Desahogo de una Mujer, mi Madre

heranlu

Veterano
Registrado
Ago 31, 2007
Mensajes
5,931
Likes Recibidos
2,422
Puntos
113
 
 
 
Inés, una contadora de cuarenta y cuatro años bastante parecida a la actriz Kim Cattrall, albergaba una fantasía oscura: soñaba con mamar una verga en un agujero glorioso (lo que en inglés se conoce como “gloryhole”) que había descubierto en internet.

No estaba ubicado en un sitio sórdido ni asqueroso, para nada. Se trataba de un establecimiento de categoría. Por lo que había leído, la mayoría de los clientes eran hombres de negocios que necesitaban aliviar su estrés durante la pausa del almuerzo. Y la mayoría de las “artistas” eran strippers que buscaban dinero extra o mujeres a las que simplemente les encantaba chupar vergas y no querían ser juzgadas por ello.

Inés acostumbraba masturbarse leyendo los detalles lascivos que los visitantes y las artistas publicaban. Frotaba y frotaba su clítoris mientras leía cada palabra. Luego cerraba los ojos y se imaginaba de rodillas, en un cubículo, con una verga dura en la boca.

Muchas veces se imaginaba espiando a través del agujero del gabinete, viendo a un hombre de elegante traje desabrochándose el cinturón y bajándose la bragueta. Los oficinistas solían ser su tipo. El tamaño de los miembros no importaba, siempre y cuando estuvieran limpios y tan duros que palpitaran en su boca.

Un día se excitó a más no poder al pensar en hacerle una mamada a través del agujero a alguien que conociera. Claro, la otra persona no sabría que se trataba de ella. Pensó en chupársela a su vecino o a un amigo; quizás a un compañero de trabajo, incluso a un jefe. Luego, más tarde, durante el transcurso de su día normal, lo volvería a ver y sonreiría.

Su fantasía adquirió ribetes mucho más oscuros gracias a un sueño húmedo… ¡con su hijo Rafa! Fue después de que el adolescente consiguiera una pasantía en una empresa del centro, cerca de donde ella trabajaba… y cerca del lugar del agujero glorioso. Inés compartió el entusiasmo de su hijo, emocionada de que diera un paso tan importante hacia la madurez.

Esa noche soñó con Rafa, soñó que se bajaba los azules pantalones de vestir nuevos, soñó que introducía su tieso instrumento por el agujero redondo. ¿Y los labios del otro lado? Los de ella, listos, ansiosos y bien húmedos.

Despertó con las bragas mojadas. Después de estar unos minutos acostada en la cama sintiendo la vergüenza de ser una madre que tuvo un orgasmo soñando con la verga de su hijo, deslizó su mano hacia su entrepierna velluda y se obligó a correrse nuevamente. De todos modos, era su secreto. Inés decidió que fantasearía con su hijo en casos de extrema urgencia, cuando estuviera desesperada por un gran orgasmo. Tal era el efecto que el agujero glorioso obraba en ella.

En su racionalización, se había ganado el derecho a tener una fantasía tan oscura. Ella había criado a Rafa sola durante poco más de diecisiete años. Ella le había enseñado el camino correcto en la vida. Ella lo había guiado a través de la niñez y la pubertad. Y ahora, cuando ya iba a terminar la escuela secundaria, lo había ayudado a conseguir y prepararse para la pasantía.

Sí, ella se merecía la emoción de esa fantasía.

***

Por lo general, desayunaban más o menos a la misma hora antes de salir para el trabajo y la escuela. Mientras se sentaba a comer, Inés escuchó a Rafa hablando por teléfono con un compañero de la pasantía, quizás un encargado o un gerente. Lo supo porque su hijo nunca hablaba tan formalmente en casa o con amigos.

–¿Otra vez el restaurante Osadía? –dijo con emoción imposible de disimular en su voz–. Claro, suena bien. Sí... Gracias. Nos vemos allá, entonces.

Inés casi dejó caer su taza de café al suelo. Fue como si le hubiera caído un rayo, enviando una sensación sobrecogedora directamente entre sus piernas, mojándola al instante.

¡Osadía era el lugar donde leía que había un agujero glorioso, el lugar con el que había fantaseado! Y, a juzgar por la expresión del rostro de su hijo, ¡él también lo sabía!

La conversación telefónica terminó y vio a su hijo acercarse a la mesa del desayuno. De repente, estaba de muy buen humor.

