LorenzoDamour
Virgen
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Capítulo 1
A mis 23 años, la vida me ha puesto a prueba de formas que nunca imaginé. A los 18, me vi obligado a asumir una deuda con el banco que superaba los 150,000 euros, tras el fallecimiento de mi único tutor legal. Este hombre, que había sido mi pilar, poseía un patrimonio que incluía un lujoso Audi Q7 repleto de extras y un apartamento en una ciudad del noreste de la península ibérica. Sin embargo, ambas propiedades estaban hipotecadas, adquiridas gracias a la "buena fe" de los bancos, que habían prestado a mi padre más dinero del que realmente le correspondía para sostener un estilo de vida que nunca debería haber sido el suyo.
Cuando llegó el momento de aceptar la herencia, me encontré con el peso de aquellas propiedades. Al ser hijo único, las asumí, pero con ellas vino una abrumadora carga financiera. Mi primera reacción fue vender el coche; con ese dinero, esperaba poder liquidar la deuda del piso y liberarme de las cadenas que me ataban a esa herencia maldita. Pronto encontré un comprador, atraído por la elegancia y el poder de aquel automóvil que, como solían decir, era un “imán de miradas”. Nos reunimos y, tras una serie de preguntas sobre cómo un joven como yo podía tener tal coche, decidí compartirle mi historia.
Mi relato pareció resonar con él; su actitud se volvió más cercana y amable, incluso accedió a pagarme un poco más de lo acordado, como un gesto de solidaridad hacia mi situación. Con el dinero de la venta, logré reducir la deuda a casi la mitad, lo que me permitió refinanciar con el banco y continuar con mis pagos.
Pocos días después, el hombre me llamó para interesarse por mi bienestar y para invitarme a tomar un café, ya que se encontraba cerca. Agradecido por su generosidad, acepté su oferta. Nos encontramos en uno de esos bares de lujo donde se dice que te cobran hasta por respirar. Sin embargo, me sentí obligado a asistir, sabiendo que él había sido tan amable al negociar el precio del coche.
Esa primera cita fue como cualquier otra; hablamos de temas triviales y me pareció que, a pesar de nuestra diferencia de edad, había una conexión genuina. A lo largo de las siguientes semanas, nuestras reuniones se convirtieron en un ritual. Siempre se presentaba a buscarme en el coche de mi padre y jamás permitía que pagara por lo que consumíamos. Se preocupaba constantemente por mi situación económica, hasta que un día, la conversación tomó un giro inesperado.
Me preguntó cómo me iba con las chicas, y al contarle que, a pesar de haber perdido a mis padres, había tenido más éxito en esos últimos meses que en toda mi vida, noté un cambio en su expresión. Sin darle mucha importancia a mi respuesta, compartió una revelación personal: había estado soltero toda su vida, nunca había encontrado a la persona indicada y no había podido cumplir su sueño de ser padre. Entonces, con un gesto que me desconcertó, me entregó una bolsa y me dijo:
—Dentro hay algo. Pruébatelo y mañana nos vemos en este café, a la misma hora. Si no vienes con lo que hay dentro puesto, nuestra relación habrá terminado. Y lo mismo si decides no venir.
Pagó la cuenta, se despidió y me quedé solo, con la bolsa en la mano. Al abrirla, encontré un par de bragas rosas con encaje. No podía entender su intención, y al principio pensé que se trataba de una broma. Sin embargo, decidí probármelas, aunque me sentí ridículo y me las quité al instante. Esa noche, mientras reflexionaba sobre la peculiaridad de la situación, me dije: “Mañana me las pongo y veremos qué risas nos echamos”.
Capitulo 2
Al día siguiente, me levanté sintiéndome nervioso y confundido. Las bragas seguían sobre la mesa, un recordatorio absurdo de lo que me había pedido. No podía quitarme de la cabeza lo surrealista de la situación, pero decidí que, de todas formas, me las iba a poner. Quería entender hasta dónde llegaba esta extraña relación que había empezado con aquel hombre, que hasta ese momento me había ayudado tanto.
Cuando me puse las bragas, una sensación extraña recorrió mi cuerpo. No era solo la incomodidad física, sino la idea de estar haciendo algo tan fuera de lo común, algo que no encajaba con la dinámica que habíamos tenido hasta ahora. Me miré al espejo, aún vestido con mi ropa de siempre, y me reí un poco, intentando quitarle hierro al asunto. "Esto debe ser una broma", me dije. Después de todo, él siempre había sido muy amable conmigo, ¿verdad?
Llegué al café unos minutos antes de la hora acordada. El lugar estaba más lleno de lo habitual, lo cual me tranquilizó. Me senté en la misma mesa de siempre, esperando a que él llegara. No tardó mucho en aparecer, saludándome con una sonrisa amplia, pero esta vez noté algo distinto en su mirada, como si estuviera evaluándome de una manera más intensa.
— ¿Las llevas puestas? —me preguntó, directo, sin rodeos.
Un escalofrío recorrió mi espalda. No sabía qué esperar, pero no había imaginado que me lo preguntaría tan abiertamente. Asentí, sintiéndome expuesto de una manera que no me gustaba.
Él sonrió, una sonrisa que me hizo sentir incómodo, pero antes de que pudiera decir algo más, comenzó a hablar de temas triviales como solía hacer, como si lo que acababa de pasar no fuera nada fuera de lo común. Me sentí atrapado en una especie de juego extraño, pero no sabía cómo salirme de él. Después de todo, él había sido la única persona que realmente me había ayudado desde la muerte de mi padre.
Al final del café, antes de despedirnos, me miró de una manera que me resultó perturbadora.
— Eres un buen chico, sabes cumplir. Esto es solo el principio —dijo, y luego me palmeó el hombro como si hubiera hecho algo digno de elogio.
Me fui a casa sintiéndome raro, incómodo. Algo en todo esto no estaba bien, pero no sabía cómo ponerle fin. El hecho de que me hubiera ayudado tanto me hacía sentir una extraña deuda con él, pero... ¿a qué estaba jugando?
A medida que pasaban los días, seguíamos en contacto. Él me llamaba con frecuencia, y cada vez que quedábamos, me pedía algo más extraño. Primero fueron las bragas, luego algo más íntimo, siempre poniendo alguna condición que me hacía sentir incómodo, pero también con una promesa implícita de que si seguía cumpliendo, seguiría ayudándome con mis problemas financieros.
El dilema empezó a carcomerme. Me preguntaba hasta dónde estaba dispuesto a llegar solo para salir de la deuda, pero no podía evitar pensar en las consecuencias de ponerle fin a todo. El hombre había sido generoso, pero ¿a qué precio?
Una noche, después de otro encuentro incómodo, me senté solo en mi habitación. Mi cabeza era un caos de pensamientos. Sabía que estaba en una situación peligrosa, que este hombre estaba manipulando mis circunstancias, pero también me sentía atrapado, como si no tuviera otra opción. Entonces, tomé una decisión: buscaría una salida, aunque no fuera fácil, antes de que él pudiera empujarme más allá de lo que estaba dispuesto a soportar.
Sabía que el camino que venía sería complicado, pero estaba decidido a no dejar que el precio de mi libertad fuera mi dignidad.
