Cosas que Pasan en Familia 001

heranlu

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Ago 31, 2007
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Era un sábado por la tarde cuando llaman a la puerta. De inmediato mi esposo me grita desde la sala donde veía la TV para que atendiera. Como si fuese su criada. No queriendo pelear una vez más con él y sabiendo quién tocaba, dejé mi computadora portátil y me apresuré a la puerta desde mi recamara.

Al abrir la puerta, enseguida entra mi hermana bañada en lágrimas con su hijo detrás cargando maletas. Sin más, les hice pasar, reconforté un poco a mi hermana con un cariñoso abrazo y les acompañé a instalarse.

Esa misma mañana me había llamado contándome que se separaba de su esposo después de seis años de casados por culpa de una infidelidad, pidiéndome que le diese asilo un par de días durante el proceso de divorcio.

Sin poderle negar una ayuda a mi propia sangre, ahora la encaminaba a la habitación de huéspedes cargando su maleta, que a su vez, mi sobrino me ayudaba a subirla por las escaleras.

Era una casa grande, abajo estaría la sala, comedor, cocina, el baño y en el traspatio; una agradable estancia con piscina y la cochera.

Una vez arriba, pasamos por el pequeño estudio donde mi esposo solía trabajar, nuestra habitación, y finalmente hasta su nueva recamara, cual compartiría con su hijo. Ambos dormitorios con vista a la piscina.

Días difíciles

Mi esposo estaba enfadado por la visita de mi hermana, restregándome en cara que debía haberse ido a casa de mi madre. Yo trataba de no prestarle mucha atención, hacía ya meses que teníamos problemas como pareja, ya no hablábamos más que para pelear, en la cama no pasaba nada y sabía que tenía algún amorío en el trabajo. Lo que mi hermana no sabía era que también pensaba divorciarme, pero no me atrevía, y como ella se me adelantó no pude dejarla sola.

Había mucha tensión en la casa, mi marido estaba insoportable, mi hermana no dejaba de llorar y quería que la consolara todo el tiempo. Además y para colmo de males, su hijo no dejaba de acosarme; era un escuincle de apenas diecinueve años, pero no me lo quitaba de encima un solo momento.

Me tenía realmente harta, me miraba con perversión, me espiaba en mi recamara, en el baño, la sala, en todos lados. No podía vestir nada medianamente insinuante porque implicaba ser hostigada todo el día con sus miradas indiscretas espiándome el escote o intentando ver bajo mis vestidos o faldas cortas.

Lo sé, debía comprender que se comportaba así por su edad, además que seguramente era la única mujer madura que conocía a parte de su madre, ciertamente atractiva, disculpando la falta de modestia. Pero siempre he gozado de un buen cuerpo, delgado y atlético, hago ejercicio siempre que puedo y mantengo una saludable dieta, por lo que me veo más joven de lo que soy en realidad.

Aun así no era pretexto para que se comportara de esa forma, un poco de respeto por la privacidad de una dama no le caería mal, más aún de su tía. Sin embargo no era la única que estaba siendo acosada descaradamente, pues mi hermana también tenía “problemas” con aquellas miradas de lujuria y perversión, ni más ni menos que de mi esposo.

Bien me había dado cuenta de que mi marido le miraba con deseo, claro, más joven que yo, e igual de atractiva, seguro pensaría que tenía una oportunidad clara ahora que la tenía en casa.

Estaba colérica, el muy hijo de perra le coqueteaba a mi propia hermana, en mi casa y en mi presencia. Me sentía tan enfadada que me daban náuseas y dolor de estómago. No lo podía creer, quería abandonarlos a ambos ahí mismo y lárgame lejos. Pero eso sería dejarles el camino libre, ganarían todo; se quedarían con la casa, con el divorcio, con el dinero y con su amorío.

Me sentía terrible, realmente la estaba pasando mal, yo extendiéndole una sincera ayuda, y cómo me lo pagaba. El estúpido de mi esposo, primero muy enfadado y hasta gritándome por ayudar a mi hermana y en cuanto se da cuenta de lo zorra que era, hasta el disgusto se le olvidó.

