Diversión sin ropa
-¡Ya llegué, mamá! –anunció Juan mientras entraba en la sala y dejaba su mochila en un sillón-. ¿Mamá?
Habitualmente, Corina, su madre, se encontraba cocinando cuando él regresaba de la escuela, pero esta vez no se la veía por ningún lado.
Encogiéndose de hombros, Juan subió las escaleras. No aguantaba más las ganas de mear. Soltó un par palabrotas cuando encontró cerrada la puerta del baño. Podían oírse del otro lado los inconfundibles sonidos de alguien bañándose.
-¿Mamá?
-¿Sí, cariño? –respondió Corina.
-¿Vas a demorarte mucho? Me estoy mean… Me estoy orinando encima.
-¡Acabo de entrar! –dijo Corina-. Bueno, no importa, entra. La puerta está sin traba.
A Juan le pareció un poco raro entrar al baño mientras su mamá se bañaba, pero su vejiga estaba a punto de reventar. No tenía alternativa. Apenas entró al baño, miró por instinto a donde su mamá estaba.
La bañera estaba cubierta de espuma, lo que mantenía oculto el cuerpo de la hembra de cuarenta y un años, aunque sus pechos estaban casi expuestos: su escote totalmente a la vista y sus pezones apenas bajo el nivel del agua.
-Holis, Juan –saludó cariñosamente Corina.
-Hola mamá –respondió Juan con timidez, haciendo un esfuerzo para apartar la vista del escote de su mamá y acercándose al inodoro. Bajó sus pantalones cortos hasta las rodillas e hizo lo mismo con su ropa interior. Un potente chorro de orina se hizo oír mientras el alivio se propagaba en su cuerpo.
Desde donde estaba, Corina admiró a su apuesto hijo mientras meaba. Juan era esbelto y tenía cabello largo muy oscuro, como el de ella. Le encantaban las piernas estilizadas del chico y su culo redondo y rígido. De hecho, Juan era lo único a rescatar de su desastroso matrimonio.
-¿Qué tal tu día?
-Bien –respondió Juan, volteándose-. En educación física jugamos al futbol y anoté tres goles.
Corina se había erguido un poco, lo suficiente para que sus pezones salieran a la superficie. Juan no pudo evitar mirarla no como su madre, sino como una cuarentona más que deseable. Sus tetas, que se mantenían firmes, tenían el tamaño justo y las coronaban delicados pezones de color rosa. Su soberbio culo, duro y suave a la vez. Sus piernas carnosas. Su estómago apenas flojo. Una vez más, pensó en lo mucho que se parecía a la japonesa Ryoko Murakami, una de las actrices a las que más pajas le había dedicado.
Corina se había divorciado hacía nueve años. Había tenido alguna que otra relación casual desde entonces, pero nada serio. Y definitivamente nada como su exmarido, alguien cargado de defectos, pero con una verga prodigiosa y un talento magistral para montarla como perra en celo que no había vuelto a encontrar en ningún otro hombre. Corina decidió entonces centrarse en su carrera, así que las chances de conocer a alguien fueron reduciéndose cada vez más.
El cosquilleo casi constante en su entrepierna que solía sentir cuando era más joven había vuelto a aparecer discretamente hacía unas semanas con potencia inusitada. Aunque su vocecita de niña bien de familia conservadora en su cabeza le decía que no estaba bien ser así de pervertida, fue incapaz de resistirse a mirar a su hijo con lujuria luego de darse cuenta de que su retoño estaba creciendo.
Juan terminó de mear y tiró la cadena, subiéndose su ropa interior y sus pantalones.
-¿Me alcanzarías una toalla, mi vida? –le pidió Corina, que había quitado el tapón de la bañera.
-Eh, seguro, mamá –dijo Juan. Tomó una toalla negra del armario junto al lavamanos y fue a entregársela a su mamá. Sus ojos se clavaron en las tetas de Corina, a pesar de la timidez que acuciaba.
-Gracias, mi vida –dijo Corina. Levantó los brazos para secarse la cara, lo cual hizo que sus melones se levantaran también. Dejó caer la toalla al piso y miró a Juan directo a los ojos-. ¿Crees que tu anciana madre todavía se ve bonita?
-Pero claro… -respondió Juan, viendo ya sin disimulo las tetas de su madre-. Quiero decir, siempre fuiste bonita. Y lo sigues siendo. Eso no ha cambiado. No eres una anciana, para nada. El tiempo pasa para todos y por lo visto ha sido muy amable contigo.
-Eres un jovencito tan dulce –dijo Corina. Se dio cuenta de un bulto que crecía en los pantalones cortos de su hijo. Su instinto de hembra la hizo actuar. Llevó una mano a la entrepierna del adolescente y palpó con delicadeza-. El tiempo también ha pasado para ti. Has crecido.
Juan soltó un suspiro. Sintió que su verga alcanzaba en tiempo record una dureza que pocas veces había sentido.
Mientras con una mano acariciaba el paquete del muchacho, Corino usó la otra para bajar con delicadeza sus pantalones y su ropa interior. Quedó expuesto el instrumento de su hijo: poco más de dieciséis centímetros de carne durísima rodeada de venas y coronada por una hinchada cabeza púrpura de la que empezaba a manar líquido pre seminal. Si bien estaba más que bien, Corina cayó en la cuenta de que a Juan todavía le quedaban unos cuantos años de desarrollo, así que esa verga seguramente se vería aún mejor. Quizás tan bien como el garrote que portaba su exmarido.
-Dime si te gusta, mi vida –dijo Corina, aferrando con suavidad el falo de su hijo e iniciando una lenta masturbación.
Juan asintió como toda respuesta. Se sentía extraño. Es decir, ¡su propia madre lo estaba pajeando! No obstante, para un chico virgen, la sensación de una mano ajena acariciándolo y masturbándolo era demasiado estimulante como para prestarle atención a tontas razones morales. Juan experimentaba oleajes de euforia que nacían en su entrepierna y se expandían por todo su cuerpo.
-Me encanta –dijo, con un hilo de voz.
-Si quieres que pare, sólo dímelo –dijo Corina. Continuó haciéndole una lenta paja a Juan por unos minutos antes de arrodillarse y comenzar a besarle el glande. Entre beso y beso, intercalaba palabras de amor para su hijo querido y elogios para su instrumento. Siguieron las lamidas. Corina humedecía bien su lengua y recorría con ella desde la base de la verga hasta la punta, donde depositaba otro beso lleno de cariño. Finalmente, se la metió en la boca. Hacía años que Corina no albergaba un pene en la boca. Sintió un escalofrío. El cosquilleo en su entrepierna se potenció. Su clítoris le pedía atención a gritos. Pero, en cambio, llevó sus manos al culo de su hijo y acarició sus suaves nalgas. Continuó chupando, saboreando la carne joven con gran delectación.
Juan todavía sentía culpa, pero era incapaz por completo de detener la mamada de su madre. De hecho, cuando su madre llevó su mano derecha a sus huevos para acariciarlos mientras con la otra continuaba palpando su culo, sus caderas parecieron cobrar vida y empezaron un leve movimiento. Sin ser del todo consciente del hecho, estaba follando la boca de su mamá.
Corina tuvo el presentimiento de que su hijo estaba próximo a eyacular. Comenzó a mamar con más ímpetu y a gemir. Deseaba recibir la semilla fresca del muchacho.
-Ya me… -murmuró Juan. No pudo terminar la frase. Le daba muchísima vergüenza decir “ya me salta la leche” a su propia mamá.
Corina sabía de todas formas lo que Juan trató de decirle. Un estremecimiento la recorrió al sentir el cuerpo de su hijo ponerse rígido un instante antes de que comenzara a eyacular. Juan gemía y suspiraba mientras sentía las descargas de placer de cada lechazo que depositaba en la boca de la hembra que lo trajo al mundo. Corina tragó semen tan rápido como la verga de su hijo lo escupía. Y la continuó mamando hasta que perdió su dureza. Al fin, la retiró de su boca.
-Gracias –dijo Juan, sin poder pensar en otra cosa que decir. Su libido había tomado el control mientras su madre le hacía el amor a su verga, pero ahora que ya había eyaculado, la culpa tenía vía libre.
