Efectos del Sonambulismo 004

heranlu

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Ya estaba todo recogido. Enrique, el padre, ya se había acostado para poder descansar pues al día siguiente tenía que trabajar por la mañana. Jesús se había ido a casa de un amigo a dormir y no volvería hasta el día siguiente. Marta estaba sentada en el salón mirando la televisión sin verla. Por su cabeza pasaban las ideas de la excitación que le producía su hijo Enrique. La idea de su cuñada de pasar un tiempo a solas, los cuatro, las dos madre y los dos hijos, le había parecido demasiado pervertida para unas madres, pero a la vez no podía evitar sentirse tan excitada con la idea de tener aquella maravillosa polla que tenía su hijo.

- ¡Hola mamá! – Marta botó como si su hijo Enrique le hubiera leído sus pensamientos y se sintió avergonzada - ¿Qué estás viendo?

- ¡Nada! – dijo ella – Lo tengo puesto pero no le echo cuenta… ¡Estoy cansada! – su hijo giró alrededor del sofá para sentarse junto a ella. Sus ojos buscaron sobre su pantalón de pijama el bulto de su deseada polla.

- ¿Por qué no te acuestas? – le preguntó Enrique.

- Estaba descansando un poco y ahora me voy… - ella lo miró sentarse junto a ella y no pudo evitar mirar su cuerpo, se sintió excitada.

- ¡Pues aprovecho que estás aquí para echarme en tu regazo! – Enrique puso su cabeza sobre los muslos de su madre y se colocó bocarriba. Marta se acomodó y la cabeza quedó sobre su coño.

Quedaron en silencio, mirando la televisión pero ninguno veía la película que estaban echando. Enrique sentía en su cara el cálido muslo de su madre… De vez en cuando agitaba la cabeza para acariciar a su madre. Marta puso de forma descuidad su mano en el pecho de su hijo. En sus dedos podía sentir los pocos pelos que le habían salido. Descuidadamente comenzó a jugar con sus dedos con aquellos finos pelos. Enrique sintió las caricias de su madre y la excitación empezó a invadirlo. Notaba que su polla estaba creciendo bajo el pantalón y su erección sería evidente si no hacía nada para evitarlo. ¡Qué carajo! Pensó y dejó que su polla creciera para mostrarle a su madre el bulto que se formaba. Los dos disfrutaban de la compañía del otro.

- ¡Dios, Enrique! – dijo Marta mirando a su hijo.

- ¡Oh, lo siento! – dijo Enrique cuando miró su pijama y recordó que no se había puesto calzoncillos.

Por unos instantes quedaron en silencio, Enrique mostraba la poderosa montaña que había formado su polla en el pijama, mientras Marta parecía hipnotizada por la visión de la polla de su hijo.

- ¡Lo siento mamá! – dijo Enrique.

- ¡Oh, no te preocupes! – Marta contestó con la esperanza de que no la ocultara a su vista, es más, deseaba que se la enseñara - ¿Cuándo te ha crecido tanto?

- Creo que fue hace dos años cuando empecé a notar que parecía más grande de lo normal. – él miró a su madre desde abajo y le daba placer ver la bonita cara de su madre tras las dos montañas que formaban sus pechos – Cuando me excito, se pone tan grande…

- Y ¿qué te ha excitado ahora? – preguntó ella.

- ¡No sé! – Enrique se arrepintió de sus palabras que podían haber sido una escusa para intentar cortejar a su madre. Pero ¿qué le iba a decir?

- ¡Hijo! – dijo Marta empujando su cabeza para que se levantar - ¡Déjame verla no vayas a tener alguna deformación! – Enrique se levantó algo nervioso por lo que le había pedido su madre. Ella temblaba por lo que quería hacer.

Marta tenía delante a su hijo, de pie y aquella enormidad oculta bajo el pijama apuntaba directamente a su cara. No lo podía evitar, la excitación hacía que su coño vibrara y se mojaba con la situación que había provocado. Si su marido los pillaba, podría decir que le estaba haciendo una revisión a los genitales de su hijo por si tenía algún problema por aquel tamaño. A fin de cuentas, ella y su marido eran enfermeros y sabían de esas cosas. Lo que nunca se imaginaría su marido es que los genitales de su hijo provocaban una lujuria incontrolable en su mujer, la propia madre del joven.