–Eres todo sonrisas esta mañana –dijo ella tímidamente.

–Es por el trabajo.

–¿Vas a almorzar en Osadía? –preguntó, fingiendo no saber mucho al respecto–. Oí sólo cosas buenas sobre ese lugar.

–Oh, sí. Su carne es genial. Y el servicio al cliente es excelente. Es un lugar de cinco estrellas en serio.

“Excelente servicio al cliente.” Esa parecía una descripción apropiada para “recibir mamadas a la hora del almuerzo”.

–Tal vez puedas llevarme allí algún día –dijo, probando la reacción de su hijo–. Puedes invitarme como agradecimiento por ayudarte a conseguir la pasantía.

Su hijo pareció sorprendido por un momento.

–Eso podría ser divertido –dijo después de dar un trago a su taza de té–. Tal vez alguna noche, un fin de semana…

¿Su hijo estaba evitando deliberadamente la idea de ir a Osadía con ella durante el horario laboral? ¿Tenía miedo de ser reconocido por ciertos clientes o empleados?

Esto casi confirmó las sospechas de Inés de que a su precioso y trabajador Rafa le estaban chupando la verga en la trastienda del restaurante. Inés sintió una pequeña confusión. ¿Cómo se supone que debe sentirse exactamente una madre al respecto?

–¿Mamá? ¿Estás bien? –preguntó Rafa, mirándola fijamente.

Inés salió de su aturdimiento.

–Sí, es sólo que tengo un día ocupado por delante. Tengo muchas cosas en la cabeza.

–Oh, sí, yo también. Salgo de la escuela, me encuentro con compañeros de trabajo para el almuerzo y luego vamos directo a la oficina. Es mucho más difícil de lo que esperaba. Están sucediendo toneladas de cosas.

–Bienvenido a la edad adulta –sonrió Inés, bebiendo su café caliente y pensando en el miembro de su hijo.

Durante las siguientes horas, la mente de Inés fue y vino entre su trabajo y su vida personal.

Sentada detrás de su escritorio, examinó balances y documentos y gráficos en la pantalla de su ordenador. Cumplió con sus deberes como siempre lo hacía: profesional y minuciosamente. De a ratos, pensaba en su hijo en Osadía. Se imaginó insertando su verga dura como una roca por el agujero. Se preguntó cómo sería la mujer arrodillada. Se imaginó las expresiones faciales de su hijo mientras se la mamaban.

Como madre, se preguntaba si Rafa sería un caballero y agradecería a la mujer por la mamada. La ocurrencia la hizo reír.

Incluso se imaginó arrodillada, haciéndole una felación a su propio hijo. Sus pensamientos estaban derivando hacia territorio peligroso. Si quería, podía caminar hasta ese restaurante, hablar con el gerente y ponerse detrás de una de esas cabinas para “servir” a su hijo. Su coño ahora estaba empapado.

Finalmente, un mantra cobró vida en su mente: "MEREZCO ESTO… MEREZCO ESTO… MEREZCO ESTO…"

Sí. Como madre soltera que trabajaba incansablemente para pagar las cuentas y satisfacer las necesidades de su hijo, se lo merecía. Trabajó siempre tan duro, que merecía albergar estos sentimientos de intenso placer, sin importar cuán tabú o socialmente inaceptable fuera. De todos modos, no era asunto de nadie más.

Eso la llevó a su siguiente mantra: "NADIE LO SABRÁ JAMÁS... NADIE LO SABRÁ JAMÁS... NADIE LO SABRÁ JAMÁS..."

¿Cómo podría alguien enterarse? La gracia de los agujeros gloriosos era justamente el anonimato. Si era inteligente y hacía todo bien, podría salirse con la suya.

A la hora del almuerzo, canceló los planes que tenía con algunos de sus colegas que estaban planeando ir a comer comida tailandesa. Inés tenía apetito por otra cosa. Algo más lascivo.

***

Fue una caminata de menos de diez minutos. Tenía los pies y los talones cansados por el paso rápido, pero se concentró en sus planes.

Esta era su primera visita a Osadía y la situación era algo complicada. Su hijo no podía verla y ella sólo tenía una vaga idea de qué hacer. En el vestíbulo del restaurante, llamó a un camarero.

–Hola, ¿puedes ayudarme con algo? –preguntó–. Esto es un poco vergonzoso, pero me gustaría ir al baño.

–Al final del pasillo a su izquierda, señora –respondió el camarero.

