Efectos del Sonambulismo 003

heranlu

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Soy Eduardo, hijo de María Luisa. Nunca he sentido tanta lujuria como la que mi madre me provocó cuando tenía los episodios de sonambulismo. Sentir el acoso no premeditado de mi madre por las noches me excitaba tanto que pasé de preocuparme para que no sufriera daño mientras estaba en esa situación, a desear que entrara en “trance” para tenerla y poder tocar su cuerpo. Ya hacía varios años que sólo con mirarla me provocaba un deseo irresistible, no encontraba la razón para sentirme tan excitado con mi propia madre, pero desde que mis padres se separaron, el deseo y la esperanza de tener sexo con ella era muy intenso. Muchas pajas me hice pensando en ella, deseándola… Muchas veces la espié para poder ver su cuerpo. Ya llevamos un mes teniendo sexo casi a diario. Ella es muy fogosa y dice que mi juventud me da fuerzas para tener tanto sexo como ella necesita. Aquellas pajas pensando en ella son cosa del pasado, pero aún recuerdo la primera vez que no tuve que masturbarme y la usé a ella para acabar con mi excitación.

Aquella tarde estábamos en el salón. La noche anterior no habíamos tenido sexo. Cuando me di cuenta, mi polla empezó a ponerse dura, no sé la razón, pero poco a poco me sentía con la necesidad de masturbarme. Apenas hacía dos semanas que habíamos empezado aquella relación y mi primera intención fue levantarme para masturbarme en el baño. Me puse en pie y miré a mi madre que, tumbada en el otro sofá, descansaba después de su trabajo durante la mañana. Miré su cuerpo y mi mano acomodó mi polla bajo el pantalón. En ese momento caí en la cuenta de que, si ella me lo permitía, no tendría que volver a masturbarme.

Me arrodillé junto a ella, la miré de arriba abajo. Su amplia falda cubría sus piernas hasta un poco más abajo de las rodillas y se metía entre sus muslos, dejando ver a mi calenturienta imaginación esa forma triangular que formaba su pubis entre sus muslos. Parecía dormida. Subí su falda suavemente para intentar no despertarla, subía por sus piernas hasta que sus bragas quedaron expuestas a mi vista. Aquellas bragas blancas de suave tela cubrían su coño. Agarré su pierna y la bajé del sofá hasta que quedó su pie apoyado en el suelo. En la blanca tela se marcaban los carnosos labios vaginales de mi madre. Mi polla empujaba contra la tela de mi pantalón y empezaba a ser molesto. Desabroché mi pantalón y liberé mi polla, acariciándola mientras me inclinaba un poco para oler su coño.

El aroma de mi madre aceleró mi mano y mis labios besaron sus labios vaginales sobre la tela. Mi madre se agitó un poco. Me coloqué entre sus piernas y mis labios besaban el interior de sus muslos, despacio, sintiendo la suave piel. Poco a poco me iba acercando a su tesoro, ese coño que me esperaba entre sus dos piernas. Besé su blancas bragas mientras sentía a ambos lado de mi cabeza sus cálidos muslos. Levanté la cabeza y la miré a la cara. Una sonrisa de placer se dibujaba en su boca. Estaba despierta y disfrutaba con los besos que su hijo le daba en su parte más íntima.

Su mano se posó en mi cabeza y me acariciaba el pelo agradeciendo lo que le hacía. Sus caderas se agitaban suavemente para frotar su coño contra mi boca y yo aumentaba la presión de mis labios sobre sus húmedas bragas. Separé un poco mi boca y con una mano aparté las bragas a un lado. Ante mis ojos apareció su deseado coño, aquel gurruño de carnosos labios cubiertos de su vello púbico. Con los dedos de la otra mano aparté los pelos y conseguí separar sus húmedos labios vaginales. Ante mí apareció la rosada carne de su vagina. Entre los pliegues de sus labios, en lo más alto, asomaba el abultado clítoris, endurecido por la excitación y deseoso de que mi boca le prestara atención.