-De nada, mi vida –respondió Corina-. Ahora ve a cambiarte, o puedes darte un baño mientras preparo el almuerzo.
-Claro, mamá. Gracias.
Juan se acomodó la ropa y fue a su dormitorio.
Corina sonrió. Saboreó cada sensación de la experiencia que acababa de tener. Sin duda, su hijo estaba un poco turbado por lo que le había hecho, algo esperable y normal. Quería repetir lo que acababa de ocurrir. E incluso ir más lejos. Todo dependía de si Juan querría o no.
Después de la cena, Corina y Juan estaban sentados en el sofá de la sala, mirando televisión. Ambos tenían bien presentes los eventos de la tarde, pero ninguno se animaba a decir algo al respecto. Corina era optimista. Juan venía juntando valor durante la última hora para hacer un comentario, pero cuando hacía contacto visual con su mamá, se acobardaba, sonreía y volvía a mirar la televisión. Corina decidió esperar.
Eventualmente, Juan se armó de coraje y se dirigió a Corina.
-¿Mamá?
-¿Sí, mi vida?
-Sobre esta tarde… Ya sabes… Lo que hiciste. Lo que hicimos.
-¿Si…? –Corina sonrió con picardía.
-Eh… ¿Podríamos, ya sabes, hacerlo de nuevo? ¿Te gustaría?
-Claro que sí. Yo lo disfruté. ¿Y tú?
-Pues… Sí –dijo Juan, asintiendo enérgicamente-. Fue divertido. ¿Pero no estuvo, ejem, mal? Quiero decir, no sé qué tan normal es que un chico tenga, ejem, sexo con su madre. Me parece.
-Pero no fue sexo, mi vida –replicó Corina-. No fue “sexo-sexo”. Sexo completo. Solamente fue algo de diversión mutua que compartimos. Eso está bien.
-¿Lo está?
-Claro que sí. El sexo realmente sólo es la penetración vaginal, mi vida. ¿No tuviste clases de educación sexual en la escuela?
-Sí, el mes pasado.
-Bueno –continuó Corina-, el “sexo-sexo” es la cópula al 100%. Mientras hagamos otras cositas no pasa nada. Sólo diversión, sin problemas.
Juan se puso contentísimo. Sintió una fuerte confianza repentina para pedirle a su mamá una nueva mamada. Sin embargo, Corina tuvo otra idea:
-Lo que podríamos intentar –dijo- es el sexo anal. ¿Oíste algo al respecto?
-Pues… –dijo Juan, inseguro de ser franco-. Vi cómo es en una revista, una revista de un amigo. Eh, era sólo de eso la revista, de sexo anal. Es cuando una mujer recibe el pene por el culo, ¿no?
-Así es. ¿Lo intentamos?
-Bueno… No es sexo, ¿no?
-No es “sexo-sexo” –le aseguró Corina a su hijito-. Es sólo una travesura, divertirse sin la ropa puesta. Como esta tarde, mi amor. ¡Vamos!
Se puso de pie y lo mismo hizo Juan, ambos subiendo con prisa al amplio y bien iluminado dormitorio de Corina.
-¿Nos desvestimos? –preguntó Juan con timidez-.
-¡Pero claro! –dijo Corina, y empezó a desnudarse. Juan no empezó a hacerlo hasta que su mamá no se sacó la última prenda que llevaba puesta, que eran sus las medias.
Pronto, ambos estuvieron completamente desnudos, admirándose. Juan era delgado pero atlético, su cuerpo dirigiéndose a la madurez como un tren expreso, aunque sin perder el aspecto adolescente. Corina era una obra de arte a contemplar. Juan ya le había echado breves vistazos a sus tetas en alguna que otra ocasión, pero poder admirarlas en toda su gloria como estaba haciendo ahora era una experiencia de otro nivel. Sin embargo, al darle la espalda para abrir el cajón de su mesita de noche, Juan descubrió cuál era la mejor característica de la hembra que tenía frente suyo: el culo.
Corina sacó de la mesita de noche un frasquito de vaselina y se acercó a Juan con una gran sonrisa para colocarle un poco en la verga dura como diamante que exhibía.
-Esto ayudará –comentó-. Va a facilitar que me la claves, mi amor.
Terminó de engrasar el instrumento de su hijo y le entregó el frasquito y se subió a la cama. Juan sintió una descarga de adrenalina al ver a su madre en cuatro con el culo desnudo apuntándole. Sus nalgas redondas y suaves, su cueva rosadita y bien peluda, y su pequeño ano rodeado de arruguitas
-Colócame un poco en el culo –dijo por encima del hombro.
-Bueno –murmuró Juan, colocando un poco de vaselina en sus dedos y aplicándola con cuidado de acuerdo a las indicaciones que Corina le daba.
-Hazlo con cuidado, mi cielo, pero no tengas miedo de ir un poquito más allá. De hecho, haría falta que metas un poquito uno de tus dedos.
Juan obedeció e hizo presión con su dedo medio. Alucinó al ver cómo la primera falange entraba con cierta facilidad en el culo de su madre. No pudo evitar el impulso de acariciarse el pito. Sentía que le iba a explotar. Cuando terminó, dejó el frasco de vaselina en el piso y se arrodilló detrás de su madre.
-¿Cómo lo hago? –preguntó, dándose cuenta de lo novato que era en verdad.
-Sólo coloca la punta de tu pito en la entrada de mi culo –dijo Corina-, y empuja. Empuja con lentitud.
Juan siguió las instrucciones, sintiendo cómo el ano de su madre se fruncía cuando en él apoyó su herramienta. Comenzó a aplicar presión. El culo de su mamá ofreció un poco de resistencia antes de ceder y abrirse lentamente. Juan sintió que el corazón se le saldría por la boca cuando vio y sintió que la mitad de su verga se deslizaba en el apretado agujero entre las nalgas de su madre.
Corina dejó escapar un largo suspiro de placer puro. Hacía tanto tiempo que no se la cogían, tantos años… Y si bien el sexo anal no era la práctica que más le atraía, sentía un júbilo orgásmico en todo el cuerpo al reparar en el hecho de que el dueño del instrumento que se metía en sus entrañas era su propio hijo.
-¡Sigue! – le pidió entre suspiros la cuarentona, y su hijo le hizo caso, enterrando el resto de su pito en el culo que lo recibía.
-Esto se siente súper –dijo, con un hilo de voz-. Demasiado súper.
-Bien –alcanzó a responder su madre-. Yo también me siento genial. Ahora, empieza a meterla y sacarla. Pero al sacarla, no la saques del todo, mi cielo. Deja al menos la cabeza de tu verga siempre adentro.
Un poco sorprendido de que su madre, una mujer que siempre procuraba mostrarse recatada al menos de puertas para afuera, usara la palabra “verga”, Juan comenzó la enculada aferrando con fuerza la cintura de Corina. Le voló la cabeza lo fantástico que se sentía penetrar el apretado culo húmedo de esa hembra hermosa.
Corina se apoyó sobre sus codos, incapaz de seguir sosteniéndose con sus manos por el placer intenso del que era presa. Colocó su cabeza sobre la almohada y cerró los ojos para disfrutar del éxtasis que experimentaba. El entusiasmo de la penetración algo torpe de Juan la calentó aún más. Ella iba a ser la primera mujer que recibiera dentro de su cuerpo la semilla de ese macho en ciernes.
Juan llegó a un nivel de excitación tal, que no fue capaz de controlarse. Después de casi diez minutos, empezó a sentir la inminencia de su eyaculación. No pudo detenerse, la idea ni siquiera se le cruzó por la cabeza. Su cuerpo se sacudió por el placer. Empezó a gemir con su voz aún no del todo desarrollada de adolescente. Soltó potentes chorros de leche en las profundidades de las entrañas de su madre. Fueron varios. Y fueron brutales.
-¡Mierda! ¡Ya...! ¡Ya…! ¡Yaaaaaaaaaaah…!
Corina gimió también. Llevó su cuerpo hacia atrás, para que la verga de su hijo entrara el máximo en su cuerpo y pudiera disparar su semen lo más adentro posible.
Después de unos minutos, el orgasmo de Juan comenzó a desvanecerse. Retiró su instrumento del interior de su madre y se sentó a recuperar el aliento.