Inés sacudió la cabeza.

–No, no. Quiero decir, me gustaría refrescarme antes de comer. Tengo un apetito particular por algo. ¿Me explico?

El camarero captó el mensaje e Inés se sonrojó.

–¿Algo en mente? –preguntó el camarero–. El servicio de almuerzo comenzará pronto y esperamos grupos de invitados.

–Sí, quiero a alguien en particular de un grupo.

El camarero asintió.

–Dígame dónde trabaja y deme su descripción. Cuando llegue, haré los arreglos necesarios.

–Muchas gracias –dijo, con el rostro casi rojo.

–Es un placer, señora.

Inés fue escoltada hasta el área de los baños y atravesó una puerta secreta. Entró a un área donde colgaban hermosas cortinas púrpuras de las paredes, la luz era tenue, el espacio era más bien estrecho y todo estaba muy limpio. Había un agradable aroma a incienso en el aire. Allí se encontraba un hombre de traje gris, que parecía estar a cargo, y otras tres mujeres despampanantes que parecían conocerse y estaban hablando de un episodio reciente de un reality show. Llevaban vestidos muy cortos de aspecto costoso. Inés supuso que eran veinteañeras.

Inés, por su parte, era una cuarentona y estaba vestida para la oficina. Sintió un poco de vergüenza y mantuvo la cabeza gacha, esperando que las otras mujeres no le dirigieran la palabra. Ninguna lo hizo.

Consultó una y otra vez su reloj con el correr de los minutos. Varias veces consideró simplemente marcharse (que es lo que haría cualquier madre responsable y sensata, según los caprichos de la sociedad, claro). Una mujer como Inés, con su carrera y su posición social, nunca debería estar exponiéndose a algo así. Se recordó a sí misma sus mantras para espantar las dudas. Se merecía experimentar un poco de placer y nadie lo sabría jamás. Llegaría a sentir algo tan intenso y su hijo saldría de aquí satisfecho. Todos ganaban.

A pesar de todos sus razonamientos, ella todavía vacilaba y vacilaba. Escuchó entonces algunas conversaciones de fondo. Ya era la hora del almuerzo.

Como si estuviera en piloto automático, los pies de Inés comenzaron a moverse hacia la salida. No importa cuán empapadas estuvieran sus bragas, parte de ella quería ser una madre tradicional e irse antes de hacer algo de lo que se arrepintiera. La fantasía era una cosa, pero la realidad era otra.

–Señora, su gabinete está listo –dijo el hombre de gris, deteniéndola.

Inés se giró para mirarlo. El hombre elegantemente vestido, con su rostro impasible, señaló una puerta estrecha abierta que se ubicaba en una hilera de al menos seis puertas idénticas.

Al igual que la zona de espera, la cabina estaba impecable cuando se asomó al interior. Había una almohada forrada de terciopelo rojo en el suelo. Cortinas de color lila decoraban las paredes. La luz estaba aún más atenuada y había en la pared un pequeño agujero de diez centímetros de diámetro.

Las otras mujeres se dirigieron a sus respectivos gabinetes y cerraron las puertas.

–Gracias –le dijo Inés al hombre, después de tomar aire.

Sus pies se movieron hacia la cabina. El hombre la ayudó a entrar. Todo fue surrealista. Este era un territorio completamente nuevo para ella. En toda su vida, nunca había puesto un pie en un club nocturno ni en ningún lugar donde el sexo fuera lo único que preocupara a la gente.

Ahora estaba en una cabina diseñada únicamente para brindar gratificación sexual. El hombre de gris cerró suavemente la puerta detrás de ella. La puerta no tenía cerradura y podía salir en cualquier momento.

Inés se puso de rodillas. La almohada era suave y extremadamente cómoda. Oyó voces. Era un grupo de hombres jóvenes bromeando entre ellos.

No había vuelta atrás. Cuando escuchó las voces acercándose, sus palpitaciones se aceleraron. Y cuando escuchó la voz de su hijo hablando con alguien, su clítoris se endureció, también sus pezones.

Su hijo entró en la cabina del otro lado y cerró la puerta. Inés tenía miedo de espiar porque temía que su hijo pudiera mirar también y la reconociera.

El sonido de un cinturón desabrochándose y una cremallera bajando le hizo humedecer la boca. Esto era algo sacado de un sueño.

