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Eduardo y su Suegra – Capítulos 01 al 02
Eduardo y su Suegra – Capítulo 01
Habíamos recibido algunos bonos dinero del estado, retirado dinero desde nuestros fondos de pensión y no teniendo deudas ni intenciones de hacer grandes negocios, decidimos que era hora de efectuar algunas reparaciones en casa, pero era necesario dejar nuestro apartamento por algunas semanas. Mi suegra no estaba muy feliz de alojarnos por el tiempo necesario para finiquitar los trabajos, pero mi esposa es su hija única, ella estaba viuda desde hace tres años y dijo que podría soportarme por ese corto espacio de tiempo.
Yo sé que me odia, pero no sé el porqué. A su vez, yo también le demuestro que ella no me agrada. Es una mutua antipatía y lo único que nos une es el amor por esa belleza de mujer que es mi esposa. Mi mujercita dice que después de la muerte de su marido, ella odia a todos los hombres y que no le hiciera caso. Con esa premisa nos fuimos a vivir este par de semanas con mi suegra.
Una mañana temprano, mi mujer salió al trabajo y yo me quedé en casa con mi día libre. Me fui a la cocina a prepararme una taza de café, yo estaba vestido solo con mi bata de baño, mi mujer me había dejado con una semi erección con sus carantoñas mañaneras de despedida, el bulto era obvio. Mi suegra sin saber de que yo estaba en la cocina, se levanto a su vez con la misma idea de prepararse algo para desayunar, posiblemente acostumbrada a vivir sola, vestía solo su camisón de dormir. Para mi fue una sorpresa verla con esa prenda íntima cortísima y trasparente, sus tetas que había tenido ocasión de apreciar solo cuando vestía traje de baño o su indumentaria habitual, se traslucían espléndidamente bajo la delgada tela de su camisón, además, al ser de color negro, sus bubis blancas, redondas y perfectas, eran un verdadero espectáculo.
Jamás me esperé su repentina reacción cuando me vio, tomo de un cajón del mueble de cocina un uslero y me rompió la cabeza con un golpe. Literalmente me hizo ver estrellas. Me abalancé contra ella para quitarle su arma contundente, pues sus intenciones eran de seguir golpeándome. Entre tiras y aflojas de la pelea sus dos graciosas tetas se salieron de su camisón. Lo que provocó en mí una erección espontanea y gigantesca, la situación era absurda. Tomé sus manos detrás de la espalda, su camisón estaba enrollado a su cuerpo, no vestía tanga, pero sus bragas eran pequeñas y del mismo color de su camisón, al parecer de la misma tela trasparente, la hendedura de su coño depilado era claramente visible. Caímos al suelo, yo encima de ella, luchaba por liberarse y yo luchaba por ganarle por sumisión, sus rezongos e insultos eran histéricos. Me monté sobre sus muslos, ahora su camisón no cubría absolutamente nada de su cuerpo, sus maravillosas tetas se movían de un lado a otro, causando que mi erección aumentara. Sin siquiera pensarlo, agarré sus piernas y me las llevé a los hombros, fácilmente moví sus diminutas bragas sobre sus muslos y le planté mi endurecida erección directamente entre los labios de su panocha.
Dejó de luchar al sentir mi pene adentrarse en su vagina encharcada, no la dejé moverse. Me escupió a la cara, ese fue su último acto de agresión hacia mí. Al sentir su escupitajo, la penetré hasta el fondo. Lanzó un quejido, me agaché con mi rostro escupido y ensangrentado y la besé en los labios, inexplicablemente no rehuyó mi beso, la estaba follando con mi verga hundida hasta las bolas en su coño estrecho y mojado. Jadeó como un animal herido, relajó sus piernas y las abrió. Sin mediar argumentos, estábamos follando como hombre y mujer, su ira desapareció, comenzó a acompañar mis embistes con gemidos y se abrazó a mí. No quise mirarla, simplemente la follé, no sabía si desistir y dejarla ahí con sus bragas abajo, considerando que esto podía ser tomado como una violación, o dejar su panocha bañada y llenita. Decidí por esto último y continué a follarla hasta cuando la sentí estremecerse como una veinteañera. Jadeante me levanté con mi pene goteando sus fluidos y los míos y la dejé sobre el piso de la cocina.
