Cuentos de Halloween: parte 2/4

hela

Virgen
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Cuentos de Halloween: Capitulo Dos “La vieja Escuela”


Jessica y violeta descendieron juntas del autobús escolar, y si bien, no vivían en la misma calle, ni en las inmediaciones. A Violeta le gustaba acompañar a su amiga, aunque, por ello tuviese que caminar unas cuantas calles para llegar a su hogar, con mayor razón hoy, que tenia una invitación que hacerle a su amiga.

  • Vas a hacer algo en la noche de Halloween? —preguntó Violeta.
  • Lo habitual, saldré a pedir dulces con papá, por qué? Tienes algún plan?
  • No uno muy entretenido —confesó Violeta apenada—. Este año me dejaran en casa del abuelo, te conté que mis papas están enojados y puede que se divorcien?
  • Si, recuerdo que algo me contaste —respondió Jessica.
  • Bueno, intentan reconciliarse y parece que yo estorbo, y…me preguntaba si tú podrías acompañarme?
  • A casa de tú abuelo?
  • Si, porfis.
  • No sé, tendría que preguntarle a mamá si me da permiso además, no podría salir a pedir.
  • Por los dulces no te preocupes, me dejaran una provisión abundante —gesticulando—, como para cuatro, en cuanto al permiso, mi abuelo podría ir a tú casa a hablar con tus padres.
  • No creo que sea para tanto, con que hable con ellos por teléfono, pero no sé.
  • Por favor, no divertiremos, comeremos dulces y mi abuelo tiene una colección de películas de terror.
  • Bien, bien, lo compro, pero la última palabra la tienen mis papás —sentenció Jessica.
Llegaron a casa, abrieron la puerta, Jessica dejó el bolso sobre uno de los sillones y se adentro en buscando a su madre, Violeta que concia la distribución de la casa como la palma de su mano, se sentó no sin antes buscarse un refresco.

  • Mamá, Violeta tiene algo que preguntarte.
  • A ver, que es eso tan importante que tienes que decirme? —preguntó su madre secándose las manos con un repasador.
  • Vera señora Mónica, me preguntaba si, puede darle permiso a Jessica para que pase la noche de Halloween conmigo en casa de mi abuelo?
  • Y tus padres?
  • En una cena romántica
  • Entiendo…no sé, Jessica nunca se ha queda a dormir fuera.
  • No se preocupe señora Mónica, Jessica no tiene porque quedarse a dormir, el abuela la puede traer después de la media noche y si tiene pendientes el puede llamarla, si gusta.
  • Eso es, dile a tú abuelo que me llame y nos ponemos de acuerdo, vale.
  • Vale.


31 de octubre. 16:37



  • Que alegría que tú papá te diera permiso, no?
  • Por qué no me dijiste que tú abuelo era el dueño de la casa embrujada? —pregunto Jessica cuando se encontraba a unos 80 pasos de la casa.
  • Porque no habrías aceptado, se que todas las niñas de 6 años le temen a la casa
  • Tengo 14 igual que tú, no seas tonta…pero, es que —continuo temerosa—. La casa…
  • La casa esta mejor por dentro ya lo veras.

Las dos chicas atravesaron el jardín de maleza reseca, avanzando por una angosta vereda de adoquines alfombrados por hojas amarillas y crujientes. Violeta pensó que, toda su casa cabría en el Jardín y quedaría espacio para un aparcamiento de dos coches, se detuvo frente a una enorme puerta de roble adornada con relieves e incrustaciones, Violeta la abrió con su propia llave.

  • Abuelo, abuelo ya llegamos! —gritó mientras se adentraban por un gran salón finamente decorado.
  • En la cocina —respondió el señor Ibarra—. Les estoy preparando un refrigerio

Violeta condujo a su amiga hasta el comedor, donde se encontraba el anciano sirviendo unos emparedados y dos vasos de leche helada.