Capitulo 3
Una noche, después de otro encuentro lleno de tensiones, me senté en la cama, observando la habitación en silencio. El aire se sentía denso, y mi mente no dejaba de darle vueltas a lo que estaba ocurriendo. Sabía que algo en esta relación había cruzado una línea, pero también me encontraba en una especie de neblina; parte de mí no quería admitir lo que estaba pasando, mientras otra parte sentía un magnetismo extraño hacia él. No podía negar que la atención que me brindaba era adictiva, que me hacía sentir visto, deseado, aunque en un contexto que me confundía.
Esa noche me pidió algo distinto. Mientras estábamos en el bar, me tomó de la mano por primera vez, un gesto inesperado que me dejó paralizado. Sus dedos recorrieron los míos con una suavidad calculada, y luego, en un susurro que rozó mi oído, me dijo:
— Esta vez no será solo una prenda. Quiero más.
Mi corazón latía desbocado, sin saber cómo reaccionar. Mis pensamientos eran un caos, una mezcla de rechazo, curiosidad, y... algo más que no quería reconocer. Sabía que el control que ejercía sobre mí iba más allá de lo material. Y, a pesar de todo, no pude decirle que no. Quedamos para vernos esa misma noche en su apartamento.
Cuando llegué, él me recibió con una sonrisa enigmática, como si ya supiera que vendría. El ambiente en su casa era íntimo, casi sofocante, las luces bajas y el aroma de incienso llenando el espacio. Me invitó a sentarme en un sillón mientras me observaba con una mirada que ya no ocultaba sus intenciones.
Me entregó una caja, más pequeña que la anterior, y cuando la abrí, vi una pieza de lencería aún más atrevida que la anterior. Sentí mi cuerpo tensarse, mi respiración acelerarse. Me miró a los ojos mientras se sentaba a mi lado, su mano tocando suavemente mi rodilla.
— Póntelo, ve a la habitación del anterior servicio, ahora —dijo con voz firme, aunque no agresiva.
Entre y me quedé sentado en el borde de la cama, mirando la prenda en mis manos. La tela era suave, delicada, pero cargada de un peso simbólico que me hacía sentir vulnerable de una manera que nunca había experimentado. Mi mente seguía dando vueltas, y aunque una parte de mí gritaba que no lo hiciera, la otra parte, la que estaba agotada de la presión, de la deuda y de la incertidumbre, me decía que simplemente cediera, que lo hiciera y terminara con esto.
Respiré hondo y, con las manos temblorosas, me puse de pie. Lentamente, me quité la ropa, dejando que cada prenda cayera al suelo, sintiendo una mezcla de vergüenza y una extraña resignación. Me puse la prenda de lencería, sintiendo el contacto suave de la tela contra mi piel. Me miré en el espejo, esperando sentirme ridículo, pero lo que vi fue a alguien diferente. Alguien atrapado en una situación que se había salido de control, pero que no sabía cómo parar.
Una oleada de adrenalina recorrió mi cuerpo mientras me miraba. Algo dentro de mí aún resistía, pero no sabía si era por orgullo o por miedo. Me quedé ahí un momento, mirando mi reflejo, tratando de entender cómo había llegado hasta aquí. La prenda me hacía sentir expuesto de una manera completamente nueva, una mezcla de incomodidad y... algo que no quería admitir.
Sabía que el hombre esperaba que me presentara con esto puesto, y aunque todo en mi interior me decía que no fuera, había algo que me empujaba a seguir adelante. Me vestí con mi ropa habitual encima, como si fuera un escudo, intentando recuperar algo de control sobre la situación, salí de nuevo.
Cuando llegué al lugar, él ya estaba ahí, sentado en nuestra mesa habitual. Me miró en cuanto entré, y en su rostro apareció esa sonrisa que ya comenzaba a inquietarme. Me senté frente a él, intentando mantener la compostura, pero él lo notó enseguida.
— ¿Te lo has puesto? —preguntó sin rodeos, su mirada fija en la mía.
Asentí en silencio, incapaz de articular palabra. Él sonrió de nuevo, esta vez con una satisfacción evidente, como si hubiera conseguido exactamente lo que quería.
— Buen chico —dijo suavemente, inclinándose hacia mí mientras sus ojos recorrían mi cuerpo, evaluando cada detalle de mi reacción—. Sabía que podía confiar en ti.
Me quedé ahí, inmóvil, sin saber cómo reaccionar. No era una situación de la que pudiera salir fácilmente, y lo sabía. Pero al mismo tiempo, sentí que con cada paso que daba en esta dirección, me estaba perdiendo más a mí mismo.
La conversación continuó como si nada hubiera cambiado, pero ambos sabíamos que todo era diferente ahora. Había cruzado una línea, y aunque no sabía exactamente hacia dónde me llevaría, una cosa estaba clara: esto no iba a terminar aquí.
Capitulo 4
A medida que avanzaba la noche, la conversación fluyó entre nosotros como si el ambiente no estuviera cargado de electricidad. Hablamos de cosas triviales, de anécdotas cotidianas, pero en cada risa, en cada mirada, había un subtexto que pulsaba entre nosotros. Era un juego peligroso, y cada palabra era una jugada en un tablero donde las reglas estaban en constante cambio.
Él, con su sonrisa persuasiva, me miraba de una manera que hacía que mi piel ardiera. Había una intensidad en su forma de observarme, como si pudiera ver a través de la coraza que había intentado mantener. Las dudas y los miedos que antes me habían consumido se desvanecieron un poco en ese momento, dejando un espacio para la curiosidad, para un deseo que no sabía que existía.
En medio de la charla, me hizo una pregunta que me tomó por sorpresa: “¿Alguna vez has deseado algo que te asuste?” La forma en que pronunció la palabra “deseo” me hizo sentir un escalofrío. Mi mente saltó a imágenes que había intentado ignorar, de noches en las que me había imaginado entregándome a la oscuridad, a lo prohibido.
Asentí, aunque no podía articular lo que estaba pasando por mi mente. Él sonrió, como si ya supiera la respuesta. Sin previo aviso, se inclinó hacia mí, su aliento cálido acariciando mi rostro.
— Quiero que sientas ese deseo, —dijo, su voz baja y seductora—. Quiero que explores los límites de tu placer.
El latido de mi corazón se aceleró. Era como si me estuviera invitando a un abismo que prometía ser tanto aterrador como excitante. Sentía una mezcla de ansiedad y anticipación, una atracción que me empujaba hacia él, mientras mi razón intentaba poner freno a esta espiral de deseo.
— ¿Qué quieres decir? —pregunté, aunque en mi interior sabía exactamente hacia dónde se dirigía.
Él sonrió con una confianza que me desarmaba. Se inclinó un poco más cerca, sus labios apenas a unos centímetros de los míos.
— Esta noche, quiero que explores tus fantasías. Vamos a salir de esta zona de confort.
Sin darme tiempo para pensar, se levantó y me tomó de la mano, guiándome a través de su casa hacia el salón. La luz suave iluminaba el ambiente, y el aire estaba impregnado de un aroma cálido y acogedor. Me invitó a sentarme en el sofá, mientras él se acomodaba a mi lado, tan cerca que podía sentir el calor de su cuerpo.
Sus ojos se encontraron con los míos, y el aire se volvió denso. Su mano recorrió mi rodilla con un toque firme y delicado, y una oleada de electricidad me recorrió. Sentía que la conversación se volvía más íntima, como si estuviéramos tejiendo un vínculo que iba más allá de las palabras.
— Quiero que te relajes, —dijo, con una voz que era más un susurro que una orden—. Vamos a jugar.