Los días siguientes fueron diferentes, ella ya no me atacaba, pero me rehuía, mi señora se dio cuenta y me preguntó:
—¿Qué le has hecho a mamá? … Antes siempre te buscaba para pelear contigo … ahora te evita … ¿De alguna manera la has ofendido? …
No, —“Simplemente la hice feliz”, pensé para mis adentros, pero obviamente no podía responder eso.
—Nada … no le he hecho nada … tal vez se haya sentido ofendida por algo que dije … pero ya se le pasará y volverá a ser la mamá ogra de siempre …
Todavía había algunas cosas que giraban por mi cabeza: ¿Cuál fue el motivo de mi erección?, ¿Porqué su vagina estaba tan mojadita y pronta para ser follada? Finalmente comenzamos a mirarnos e intercambiar algunos comentarios, hasta que un día se me acercó:
—Eduardo … no sé que paso entre tú y yo … pero no dejo de pensar en ti … me siento atraída a ti … me estoy volviendo loca y ya no sé que pensar … ¿Hay alguna explicación para esto? …
—Yo también lo he estado pensando … estoy pronto a disculparme por lo sucedido … pero al mismo tiempo debo decir que me gustó mucho lo que hicimos … también siento esta atracción hacia ti …
—¡Diantres! … ¡Esto no está bien! … ¡Somos adultos! … ¡Nunca debería haber sucedido algo así! … ¡No puedo entenderlo! … ¿Qué diría mi hija si se enterara? …
—No tiene porque saberlo … yo no diré nada …
—Tú no dirás nada … pero me siento una basura … ¿Y que haremos de ahora en adelante? …
—Yo no me siento del mismo modo … he pensado mucho sobre lo sucedido y he concluido que me encantó el haberlo hecho contigo …
—¿Qué? … ¿Me quieres después de que te rompí la cabeza? …
—Eso es algo que no logro entender … pero a decir la verdad, la follada estuvo fabulosa …
—¡Ah! … ¿Te gustó? …
—Sí, suegra … fue delicioso …
Diciendo esto me acerqué a ella, extendí mis brazos para tocarla y mi pene se puso duro como fierro. En mi mente giraban las imágenes de ella teniendo un poderoso orgasmo, y sentía en mi pija esa estrecha humedad.
—Estaba tan jugoso tu coño que no pude resistirme …
—¿Sabes que eres un cabrón bastardo? …
Me dijo presionando sus pechos contra mí.
—Tú y yo somos bastardos, suegrita … porque a ti también te gustó, ¿verdad? …
La atraje más hacia mí y la besé en los labios, no hizo ningún intento de escabullirse, por el contrario, me devolvió el beso con lengua y todo, mientras me hacía sentir el empuje de sus tetas.
—Bueno … si sirve de excusa, yo no lo había hecho con nadie desde la muerte de mi marido … ¿pero tú? … tú eres casado con mi hija y yo los he escuchado haciéndolo bastante seguido … ¿no te basta solo ella? …
La aferré de las nalgas y le hice sentir en su vientre mi verga endurecida al máximo.