Venganza

Aquellos días eran horribles, ya no quería ni regresar a casa después del trabajo, estaba muy deprimida, y los fines de semana eran los peores. Cuando no tenía trabajo debía quedarme en mi casa, viendo como mi esposo me engañaba con mi hermana sin decencia alguna.

Fue justamente uno de esos días, un domingo, estaba en la sala navegando por internet cuando miraba a mi esposo acercarse a mi hermana en la cocina para darle un buen agarrón de nalgas, pensando que no los vería bajo la barra tipo bar que dividía la sala de la cocina, pero con el movimiento y la reacción de mi hermana era más que evidente lo que sucedía.

Entristecida, me subí a mi habitación echando humo, casi a punto de llorar por impotencia y desánimo. Pero una vez frente a mi cama, miré a mi sobrino desde mi ventana, nadando en la piscina despreocupado. Y en ese momento algo pasó conmigo.

No lo sé, al verlo ajeno a los problemas conyugales de su familia, nadando tranquilamente como si todo estuviese en orden con su vida, no pude evitar sentir un poco de envidia. Sus padres se habían divorciado, se había tenido que mudar de casa, se había cambiado de escuela, había dejado amigos y seguramente a su novia atrás, y simplemente podía continuar como si nada sucediera.

Lo único que quería en ese momento era regresar el tiempo y despertar de nuevo como una ingenua adolecente, despreocupada como él. Entonces me decidí, tomaría su misma actitud y le haría compañía ahí abajo.

Así, me puse el traje de baño que más me gustaba, tomé mi bloqueador solar y bajé hasta la piscina.

Era un día hermoso, si no fuera por todo lo que pasaba en mi vida, debía ser uno de esos días por los que había pagado esa casa tan costosa, justamente por esas calurosas mañanas de cielo abierto para tomar el sol.

Sin más, me recosté en una de las sillas espalda arriba y me perdí en los abrazos del sol por un momento. Enseguida recordé que no me había puesto bloqueador, así que me reincorporé para untarme un poco.

De inmediato noté la mirada perversa de mi sobrino espiándome desde la piscina, fingiendo que nadaba. Simplemente suspiré e intenté no pensar en él, no quería que nada me arrebatara aunque fuese ese pequeño momento de parsimonia.

Pero entonces volteé a la ventana de la cocina que daba justo al traspatio, y miré a mi hermana coqueteando con mi esposo, tomados de la mano y sonriendo como si yo no existiera.

Eso me hizo sentir terrible, tenía muchas ganas de llorar; me sentía como una cualquiera, como una vieja amargada y sin gracia. Pero entonces apareció mi sobrino quien no me quitaba la vista un solo segundo y ahí cambié para siempre.

Ahí comprendí que el problema no era yo. Sin duda aún era seductora, aún era una bella mujer que levantaba pasiones, y la muestra estaba justo frente a mí. Cuanto menos era atractiva para mi sobrino, quien dicho sea de paso no estaba nada mal, era atlético, fornido, rubio, alto y sin camisa se le marcaban sus pectorales y unas perfectas abdominales de acero. No lo voy a negar me puso un poco caliente.

Me concentraría en él, ahora sería yo a la que le tocaba seducir. Así, seguí untándome la crema protectora con más sensualidad, coqueteándole; comenzando a masajearme mis pies de uñas pintadas con esmalte color durazno brillante, seguí con mis pantorrillas, mis piernas, mis nalgas, mi ancha cadera y mi esbelta cintura, mi abdomen plano, y al llegar a mis pechos me atreví a untarme el bloqueador por debajo de mi bikini masajeándome mis tetas con extremo placer ante la atónita mirada de mi sobrino quien no podía creer lo que miraba.

