Mi nombre es Carlos y tengo 40 años. Vivo con mi esposa, Ana, y mi hijo de 18 años, Nestor. Nací y me crié en una ciudad grande, pero siempre he preferido la tranquilidad del campo. Soy un hombre dedicado a los negocios, pero mi vida marital se ha vuelto monótona. Siempre he amado a Ana, pero noto que algo falta en nuestra relación.
Mi esposa tiene 36 años y es una mujer impresionante. Tiene una figura esbelta y curvas que siempre llaman la atención. Su cabello es castaño y sus ojos son marrones. Trabaja como diseñadora gráfica y es conocida por su creatividad y dedicación.
Todo inició con el cumpleaños de mi esposa, y decidí organizar una sorpresa para ella. Invitamos a su hermana mayor, Rebeca de 40 años, y a su sobrino Luis de 20 años a pasar el fin de semana con nosotros para festejar su cumpleaños. Para ello, alquilé una casa en el campo cerca de un lago, donde podríamos ir a pescar.
Le conté la idea a mi hijo Nestor, y él accedió a ayudarme. Entre los dos, una noche antes, fuimos por suficientes víveres, bebidas y las cosas que creímos serían necesarias para el fin de semana.
Por la mañana, ya teníamos la camioneta lista y preparada para partir. Pasamos por Rebeca y su hijo Luis y luego tomamos rumbo a la casa de campo. El viaje fue agradable, y todos estábamos emocionados por el fin de semana que nos esperaba.
Al llegar a la casa, nos instalamos rápidamente. La casa era modesta pero acogedora, con un jardín que daba directamente al lago. Por la tarde decidimos ir a nadar al lago. Mi cuñada Rebeca se había puesto un pequeño bikini que dejaba poco a la imaginación. El bikini era de un color verde vibrante, con tirantes delgados que se cruzaban en la espalda, realzando su figura. La parte de abajo era una minúscula braguita que apenas la cubría por enfrente y por detrás se perdía entre sus nalgas. Hasta mi hijo Nestor no le apartaba la vista de su tía, que resaltaba su figura escultural. Mi esposa se puso un bikini menos revelador, de color blanco, pero que hacía que se viera muy atractiva. El bikini tenía un escote en V que realzaba sus pechos y una parte de abajo con volantes que se movían con cada paso que daba.
Mientras nos dirigíamos al lago, no pude evitar notar las miradas de admiración que recibía mi esposa por parte de su sobrino. Su bikini blanco contrastaba con su piel bronceada, y sus curvas se movían de manera seductora con cada paso.
Al llegar al lago, todos nos lanzamos al agua, riendo y jugando. Luis, en particular, parecía estar muy atento a mi esposa. La seguía por todas partes, buscando cualquier oportunidad para tocarla «accidentalmente» o para hacerla reír. Vi cómo Luis le susurraba algo al oído a mi esposa, y ella se reía coquetamente. La forma en que él la miraba, con una mezcla de deseo y admiración, me hizo sentir una punzada de celos. Observé cómo Luis le ayudaba a mi esposa a caminar por las partes casi onduladas del lago porque resbalaba mucho con las piedras, colocando sus manos en su cintura de manera que parecía que la abrazaba. Mi esposa parecía no incomodarse.
Rebeca y Nestor, mientras tanto, se mantenían ocupados jugando y nadando en el agua. La tarde pasó rápidamente, y el sol comenzó a ponerse, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y rosados. Regresamos a la casa, todos nos cambiamos. Mi esposa se puso un vestido blanco con puntos negros, y Rebeca, mi cuñada, se puso una mini falda de mezclilla blanca y una blusa azul. Entre Luis y Nestor prendieron una fogata mientras Rebeca, mi esposa y yo preparábamos unas carnes en un asador.
La noche avanzaba y la atmósfera se volvió más relajada y cálida. Saqué unas cervezas y, mientras comíamos y bebíamos, charlábamos alrededor de la fogata. En un momento, mi esposa, que estaba sentada a mi lado, se levantó y se sentó al lado de Luis.
—Mira, pruébalo —dijo ella mientras le ofrecía un pedazo de carne.