—Quizás el discutir frecuentemente contigo me tenía un poco estresado y excitado … fue maravilloso follar tu coño …
—¡Qué carajo! … pero tienes razón a mi también me gusto … el hacerlo contigo que eres mi yerno, le agregaba ese toque de malicia que me hizo excitarme cuando te sentí dentro de mí … y me hiciste acabar como hacía muchos años que no me corría …
—¡Genial! … pero si te atormenta el hecho, podríamos hacerlo menos cautivador …
—¿Qué idea es esa? …
—Bueno … podría solo lamerte y acariciarte para ayudarte a aliviar la tensión …
Mi mano se deslizo hacia su entrepierna y la sentí temblar como una quinceañera a su primera cita, en un susurro se acercó a mi oído diciendo:
—¡Oh!, Dios … haz conmigo lo que quieras … quiero volver a sentir tu pene en mí …
La llevé a su propia habitación, la senté al borde de la cama y le bajé sus bragas humedecidas, de pronto me encontré con el maravilloso agujero desde donde había nacido mi esposa, bañado y rezumante de fluidos dulces y cálidos. Mi cara se mojo por completo, lamí sus labios hinchados y penetré esa maravillosa carne rosada, mi lengua se movía incansablemente recogiendo las delicias que emanaban de esa fuente de placer, su clítoris emergió desafiante y me lo lleve a la boca como un pequeñísimo pene, mi suegra bramaba de placer y tironeaba mis cabellos, su espalda encorvada como una gata, ella misma se quito el sostén para acariciar y tironear sus pezones.
—¡Oooohhhh! … ¡Ya! … ¡Hazme sentir tú pene otra vez! …
Se había desnudado completamente, rápidamente me despojé de mis atuendos y mi pene saltó insolente a centímetros de su rostro, sin titubeos ella se abalanzó y me agarró de las nalgas tirándome hacia ella y engullendo mi pija hasta los cojones, no hubo ni arcadas ni toses como sucede con su hija, se tragó mi pija completamente, puse una mano en su nuca y folle su deliciosa boca, ella parecía no tener suficiente, chupaba y chupaba, succionando y tragándose todo, pronto mi pija estaba toda cubierta con su saliva, se detuvo solo para decirme:
—Ya … métemelo …
Se extendió de espalda en la cama y yo me fui a gozar de su cálida y sabrosa panocha, le chupe el clítoris hasta que me suplicó que me detuviera, follé su coño con mi lengua y la sentí estremecerse otra vez, luego me erguí y clavé mi asta endurecida en su húmedo y caliente coño, ella gritó y respiró profundo, luego me amarró con piernas y brazos, yo metí mis manos por debajo de su culo y la comencé a bombear con todo, mis embestidas eran fuertes y profundas, grito como una colegiala y se encabritó como una potranca salvaje, su cuerpo se contorsionaba y estremecía, me mordió un hombro tratando de aplacar sus chillidos, pero no la solté, la folle con todas mis fuerzas, bramaba y rugía como una tigresa en celo, me enterró las uñas en mi espalda cuando volvió a correrse, como con venganza le enterré mi pija lo más hondo posible y me corrí a mares dentro de ella.
—¡Umpf! … ¡Umpf! … ¡Toh! … ¡Todo! … ¡Todo para ti, suegrita! …
Sus quejidos, suspiros y gemidos eran como el canto de las sirenas, me cautivaban, me embelesaban. Ella estaba temblando, sus piernas se habían estirado bajo mi peso y sus músculos vaginales no cesaban de estrujar mi pene. —“Esta es la felicidad femenina”, pensé para mis adentros.
—¡Oh!, mi Dios … Eduardo … ¡Aaaahhhh! … ¡Lo hemos vuelto a hacer! …
Había un dejo de satisfacción total y en su rostro se formo una sonrisa de felicidad, se había entregado voluntaria y hermosamente, hace mucho tiempo que mi esposa no se corre de esta manera. Mi verga parecía no haber tenido suficiente, restaba duro como palo dentro de ella, me balanceé lentamente, sintiendo sus fluidos y mi esperma que rezumaban de su coño fresco y follado, mi suegra cerró sus ojos y arqueo su espalda en abandono total a las sensaciones lujuriosas que recorrían su cuerpo.
Con parsimonia moví mi pija dentro su chochito, mis bolas estaban embadurnadas en mi propia esperma, las sensaciones eran extremadamente agradables y continué a presionar. Mi verga se deslizaba con total facilidad dentro de su coño rebosante. Mi suegra suspiró feliz.