No lo hice esperar. Mis labios lo besaron con delicadeza y mi lengua lo acarició con deleite. Sus caderas se agitaron al sentir mi boca sobre su sensible clítoris. Como pude le quité las bragas y ella abrió sus piernas todo lo posible para ofrecerme su coño. Me incliné sobre ella y mis dedos gordos se afanaron en separar por completo sus labios vaginales. Acerqué mi boca y lamí toda su raja. El intenso olor a mujer en celo inundó mi mente y mi polla botaba suavemente llamando mi atención para explorar la profundidad de aquella cueva, para llegar hasta lo más profundo, hasta donde mi lengua nunca llegaría.

La suave y sensible piel de su vagina brillaba por los torrentes de flujos que procedían del interior y que la preparaban para acoger el endurecido sexo de su hijo, aquella incansable polla que tanto placer le daba. Mi lengua lamía su piel y saboreaba a mi madre. Nunca antes había tenido sexo con otra mujer; nunca más probaría a otra mujer tan caliente y excitante como mi madre. Mi lengua recorrió su coño hasta buscar la dureza de su clítoris. Lo encontró y jugó con él hasta que su mano empujó con fuerza mi cabeza contra su coño y sus caderas se agitaban para que le diera más placer.

- ¡Me corro! – dijo gritando con un gemido de placer cuando mis labios rodearon su clítoris y succioné con toda mi fuerza - ¡Me vuelves loca! – no cesé en mi ataque a su clítoris mientras su coño presionaba mi cara hasta el punto de no poder respirar - ¡Me corro! ¡Me corro! ¡Me corro!

Mientras ella hablaba, en mi barbilla sentía los chorros de flujos que brotaban de su vagina y mojaban mi boca. No paraba de gemir y agitarse y yo no paraba de chuparla y hacerla gozar. Mi polla no podía más. Sentí que me iba a correr mientras escuchaba los gemidos de mi madre y su coño se frotaba contra mi cara. Me levanté para agarrar mi polla con la mano. Ella me miraba y sabía que quería hundir mi polla en su coño. Se movió para que mi polla la penetrara. Acerqué mi glande a su coño y cuando empezó a perderse entre sus labios vaginales, no pude aguantar tanta excitación y un gran chorro de semen brotó. Parte del blanquecino líquido apenas entró en su vagina, pero vi como entre sus labios vaginales brotaba mi semen. Empujé casi sin fuerza mis caderas cuando sentí que otra carga de semen iba a salir. Su mojada vagina recibió sin resistencia a mi polla, abriéndole paso para que soltara todo el resto del semen dentro de ella. Saqué mi polla del interior de su vagina y pude ver como parte del semen resbalaba por su raja y sus labios vaginales para caer en el sofá, mi polla botaba excitada ante la visión del coño de mi madre empapado de mi leche.

Como he dicho, ya llevamos más de un mes con nuestra relación. Cuando empezaron las excitantes incursiones nocturnas de mi madre, mis preocupaciones y pensamientos los compartía con mi primo Enrique. Él es el hijo de mi tía Marta y mi tío Enrique. Tiene un año menos que yo y desde niños siempre hemos sido buenos amigos, contándonos casi todo lo que nos pasaba en la vida. Con su hermano Jesús no tengo tan buena relación y no estaba al tanto de las cosas que me ocurrían con mi madre. Tras ese mes en que mi madre y yo tuvimos tanto sexo como deseamos, mi tía Marta decidió que sería buena idea que nos reuniéramos para celebrar el dieciocho cumpleaños de Enrique. Y así, prometiéndonos mi madre y yo que no haríamos nada que hiciera sospechar a los demás familiares nuestra verdadera relación, aquella mañana de sábado, llegamos a la bonita casa de mis tíos.

- ¡Hola Edu! – me dijo Enrique tras saludar a todos los familiares que me encontraba en la casa – ¡Vamos a mi habitación! – subimos las escaleras y cerró la puerta cuando entramos en su habitación - ¡Cuenta! – me dijo nervioso - ¡¿Cómo va lo de tu madre?!

La sonrisa que se dibujó en mi boca le fue suficiente para entender lo que ocurría entre mi madre y yo.

- ¡¿No?! – dijo Enrique sorprendido - ¡Habéis follado! ¡Cuenta, cuenta!

Nos sentamos en la cama y le relaté la primera vez que follé con mi madre. Enrique estaba excitado y su pantalón mostraba la alegría que sentía su polla.

- ¿Y lo habéis vuelto a hacer? – preguntó.