La idea de un juego me intrigaba y me asustaba a partes iguales. A medida que me miraba, vi en sus ojos una mezcla de deseo y algo más profundo, como si realmente quisiera descubrirme.
Se inclinó hacia mí, y me besó suavemente, un beso lento que pronto se convirtió en algo más intenso. Su mano continuaba recorriendo mi pierna, haciendo que cada toque se sintiera como una caricia cargada de promesas.
— Quiero que te quites la ropa, —dijo de repente, su voz era un desafío—. Quiero verte. Quiero que sientas lo que significa entregarte.
El corazón me latía con fuerza. En ese instante, su desafío resonó en mi mente. La mezcla de miedo y deseo me invadió, y sabía que estaba a punto de cruzar una línea. Pero algo dentro de mí se sentía vivo, emocionado por la idea de entregarme completamente.
Con una respiración profunda, decidí dejarme llevar. Me levanté lentamente, sintiendo el peso de mi ropa mientras comenzaba a desabrochar mi camisa, cada botón que caía al suelo era un paso hacia lo desconocido. Cuando finalmente estuve en ropa interior, el aire fresco me acarició la piel.
Él me miraba con deseo y aprobación, su sonrisa se amplió mientras me contemplaba.
— Eres hermoso, —dijo con sinceridad.
Ese halago me hizo sentir expuesto y vulnerable, pero a la vez, me llenó de una confianza renovada. La tensión entre nosotros crecía, y la decisión de entregarme completamente se sentía inminente.
— Quiero que te acerques a mí, —susurró, su voz llena de promesas.
Con un nudo en el estómago, di un paso hacia él, sabiendo que estaba a punto de descubrir algo nuevo y aterrador. La idea de un abismo se hacía más real, y la pregunta que resonaba en mi mente era: ¿hasta dónde estaba dispuesto a llegar por ese deseo?
Capitulo 5
Con un nudo en el estómago, di un paso hacia él, sintiendo la tensión en el aire. Me acerqué lo suficiente para que nuestros cuerpos casi se tocaran. Él me miró intensamente, sus ojos oscuros llenos de deseo. En un instante, su rostro se acercó al mío y susurró algo al oído, pero las palabras fueron un murmullo confuso, como si jugaran con mi mente. La mezcla de su aliento caliente y el misterio de su mensaje me dejó aturdido.
— Vístete, —dijo, retirándose de mí y dándome un ligero empujón hacia el sofá—. Quiero que te prepares. Esta noche saldremos a cenar.
La firmeza de su voz, mezclada con el tono casi infantil de su pedido, hizo que una mezcla de emoción y confusión recorriera mi cuerpo. Sin saber exactamente cómo, me levanté y me vestí de nuevo, sintiendo el roce de la tela contra mi piel, como si cada prenda fuera un recordatorio de la vulnerabilidad en la que me había dejado caer.
Cuando finalmente estuve listo, él me miró con una sonrisa de satisfacción, como si hubiera cumplido con un pequeño ritual.
— Muy bien, buen chico. —Me guiñó un ojo, y la forma en que lo decía me hizo sentir como un niño que necesitaba aprobación. Había algo en su mirada que me decía que esta cena no sería solo una salida más.
Me tomó de la mano y me llevó hacia la puerta, donde me detuve un momento, sintiendo la incertidumbre en el aire. Pero su agarre era firme, y no podía negarlo: quería estar a su lado.
Al salir de su casa, el aire fresco de la noche me envolvió, pero pronto el calor de su presencia me hizo olvidar la brisa. Nos dirigimos a un restaurante de lujo, uno que había visto en revistas, con luces tenues y una atmósfera sofisticada. A medida que nos acercábamos, la opulencia del lugar me abrumó.
Al entrar, un maitre elegante se acercó, y él lo saludó con un gesto familiar. La manera en que lo miraba, con una mezcla de respeto y superioridad, hizo que mi corazón se acelerara.
— Reservé una mesa, —dijo él, su tono seguro, casi autoritario. Mientras nos conducía hacia nuestra mesa, sentí cómo su mano me guiaba con una suavidad que contrastaba con el dominio que ejercía sobre mí.
Al llegar a la mesa, él me hizo sentar antes de acomodarse frente a mí. La carta estaba llena de platos exquisitos, y mientras yo intentaba decidir qué pedir, él ya había hecho su elección.
— Pedí para ti, —dijo, con una sonrisa burlona—. Quiero que pruebes algo especial.
Sentí una punzada de incomodidad al darme cuenta de que él tomaba las decisiones por mí. Mientras el maitre se acercaba, me di cuenta de que había algo inquietante en la forma en que él se comportaba, como si estuviera disfrutando de mi incomodidad.
— Buenas noches, señores. ¿Están listos para ordenar? —preguntó el maitre, con un aire de profesionalismo.
— Sí, claro, —respondió él, y luego, mirándome, continuó—. Mi amigo aquí tiene un gusto muy particular, así que estoy seguro de que disfrutará de lo que he elegido.
El maitre sonrió y me dirigió una mirada evaluativa, y en ese instante, me sentí como un niño pequeño siendo juzgado. Era un momento extraño, donde el placer de estar con él se mezclaba con la sensación de humillación. Era evidente que él disfrutaba de esta dinámica de poder.
— Dos de la especialidad de la casa, por favor, —dijo él, y luego se volvió hacia mí—. ¿No es así, cariño?
Asentí, incapaz de articular palabra. La manera en que me trataba, como a un niño que necesitaba ser guiado, despertó en mí una mezcla de sentimientos que no podía controlar.
La cena avanzó, y cada vez que un camarero se acercaba, él se dirigía a mí de una manera que me hacía sentir más pequeño. Sus comentarios sobre mis elecciones, o la falta de ellas, se sintieron como un juego. A cada momento, me recordaba mi posición en esta relación; era un buen chico que necesitaba ser guiado y, de alguna manera, controlado.
Cuando la comida llegó, su mirada se iluminó al verme probar los platillos. La forma en que me observaba, evaluando cada bocado, era intensa y perturbadora.
— ¿Te gusta? —preguntó con un tono que no podía discernir entre el interés genuino y la diversión de tenerme en esa posición.
— Sí, está delicioso, —respondí, sintiendo cómo las palabras se sentían pequeñas al salir de mi boca.
Él sonrió, y esa sonrisa estaba cargada de satisfacción. En ese momento, entendí que esta cena era más que una simple comida; era un espectáculo, una demostración de lo que significaba estar bajo su control.
Al final de la cena, él se inclinó hacia mí, su voz baja y cargada de insinuación.
— Has sido un buen chico esta noche. Creo que mereces un premio, —susurró, sus ojos brillando con un destello de malicia.
Sentí que mi corazón se aceleraba. La expectativa en el aire era palpable, como si cada palabra que salía de su boca tuviera un peso específico. Me pregunté qué tipo de premio podría estar pensando. La idea de que él tuviera algo planeado me llenaba de nerviosismo y emoción.
Se puso de pie y me tomó de la mano, guiándome hacia una esquina del restaurante donde la iluminación era más tenue. En ese rincón apartado, la atmósfera se volvió más íntima, más cargada de tensión. Sin soltarme, sacó un pequeño estuche de su chaqueta. Al abrirlo, mis ojos se abrieron de par en par.
Dentro, había una caja de castidad, un dispositivo que brillaba con una elegancia inquietante. Era de un metal pulido, con un diseño elaborado que combinaba estética y función. La realidad de lo que me estaba entregando me hizo sentir un escalofrío recorrer mi cuerpo.
