La historia que les voy a contar ocurrió en realidad hace muchísimo tiempo. Sucedió cuando yo apenas había cumplido 17 años, en el año 1978, en Mallorca mi tierra natal. Aquello marcó para siempre mi conducta y apetencia sexual y, por supuesto, aunque hayan transcurrido 26 años, lo recuerdo con emoción incandescente como si sólo hubiesen pasado unos días. Pero ya no les aburro más con prolegómenos. Atentos a la historia que me hicieron vivir mi tía Carlota y su hija Melina.
La tía Carlota es prima hermana de mi madre, a la que siempre, desde muy pequeñas, se ha sentido muy unida. En plena adolescencia, tuvo que emigrar con sus padres a Alemania por motivos de trabajo y, desde entonces sólo se vieron en los funerales de mis abuelos. La tía Carlota, naturalmente, hizo su vida en Alemania. Se escribía con mi madre prácticamente todos los meses y nunca perdieron el contacto. Se casó con un alemán y tuvo a su hija Melina a los 21 años. Pero, como sucede a menudo, este matrimonio, con el tiempo se fue degradando hasta llegar a su ruptura total. Pero el marido de Carlota no lo pudo consentir, así que empezó a acosarla y a amenazarla con arrebatarle a Melina.
En estas circunstancias, mis padres no dudaron en ofrecer a Carlota y a su hija refugio en nuestra casa aprovechando que iban a empezar las vacaciones de verano y que tenían tres meses por delante para ocultarse esperando que la reacción de su marido se enfriara. Y, claro, a los tres días fuimos a recogerlas al aeropuerto.
Por aquel entonces yo era un cachorro salido, sin apenas experiencia sexual, que me pasaba el día aprovechando la ocasión para cascármela. Me excitaban todas las mujeres que tuvieran entre 12 y 50 años que no fuesen descaradamente desapetecibles. Cuando las vi enseguida me gustaron, y sobre todo cuando me abrazaron bien fuerte. Tengo que decir que a mi tía Carlota sólo la había visto en el funeral de mi abuelo Mateo cuando yo era un niño de 9 años, y que de mi prima Melina sólo sabía que existía.
En aquel tiempo mis padres tenían un chalet muy cerca de la playa en una urbanización de lujo. Pero lo desaprovechábamos mucho ya que debido al trabajo de mi padre, pasábamos toda la semana en la capital y sólo disfrutábamos de él los fines de semana.
Mis padres resolvieron que mi tía y mi prima vivirían en el chalet de la playa y que yo, puesto que había aprobado todas las asignaturas podría disfrutar mis vacaciones con ellas. Ellos, por los motivos que he dicho antes, vendrían sólo los fines de semana. Ni que decir tiene que sentí una emoción indescriptible.
Los dos primeros días fueron algo embarazosos para mí debido a la lógica timidez de mi edad y a mi excitación permanente.
La mañana del primer día la dedicamos a abastecer la nevera y la despensa de comida y otros artículos del hogar, mientras que la tarde la dedicaron ellas a actualizar su vestuario con prendas adecuadas a su inesperada situación de ocio vacacional en la playa. ¡Y qué prendas! Por la noche decidieron no salir ya que estaban cansadas del viaje y de todo el trajín del día, aparte de que quedaban más días que longanizas para disfrutar de la noche. Así que, después de la cena, decidieron dedicarme en exclusiva un pase de modelos de todo lo que habían comprado por la tarde. Salían de su habitación con falditas provocativas, llenas de colorines, marcando curvas, con camisetas ceñidas que resaltaban la ausencia de sujetadores, otras holgadas que dejaban ver la mitad de los pechos, o el pelambre de los sobacos. Yo estaba colorado de excitación y vergüenza, pero cuando de verdad me puse malo fue cuando salieron de la habitación con los bañadores nuevos.
Mi tía había comprado un bañador de una sola pieza que se ceñía a su cuerpo como si lo llevara pintado en la piel, marcando los pezones descaradamente y perfilando las caderas y las nalgas de una forma que producía vértigo. El bikini de Milena era de escándalo. El sujetador estaba formado por dos triangulitos de tela amarilla que apenas ocultaban los pezones, y de la parte de abajo sobresalía abundante vello por los lados de la tela. Seguramente lo habían comprado dos tallas por debajo de la suya. Lo "peor" para mí fue cuando se dio la vuelta y pude ver que se le había metido la culera por la raja del culo, a modo de tanga de los de hoy en día, y que de allí también asomaban pelos negros y vigorosos. Ellas exigían mi opinión y se divertían de lo lindo con mis vergonzosos balbuceos. Más tarde, ya en el sosiego de mi cama, les dediqué tres pajas antes de quedarme dormido.
Durante las dos siguientes mañanas les estuve enseñando la urbanización, la playa, los lugares de copas, las tiendas y demás y por las tardes descansaban tiradas en el salón o en las tumbonas del jardín. Yo no perdía detalle de sus movimientos, y si me parecían dormidas intentaba aprenderme de memoria cada detalle de su anatomía.
Mi tía Carlota empezó a interrogarme sutilmente sobre mi vida, mis estudios, mis amigos… pero poco a poco se fue adentrando en el terreno sexual: si tenía amigas… novia… si las extranjeras de la urbanización me gustaban, y cosas así hasta que, como sin pensarlo, me preguntó a bocajarro si era virgen. Yo le contesté que sí muerto de vergüenza, casi tartamudeando, y su reacción fue reírse ostentosamente a la vez que gritaba "¡Qué desperdicio, por Dios!". Desde ese instante me pareció que me miraba de otra forma, incluso que me contemplaba mientras pensaba que no la veía.
Los siguientes días fueron de playa, de cenitas en la terraza, noches de baile en la pista del hotel… en definitiva momentos entrañables y divertidos que alimentaron nuestra confianza, aunque no por ello carentes de provocación y excitación.
La primera situación clave que se dio fue entre mi tía Carlota y yo. Ocurrió el primer lunes después de que mis padres hubieran pasado el fin de semana con nosotros. Mi prima y yo habíamos quedado solos en la casa por la noche, ya que ella se encontraba indispuesta (creo que por la regla) y mi tía insistió en salir ella sola a tomar algo. Yo no tuve ningún problema en quedarme a su cuidado.
Mi prima se acostó temprano, y enseguida comprobé que dormía profundamente. Yo me entretuve en tonterías esperando a mi tía despierto, pero como a las tres de la madrugada no había vuelto, me cansé de esperar y me acosté. Me estaba haciendo la paja de rigor cuando oí que un coche aparcaba delante de casa y enseguida distinguí la risa de mi tía. Por lo visto había tomado alguna copa de más. Entre las risas de mi tía podía distinguir la voz de un hombre. Hablaban en alemán. Ambos entraron en la casa ahogando sus risas e intentando no hacer ruido hasta que se encerraron en la habitación. Podía oír sus murmullos, que pronto se convirtieron en jadeos apagados. Entonces me invadió la ira, mezcla de rabia y de celos. En calzoncillos, desde el pasillo, con voz imperativa dije: "Tía, ven un momento al salón, por favor." Y me dispuse a esperarla. Llegó a los dos minutos con la respiración alterada y la ropa revuelta.