Pero quería más, si mi esposo estaba gozando con su madre, ¿yo por qué no lo haría con su hijo? Entonces le lancé la oferta preguntándole si podría untarme la crema en la espalda. Un clásico. De inmediato el mocoso salió de la piscina apresurado, tropezándose con mucha gracia, mientras yo terminaba de cubrirme mis manos, brazos, hombros y cara, antes de darle la botella a mi sobrino para que hiciese lo suyo.

Enseguida, me recosté boca abajo, desabrochadme el traje para que pudiese tocarme con toda libertad. No tardo nada en comenzar a untarme la crema con de un dulce e inocente masaje. No lo hacía nada mal. Me dejé consentir y relajé mi cuerpo sintiendo las tiernas caricias de sus manos tocando con descaro toda mi espalda, gozando al fin del banquete que por días se había estado saboreando. Me gustó mucho.

Aquella sensación de sentir por fin a un hombre al que le gustaba, un hombre joven que me disfrutaba, que me quería y deseaba, me hacía sentir de nuevo como mujer, de nuevo me sentía viva, atractiva y más jovial.

Queriendo aprovecharlo, me di media vuelta para quedar frente a él y me quité la parte de arriba de mi traje, sin abrir los ojos ni decir nada, dejando mis grandes senos al descubierto, ante él y para él.

Por un momento no sentí nada, seguramente mi sobrino había quedado atónito ante aquella acción, pero no me importó, no hice reacción alguna. Cuando sentía por fin sus manos fornidas pero delicadas acariciando con delicadeza mi par de duras y grandes tetas erizadas cual firmes montañas. No lo podía creer, pero me estaba excitando como nunca, sintiendo como me acariciaba con extremo placer, balanceando mis erectos pezones claros, al paso de sus palmas aún húmedas.

Poco a poco mi respiración se agitaba, sintiendo como mi vagina se inflamaba deseosa de ser atendida por aquellas manos que se restregaban en mis pechos con cada vez más firmeza y descaro, pero sobre todo más placer.

Estaba fascinada al sentir finalmente aquellas caricias de mi sobrino, quien realmente me deseaba, disfrutando de mi trabajado y cuidado cuerpo tonificado de pies a cabeza. Para ese punto yo ya estaba completamente perdida en sus caricias, estaba a su merced, cuando lentamente se acercaba a mi vientre bajo rozando un poco bajo mi bikini. No me importaba, bien le hubiese dejado llegar tan lejos como quisiese, pero en ese momento su mamá le llamaba para que entrara a la casa.

Aquello me enfado mucho, realmente me hizo enojar, pero al mismo tiempo me dio tanta risa que rápidamente se me bajo el enfado. Saber que mi hermana había bebido de su propio amargo brebaje, me hizo sentir muy bien. Seguramente había sorprendido a su hijo manoseándome como ella lo hacía con mi esposo y por eso le había llamado a entrar.

¿Quién era ella para reclamarme si lo hacía con mi esposo frente a mí, en mi casa? Si no le parecía que estuviese seduciendo a su hijo, bien podría largarse de mi casa. Me dio mucho gusto hacerla sentir mal.

-Espera. -Le dije a mi sobrino, al abrir los ojos y percatarme de su tremenda erección que se cargaba bajo su bermudas. El muy tonto estaba a punto de largarse con su madre con toda la polla parada. Quise decírselo pero estaba tan caliente que mejor se lo agarré.

Le sujeté firmemente su pene con mi mano y le sonreí sin decir palabra. Enseguida volteé a ver si su madre nos veía. Quería que así fuese, pero no, no se veía por ningún lado, seguramente estaría con mi marido en la sala. Desgraciada, tenía el descaro de hacerlo con mi marido pero no me dejaría a solas con su hijo. Enfurecí, y entonces le saqué todo el largo palo que se cargaba y se la jalé. Solo fue un poco para acercarlo, como se arrima un banco para sentarse en ella. Confieso que pensaba darle una buena chupada, pero apenas lo zarandeé estrujándolo con fuerza y lo hice eyacular ahí mismo, justo a un costado de mi silla.