Lentamente, el miembro de su hijo atravesó el agujero. Había suficiente luz para poder verlo claramente. La verga estaba bastante erecta, no del todo. Notó cada línea, cada vena del duro pene de su hijo. Rafa era definitivamente un hombre ahora, sus casi diecinueve centímetros de carne de primera lo confirmaban. Estaba ante el instrumento de un hombre adulto. Por un momento, quedó paralizada por el orgullo de madre que la invadió. Salivó aún más mientras miraba fijamente. La imagen de la verga de su hijo quedaría grabada en su memoria para siempre.

–¿Hay alguien ahí? –preguntó Rafa, con voz tímida y suave.

En una fracción de segundo, Inés dejó de ver ese miembro como una verga de hombre. La voz suave y tierna le hizo recordar que aquel era su dulce hijo, inocente y perfecto en todos los sentidos. No obstante, en ese momento, Inés tenía un trabajo que hacer, y no consistía en enternecerse.

Plantó tres besos en la punta. Acto seguido, abrió la boca y metió el glande dentro. Lo chupó suavemente con los ojos abiertos. Oh, sí, iba a disfrutar esto al máximo. Antes de comenzar a chupar con vehemencia, simplemente lo succionó y lo mordisqueó con muchísima suavidad. Acarició el glande con la lengua, como si de un delicado bombón se tratara. No sólo quería complacer a su hijo, sino que ansiaba saborear cuanto pudiera ese miembro. Su hijo tenía un sabor agradable.

Interrumpió la succión, sostuvo la verga de su hijo con los dedos para mantenerla elevada y comenzó a acariciar el tronco con la lengua. Estaba delicioso, y sintió que se endurecía aún más. Cuando escuchó a su hijo gemir, supo que lo estaba haciendo bien.

Cuando la verga comenzó a palpitar con fuerza, Inés la soltó y contempló la magnífica erección de su hijo. Se maravilló de su obra. La verga estaba tan dura que temblaba. Brillaba por su saliva. Parecía pedir a gritos una mamada fuerte. Siendo la madre atenta y cariñosa que era, Inés sintió que lo correcto era brindarle ese alivio a su hijo lo mejor que pudiera. Lo peor que podía hacer en ese momento era dejar a su hijo con ganas.

Abrió la boca de par en par y tragó todo lo que pudo. Cuando cerró los labios y chupó con fuerza, sintió que la verga se movía y palpitaba en su boca, y escuchó a su hijo gemir.

–Dios, eres mejor que la última, mucho mejor –dijo Rafa.

En su corazón, ella brillaba de orgullo mientras mamaba. Se derretía por besar a su hijo en la boca y abrazarlo, pero ahora otra era la prioridad. Siguió haciéndole el amor a la verga de su hijo con todas sus fuerzas, dándole un placer increíble en el proceso.

Las palabras de su hijo resonaron en su cabeza. "Eres mejor que la última, mucho mejor". La llenó de una extraña sensación de orgullo maternal sentir la hombría de su hijo palpitando en sus labios y su lengua. Sí, sí se trataba de darle placer a Rafa, ella era la mejor chupavergas. Indiscutiblemente. ¿Era su deseo de complacer a su primogénito lo que la hacía tan buena? Seguro. La sangre es más espesa que el agua, ¿no?

Dejó que la verga saliera lentamente de su boca.

–Te lo mereces, mi vida –dijo en un susurro, y le dio un dulce besito en el frenillo. Le hizo un par de caricias y entonces volvió a chupar.

Sintió que el cuerpo de su hijo se tensaba. Él se echó un poco hacia atrás, pero Inés tiró de su miembro para traerlo de regreso y seguir con la felación.

–¿Mamá? –susurró con voz temblorosa–. ¿Eres tú?

En circunstancias normales, habría muerto de vergüenza. ¡Rafa la había descubierto! Aunque hubiera hablado susurrando, su voz era distintiva, especialmente para su hijo. La lujuria se había apoderado de ella y por eso había cometido el error de hablar.

Pero esta no era una circunstancia normal de ninguna manera. ¡Ella seguía lamiendo y besando y chupando! Sus mejillas se hundieron debido a la poderosa succión y su cabeza empezó a balancearse para adelante y para atrás. La punta de la verga de Rafa tocaba la parte posterior de su garganta con cada movimiento.

¡Pero le debía una respuesta a su hijo! Estaba segura de que el pobre muchacho se preguntaba qué diablos estaba pasando.

Sacó lentamente el miembro de su boca.