Lleno de rabia le dije: "Tía Carlota, te recuerdo que estás en casa de tu prima, que tu hija duerme enferma en su habitación y que yo estoy aquí y no quiero ser testigo de tus desmadres sexuales. Además has metido en casa a un desconocido que lo único que quiere es desahogarse como sea. Te exijo que se vaya de aquí inmediatamente." Me quedé mirándola con cara de enfado. Ella me escuchó con expresión de sorpresa al principio, que pronto se fue volviendo de altanería. "Está bien, sobrino. Mi amigo se marchará ahora mismo, pero después vas a ser tú quien me va a escuchar." Al poco rato pasó por delante de mí un extranjero que tenía visto de la playa, con perilla y pelo canoso. No me dijo nada, ni siquiera me miró. Acto seguido, tía Carlota se asomó a la habitación de Milena para comprobar que seguía dormida y después regresó al salón con cara de pocos amigos. Me estuvo observando un minuto y me dijo con dureza: "Perdona si he traído un hombre a la casa de tu madre. Perdona si te he faltado al respeto. Perdona si he alterado la paz de tu espíritu. ¿Me perdonas?" .Yo relajé el gesto y asentí con la cabeza. Pero ella continuó: "Pues yo no te perdono a ti. No te perdono que después de haber estado calentándome todos estos días con tus miradas, con tus rubores de adolescente ante mis formas, con tus espionajes chapuceros, después de haberte estado pajeando a mi salud me niegues el derecho a desfogarme. ¡Mírame!.. Soy joven y estoy muy bien. ¿Crees que puedo conformarme con una paja como tú? ¡Llevo meses sin joder! No, no te lo perdono." Se quedó callada un instante mirándome con desprecio y después hizo algo que me estremeció. Se levantó la minifalda que traía puesta. No llevaba bragas, y expuso ante mi mirada atónita un coño con abundante vello negro y ensortijado.
"Míralo, está chorreando de necesidad." Dijo, y se pasó la palma de la mano por la raja. Me la enseñó empapada. Ante la expresión de mi rostro explotó en una carcajada. Evidentemente había bebido de más. "¿Quieres lamerlo? Acabo de decidir que te voy a castigar. Te voy a dar lo que mereces." Y diciendo esto se deshizo del vestido en un santiamén. "Espérame aquí sin moverte" me dijo, y se fue a la cocina. Regresó al momento con un pepino de considerable tamaño. "Vas a ver lo que necesito, y tu castigo va a ser verlo sin poder tocarte, sin poder cascártela, y sobre todo sin poder tocarme a mí." Yo me había quedado mudo y tembloroso de excitación y temor. Me dejé atar las manos a la espalda y de un empujón me sentó en el sofá. Inmediatamente se empezó a pasar el gran pepino entre las tetas. Me encantaban aquellas tetazas blanquitas en contraste con el resto del cuerpo bronceado. Aquellos pezones casi negros y enormes me enloquecían. Mi polla me dolía de tanta tensión. Tía Carlota se puso de rodillas con el torso echado hacia atrás y se empezó a meter el pepino en la boca hasta que desapareció casi por completo. Podía ver perfectamente su trayectoria por la garganta. Estuvo repitiendo esto varias veces hasta que, abriéndose de muslos, se lo enterró en el peludo coño. No dejaba de mirarme a los ojos con cara de lascivia mientras un reguero de babas le corría por el pecho y el vientre. Cada vez lo metía y lo sacaba más deprisa, casi frenéticamente hasta que puso los ojos en blanco y empezó a convulsionarse reprimiendo los gritos de placer que se anudaban en su garganta. Yo estaba enfermo de calentura, de excitación. Sólo el roce del calzoncillo hizo que me corriera.
Tía Carlota aun no había acabado. Mirándome de nuevo a los ojos se acercó a mí y me puso el pepino en el morro empapándome de su corrida. "¿Te gusta, eh, degenerado? ¿A que te gustaría que fuera tu polla la que me hiciera gozar? Pues eso no es todo, sobrinito." Sin dejar de mirarme recogió parte de las babas de sus pechos y se untó el agujero del culo con ellas. Se dio la vuelta y arrodillándose en el suelo, con el culo en pompa, me mostró un agujero peludo y ensalivado. Se metió aquel pepino enorme sin dudar. Sus pezones rozaban la alfombra de esparto y de su raja caía un chorrito espeso. Se estuvo taladrando el culo un buen rato hasta que paró de golpe y se dio la vuelta hacia mí. Aun con el pepino metido en su culo se acercó de rodillas hasta mí y me ordenó que me levantara. "Acabo de decidir que se acabó el castigo, pero no quiero que digas una palabra", me dijo jadeando. Yo me levanté y mi tía me bajó el calzoncillo de un tirón. Mi polla saltó como un resorte golpeándola en la cara y manchándosela de mi anterior corrida. Por la expresión de su cara deduje que el tamaño y la bravura de mi polla la habían sorprendido. Tía Carlota se enterró un poco más el pepino en su culo y, tomando aire, se abalanzó sobre mi polla clavándosela en la boca.
Empezó a mover la cabeza adelante y atrás metiéndosela un poco más cada vez. De su garganta salían sonidos como si se atragantara y fuera a vomitar, pero no paraba. De sus ojos caían lágrimas y de sus labios resbalaba un colgajo de saliva. Yo no podía más. Entonces me cogió de las nalgas y me empujó hacia ella. Ya no quedaba un milímetro de mi polla fuera de su boca. Pero aun se guardaba un último recurso de locura carnal. Estando mi polla completamente enfundada en su garganta, mi tía se dejo caer de culo en el suelo sentándose y clavándose completamente el pepinazo en el trasero a la vez que hizo un sobreesfuerzo abriendo un poco mas su boca y engullendo también mis cojones mientras metía su dedo índice en mi joven culo. Ahí ya no pude más. Exploté como jamás lo había hecho corriéndome como un loco directamente en el estómago de tía Carlota. Debieron salir litros de leche de mis cojones. Yo veía la cara desencajada de mi tía con tanta carne dentro de su boca y garganta, con los ojos vueltos, atragantándose con mi leche. Tuvo como una tos y le salieron dos candelas de leche de sus fosas nasales.
A mi me temblaban las piernas y el cuerpo entero. El éxtasis duró un rato que pareció interminable. Al terminar la corrida, tía Carlota me empujó hacia atrás para sacarse mi polla de dentro y tras ella salió un vómito de semen y babas que se extendió por su cara y por mi polla. Se golpeó el rostro con mi polla extendiéndose más el mejunje. Su cara era todo un poema. Era como si se hubiesen corrido en ella una pandilla de salidos. "Ahora sácame el pepino del culo con tus dientes." Me dijo en un suspiro. Yo no me hice de rogar. Me puse detrás e ella y empecé a mamarle el ano y a trincar la punta del pepino con los dientes. Realmente era descomunal y me parecía increíble que le hubiera cabido entero. Mientras yo se lo sacaba, tía carlota estaba chupando el dedo con el que me había sodomizado. "Mira como me has puesto la cara, sobrino. Tendrás que lavarme. Ven conmigo al baño". Me dijo tía Carlota mientras me tiraba del brazo hasta el cuarto de aseo. Una vez allí se tendió en la bañera vacía. Yo fui a abrir el grifo de la ducha, pero no me dejó. "No, cariño. Quiero que te mees en mi cara" me dijo jadeante llevándose la mano derecha al coño y agarrándome el mástil con la izquierda y dirigiéndolo a su cara. "¡Vamos, no me hagas esperar!". Tardé un rato en conseguir que mi orina saliese, pero cuando salió lo hizo con fuerza estrellando el chorro en su frente. Le regué la cara y las tetas un buen rato hasta que se acabó el ímpetu. Pero aun así se metió mi morcillona polla en la boca para tragarse los últimos chorros de mi meado. Esta fue la primera vez de las muchas que se sucedieron en tres meses. Mi tía y mi prima cambiaron mi vida radicalmente.
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Me costó muchísimo dormirme aquella noche después del primer asalto con tía Carlota. Una sensación eléctrica se había apoderado de mi estómago. Estaba claro que aquellos tres meses con mi tía iban a estar marcados por el delirio sexual, y eso me colmaba de felicidad; era como si me hubiese tocado la lotería. Sin embargo sentía miedo por un montón de cosas, y la primera de todas era pensar hasta dónde sería capaz de llegar aquella mujer tan viciosa y degenerada. También me preocupaban mi prima, y mis padres. Quizás mi tía había tenido un arranque de locura debido al calentón avivado por las copas y al día siguiente reaccionaba de alguna forma evasiva o incluso negativa. En fin… que mi cabeza le daba un montón de vueltas al tema.