  • Gracias señor Ibarra —dijo Jessica tímida.
  • Por favor, llámame Benjamín o abuelo, como más te guste.
  • Vale, entonces le llamaré abuelo si no le molesta.
  • Para nada corazón, coman, coman —prosiguió con una candida sonrisa—. Voy a preparar la sala de cine para una maratón de películas de miedo, si les parece?
  • No pongas esas películas viejas y aburridas.
  • Ya lo sé, buscaré las películas de los ochentas, de esas que tanto te gustan: Viernes 13, Pesadilla, Chucky, joyas del cine —dijo el abuelo guiñando un ojo.
Las dos niñas se rieron. Jessica quien en un principio se encontraba tímida o temerosa del anciano y por sobre todo de la casa; con el paso del tiempo se fue soltando, riendo y bromeando con Benjamín, el cual, en todo momento se mostraba amable y jovial para sus más de 70 años.
Las chicas vieron un par de películas en el salón de proyección: una pequeña sala de cine privada, otra de las tantas habitaciones que poblaban la pequeña mansión del señor Ibarra.

  • Ya he tenido suficiente por hoy —dijo el abuelo dejando a un lado la enorme fuente de palomitas de maíz—. Voy a descansar los ojos un rato.
  • Gracias señor Ibarra —dijo Jessica.
  • Abuelo —respondió el anciano—. No coman muchos dulces, si te enfermas tú papá se enojara conmigo —señalando a Violeta.
  • Pierde cuidado abuelo.
Las niñas continuaron viendo la película y comiendo palomitas, las butacas eran cómodas, tan confortables que en un momento, sin darse cuenta Jessica se durmió.
Cuando despertó se encontraba sola en la sala, cálculo que habrían pasado un par de horas ya que, en el momento que cerró los ojos iba Viernes 13 parte 3 por la mitad y ahora estaban proyectando La Masacre de Texas.
Esperó unos minutos y como su amiga no regresó, se levantó con la intención de buscarla. Avanzó hacia la puerta; la abrió levemente mirando en ambas direcciones. Todo estaba en silencio.

Jessica atravesó el umbral y se dirigió a la cocina, reprimió el típico llamado de las películas de horror y se abalanzó al interior de la vivienda en silencio.
Revisó la cocina, el salón, el comedor, la biblioteca y dos habitaciones de invitados llenas de polvo, atravesó un descansillo: en el cual habían dos sillones de piel marrón enfrentados y separados por una mesilla auxiliar y una repisa con libros en la pared contraria. Del otro lado una nueva serie de puertas. Jessica se acercó a investigar pero antes de abrir la primera, escuchó unos ruido extraños, pegó la oreja a la puerta.
«Que es ese ruido?» pensó. Se decidió por regresar, sea lo que sea a ella no le interesaba pero, la curiosidad le ganó a la mesura y entreabrió la puerta, lo que vio la sorprendió.

Violeta se encontraba tendida en la cama, boca abajo y sobre ella Diego: el capitán del equipo de básquetbol, el chico más guapo del colegio y por sobre todo, el novio de Jade. «Que hacia en la casa embrujada follándose a Violeta?» pensó. Bajó la mirada, por un momento se disgusto con Violeta, Jade no era su amiga ni mucho menos, pero ella no tenia derecho a estar con su novio, volvió a mirar, esta vez pudo sentir un cosquilleo entre sus piernas, deslizó su manos por sobre los vaqueros hasta el interior de sus muslos. Pudo sentir el calor que emitía su chochito, como la ropa interior se le pegaba a su rajita. Intentó retirarse pero no lo logró, solo se quedó inmóvil: observando, escuchando el sonido de sus sexos chocando, los gemidos entrecortados de su amiga, el jadeo ronco de Diego, el crujir de la cama. Jessica estaba ardiendo, si no podía disfrutar la polla del novio de Jade, al menos se masturbaría con la visión del chico follando a su amiga.
Se soltó el cinturón, el botón, bajó la cremallera y se maldijo por elegir los vaqueros más ajustados que encontró, introdujo su mano entre las bragas y busco su botón de placer en el momento en que Diego dio vuelta a Violeta, la descansó sobre el hombro derecho y le alzo la pierna izquierda apoyándola en su pecho, luego se acomodó quedando a horcajadas arriba de la pierna que quedo sobre la cama, y tomándola de la cintura la deslizo hacia él empalándola.