Sentía que nada me salía bien, pero me gustó, mucho. Me gustó darle placer a mi sobrino más allá de lo visual. Me gradó cómo me trató, cómo me tocó y masajeó, pero lo que más me había gustado era haberme vengado de mi hermana con su propio hijo.

Desde ese día estaba insoportable, la tención había aumentado, todos éramos cómplices de algo, era algo así como la casa del pecado, pero nadie se atrevería a reclamar pues todos teníamos algo que confesar. Y lo sabíamos; mi hermana estaba furiosa, y no se atrevía a dejarme a solas con su pupilo. Sí, seguro, su inocente criatura. Pero le haría sentir lo mismo que yo sentía con mi esposo.

Las cosas siguieron así un par de días, nadie se hablaba, la casa era muda y las paredes sordas. Fue hasta un lunes por la maña, mi hermana se había ido al trabajo, mi marido “amablemente” la había ido a acompañar y yo me había quedado un poco más antes de irme a bañar. No veía a mi sobrino por ningún lado, supuse que se había ido a su escuela temprano.

Sin más, tomé mi toalla y salí rumbo al baño. Al bajar, entraba mi sobrino por la puerta con mochila en mano. Seguramente se habría fugado de la escuela al no tener a nadie de quien rendirle cuentas. Reí hacia mis adentros, su tonta madre pensando que su inocente retoño estaba en clase, y el muy tonto teniendo toda una ciudad para él solo, no pudo pensar en nada mejor que regresar a casa.

Lo hacía por mí, lo sé. Y eso me encantaba, que me prefiriese a mí sobre todas las demás opciones. Con ese cuerpo y esa hermosa cara, se podía conquistar a cualquier chica más joven. Que me prefiriese a mí, simplemente me enamoraba.

Así, me bañé y me dispuse a arreglarme para el trabajo. Enseguida entraba a mi habitación con mi toalla envuelta en mi desnudo cuerpo, cuando escuché un peculiar ruido dentro de mi closet. No lo podía creer, mi sobrino se había escondido en mi armario para espiarme. Me pareció muy estúpido, pues era obvio que le sorprendería tarde o temprano, pero al mismo tiempo se me hizo muy dulce.

Y no dije nada. En cambio actué con total ingenuidad; me acerqué a mi armario y frente a él me quité la toalla quedando completamente desnuda, después, me dispuse a untarme la crema, me sequé el cabello y acomodé mi ropa que tenía planchada sobre mi cama, haciendo tiempo para que mi sobrino pusiese admirar todo mi desnudo cuerpo.

Aquella sensación me gustaba mucho, me sentía querida, deseada, controladora, tenía el poder sobre él, y eso es algo que no puedes fingir, ni resistir. Así poco a poco comenzaba a excitarme ante mi propia explicites para mi sobrino.

Entonces me tumbé en mi cama con las piernas abiertas a mi closet, pude verlo por un momento entre las persianas de madera. Y ahí comencé a tocarme, mi vagina estaba caliente como pocas veces, apenas roce mis dedos en mis labios y sentí como se humedecía desde lo más profundo de mi ser. Enseguida presione fuertemente mi clítoris haciéndome sentir un intenso espasmo en todo mi cuerpo. Seguí estimulándome un poco, me sentía muy bien, lo necesitaba, por fin sentía que me haría venir yo sola, sin la ayuda de ningún pene, tan solo con la mirada lujuriosa de mi sobrino voyerista.

Seguía masturbándome frente a mi sobrino, mi cuerpo se relajaba, y mi ritmo cardiaco aumentaba, sabía que me haría venir en cualquier momento. Entonces abrí mis labios vaginales para meterme un par de dedos y de inmediato un largo líquido escurría afuera, lubricando todo mi ardiente coño. Lo recogí con mis dedos medios y me los restregué lentamente pero sin pausa tan adentro como pude, sintiendo como mi cuerpo me agradecía tanto placer, secretando más y más esas drogas naturales que me relajaban acercándome al orgasmo.

