La vida en casa nunca había sido fácil. Mis padres peleaban muy seguido, mi madre constantemente le era infiel a mi padre y él lo sabía.
Mi familia se conforma por mi madre, Dinora, de 38 años. Ambas somos muy atractivas, como se dice, «de tal palo, tal astilla». Mi madre es una mujer delgada, mide 1.70, tiene cabello largo color negro, tez blanca, y está operada de los senos, los cuales son redondos y grandes. Tiene un trasero muy bien proporcionado y siempre viste de forma atractiva y provocativa: faldas o vestidos pequeños, escotados o con la espalda descubierta. Cuando está en casa, usa licras ajustadas y shorts cortos, así como playeras muy pegadas o simplemente anda en tops.
Mi hermana mayor, Sandra tiene 20 años, mide 1.66 y tiene cabello corto hasta los hombros. Es una manipuladora total, estudia en una universidad de monjas y por lo regular anda vestida de colegiala por las mañanas. Por las tardes, le gusta usar shorts cortos de mezclilla y camisas holgadas con una playera pegada debajo. A diferencia de mi madre, ella tiene unos senos pequeños y un culito redondo pero levantado y derecho. Le gusta caminar de puntas para lucirlo mejor.
Mi padre es piloto en una aerolínea comercial, por lo cual no está muy seguido en casa. Yo me llamo Miguel y tengo 19 años.
La primera vez que supe de una infidelidad de mi madre fue cuando mi hermana llevó a casa a su novio y sus amigos. En aquella noche, mi padre estaba trabajando. Si no mal recuerdo, fue un día antes de Navidad. Yo me encontraba platicando con el novio de mi hermana sobre patinetas, y sus amigos estaban tomando bebidas. Mi madre andaba vestida con un camisón de lencería sexy con encaje, como de seda color rosa, y se paseaba frente a todos como si nada.
Más tarde, mi hermana se fue con su novio a follar a su habitación, y mi madre se puso a beber con los amigos de este. Recibí la llamada de un colega y salí al patio a contestar. No debí tardarme más de 25 minutos. Cuando regresé, mi madre no estaba en la sala. De los cuatro amigos del novio de mi hermana, solo había dos.
No tardé mucho en averiguar dónde estaban. Me dirigí al baño de la planta baja y vi que la luz de la azotea estaba encendida. Solo hay una puerta corrediza de vidrio y se puede ver fácilmente hacia afuera. Ahí estaban. Mi madre estaba de pie, pero inclinada, haciéndole una mamada a uno de los chicos, quien estaba de pie. Detrás de mi madre, el otro chico faltante la sostenía de la cintura mientras movía su cadera adelante y atrás.
Al acercarme más, me percaté de que mi madre tenía su tanga bajada hasta las rodillas y el tipo la penetraba con fuerza. La escena era morbosa y caliente. Mi madre gemía de placer, sus manos apretando las nalgas del chico que tenía frente a ella.
— Así, puta. Tómalo todo —decía el chico que estaba detrás de mi madre, sus embestidas brutales y rítmicas.
Mi madre, con la boca llena, trataba de responder: — Sí papi más , así. Más fuerte.
El chico frente a ella, con el pene profundamente en la garganta de mi madre, gemía de placer. — Que puta es señora. —decía, con voz llena de lujuria.
Luego, mi madre se dio vuelta, ofreciendo sus nalgas al chico que se la mamaba, y comenzó a mamársela al que la estaba penetrando anteriormente.
Mi padre siempre hablaba mal de mi madre, diciendo que era una fácil. Esa noche lo comprobé. La verdad, no entendía por qué mis padres no se separaban. Llegué a pensar que a mi padre le gustaba que le pusieran los cuernos, pero al verlos pelear, me hacía dudar de eso.
Tiempo después, las cosas se complicaron aún más cuando descubrimos que mi madre estaba embarazada. La noticia me dejó en shock y a mi padre también, pero lo que vino después fue aún más sorprendente y perturbador.
El día que supimos del embarazo, por la noche, mis padres se estaban gritando en su habitación. Mi padre le gritaba: — ¿De quién es ese niño, Dinora? ¡Tú y yo tenemos meses que no nos acostamos!
Mi madre le respondía: — ¿De quién es? No lo sé. Puede ser de tu mejor amigo, de tu primo, de tu doctor, hasta de tu estilista el transexual. Eres una puta desgraciada. Maldita la hora que decidí casarme contigo.