— Este es tu premio, —dijo con una sonrisa provocadora—. Quiero que lo lleves puesto, y así podrás experimentar lo que significa entregarte a mí por completo.
La mezcla de sorpresa y excitación me invadió. Había algo en la idea de una caja de castidad que me provocaba tanto temor como deseo. La noción de estar restringido, de perder el control de mi propio placer, era al mismo tiempo intimidante y seductora.
— ¿Aquí? —pregunté, mi voz temblando ligeramente mientras miraba el dispositivo, preguntándome si realmente estaba a punto de hacer algo así en un lugar tan público.
Él se acercó aún más, su rostro tan cerca del mío que podía sentir su aliento caliente.
— No te preocupes. Es solo entre tú y yo. No hay nadie más aquí que importe, —susurró, su voz suave y persuasiva.
Esa afirmación, esa promesa de intimidad, encendió una chispa de desafío en mi interior. Sabía que debía haber una línea, una forma de protección, pero al mismo tiempo, había un deseo voraz que me empujaba a aceptar su propuesta.
Asentí lentamente, sintiendo cómo la adrenalina corría por mis venas. Al tomar la caja de castidad en mis manos, sentí su peso, no solo físico sino simbólico. Era un recordatorio constante de lo que él esperaba de mí, de la entrega total que estaba dispuesta a hacer.
Él sonrió, sabiendo que había ganado en este pequeño juego de dominación.
— Ve al baño y póntelo, —dijo con un tono que dejaba claro que no estaba dispuesto a aceptar una negativa.
Me levanté, el corazón latiendo con fuerza mientras me dirigía al baño. Cada paso que daba estaba cargado de nerviosismo y emoción. Cuando entré en el cubículo, cerré la puerta detrás de mí y me miré en el espejo. La caja de castidad brillaba bajo la luz, y mientras la inspeccionaba, una sensación de liberación me invadió.
Colocarme el dispositivo fue un acto de rendición. A medida que lo ajustaba, sentí cómo la presión de la restricción se instalaba en mi cuerpo, y con ello, la mezcla de vergüenza y excitación se apoderó de mí. Era un símbolo de control, un recordatorio de mi nueva realidad: la entrega total a sus deseos.
Tomé una respiración profunda y, con el corazón en la garganta, salí del baño, sintiendo la caja de castidad en su lugar, ajustada y restrictiva. Regresé a la mesa donde él me esperaba, sus ojos iluminándose al verme. La mirada que me dirigió estaba llena de satisfacción, como si supiera exactamente lo que había desatado en mí.
— ¡Muy bien! —exclamó, aplaudiendo suavemente como si fuera un niño que había hecho algo bueno. Su tono era juguetón, pero también había una seriedad que me hizo sentir un escalofrío de anticipación—. Ahora, ven aquí.
Me acerqué, sintiendo cómo el ambiente se llenaba de una mezcla de nerviosismo y deseo. Él me tomó de la mano, llevándome hacia la esquina más oscura del restaurante, donde podríamos estar más aislados de las miradas ajenas.
— Quiero que te arrodilles, —dijo, y su voz era firme.
Mi corazón se detuvo un momento. La orden era clara, y aunque sabía que estaba a punto de cruzar un umbral, había algo intoxicante en la idea de entregarme completamente a él.
Me arrodillé frente a él, sintiendo la suavidad del suelo bajo mis rodillas. Su mirada se volvió aún más intensa, y un escalofrío recorrió mi espalda al ver la forma en que me observaba, como si estuviera evaluando cada detalle.
— Eres un buen chico, —dijo, su voz llena de aprobación—. Ahora, aprende lo que significa ser mío.
Mientras me hablaba, su mano se deslizó por mi cabello, acariciando suavemente. La combinación de su ternura y el control que ejercía sobre mí era embriagadora.
En ese momento, comprendí que había entrado en un nuevo mundo, uno donde el deseo y la dominación se entrelazaban en un juego intenso. A medida que me sumergía en esa experiencia, supe que mi vida estaba empezando a cambiar.
Capitulo 6
Mientras seguía arrodillado frente a él, sus palabras flotaban en el aire, llenas de un significado más profundo.
— Esta caja de castidad no solo es un símbolo de mi control sobre ti, —dijo, acariciando suavemente mi cabello—. Es un recordatorio de que eres mío. Te ayudará a mantenerte alejado de otras chicas, porque quiero que sepas que eres especial para mí.
Sentí una mezcla de confusión y emoción. La idea de estar atado a él de esta manera era tanto aterradora como liberadora. ¿Era esto realmente lo que quería? Pero al mismo tiempo, había algo en su mirada que me hacía sentir seguro.
— Si te portas bien, si demuestras que eres digno, —continuó, su voz firme y seductora—, te liberaré.
Esa promesa resonó en mí, una mezcla de deseo y sumisión. La idea de ser liberado, de volver a tener el control, era tentadora, pero el precio a pagar era claro. Tendría que demostrar mi lealtad y obediencia.
Después de un rato en esa atmósfera cargada, él se levantó y me llevó a mi casa. El camino estuvo lleno de un silencio denso, lleno de pensamientos sobre lo que había sucedido. Una vez que llegamos, se detuvo en la entrada, mirándome intensamente.
— Quiero que entiendas algo, —dijo, mientras sacaba una pequeña llave de su bolsillo y me la ofrecía—. No te llamaré en una semana. Quiero que tengas tiempo para reflexionar sobre lo que significa ser mío y lo que eso conlleva.
Tomé la llave entre mis manos, sintiendo su peso y lo que representaba. La idea de tener la clave para mi propia liberación era a la vez reconfortante y aterradora.
— Cada día, quiero que me grabes un video por la mañana. Quiero que me digas "buenos días" y que me cuentes lo que harás ese día. Es un ejercicio de compromiso, una forma de mantener nuestra conexión, aunque no esté presente.
Asentí, sintiendo cómo el desafío se instalaba en mi mente. La idea de grabar esos videos me hacía sentir expuesto de nuevo, como si cada palabra que dijera tuviera un impacto en mi destino.
— Recuerda, si muestras dedicación, la recompensa será grande, —dijo, guiñándome un ojo. Su tono era juguetón, pero también había una seriedad subyacente que no podía ignorar.
Con eso, se inclinó hacia mí, dándome un suave beso en la frente, un gesto que contenía tanto cariño como dominio. Después, se dio la vuelta y se marchó, dejándome allí, solo con la llave en la mano y una mezcla de emociones recorriendo mi ser.
Entré en casa sintiéndome extraño y lleno de confusión. La caja de castidad en mi cuerpo era un recordatorio constante de lo que había aceptado. Sabía que los próximos días serían una prueba. Tendría que navegar entre mis propios deseos y las expectativas que él había puesto sobre mí.
Esa noche, mientras me preparaba para dormir, miré la llave en mi mano, sintiendo su peso simbólico. Me pregunté si estaba listo para enfrentar lo que venía. La incertidumbre se mezclaba con la emoción, y en el fondo de mi mente, una pequeña chispa de rebeldía comenzaba a surgir.
Al día siguiente, al despertar, sabía que tenía un nuevo ritual por delante. La cámara de mi teléfono me esperaba, y con cada video que grabara, me acercaría un poco más a la libertad que anhelaba, aunque también me perdería un poco más en este nuevo juego de sumisión.
