Los hombres sois unos golfos. Nosotras como no podemos ir de putos…
  • ¿Por qué? No me importaría ser tu puto. Y gratis.
Carla soltó una carcajada volviéndole a soltar un leve manotazo en el antebrazo.​

  • Como eres, como para no poner celoso a Camilo.
La actitud impulsiva de Bruno le provocó una sensación libidinosa. Follaba con su suegra y sin embargo no paraba de tirarle los tejos. Sintió que mojaba las bragas. Con sus desenfrenadas maneras prácticamente la estaba invitando a follar. Se irguió en la hamaca para untarse las piernas de crema. Debía alejarse de la conversación antes de que fuese demasiado tarde. La estaba engatusando y era consciente de ello. Él se mantuvo recostado en la hamaca examinando la delicada piel de su espalda y su cintura.​

  • Esta noche voy a cenar con unos amigos. ¿Quieres venir?
  • Camilo no querrá salir.
  • Camilo es un muermo. Lo pasarás bien. Vamos, habla con él y vente con nosotros. Yo le convenceré para que te deje.
 
Arriba Pie