Mi Madre, furiosa, le gritaba: — ¡Pues si no te gusta, lárgate, infeliz! Pero te quitaré hasta el último centavo.
Mi Padre, respondía: — ¿Sin mí no eres nadie?
—-¿Eso crees?, cuando yo quiera y en el momento que sea encuentro a un pendejo que me mantenga y me de su dinero, a cambio de que me la meta por el culo? No me haces falta.
Mi hermana se puso del lado de mi padre y se terminó metiendo en la pelea, señalando y acusando a nuestra madre. — ¡Eres tú la que está destrozando la familia! —gritó Sandra.
Mi madre, con enojo, le gritó: — ¡Cállate, tú! No te metas.
Mi hermana, desafiante, le dijo: — ¡Eres una golfa, madre! ¡Sí, lo soy! Pregúntale a tu novio cómo disfruto entre mis piernas —respondió mi madre.
— ¿Qué crees que hacíamos cuando venía a buscarte y no llegabas de tus prácticas? —continuó diciendo mi madre.
Mi hermana casi se le lanza encima, pero mi padre la detuvo. Mi padre tomó algo de ropa y se subió al carro. Detrás de él, salió mi hermana con una mochila llena de ropa. — ¿A dónde vas? —le pregunté.
— Lejos de esa loca —me dijo mi hermana.
Así que se marcharon los dos. Yo me quedé con mi madre. Traté de ver que estuviera bien, pero la vi hasta feliz. — Déjalos que se larguen, hijo. No los necesitamos. Estamos mejor solos —me dijo mi madre con una sonrisa.
Pasaron los meses y mi madre continuó con su comportamiento ninfómana. Llevaba a casa hombres o salía con ellos, pero yo solo la cuidaba, evitando que bebiera, fumara o consumiera alguna otra sustancia por su embarazo. Llegué a sorprenderme de cómo me hacía caso. Cuando el embarazo comenzó a notarse más, dejó de salir tan seguido, aunque sus amantes seguían visitándola.
Una tarde, se había quedado de ver con una amiga, así que desde temprano tomó su camioneta y salió. Cuando regresó por la tarde, no llegó sola. No me refiero a un hombre en esa ocasión; llegó con un perro, un pastor alemán muy hermoso. Su pelo brillaba y lo tenía cepillado, se veía que lo cuidaban bastante bien. — ¿No que no te gustaban las mascotas? —le pregunté.
— No todas —dijo mi madre—, pero este amigo va a ser mi compañía a partir de ahora —agregó mientras le acariciaba la cabeza.
— ¿De dónde lo sacaste? —le pregunté a mi madre.
— Me lo dio una amiga. Me dijo que es una buena acompañante y muy cariñosa —respondió.
En ese momento, supuse que estaría bien. Al pasar los días, me fui dando cuenta de que cada vez mi madre recibía a menos hombres en casa. Llegó a ser dos por semana y luego uno, para luego volverse muy esporádico que un amante llegará. No obstante, la veía igual de feliz y alegre. Pasaba mucho tiempo con su mascota y pensé que eso le estaba ayudando a dejar de ser tan promiscua. Mi madre comenzó a salir a caminar por las tardes con su perro, al que llamó Gordo de forma cariñosa, aunque en realidad no era gordo.
Al ver que mi madre estaba cambiando, me animé a ir a ver a mi padre y a mi hermana para hablar con ellos y pedirles que le dieran otra oportunidad a mi madre. Era un sábado por la mañana. Ellos habían rentado un departamento en el centro de la ciudad. Iba llegando cuando vi a mi hermana subiendo en el elevador con una caja en mano. Con esfuerzo, oprimió el botón para subir. Cuando traté de alcanzarla, ella ya había subido, así que esperé. Estaba emocionado de contarles cómo mi madre estaba cambiando y tenía la esperanza de que ellos regresaran.
Una vez subí al departamento, me disponía a tocar el timbre, pero vi que mi hermana se había dejado la puerta abierta, así que entré sin más. Pensé en hacerles una broma, así que entré con cuidado y no los vi en el recibidor, solo vi la caja que llevaba mi hermana, pero escuché la voz de ella en una habitación al fondo. Me acerqué en silencio, dispuesto a gritar «¡Hey!» y ver cómo brincaban del susto. Pero la sorpresa me la llevé yo cuando, al acercarme, vi a mi hermana subida sobre mi padre, quien estaba acostado en su cama, solo en bóxer. Mi hermana llevaba un short de mezclilla corto y una playera, la cual se quitó cuando estuvo sobre mi padre, quedando solo con su sostén.