Pero todas mis dudas y temores desaparecieron cuando, a la mañana siguiente, tía Carlota vino a despertarme. Me despertó soplándome en la cara y agarrándome la polla por encima de la sábana. "Despierta, calienta tías. Tú prima y yo queremos que te vengas a la playa."Y mientras me decía esto me estaba pajeando suavemente, como he dicho, por encima de la sábana. Mi tranca desnuda tardó menos en reaccionar que yo mismo y se endureció como en sus mejores momentos. Mi tía no dejaba de mirarme a los ojos ni de sonreír. "¡Aaala…! ¡Cómo te pones por nada, cariñito!". Y diciéndome esto acercó su boca a la punta de mi pene y lo mordisqueó suavemente sin dejar de pajearme despacito. El morbo de la situación, la maestría de tía Carlota y el roce de la sábana con mi capullo consiguieron que me corriera en un instante. Un manchón de leche se extendió por la sábana alrededor de mi polla, cosa que provocó la carcajada de mi tía. "Huuuum, sobrino, eso si es hacer los honores. Gracias". Me dijo y me besó en los labios. "Venga, vístete y vamos a la playa. Ya desayunaremos allí."
La mañana la pasamos en la playa. Yo estuve más pendiente de localizar al alemán de la noche anterior que de otra cosa. El asunto me tenía algo nervioso. Pero no apareció en ningún momento. Realmente nunca más le vi. ¡Mejor!
Aquél día no pasó nada más. Todo fue como los días anteriores. Aunque sí era cierto que tía Carlota aprovechaba cualquier despiste de Melina para dedicarme miradas, sonrisas, e incluso tocamientos que me prometían la continuidad de aquella relación tan morbosa. A todo esto, Melina parecía completamente ajena a la situación, y mi temor era que nos descubriera.
Por la noche cada uno se acostó en su cama. No pasó nada, aunque yo estuve tenso esperando un aviso que no llegó.
De nuevo me despertó tía Carlota. De pie al lado de mi cama, me llamaba por mi nombre. Estaba delante de mí en ropa interior. Apenas abrí los ojos me preguntó a bocajarro: "¿Qué me harías ahora mismo, pollón mío?" Y se quedó muy seria, mirándome fijamente a los ojos y esperando mi respuesta. Su coño estaba tan cerca de mi cara que podía oler su urgencia. Yo me quedé idiotizado, ¡cómo no! Sólo reaccionó mi verga, que se puso a mil otra vez. Lo único que se me ocurría era agarrarme el cipote y cascármelo salvajemente, pero ni me atreví a parpadear. Se ve que mi tía se cansó de esperar una reacción, así que me dijo: "Bueno, veo que tendré que hacerlo yo todo". Y acto seguido literalmente se sentó a horcajadas sobre mi pecho apartando la tela de su coño y plantándomelo en la boca. Automáticamente le agarré aquellas tetas enloquecedoras y las saqué del sostén mientras, como pude, le clavé la lengua en la raja. Le pellizqué los pezones, le mordí el coño, hundí en él mi lengua, se lo llené de babas. Tía Carlota Jadeaba, suspiraba, me tiraba del cabello. Conseguí que quedase arrodillada a los lados de mi cabeza y así pude meterle tres dedos en el culo. Gritó y se vino en mi cara. Fue tal la corrida que creí que se había meado.
Se quedó relajada y se puso a acariciarme el cabello mirándome a los ojos. Naturalmente yo seguía en pie de guerra. Aún no me había corrido y se lo hice notar. Me sonrió de una forma que me dejó expectante. Moviendo la cabeza negativamente me dijo: "Ahora no, cielito. No es justo que yo te acapare. A melina también le gustas. Y si ella te gusta a ti… ya sabes." Me quedé sin respiración. Tía Carlota seguía sentada sobre mi pecho y esparciendo su corrida por mi cara con sus dedos. Y a mi me daba vueltas la cabeza. Aquello estaba rozando la locura. No entendía nada. ¡Mi tía me estaba ofreciendo a su hija de quince años! Sólo atiné a balbucear: "¿Y qué dice ella?" No tuve que esperar una respuesta. Instantáneamente a mi pregunta noté que alguien, ocultándose detrás de mi tía, amarraba mi polla y la sacudía enérgicamente antes e metérsela en la boca. Era Melina, por supuesto. La expresión de mi cara hizo que mi tía soltase una de sus obscenas carcajadas. Me puso el índice en los labios ordenándome que no dijese nada. Yo me esforzaba por estirar el cuello y poder ver a mi prima mamándomela, pero exploté en el intento. Llené aquella tierna boca con mi leche. Pude notar los esfuerzos de Melina por tragársela toda. Aun se quedó un ratito jugando con mi polla en su boca antes de asomarse por detrás de su madre y sonreírme con cara de gato que se acaba de tragar al canario. Un hilo de semen decoraba su barbilla. Me sentí en la gloria. Aquellas dos mujeres habían decidido acabar conmigo, y eso me hacía el hombre más feliz del universo. "Esta mañana no vamos a la playa, cariños. Vamos a conocernos mejor." Dijo tía Carlota levantándose de mí.
Me quedé un rato yo solo en la cama santiguando mi suerte y preguntándome cuántas veces sería capaz de correrme por día. ¡Inocente juventud! Eso sí, tomé la decisión de no preguntar nada. Si aquellas parientes mías eran tan fogosas, depravadas, y encima estaban compinchadas era mi bendición y no iba a ponerla en peligro fisgoneando.
Me di la ducha más refrescante, reconfortante, reconstituyente y dicharachera de mi vida, lo juro. Después fui a desayunar.
Cuando entré en la cocina quedé maravillado del espectáculo que me encontré. Tía Carlota estaba prácticamente desnuda, sólo llevaba puesto un delantal que apenas le tapaba el canalillo del pecho y los pelos del coño. Andaba trasteando como si nada, limpiando un cacharro, guardando cubiertos, ordenando el frutero… y hablando animadamente con su hija sobre banalidades. Melina no llevaba delantal. Llevaba puesta una blusa corta únicamente y estaba desabrochada del todo. Todo aquel cuerpecito estaba expuesto al mundo. Saludé muy animado, pero cuando observaron que estaba vestido me amonestaron. Como mucho sólo podía llevar puesto el calzoncillo. O todos o nadie. La verdad es que no tuve ningún inconveniente en quedarme como quisieran.
Yo esperaba que la diversión llegara inmediatamente, pero pasaba el tiempo y ellas seguían con lo suyo. Ya había desayunado hacía rato y seguía en la cocina a la espera de algún arranque por su parte, pero no pasaba nada. Me estaba empezando a aburrir cuando llegó el pistoletazo de salida. Como era de esperar fue mi tía quien puso en marcha el tema. Lo hizo de la forma aparentemente más inocente. Abrió la nevera, sacó el pepino que tan bien conocía sus entrañas, y como si tal cosa le dijo a su hija "¡Mira que bicho! ¿Te puedes creer que anteanoche me lo metí enterito por el culo. Tu primo es testigo. Él me lo saco con los dientes. ¿Verdad, sobrino?" Yo me quedé atónito por lo inesperado de la ocurrencia. "Sí, tía. Y volvería a sacártelo mil veces". Dije con la mejor de las sonrisas. "¿Todo esto? ¿Entero? A ver, déjamelo". Dijo Melina incrédula. Lo estuvo sopesando y calibrando un momento y después se lo llevó a la nariz. "Pues no huele a nada". Dijo arrugando el morrito. "Claro, so guarra. Lo lavé ayer por la mañana". Replicó Tía Carlota. "Pues, ¿sabes que te digo?, que si no lo veo no lo creo. Esto no te cabe en el culo". Contestó Melina. Yo me empezaba a poner a mil otra vez.