-Eso sintió grandioso –le dijo a su madre, mientras ella se daba vuelta, aún en rodillas, para enfrentarlo.
-No podría estar más de acuerdo –respondió ella, llenándole la frente de besos tiernos, besos de una madre orgullosa-. Se está haciendo tarde. ¿Te parece bien ir preparándote para acostarte, por favor?
-Claro, mami –respondió Juan. Hacía mucho que no llamaba “mami” a Corina. - Ejem, ¿vamos a repetir esto alguna vez?
-Seguro, ¿por qué no? ¿Qué te parece mañana después de la escuela?
-¡Super!
Corina lanzó un beso entre tierno y sensual a Juan mientras éste salía del dormitorio.
Juan pasó la siguiente jornada escolar distraído recordando lo divertido que había sido encular a su mamá. Había oído hace tiempo esa palabra, “encular”, pero no sabía qué significaba realmente. Ahora creía tener una idea bastante acertada de lo que era, y le además le gustaba. Sonaba a palabra de adulto.
Rechazaba la idea de pensar que habían tenido sexo. Sabía que era muy raro que un hombre tuviera sexo con su propia madre, ¡un signo de perversión, sin ninguna duda! Pero, como su madre le había asegurado el día anterior, no estaban teniendo “sexo-sexo”, sólo divirtiéndose sin la ropa puesta.
Mientras tanto, Corina pasó su mañana en la oficina emocionada y excitada, pensando en el placer que su joven hijo le había hecho sentir al penetrar su culo. Tenía la firme convicción de que realmente no estaba teniendo sexo con su hijo, sólo divirtiéndose. Sin ropa.
Se había despertado temprano esa mañana, habiendo dormido desnuda por primera vez en muchos años a pesar de ser invierno. Sintió el deseo de ir a despertar a Juan y preguntarle si no deseaba un poco de diversión antes de la escuela, pero le pareció que sería muy intrusivo. Lo dejó dormir.
Pero Juan también se había levantado temprano aquella mañana, gracias a la intensa erección que sufría su miembro. En esos momentos, le hubiera encantado ver a su mamá entrando en la habitación, preguntándole si le apetecía visitar su culo otra vez.
Así pues, ambos se encontraban más que dispuestos esa tarde cuando se encontraron en casa. Intercambiaron un par de frases de cortesía, pero no pasaron ni cinco minutos para que Juan le sugiriera a su mamá “hacer eso de nuevo”.
-Como gustes, mi cielo –dijo Corina, sonriendo-, estuve ansiosa todo el día, ¿sabes?
-¡Yo también! –dijo Juan, con ese entusiasmo del que sólo son capaces los jóvenes.
Llegaron al dormitorio de Corina en un parpadeo. Juan se sacó su ropa con torpeza y Corina se tomó su tiempo. Para cuando se quitó las medias, Juan ya estaba embadurnándose la dura verga con vaselina.
-¿La vas a usar, mami?
-¿Qué tal si me la colocas tú, mi vida? Como ayer –dijo Corina, subiéndose a la cama y poniéndose en cuatro patas con el culo apuntando a su hijo.
Juan se sentó detrás de Corina y empezó a colocarle vaselina. Se relamía mientras sus dedos se deslizaban y entraban brevemente por el ano de la mujer, que suspiraba de placer.
Dejando la vaselina en el piso, Juan se arrodilló detrás de su mamá y colocó la cabeza de su instrumento en la entrada del culo recién lubricado. Empezó a hacer presión lentamente.
-Oh, mi cielo… –dijo Corina-. Muy bien, Juan, eso es. Mmmmm…
-Se siente tan bien –dijo Juan, cerrando los ojos, sin poder creer que otra vez su verga se deslizaba por el culo de su mamá. Aferró las caderas de Corina y empezó a encularla con ganas.
-Ve un poco más despacio –pidió Corina-. No quiero darte órdenes ni nada parecido, las órdenes y la diversión no hacen buena pareja, pero si vas más despacio esto va a durar más y hasta te vas a sentir mejor todavía.
-De acuerdo, mami –aceptó Juan, y comenzó a encular a su madre con lentitud. Descubrió que, en efecto, se sentía mejor, así que decidió tomárselo con calma y adoptar ese ritmo de ahí en más.
A Corina le preocupaba mostrarse ante su hijo como una puta en celo, así que amortiguaba sus gemidos y palabras de placer hundiendo la cabeza en la almohada. A Juan no le importaba mucho si se mostraba o no como una puta, le bastaba con sentir cómo el esfínter palpitante de su mamá actuaba como su puño al pajearse, y sentir las sensaciones maravillosas en su prepucio, su glande y el tronco de la verga.
-Muy bien, corazón –murmuró Corina-. Mmmmm…
-¿Te gusta, mami? –preguntó Juan, deseoso de que sus acciones le dieran placer a una de las personas que más amaba en el mundo. ¿Qué mejor que divertirse y, encima, hacer sentir bien a alguien más en el proceso?
-Lo estás haciendo muy, muy bien, mi vida –respondió Corina en un tono maternal.
Juan continuó montándose a Corina. De a momentos, se inclinaba a un costado para ver cómo sus tetas se balanceaban con las embestidas. Su control esta vez fue admirable. Juan soltó su leche recién treinta minutos después de empezar. Otra vez, gimió como si estuviera muriendo de placer y se sacudió con cada chorro de lefa disparado.
-Oh, Juan –suspiró la mujer, apretando los músculos de su recto, sintiendo que estaba inundado de caliente esperma.
-Te quiero mucho –alcanzó a decir Juan, dando una última embestida para vaciar sus bolas.
-¡Estuvo mejor que ayer! –exclamó Corina.
-¡Sí que sí!
-¿Repetimos?
-¿Ahora? –dijo Juan sorprendido, sin sacar aún la verga del culo de su madre.
-No, mi vida, ahora mismo no –dijo Corina luego de una risita-. Cuando estés listo.
-Bueno, muy bien.
-Más tarde, a la noche.
-¡Gracias, mami!
Finalmente, retiró su miembro del interior de su madre, se vistió y fue abajo.
Pasaron las horas. Corina preparó una deliciosa cena de pollo con papas que ambos comieron fruición. Para cuando el lavavajillas empezaba su ciclo, madre e hijo volvían a estar en la cama, desnudos. Juan se montó a su mamá sin parar hasta volver a depositar una buena descarga de leche en sus entrañas. Se sintió un poco cansado, así que decidió tomar un descanso. Bajaron a la sala a ver una película y, para cuando terminó y ya era hora de acostarse, Juan se bajó los pantalones mostrando una semierección. Corina se limitó a sonreír. Acarició el pito de su hijo amado.
-¿Una vez más, mi vida?
-Sí, por favor. ¿Podemos hacerlo aquí?
“Ajá, parece que tenemos un pequeño guarro aquí entre nos…”, pensó Corina
-¿Aquí, mi cielo? No veo por qué no. Déjame ir a buscar la vaselina.
-No te molestes. Ya la voy a buscar yo.
-No, no, no, no, mi vida. Insisto. Quédate aquí. La voy a buscar yo. Mientras, puedes ir poniendo a punto esa preciosidad tuya. Para cuando vuelva, quiero verla en todo su esplendor.
Así que Juan se quedó sentado en el sofá, acariciando su verga para ponerla al máximo, esperando que su mamá trajera la vaselina.
Una hora y media después, Corina se acostó a dormir con tres descargas de caliente leche bien adentro de su culo.
Continuaron así conforme pasaron las semanas.
Juan sólo lo veía como una forma de masturbación, usando el esfínter de su madre en lugar de su puño. Eso le permitió silenciar los pequeños chispazos de culpa que surgieron. Pronto dejó de pensar en esa cuestión. Igual que su mamá. Corina, una mujer que llevaba ya demasiado tiempo conteniéndose y reprimiendo sus impulsos naturales, venía considerando comprar un consolador antes de que sus travesuras con su hijo comenzaran. Sintió paz interior cuando consideró que lo que estaba haciendo era masturbarse con la ayuda de otra persona.
Se preguntó en un par de ocasiones si estaría bien sugerir tener “sexo-sexo”, pero pensándolo bien, así ya se sentía bien. Recibir verga por el culo, advirtió, era quizás más placentero que por adelante. Juan sentía lo mismo. Encular a su mamá se sentía fantástico. Si acaso hacerlo por el otro orificio se sentía mejor, ya lo descubriría cuando tuviera novia y la llevara a la cama.