- ¡Casi todos los días! – le respondí.

- ¡Joder, que suertudo! ¡Ojalá pudiera follarme a mi madre! – su cara se puso roja y agachó la vista al desvelar su deseo más oculto.

- ¡No me digas que tú también quieres follarte a tu madre! – le dije y él afirmó con un movimiento de cabeza.



Mi nombre es Marta. Llevo casada con mi marido Enrique muchos años y nuestra relación podría decirse que es normal. Tenemos sexo todas las semanas, una o dos veces. El problema que me aqueja se produjo apenas dos meses antes del cumpleaños de mi hijo Enrique. El tenía diecisiete años. Para mí siempre ha sido un chico normal, nada extraordinario en su vida. Pues un día que llegué pronto a casa del trabajo, me dirigí a mi habitación. Suponía que estaba sola y tras cambiarme de ropa, me dirigí al baño para refrescarme. Cuando abrí la puerta, me encontré la luz del baño encendida y a mi hijo Enrique frente al inodoro. Quedé paralizada al ver que con una mano sostenía una de mis bragas en su nariz. Con los ojos cerrados, disfrutaba de los olores de mi coño impregnados en aquella bragas usadas. La otra mano se agitaba sobre su polla. Mi corazón se aceleró y mi coño se mojó al ver la enorme polla que tenía mi hijo.

Con mi marido siempre he sido muy conservadora en el sexo. Siempre la misma postura. Primero me corro yo y después él suelta su semen en mi vagina (está operado para no dejarme preñada). Pero desde joven soñé con tener entre mis piernas una enorme y gruesa polla, exactamente como la que portaba mi hijo. Desde aquel día en que lo vi, y que no fue consciente de ello, no he dejado de estar obsesionada con su polla.

Y lo peor es que mi marido está empezando a sospechar que algo raro me está ocurriendo. Una noche en que dormíamos, miré a mi lado y allí estaba mi hijo, junto a mí, con el torso desnudo. Me sentí excitada rápidamente. Aquella era mi oportunidad de tener la enorme polla de mi hijo en mi boca. Lo destapé y acaricié su polla por encima de los calzoncillos. Mi coño se mojaba por momentos y necesitaba hacer realidad aquello que desde joven había soñado: mamar una polla tan enorme como la de mi hijo. Sabía que era una perversión que una madre deseara la polla de su hijo, pero ese sentimiento de hacer algo prohibido se unía a la excitación que me producía aquella polla. Sin pensarlo ni avisarlo, liberé su polla y mi boca se la tragó por completo.

- ¿Qué haces cariño? – la voz de mi marido me sacó de la ensoñación.

Quedé por un momento parada. Sentí la polla de mi marido dentro de mi boca y el tamaño de su polla me desilusionó. Quería la de mi hijo, pero ya no podía dejar a Enrique sin la mamada que había comenzado. Me sentía caliente cuando pensaba que deseaba la hermosa polla de mi hijo, sin embargo tenía que acabar aquella mamada que había empezado. Chupé con ganas hasta que sentí el caliente semen de mi marido caer en mi lengua. Lo tragué y al momento me giré para dormir deseando que volviera el sueño con mi hijo y su polla.

Hoy estamos en mi casa celebrando el cumpleaños de mi hijo, tengo que hablar con mi cuñada María, mis hermanas no entenderían lo que me ocurre y seguro que montarían un drama. Con María tengo una buena relación y creo que tengo la suficiente confianza como para explicarle lo que me ocurre y, tal vez, encontrar una solución.



EN LA HABITACIÓN DE ENRIQUE HABLAN LOS PRIMOS.

- ¡No me digas que tu madre te pone! – le dijo Eduardo a Enrique.

- Sí… Desde hace varios años vengo arrastrando esta pena… - Enrique parecía afligido – Me masturbo pensando en ella… Cuando no puedo más, busco unas bragas usadas y las huelo mientras me masturbo…

- ¡Te ha dado fuerte! – Eduardo comprendía por lo que pasaba pues él había estado en aquella situación.

- ¡No te lo imaginas! – se lamentó Enrique – Además, sabes que a ella no le importa mostrarse desnuda por la casa, y cada vez que sale del baño en bragas, la polla se me pone dura…

- ¡Y la tuya es tremenda! – reconoció Eduardo.