Sabía que estaba sola. Solo yo y mi sobrino éramos cómplices de lo que pasaba ahí mismo. Cuando poco a poco aumentaba mis caricias, metiendo y sacando mis dedos de mi mojada vagina empapando toda mi mano entre acuosos sonidos que engalanaba con mis gemidos de placer incontenibles, expresando abiertamente y a todo pulmón cual zorra profesional, para que mi sobrino se deleitase con el espectáculo, seguramente dándose placer él mismo al verme gozar como nunca.

La casa se llenaba de mis bramidos desgarradores al borde del orgasmo, solo se escuchaba mi vagina mojada chapoteando entre mis dedos y mis aullidos agudos de zorra en celo, cuando finalmente estallaba chorreando en las cobijas, eyaculando frente a mi sobrino gritando de éxtasis, masajeándome las tetas y estremeciéndome en mi cama, exhibiendo todo el placer de mi intenso orgasmo ante la mirada escondida de mi sobrino tras las persianas de mi armario.

Al terminar de gozar como loca, me puse de pie, me vestí y me fui al trabajo con una sonrisa de oreja a oreja.

Maléfica

En otra ocasión, en uno de mis días libres entre semana, cuando mi esposo y mi hermana se habían ido al trabajo, suponiendo que mi sobrino estaría en la escuela a esas horas de la mañana, yo regresaba pronto de mi caminata matutina que acostumbraba a hacer.

De vuelta en casa, de inmediato me fui a mi recamara. Al entrar me encontré con mi sobrino de espaldas con los pantalones abajo, frente a mi cama. Enseguida le grité preguntando qué hacía en mi recamara, fingiendo un poco de enfado pues no estaba enojada en absoluto.

Asustado, el chaval se conmocionaba bruscamente intentando subirse los pantaloncillos que tenía hasta los tobillos intentado ocultar la enorme erección escondiendo mis pantaletas con las que seguramente se estaba masturbando.

-¿Qué haces? –Pregunté retóricamente sin poder disimular una sincera sonrisa, viendo como el atlético joven intentaba desesperadamente acomodar su largo palo bajo su ropa. Le cuestioné de nuevo si era acaso que se estaba masturbando con mi ropa íntima.

-¿Te gusta? –Repliqué, sonriéndole maléficamente. Él enmudeció. Pero entonces yo me puse frente a él, quien se apresuraba hacia la puerta incapaz de levantarme la mirada.

-Bájate los pantalones. –Le ordené con voz sería. Enseguida me obedecía desnudándose nuevamente de la cintura hacia abajo. Entonces me le acerque de frente y le pise los calzoncillos con mis zapatillas deportivas para terminar de bajárselos hasta los tobillos y de paso evitar que fuese a huir.

Así, con su pene parado a noventa grados pegándome en mi entrepierna, me bajé mis leggings deportivos hasta las rodillas mostrándole la pequeña tanga vestía debajo, cuestionándole de nuevo a voz baja y extremadamente seductora si esa también le gustaba.

-¿Te gustan estas para tocarte? –Enmudecía mi sobrino ante mi cuestión, sin poder responderme. Le tomé su enrojecido pene húmedo frente a mí, y bajeándome un poco la tanga me puse su pene con cautela acomodándolo entre mi ropa íntima y mi sudada vagina caliente.

Le Mire seriamente a sus ojos claros, quien a su vez no podía dejar de mirar su pene entrelazado con el elástico de mi prenda interior y mi vagina. Entonces le ordené que eyaculara en mi tanga. En un principio no dijo nada, pero pocos segundos después lograba reaccionar para comenzar a masturbarse frente a mí, doblando un poco las rodillas para compensar la diferencia de estaturas.