–¿Reconoces mis labios? Estos labios son los que te han dado un beso de buenas noches por diecisiete años. ¿Los reconoces? –dijo, masturbando lentamente el pito de su hijo–. Apuesto a que nunca imaginaste que estarían alrededor de tu verga.

Inés sonrió para sí misma sabiendo lo mucho que acababa de provocar a su hijo y, sintiéndose deliciosamente perversa, volvió a mamar. Esta vez lo hizo más fuerte y más rápido. La verga se hinchó y se sacudió. Sí, no había ninguna duda al respecto. Rafa sabía quién era la dueña de la boca que tanto placer le estaba dando, pero no importaba: también era presa de la lujuria. Se retorcía de placer por lo depravado de la situación.

–Ooooooh, Dios, mamá… Aaaaaaaaaah… –susurró. Su voz se quebró, como si estuviera al borde de las lágrimas.

Inés dejó que la verga saliera de su boca nuevamente.

–Disfruta de tu mamada, Rafael. Aquí y ahora, soy tu madre y también tu zorra. ¿Te gusta eso? Una mamada de tu propia madre. ¿Te gusta? ¿Te gusta que te la chupe? Si te gusta, acaba en mi boca. Muéstrame que te gusta. Demuéstramelo.

Esta experiencia iba a quedar grabada para siempre en sus mentes.

Pasaron los minutos, minutos que a Inés le parecieron segundos.

Con todo el dolor del mundo, pensó que ya era hora de terminar. No podía tener a su hijo aquí todo el día (¡qué más quisiera!). Y además ella también tenía que volver a su trabajo.

Pensó que tal vez tendría que suplicarle perdón a su hijo más tarde. “¡Perdón, mi vida, fue una locura, pero necesitaba hacerlo, si no, me hubiera muerto!”, le diría.

Sintió que la verga de su hijo palpitaba y se hinchaba hasta niveles que antes no había alcanzado. ¡La leche acudía a su cita a toda velocidad! Siguió chupando y acariciando con firmeza, pero con infinito cuidado y amor maternal.

Sí, su hijo deseaba esto desesperadamente. No había lugar a dudas.

Por fin, sintió el cuerpo de Rafa tensándose.

Antes de beberse la semilla de su hijo, le hizo lo que le gustaba llamar “garganta profunda” para demostrarle cuánto lo amaba. Era algo que hacía en raras ocasiones con sus amantes. Relajó su garganta y dejó que la verga se deslizara bieeeeen hasta el fondo. Estaba al borde de las lágrimas, no sabía si de felicidad o de excitación. Probablemente ambas cosas. Inés hizo ruidos de gorgoteo. Sus labios incluso tocaron la pared del gabinete mientras se metía todo el instrumento de su hijo en la boca. Funcionó a la perfección.

–Mamá, ya casi… –susurró en voz baja.

Inés echó la cabeza hacia atrás, a punto de tener arcadas. Su boca quedó unida a la herramienta de Rafa con un puente de espesa saliva.

–Échala en mi boca. Toda. No puedo mancharme la ropa.

Unas cuantas lamiditas suaves fueron todo lo que hizo falta. Con los labios envolviéndola, la dura verga roció su garganta, boca y lengua con espesos lechazos. Cada chorro de semen se disparó fuerte y rápido. Estaba caliente, un poco salado y muuuuuuy cremoso.

¿Normalmente Rafa se corría tanto? ¿O fue porque ella se la había chupado?

Siguió tragando, tratando de seguir el ritmo de la eyaculación. Lo último que quería era tener arcadas, porque se arruinaría su maquillaje, o dejar escapar leche, lo que mancharía su ropa. Así que tragó, sorbió y chupó. Después de varios chorros más (Inés llegó a contar siete), sintió que la verga se desinflaba. Inmediatamente, deslizó su lengua por la punta del pene varias veces para extraerlo todo.

–Disfruta tu almuerzo –dijo, dándole un último beso en el glande, alejando la boca y limpiando las comisuras de sus labios con el dorso de la mano.

Rafa se apartó y susurró:

–Gracias mamá. Te amo.

–Yo también te amo.

Súbitamente, se dio cuenta de la gravedad de lo que había hecho. Se levantó y salió del gabinete. Caminó rápido en dirección a su trabajo junto a todas las otras personas que transitaban las concurridísimas calle del centro. Sus manos y labios todavía estaban húmedos de semen y saliva.
 
Arriba Pie