Diario de cuarentena (IV)

lalilulelo003

Pajillero
Registrado
Ago 6, 2019
Mensajes
33
Likes Recibidos
113
Puntos
33
Entramos en mi cuarto, él desnudo, yo en camisón. Había sonrisas y complicidad. También algo de nervios por ambas partes, debido al terrible tabú que estábamos derribando. Nos miramos a los ojos con verdadero amor y me saqué el camisón por la cabeza, quedando vestida sólo con mis braguitas. Él miró mi cuerpo, con una expresión mezcla de deseo y estupefacción. Era evidente que nunca había tenido delante a una mujer desnuda, y mis curvas femeninas causaron en su ánimo el efecto esperado, a juzgar por la reacción de su miembrecito, el cual empezaba a reactivarse a base de evidentes palpitaciones.


Reconozco que su cuerpo también provocaba fuego en mí. Las alargadas líneas fibrosas de sus incipientes músculos me parecían muy atractivas. Parecía que trabajase los abdominales, y sus piernas eran largas y delgadas. Su piel no mostraba ni un sólo rastro de vello en ningún sitio.

Volvimos a besarnos en la boca, para lo que tuvo que ponerse de puntillas, pues hay una sensible diferencia de estatura entre ambos. Nuestras lenguas se acariciaron con pasión. Tener la mía dentro de la boca de mi hijo me aceleraba el pulso; el niño besaba tan bien que me planteé si no habría practicado ya con alguna amiguita. Mientras nos besábamos, aplasté mis pechos contra él, al tiempo que sentía su candente apéndice en mis muslos, pero aún lejos de mi sexo. Cuando separamos nuestros labios y dio descanso a sus pies, su cara quedó al nivel de mis maternales tetazas, así que le aguarré del pelo y hundí su cara en mis voluminosos pechos, ansiosa porque me mordisqueara los pezones. Sentí sus manos amasando mis nalgas y mis emociones se dispararon. Empecé a gemir, al borde de perder el control, mientras me restregaba contra él y le acariciaba allí por donde mis dedos alcanzaran.

Le ordené que se tumbara sobre mi cama y obedeció, consciente de su nuevo rol de juguete sexual. Había entregado libremente su voluntad, y obedecería sumiso a cualquier cosa que yo demandara, por rara o escatológica que fuese, consciente de que en manos de mami sólo podían pasarle cosas buenas. Estaba experimentando la dulzura de obedecer a niveles que ningún niño de su edad podría siquiera imaginar.

Allí, tumbado sobre mi cama de matrimonio, me miraba con aquella expresión adorable de deseo y sumisión. Su pecho se agitaba rápido al compás de su respiración y su pene seguía sufriendo pálpitos incontrolables. Accedí a la cama por los pies de la misma y le forcé con mis manos a flexionar sus rodillas. El espectáculo me maravilló: pene, testículos y ano formaban un grupo adorable, todo tersura y juventud, libre de cualquier farragoso vello, y de una belleza insuperable por los genitales de alguien mayor.

Cogí su pie y me metí en la boca el dedo gordo, chupándolo como si fuera un pene. Él esbozó una sonrisa incontrolable y ambos reímos cómplices. Seguí chuperreteando todos sus dedos hasta que la risa dejó paso nuevamente a los gemidos y mi lengua ascendió por aquel huesudo tobillo y la delgada pantorrilla hasta alcanzar el muslo.

Ya se encontraba mi cabeza cerca de las ingles, y a mi nariz llegaba ese inconfundible aroma a sexo y fluidos. Mis manos acariciaban su abdomen cuando la punta de mi lengua alcanzó el pliegue que separa muslo de nalga, y sin poder contenerme la deslicé hacia su orificio trasero. Gimió al sentirme allí. Separé las nalgas y su rosado esfinter se tensó. Podía notar el movimiento de los músculos ubicados entre los testículos y el ano que hacían que éste se abriese y cerrase levemente. Lamí toda la zona despacio y cuando su ano se relajó, suficientemente lubricado, mi dedo índice entró fácilmente en mi hijo.

A estas alturas, él ya gemía y bufaba extasiado. Con el dedo insertado, llevé mi otra mano hasta su pene y retiré toda la piel de su prepucio con la punta de dos dedos. Su glande, morado y reluciente, permitía fácilmente tal movimiento masturbatorio, así que lo pajeé, con un dedo alojado en su ano y lamiéndole el escroto. Sus piernas se agitaban incontrolables a mis lados, merced a los relámpagos de placer que atravesaban su cuerpo, así que intenté suavizar mis caricias con el fin de demorar este momento mágico todo lo posible.