—Wow, sabe muy bien. Está delicioso —respondió Luis.
—En serio, me alegra escucharlo. Yo lo preparé —dijo mi esposa, quedándose a su lado sentada.
Se notaba que a mi esposa ya le estaba dando efecto las cervezas. Mientras avanzaba la convivencia, noté cómo Luis puso su mano en la rodilla de mi esposa. Pasados unos minutos, ya la había bajado a su pierna, acariciándola de forma lenta pero cariñosa. La situación me hizo sentir incómodo, pero traté de mantener la calma pensando que su sobrino dejaba de pensar mal me dije a mí mismo.
Después de un rato, Rebeca bostezó y dijo:
—Creo que es hora de que todos descansemos un poco. Ha sido un día largo y mañana podemos seguir disfrutando del lago.
Nestor asintió y añadió:
—Sí, estoy un poco cansado. Vamos a descansar.
Me levanté y dije:
—Buena idea. Vamos a dormir.
Rebeca y Nestor se retiraron a sus habitaciones. Ana y Luis, que estaban absortos en su conversación, se quedaron un poco más en la sala. Decidí retirarme a mi habitación ya que, por alguna razón, me incomodaba ver a mi esposa tan cercana a su sobrino.
Me disponía a dormir cuando me dieron ganas de orinar por haber bebido cerveza. Me levanté y salí silenciosamente de mi habitación para no despertar a Rebeca o a mi hijo. Mientras caminaba por el pasillo en dirección al baño, vi la puerta entreabierta de la sala. Por curiosidad, me acerqué para ver qué estaba haciendo mi esposa.
Lo que vi me dejó sin aliento. Luis estaba en el sofá sentado con su pantalón abajo, con ambas manos estiradas y apoyadas en el respaldo del sofá. Mi esposa estaba arrodillada entre las piernas de Luis, con su cabeza subiendo y bajando, haciendo sexo oral a Luis. Ella chupaba y lamía su pene con satisfacción, sus labios rodeando el miembro de Luis mientras sus manos acariciaban suavemente sus testículos. Los gemidos de placer de Luis llenaban el aire, y la escena era tan lasciva que sentí una mezcla de shock, ira y, sorprendentemente, excitación.
Vi cómo mi esposa aumentaba el ritmo, su boca trabajando con destreza mientras sus manos se movían en sincronía.
—Más despacio, tía, vas a hacer que me corra —dijo Luis, su voz entrecortada por el placer.
Mi esposa sacó su pene de su boca y dijo:
—Tienes un pene muy delicioso, no lo puedo evitar, amor.
Y continuó mamando el pene de Luis con más gozo, sus movimientos se volvieron más rápidos y apasionados.
—Tía, tía, me corro —comenzó a decir Luis, y mi esposa no se despegó ni un momento del pene de Luis.
—Tía, te los bebiste todos —dijo Luis, jadeando.
—Estoy muy caliente, amor, y tu semen estaba muy delicioso —dijo mi esposa mientras se levantaba. Se bajó el cierre de su vestido y se lo fue bajando hasta que se lo quitó, dejando ver que traía una tanga y brasier roja. Se desabrochó el brasier, se bajó y quitó la tanga.
—Mira mis senos, amor, ¿te gustan? —dijo mi esposa.
—Sí, tía, son hermosos —respondió Luis, con los ojos fijos en su cuerpo.
—Ven, tócalos —dijo mi esposa, acercándose a Luis y sentándose de frente a él en sus piernas, tomando y llevando las manos de Luis directo a los senos de ella.
—Son tan suaves, tía —dijo Luis, acariciando sus senos con admiración.
—No puedo más, por favor, chupa mis pezones —dijo mi esposa, levantándose un poco y dejando sus senos a la altura de su cara. Luis se acercó y comenzó a chupar uno de sus pezones, succionando con fuerza mientras su lengua jugueteaba alrededor del endurecido brote. Mi esposa gemía de placer, sus manos enredadas en el cabello de Luis, guiándolo hacia su otro pecho para recibir la misma atención.
—Tía, tus pezones se están poniendo duros —dijo Luis, mirándola con deseo.