—¡Oooohhhh! … ¡Ssiii! ….
Comencé a follármela metódica y profundamente, disfrutando como cada centímetro de mi pija estiraba sus pliegues empapados en el almíbar de su concha. Nos dábamos placer mutuamente, ella adivinaba mis movimientos y los acompañaba con contracciones de su coño que succionaban mi verga más y más adentro. Éramos dos animales en plena copulación, ella bramaba y yo rugía, como si fuéramos amantes desde siempre, estábamos inventando el antiguo placer del sexo. Pero ella no estaba del todo tranquila, me dijo:
—Pareciera que le estoy robando algunos momentos a mi hija …
No quise responder, solo me apoderé de sus tetas jugosas y comencé a lamer esos duros pezones marrones, me emborraché de goce y placer y ella me tironeaba los cabellos y chillaba como una doncella a su primera noche, yo se las mamaba como queriendo volver a ser un niño famélico.
—¡Oooohhhh! … ¡Sssiiiii! …
Mi suegra se aferró muy apretada a mi y la sentí temblar otra vez, sincronizadamente seguía mis movimientos y exhalaba gemidos guturales, rotando sicalípticamente su pelvis, fueron unos dulces minutos de sexo ardiente y apasionado. Cuando la sentí apretarse a mí por la enésima vez. Zambullí mi pija hasta que sentí mi glande tocar el fondo de su panocha, me mordió un brazo y chilló, era totalmente mía en cuerpo y alma, empujé y empujé mi pija hasta que no pude resistir más y derramé mi lechita una segunda vez muy cerca de su útero, sus uñas de gata se volvieron a clavar en mi espalda. Su cuerpo se contorsionaba en espasmódicas olas orgásmicas, convulsionaba resoplando en busca de aire fresco, los lascivos jadeos me instaban a enterrar mi pija en su chocho con mayor violencia.
Continua
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Eduardo y su Suegra – Capítulos 01 al 02
Eduardo y su Suegra – Capítulo 01
Habíamos recibido algunos bonos dinero del estado, retirado dinero desde nuestros fondos de pensión y no teniendo deudas ni intenciones de hacer grandes negocios, decidimos que era hora de efectuar algunas reparaciones en casa, pero era necesario dejar nuestro apartamento por algunas semanas. Mi suegra no estaba muy feliz de alojarnos por el tiempo necesario para finiquitar los trabajos, pero mi esposa es su hija única, ella estaba viuda desde hace tres años y dijo que podría soportarme por ese corto espacio de tiempo.
Yo sé que me odia, pero no sé el porqué. A su vez, yo también le demuestro que ella no me agrada. Es una mutua antipatía y lo único que nos une es el amor por esa belleza de mujer que es mi esposa. Mi mujercita dice que después de la muerte de su marido, ella odia a todos los hombres y que no le hiciera caso. Con esa premisa nos fuimos a vivir este par de semanas con mi suegra.
Una mañana temprano, mi mujer salió al trabajo y yo me quedé en casa con mi día libre. Me fui a la cocina a prepararme una taza de café, yo estaba vestido solo con mi bata de baño, mi mujer me había dejado con una semi erección con sus carantoñas mañaneras de despedida, el bulto era obvio. Mi suegra sin saber de que yo estaba en la cocina, se levanto a su vez con la misma idea de prepararse algo para desayunar, posiblemente acostumbrada a vivir sola, vestía solo su camisón de dormir. Para mi fue una sorpresa verla con esa prenda íntima cortísima y trasparente, sus tetas que había tenido ocasión de apreciar solo cuando vestía traje de baño o su indumentaria habitual, se traslucían espléndidamente bajo la delgada tela de su camisón, además, al ser de color negro, sus bubis blancas, redondas y perfectas, eran un verdadero espectáculo.