Marta agarró el filo del pijama y empezó a bajar la prenda por el cuerpo de su hijo. La polla se enganchó en el filo elástico y bajaba mientras ella tiraba de la tela. Ver a su madre desnudándolo para ver sus genitales le provocaron más excitación a Enrique y su polla se puso más dura de lo que nunca había notado él.

El bote que dio la enorme polla delante de la cara de Marta hizo que ella pasara su lengua por sus labios, deseando tenerla en su boca. Con dos dedos agarró el glande. La movió a un lado y a otro para observarla de un modo muy profesional, pero en el interior de Marta era la lujuriosa madre que quería contemplar y deleitarse con la excitante polla de su hijo.

- ¿Tienes problemas en el prepucio? – preguntó Marta.

Sin preguntar a su hijo, los dedos de la mano de la madre rodearon el grueso tronco de aquella polla y bajaron para que el redondo y rojizo glande empezara a asomar. El corazón de Marta se aceleraba al ver como aquella piel se dilataba y poco a poco apareció ante ella el orificio uretral. Mientras su mano seguía bajando la piel, los ojos de Marta miraban hipnotizados el terso glande que aparecía. Enrique sintió la mano de su madre recorrer toda la longitud de su polla y la excitación le produjo tanto placer que no pudo dominar su cuerpo.

Marta dio un bote al ver como de aquel orificio brotó un gran chorro de semen que golpeo su cara, manchando sus ojos, nariz y boca. Su mano se agitó un poco más y más semen salpicó su cuerpo, cayendo entre sus pechos y sintiendo el cálido líquido deslizarse hacia abajo. Mientras veía como su hijo intentaba mantenerse en pie mientras tenía aquella eyaculación, su lengua recorrió sus labios sin darse cuenta, llevando parte del semen de su cara hasta su boca, saboreando el sabor de su hijo.

- ¡Lo… lo siento… mamá! – dijo Enrique con una frase entrecortada por el placer de sentir la mano de su madre que aún se agitaba en su polla.

- ¡Tranquilo hijo! – lo calmó Marta - ¡Acaba, sácalo todo!

Enrique cayó en el sofá, totalmente agotado por el placer. Marta se levantó rápidamente y se marchó al servicio para limpiarse. Entró, encendió la luz y se miró en el espejo. La mano que no tenía parte del semen se metió bajo sus bragas y comenzó a tocarse el coño. Su lengua empezó a lamer el semen que tenía en la otra mano mientras se miraba en el espejo. Cerró los ojos y sus dedos recogían el blanco líquido de su cara para llevarlo hasta su insaciable boca. Estaba a punto de correrse con aquella masturbación mientras en su boca saboreaba a su hijo. Abrió los ojos y tras ella estaba su hijo. Se asustó al verlo y sintió en su cintura las manos de su hijo.

Los dos estaban en silencio y se miraban por el reflejo del espejo. Marta giró rápidamente por el violento empuje de las manos de su hijo. Se miraron a los ojos. La respiración entrecortada de ella mostraba la excitación que sentía por su hijo. Él se arrodilló delante de su madre y levantó su falda.

Marta miró la puerta y comprobó que su hijo había echado el seguro para que nadie pudiera entrar. Miró a sus pies y observó, tapado por la tela de la falda, la cabeza de su hijo que se aproximaba a su coño. Puso una mano sobre él y lo detuvo por un momento. La manos de Enrique comenzaron a acariciar sus piernas que se agitaban en una mezcla de excitación y nerviosismo.

- ¡Para hijo! – suplicó Marta - ¡Esto no está bien!

La mano de aquella madre excitada intentaba detener aquella situación, pero las de su hijo acariciaban con placer sus caderas. Le encantaba sentir a su hijo bajo su falda, le excitaba las caricias que le daba en su maduro cuerpo. Cuando el filo de sus bragas empezaron a recorrer sus caderas para bajar por sus muslos, sintió como su vagina se agitaba y lanzaba más flujos. No quería sentir aquella extraña excitación y su mano frenaba la cabeza de su hijo para evitar que aquello se descontrolara.