Me sentía como una prostituta. Pero me encantaba. Mirar a mi sobrino estrangularse su dura tranca bajo mi vagina hasta hacerse eyacular sobre los estrechos pliegues de mi tanga de hilo azul profundo, llenándola del viscoso liquido blanco sin que yo hiciese absolutamente nada, fue una de las experiencias más excitantes que he tenido en toda mi vida.

Una vez depositando con extremo cuidado toda su eyaculación en mi ropa interior, me sacó el pene de mi entre pierna. Enseguida me acomodé mi tanga como si la fuese a usar por primera vez en el día, metiéndomela bien adentro de mis nalgas, cuadrándome la parte delantera en mis labios, embarrándome todo su pegajoso y caliente semen en mi húmedo coño, para finalmente subirme mis leggings ajustados.

Ese día me quedé con mis bragas manchadas hasta irme a bañar, antes de salir al trabajo acompañada por mi sobrino, quien esta vez sí iría a la escuela. Al pobre chico no le quedó más opción que regresar a la universidad después de reprenderle. En verdad me preocupaba porque no descuidara sus estudios. Que puedo decir, me salió mi instinto de madre.

Por puro placer

Nadie sospecharía de nada, era seguro que aquella experiencia quedaría entre nosotros dos. Pero todo cambiaría muy pronto, y es que su madre no me dejaba un segundo a solas con su hijo, nada tonta, sospechaba lo que sucedía. Ni modo, yo también sabía lo que pasaba con mi esposo y no decía nada.

Fue otro sábado cuando llegaba por eso de las dos de la tarde de mi trabajo, encontrándome con mi marido y mi hermana. Si, otra vez. Ahora, nadando en la piscina, en mi lugar favorito de la casa, en esa tarde maravillosa de cielo azul.

Me puse tan furiosa que me subí a mi alcoba para espiarlos por la ventana. Reían como estúpidos, la zorra de mi hermana se le insinuaba con descaro para que mi marido la manoseara por debajo del agua. A ella le encantaba.

Yo estaba colérica, quería matarlos ahí mismo, pero entonces recordé que su hijo estaría en la habitación de junto. Si, por fin después de mucho tiempo su madre lo había despistado por andar de caliente.

Seguramente ni se habían enterado de que había regresado ya. Entonces puse manos a la obra, o todo el cuerpo, en este caso. Abrí mi armario, y saqué la lencería más sensual y erótica que tenía. Ni más ni menos que un traje de una sola pieza negra con encajes y trasparencias. Sin pensármelo, me desnudé, me lo puse, me entallé un par de pantimedias negras y me calcé sobre los zapatos de tacón más altos que tenía en color rojo.

Así, salí al cuarto de mi sobrino quien leía un libro escolar haciendo anotaciones en su libreta abierta sobre su cama. Me posé frente a él sin decir palabra, y como su habitación tenía las cortinas y ventana completamente abiertas pude ver a mi esposo chapuceando con mi hermana, divirtiéndose como amantes.

Ardiendo de coraje le ordené a mi sobrino que se acercara. Enseguida obedecía sentándose en el borde frontal de su cama a un paso de mí. Ahí le acerqué mi entrepierna obligándole a que me la chupara por encima de mi lencería, aprovechando la altura de mis tacones. Y no lo solté sino hasta tenerla bien mojada. Después levanté a mi sobrino tomándolo por su inocente rostro para que se pusiera de pie.

Entonces, eché un veloz vistazo al traspatio y logré alcanzar a ver a mi esposo percatándose a su vez, de lo que sucedía en la habitación, para enseguida arrodillarme frente a mi sobrino y regalarle la mejor mamada que había dado en mi vida, profundo y veloz, succionando con desdén su largo falo intentando metérmelo hasta al fondo sin poder conseguirlo, ahogándome entre mi saliva y sus agridulces fluidos, haciéndolo venirse precoz, y tragándome todo su tibio semen que me escurría en toda la boca.

No conforme, me reincorporé asomándome un momento por la ventana y comprobar la mirada del estúpido de mi marido observando con detenimiento, mientras aún me saboreaba los jugos de mi sobrino escurriéndome de los labios. Le sonreí, antes de limpiarme con mi lengua y terminar de sorberlos.