La cosa prometía. "Pues compruébalo tú misma. Lubrícalo y métemelo despacito". Mi tía se apoyó con las tetas sobre el mármol del fregadero y se abrió las nalgas al máximo con las manos. Su ojete peludo estaba justo enfrente de mí. Mi prima no vaciló en actuar. Escupió varias veces en la punta del pepino y en el ano de su madre y puso el artefacto en posición. Lo tenía agarrado con las dos manos y empezó a empujar despacio pero sin pausa. En un momento estuvo prácticamente todo dentro. Tía Carlota tenía las piernas en tensión. Se aguantaba de puntillas y seguía separándose las nalgas con las manos. Su expresión era curiosa. Tenía los ojos cerrados y las cejas fruncidas como si sintiera dolor, sin embargo una sonrisa maliciosa iluminaba su cara. Melina empezó un movimiento de mete-saca que arrancó suspiros a su madre y empezó a magrearle los pezones con una mano. Ni que decir que yo ya me la estaba meneando como un mico. Pero decidí intervenir. Me quité el calzoncillo, y completamente armado me acerqué al escenario. Separé la mano de Melina del pepino y le dije: "Ahora mira como lo saqué con los dientes". Me amorré como la otra vez al culo de mi tía y en un santiamén le saqué aquel monstruo del ano. Pero no me quedé parado si no que agarré la mano derecha de mi prima y le pedí que cerrara el puño. Ella entendió lo que yo había pensado y no dudó en clavarlo en el ojete de su madre.
Entró con facilidad y comenzó a removerlo sin piedad. Tía carlota tenía convulsiones. Ya no se abría las nalgas con las manos si no que se tapaba la boca con una y se pajeaba con la otra. Hacía equilibrios para sostenerse en pie. De repente, el coño de mi tía empezó a chorrear. Yo no me lo pensé y me coloqué de forma que aquel chorro cayera sobre mi polla. Me dejó completamente empapado desde la cintura hasta los pies. Yo seguía con mi paja, por supuesto, pero intentando no correrme. De repente me di cuenta de las veces que me había corrido y todavía no había follado ni con mi tía ni con mi prima, así que saqué de un tirón la mano de Melina del culo de mi tía y la enculé con rabia. Pero, claro, aunque mi polla no es pequeña ni mucho menos, después de aquellas monstruosas introducciones, resultaba algo insuficiente para ambos. De un empujón mi tía me saco de su culo y se dio la vuelta. "Esperad. Venid". Dijo. Me llevó hasta la mesa e hizo que me tendiera boca arriba. Ella se sentó sobre mi polla empalándose el coño de un arrebato y ordenó a su hija que siguiera con lo que estaba haciendo.
Tía Carlota tenía mi polla en lo más profundo de su coño y el puño de su hija, casi hasta el codo, en lo más profundo de su culo. El espectáculo era demoledor. Podía sentir los movimientos del puño de Melina en mi verga. Parecía que hiciera intentos de agarrármela a través del intestino de su madre. Algo llegó a mi mano. Melina me daba el pepino diciéndome: "¡Dáselo que lo mame! ¡Méteselo hasta la garganta!" Y yo no me hice de rogar. Se lo acerqué a la boca y ella misma hizo el resto. Yo no tuve que empujar. Tía Carlota empujaba sola la cabeza tragándose el pepino. Se movía como si estuviera poseída. Se estrujaba las tetas con las manos. Cuando vi que los ojos de mi tía empezaban a desorbitarse supe que se estaba corriendo otra vez y di rienda suelta al torrente que me había esforzado por retener. Tía Carlota se atragantaba con el pepino mientras yo inundaba su coño y Melina aprovechaba para clavarle un poco más el brazo en el culo. La corrida de mi tía superó la mía con creces. Entre los dos encharcamos la mesa completamente. Después vino la calma y todos nos tranquilizamos por un rato.
Bueno, todos no. Melina estaba candente. Era la única que no había descargado tensiones, y pronto me lo hizo saber. Mientras tía Carlota se había quedado transpuesta y tirada sobre la mesa de la cocina, Melina empezó a chuparme los cojones empapados de la corrida de su madre. Yo, cachorro salido que era entonces, enseguida estuve a punto, y mientras mi prima se comía mis huevos yo me la pelaba tranquilamente con la mano hasta que estuvo en su mejor momento como si nada hubiese pasado. Me puse en posición de ataque y besé a mi prima. Le hundí la lengua hasta las amígdalas y ella hizo lo mismo. Pero cuando iba a penetrarla me paró. "Por el chocho no, primito. Este es sagrado. Va a ser por amor. Puedes darme por el culo, si quieres, o follarme la boca, o lo que quieras, pero mi virginidad la quiero conservar. ¿Vale, primo?". La verdad es que me hubiera gustado profanar aquel coñito tierno, casi infantil, pero quise respetarla. Eso sí, se lo estuve comiendo hasta que se corrió dos veces. Me encantaba enredar mi lengua en los pelos de aquel coño y aquel culito tan nuevos, tan sabrosos.
Me embadurné bien la tranca con sus corridas y la puse de cara a la mesa sobre la que su madre dormitaba tras la batalla. Poco a poco le desvirgué el culo. No se quejó en absoluto, tuvo aguante supongo que debido a la calentura que la embargaba. Empecé suavemente, pero fui acelerando las embestidas hasta que le arranqué gritos de placer. Casi en el éxtasis, tomé a mi prima por los muslos y se los subí hasta que pudo poner sus pies sobre la mesa y le hice una petición que casi fue una orden "Méate en tu madre". Melina se despatarró y se abrió la vagina con sus deditos y, mientras yo le daba por el culo, lanzó un chorro de orina directo a la barbilla de su mamá. Tía Carlota se espabiló inmediatamente y empezó a disfrutar de la situación abriendo la boca para recibir el pipí de su hija. El meado de Melina recorrió toda la cara de su madre escurriéndose por las tetazas hasta la pelambrera del coño. Mi tía se pajeaba mientras tanto y yo ya no pude más. Me corrí litros dentro del culo de mi prima. Por un momento creí que le iba a salir mi leche por la boca, pero no llegó a tanto, claro. Mi prima y yo perdimos el equilibrio y caímos al suelo quedando ella sobre mí. Así quedamos un momento, aun con mi capullo dentro de su peludito culo. Parecía que ya estaba, que habíamos terminado por aquel día, pero no.
Tía Carlota había resucitado. Se puso a nuestro lado y levantó un pie hasta ponerlo sobre la mesa, apuntó su peludísimo coño hacia nosotros y descargó una inmensa meada sobre nuestros cuerpos, nuestras caras, nuestras bocas… A la muy cerda se le escapaba algún pedillo que nos hacía reír. Después se empeñó en agradecernos lo mucho que la habíamos hecho disfrutar. Hizo que me levantara y a Melina la puso de rodillas frente a mí. "Cómele el rabo como tú sabes hacerlo, cariño" le ordenó. Acto seguido ella se arrodilló detrás de mí y empezó a comerme el ano. Me metía la lengua hasta los intestinos, y, como es de suponer, yo no tardé un minuto en estar otra vez con todo el poderío en orden. Mientras me lamía y perforaba el ano, tía Carlota me iba pajeando dentro de la boca de su hija, y de nuevo estallé sin ningún miramiento.
La corrida fue tan copiosa como las otras. Melina intentaba tragarse mi lefa pero no pudo con tanta. Se ahogaba. Sacó mi polla de su boca y su madre acabó de pajearme sobre su cara. El rostro de mi prima era indescriptible lleno de semen, saliva y el meado de su madre que le había empapado todo el pelo. Llegado aquel momento, realmente necesitaba descansar. Cuatro descargas en una mañana no estaban nada mal. Me deje caer sobre una silla y me recreé observando a mi tía Carlota limpiando el rostro de su hija con la lengua, tragándose mi leche, las babas de Melina y hasta sus propios meados.