Una tarde, mientras montaba a su mamá como desquiciado, Juan le preguntó si no le molestaría hacerle una mamada “como esa vez en el baño”. Corina aceptó gustosa. Esa noche, en lugar de dejarse encular, lamió, besó y chupó el pito de su hijo hasta que disparó una generosa cantidad de leche en su boca.
Si cualquier otra cosa aparte de sexo vaginal estaba permitida, Corina le planteó a Juan que entonces tal vez disfrutaría una paja con sus tetas. Se acostó y le indicó a su hijo que se sentara sobre su estómago y colocara su instrumento entre las tetas. Apretó con ellas la verga de su hijo, envolviéndola por completo, y le dijo que diera suaves embestidas. El glande del muchacho era lo único que emergía del abrigo de esos pechos suaves, y Corina aprovechaba para darle lamidas y besos. No mucho tiempo después, Juan soltó una buena lechada que cubrió el cuello y el mentón de su madre. Esto, junto con las mamadas, se convirtió en otra práctica recurrente para madre e hijo. Juan, siempre juguetón, se incorporaba un momento antes de eyacular y vaciaba sus huevos en la cara de Corina, o también sobre sus tetas para luego acariciar los pezones con su verga hasta que perdía dureza.
Las enculadas, no obstante, siguieron siendo la actividad principal. Ninguno de los dos se aburría de ellas.
Sin contar el entusiasmo de los primeros días, el ánimo de ambos se acostumbró a su nuevo pasatiempo y la relación adquirió una nueva normalidad. El sexo se daba siempre que a cualquiera de los dos le apetecía (por lo general, una vez antes de salir a la escuela/trabajo, una vez apenas regresaban a casa, y luego una o dos veces antes de ir a la cama). Dormían en camas separadas durante días hábiles, pero empezaron a dormir juntos los viernes y los sábados para tener una larga sesión matutina tan pronto como se despertaban.
Juan se preguntó en voz alta un día cuánto sería capaz de eyacular en un día. Corina le dijo en broma que sería interesante averiguarlo. Juan no captó la ironía, y lo tomó como un reto. Ese domingo, montó a su mamá siempre que se sintió cachondo. A Corina le impresionó que su pequeño semental fue capaz de disparar once lechadas antes de la medianoche. No podía sentirse más orgullosa.
Una mañana, Corina se despertó más temprano de lo habitual. Dormía desnuda, como era su costumbre hace meses. Antes de abrir la puerta para ir al dormitorio de Juan, se le ocurrió ponerse algo para excitarlo aún más. No era necesario, para nada. Su hijo parecía ser un guarro insaciable. Aun así, Corina quiso verse más atractiva que de costumbre.
No se había comprado lencería en años, pero recordaba que alguna prenda de ese estilo tenía. Hurgando en el fondo de su armario, encontró un camisón de satén blanco con encajes negros. Sonriendo como una diablilla, se lo puso.
Juan llevaba despierto unos minutos gracias a su erección matinal, aunque recién abrió los ojos cuando oyó que su madre entraba.
-Buenos días, mi cielo –dijo ella.
-Hola mamá –respondió Juan. Abrió los ojos de par en par cuando reparó en el aspecto de su madre.
Si bien podía decirse que Corina entraba dentro del promedio en lo que a físico respecta, el camisón blanco que vestía (que había comprado cuando tenía veintipocos años y era más delgada) acentuaba sus curvas. El cuello en v con elegantes encajes negros dejaba al descubierto un impresionante escote, y sus pezones se notaban a través de la tela.
-Te ves fantástica, mamá.
-Gracias, mi vida.
-Lástima que tengo que ir a la escuela…
-Hoy no, tontito. Es feriado.
-¿Ah, sí? Qué bueno. Me olvidé. ¡Genial!
-¿Tienes planes para hoy? –preguntó Corina mientras abría las cortinas. Juan admiró su culo, sus redondas nalgas apenas cubiertas por el satén blanco.
-Quizás vaya al cine con unos amigos –le informó su hijo.
-¿A qué hora?
-A la tarde. Después de comer, seguramente. Ahora mismo, tengo otra cosa en mente.
-¡Yo también! –dijo Corina y quitó las sábanas de la cama de su hijo, revelando su esbelto cuerpo, su palpitante verga descansando sobre su bajo vientre. El pito del joven se veía un poco más largo que hace unos meses, cuando iniciaron sus jugueteos-. ¡Arriba, señorito!
Juan obedeció. Se levantó de la cama en un movimiento lleno de energía. Corina se subió y se puso en cuatro patas, no sin antes subirse lentamente el camisón para dejar al descubierto su precioso culo, que sacudió juguetonamente. A Juan se le hizo agua la boca, nunca antes se había sentido tan cachondo. Su verga estaba tan dura que casi le dolía.
-¡Sube a bordo, bebé! –dijo Corina, con la voz colmada de lujuria. Esa mañana dejó de sentir la necesidad de disimular su excitación.
Juan se subió y se arrodilló detrás de su mamá. Se sorprendió gratamente al descubrir que su ano ya estaba un poquito dilatado y cubierto de vaselina.
-Mamá…
-Ya estoy lista, mi vida. No me gustan los retrasos.
Juan no podía estar más de acuerdo. Colocó la punta de su verga en la entrada del orificio y presionó. Madre e hijo soltaron un profundo suspiro de éxtasis a medida que el pene se abría camino en el húmedo y apretado conducto.
Agarrando con fuerza las caderas de la hembra en celo que era su madre, Juan empezó con las embestidas. Los gemidos propios de animales no se hicieron esperar. Corina agarró la almohada, pero no hundió la cara en ella. Pronto, Juan llegó a enterrar por completo su instrumento en el culo de la mujer que lo trajo al mundo. Su pelvis producía un húmedo sonido parecido a una cachetada cada vez que se encontraba con las nalgas de Corina. Ella, por su parte, ayudaba a que el sonido fuera más intenso moviendo el culo hacia atrás y yendo al encuentro del ariete de su hijo.
Pasado un tiempo más bien breve, el orgasmo se hizo presente como un trueno en la verga de Juan, que soltó un grito parecido al de un animal y tuvo que aferrarse a los hombros de su madre para que los espasmos que sufría no le hicieran perder el equilibrio.
Cuando terminó de disparar la lechada, Juan respiró profundo. Aprovechando que su herramienta seguía incrustada en el culo de mamá, comenzó un suave mete-saca.
-Mierda –dijo-. Creo que podría seguir…
-¿Ah, sí? –dijo Corina, viendo por encima del hombro-. Bueno, sí… Aún la tienes durísima.
Juan aumentó el ritmo de sus embestidas, orgulloso de que su verga sólo hubiera perdido un poco de su rigidez. Sintiendo el calor del ano lubricado con su propio esperma, comenzó a penetrar de nuevo a su mamá.
-Mejor acuéstate, mamá –dijo, y su madre obedeció. Juan se acostó sobre ella, procurando encajar de la mejor manera su verga en el culo de Corina. Él reanudó las embestidas, mientras ella empezaba a gemir de nuevo. Como venía esforzándose en los últimos meses por durar más, Juan fue capaz de extender un buen rato esta segunda enculada. Él y Corina terminaron cubiertos de sudor y exhaustos cuando, poco más de media hora después, el adolescente soltó su segunda lechada de aquel día.
Permanecieron así, hijo sobre su madre, por un rato. Corina fue quien rompió el silencio.
-¿Tienes hambre, mi vida?
-Estoy famélico –anunció Juan, incorporándose. Su verga, al fin flácida, se deslizó del interior del bien usado culo de Corina.
-¿Qué tal un buen desayuno? Después necesito que me acompañes a hacer unas compras.
-¿Después puedo volver a encularte?
-Por supuesto, mi vida. Aunque… Me parece que también es necesario que empiece a hacerte conocer otras... Formas de divertirte.
-¿En serio? ¿Como cuáles?
-Te dire qué hacer. Ve a lavarte los dientes, yo haré lo mismo. Te espero en la cocina.
-¿Para…?
-Creo que ya va siendo hora de que te enseñe a besar como se debe.