- Y ahí está lo malo… Si ella notara que se me pone dura al verla desnuda, imagínate el cabreo que cogería… - miró al techo como si Enrique buscara a su dios - ¡Su hijo excitado al ver a su propia madre! Ya sabes que controla mis redes para que ni siquiera vea porno…

- ¡Uf, la que montaría si se enterase! – Eduardo miró a su primo - ¡Que no se te escape lo mío con mi madre!

- ¡Tranquilo primo! – contestó Enrique - ¡Tendrán que matarme antes de decir nada!



EN EL SALÓN DE LA CASA.

- ¡Hola María! – Marta saludó a su cuñada que se echaba una bebida mientras hablaba con algunos de los invitados.

- ¡Hola Marta! – contestó a su cuñada y estaba loca por contarle lo que le ocurría con su hijo – Tengo que hablar contigo. – le susurró al oído cuando le dio un abrazo.

- ¡Yo también! – contestó Marta con otro susurro.

Las dos charlaron un poco entre ellas mientras veían como los demás familiares se entretenían y las iban ignorando poco a poco. En un momento las dos se habían apartado lo suficiente como para que no se percataran de que iban a desaparecer.

- ¡Acompáñame! – dijo Marta a su cuñada y las dos caminaron hacia el interior de la casa.

Subieron por las escaleras y Marta comprobaba que nadie las pudiera ver y seguir, de forma que una vez que estuvieron en su habitación, pudieran hablar sin que nadie las molestaras. Temía contarle a María lo que le ocurría con su hijo Enrique, pero no podía aguantar la presión de tener aquel deseo en su interior sin poder exteriorizarlo. Tal vez María sería lo suficientemente comprensiva para ayudarla a superar aquel problema.

- ¿Qué te ocurre? – le preguntó María a su cuñada para que le contara cuanto antes su problema y atajar el suyo propio cuanto antes.

- ¡Tengo un terrible problema! – dijo Marta.

- ¡Bueno, eso porque no conoces el mío! – respondió María y dejó a su cuñada con cara de extrañeza.

- ¡Te aseguro que el mío te horrorizará cuando lo escuches! – Marta estaba segura que su deseo por su hijo la condenaría durante varias vidas.

- ¡Pues dale! – respondió María imaginando que cualquier cosa que le dijera sería una minucia comparado con follar con su propio hijo.

- María… - Marta dudaba en cómo decirle el deseo que sentía por su hijo sin que la tomase por una pervertida – No sé bien cómo contarte… - María puso cara de estar impaciente ante el problema que ella quería contar – Resulta… Verás, es que me siento… me siento…

- ¡La que se va a tener que sentar soy yo si no me lo cuentas! – contestó María pues estaba impaciente por contarle su problema.

- ¡Me excita mi hijo! – María la miró con los ojos de par en par - ¡Sí, me siento atraía por mi propio hijo! – Marta se tapó la cara con sus manos - ¡No sé que hacer! ¡No puedo evitarlo!

Marta empezó a escuchar las risas de su cuñada y de estar avergonzada, pasó a empezar a enfadarse por la actitud de María.

- ¡¿Te hace gracia?! – preguntó enojada Marta.

- ¡Perdona! – respondió María - ¡Eso no es nada!

- ¡¿Qué no es nada?! – dijo Marta sintiéndose más enfurecida por la respuesta de su cuñada - ¡¿Qué no es nada?!

- ¡Perdona mi respuesta! – dijo María aplacando sus risas - ¡Eso tal vez no esté bien! – agarró a Marta por los hombros y las dos se miraron a la cara - ¡Yo estoy follando con Eduardo!

- ¡¡Cómo!! – respondió Marta sin ser capaz de asimilar las palabras que le había dicho su cuñada.

- Al igual que tú, empecé a excitarme y hemos acabado follándolo… - María notó que Marta se tambaleaba y la hizo sentar sobre la cama - ¡Siéntate!

María empezó a contarle las noches de su simulado sonambulismo y cómo llegó a tener sexo con su hijo Eduardo. Marta la escuchaba y, aunque estaba algo escandalizada, sintió que tal vez lo que le ocurría era más normal entre madres e hijos y no debía castigarse tanto por aquellos pensamientos. Marta también le contó a su cuñada lo que le había pasado con su hijo, verlo masturbarse con aquella hermosa y enorme polla había sido el desencadenante de su perversión.