- ¡Basta ya! – Marta dio un grito apagado y empujó con fuerza en la cabeza de su hijo que cayó de espaldas en el suelo del baño.

Marta pasó por encima de su hijo y salió prácticamente corriendo para huir de él. En el suelo, Enrique se arrepintió de lo que le había hecho a su madre. Se levantó y se marchó a su habitación. Apenado se tumbó en su cama. Estaba preocupado por la posible reacción de su madre, pero a la vez recordó la imagen del cuerpo de su madre bajo la falda. Aquellas bragas blancas, el olor de su coño, como apareció sus oscuros vellos púbicos cuando el filo de su prenda íntima llegaron a sus muslos. Sólo tenía que haber acercado un poco más su boca y la podría haber saboreado. La excitación desvanecía un poco su sensación de culpa.



EN CASA DE MARÍA.

María y Eduardo estaban acostados. Uno a cada lado de la cama. Eduardo estaba muy caliente aquella noche y de vez en cuando se acercaba a su madre para intentar excitarla con caricias y suaves besos. María miró el reloj, ya eran las una de la mañana. Su cabeza pensaba en la conversación con su cuñada, y eso no la dejaba dormir; por otro lado, su hijo seguía pegándose y tocándola para sonsacarla, y eso la excitaba y menos podía dormir. Sonó su teléfono móvil. Era su cuñada Marta.

- ¡Hola! ¿Pasa algo? – contestó algo preocupada pues aquella hora no era normal para recibir una llamada de ella.

- ¡María, esto se me ha escapado de las manos! – le contestó Marta mientras sollozaba encerrada en el lavadero que estaba en el otro extremo de la casa para que no la pudieran escuchar.

María empezó a escuchar a su cuñada que poco a poco y medio llorando le contaba lo ocurrido con su hijo unos minutos antes. María se sintió perversa cuando empezaba a excitarse con lo que le contaba e intentaba consolar a Marta.

Eduardo miraba a su madre que hablaba por teléfono. Sabía que era su tía Marta y quería saber si su primo había hecho algo de lo que arrepentirse, pero no podía enterarse de nada. Miró el cuerpo de su madre, estaba tapada hasta la barriga y sus pechos estaban al aire. No sabía que le estaría contando su tía, pero aquellos pezones erectos eran señal de que María estaba excitada. Tal vez su primo y su madre ya habrían tenido ese cariño especial, como el que había entre él y la suya. Besó suavemente uno de los pezones y ella le dio una suave bofetada en la cabeza. Eduardo continuó acariciando con sus labios el cuerpo de su madre, bajó saboreando el suave tacto de la piel y bajando la ropa que la cubría.

María escuchaba lo que le decía su cuñada y se imaginaba la situación. Era tal la lujuria que estaba sintiendo que dejó que su hijo jugara con su cuerpo mientras lastimosamente Marta hablaba. Movió las piernas y se deshizo de la sábana que la cubría. Eduardo besaba su ombligo y su lengua lamió hasta llegar al filo de sus bragas. Su coño ardía con las caricias de Eduardo mientras en su cabeza se formaba la imagen de Marta agarrando la polla de su hijo. Sus piernas se abrieron y sintió los lascivos labios de su hijo besar sobre sus mojadas bragas. Llevó su mano a la cabeza de él y lo acarició para que no parara de darle esos besos tan incestuosos.

Eduardo miró las bragas de su madre. Podía ver como se marcaban sus labios vaginales en la fina tela. Se acomodó entre sus piernas bocabajo y se quitó los calzoncillos para liberar su endurecida polla. Su madre dobló las piernas y las abrió un poco más para ofrecerle su sexo. Eduardo no lo dudó. Con una mano apartó las bragas a un lado y el húmedo coño apareció ante su vista. La otra mano se dedicó a acariciarlo; las caderas de María empezaron a moverse suavemente ante el contacto de su hijo en su coño. Eduardo besó directamente los labios vaginales de su madre y el intenso olor de sus flujos lo encendió más.