—No puedo más, vamos a hacerlo —dijo mi esposa, con la voz llena de lujuria.
—¿Estás segura, tía? —dijo Luis.
Mi esposa tomó su pene diciendo:
—Sí, estoy segura y tu pene al parecer también quiere hacerlo. Lo tienes otra vez duro, amor —dijo mi esposa, acomodando y llevando el pene de Luis a su entrada de su vagina. Una vez que lo tuvo en la entrada, se fue bajando hasta tenerlo todo dentro de ella. Mi esposa lo abrazó y comenzó a moverse sobre él primero de forma lenta y fue subiendo el ritmo.
—Se siente tan bien y estás entrando tan profundo en tu tía, amor —dijo mi esposa, sus movimientos se volvieron más rápidos y apasionados, sus caderas se movían en círculos, buscando el máximo placer.
Luis, con las manos en sus caderas, la guiaba, ayudándola a aumentar el ritmo. Los gemidos de placer de ambos llenaban la sala, creando una atmósfera cargada de lujuria y deseo.
—Tía, estás gimiendo muy fuerte, nos pueden escuchar —dijo Luis.
—Perdón, amor, es difícil controlarse cuando tu pene se siente muy rico. Mi vagina lo está pasando muy bien —respondió mi esposa, con la voz entrecortada por el placer.
—Venga, cambiemos de posición —dijo mi esposa, levantándose y dándole la espalda a Luis. Se volvió a meter el pene de él y dijo—: Mira, amor, así podrás ver cómo entra tu pene en mi vagina.
Mi esposa comenzó a subir y bajar, sus movimientos eran rítmicos y sensuales. Luis, excitado, comenzó a moverse detrás de ella, colocó sus manos en las caderas de mi esposa, guiando cada embestida.
—Así, tía, así —gemía Luis, sus movimientos se volvieron más rápidos y profundos.
—Más fuerte, amor, más fuerte —suplicaba mi esposa, su voz llena de deseo.
Luis obedeció, sus embestidas se volvieron más intensas, el sonido de sus cuerpos chocando llenaba la sala. Mi esposa gemía y jadeaba, su placer era evidente.
—Voy a correrme, tía —dijo Luis, su voz tensa por el esfuerzo.
—Córrete dentro de mí, amor —respondió mi esposa, sus movimientos se volvieron más desesperados, buscando su propio clímax.
Luis se tensó de placer y se liberó dentro de mi esposa. Ella comenzó a temblar de placer después de un momento. Mi esposa se levantó, dejando salir el pene de Luis, y dijo:
—Sobrino tan malo tengo. Dejaste la vagina de tu tía repleta de tu semen —dijo mi esposa, dejando ver cómo escurría el semen de Luis de su vagina.
Decidí retirarme silenciosamente. ¿Cómo había pasado esto? ¿Qué pasará con nuestro matrimonio? ¿Y por qué sentía una extraña atracción hacia la escena que acababa de presenciar?
No podía dormir. Más tarde, mi esposa entró a la habitación.
—Te hacía ya dormido —me dijo.
—No he podido dormir —le respondí.
—¿Y eso? —me preguntó nerviosa.
—Creo que bebí de más —respondí, mintiendo para no levantar sospechas.
—Bueno, me daré un baño. Trata de dormir —me dijo mi esposa.
Una vez salió de bañarse, se metió a la cama y se quedó profundamente dormida. A la mañana siguiente, me desperté temprano, incapaz de dormir. Me senté en la cocina, tomando una taza de café, mientras trataba de ordenar mis pensamientos. Mi esposa bajó sonriendo y actuando como si nada hubiera pasado.
—Buenos días —dijo mi esposa, besándome en la mejilla.
—Buenos días —respondí, forzando una sonrisa.
Más tarde, todos despertaron. Desayunamos juntos, y noté que mi esposa y Luis se veían más cercanos y cariñosos. Pero ya me daba igual; yo ya sabía que me había sido infiel con su propio sobrino.
Por la tarde, regresamos. Dejamos a Rebeca y a Luis en su casa y luego volvimos a la nuestra. Durante el viaje de regreso, no pude evitar pensar en lo que había visto. La escena se repetía una y otra vez en mi mente, y aunque sentía una mezcla de ira y dolor, después de darle muchas vueltas decidí que no le reclamaría nada a Ana pensando que el alcohol había sido el detonante de lo sucedido.