A medida que los días pasaban, el peso de la caja de castidad se sentía cada vez más presente, como un recordatorio constante de la promesa que había hecho. Cada mañana, el ritual de grabar el video se convirtió en un momento de intensa reflexión. Hacia la cámara, intentaba mostrarme confiado y sereno, pero cada palabra pronunciada estaba cargada de una mezcla de sumisión y deseo.
El último, después de grabar mi video, recibí un mensaje de él. La pantalla iluminó mi rostro, y un escalofrío recorrió mi espalda al leer: "Hoy quiero que hagas algo especial para mí. Espero que estés listo para demostrarme tu dedicación."
La inquietud se apoderó de mí. Sabía que significaba que el día tendría un nivel de exigencia mayor. Mientras me preparaba, la emoción y la ansiedad se entrelazaban, y la idea de su control me llenaba de una extraña energía.
A mediodía, llegó un nuevo mensaje: "Sal de casa y ve al parque. Te estaré esperando."
Mis pensamientos se agolpaban en mi mente mientras me dirigía al lugar. La brisa fresca me acariciaba la piel, pero el nudo en mi estómago crecía con cada paso. ¿Qué habría planeado para mí? Al llegar, lo vi sentado en un banco, con una expresión que combinaba autoridad y diversión.
— Te estaba esperando, —dijo con una sonrisa, gesticulando para que me acercara. — ¿Estás listo para tu primer desafío?
Asentí, sintiendo el corazón latiéndome con fuerza en el pecho.
— Quiero que te quites los zapatos y camines descalzo sobre la hierba. — Su voz era suave, pero había un tono firme que no dejaba lugar a dudas. — Eso es solo el comienzo.
Con un temblor de emoción, seguí sus instrucciones. Cada paso sobre el suelo fresco me recordaba la vulnerabilidad de mi situación, y al mismo tiempo, la excitación de someterme a su voluntad. Miré a mi alrededor, consciente de las miradas de curiosidad de los transeúntes, y una mezcla de vergüenza y orgullo floreció dentro de mí.
— Ahora, quiero que te arrodilles, —dijo. — Tómalo como un acto de entrega.
Me agaché, sintiendo cómo la hierba suave me tocaba la piel, pero no fue el frío el que me hizo estremecer. Fue el dominio en su mirada.
— Perfecto. — Él se inclinó hacia mí, su rostro a pocos centímetros del mío. — Mientras estás aquí, quiero que me digas lo mucho que te gusta ser mío.
Las palabras salieron de mis labios casi sin pensarlo. — Me gusta ser tuyo. Me siento vivo cuando estoy bajo tu control.
Sonrió, claramente complacido. — Me alegra oír eso. Pero recuerda, ser mío no es solo una cuestión de palabras; es una cuestión de acciones.
Luego, sacó un pequeño objeto de su bolsillo: una venda negra. — Esta es tu siguiente tarea. Quiero que te vendas los ojos. Solo entonces podrás saber lo que realmente significa entregarte a mí.
La idea de estar a ciegas me llenó de anticipación y temor. ¿Qué haría a continuación? Sin dudar, acepté la venda y la ajusté sobre mis ojos, el mundo a mi alrededor se volvió oscuro.
— Ahora, escucha, —dijo, su voz resonando en el silencio. — La forma en que te comportes en los próximos minutos definirá tu día. Si te muestras sumiso y obediente, habrá recompensas. Si no, habrá consecuencias.
Sentí cómo mi corazón latía con fuerza mientras esperaba, completamente a merced de su voluntad. Cada sonido se amplificaba; el susurro de la brisa, el canto de los pájaros, incluso los pasos de otros en el parque. ¿Qué estaría planeando?
De repente, sentí su mano en mi cabello, tirando suavemente para obligarme a mirar hacia arriba.
— Buen chico, —murmuró, justo antes de darme un ligero toque en la mejilla. — Pero también quiero que entiendas que estoy aquí para probarte. A veces, eso significa hacerte sentir incómodo.
Su mano se deslizó por mi cuello, provocando un escalofrío de emoción. La vulnerabilidad de estar vendado, sin saber lo que venía, me hizo sentir más expuesto que nunca.
— Ahora, quiero que me digas una cosa: ¿qué harías si no estuviera aquí para guiarte?
— Me perdería, —respondí con sinceridad, la voz temblorosa.
— Exactamente. Por eso estoy aquí. Para recordarte que en este viaje, yo tengo el control.
Con esas palabras resonando en mi mente, sentí un profundo deseo de complacerlo, de probarle que era digno de su atención y control. La venda se convirtió en un símbolo de mi entrega, y aunque no podía ver, sabía que su mirada me evaluaba, como un maestro que observa a su alumno.
Finalmente, me quitó la venda, y al abrir los ojos, vi su expresión llena de satisfacción. — Has pasado la primera prueba, —dijo. — Pero esto es solo el comienzo.
El camino hacia mi liberación sería largo, lleno de desafíos y recompensas. Cada decisión que tomara, cada acción que emprendiera, me acercaría un poco más a la libertad, o me perdería más en su dominio.
Sentí una mezcla de emoción y anticipación, y aunque sabía que el control estaba en sus manos, también había algo en mí que comenzaba a florecer: una profunda necesidad de satisfacer sus deseos y demostrar que, a pesar de todo, yo podía ser suyo por elección.
Me dio permiso durante unos dias para quitarme la jaula de castidad y seguir con mis estudios. Me cito en su casa al cabo de 10 dias.
[sigue...]
A mis 23 años, la vida me ha puesto a prueba de formas que nunca imaginé. A los 18, me vi obligado a asumir una deuda con el banco que superaba los 150,000 euros, tras el fallecimiento de mi único tutor legal. Este hombre, que había sido mi pilar, poseía un patrimonio que incluía un lujoso Audi Q7 repleto de extras y un apartamento en una ciudad del noreste de la península ibérica. Sin embargo, ambas propiedades estaban hipotecadas, adquiridas gracias a la "buena fe" de los bancos, que habían prestado a mi padre más dinero del que realmente le correspondía para sostener un estilo de vida que nunca debería haber sido el suyo.
Cuando llegó el momento de aceptar la herencia, me encontré con el peso de aquellas propiedades. Al ser hijo único, las asumí, pero con ellas vino una abrumadora carga financiera. Mi primera reacción fue vender el coche; con ese dinero, esperaba poder liquidar la deuda del piso y liberarme de las cadenas que me ataban a esa herencia maldita. Pronto encontré un comprador, atraído por la elegancia y el poder de aquel automóvil que, como solían decir, era un “imán de miradas”. Nos reunimos y, tras una serie de preguntas sobre cómo un joven como yo podía tener tal coche, decidí compartirle mi historia.
Mi relato pareció resonar con él; su actitud se volvió más cercana y amable, incluso accedió a pagarme un poco más de lo acordado, como un gesto de solidaridad hacia mi situación. Con el dinero de la venta, logré reducir la deuda a casi la mitad, lo que me permitió refinanciar con el banco y continuar con mis pagos.
Pocos días después, el hombre me llamó para interesarse por mi bienestar y para invitarme a tomar un café, ya que se encontraba cerca. Agradecido por su generosidad, acepté su oferta. Nos encontramos en uno de esos bares de lujo donde se dice que te cobran hasta por respirar. Sin embargo, me sentí obligado a asistir, sabiendo que él había sido tan amable al negociar el precio del coche.