-¡Ya llegué, mamá! –anunció Juan mientras entraba en la sala y dejaba su mochila en un sillón-. ¿Mamá?
Habitualmente, Corina, su madre, se encontraba cocinando cuando él regresaba de la escuela, pero esta vez no se la veía por ningún lado.
Encogiéndose de hombros, Juan subió las escaleras. No aguantaba más las ganas de mear. Soltó un par palabrotas cuando encontró cerrada la puerta del baño. Podían oírse del otro lado los inconfundibles sonidos de alguien bañándose.
-¿Mamá?
-¿Sí, cariño? –respondió Corina.
-¿Vas a demorarte mucho? Me estoy mean… Me estoy orinando encima.
-¡Acabo de entrar! –dijo Corina-. Bueno, no importa, entra. La puerta está sin traba.
A Juan le pareció un poco raro entrar al baño mientras su mamá se bañaba, pero su vejiga estaba a punto de reventar. No tenía alternativa. Apenas entró al baño, miró por instinto a donde su mamá estaba.
La bañera estaba cubierta de espuma, lo que mantenía oculto el cuerpo de la hembra de cuarenta y un años, aunque sus pechos estaban casi expuestos: su escote totalmente a la vista y sus pezones apenas bajo el nivel del agua.
-Holis, Juan –saludó cariñosamente Corina.
-Hola mamá –respondió Juan con timidez, haciendo un esfuerzo para apartar la vista del escote de su mamá y acercándose al inodoro. Bajó sus pantalones cortos hasta las rodillas e hizo lo mismo con su ropa interior. Un potente chorro de orina se hizo oír mientras el alivio se propagaba en su cuerpo.
Desde donde estaba, Corina admiró a su apuesto hijo mientras meaba. Juan era esbelto y tenía cabello largo muy oscuro, como el de ella. Le encantaban las piernas estilizadas del chico y su culo redondo y rígido. De hecho, Juan era lo único a rescatar de su desastroso matrimonio.
-¿Qué tal tu día?
-Bien –respondió Juan, volteándose-. En educación física jugamos al futbol y anoté tres goles.
Corina se había erguido un poco, lo suficiente para que sus pezones salieran a la superficie. Juan no pudo evitar mirarla no como su madre, sino como una cuarentona más que deseable. Sus tetas, que se mantenían firmes, tenían el tamaño justo y las coronaban delicados pezones de color rosa. Su soberbio culo, duro y suave a la vez. Sus piernas carnosas. Su estómago apenas flojo. Una vez más, pensó en lo mucho que se parecía a la japonesa Ryoko Murakami, una de las actrices a las que más pajas le había dedicado.
Corina se había divorciado hacía nueve años. Había tenido alguna que otra relación casual desde entonces, pero nada serio. Y definitivamente nada como su exmarido, alguien cargado de defectos, pero con una verga prodigiosa y un talento magistral para montarla como perra en celo que no había vuelto a encontrar en ningún otro hombre. Corina decidió entonces centrarse en su carrera, así que las chances de conocer a alguien fueron reduciéndose cada vez más.
El cosquilleo casi constante en su entrepierna que solía sentir cuando era más joven había vuelto a aparecer discretamente hacía unas semanas con potencia inusitada. Aunque su vocecita de niña bien de familia conservadora en su cabeza le decía que no estaba bien ser así de pervertida, fue incapaz de resistirse a mirar a su hijo con lujuria luego de darse cuenta de que su retoño estaba creciendo.
Juan terminó de mear y tiró la cadena, subiéndose su ropa interior y sus pantalones.
-¿Me alcanzarías una toalla, mi vida? –le pidió Corina, que había quitado el tapón de la bañera.
-Eh, seguro, mamá –dijo Juan. Tomó una toalla negra del armario junto al lavamanos y fue a entregársela a su mamá. Sus ojos se clavaron en las tetas de Corina, a pesar de la timidez que acuciaba.
-Gracias, mi vida –dijo Corina. Levantó los brazos para secarse la cara, lo cual hizo que sus melones se levantaran también. Dejó caer la toalla al piso y miró a Juan directo a los ojos-. ¿Crees que tu anciana madre todavía se ve bonita?
-Pero claro… -respondió Juan, viendo ya sin disimulo las tetas de su madre-. Quiero decir, siempre fuiste bonita. Y lo sigues siendo. Eso no ha cambiado. No eres una anciana, para nada. El tiempo pasa para todos y por lo visto ha sido muy amable contigo.
-Eres un jovencito tan dulce –dijo Corina. Se dio cuenta de un bulto que crecía en los pantalones cortos de su hijo. Su instinto de hembra la hizo actuar. Llevó una mano a la entrepierna del adolescente y palpó con delicadeza-. El tiempo también ha pasado para ti. Has crecido.
Juan soltó un suspiro. Sintió que su verga alcanzaba en tiempo record una dureza que pocas veces había sentido.
Mientras con una mano acariciaba el paquete del muchacho, Corino usó la otra para bajar con delicadeza sus pantalones y su ropa interior. Quedó expuesto el instrumento de su hijo: poco más de dieciséis centímetros de carne durísima rodeada de venas y coronada por una hinchada cabeza púrpura de la que empezaba a manar líquido pre seminal. Si bien estaba más que bien, Corina cayó en la cuenta de que a Juan todavía le quedaban unos cuantos años de desarrollo, así que esa verga seguramente se vería aún mejor. Quizás tan bien como el garrote que portaba su exmarido.
-Dime si te gusta, mi vida –dijo Corina, aferrando con suavidad el falo de su hijo e iniciando una lenta masturbación.
Juan asintió como toda respuesta. Se sentía extraño. Es decir, ¡su propia madre lo estaba pajeando! No obstante, para un chico virgen, la sensación de una mano ajena acariciándolo y masturbándolo era demasiado estimulante como para prestarle atención a tontas razones morales. Juan experimentaba oleajes de euforia que nacían en su entrepierna y se expandían por todo su cuerpo.
-Me encanta –dijo, con un hilo de voz.
-Si quieres que pare, sólo dímelo –dijo Corina. Continuó haciéndole una lenta paja a Juan por unos minutos antes de arrodillarse y comenzar a besarle el glande. Entre beso y beso, intercalaba palabras de amor para su hijo querido y elogios para su instrumento. Siguieron las lamidas. Corina humedecía bien su lengua y recorría con ella desde la base de la verga hasta la punta, donde depositaba otro beso lleno de cariño. Finalmente, se la metió en la boca. Hacía años que Corina no albergaba un pene en la boca. Sintió un escalofrío. El cosquilleo en su entrepierna se potenció. Su clítoris le pedía atención a gritos. Pero, en cambio, llevó sus manos al culo de su hijo y acarició sus suaves nalgas. Continuó chupando, saboreando la carne joven con gran delectación.
Juan todavía sentía culpa, pero era incapaz por completo de detener la mamada de su madre. De hecho, cuando su madre llevó su mano derecha a sus huevos para acariciarlos mientras con la otra continuaba palpando su culo, sus caderas parecieron cobrar vida y empezaron un leve movimiento. Sin ser del todo consciente del hecho, estaba follando la boca de su mamá.
Corina tuvo el presentimiento de que su hijo estaba próximo a eyacular. Comenzó a mamar con más ímpetu y a gemir. Deseaba recibir la semilla fresca del muchacho.
-Ya me… -murmuró Juan. No pudo terminar la frase. Le daba muchísima vergüenza decir “ya me salta la leche” a su propia mamá.
Corina sabía de todas formas lo que Juan trató de decirle. Un estremecimiento la recorrió al sentir el cuerpo de su hijo ponerse rígido un instante antes de que comenzara a eyacular. Juan gemía y suspiraba mientras sentía las descargas de placer de cada lechazo que depositaba en la boca de la hembra que lo trajo al mundo. Corina tragó semen tan rápido como la verga de su hijo lo escupía. Y la continuó mamando hasta que perdió su dureza. Al fin, la retiró de su boca.
-Gracias –dijo Juan, sin poder pensar en otra cosa que decir. Su libido había tomado el control mientras su madre le hacía el amor a su verga, pero ahora que ya había eyaculado, la culpa tenía vía libre.