Mi esposa tiene 36 años y es una mujer impresionante. Tiene una figura esbelta y curvas que siempre llaman la atención. Su cabello es castaño y sus ojos son marrones. Trabaja como diseñadora gráfica y es conocida por su creatividad y dedicación.
Todo inició con el cumpleaños de mi esposa, y decidí organizar una sorpresa para ella. Invitamos a su hermana mayor, Rebeca de 40 años, y a su sobrino Luis de 20 años a pasar el fin de semana con nosotros para festejar su cumpleaños. Para ello, alquilé una casa en el campo cerca de un lago, donde podríamos ir a pescar.
Le conté la idea a mi hijo Nestor, y él accedió a ayudarme. Entre los dos, una noche antes, fuimos por suficientes víveres, bebidas y las cosas que creímos serían necesarias para el fin de semana.
Por la mañana, ya teníamos la camioneta lista y preparada para partir. Pasamos por Rebeca y su hijo Luis y luego tomamos rumbo a la casa de campo. El viaje fue agradable, y todos estábamos emocionados por el fin de semana que nos esperaba.
Al llegar a la casa, nos instalamos rápidamente. La casa era modesta pero acogedora, con un jardín que daba directamente al lago. Por la tarde decidimos ir a nadar al lago. Mi cuñada Rebeca se había puesto un pequeño bikini que dejaba poco a la imaginación. El bikini era de un color verde vibrante, con tirantes delgados que se cruzaban en la espalda, realzando su figura. La parte de abajo era una minúscula braguita que apenas la cubría por enfrente y por detrás se perdía entre sus nalgas. Hasta mi hijo Nestor no le apartaba la vista de su tía, que resaltaba su figura escultural. Mi esposa se puso un bikini menos revelador, de color blanco, pero que hacía que se viera muy atractiva. El bikini tenía un escote en V que realzaba sus pechos y una parte de abajo con volantes que se movían con cada paso que daba.
Mientras nos dirigíamos al lago, no pude evitar notar las miradas de admiración que recibía mi esposa por parte de su sobrino. Su bikini blanco contrastaba con su piel bronceada, y sus curvas se movían de manera seductora con cada paso.
Al llegar al lago, todos nos lanzamos al agua, riendo y jugando. Luis, en particular, parecía estar muy atento a mi esposa. La seguía por todas partes, buscando cualquier oportunidad para tocarla «accidentalmente» o para hacerla reír. Vi cómo Luis le susurraba algo al oído a mi esposa, y ella se reía coquetamente. La forma en que él la miraba, con una mezcla de deseo y admiración, me hizo sentir una punzada de celos. Observé cómo Luis le ayudaba a mi esposa a caminar por las partes casi onduladas del lago porque resbalaba mucho con las piedras, colocando sus manos en su cintura de manera que parecía que la abrazaba. Mi esposa parecía no incomodarse.
Rebeca y Nestor, mientras tanto, se mantenían ocupados jugando y nadando en el agua. La tarde pasó rápidamente, y el sol comenzó a ponerse, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y rosados. Regresamos a la casa, todos nos cambiamos. Mi esposa se puso un vestido blanco con puntos negros, y Rebeca, mi cuñada, se puso una mini falda de mezclilla blanca y una blusa azul. Entre Luis y Nestor prendieron una fogata mientras Rebeca, mi esposa y yo preparábamos unas carnes en un asador.
La noche avanzaba y la atmósfera se volvió más relajada y cálida. Saqué unas cervezas y, mientras comíamos y bebíamos, charlábamos alrededor de la fogata. En un momento, mi esposa, que estaba sentada a mi lado, se levantó y se sentó al lado de Luis.
—Mira, pruébalo —dijo ella mientras le ofrecía un pedazo de carne.
—Wow, sabe muy bien. Está delicioso —respondió Luis.
—En serio, me alegra escucharlo. Yo lo preparé —dijo mi esposa, quedándose a su lado sentada.