Esa primera cita fue como cualquier otra; hablamos de temas triviales y me pareció que, a pesar de nuestra diferencia de edad, había una conexión genuina. A lo largo de las siguientes semanas, nuestras reuniones se convirtieron en un ritual. Siempre se presentaba a buscarme en el coche de mi padre y jamás permitía que pagara por lo que consumíamos. Se preocupaba constantemente por mi situación económica, hasta que un día, la conversación tomó un giro inesperado.
Me preguntó cómo me iba con las chicas, y al contarle que, a pesar de haber perdido a mis padres, había tenido más éxito en esos últimos meses que en toda mi vida, noté un cambio en su expresión. Sin darle mucha importancia a mi respuesta, compartió una revelación personal: había estado soltero toda su vida, nunca había encontrado a la persona indicada y no había podido cumplir su sueño de ser padre. Entonces, con un gesto que me desconcertó, me entregó una bolsa y me dijo:
—Dentro hay algo. Pruébatelo y mañana nos vemos en este café, a la misma hora. Si no vienes con lo que hay dentro puesto, nuestra relación habrá terminado. Y lo mismo si decides no venir.
Pagó la cuenta, se despidió y me quedé solo, con la bolsa en la mano. Al abrirla, encontré un par de bragas rosas con encaje. No podía entender su intención, y al principio pensé que se trataba de una broma. Sin embargo, decidí probármelas, aunque me sentí ridículo y me las quité al instante. Esa noche, mientras reflexionaba sobre la peculiaridad de la situación, me dije: “Mañana me las pongo y veremos qué risas nos echamos”.
Capitulo 2
Al día siguiente, me levanté sintiéndome nervioso y confundido. Las bragas seguían sobre la mesa, un recordatorio absurdo de lo que me había pedido. No podía quitarme de la cabeza lo surrealista de la situación, pero decidí que, de todas formas, me las iba a poner. Quería entender hasta dónde llegaba esta extraña relación que había empezado con aquel hombre, que hasta ese momento me había ayudado tanto.
Cuando me puse las bragas, una sensación extraña recorrió mi cuerpo. No era solo la incomodidad física, sino la idea de estar haciendo algo tan fuera de lo común, algo que no encajaba con la dinámica que habíamos tenido hasta ahora. Me miré al espejo, aún vestido con mi ropa de siempre, y me reí un poco, intentando quitarle hierro al asunto. "Esto debe ser una broma", me dije. Después de todo, él siempre había sido muy amable conmigo, ¿verdad?
Llegué al café unos minutos antes de la hora acordada. El lugar estaba más lleno de lo habitual, lo cual me tranquilizó. Me senté en la misma mesa de siempre, esperando a que él llegara. No tardó mucho en aparecer, saludándome con una sonrisa amplia, pero esta vez noté algo distinto en su mirada, como si estuviera evaluándome de una manera más intensa.
— ¿Las llevas puestas? —me preguntó, directo, sin rodeos.
Un escalofrío recorrió mi espalda. No sabía qué esperar, pero no había imaginado que me lo preguntaría tan abiertamente. Asentí, sintiéndome expuesto de una manera que no me gustaba.
Él sonrió, una sonrisa que me hizo sentir incómodo, pero antes de que pudiera decir algo más, comenzó a hablar de temas triviales como solía hacer, como si lo que acababa de pasar no fuera nada fuera de lo común. Me sentí atrapado en una especie de juego extraño, pero no sabía cómo salirme de él. Después de todo, él había sido la única persona que realmente me había ayudado desde la muerte de mi padre.
Al final del café, antes de despedirnos, me miró de una manera que me resultó perturbadora.
— Eres un buen chico, sabes cumplir. Esto es solo el principio —dijo, y luego me palmeó el hombro como si hubiera hecho algo digno de elogio.
Me fui a casa sintiéndome raro, incómodo. Algo en todo esto no estaba bien, pero no sabía cómo ponerle fin. El hecho de que me hubiera ayudado tanto me hacía sentir una extraña deuda con él, pero... ¿a qué estaba jugando?
A medida que pasaban los días, seguíamos en contacto. Él me llamaba con frecuencia, y cada vez que quedábamos, me pedía algo más extraño. Primero fueron las bragas, luego algo más íntimo, siempre poniendo alguna condición que me hacía sentir incómodo, pero también con una promesa implícita de que si seguía cumpliendo, seguiría ayudándome con mis problemas financieros.
El dilema empezó a carcomerme. Me preguntaba hasta dónde estaba dispuesto a llegar solo para salir de la deuda, pero no podía evitar pensar en las consecuencias de ponerle fin a todo. El hombre había sido generoso, pero ¿a qué precio?
Una noche, después de otro encuentro incómodo, me senté solo en mi habitación. Mi cabeza era un caos de pensamientos. Sabía que estaba en una situación peligrosa, que este hombre estaba manipulando mis circunstancias, pero también me sentía atrapado, como si no tuviera otra opción. Entonces, tomé una decisión: buscaría una salida, aunque no fuera fácil, antes de que él pudiera empujarme más allá de lo que estaba dispuesto a soportar.
Sabía que el camino que venía sería complicado, pero estaba decidido a no dejar que el precio de mi libertad fuera mi dignidad.
Capitulo 3
Una noche, después de otro encuentro lleno de tensiones, me senté en la cama, observando la habitación en silencio. El aire se sentía denso, y mi mente no dejaba de darle vueltas a lo que estaba ocurriendo. Sabía que algo en esta relación había cruzado una línea, pero también me encontraba en una especie de neblina; parte de mí no quería admitir lo que estaba pasando, mientras otra parte sentía un magnetismo extraño hacia él. No podía negar que la atención que me brindaba era adictiva, que me hacía sentir visto, deseado, aunque en un contexto que me confundía.
Esa noche me pidió algo distinto. Mientras estábamos en el bar, me tomó de la mano por primera vez, un gesto inesperado que me dejó paralizado. Sus dedos recorrieron los míos con una suavidad calculada, y luego, en un susurro que rozó mi oído, me dijo:
— Esta vez no será solo una prenda. Quiero más.
Mi corazón latía desbocado, sin saber cómo reaccionar. Mis pensamientos eran un caos, una mezcla de rechazo, curiosidad, y... algo más que no quería reconocer. Sabía que el control que ejercía sobre mí iba más allá de lo material. Y, a pesar de todo, no pude decirle que no. Quedamos para vernos esa misma noche en su apartamento.
Cuando llegué, él me recibió con una sonrisa enigmática, como si ya supiera que vendría. El ambiente en su casa era íntimo, casi sofocante, las luces bajas y el aroma de incienso llenando el espacio. Me invitó a sentarme en un sillón mientras me observaba con una mirada que ya no ocultaba sus intenciones.
Me entregó una caja, más pequeña que la anterior, y cuando la abrí, vi una pieza de lencería aún más atrevida que la anterior. Sentí mi cuerpo tensarse, mi respiración acelerarse. Me miró a los ojos mientras se sentaba a mi lado, su mano tocando suavemente mi rodilla.
— Póntelo, ve a la habitación del anterior servicio, ahora —dijo con voz firme, aunque no agresiva.
Entre y me quedé sentado en el borde de la cama, mirando la prenda en mis manos. La tela era suave, delicada, pero cargada de un peso simbólico que me hacía sentir vulnerable de una manera que nunca había experimentado. Mi mente seguía dando vueltas, y aunque una parte de mí gritaba que no lo hiciera, la otra parte, la que estaba agotada de la presión, de la deuda y de la incertidumbre, me decía que simplemente cediera, que lo hiciera y terminara con esto.