La tía Carlota es prima hermana de mi madre, a la que siempre, desde muy pequeñas, se ha sentido muy unida. En plena adolescencia, tuvo que emigrar con sus padres a Alemania por motivos de trabajo y, desde entonces sólo se vieron en los funerales de mis abuelos. La tía Carlota, naturalmente, hizo su vida en Alemania. Se escribía con mi madre prácticamente todos los meses y nunca perdieron el contacto. Se casó con un alemán y tuvo a su hija Melina a los 21 años. Pero, como sucede a menudo, este matrimonio, con el tiempo se fue degradando hasta llegar a su ruptura total. Pero el marido de Carlota no lo pudo consentir, así que empezó a acosarla y a amenazarla con arrebatarle a Melina.
En estas circunstancias, mis padres no dudaron en ofrecer a Carlota y a su hija refugio en nuestra casa aprovechando que iban a empezar las vacaciones de verano y que tenían tres meses por delante para ocultarse esperando que la reacción de su marido se enfriara. Y, claro, a los tres días fuimos a recogerlas al aeropuerto.
Por aquel entonces yo era un cachorro salido, sin apenas experiencia sexual, que me pasaba el día aprovechando la ocasión para cascármela. Me excitaban todas las mujeres que tuvieran entre 12 y 50 años que no fuesen descaradamente desapetecibles. Cuando las vi enseguida me gustaron, y sobre todo cuando me abrazaron bien fuerte. Tengo que decir que a mi tía Carlota sólo la había visto en el funeral de mi abuelo Mateo cuando yo era un niño de 9 años, y que de mi prima Melina sólo sabía que existía.
En aquel tiempo mis padres tenían un chalet muy cerca de la playa en una urbanización de lujo. Pero lo desaprovechábamos mucho ya que debido al trabajo de mi padre, pasábamos toda la semana en la capital y sólo disfrutábamos de él los fines de semana.
Mis padres resolvieron que mi tía y mi prima vivirían en el chalet de la playa y que yo, puesto que había aprobado todas las asignaturas podría disfrutar mis vacaciones con ellas. Ellos, por los motivos que he dicho antes, vendrían sólo los fines de semana. Ni que decir tiene que sentí una emoción indescriptible.
Los dos primeros días fueron algo embarazosos para mí debido a la lógica timidez de mi edad y a mi excitación permanente.
La mañana del primer día la dedicamos a abastecer la nevera y la despensa de comida y otros artículos del hogar, mientras que la tarde la dedicaron ellas a actualizar su vestuario con prendas adecuadas a su inesperada situación de ocio vacacional en la playa. ¡Y qué prendas! Por la noche decidieron no salir ya que estaban cansadas del viaje y de todo el trajín del día, aparte de que quedaban más días que longanizas para disfrutar de la noche. Así que, después de la cena, decidieron dedicarme en exclusiva un pase de modelos de todo lo que habían comprado por la tarde. Salían de su habitación con falditas provocativas, llenas de colorines, marcando curvas, con camisetas ceñidas que resaltaban la ausencia de sujetadores, otras holgadas que dejaban ver la mitad de los pechos, o el pelambre de los sobacos. Yo estaba colorado de excitación y vergüenza, pero cuando de verdad me puse malo fue cuando salieron de la habitación con los bañadores nuevos.
Mi tía había comprado un bañador de una sola pieza que se ceñía a su cuerpo como si lo llevara pintado en la piel, marcando los pezones descaradamente y perfilando las caderas y las nalgas de una forma que producía vértigo. El bikini de Milena era de escándalo. El sujetador estaba formado por dos triangulitos de tela amarilla que apenas ocultaban los pezones, y de la parte de abajo sobresalía abundante vello por los lados de la tela. Seguramente lo habían comprado dos tallas por debajo de la suya. Lo "peor" para mí fue cuando se dio la vuelta y pude ver que se le había metido la culera por la raja del culo, a modo de tanga de los de hoy en día, y que de allí también asomaban pelos negros y vigorosos. Ellas exigían mi opinión y se divertían de lo lindo con mis vergonzosos balbuceos. Más tarde, ya en el sosiego de mi cama, les dediqué tres pajas antes de quedarme dormido.
Durante las dos siguientes mañanas les estuve enseñando la urbanización, la playa, los lugares de copas, las tiendas y demás y por las tardes descansaban tiradas en el salón o en las tumbonas del jardín. Yo no perdía detalle de sus movimientos, y si me parecían dormidas intentaba aprenderme de memoria cada detalle de su anatomía.
Mi tía Carlota empezó a interrogarme sutilmente sobre mi vida, mis estudios, mis amigos… pero poco a poco se fue adentrando en el terreno sexual: si tenía amigas… novia… si las extranjeras de la urbanización me gustaban, y cosas así hasta que, como sin pensarlo, me preguntó a bocajarro si era virgen. Yo le contesté que sí muerto de vergüenza, casi tartamudeando, y su reacción fue reírse ostentosamente a la vez que gritaba "¡Qué desperdicio, por Dios!". Desde ese instante me pareció que me miraba de otra forma, incluso que me contemplaba mientras pensaba que no la veía.
Los siguientes días fueron de playa, de cenitas en la terraza, noches de baile en la pista del hotel… en definitiva momentos entrañables y divertidos que alimentaron nuestra confianza, aunque no por ello carentes de provocación y excitación.
La primera situación clave que se dio fue entre mi tía Carlota y yo. Ocurrió el primer lunes después de que mis padres hubieran pasado el fin de semana con nosotros. Mi prima y yo habíamos quedado solos en la casa por la noche, ya que ella se encontraba indispuesta (creo que por la regla) y mi tía insistió en salir ella sola a tomar algo. Yo no tuve ningún problema en quedarme a su cuidado.
Mi prima se acostó temprano, y enseguida comprobé que dormía profundamente. Yo me entretuve en tonterías esperando a mi tía despierto, pero como a las tres de la madrugada no había vuelto, me cansé de esperar y me acosté. Me estaba haciendo la paja de rigor cuando oí que un coche aparcaba delante de casa y enseguida distinguí la risa de mi tía. Por lo visto había tomado alguna copa de más. Entre las risas de mi tía podía distinguir la voz de un hombre. Hablaban en alemán. Ambos entraron en la casa ahogando sus risas e intentando no hacer ruido hasta que se encerraron en la habitación. Podía oír sus murmullos, que pronto se convirtieron en jadeos apagados. Entonces me invadió la ira, mezcla de rabia y de celos. En calzoncillos, desde el pasillo, con voz imperativa dije: "Tía, ven un momento al salón, por favor." Y me dispuse a esperarla. Llegó a los dos minutos con la respiración alterada y la ropa revuelta.