Después, regrese a la habitación y me recosté en la cama abriendo las piernas y ordenándole a mi sobrino que metiera su cabeza ahí. Temeroso, lentamente acercaba su embelesado rostro a mi entrepierna, cuando al aproximarse, deslice mi lencería trasparente para debelarle mi muy mojada vagina para que empezará con su trabajo. De inmediato me sobresalté disfrutando de su caliente lengua chupando mis fluidos naturales haciéndome disfrutar y mojarme más y más.

Al tiempo que me chupaba y sorbía de mis jugos vaginales, me acariciaba todo el cuerpo sobre mi segunda piel de encajes, estrujándome fuertemente mi par de duros y grandes senos, con pasión y placer, derritiéndome sobre la cama, sintiendo como estaba a punto de venirme.

Cerré los ojos y le restregué con rudeza su cara en mi coño casi ahogándolo sin dejarle respirar, obligándole a que me la chupara con más intensidad, pujando fuertemente para hacerme venir en su cara mientras gemía con extremo placer.

Entonces, mientras su lengua me hacía un excelente trabajo entrando y saliendo de mi mojada cavidad, y sus labios succionaban sensualmente mi clítoris, por fin sentía ese glorioso orgasmo que dejaba escabullirse lánguidamente dilatando mis labios vaginales y relajando mi pubis para hacerme eyacular en la boca de mi sobrino, quien no tenía de otra que sorber de mis líquidos como buen muchacho.

Satisfecha, salí de su cuarto y regresé al mío, asomándome por mi ventana para observar a mi marido, y verlo echando humo, rojo y colérico. Estábamos a mano, ojo por ojo se paga. Mi estúpida hermana ni cuenta se había dado. Le sonreí de nuevo maléficamente, y regresé a mi cama exhausta por el tremendo orgasmo que acababa de vivir.

Poco tiempo más tarde, sube mi esposo con mi hermana secándose el cabello. La vi pasar rápidamente hasta su habitación donde su hijo esperaba, mi esposo entraba rabioso como recluso ofendido. -¡¿Cuál es tu problema?! –Me preguntaba ahogando un grotesco grito estrujando los dientes.

No le dije nada, en cambio me di media vuelta y me puse en cuatro parándole el culo en la cara, recorriéndome la lencería para mostrarle cómo se me veía la vagina recién estimulada hasta el orgasmo.

No dijo nada, lo dudó; caminaba como fiera enjaulada, bufando y llevándose las manos a la cabeza. Pero finalmente cedió, ningún hombre en la faz de la tierra se podría resistir a una mujer como yo, en esa pose y con ese atuendo. Enseguida se bajó sus bermudas y me acercó el pene entre mis nalgas. Lo sabía, la zorra de mi hermana lo había dejado tan caliente que no se resistiría a sesear sus placeres conmigo vestida de esa forma.

Apenas sentía su pene deslizándose en mi empapada vagina solté un fuerte gemido sobreactuado que se hacía escuchar explícitamente. De inmediato mi esposo intentó silenciarme, pero era exactamente lo que quería, quería que mi sobrino me escuchara y se excitara, pero sobre todo quería que su madre escuchara, quería que oyera como me estaba cogiendo a mi esposo, porque a pesar de todo aún era mío, y solo para mí. Por más que lo deseara no se lo podía coger como yo, cuando y como me placiera. Si su esposo la había dejado no era mi problema, y aunque también quería dejar a mi marido no le daba ningún derecho de andar de zorra con él.

Así, mientras mi esposo me follaba por detrás, embestida tras embestida, clamaba exageradamente como estrella del porno profesional, gritando como golfa agudamente y de manera muy sensual, asegurándome de hacerme escuchar, ignorando las suplicas de mi esposo porque me callara. Así hasta que se vino eyaculando en mis nalgas y manchando mi hermosa lencería el muy desgraciado.
 
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