Jessica estaba tan absorta en sus menesteres que no se dio cuenta que Violeta le había visto y le llamaba, Jessica se sonrojó pero en lugar de irse avergonzada, se adentró en la habitación. Se vio como flotando, como si estuviera viendo la acción en una especie de película, su película: se dejó hacer cuando Violeta la atrajo hacia ella, cuando le dio un beso de tornillo, cuando Diego le arrancó la camiseta, cuando Violeta le bajó los pantalones, cuando la subió a la cama y se la ofreció al chico.
Diego embistió unos minutos más a Violeta mientras ella acariciaba a su amiga, haciéndola vibrar

  • Ya es hora —dijo Violeta al escuchar las campanadas del viejo reloj de péndulo ubicado en la biblioteca—. Es media noche.

Diego desmonto a Violeta, giro a Jessica colocándola boca abajo, ubicó un almohadón bajo su vientre para levantarle el culito, y tomando su polla bañada por el fluido de Violeta, lo enfrentó contra el agujerito virgen de Jessica.
La niña al sentir como el capullo del chico pugnaba por entrar en su esfínter apretó los ojos y se aferró de las sabanas.
Cuando la ardiente cabeza en forma de hongo venció la resistencia anal, Jessica se retorció lanzando un grito de dolor, forcejando, tratando de liberarse. Diego la retuvo y sin detenerse, prosiguió hundiendo su estaca dentro de las entraña de la niña hasta que, sus huevos chocaron contra el perineo de ella. Se estremeció al sentirse llena, abierta por el grande y grueso pene.

Jessica levantó la cara cubierta en lágrimas buscando la ayuda de su amiga, pero en su lugar, se encontró con un antiguo espejo de arco. Vio su patética imagen reflejada y tras ella, al viejo embistiéndole el culo sin compasión. No era Diego el que la follaba, «como era posible» se dijo, rauda se volteo por sobre su hombro y vio a Diego arremetiendo contra su ano, volvió al espejo y con terror vio el reflejo del señor Ibarra, no era Diego, nunca lo fue.
El anciano siguió bombeando, esperando que de entre las nalgas de Jessica escurrieran unas gotillas de sangre.
Cuando ello ocurrió, se untó los dedos con el fruido carmín y dibujó unos símbolos en la espalda de la niña.
El viejo Ibarra eyaculó en el interior de Jessica al detonar la última campanada del reloj Freiburg, entonces, los símbolos brillaron en la penumbra de la habitación, y Jessica sintió que sus entrañas ardían, un fuego como lava recorría su cuerpo, se retorció, gimió, gritó y se convulsionó. Sus ojos se volvieron sangre y su piel negra. Como si se estuviese calcinando desde dentro.

  • Te lo dije abuelo! —gritó Violeta al ver como el cuerpo del viejo mutaba, se encogía, cambiaba—. Te dije que el libro de los muertos era real.
  • Y tenías toda la razón —respondió—. De ahora en adelante tendrás que llamarme Jessica.
El viejo señor Ibarra se miró al espejo biselado, se inclino y volteo; se pellizcó y acarició su nuevo cuerpo terso, calido y suave. Sus dedos se resbalaban por sus pequeñas tetas redondas y firmes, por sobre los ínfimos pezones rosados, bajando hasta su mojado coñito, y al frotar el clítoris erecto se estremeció.

  • disfrutare de mi cuerpo nuevo
  • yo también —respondió Violeta agachándose entre las pierna y lamiendo el coñito chorreante de su abuelo.
 
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