Respiré hondo y, con las manos temblorosas, me puse de pie. Lentamente, me quité la ropa, dejando que cada prenda cayera al suelo, sintiendo una mezcla de vergüenza y una extraña resignación. Me puse la prenda de lencería, sintiendo el contacto suave de la tela contra mi piel. Me miré en el espejo, esperando sentirme ridículo, pero lo que vi fue a alguien diferente. Alguien atrapado en una situación que se había salido de control, pero que no sabía cómo parar.
Una oleada de adrenalina recorrió mi cuerpo mientras me miraba. Algo dentro de mí aún resistía, pero no sabía si era por orgullo o por miedo. Me quedé ahí un momento, mirando mi reflejo, tratando de entender cómo había llegado hasta aquí. La prenda me hacía sentir expuesto de una manera completamente nueva, una mezcla de incomodidad y... algo que no quería admitir.
Sabía que el hombre esperaba que me presentara con esto puesto, y aunque todo en mi interior me decía que no fuera, había algo que me empujaba a seguir adelante. Me vestí con mi ropa habitual encima, como si fuera un escudo, intentando recuperar algo de control sobre la situación, salí de nuevo.
Cuando llegué al lugar, él ya estaba ahí, sentado en nuestra mesa habitual. Me miró en cuanto entré, y en su rostro apareció esa sonrisa que ya comenzaba a inquietarme. Me senté frente a él, intentando mantener la compostura, pero él lo notó enseguida.
— ¿Te lo has puesto? —preguntó sin rodeos, su mirada fija en la mía.
Asentí en silencio, incapaz de articular palabra. Él sonrió de nuevo, esta vez con una satisfacción evidente, como si hubiera conseguido exactamente lo que quería.
— Buen chico —dijo suavemente, inclinándose hacia mí mientras sus ojos recorrían mi cuerpo, evaluando cada detalle de mi reacción—. Sabía que podía confiar en ti.
Me quedé ahí, inmóvil, sin saber cómo reaccionar. No era una situación de la que pudiera salir fácilmente, y lo sabía. Pero al mismo tiempo, sentí que con cada paso que daba en esta dirección, me estaba perdiendo más a mí mismo.
La conversación continuó como si nada hubiera cambiado, pero ambos sabíamos que todo era diferente ahora. Había cruzado una línea, y aunque no sabía exactamente hacia dónde me llevaría, una cosa estaba clara: esto no iba a terminar aquí.
Capitulo 4
A medida que avanzaba la noche, la conversación fluyó entre nosotros como si el ambiente no estuviera cargado de electricidad. Hablamos de cosas triviales, de anécdotas cotidianas, pero en cada risa, en cada mirada, había un subtexto que pulsaba entre nosotros. Era un juego peligroso, y cada palabra era una jugada en un tablero donde las reglas estaban en constante cambio.
Él, con su sonrisa persuasiva, me miraba de una manera que hacía que mi piel ardiera. Había una intensidad en su forma de observarme, como si pudiera ver a través de la coraza que había intentado mantener. Las dudas y los miedos que antes me habían consumido se desvanecieron un poco en ese momento, dejando un espacio para la curiosidad, para un deseo que no sabía que existía.
En medio de la charla, me hizo una pregunta que me tomó por sorpresa: “¿Alguna vez has deseado algo que te asuste?” La forma en que pronunció la palabra “deseo” me hizo sentir un escalofrío. Mi mente saltó a imágenes que había intentado ignorar, de noches en las que me había imaginado entregándome a la oscuridad, a lo prohibido.
Asentí, aunque no podía articular lo que estaba pasando por mi mente. Él sonrió, como si ya supiera la respuesta. Sin previo aviso, se inclinó hacia mí, su aliento cálido acariciando mi rostro.
— Quiero que sientas ese deseo, —dijo, su voz baja y seductora—. Quiero que explores los límites de tu placer.
El latido de mi corazón se aceleró. Era como si me estuviera invitando a un abismo que prometía ser tanto aterrador como excitante. Sentía una mezcla de ansiedad y anticipación, una atracción que me empujaba hacia él, mientras mi razón intentaba poner freno a esta espiral de deseo.
— ¿Qué quieres decir? —pregunté, aunque en mi interior sabía exactamente hacia dónde se dirigía.
Él sonrió con una confianza que me desarmaba. Se inclinó un poco más cerca, sus labios apenas a unos centímetros de los míos.
— Esta noche, quiero que explores tus fantasías. Vamos a salir de esta zona de confort.
Sin darme tiempo para pensar, se levantó y me tomó de la mano, guiándome a través de su casa hacia el salón. La luz suave iluminaba el ambiente, y el aire estaba impregnado de un aroma cálido y acogedor. Me invitó a sentarme en el sofá, mientras él se acomodaba a mi lado, tan cerca que podía sentir el calor de su cuerpo.
Sus ojos se encontraron con los míos, y el aire se volvió denso. Su mano recorrió mi rodilla con un toque firme y delicado, y una oleada de electricidad me recorrió. Sentía que la conversación se volvía más íntima, como si estuviéramos tejiendo un vínculo que iba más allá de las palabras.
— Quiero que te relajes, —dijo, con una voz que era más un susurro que una orden—. Vamos a jugar.
La idea de un juego me intrigaba y me asustaba a partes iguales. A medida que me miraba, vi en sus ojos una mezcla de deseo y algo más profundo, como si realmente quisiera descubrirme.
Se inclinó hacia mí, y me besó suavemente, un beso lento que pronto se convirtió en algo más intenso. Su mano continuaba recorriendo mi pierna, haciendo que cada toque se sintiera como una caricia cargada de promesas.
— Quiero que te quites la ropa, —dijo de repente, su voz era un desafío—. Quiero verte. Quiero que sientas lo que significa entregarte.
El corazón me latía con fuerza. En ese instante, su desafío resonó en mi mente. La mezcla de miedo y deseo me invadió, y sabía que estaba a punto de cruzar una línea. Pero algo dentro de mí se sentía vivo, emocionado por la idea de entregarme completamente.
Con una respiración profunda, decidí dejarme llevar. Me levanté lentamente, sintiendo el peso de mi ropa mientras comenzaba a desabrochar mi camisa, cada botón que caía al suelo era un paso hacia lo desconocido. Cuando finalmente estuve en ropa interior, el aire fresco me acarició la piel.
Él me miraba con deseo y aprobación, su sonrisa se amplió mientras me contemplaba.
— Eres hermoso, —dijo con sinceridad.
Ese halago me hizo sentir expuesto y vulnerable, pero a la vez, me llenó de una confianza renovada. La tensión entre nosotros crecía, y la decisión de entregarme completamente se sentía inminente.
— Quiero que te acerques a mí, —susurró, su voz llena de promesas.
Con un nudo en el estómago, di un paso hacia él, sabiendo que estaba a punto de descubrir algo nuevo y aterrador. La idea de un abismo se hacía más real, y la pregunta que resonaba en mi mente era: ¿hasta dónde estaba dispuesto a llegar por ese deseo?
Capitulo 5
Con un nudo en el estómago, di un paso hacia él, sintiendo la tensión en el aire. Me acerqué lo suficiente para que nuestros cuerpos casi se tocaran. Él me miró intensamente, sus ojos oscuros llenos de deseo. En un instante, su rostro se acercó al mío y susurró algo al oído, pero las palabras fueron un murmullo confuso, como si jugaran con mi mente. La mezcla de su aliento caliente y el misterio de su mensaje me dejó aturdido.