Jamás me esperé su repentina reacción cuando me vio, tomo de un cajón del mueble de cocina un uslero y me rompió la cabeza con un golpe. Literalmente me hizo ver estrellas. Me abalancé contra ella para quitarle su arma contundente, pues sus intenciones eran de seguir golpeándome. Entre tiras y aflojas de la pelea sus dos graciosas tetas se salieron de su camisón. Lo que provocó en mí una erección espontanea y gigantesca, la situación era absurda. Tomé sus manos detrás de la espalda, su camisón estaba enrollado a su cuerpo, no vestía tanga, pero sus bragas eran pequeñas y del mismo color de su camisón, al parecer de la misma tela trasparente, la hendedura de su coño depilado era claramente visible. Caímos al suelo, yo encima de ella, luchaba por liberarse y yo luchaba por ganarle por sumisión, sus rezongos e insultos eran histéricos. Me monté sobre sus muslos, ahora su camisón no cubría absolutamente nada de su cuerpo, sus maravillosas tetas se movían de un lado a otro, causando que mi erección aumentara. Sin siquiera pensarlo, agarré sus piernas y me las llevé a los hombros, fácilmente moví sus diminutas bragas sobre sus muslos y le planté mi endurecida erección directamente entre los labios de su panocha.
Dejó de luchar al sentir mi pene adentrarse en su vagina encharcada, no la dejé moverse. Me escupió a la cara, ese fue su último acto de agresión hacia mí. Al sentir su escupitajo, la penetré hasta el fondo. Lanzó un quejido, me agaché con mi rostro escupido y ensangrentado y la besé en los labios, inexplicablemente no rehuyó mi beso, la estaba follando con mi verga hundida hasta las bolas en su coño estrecho y mojado. Jadeó como un animal herido, relajó sus piernas y las abrió. Sin mediar argumentos, estábamos follando como hombre y mujer, su ira desapareció, comenzó a acompañar mis embistes con gemidos y se abrazó a mí. No quise mirarla, simplemente la follé, no sabía si desistir y dejarla ahí con sus bragas abajo, considerando que esto podía ser tomado como una violación, o dejar su panocha bañada y llenita. Decidí por esto último y continué a follarla hasta cuando la sentí estremecerse como una veinteañera. Jadeante me levanté con mi pene goteando sus fluidos y los míos y la dejé sobre el piso de la cocina.
Los días siguientes fueron diferentes, ella ya no me atacaba, pero me rehuía, mi señora se dio cuenta y me preguntó:
—¿Qué le has hecho a mamá? … Antes siempre te buscaba para pelear contigo … ahora te evita … ¿De alguna manera la has ofendido? …
No, —“Simplemente la hice feliz”, pensé para mis adentros, pero obviamente no podía responder eso.
—Nada … no le he hecho nada … tal vez se haya sentido ofendida por algo que dije … pero ya se le pasará y volverá a ser la mamá ogra de siempre …
Todavía había algunas cosas que giraban por mi cabeza: ¿Cuál fue el motivo de mi erección?, ¿Porqué su vagina estaba tan mojadita y pronta para ser follada? Finalmente comenzamos a mirarnos e intercambiar algunos comentarios, hasta que un día se me acercó:
—Eduardo … no sé que paso entre tú y yo … pero no dejo de pensar en ti … me siento atraída a ti … me estoy volviendo loca y ya no sé que pensar … ¿Hay alguna explicación para esto? …
—Yo también lo he estado pensando … estoy pronto a disculparme por lo sucedido … pero al mismo tiempo debo decir que me gustó mucho lo que hicimos … también siento esta atracción hacia ti …
—¡Diantres! … ¡Esto no está bien! … ¡Somos adultos! … ¡Nunca debería haber sucedido algo así! … ¡No puedo entenderlo! … ¿Qué diría mi hija si se enterara? …
—No tiene porque saberlo … yo no diré nada …
—Tú no dirás nada … pero me siento una basura … ¿Y que haremos de ahora en adelante? …
—Yo no me siento del mismo modo … he pensado mucho sobre lo sucedido y he concluido que me encantó el haberlo hecho contigo …
—¿Qué? … ¿Me quieres después de que te rompí la cabeza? …
—Eso es algo que no logro entender … pero a decir la verdad, la follada estuvo fabulosa …
—¡Ah! … ¿Te gustó? …
—Sí, suegra … fue delicioso …
Diciendo esto me acerqué a ella, extendí mis brazos para tocarla y mi pene se puso duro como fierro. En mi mente giraban las imágenes de ella teniendo un poderoso orgasmo, y sentía en mi pija esa estrecha humedad.