Saqué el dedo de Andrés, y seguí en mi viaje por su cuerpo, pasando ahora a acariciar y lamer regiones más alejadas de sus genitales, para darles un descanso. Mi entrepierna llegó a la altura de la suya cuando nos volvimos a besar y pude notar su antenita, dura y henchida, resbalar a lo largo de mis labios vaginales al otro lado de las bragas. La podía notar perfectamente acoplada, tropezando con mi clítoris en su movimiento cadencioso, y toda mi lascivia contenida explotó en un gran orgasmo que me hizo temblar con los ojos cerrados, mientras que mis caderas buscaban con ansia la dureza de aquella pequeña asta.

Extrañamente, aquel bestial orgasmo me dejó relajada pero no satisfecha. Tumbada a su lado, me despojé de mis bragas, hechas un masa húmeda gracias a mis fluidos. Cogí su mano y la guié hasta mi gruta caliente, donde sus dedos siguieron ahondando en mi vicio y mi depravación, extrayendo de mis profundidades toda una variedad de gemidos y quejidos. De verdad, amigos de Javichuparadise, que el placer que imaginaba al leer vuestros relatos y experiencias, sólo es una pequeña idea de lo que se siente al experimentar la auténtica perversión y degeneración de follarte a tu hijo.

Me sentía elevada a otra dimensión del placer y el vicio y no pude resistirme a introducir su pene en mi boca. Me acoplé sobre él dejando mis rezumantes orificios a la altura de su cara y abracé con mis labios su pene, riquísimo caramelo que podía saborear y lengüetear fácilmente en el interior de mi boca. Con sus manos sobre mis nalgas, Andrés se entregó a mi vulva, lamiéndola con la adorable torpeza de un debutante, lo que no hizo más que aumentar mis ansias. La habitación se inundó de nuestros aromas y sonidos en aquella noche mágica.

Me elevé sentándome sobre su cara, y entonces ya no pude aguantar más. Me dí la vuelta, le besé en los labios y susurré “Cariño, se la vas a meter a mamá”. Me sonrió con las mejillas encendidas de placer y pasión. Apoyándome en su pecho, mis caderas volvieron a buscar lo que tanto ansiaba. Fue fácil de encontrar. Allí seguía, incansable. La intenté aplastar con mis labios vaginales, pero fueron estos los que hubieron de ceder y amoldarse a la potencia inagotable y la dureza indoblegable de su infantil apéndice. Restregué mi clítoris por ella masturbándome un poquito más, no pude evitarlo, y elevando un poco la pelvis, por fin, su miembro penetró mi vagina, vaina perfecta para aquella pequeña navaja de vicio, la cual pareció hincharse un poco más dentro de mí para acoplarse a la perfección. Las maternales paredes de mi interior la abrazaron con calor y mis caderas iniciaron un sutil movimiento adelante y atrás para sentirla en todos los rincones de mi húmeda gruta. Me apoyé en sus tiernos pectorales mientras le cabalgaba. Él, como buen juguete, no movía sus caderas y se limitaba a gemir agitando sus brazos sobre la cama, en un delirio de placer.

El ritmo era lento al principio, pero poco a poco fui acelerando hasta que encontré la cadencia perfecta. Sin brusquedad, suavemente, su penecito se movía en mi interior, lo que me provocó un segundo orgasmo intenso y prolongado, al final del cual pude sentir cómo él derramaba su semen caliente en mi interior.

Caí a su lado y nos abrazamos con infinito amor. Nos besamos al tiempo que nos acariciábamos mutuamente los genitales, por lo que pronto volvimos a follar. Amigos, ese pene no desfallece nunca, y yo soy insaciable.

Día 19

La vida se ha convertido en una continua orgía, sólo interrumpida por las más básicas necesidades de aseo y nutrición. La prohibición de salir a la calle no supone ningún sacrifico para nosotros, pues nos pasamos el día proporcionándonos placer de las más insospechadas y viciosas maneras. Nos llevamos al orgasmo varias veces al día, pero la penetración es anecdótica, hay días que ni siquiera la practicamos. Nos encanta el sexo oral y el manual. También nos penetramos analmente. Ayer durante la ducha, me arrodillé y dejé que Andrés me orinara encima. Me encantó.


Día 20


Amparo, la vecina, ha dado positivo en coronavirus. No tiene con quien dejar a su hija Julia, la compañera de clase de Andrés, así que me ha pedido por favor si se puede quedar varios días en casa, hasta que pase la enfermedad aislada en el hospital. Por supuesto, hemos aceptado.

Esta tarde hemos recibido a Julia. Ha llegado a casa con una gran mochila y semblante serio y preocupado. A pesar de las ojeras y la mirada triste, sigue manteniendo su gran belleza. La media melena muy lisa recogida en una práctica coleta. El cuerpo estrecho y delgado, prácticamente sin pecho. Vestía unos jeans que delataban sus piernas bien formadas y delgadas. Es todo un bombón.

No pienso detener ahora mi orgía con Andrés. Debo conseguir que Julia se nos una. ¿Cómo lo lograré, amigos de Javichuparadise?
 
Arriba Pie