María escuchaba como Marta intentaba explicarle que había hecho que su hijo se corriera sobre ella. Aquellas palabras unidas a las caricias de su hijo en el coño le provocaron un primer orgasmo, no muy intenso, pero le arrancaron un leve gemido que no pudo controlar.

- Lo peor es que me marché al baño para masturbarme mientras saboreaba el semen de mi hijo… - Marta se lamentaba al teléfono mientras al otro lado María disfrutaba de la lengua de su hijo que acababa de meterse entre los labios vaginales y comenzaba a acariciar la entrada de su vagina - ¡Soy una pervertida!

- ¡Tranquila Marta! – era lo único que se le ocurría a María mientras sentía el placer que le daba su hijo y la excitación que le provocaba su cuñada.

- Y después mi hijo se arrodilló delante de mí e intentó chuparme entre las piernas… - Marta no decía nada mientras comenzó a llorar.

- ¡Tranquila! – dijo su cuñada mientras se mordió el labio para no gemir al sentir los labios de Eduardo que castigaban su clítoris dándole grandes succiones – Acuéstate e intenta descansar, mañana nos vemos y hablamos… - dos dedos entraba en su vagina y la masturbaban mientras la boca de su hijo castigaba su clítoris.

- ¡Vale! – dijo Marta – ¡Hasta mañana!

- ¡Adiós! – María puso el teléfono en la mesita de noche y su atención se centró en el trabajo de su hijo - ¡Cómete todo el coño de tu madre! – dijo medio gritando mientras presionaba la cabeza de Eduardo contra su coño y lanzaba gemidos de placer.

Marta aún no había colgado el teléfono y escuchó a su cuñada gritar. “¡Cómete todo el coño de tu madre!” Aquella frase sonó clara. María y Eduardo andaban follando mientras ella hablaba con su cuñada. Estaba preocupada por lo que había ocurrido con su hijo, pero escuchar a sus parientes avivó la lujuria y la excitación en ella. No colgó, anuló su micrófono y permaneció escuchando. Aquello no estaba bien, pero no podía controlar la excitación que le producía.

“¡Sí, mueve tus dedos dentro de mi vagina!” Las palabras de María ponían cada vez más caliente a Marta que en aquella pequeña habitación sentía como su coño se mojaba cada vez más. “¡Dame tu polla, te la voy a comer!” Marta imaginaba a su cuñada y a su sobrino y estaba a punto de meter su mano en la bragas para masturbarse. Botó cuando vio abrirse la puerta de aquella pequeña habitación. Escuchaba tener sexo a los otros cuando en la semioscuridad de la habitación adivinó la figura de su hijo que entraba para buscarla.

- ¡¿Mamá… mamá?! – dijo Enrique cuando la vio de pie al fondo – Quería pedirte perdón por lo de antes…

- ¡Pasa hijo! – le dijo Marta para que se acercara a ella.

Enrique se acercó temeroso de que estuviera enfadada con él. La veía con el teléfono y se preguntaba con quién estaría hablando. Marta puso el altavoz y bajo el volumen del teléfono para que solo su hijo pudiera escuchar lo que ocurría al otro lado.

- ¡Trae tu polla para que mamá te la coma! – se escuchó en el teléfono.

- ¿Esa es tita María? – preguntó Enrique extrañado y su madre movió la cabeza para confirmar su sospecha.

- ¡Sí, trágatela entera! – el teléfono parecía la banda sonora de una película porno - ¡Te ha puesto caliente la conversación con tita!

- ¡La conversación y tu lengua en mi coño! – se escucharon los chasquidos que daba María al mamar la polla de su hijo y los gemidos que éste daba.

Enrique miró a su madre con los ojos de par en par. No podía creer que estaba escuchando a sus familiares mientras tenían sexo. Su polla empezó a reaccionar. Miró a su madre y la cara de disgusto que había mostrado en el baño unos minutos antes, ahora se había transformado en una sexy y sugerente sonrisa. Marta bajó las manos y Enrique pudo ver como subía su falda poco a poco, dejando sus piernas a la vista. Las manos de la excitada madre recogieron toda la tela hasta dejar a la vista su coño cubierto con las bragas. Enrique comprendió enseguida.