-De nada, mi vida –respondió Corina-. Ahora ve a cambiarte, o puedes darte un baño mientras preparo el almuerzo.
-Claro, mamá. Gracias.
Juan se acomodó la ropa y fue a su dormitorio.
Corina sonrió. Saboreó cada sensación de la experiencia que acababa de tener. Sin duda, su hijo estaba un poco turbado por lo que le había hecho, algo esperable y normal. Quería repetir lo que acababa de ocurrir. E incluso ir más lejos. Todo dependía de si Juan querría o no.
Después de la cena, Corina y Juan estaban sentados en el sofá de la sala, mirando televisión. Ambos tenían bien presentes los eventos de la tarde, pero ninguno se animaba a decir algo al respecto. Corina era optimista. Juan venía juntando valor durante la última hora para hacer un comentario, pero cuando hacía contacto visual con su mamá, se acobardaba, sonreía y volvía a mirar la televisión. Corina decidió esperar.
Eventualmente, Juan se armó de coraje y se dirigió a Corina.
-¿Mamá?
-¿Sí, mi vida?
-Sobre esta tarde… Ya sabes… Lo que hiciste. Lo que hicimos.
-¿Si…? –Corina sonrió con picardía.
-Eh… ¿Podríamos, ya sabes, hacerlo de nuevo? ¿Te gustaría?
-Claro que sí. Yo lo disfruté. ¿Y tú?
-Pues… Sí –dijo Juan, asintiendo enérgicamente-. Fue divertido. ¿Pero no estuvo, ejem, mal? Quiero decir, no sé qué tan normal es que un chico tenga, ejem, sexo con su madre. Me parece.
-Pero no fue sexo, mi vida –replicó Corina-. No fue “sexo-sexo”. Sexo completo. Solamente fue algo de diversión mutua que compartimos. Eso está bien.
-¿Lo está?
-Claro que sí. El sexo realmente sólo es la penetración vaginal, mi vida. ¿No tuviste clases de educación sexual en la escuela?
-Sí, el mes pasado.
-Bueno –continuó Corina-, el “sexo-sexo” es la cópula al 100%. Mientras hagamos otras cositas no pasa nada. Sólo diversión, sin problemas.
Juan se puso contentísimo. Sintió una fuerte confianza repentina para pedirle a su mamá una nueva mamada. Sin embargo, Corina tuvo otra idea:
-Lo que podríamos intentar –dijo- es el sexo anal. ¿Oíste algo al respecto?
-Pues… –dijo Juan, inseguro de ser franco-. Vi cómo es en una revista, una revista de un amigo. Eh, era sólo de eso la revista, de sexo anal. Es cuando una mujer recibe el pene por el culo, ¿no?
-Así es. ¿Lo intentamos?
-Bueno… No es sexo, ¿no?
-No es “sexo-sexo” –le aseguró Corina a su hijito-. Es sólo una travesura, divertirse sin la ropa puesta. Como esta tarde, mi amor. ¡Vamos!
Se puso de pie y lo mismo hizo Juan, ambos subiendo con prisa al amplio y bien iluminado dormitorio de Corina.
-¿Nos desvestimos? –preguntó Juan con timidez-.
-¡Pero claro! –dijo Corina, y empezó a desnudarse. Juan no empezó a hacerlo hasta que su mamá no se sacó la última prenda que llevaba puesta, que eran sus las medias.
Pronto, ambos estuvieron completamente desnudos, admirándose. Juan era delgado pero atlético, su cuerpo dirigiéndose a la madurez como un tren expreso, aunque sin perder el aspecto adolescente. Corina era una obra de arte a contemplar. Juan ya le había echado breves vistazos a sus tetas en alguna que otra ocasión, pero poder admirarlas en toda su gloria como estaba haciendo ahora era una experiencia de otro nivel. Sin embargo, al darle la espalda para abrir el cajón de su mesita de noche, Juan descubrió cuál era la mejor característica de la hembra que tenía frente suyo: el culo.
Corina sacó de la mesita de noche un frasquito de vaselina y se acercó a Juan con una gran sonrisa para colocarle un poco en la verga dura como diamante que exhibía.
-Esto ayudará –comentó-. Va a facilitar que me la claves, mi amor.
Terminó de engrasar el instrumento de su hijo y le entregó el frasquito y se subió a la cama. Juan sintió una descarga de adrenalina al ver a su madre en cuatro con el culo desnudo apuntándole. Sus nalgas redondas y suaves, su cueva rosadita y bien peluda, y su pequeño ano rodeado de arruguitas
-Colócame un poco en el culo –dijo por encima del hombro.
-Bueno –murmuró Juan, colocando un poco de vaselina en sus dedos y aplicándola con cuidado de acuerdo a las indicaciones que Corina le daba.
-Hazlo con cuidado, mi cielo, pero no tengas miedo de ir un poquito más allá. De hecho, haría falta que metas un poquito uno de tus dedos.
Juan obedeció e hizo presión con su dedo medio. Alucinó al ver cómo la primera falange entraba con cierta facilidad en el culo de su madre. No pudo evitar el impulso de acariciarse el pito. Sentía que le iba a explotar. Cuando terminó, dejó el frasco de vaselina en el piso y se arrodilló detrás de su madre.
-¿Cómo lo hago? –preguntó, dándose cuenta de lo novato que era en verdad.
-Sólo coloca la punta de tu pito en la entrada de mi culo –dijo Corina-, y empuja. Empuja con lentitud.
Juan siguió las instrucciones, sintiendo cómo el ano de su madre se fruncía cuando en él apoyó su herramienta. Comenzó a aplicar presión. El culo de su mamá ofreció un poco de resistencia antes de ceder y abrirse lentamente. Juan sintió que el corazón se le saldría por la boca cuando vio y sintió que la mitad de su verga se deslizaba en el apretado agujero entre las nalgas de su madre.
Corina dejó escapar un largo suspiro de placer puro. Hacía tanto tiempo que no se la cogían, tantos años… Y si bien el sexo anal no era la práctica que más le atraía, sentía un júbilo orgásmico en todo el cuerpo al reparar en el hecho de que el dueño del instrumento que se metía en sus entrañas era su propio hijo.
-¡Sigue! – le pidió entre suspiros la cuarentona, y su hijo le hizo caso, enterrando el resto de su pito en el culo que lo recibía.
-Esto se siente súper –dijo, con un hilo de voz-. Demasiado súper.
-Bien –alcanzó a responder su madre-. Yo también me siento genial. Ahora, empieza a meterla y sacarla. Pero al sacarla, no la saques del todo, mi cielo. Deja al menos la cabeza de tu verga siempre adentro.
Un poco sorprendido de que su madre, una mujer que siempre procuraba mostrarse recatada al menos de puertas para afuera, usara la palabra “verga”, Juan comenzó la enculada aferrando con fuerza la cintura de Corina. Le voló la cabeza lo fantástico que se sentía penetrar el apretado culo húmedo de esa hembra hermosa.
Corina se apoyó sobre sus codos, incapaz de seguir sosteniéndose con sus manos por el placer intenso del que era presa. Colocó su cabeza sobre la almohada y cerró los ojos para disfrutar del éxtasis que experimentaba. El entusiasmo de la penetración algo torpe de Juan la calentó aún más. Ella iba a ser la primera mujer que recibiera dentro de su cuerpo la semilla de ese macho en ciernes.
Juan llegó a un nivel de excitación tal, que no fue capaz de controlarse. Después de casi diez minutos, empezó a sentir la inminencia de su eyaculación. No pudo detenerse, la idea ni siquiera se le cruzó por la cabeza. Su cuerpo se sacudió por el placer. Empezó a gemir con su voz aún no del todo desarrollada de adolescente. Soltó potentes chorros de leche en las profundidades de las entrañas de su madre. Fueron varios. Y fueron brutales.
-¡Mierda! ¡Ya...! ¡Ya…! ¡Yaaaaaaaaaaah…!
Corina gimió también. Llevó su cuerpo hacia atrás, para que la verga de su hijo entrara el máximo en su cuerpo y pudiera disparar su semen lo más adentro posible.
Después de unos minutos, el orgasmo de Juan comenzó a desvanecerse. Retiró su instrumento del interior de su madre y se sentó a recuperar el aliento.