— ¿Qué piensas hacer, amor? —dijo mi padre.
— La verdad, tengo en mente muchas ideas, pero ¿por qué no comenzamos con esto? —respondió mi hermana, comenzando a moverse como si cabalgara sobre mi padre.
— Vaya, se está poniendo dura —dijo mi hermana.
— Así es, mi amor. dijo mi padre, Eres un travieso, papi, que te sientas excitado por tu hija —dijo mi hermana.
Mi padre, riendo, se levantó de la cama y se colocó detrás de mi hermana. Pasó sus brazos alrededor de ella y, con ambas manos, presionó los senos de mi hermana por encima de su sostén.
— ¿Qué opinas si jugamos un poco, mi amor? —dijo mi padre.
— Acepto, papi. Juguemos un poco —respondió mi hermana.
Mi padre metió sus manos por debajo del sostén de mi hermana y comenzó a presionar y acariciar sus senos.
— ¿Te gusta, papi? —preguntó mi hermana.
— Sí, mi amor —respondió mi padre.
En eso, mi hermana se bajó el sostén, dejando sus senos expuestos. — Ayúdame a quitar esto —dijo ella, y mi padre desabrochó el sostén y luego lo lanzó a la cama. Mi hermana se giró un poco y metió su mano en el bóxer de mi padre, tomando su pene y comenzando a masturbarlo. Mi padre, con una mano, se bajó los bóxer y, con ayuda de su pie, se los terminó de sacar. Estaba totalmente erecto.
— ¿Qué quieres que hagamos primero, papi? —preguntó mi hermana.
Mi padre se sentó en la parte inferior de la cama. — Ven, princesa —le dijo a mi hermana. Ella se acercó y comenzó a desabrocharle el short para luego bajarlo y quitárselo por completo.
— Date vuelta, amor —dijo mi padre, y mi hermana obedeció. Se empinó un poco, abriendo algo las piernas. Mi padre comenzó a acariciar las nalgas de mi hermana para luego besarlas y, posteriormente, con ambas manos, abrió las nalgas de mi hermana como si fuera un libro, metió su cabeza entre ellas. Mi hermana comenzó a gemir de una manera muy rica.
— ¡Qué rica se siente tu lengua, papi! —dijo mi hermana.
Mi padre se levantó y recostó a mi hermana en la cama. Él se subió encima de ella, entre sus piernas abiertas. Primero la comenzó a besar y, con su mano, fue dirigiendo su pene a la entrada de la vagina de ella. Poco a poco, la fue penetrando. Mi hermana comenzó a moverse, poco a poco fue subiendo el ritmo, pero ellos no dejaban de besarse.
— Papi, más despacio aún no quiero que te vengas —dijo mi hermana.
Luego, se giraron, quedando mi hermana arriba de él. Como si estuviera de cuclillas, tomó el pene de nuestro padre y lo introdujo en su vagina, comenzando a subir y bajar. Era como si brincara sobre él. Sus gemidos eran fuertes y su respiración de ambos era intensa.
— ¡Papi, tu pene se siente tan bien! —gritaba mi hermana.
Luego, el viento me jugó una mala pasada. Se azotó la puerta de la entrada, la que habíamos dejado abierta. Ambos voltearon y yo salí rápido de ahí como un loco, corriendo por las escaleras. No quería que me vieran.
Regresé a casa impactado. En mi cabeza no cabía lo que había visto. Mis ilusiones de volver a estar juntos se esfumaron de inmediato. Cuando llegué a casa, mi madre se estaba bañando.
— ¿Eres tú, hijo? —preguntó al escuchar que entré.
— Sí, soy yo —respondí.
— Vale, hijo. Nos estamos bañando Gordo y yo. En un momento salgo. Si no te preocupes, voy a mi habitación —le dije.
Esa tarde, me quedé pensando en lo que había visto. La situación era más complicada de lo que había imaginado. Mi madre, por un lado, y mi padre y mi hermana, por el otro, parecían estar enredados en una red de secretos y deseos ocultos.
Pasó una semana. Ya me había hecho a la idea de que nada sería igual. Había quedado con unos amigos para ir a tomar unas cervezas, así que le avisé a mi madre que llegaría tarde. Fuimos a un bar en una zona de mucho ambiente. Nos la estábamos pasando bien hasta que un amigo comenzó de mala copa y se estaba metiendo en problemas con otras personas. Al final, decidimos irnos para evitar problemas. Yo regresé a casa más temprano de lo que pretendía.