- ¡Quiero comerte el coño mientras me la mamas! – se escuchó a Eduardo en el teléfono.

Enrique caminó hasta que estuvo delante de su madre. Se miraron a los ojos sin hablar. Los dos se deseaban pero era la primera vez que iban a tener sexo y no estaban seguros de lo que hacían. Todo el cuerpo del joven temblaba por la excitación y los nervios. Su madre le ofrecía su sexo, más nerviosa que él. Enrique deseaba besar sus labios, pero no se atrevió. Se arrodilló delante de ella y sus manos acariciaron sus muslos. Las piernas de Marta se agitaron, la excitación de sentirse tocada como mujer por su propio hijo le produjo un cosquilleo de placer en su vagina.

Marta sintió las caricias de las manos de su hijo por sus muslos, se movían nerviosamente, sin control. Su hijo quería darle placer, pero no controlaba sus nervios. Lo miraba desde arriba; él la miraba también. Un corriente de placer recorrió toda su espalda de Marta cuando sintió los labios de su hijo sobre su coño. Quería quitarse las bragas y que hundiera su lengua en su vagina. En el teléfono sonaban los gemidos de María y Eduardo, estarían follando y Marta ya sólo quería que su hijo le diera aquella polla con la que había soñado desde que la vio. Colgó el teléfono y se olvidó de los otros amantes.

Enrique agarró el filo de las bragas de su madre y la miró a los ojos.

- ¿Puedo? – dijo con un susurro nervioso.

- ¡No puedo resistirme a ti! – dijo Marta sintiendo un extraño placer al decirle esas palabras a su propio hijo.

Enrique comenzó a bajar las bragas de su madre y su polla empujaba prisionera en sus pantalones. Delante de sus ojos apareció el cuidado y oscuro triángulo que formaban los pelos de su coño. Llevó las bragas hasta los tobillos de su madre y ella sacó sus pies, abriendo las piernas un poco para ofrecerle su sexo. Las manos de Marta apartaron sus labios vaginales y le ofreció su coño. La boca de Enrique se lanzó ansiosa a lamerla.

- ¡Sí hijo, sí! – gimoteaba Marta intentando no gritar por el placer que estaba sintiendo.

La lengua del joven recorría toda la raja del coño hasta que encontró el endurecido clítoris. Pasaba su lengua una y otra vez mientras sentía temblar las piernas de su madre. Estaba a punto de correrse. Quería ver a su madre mientras tuviera un orgasmo. Se puso en pie; Marta lo miró preguntándose por que había parado sin darle el deseado orgasmo que estaba a punto de conseguir.

Enrique se bajó por completo los pantalones y la erecta, gruesa y hermosa polla apareció ante la vista de su madre. Marta sabía que ahora le tocaría tragar aquella polla que tanto la excitaba. Fue a arrodillarse pero él la paró. Lo miró sin saber qué quería su hijo.

Enrique agarró su polla y la dirigió hasta el coño de su madre. La puso por debajo de los labios vaginales y la agitó un poco. Los mojados labios se abrieron y envolvieron la gruesa polla. Marta pudo sentir la dureza de su hijo en su clítoris; Enrique sintió el cálido coño de su madre en su glande.

Enrique se pegó más a su madre y empujó su polla contra ella. La vagina de Marta se agitó cuando el grueso glande recorrió toda la raja de su coño hasta salir por detrás de su culo. Se miraron a los ojos. Ella rodeó con sus brazos el cuello de su hijo; él la agarró por la cintura. Sus labios se unieron y las caderas de Enrique movieron su polla a todo lo largo del coño de su madre.

Marta lanzó su lengua hacia la boca de su hijo para buscar la suya cuando aquella enorme polla recorrió todo su coño provocándole un gran placer. Se comían la boca mientras sus sexos se frotaban dándose placer mutuamente. No paraban, no podían parar… Ya no querían parar. Las caderas del hijo se agitaban y Marta cada vez estaba más cerca de conseguir su ansiado orgasmo. “¡Un poco más, un poco más!” Pensaba ella mientras no dejaban de besarse y la polla empujaba contra su cuerpo sin penetrarla, frotando su clítoris y arrastrándola al placer del incesto.