-Eso sintió grandioso –le dijo a su madre, mientras ella se daba vuelta, aún en rodillas, para enfrentarlo.
-No podría estar más de acuerdo –respondió ella, llenándole la frente de besos tiernos, besos de una madre orgullosa-. Se está haciendo tarde. ¿Te parece bien ir preparándote para acostarte, por favor?
-Claro, mami –respondió Juan. Hacía mucho que no llamaba “mami” a Corina. - Ejem, ¿vamos a repetir esto alguna vez?
-Seguro, ¿por qué no? ¿Qué te parece mañana después de la escuela?
-¡Super!
Corina lanzó un beso entre tierno y sensual a Juan mientras éste salía del dormitorio.
Juan pasó la siguiente jornada escolar distraído recordando lo divertido que había sido encular a su mamá. Había oído hace tiempo esa palabra, “encular”, pero no sabía qué significaba realmente. Ahora creía tener una idea bastante acertada de lo que era, y le además le gustaba. Sonaba a palabra de adulto.
Rechazaba la idea de pensar que habían tenido sexo. Sabía que era muy raro que un hombre tuviera sexo con su propia madre, ¡un signo de perversión, sin ninguna duda! Pero, como su madre le había asegurado el día anterior, no estaban teniendo “sexo-sexo”, sólo divirtiéndose sin la ropa puesta.
Mientras tanto, Corina pasó su mañana en la oficina emocionada y excitada, pensando en el placer que su joven hijo le había hecho sentir al penetrar su culo. Tenía la firme convicción de que realmente no estaba teniendo sexo con su hijo, sólo divirtiéndose. Sin ropa.
Se había despertado temprano esa mañana, habiendo dormido desnuda por primera vez en muchos años a pesar de ser invierno. Sintió el deseo de ir a despertar a Juan y preguntarle si no deseaba un poco de diversión antes de la escuela, pero le pareció que sería muy intrusivo. Lo dejó dormir.
Pero Juan también se había levantado temprano aquella mañana, gracias a la intensa erección que sufría su miembro. En esos momentos, le hubiera encantado ver a su mamá entrando en la habitación, preguntándole si le apetecía visitar su culo otra vez.
Así pues, ambos se encontraban más que dispuestos esa tarde cuando se encontraron en casa. Intercambiaron un par de frases de cortesía, pero no pasaron ni cinco minutos para que Juan le sugiriera a su mamá “hacer eso de nuevo”.
-Como gustes, mi cielo –dijo Corina, sonriendo-, estuve ansiosa todo el día, ¿sabes?
-¡Yo también! –dijo Juan, con ese entusiasmo del que sólo son capaces los jóvenes.
Llegaron al dormitorio de Corina en un parpadeo. Juan se sacó su ropa con torpeza y Corina se tomó su tiempo. Para cuando se quitó las medias, Juan ya estaba embadurnándose la dura verga con vaselina.
-¿La vas a usar, mami?
-¿Qué tal si me la colocas tú, mi vida? Como ayer –dijo Corina, subiéndose a la cama y poniéndose en cuatro patas con el culo apuntando a su hijo.
Juan se sentó detrás de Corina y empezó a colocarle vaselina. Se relamía mientras sus dedos se deslizaban y entraban brevemente por el ano de la mujer, que suspiraba de placer.
Dejando la vaselina en el piso, Juan se arrodilló detrás de su mamá y colocó la cabeza de su instrumento en la entrada del culo recién lubricado. Empezó a hacer presión lentamente.
-Oh, mi cielo… –dijo Corina-. Muy bien, Juan, eso es. Mmmmm…
-Se siente tan bien –dijo Juan, cerrando los ojos, sin poder creer que otra vez su verga se deslizaba por el culo de su mamá. Aferró las caderas de Corina y empezó a encularla con ganas.
-Ve un poco más despacio –pidió Corina-. No quiero darte órdenes ni nada parecido, las órdenes y la diversión no hacen buena pareja, pero si vas más despacio esto va a durar más y hasta te vas a sentir mejor todavía.
-De acuerdo, mami –aceptó Juan, y comenzó a encular a su madre con lentitud. Descubrió que, en efecto, se sentía mejor, así que decidió tomárselo con calma y adoptar ese ritmo de ahí en más.
A Corina le preocupaba mostrarse ante su hijo como una puta en celo, así que amortiguaba sus gemidos y palabras de placer hundiendo la cabeza en la almohada. A Juan no le importaba mucho si se mostraba o no como una puta, le bastaba con sentir cómo el esfínter palpitante de su mamá actuaba como su puño al pajearse, y sentir las sensaciones maravillosas en su prepucio, su glande y el tronco de la verga.
-Muy bien, corazón –murmuró Corina-. Mmmmm…
-¿Te gusta, mami? –preguntó Juan, deseoso de que sus acciones le dieran placer a una de las personas que más amaba en el mundo. ¿Qué mejor que divertirse y, encima, hacer sentir bien a alguien más en el proceso?
-Lo estás haciendo muy, muy bien, mi vida –respondió Corina en un tono maternal.
Juan continuó montándose a Corina. De a momentos, se inclinaba a un costado para ver cómo sus tetas se balanceaban con las embestidas. Su control esta vez fue admirable. Juan soltó su leche recién treinta minutos después de empezar. Otra vez, gimió como si estuviera muriendo de placer y se sacudió con cada chorro de lefa disparado.
-Oh, Juan –suspiró la mujer, apretando los músculos de su recto, sintiendo que estaba inundado de caliente esperma.
-Te quiero mucho –alcanzó a decir Juan, dando una última embestida para vaciar sus bolas.
-¡Estuvo mejor que ayer! –exclamó Corina.
-¡Sí que sí!
-¿Repetimos?
-¿Ahora? –dijo Juan sorprendido, sin sacar aún la verga del culo de su madre.
-No, mi vida, ahora mismo no –dijo Corina luego de una risita-. Cuando estés listo.
-Bueno, muy bien.
-Más tarde, a la noche.
-¡Gracias, mami!
Finalmente, retiró su miembro del interior de su madre, se vistió y fue abajo.
Pasaron las horas. Corina preparó una deliciosa cena de pollo con papas que ambos comieron fruición. Para cuando el lavavajillas empezaba su ciclo, madre e hijo volvían a estar en la cama, desnudos. Juan se montó a su mamá sin parar hasta volver a depositar una buena descarga de leche en sus entrañas. Se sintió un poco cansado, así que decidió tomar un descanso. Bajaron a la sala a ver una película y, para cuando terminó y ya era hora de acostarse, Juan se bajó los pantalones mostrando una semierección. Corina se limitó a sonreír. Acarició el pito de su hijo amado.
-¿Una vez más, mi vida?
-Sí, por favor. ¿Podemos hacerlo aquí?
“Ajá, parece que tenemos un pequeño guarro aquí entre nos…”, pensó Corina
-¿Aquí, mi cielo? No veo por qué no. Déjame ir a buscar la vaselina.
-No te molestes. Ya la voy a buscar yo.
-No, no, no, no, mi vida. Insisto. Quédate aquí. La voy a buscar yo. Mientras, puedes ir poniendo a punto esa preciosidad tuya. Para cuando vuelva, quiero verla en todo su esplendor.
Así que Juan se quedó sentado en el sofá, acariciando su verga para ponerla al máximo, esperando que su mamá trajera la vaselina.
Una hora y media después, Corina se acostó a dormir con tres descargas de caliente leche bien adentro de su culo.
Continuaron así conforme pasaron las semanas.
Juan sólo lo veía como una forma de masturbación, usando el esfínter de su madre en lugar de su puño. Eso le permitió silenciar los pequeños chispazos de culpa que surgieron. Pronto dejó de pensar en esa cuestión. Igual que su mamá. Corina, una mujer que llevaba ya demasiado tiempo conteniéndose y reprimiendo sus impulsos naturales, venía considerando comprar un consolador antes de que sus travesuras con su hijo comenzaran. Sintió paz interior cuando consideró que lo que estaba haciendo era masturbarse con la ayuda de otra persona.
Se preguntó en un par de ocasiones si estaría bien sugerir tener “sexo-sexo”, pero pensándolo bien, así ya se sentía bien. Recibir verga por el culo, advirtió, era quizás más placentero que por adelante. Juan sentía lo mismo. Encular a su mamá se sentía fantástico. Si acaso hacerlo por el otro orificio se sentía mejor, ya lo descubriría cuando tuviera novia y la llevara a la cama.