Lleno de rabia le dije: "Tía Carlota, te recuerdo que estás en casa de tu prima, que tu hija duerme enferma en su habitación y que yo estoy aquí y no quiero ser testigo de tus desmadres sexuales. Además has metido en casa a un desconocido que lo único que quiere es desahogarse como sea. Te exijo que se vaya de aquí inmediatamente." Me quedé mirándola con cara de enfado. Ella me escuchó con expresión de sorpresa al principio, que pronto se fue volviendo de altanería. "Está bien, sobrino. Mi amigo se marchará ahora mismo, pero después vas a ser tú quien me va a escuchar." Al poco rato pasó por delante de mí un extranjero que tenía visto de la playa, con perilla y pelo canoso. No me dijo nada, ni siquiera me miró. Acto seguido, tía Carlota se asomó a la habitación de Milena para comprobar que seguía dormida y después regresó al salón con cara de pocos amigos. Me estuvo observando un minuto y me dijo con dureza: "Perdona si he traído un hombre a la casa de tu madre. Perdona si te he faltado al respeto. Perdona si he alterado la paz de tu espíritu. ¿Me perdonas?" .Yo relajé el gesto y asentí con la cabeza. Pero ella continuó: "Pues yo no te perdono a ti. No te perdono que después de haber estado calentándome todos estos días con tus miradas, con tus rubores de adolescente ante mis formas, con tus espionajes chapuceros, después de haberte estado pajeando a mi salud me niegues el derecho a desfogarme. ¡Mírame!.. Soy joven y estoy muy bien. ¿Crees que puedo conformarme con una paja como tú? ¡Llevo meses sin joder! No, no te lo perdono." Se quedó callada un instante mirándome con desprecio y después hizo algo que me estremeció. Se levantó la minifalda que traía puesta. No llevaba bragas, y expuso ante mi mirada atónita un coño con abundante vello negro y ensortijado.
"Míralo, está chorreando de necesidad." Dijo, y se pasó la palma de la mano por la raja. Me la enseñó empapada. Ante la expresión de mi rostro explotó en una carcajada. Evidentemente había bebido de más. "¿Quieres lamerlo? Acabo de decidir que te voy a castigar. Te voy a dar lo que mereces." Y diciendo esto se deshizo del vestido en un santiamén. "Espérame aquí sin moverte" me dijo, y se fue a la cocina. Regresó al momento con un pepino de considerable tamaño. "Vas a ver lo que necesito, y tu castigo va a ser verlo sin poder tocarte, sin poder cascártela, y sobre todo sin poder tocarme a mí." Yo me había quedado mudo y tembloroso de excitación y temor. Me dejé atar las manos a la espalda y de un empujón me sentó en el sofá. Inmediatamente se empezó a pasar el gran pepino entre las tetas. Me encantaban aquellas tetazas blanquitas en contraste con el resto del cuerpo bronceado. Aquellos pezones casi negros y enormes me enloquecían. Mi polla me dolía de tanta tensión. Tía Carlota se puso de rodillas con el torso echado hacia atrás y se empezó a meter el pepino en la boca hasta que desapareció casi por completo. Podía ver perfectamente su trayectoria por la garganta. Estuvo repitiendo esto varias veces hasta que, abriéndose de muslos, se lo enterró en el peludo coño. No dejaba de mirarme a los ojos con cara de lascivia mientras un reguero de babas le corría por el pecho y el vientre. Cada vez lo metía y lo sacaba más deprisa, casi frenéticamente hasta que puso los ojos en blanco y empezó a convulsionarse reprimiendo los gritos de placer que se anudaban en su garganta. Yo estaba enfermo de calentura, de excitación. Sólo el roce del calzoncillo hizo que me corriera.
Tía Carlota aun no había acabado. Mirándome de nuevo a los ojos se acercó a mí y me puso el pepino en el morro empapándome de su corrida. "¿Te gusta, eh, degenerado? ¿A que te gustaría que fuera tu polla la que me hiciera gozar? Pues eso no es todo, sobrinito." Sin dejar de mirarme recogió parte de las babas de sus pechos y se untó el agujero del culo con ellas. Se dio la vuelta y arrodillándose en el suelo, con el culo en pompa, me mostró un agujero peludo y ensalivado. Se metió aquel pepino enorme sin dudar. Sus pezones rozaban la alfombra de esparto y de su raja caía un chorrito espeso. Se estuvo taladrando el culo un buen rato hasta que paró de golpe y se dio la vuelta hacia mí. Aun con el pepino metido en su culo se acercó de rodillas hasta mí y me ordenó que me levantara. "Acabo de decidir que se acabó el castigo, pero no quiero que digas una palabra", me dijo jadeando. Yo me levanté y mi tía me bajó el calzoncillo de un tirón. Mi polla saltó como un resorte golpeándola en la cara y manchándosela de mi anterior corrida. Por la expresión de su cara deduje que el tamaño y la bravura de mi polla la habían sorprendido. Tía Carlota se enterró un poco más el pepino en su culo y, tomando aire, se abalanzó sobre mi polla clavándosela en la boca.
Empezó a mover la cabeza adelante y atrás metiéndosela un poco más cada vez. De su garganta salían sonidos como si se atragantara y fuera a vomitar, pero no paraba. De sus ojos caían lágrimas y de sus labios resbalaba un colgajo de saliva. Yo no podía más. Entonces me cogió de las nalgas y me empujó hacia ella. Ya no quedaba un milímetro de mi polla fuera de su boca. Pero aun se guardaba un último recurso de locura carnal. Estando mi polla completamente enfundada en su garganta, mi tía se dejo caer de culo en el suelo sentándose y clavándose completamente el pepinazo en el trasero a la vez que hizo un sobreesfuerzo abriendo un poco mas su boca y engullendo también mis cojones mientras metía su dedo índice en mi joven culo. Ahí ya no pude más. Exploté como jamás lo había hecho corriéndome como un loco directamente en el estómago de tía Carlota. Debieron salir litros de leche de mis cojones. Yo veía la cara desencajada de mi tía con tanta carne dentro de su boca y garganta, con los ojos vueltos, atragantándose con mi leche. Tuvo como una tos y le salieron dos candelas de leche de sus fosas nasales.
A mi me temblaban las piernas y el cuerpo entero. El éxtasis duró un rato que pareció interminable. Al terminar la corrida, tía Carlota me empujó hacia atrás para sacarse mi polla de dentro y tras ella salió un vómito de semen y babas que se extendió por su cara y por mi polla. Se golpeó el rostro con mi polla extendiéndose más el mejunje. Su cara era todo un poema. Era como si se hubiesen corrido en ella una pandilla de salidos. "Ahora sácame el pepino del culo con tus dientes." Me dijo en un suspiro. Yo no me hice de rogar. Me puse detrás e ella y empecé a mamarle el ano y a trincar la punta del pepino con los dientes. Realmente era descomunal y me parecía increíble que le hubiera cabido entero. Mientras yo se lo sacaba, tía carlota estaba chupando el dedo con el que me había sodomizado. "Mira como me has puesto la cara, sobrino. Tendrás que lavarme. Ven conmigo al baño". Me dijo tía Carlota mientras me tiraba del brazo hasta el cuarto de aseo. Una vez allí se tendió en la bañera vacía. Yo fui a abrir el grifo de la ducha, pero no me dejó. "No, cariño. Quiero que te mees en mi cara" me dijo jadeante llevándose la mano derecha al coño y agarrándome el mástil con la izquierda y dirigiéndolo a su cara. "¡Vamos, no me hagas esperar!". Tardé un rato en conseguir que mi orina saliese, pero cuando salió lo hizo con fuerza estrellando el chorro en su frente. Le regué la cara y las tetas un buen rato hasta que se acabó el ímpetu. Pero aun así se metió mi morcillona polla en la boca para tragarse los últimos chorros de mi meado. Esta fue la primera vez de las muchas que se sucedieron en tres meses. Mi tía y mi prima cambiaron mi vida radicalmente.
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Me costó muchísimo dormirme aquella noche después del primer asalto con tía Carlota. Una sensación eléctrica se había apoderado de mi estómago. Estaba claro que aquellos tres meses con mi tía iban a estar marcados por el delirio sexual, y eso me colmaba de felicidad; era como si me hubiese tocado la lotería. Sin embargo sentía miedo por un montón de cosas, y la primera de todas era pensar hasta dónde sería capaz de llegar aquella mujer tan viciosa y degenerada. También me preocupaban mi prima, y mis padres. Quizás mi tía había tenido un arranque de locura debido al calentón avivado por las copas y al día siguiente reaccionaba de alguna forma evasiva o incluso negativa. En fin… que mi cabeza le daba un montón de vueltas al tema.