- Marta… - dijo María – Creo que tenemos que pasar unos días fuera de la ciudad a solas…

- ¡Tal vez eso sea lo mejor! – aseguró Marta.

- …a solas con nuestros hijos. – María habló y sonrió a su cuñada - ¿Te atreves a probar lo más perverso y excitante de tu vida?

Marta bajó la mirada y quedó pensativa. El deseo y los sueños eróticos con su hijo habían aumentado desde que pudo verle la polla. Siempre le había excitado tener una de tal tamaño. Quería mucho a su marido y nunca le fue infiel, nunca le sería infiel… ¡Pero esa polla! Seguía debatiéndose entre la razón y el deseo. Su cuñada estaba divorciada y no tenía problemas por engañar a su marido. Bien era verdad que le parecía perverso y pervertido haber simulado estar sonámbula para excitar a su hijo. Ni que decir que acabar follando con su propio hijo le parecía que era algo que ya no moralmente, sino que le parecía ilegal. Pero fuera como fuera, la imagen de la polla de su hijo no hacía más que aumentar su excitación y sus ganas de tener a su hijo.

- Me parece una inmoralidad… - acertó a decir Marta.

- Sí, pero te puedo asegurar que lo prohibido que tiene el acto, te dará los orgasmos más placenteros de tu vida. – María no quería forzar a su cuñada, pero la animaba todo lo posible – Si además tiene lo que me has dicho y a ti te gusta ese tamaño… ¡Imagínatela penetrándote!

- ¡Calla guarra! – protestó Marta y sintió un calambre de placer en su coño al imaginárselo.

- Le diré a Eduardo que sondee a su primo para ver si él estaría receptivo a que su madre pudiera darle todo el cariño que una mujer le puede dar a un hijo.

- ¡Es una perversión! – dijo Marta.

- No pienses en lo que vas a hacer… - sentenció María - ¡Piensa en lo que vas a gozar!



Después de la fiesta de cumpleaños de Enrique, los hijos habían compartidos sus deseos por sus madres, y las madres habían compartido sus deseos por sus hijos. María y Eduardo volvieron a su casa, en silencio durante el camino, Eduardo pensando en cómo hacer que Enrique y su madre consiguieran tener sexo; María pensando cómo Marta podría conseguir follar con su hijo. Aparcaron y entraron en la casa. Lo que le había contado Marta sobre la polla de su sobrino y el deseo que mostraba aquella por su hijo la había puesto demasiado caliente. Ella echó la llave de la puerta de entrada y siguió a su hijo hasta llegar a la habitación.

- ¡Uf mamá! – dijo Eduardo mientras se quitaba los zapatos - ¡Si supieras lo que me ha contado Enrique!

- ¡Si tú supieras lo que me ha contado tu tía! – María se acercó a su hijo y no lo dejó hablar dándole un gran beso en la boca - ¡Pero primero necesito hacer una cosa!

María se arrodilló delante de su hijo. Con ansias y prisas le desabrochó el pantalón y los bajó hasta sus tobillos. La polla de su hijo se marcaba en la fina tela del calzoncillo. Su boca empezó a besarla sobre la tela consiguiendo excitarlo y notando en su labios como se ponía cada vez más dura. Las manos de su hijo acariciaban su pelo mientras ella no podía pensar más que en tragarse lo que se ocultaba bajo la tela. Agarró el filo de la prenda y la bajó con prisa. La polla casi erecta de Eduardo botó delante de sus ojos.

- ¡Es mía y me la voy a comer! – dijo María con un tono que mostraba lo caliente que estaba.

No hubo más palabras. Sólo los leves gemidos de Eduardo, acompañados de los chasquidos de las mamadas de su madre sonaban en la habitación. Las manos del joven acompañaban los movimientos de la cabeza de su madre que se tragaba la polla con ansias y casi por completo.

- ¡Quiero follarte! – dijo el hijo.

- ¡No! – contestó la madre - ¡Una buena mamada y a dormir! – su mano agitaba la polla mientras hablaba – ¡Estoy muy cansada para follar esta noche!

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