Se notaba que a mi esposa ya le estaba dando efecto las cervezas. Mientras avanzaba la convivencia, noté cómo Luis puso su mano en la rodilla de mi esposa. Pasados unos minutos, ya la había bajado a su pierna, acariciándola de forma lenta pero cariñosa. La situación me hizo sentir incómodo, pero traté de mantener la calma pensando que su sobrino dejaba de pensar mal me dije a mí mismo.
Después de un rato, Rebeca bostezó y dijo:
—Creo que es hora de que todos descansemos un poco. Ha sido un día largo y mañana podemos seguir disfrutando del lago.
Nestor asintió y añadió:
—Sí, estoy un poco cansado. Vamos a descansar.
Me levanté y dije:
—Buena idea. Vamos a dormir.
Rebeca y Nestor se retiraron a sus habitaciones. Ana y Luis, que estaban absortos en su conversación, se quedaron un poco más en la sala. Decidí retirarme a mi habitación ya que, por alguna razón, me incomodaba ver a mi esposa tan cercana a su sobrino.
Me disponía a dormir cuando me dieron ganas de orinar por haber bebido cerveza. Me levanté y salí silenciosamente de mi habitación para no despertar a Rebeca o a mi hijo. Mientras caminaba por el pasillo en dirección al baño, vi la puerta entreabierta de la sala. Por curiosidad, me acerqué para ver qué estaba haciendo mi esposa.
Lo que vi me dejó sin aliento. Luis estaba en el sofá sentado con su pantalón abajo, con ambas manos estiradas y apoyadas en el respaldo del sofá. Mi esposa estaba arrodillada entre las piernas de Luis, con su cabeza subiendo y bajando, haciendo sexo oral a Luis. Ella chupaba y lamía su pene con satisfacción, sus labios rodeando el miembro de Luis mientras sus manos acariciaban suavemente sus testículos. Los gemidos de placer de Luis llenaban el aire, y la escena era tan lasciva que sentí una mezcla de shock, ira y, sorprendentemente, excitación.
Vi cómo mi esposa aumentaba el ritmo, su boca trabajando con destreza mientras sus manos se movían en sincronía.
—Más despacio, tía, vas a hacer que me corra —dijo Luis, su voz entrecortada por el placer.
Mi esposa sacó su pene de su boca y dijo:
—Tienes un pene muy delicioso, no lo puedo evitar, amor.
Y continuó mamando el pene de Luis con más gozo, sus movimientos se volvieron más rápidos y apasionados.
—Tía, tía, me corro —comenzó a decir Luis, y mi esposa no se despegó ni un momento del pene de Luis.
—Tía, te los bebiste todos —dijo Luis, jadeando.
—Estoy muy caliente, amor, y tu semen estaba muy delicioso —dijo mi esposa mientras se levantaba. Se bajó el cierre de su vestido y se lo fue bajando hasta que se lo quitó, dejando ver que traía una tanga y brasier roja. Se desabrochó el brasier, se bajó y quitó la tanga.
—Mira mis senos, amor, ¿te gustan? —dijo mi esposa.
—Sí, tía, son hermosos —respondió Luis, con los ojos fijos en su cuerpo.
—Ven, tócalos —dijo mi esposa, acercándose a Luis y sentándose de frente a él en sus piernas, tomando y llevando las manos de Luis directo a los senos de ella.
—Son tan suaves, tía —dijo Luis, acariciando sus senos con admiración.
—No puedo más, por favor, chupa mis pezones —dijo mi esposa, levantándose un poco y dejando sus senos a la altura de su cara. Luis se acercó y comenzó a chupar uno de sus pezones, succionando con fuerza mientras su lengua jugueteaba alrededor del endurecido brote. Mi esposa gemía de placer, sus manos enredadas en el cabello de Luis, guiándolo hacia su otro pecho para recibir la misma atención.
—Tía, tus pezones se están poniendo duros —dijo Luis, mirándola con deseo.
—No puedo más, vamos a hacerlo —dijo mi esposa, con la voz llena de lujuria.
—¿Estás segura, tía? —dijo Luis.