Pero todas mis dudas y temores desaparecieron cuando, a la mañana siguiente, tía Carlota vino a despertarme. Me despertó soplándome en la cara y agarrándome la polla por encima de la sábana. "Despierta, calienta tías. Tú prima y yo queremos que te vengas a la playa."Y mientras me decía esto me estaba pajeando suavemente, como he dicho, por encima de la sábana. Mi tranca desnuda tardó menos en reaccionar que yo mismo y se endureció como en sus mejores momentos. Mi tía no dejaba de mirarme a los ojos ni de sonreír. "¡Aaala…! ¡Cómo te pones por nada, cariñito!". Y diciéndome esto acercó su boca a la punta de mi pene y lo mordisqueó suavemente sin dejar de pajearme despacito. El morbo de la situación, la maestría de tía Carlota y el roce de la sábana con mi capullo consiguieron que me corriera en un instante. Un manchón de leche se extendió por la sábana alrededor de mi polla, cosa que provocó la carcajada de mi tía. "Huuuum, sobrino, eso si es hacer los honores. Gracias". Me dijo y me besó en los labios. "Venga, vístete y vamos a la playa. Ya desayunaremos allí."
La mañana la pasamos en la playa. Yo estuve más pendiente de localizar al alemán de la noche anterior que de otra cosa. El asunto me tenía algo nervioso. Pero no apareció en ningún momento. Realmente nunca más le vi. ¡Mejor!
Aquél día no pasó nada más. Todo fue como los días anteriores. Aunque sí era cierto que tía Carlota aprovechaba cualquier despiste de Melina para dedicarme miradas, sonrisas, e incluso tocamientos que me prometían la continuidad de aquella relación tan morbosa. A todo esto, Melina parecía completamente ajena a la situación, y mi temor era que nos descubriera.
Por la noche cada uno se acostó en su cama. No pasó nada, aunque yo estuve tenso esperando un aviso que no llegó.
De nuevo me despertó tía Carlota. De pie al lado de mi cama, me llamaba por mi nombre. Estaba delante de mí en ropa interior. Apenas abrí los ojos me preguntó a bocajarro: "¿Qué me harías ahora mismo, pollón mío?" Y se quedó muy seria, mirándome fijamente a los ojos y esperando mi respuesta. Su coño estaba tan cerca de mi cara que podía oler su urgencia. Yo me quedé idiotizado, ¡cómo no! Sólo reaccionó mi verga, que se puso a mil otra vez. Lo único que se me ocurría era agarrarme el cipote y cascármelo salvajemente, pero ni me atreví a parpadear. Se ve que mi tía se cansó de esperar una reacción, así que me dijo: "Bueno, veo que tendré que hacerlo yo todo". Y acto seguido literalmente se sentó a horcajadas sobre mi pecho apartando la tela de su coño y plantándomelo en la boca. Automáticamente le agarré aquellas tetas enloquecedoras y las saqué del sostén mientras, como pude, le clavé la lengua en la raja. Le pellizqué los pezones, le mordí el coño, hundí en él mi lengua, se lo llené de babas. Tía Carlota Jadeaba, suspiraba, me tiraba del cabello. Conseguí que quedase arrodillada a los lados de mi cabeza y así pude meterle tres dedos en el culo. Gritó y se vino en mi cara. Fue tal la corrida que creí que se había meado.
Se quedó relajada y se puso a acariciarme el cabello mirándome a los ojos. Naturalmente yo seguía en pie de guerra. Aún no me había corrido y se lo hice notar. Me sonrió de una forma que me dejó expectante. Moviendo la cabeza negativamente me dijo: "Ahora no, cielito. No es justo que yo te acapare. A melina también le gustas. Y si ella te gusta a ti… ya sabes." Me quedé sin respiración. Tía Carlota seguía sentada sobre mi pecho y esparciendo su corrida por mi cara con sus dedos. Y a mi me daba vueltas la cabeza. Aquello estaba rozando la locura. No entendía nada. ¡Mi tía me estaba ofreciendo a su hija de quince años! Sólo atiné a balbucear: "¿Y qué dice ella?" No tuve que esperar una respuesta. Instantáneamente a mi pregunta noté que alguien, ocultándose detrás de mi tía, amarraba mi polla y la sacudía enérgicamente antes e metérsela en la boca. Era Melina, por supuesto. La expresión de mi cara hizo que mi tía soltase una de sus obscenas carcajadas. Me puso el índice en los labios ordenándome que no dijese nada. Yo me esforzaba por estirar el cuello y poder ver a mi prima mamándomela, pero exploté en el intento. Llené aquella tierna boca con mi leche. Pude notar los esfuerzos de Melina por tragársela toda. Aun se quedó un ratito jugando con mi polla en su boca antes de asomarse por detrás de su madre y sonreírme con cara de gato que se acaba de tragar al canario. Un hilo de semen decoraba su barbilla. Me sentí en la gloria. Aquellas dos mujeres habían decidido acabar conmigo, y eso me hacía el hombre más feliz del universo. "Esta mañana no vamos a la playa, cariños. Vamos a conocernos mejor." Dijo tía Carlota levantándose de mí.
Me quedé un rato yo solo en la cama santiguando mi suerte y preguntándome cuántas veces sería capaz de correrme por día. ¡Inocente juventud! Eso sí, tomé la decisión de no preguntar nada. Si aquellas parientes mías eran tan fogosas, depravadas, y encima estaban compinchadas era mi bendición y no iba a ponerla en peligro fisgoneando.
Me di la ducha más refrescante, reconfortante, reconstituyente y dicharachera de mi vida, lo juro. Después fui a desayunar.
Cuando entré en la cocina quedé maravillado del espectáculo que me encontré. Tía Carlota estaba prácticamente desnuda, sólo llevaba puesto un delantal que apenas le tapaba el canalillo del pecho y los pelos del coño. Andaba trasteando como si nada, limpiando un cacharro, guardando cubiertos, ordenando el frutero… y hablando animadamente con su hija sobre banalidades. Melina no llevaba delantal. Llevaba puesta una blusa corta únicamente y estaba desabrochada del todo. Todo aquel cuerpecito estaba expuesto al mundo. Saludé muy animado, pero cuando observaron que estaba vestido me amonestaron. Como mucho sólo podía llevar puesto el calzoncillo. O todos o nadie. La verdad es que no tuve ningún inconveniente en quedarme como quisieran.
Yo esperaba que la diversión llegara inmediatamente, pero pasaba el tiempo y ellas seguían con lo suyo. Ya había desayunado hacía rato y seguía en la cocina a la espera de algún arranque por su parte, pero no pasaba nada. Me estaba empezando a aburrir cuando llegó el pistoletazo de salida. Como era de esperar fue mi tía quien puso en marcha el tema. Lo hizo de la forma aparentemente más inocente. Abrió la nevera, sacó el pepino que tan bien conocía sus entrañas, y como si tal cosa le dijo a su hija "¡Mira que bicho! ¿Te puedes creer que anteanoche me lo metí enterito por el culo. Tu primo es testigo. Él me lo saco con los dientes. ¿Verdad, sobrino?" Yo me quedé atónito por lo inesperado de la ocurrencia. "Sí, tía. Y volvería a sacártelo mil veces". Dije con la mejor de las sonrisas. "¿Todo esto? ¿Entero? A ver, déjamelo". Dijo Melina incrédula. Lo estuvo sopesando y calibrando un momento y después se lo llevó a la nariz. "Pues no huele a nada". Dijo arrugando el morrito. "Claro, so guarra. Lo lavé ayer por la mañana". Replicó Tía Carlota. "Pues, ¿sabes que te digo?, que si no lo veo no lo creo. Esto no te cabe en el culo". Contestó Melina. Yo me empezaba a poner a mil otra vez.