Mi familia se conforma por mi madre, Dinora, de 38 años. Ambas somos muy atractivas, como se dice, «de tal palo, tal astilla». Mi madre es una mujer delgada, mide 1.70, tiene cabello largo color negro, tez blanca, y está operada de los senos, los cuales son redondos y grandes. Tiene un trasero muy bien proporcionado y siempre viste de forma atractiva y provocativa: faldas o vestidos pequeños, escotados o con la espalda descubierta. Cuando está en casa, usa licras ajustadas y shorts cortos, así como playeras muy pegadas o simplemente anda en tops.
Mi hermana mayor, Sandra tiene 20 años, mide 1.66 y tiene cabello corto hasta los hombros. Es una manipuladora total, estudia en una universidad de monjas y por lo regular anda vestida de colegiala por las mañanas. Por las tardes, le gusta usar shorts cortos de mezclilla y camisas holgadas con una playera pegada debajo. A diferencia de mi madre, ella tiene unos senos pequeños y un culito redondo pero levantado y derecho. Le gusta caminar de puntas para lucirlo mejor.
Mi padre es piloto en una aerolínea comercial, por lo cual no está muy seguido en casa. Yo me llamo Miguel y tengo 19 años.
La primera vez que supe de una infidelidad de mi madre fue cuando mi hermana llevó a casa a su novio y sus amigos. En aquella noche, mi padre estaba trabajando. Si no mal recuerdo, fue un día antes de Navidad. Yo me encontraba platicando con el novio de mi hermana sobre patinetas, y sus amigos estaban tomando bebidas. Mi madre andaba vestida con un camisón de lencería sexy con encaje, como de seda color rosa, y se paseaba frente a todos como si nada.
Más tarde, mi hermana se fue con su novio a follar a su habitación, y mi madre se puso a beber con los amigos de este. Recibí la llamada de un colega y salí al patio a contestar. No debí tardarme más de 25 minutos. Cuando regresé, mi madre no estaba en la sala. De los cuatro amigos del novio de mi hermana, solo había dos.
No tardé mucho en averiguar dónde estaban. Me dirigí al baño de la planta baja y vi que la luz de la azotea estaba encendida. Solo hay una puerta corrediza de vidrio y se puede ver fácilmente hacia afuera. Ahí estaban. Mi madre estaba de pie, pero inclinada, haciéndole una mamada a uno de los chicos, quien estaba de pie. Detrás de mi madre, el otro chico faltante la sostenía de la cintura mientras movía su cadera adelante y atrás.
Al acercarme más, me percaté de que mi madre tenía su tanga bajada hasta las rodillas y el tipo la penetraba con fuerza. La escena era morbosa y caliente. Mi madre gemía de placer, sus manos apretando las nalgas del chico que tenía frente a ella.
— Así, puta. Tómalo todo —decía el chico que estaba detrás de mi madre, sus embestidas brutales y rítmicas.
Mi madre, con la boca llena, trataba de responder: — Sí papi más , así. Más fuerte.
El chico frente a ella, con el pene profundamente en la garganta de mi madre, gemía de placer. — Que puta es señora. —decía, con voz llena de lujuria.
Luego, mi madre se dio vuelta, ofreciendo sus nalgas al chico que se la mamaba, y comenzó a mamársela al que la estaba penetrando anteriormente.
Mi padre siempre hablaba mal de mi madre, diciendo que era una fácil. Esa noche lo comprobé. La verdad, no entendía por qué mis padres no se separaban. Llegué a pensar que a mi padre le gustaba que le pusieran los cuernos, pero al verlos pelear, me hacía dudar de eso.
Tiempo después, las cosas se complicaron aún más cuando descubrimos que mi madre estaba embarazada. La noticia me dejó en shock y a mi padre también, pero lo que vino después fue aún más sorprendente y perturbador.
El día que supimos del embarazo, por la noche, mis padres se estaban gritando en su habitación. Mi padre le gritaba: — ¿De quién es ese niño, Dinora? ¡Tú y yo tenemos meses que no nos acostamos!
Mi madre le respondía: — ¿De quién es? No lo sé. Puede ser de tu mejor amigo, de tu primo, de tu doctor, hasta de tu estilista el transexual. Eres una puta desgraciada. Maldita la hora que decidí casarme contigo.
Mi Madre, furiosa, le gritaba: — ¡Pues si no te gusta, lárgate, infeliz! Pero te quitaré hasta el último centavo.