Mi esposa tomó su pene diciendo:
—Sí, estoy segura y tu pene al parecer también quiere hacerlo. Lo tienes otra vez duro, amor —dijo mi esposa, acomodando y llevando el pene de Luis a su entrada de su vagina. Una vez que lo tuvo en la entrada, se fue bajando hasta tenerlo todo dentro de ella. Mi esposa lo abrazó y comenzó a moverse sobre él primero de forma lenta y fue subiendo el ritmo.
—Se siente tan bien y estás entrando tan profundo en tu tía, amor —dijo mi esposa, sus movimientos se volvieron más rápidos y apasionados, sus caderas se movían en círculos, buscando el máximo placer.
Luis, con las manos en sus caderas, la guiaba, ayudándola a aumentar el ritmo. Los gemidos de placer de ambos llenaban la sala, creando una atmósfera cargada de lujuria y deseo.
—Tía, estás gimiendo muy fuerte, nos pueden escuchar —dijo Luis.
—Perdón, amor, es difícil controlarse cuando tu pene se siente muy rico. Mi vagina lo está pasando muy bien —respondió mi esposa, con la voz entrecortada por el placer.
—Venga, cambiemos de posición —dijo mi esposa, levantándose y dándole la espalda a Luis. Se volvió a meter el pene de él y dijo—: Mira, amor, así podrás ver cómo entra tu pene en mi vagina.
Mi esposa comenzó a subir y bajar, sus movimientos eran rítmicos y sensuales. Luis, excitado, comenzó a moverse detrás de ella, colocó sus manos en las caderas de mi esposa, guiando cada embestida.
—Así, tía, así —gemía Luis, sus movimientos se volvieron más rápidos y profundos.
—Más fuerte, amor, más fuerte —suplicaba mi esposa, su voz llena de deseo.
Luis obedeció, sus embestidas se volvieron más intensas, el sonido de sus cuerpos chocando llenaba la sala. Mi esposa gemía y jadeaba, su placer era evidente.
—Voy a correrme, tía —dijo Luis, su voz tensa por el esfuerzo.
—Córrete dentro de mí, amor —respondió mi esposa, sus movimientos se volvieron más desesperados, buscando su propio clímax.
Luis se tensó de placer y se liberó dentro de mi esposa. Ella comenzó a temblar de placer después de un momento. Mi esposa se levantó, dejando salir el pene de Luis, y dijo:
—Sobrino tan malo tengo. Dejaste la vagina de tu tía repleta de tu semen —dijo mi esposa, dejando ver cómo escurría el semen de Luis de su vagina.
Decidí retirarme silenciosamente. ¿Cómo había pasado esto? ¿Qué pasará con nuestro matrimonio? ¿Y por qué sentía una extraña atracción hacia la escena que acababa de presenciar?
No podía dormir. Más tarde, mi esposa entró a la habitación.
—Te hacía ya dormido —me dijo.
—No he podido dormir —le respondí.
—¿Y eso? —me preguntó nerviosa.
—Creo que bebí de más —respondí, mintiendo para no levantar sospechas.
—Bueno, me daré un baño. Trata de dormir —me dijo mi esposa.
Una vez salió de bañarse, se metió a la cama y se quedó profundamente dormida. A la mañana siguiente, me desperté temprano, incapaz de dormir. Me senté en la cocina, tomando una taza de café, mientras trataba de ordenar mis pensamientos. Mi esposa bajó sonriendo y actuando como si nada hubiera pasado.
—Buenos días —dijo mi esposa, besándome en la mejilla.
—Buenos días —respondí, forzando una sonrisa.
Más tarde, todos despertaron. Desayunamos juntos, y noté que mi esposa y Luis se veían más cercanos y cariñosos. Pero ya me daba igual; yo ya sabía que me había sido infiel con su propio sobrino.
Por la tarde, regresamos. Dejamos a Rebeca y a Luis en su casa y luego volvimos a la nuestra. Durante el viaje de regreso, no pude evitar pensar en lo que había visto. La escena se repetía una y otra vez en mi mente, y aunque sentía una mezcla de ira y dolor, después de darle muchas vueltas decidí que no le reclamaría nada a Ana pensando que el alcohol había sido el detonante de lo sucedido.