Enrique frotaba su polla y estaba a punto de correrse. No podía aguantar más y quería decírselo a ella, pero su madre lo abrazaba con tanta fuerza y con tanta pasión, que no podía hablar. El placer era tan grande que Marta movió las caderas para que la endurecida polla frotara con más fuerza su coño, a la vez que él movió un poco su cuerpo para que su glande estrujara con fuerza el clítoris de su madre.

Marta echó la cabeza atrás y aguantó un gran gemido al sentir el grueso glande de su hijo que entraba sin compasión en su vagina. Agarrada al cuello de su hijo, sintió como aquella enorme polla dilataba sus vagina y le entraba hasta lo más profundo.

El calor de la vagina de su madre envolvió la polla de Enrique cuando el glande llegó a ponerse en la entrada de la vagina y empujó con todas las fuerzas. Sintió que la hundía por completo en su madre. La hermosa cara que mostraba su madre decía que estaba sintiendo un gran placer cuando entró su polla en ella. Empezó a agitar sus caderas y la penetraba, por fin la penetraba todo lo que podía. Ella lo miró a los ojos y en su rostro podía ver que estaba a punto de sentir un gran placer. Enrique disfrutaba viendo a su madre correrse y él mismo estaba a punto de soltar todo su semen. Sabía que no tenía que correrse dentro de su madre, pero el placer de verla gozar y su propio gozo le impedían parar. Aceleró las penetraciones.

Marta miraba a su hijo. Nunca había sentido un placer tan grande. Iba a estallar en un gran orgasmo, lo notaba en todo su cuerpo. Hundió su cabeza en el cuello de su hijo al sentir las fuertes penetraciones que le daba.

- ¡Me corro! – Marta gritó susurrando cuando su vagina estalló de placer.

Sintió como la polla se clavó por completo en su vagina, hasta lo más profundo. Marta tenía espasmos por el placer que estaba sintiendo con aquella polla clavada por completo. Otro estallido de placer inundó su mente cuando sintió estallar en su vagina el semen caliente de su hijo, llenándola por completo.

Los dos estaban abrazados, convulsionando por el placer. Enrique mantenía su polla dentro del coño de su madre mientras sentía como su semen brotaba. Sus respiraciones agitadas sonaban a lo unísono. Se miraron a los ojos y gozaron con la cara de placer del otro. Se sonrieron y se fundieron en un beso.

Se besaron y se besaron por unos minutos, no podían ni querían separarse. Habían sentido tanto placer con el incesto, que no podían pensar en otra cosa, se habían olvidado del resto del mundo. En la penumbra de la habitación, se acariciaban y besaban mientras sus sexos aún permanecían unidos. Enrique empezó a separarse y su polla salió de la vagina de su madre. Marta lo miró admirando la portentosa polla que tanto placer le había dado y que aún no había menguado por completo. Por sus muslos sintió correr parte del semen que su hijo le había lanzado en su vagina. Los dos estaban de pie, mirándose y exhaustos por el placer. Y de inmediato los dos se pusieron tensos al escuchar la puerta de la calle que se abría.

- ¡No hagas ruido! – dijo Marta mientras apresuradamente se colocaban las ropas.

Jesús había vuelto, por algo no se quedó en casa de su amigo. Esperaron en silencio a que Jesús se fuera a su habitación. Marta estaba junto a la puerta que daba a la cocina y mantenía la puerta entreabierta para escuchar cuando se hubiera marchado. Enrique estaba detrás y podía ver el culo en pompa de su madre. Puso sus manos y lo acarició para disfrutar de su redondez.

- ¡Estate quieto! – dijo ella intentando no gritar - ¡Ya no más!

Cuando todo parecía tranquilo, salieron y cada uno fue a su habitación, Enrique gozando tras haber hecho realidad su sueño con su madre; Marta con su coño satisfecho tras hacer realidad su sueño de ser follada por una gran polla.
 
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