Mi Padre, respondía: — ¿Sin mí no eres nadie?
—-¿Eso crees?, cuando yo quiera y en el momento que sea encuentro a un pendejo que me mantenga y me de su dinero, a cambio de que me la meta por el culo? No me haces falta.
Mi hermana se puso del lado de mi padre y se terminó metiendo en la pelea, señalando y acusando a nuestra madre. — ¡Eres tú la que está destrozando la familia! —gritó Sandra.
Mi madre, con enojo, le gritó: — ¡Cállate, tú! No te metas.
Mi hermana, desafiante, le dijo: — ¡Eres una golfa, madre! ¡Sí, lo soy! Pregúntale a tu novio cómo disfruto entre mis piernas —respondió mi madre.
— ¿Qué crees que hacíamos cuando venía a buscarte y no llegabas de tus prácticas? —continuó diciendo mi madre.
Mi hermana casi se le lanza encima, pero mi padre la detuvo. Mi padre tomó algo de ropa y se subió al carro. Detrás de él, salió mi hermana con una mochila llena de ropa. — ¿A dónde vas? —le pregunté.
— Lejos de esa loca —me dijo mi hermana.
Así que se marcharon los dos. Yo me quedé con mi madre. Traté de ver que estuviera bien, pero la vi hasta feliz. — Déjalos que se larguen, hijo. No los necesitamos. Estamos mejor solos —me dijo mi madre con una sonrisa.
Pasaron los meses y mi madre continuó con su comportamiento ninfómana. Llevaba a casa hombres o salía con ellos, pero yo solo la cuidaba, evitando que bebiera, fumara o consumiera alguna otra sustancia por su embarazo. Llegué a sorprenderme de cómo me hacía caso. Cuando el embarazo comenzó a notarse más, dejó de salir tan seguido, aunque sus amantes seguían visitándola.
Una tarde, se había quedado de ver con una amiga, así que desde temprano tomó su camioneta y salió. Cuando regresó por la tarde, no llegó sola. No me refiero a un hombre en esa ocasión; llegó con un perro, un pastor alemán muy hermoso. Su pelo brillaba y lo tenía cepillado, se veía que lo cuidaban bastante bien. — ¿No que no te gustaban las mascotas? —le pregunté.
— No todas —dijo mi madre—, pero este amigo va a ser mi compañía a partir de ahora —agregó mientras le acariciaba la cabeza.
— ¿De dónde lo sacaste? —le pregunté a mi madre.
— Me lo dio una amiga. Me dijo que es una buena acompañante y muy cariñosa —respondió.
En ese momento, supuse que estaría bien. Al pasar los días, me fui dando cuenta de que cada vez mi madre recibía a menos hombres en casa. Llegó a ser dos por semana y luego uno, para luego volverse muy esporádico que un amante llegará. No obstante, la veía igual de feliz y alegre. Pasaba mucho tiempo con su mascota y pensé que eso le estaba ayudando a dejar de ser tan promiscua. Mi madre comenzó a salir a caminar por las tardes con su perro, al que llamó Gordo de forma cariñosa, aunque en realidad no era gordo.
Al ver que mi madre estaba cambiando, me animé a ir a ver a mi padre y a mi hermana para hablar con ellos y pedirles que le dieran otra oportunidad a mi madre. Era un sábado por la mañana. Ellos habían rentado un departamento en el centro de la ciudad. Iba llegando cuando vi a mi hermana subiendo en el elevador con una caja en mano. Con esfuerzo, oprimió el botón para subir. Cuando traté de alcanzarla, ella ya había subido, así que esperé. Estaba emocionado de contarles cómo mi madre estaba cambiando y tenía la esperanza de que ellos regresaran.
Una vez subí al departamento, me disponía a tocar el timbre, pero vi que mi hermana se había dejado la puerta abierta, así que entré sin más. Pensé en hacerles una broma, así que entré con cuidado y no los vi en el recibidor, solo vi la caja que llevaba mi hermana, pero escuché la voz de ella en una habitación al fondo. Me acerqué en silencio, dispuesto a gritar «¡Hey!» y ver cómo brincaban del susto. Pero la sorpresa me la llevé yo cuando, al acercarme, vi a mi hermana subida sobre mi padre, quien estaba acostado en su cama, solo en bóxer. Mi hermana llevaba un short de mezclilla corto y una playera, la cual se quitó cuando estuvo sobre mi padre, quedando solo con su sostén.