La cosa prometía. "Pues compruébalo tú misma. Lubrícalo y métemelo despacito". Mi tía se apoyó con las tetas sobre el mármol del fregadero y se abrió las nalgas al máximo con las manos. Su ojete peludo estaba justo enfrente de mí. Mi prima no vaciló en actuar. Escupió varias veces en la punta del pepino y en el ano de su madre y puso el artefacto en posición. Lo tenía agarrado con las dos manos y empezó a empujar despacio pero sin pausa. En un momento estuvo prácticamente todo dentro. Tía Carlota tenía las piernas en tensión. Se aguantaba de puntillas y seguía separándose las nalgas con las manos. Su expresión era curiosa. Tenía los ojos cerrados y las cejas fruncidas como si sintiera dolor, sin embargo una sonrisa maliciosa iluminaba su cara. Melina empezó un movimiento de mete-saca que arrancó suspiros a su madre y empezó a magrearle los pezones con una mano. Ni que decir que yo ya me la estaba meneando como un mico. Pero decidí intervenir. Me quité el calzoncillo, y completamente armado me acerqué al escenario. Separé la mano de Melina del pepino y le dije: "Ahora mira como lo saqué con los dientes". Me amorré como la otra vez al culo de mi tía y en un santiamén le saqué aquel monstruo del ano. Pero no me quedé parado si no que agarré la mano derecha de mi prima y le pedí que cerrara el puño. Ella entendió lo que yo había pensado y no dudó en clavarlo en el ojete de su madre.
Entró con facilidad y comenzó a removerlo sin piedad. Tía carlota tenía convulsiones. Ya no se abría las nalgas con las manos si no que se tapaba la boca con una y se pajeaba con la otra. Hacía equilibrios para sostenerse en pie. De repente, el coño de mi tía empezó a chorrear. Yo no me lo pensé y me coloqué de forma que aquel chorro cayera sobre mi polla. Me dejó completamente empapado desde la cintura hasta los pies. Yo seguía con mi paja, por supuesto, pero intentando no correrme. De repente me di cuenta de las veces que me había corrido y todavía no había follado ni con mi tía ni con mi prima, así que saqué de un tirón la mano de Melina del culo de mi tía y la enculé con rabia. Pero, claro, aunque mi polla no es pequeña ni mucho menos, después de aquellas monstruosas introducciones, resultaba algo insuficiente para ambos. De un empujón mi tía me saco de su culo y se dio la vuelta. "Esperad. Venid". Dijo. Me llevó hasta la mesa e hizo que me tendiera boca arriba. Ella se sentó sobre mi polla empalándose el coño de un arrebato y ordenó a su hija que siguiera con lo que estaba haciendo.
Tía Carlota tenía mi polla en lo más profundo de su coño y el puño de su hija, casi hasta el codo, en lo más profundo de su culo. El espectáculo era demoledor. Podía sentir los movimientos del puño de Melina en mi verga. Parecía que hiciera intentos de agarrármela a través del intestino de su madre. Algo llegó a mi mano. Melina me daba el pepino diciéndome: "¡Dáselo que lo mame! ¡Méteselo hasta la garganta!" Y yo no me hice de rogar. Se lo acerqué a la boca y ella misma hizo el resto. Yo no tuve que empujar. Tía Carlota empujaba sola la cabeza tragándose el pepino. Se movía como si estuviera poseída. Se estrujaba las tetas con las manos. Cuando vi que los ojos de mi tía empezaban a desorbitarse supe que se estaba corriendo otra vez y di rienda suelta al torrente que me había esforzado por retener. Tía Carlota se atragantaba con el pepino mientras yo inundaba su coño y Melina aprovechaba para clavarle un poco más el brazo en el culo. La corrida de mi tía superó la mía con creces. Entre los dos encharcamos la mesa completamente. Después vino la calma y todos nos tranquilizamos por un rato.
Bueno, todos no. Melina estaba candente. Era la única que no había descargado tensiones, y pronto me lo hizo saber. Mientras tía Carlota se había quedado transpuesta y tirada sobre la mesa de la cocina, Melina empezó a chuparme los cojones empapados de la corrida de su madre. Yo, cachorro salido que era entonces, enseguida estuve a punto, y mientras mi prima se comía mis huevos yo me la pelaba tranquilamente con la mano hasta que estuvo en su mejor momento como si nada hubiese pasado. Me puse en posición de ataque y besé a mi prima. Le hundí la lengua hasta las amígdalas y ella hizo lo mismo. Pero cuando iba a penetrarla me paró. "Por el chocho no, primito. Este es sagrado. Va a ser por amor. Puedes darme por el culo, si quieres, o follarme la boca, o lo que quieras, pero mi virginidad la quiero conservar. ¿Vale, primo?". La verdad es que me hubiera gustado profanar aquel coñito tierno, casi infantil, pero quise respetarla. Eso sí, se lo estuve comiendo hasta que se corrió dos veces. Me encantaba enredar mi lengua en los pelos de aquel coño y aquel culito tan nuevos, tan sabrosos.
Me embadurné bien la tranca con sus corridas y la puse de cara a la mesa sobre la que su madre dormitaba tras la batalla. Poco a poco le desvirgué el culo. No se quejó en absoluto, tuvo aguante supongo que debido a la calentura que la embargaba. Empecé suavemente, pero fui acelerando las embestidas hasta que le arranqué gritos de placer. Casi en el éxtasis, tomé a mi prima por los muslos y se los subí hasta que pudo poner sus pies sobre la mesa y le hice una petición que casi fue una orden "Méate en tu madre". Melina se despatarró y se abrió la vagina con sus deditos y, mientras yo le daba por el culo, lanzó un chorro de orina directo a la barbilla de su mamá. Tía Carlota se espabiló inmediatamente y empezó a disfrutar de la situación abriendo la boca para recibir el pipí de su hija. El meado de Melina recorrió toda la cara de su madre escurriéndose por las tetazas hasta la pelambrera del coño. Mi tía se pajeaba mientras tanto y yo ya no pude más. Me corrí litros dentro del culo de mi prima. Por un momento creí que le iba a salir mi leche por la boca, pero no llegó a tanto, claro. Mi prima y yo perdimos el equilibrio y caímos al suelo quedando ella sobre mí. Así quedamos un momento, aun con mi capullo dentro de su peludito culo. Parecía que ya estaba, que habíamos terminado por aquel día, pero no.
Tía Carlota había resucitado. Se puso a nuestro lado y levantó un pie hasta ponerlo sobre la mesa, apuntó su peludísimo coño hacia nosotros y descargó una inmensa meada sobre nuestros cuerpos, nuestras caras, nuestras bocas… A la muy cerda se le escapaba algún pedillo que nos hacía reír. Después se empeñó en agradecernos lo mucho que la habíamos hecho disfrutar. Hizo que me levantara y a Melina la puso de rodillas frente a mí. "Cómele el rabo como tú sabes hacerlo, cariño" le ordenó. Acto seguido ella se arrodilló detrás de mí y empezó a comerme el ano. Me metía la lengua hasta los intestinos, y, como es de suponer, yo no tardé un minuto en estar otra vez con todo el poderío en orden. Mientras me lamía y perforaba el ano, tía Carlota me iba pajeando dentro de la boca de su hija, y de nuevo estallé sin ningún miramiento.
La corrida fue tan copiosa como las otras. Melina intentaba tragarse mi lefa pero no pudo con tanta. Se ahogaba. Sacó mi polla de su boca y su madre acabó de pajearme sobre su cara. El rostro de mi prima era indescriptible lleno de semen, saliva y el meado de su madre que le había empapado todo el pelo. Llegado aquel momento, realmente necesitaba descansar. Cuatro descargas en una mañana no estaban nada mal. Me deje caer sobre una silla y me recreé observando a mi tía Carlota limpiando el rostro de su hija con la lengua, tragándose mi leche, las babas de Melina y hasta sus propios meados.