—Estaba tan jugoso tu coño que no pude resistirme …
—¿Sabes que eres un cabrón bastardo? …
Me dijo presionando sus pechos contra mí.
—Tú y yo somos bastardos, suegrita … porque a ti también te gustó, ¿verdad? …
La atraje más hacia mí y la besé en los labios, no hizo ningún intento de escabullirse, por el contrario, me devolvió el beso con lengua y todo, mientras me hacía sentir el empuje de sus tetas.
—Bueno … si sirve de excusa, yo no lo había hecho con nadie desde la muerte de mi marido … ¿pero tú? … tú eres casado con mi hija y yo los he escuchado haciéndolo bastante seguido … ¿no te basta solo ella? …
La aferré de las nalgas y le hice sentir en su vientre mi verga endurecida al máximo.
—Quizás el discutir frecuentemente contigo me tenía un poco estresado y excitado … fue maravilloso follar tu coño …
—¡Qué carajo! … pero tienes razón a mi también me gusto … el hacerlo contigo que eres mi yerno, le agregaba ese toque de malicia que me hizo excitarme cuando te sentí dentro de mí … y me hiciste acabar como hacía muchos años que no me corría …
—¡Genial! … pero si te atormenta el hecho, podríamos hacerlo menos cautivador …
—¿Qué idea es esa? …
—Bueno … podría solo lamerte y acariciarte para ayudarte a aliviar la tensión …
Mi mano se deslizo hacia su entrepierna y la sentí temblar como una quinceañera a su primera cita, en un susurro se acercó a mi oído diciendo:
—¡Oh!, Dios … haz conmigo lo que quieras … quiero volver a sentir tu pene en mí …
La llevé a su propia habitación, la senté al borde de la cama y le bajé sus bragas humedecidas, de pronto me encontré con el maravilloso agujero desde donde había nacido mi esposa, bañado y rezumante de fluidos dulces y cálidos. Mi cara se mojo por completo, lamí sus labios hinchados y penetré esa maravillosa carne rosada, mi lengua se movía incansablemente recogiendo las delicias que emanaban de esa fuente de placer, su clítoris emergió desafiante y me lo lleve a la boca como un pequeñísimo pene, mi suegra bramaba de placer y tironeaba mis cabellos, su espalda encorvada como una gata, ella misma se quito el sostén para acariciar y tironear sus pezones.
—¡Oooohhhh! … ¡Ya! … ¡Hazme sentir tú pene otra vez! …
Se había desnudado completamente, rápidamente me despojé de mis atuendos y mi pene saltó insolente a centímetros de su rostro, sin titubeos ella se abalanzó y me agarró de las nalgas tirándome hacia ella y engullendo mi pija hasta los cojones, no hubo ni arcadas ni toses como sucede con su hija, se tragó mi pija completamente, puse una mano en su nuca y folle su deliciosa boca, ella parecía no tener suficiente, chupaba y chupaba, succionando y tragándose todo, pronto mi pija estaba toda cubierta con su saliva, se detuvo solo para decirme:
—Ya … métemelo …
Se extendió de espalda en la cama y yo me fui a gozar de su cálida y sabrosa panocha, le chupe el clítoris hasta que me suplicó que me detuviera, follé su coño con mi lengua y la sentí estremecerse otra vez, luego me erguí y clavé mi asta endurecida en su húmedo y caliente coño, ella gritó y respiró profundo, luego me amarró con piernas y brazos, yo metí mis manos por debajo de su culo y la comencé a bombear con todo, mis embestidas eran fuertes y profundas, grito como una colegiala y se encabritó como una potranca salvaje, su cuerpo se contorsionaba y estremecía, me mordió un hombro tratando de aplacar sus chillidos, pero no la solté, la folle con todas mis fuerzas, bramaba y rugía como una tigresa en celo, me enterró las uñas en mi espalda cuando volvió a correrse, como con venganza le enterré mi pija lo más hondo posible y me corrí a mares dentro de ella.