Una tarde, mientras montaba a su mamá como desquiciado, Juan le preguntó si no le molestaría hacerle una mamada “como esa vez en el baño”. Corina aceptó gustosa. Esa noche, en lugar de dejarse encular, lamió, besó y chupó el pito de su hijo hasta que disparó una generosa cantidad de leche en su boca.
Si cualquier otra cosa aparte de sexo vaginal estaba permitida, Corina le planteó a Juan que entonces tal vez disfrutaría una paja con sus tetas. Se acostó y le indicó a su hijo que se sentara sobre su estómago y colocara su instrumento entre las tetas. Apretó con ellas la verga de su hijo, envolviéndola por completo, y le dijo que diera suaves embestidas. El glande del muchacho era lo único que emergía del abrigo de esos pechos suaves, y Corina aprovechaba para darle lamidas y besos. No mucho tiempo después, Juan soltó una buena lechada que cubrió el cuello y el mentón de su madre. Esto, junto con las mamadas, se convirtió en otra práctica recurrente para madre e hijo. Juan, siempre juguetón, se incorporaba un momento antes de eyacular y vaciaba sus huevos en la cara de Corina, o también sobre sus tetas para luego acariciar los pezones con su verga hasta que perdía dureza.
Las enculadas, no obstante, siguieron siendo la actividad principal. Ninguno de los dos se aburría de ellas.
Sin contar el entusiasmo de los primeros días, el ánimo de ambos se acostumbró a su nuevo pasatiempo y la relación adquirió una nueva normalidad. El sexo se daba siempre que a cualquiera de los dos le apetecía (por lo general, una vez antes de salir a la escuela/trabajo, una vez apenas regresaban a casa, y luego una o dos veces antes de ir a la cama). Dormían en camas separadas durante días hábiles, pero empezaron a dormir juntos los viernes y los sábados para tener una larga sesión matutina tan pronto como se despertaban.
Juan se preguntó en voz alta un día cuánto sería capaz de eyacular en un día. Corina le dijo en broma que sería interesante averiguarlo. Juan no captó la ironía, y lo tomó como un reto. Ese domingo, montó a su mamá siempre que se sintió cachondo. A Corina le impresionó que su pequeño semental fue capaz de disparar once lechadas antes de la medianoche. No podía sentirse más orgullosa.
Una mañana, Corina se despertó más temprano de lo habitual. Dormía desnuda, como era su costumbre hace meses. Antes de abrir la puerta para ir al dormitorio de Juan, se le ocurrió ponerse algo para excitarlo aún más. No era necesario, para nada. Su hijo parecía ser un guarro insaciable. Aun así, Corina quiso verse más atractiva que de costumbre.
No se había comprado lencería en años, pero recordaba que alguna prenda de ese estilo tenía. Hurgando en el fondo de su armario, encontró un camisón de satén blanco con encajes negros. Sonriendo como una diablilla, se lo puso.
Juan llevaba despierto unos minutos gracias a su erección matinal, aunque recién abrió los ojos cuando oyó que su madre entraba.
-Buenos días, mi cielo –dijo ella.
-Hola mamá –respondió Juan. Abrió los ojos de par en par cuando reparó en el aspecto de su madre.
Si bien podía decirse que Corina entraba dentro del promedio en lo que a físico respecta, el camisón blanco que vestía (que había comprado cuando tenía veintipocos años y era más delgada) acentuaba sus curvas. El cuello en v con elegantes encajes negros dejaba al descubierto un impresionante escote, y sus pezones se notaban a través de la tela.
-Te ves fantástica, mamá.
-Gracias, mi vida.
-Lástima que tengo que ir a la escuela…
-Hoy no, tontito. Es feriado.
-¿Ah, sí? Qué bueno. Me olvidé. ¡Genial!
-¿Tienes planes para hoy? –preguntó Corina mientras abría las cortinas. Juan admiró su culo, sus redondas nalgas apenas cubiertas por el satén blanco.
-Quizás vaya al cine con unos amigos –le informó su hijo.
-¿A qué hora?
-A la tarde. Después de comer, seguramente. Ahora mismo, tengo otra cosa en mente.
-¡Yo también! –dijo Corina y quitó las sábanas de la cama de su hijo, revelando su esbelto cuerpo, su palpitante verga descansando sobre su bajo vientre. El pito del joven se veía un poco más largo que hace unos meses, cuando iniciaron sus jugueteos-. ¡Arriba, señorito!
Juan obedeció. Se levantó de la cama en un movimiento lleno de energía. Corina se subió y se puso en cuatro patas, no sin antes subirse lentamente el camisón para dejar al descubierto su precioso culo, que sacudió juguetonamente. A Juan se le hizo agua la boca, nunca antes se había sentido tan cachondo. Su verga estaba tan dura que casi le dolía.
-¡Sube a bordo, bebé! –dijo Corina, con la voz colmada de lujuria. Esa mañana dejó de sentir la necesidad de disimular su excitación.
Juan se subió y se arrodilló detrás de su mamá. Se sorprendió gratamente al descubrir que su ano ya estaba un poquito dilatado y cubierto de vaselina.
-Mamá…
-Ya estoy lista, mi vida. No me gustan los retrasos.
Juan no podía estar más de acuerdo. Colocó la punta de su verga en la entrada del orificio y presionó. Madre e hijo soltaron un profundo suspiro de éxtasis a medida que el pene se abría camino en el húmedo y apretado conducto.
Agarrando con fuerza las caderas de la hembra en celo que era su madre, Juan empezó con las embestidas. Los gemidos propios de animales no se hicieron esperar. Corina agarró la almohada, pero no hundió la cara en ella. Pronto, Juan llegó a enterrar por completo su instrumento en el culo de la mujer que lo trajo al mundo. Su pelvis producía un húmedo sonido parecido a una cachetada cada vez que se encontraba con las nalgas de Corina. Ella, por su parte, ayudaba a que el sonido fuera más intenso moviendo el culo hacia atrás y yendo al encuentro del ariete de su hijo.
Pasado un tiempo más bien breve, el orgasmo se hizo presente como un trueno en la verga de Juan, que soltó un grito parecido al de un animal y tuvo que aferrarse a los hombros de su madre para que los espasmos que sufría no le hicieran perder el equilibrio.
Cuando terminó de disparar la lechada, Juan respiró profundo. Aprovechando que su herramienta seguía incrustada en el culo de mamá, comenzó un suave mete-saca.
-Mierda –dijo-. Creo que podría seguir…
-¿Ah, sí? –dijo Corina, viendo por encima del hombro-. Bueno, sí… Aún la tienes durísima.
Juan aumentó el ritmo de sus embestidas, orgulloso de que su verga sólo hubiera perdido un poco de su rigidez. Sintiendo el calor del ano lubricado con su propio esperma, comenzó a penetrar de nuevo a su mamá.
-Mejor acuéstate, mamá –dijo, y su madre obedeció. Juan se acostó sobre ella, procurando encajar de la mejor manera su verga en el culo de Corina. Él reanudó las embestidas, mientras ella empezaba a gemir de nuevo. Como venía esforzándose en los últimos meses por durar más, Juan fue capaz de extender un buen rato esta segunda enculada. Él y Corina terminaron cubiertos de sudor y exhaustos cuando, poco más de media hora después, el adolescente soltó su segunda lechada de aquel día.
Permanecieron así, hijo sobre su madre, por un rato. Corina fue quien rompió el silencio.
-¿Tienes hambre, mi vida?
-Estoy famélico –anunció Juan, incorporándose. Su verga, al fin flácida, se deslizó del interior del bien usado culo de Corina.
-¿Qué tal un buen desayuno? Después necesito que me acompañes a hacer unas compras.
-¿Después puedo volver a encularte?
-Por supuesto, mi vida. Aunque… Me parece que también es necesario que empiece a hacerte conocer otras... Formas de divertirte.
-¿En serio? ¿Como cuáles?
-Te dire qué hacer. Ve a lavarte los dientes, yo haré lo mismo. Te espero en la cocina.
-¿Para…?
-Creo que ya va siendo hora de que te enseñe a besar como se debe.