— ¿Qué piensas hacer, amor? —dijo mi padre.
— La verdad, tengo en mente muchas ideas, pero ¿por qué no comenzamos con esto? —respondió mi hermana, comenzando a moverse como si cabalgara sobre mi padre.
— Vaya, se está poniendo dura —dijo mi hermana.
— Así es, mi amor. dijo mi padre, Eres un travieso, papi, que te sientas excitado por tu hija —dijo mi hermana.
Mi padre, riendo, se levantó de la cama y se colocó detrás de mi hermana. Pasó sus brazos alrededor de ella y, con ambas manos, presionó los senos de mi hermana por encima de su sostén.
— ¿Qué opinas si jugamos un poco, mi amor? —dijo mi padre.
— Acepto, papi. Juguemos un poco —respondió mi hermana.
Mi padre metió sus manos por debajo del sostén de mi hermana y comenzó a presionar y acariciar sus senos.
— ¿Te gusta, papi? —preguntó mi hermana.
— Sí, mi amor —respondió mi padre.
En eso, mi hermana se bajó el sostén, dejando sus senos expuestos. — Ayúdame a quitar esto —dijo ella, y mi padre desabrochó el sostén y luego lo lanzó a la cama. Mi hermana se giró un poco y metió su mano en el bóxer de mi padre, tomando su pene y comenzando a masturbarlo. Mi padre, con una mano, se bajó los bóxer y, con ayuda de su pie, se los terminó de sacar. Estaba totalmente erecto.
— ¿Qué quieres que hagamos primero, papi? —preguntó mi hermana.
Mi padre se sentó en la parte inferior de la cama. — Ven, princesa —le dijo a mi hermana. Ella se acercó y comenzó a desabrocharle el short para luego bajarlo y quitárselo por completo.
— Date vuelta, amor —dijo mi padre, y mi hermana obedeció. Se empinó un poco, abriendo algo las piernas. Mi padre comenzó a acariciar las nalgas de mi hermana para luego besarlas y, posteriormente, con ambas manos, abrió las nalgas de mi hermana como si fuera un libro, metió su cabeza entre ellas. Mi hermana comenzó a gemir de una manera muy rica.
— ¡Qué rica se siente tu lengua, papi! —dijo mi hermana.
Mi padre se levantó y recostó a mi hermana en la cama. Él se subió encima de ella, entre sus piernas abiertas. Primero la comenzó a besar y, con su mano, fue dirigiendo su pene a la entrada de la vagina de ella. Poco a poco, la fue penetrando. Mi hermana comenzó a moverse, poco a poco fue subiendo el ritmo, pero ellos no dejaban de besarse.
— Papi, más despacio aún no quiero que te vengas —dijo mi hermana.
Luego, se giraron, quedando mi hermana arriba de él. Como si estuviera de cuclillas, tomó el pene de nuestro padre y lo introdujo en su vagina, comenzando a subir y bajar. Era como si brincara sobre él. Sus gemidos eran fuertes y su respiración de ambos era intensa.
— ¡Papi, tu pene se siente tan bien! —gritaba mi hermana.
Luego, el viento me jugó una mala pasada. Se azotó la puerta de la entrada, la que habíamos dejado abierta. Ambos voltearon y yo salí rápido de ahí como un loco, corriendo por las escaleras. No quería que me vieran.
Regresé a casa impactado. En mi cabeza no cabía lo que había visto. Mis ilusiones de volver a estar juntos se esfumaron de inmediato. Cuando llegué a casa, mi madre se estaba bañando.
— ¿Eres tú, hijo? —preguntó al escuchar que entré.
— Sí, soy yo —respondí.
— Vale, hijo. Nos estamos bañando Gordo y yo. En un momento salgo. Si no te preocupes, voy a mi habitación —le dije.
Esa tarde, me quedé pensando en lo que había visto. La situación era más complicada de lo que había imaginado. Mi madre, por un lado, y mi padre y mi hermana, por el otro, parecían estar enredados en una red de secretos y deseos ocultos.
Pasó una semana. Ya me había hecho a la idea de que nada sería igual. Había quedado con unos amigos para ir a tomar unas cervezas, así que le avisé a mi madre que llegaría tarde. Fuimos a un bar en una zona de mucho ambiente. Nos la estábamos pasando bien hasta que un amigo comenzó de mala copa y se estaba metiendo en problemas con otras personas. Al final, decidimos irnos para evitar problemas. Yo regresé a casa más temprano de lo que pretendía.