—¡Umpf! … ¡Umpf! … ¡Toh! … ¡Todo! … ¡Todo para ti, suegrita! …
Sus quejidos, suspiros y gemidos eran como el canto de las sirenas, me cautivaban, me embelesaban. Ella estaba temblando, sus piernas se habían estirado bajo mi peso y sus músculos vaginales no cesaban de estrujar mi pene. —“Esta es la felicidad femenina”, pensé para mis adentros.
—¡Oh!, mi Dios … Eduardo … ¡Aaaahhhh! … ¡Lo hemos vuelto a hacer! …
Había un dejo de satisfacción total y en su rostro se formo una sonrisa de felicidad, se había entregado voluntaria y hermosamente, hace mucho tiempo que mi esposa no se corre de esta manera. Mi verga parecía no haber tenido suficiente, restaba duro como palo dentro de ella, me balanceé lentamente, sintiendo sus fluidos y mi esperma que rezumaban de su coño fresco y follado, mi suegra cerró sus ojos y arqueo su espalda en abandono total a las sensaciones lujuriosas que recorrían su cuerpo.
Con parsimonia moví mi pija dentro su chochito, mis bolas estaban embadurnadas en mi propia esperma, las sensaciones eran extremadamente agradables y continué a presionar. Mi verga se deslizaba con total facilidad dentro de su coño rebosante. Mi suegra suspiró feliz.
—¡Oooohhhh! … ¡Ssiii! ….
Comencé a follármela metódica y profundamente, disfrutando como cada centímetro de mi pija estiraba sus pliegues empapados en el almíbar de su concha. Nos dábamos placer mutuamente, ella adivinaba mis movimientos y los acompañaba con contracciones de su coño que succionaban mi verga más y más adentro. Éramos dos animales en plena copulación, ella bramaba y yo rugía, como si fuéramos amantes desde siempre, estábamos inventando el antiguo placer del sexo. Pero ella no estaba del todo tranquila, me dijo:
—Pareciera que le estoy robando algunos momentos a mi hija …
No quise responder, solo me apoderé de sus tetas jugosas y comencé a lamer esos duros pezones marrones, me emborraché de goce y placer y ella me tironeaba los cabellos y chillaba como una doncella a su primera noche, yo se las mamaba como queriendo volver a ser un niño famélico.
—¡Oooohhhh! … ¡Sssiiiii! …
Mi suegra se aferró muy apretada a mi y la sentí temblar otra vez, sincronizadamente seguía mis movimientos y exhalaba gemidos guturales, rotando sicalípticamente su pelvis, fueron unos dulces minutos de sexo ardiente y apasionado. Cuando la sentí apretarse a mí por la enésima vez. Zambullí mi pija hasta que sentí mi glande tocar el fondo de su panocha, me mordió un brazo y chilló, era totalmente mía en cuerpo y alma, empujé y empujé mi pija hasta que no pude resistir más y derramé mi lechita una segunda vez muy cerca de su útero, sus uñas de gata se volvieron a clavar en mi espalda. Su cuerpo se contorsionaba en espasmódicas olas orgásmicas, convulsionaba resoplando en busca de aire fresco, los lascivos jadeos me instaban a enterrar mi pija en su chocho con mayor violencia.
Continua
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