— Vístete, —dijo, retirándose de mí y dándome un ligero empujón hacia el sofá—. Quiero que te prepares. Esta noche saldremos a cenar.
La firmeza de su voz, mezclada con el tono casi infantil de su pedido, hizo que una mezcla de emoción y confusión recorriera mi cuerpo. Sin saber exactamente cómo, me levanté y me vestí de nuevo, sintiendo el roce de la tela contra mi piel, como si cada prenda fuera un recordatorio de la vulnerabilidad en la que me había dejado caer.
Cuando finalmente estuve listo, él me miró con una sonrisa de satisfacción, como si hubiera cumplido con un pequeño ritual.
— Muy bien, buen chico. —Me guiñó un ojo, y la forma en que lo decía me hizo sentir como un niño que necesitaba aprobación. Había algo en su mirada que me decía que esta cena no sería solo una salida más.
Me tomó de la mano y me llevó hacia la puerta, donde me detuve un momento, sintiendo la incertidumbre en el aire. Pero su agarre era firme, y no podía negarlo: quería estar a su lado.
Al salir de su casa, el aire fresco de la noche me envolvió, pero pronto el calor de su presencia me hizo olvidar la brisa. Nos dirigimos a un restaurante de lujo, uno que había visto en revistas, con luces tenues y una atmósfera sofisticada. A medida que nos acercábamos, la opulencia del lugar me abrumó.
Al entrar, un maitre elegante se acercó, y él lo saludó con un gesto familiar. La manera en que lo miraba, con una mezcla de respeto y superioridad, hizo que mi corazón se acelerara.
— Reservé una mesa, —dijo él, su tono seguro, casi autoritario. Mientras nos conducía hacia nuestra mesa, sentí cómo su mano me guiaba con una suavidad que contrastaba con el dominio que ejercía sobre mí.
Al llegar a la mesa, él me hizo sentar antes de acomodarse frente a mí. La carta estaba llena de platos exquisitos, y mientras yo intentaba decidir qué pedir, él ya había hecho su elección.
— Pedí para ti, —dijo, con una sonrisa burlona—. Quiero que pruebes algo especial.
Sentí una punzada de incomodidad al darme cuenta de que él tomaba las decisiones por mí. Mientras el maitre se acercaba, me di cuenta de que había algo inquietante en la forma en que él se comportaba, como si estuviera disfrutando de mi incomodidad.
— Buenas noches, señores. ¿Están listos para ordenar? —preguntó el maitre, con un aire de profesionalismo.
— Sí, claro, —respondió él, y luego, mirándome, continuó—. Mi amigo aquí tiene un gusto muy particular, así que estoy seguro de que disfrutará de lo que he elegido.
El maitre sonrió y me dirigió una mirada evaluativa, y en ese instante, me sentí como un niño pequeño siendo juzgado. Era un momento extraño, donde el placer de estar con él se mezclaba con la sensación de humillación. Era evidente que él disfrutaba de esta dinámica de poder.
— Dos de la especialidad de la casa, por favor, —dijo él, y luego se volvió hacia mí—. ¿No es así, cariño?
Asentí, incapaz de articular palabra. La manera en que me trataba, como a un niño que necesitaba ser guiado, despertó en mí una mezcla de sentimientos que no podía controlar.
La cena avanzó, y cada vez que un camarero se acercaba, él se dirigía a mí de una manera que me hacía sentir más pequeño. Sus comentarios sobre mis elecciones, o la falta de ellas, se sintieron como un juego. A cada momento, me recordaba mi posición en esta relación; era un buen chico que necesitaba ser guiado y, de alguna manera, controlado.
Cuando la comida llegó, su mirada se iluminó al verme probar los platillos. La forma en que me observaba, evaluando cada bocado, era intensa y perturbadora.
— ¿Te gusta? —preguntó con un tono que no podía discernir entre el interés genuino y la diversión de tenerme en esa posición.
— Sí, está delicioso, —respondí, sintiendo cómo las palabras se sentían pequeñas al salir de mi boca.
Él sonrió, y esa sonrisa estaba cargada de satisfacción. En ese momento, entendí que esta cena era más que una simple comida; era un espectáculo, una demostración de lo que significaba estar bajo su control.
Al final de la cena, él se inclinó hacia mí, su voz baja y cargada de insinuación.
— Has sido un buen chico esta noche. Creo que mereces un premio, —susurró, sus ojos brillando con un destello de malicia.
Sentí que mi corazón se aceleraba. La expectativa en el aire era palpable, como si cada palabra que salía de su boca tuviera un peso específico. Me pregunté qué tipo de premio podría estar pensando. La idea de que él tuviera algo planeado me llenaba de nerviosismo y emoción.
Se puso de pie y me tomó de la mano, guiándome hacia una esquina del restaurante donde la iluminación era más tenue. En ese rincón apartado, la atmósfera se volvió más íntima, más cargada de tensión. Sin soltarme, sacó un pequeño estuche de su chaqueta. Al abrirlo, mis ojos se abrieron de par en par.
Dentro, había una caja de castidad, un dispositivo que brillaba con una elegancia inquietante. Era de un metal pulido, con un diseño elaborado que combinaba estética y función. La realidad de lo que me estaba entregando me hizo sentir un escalofrío recorrer mi cuerpo.
— Este es tu premio, —dijo con una sonrisa provocadora—. Quiero que lo lleves puesto, y así podrás experimentar lo que significa entregarte a mí por completo.
La mezcla de sorpresa y excitación me invadió. Había algo en la idea de una caja de castidad que me provocaba tanto temor como deseo. La noción de estar restringido, de perder el control de mi propio placer, era al mismo tiempo intimidante y seductora.
— ¿Aquí? —pregunté, mi voz temblando ligeramente mientras miraba el dispositivo, preguntándome si realmente estaba a punto de hacer algo así en un lugar tan público.
Él se acercó aún más, su rostro tan cerca del mío que podía sentir su aliento caliente.
— No te preocupes. Es solo entre tú y yo. No hay nadie más aquí que importe, —susurró, su voz suave y persuasiva.
Esa afirmación, esa promesa de intimidad, encendió una chispa de desafío en mi interior. Sabía que debía haber una línea, una forma de protección, pero al mismo tiempo, había un deseo voraz que me empujaba a aceptar su propuesta.
Asentí lentamente, sintiendo cómo la adrenalina corría por mis venas. Al tomar la caja de castidad en mis manos, sentí su peso, no solo físico sino simbólico. Era un recordatorio constante de lo que él esperaba de mí, de la entrega total que estaba dispuesta a hacer.
Él sonrió, sabiendo que había ganado en este pequeño juego de dominación.
— Ve al baño y póntelo, —dijo con un tono que dejaba claro que no estaba dispuesto a aceptar una negativa.
Me levanté, el corazón latiendo con fuerza mientras me dirigía al baño. Cada paso que daba estaba cargado de nerviosismo y emoción. Cuando entré en el cubículo, cerré la puerta detrás de mí y me miré en el espejo. La caja de castidad brillaba bajo la luz, y mientras la inspeccionaba, una sensación de liberación me invadió.
Colocarme el dispositivo fue un acto de rendición. A medida que lo ajustaba, sentí cómo la presión de la restricción se instalaba en mi cuerpo, y con ello, la mezcla de vergüenza y excitación se apoderó de mí. Era un símbolo de control, un recordatorio de mi nueva realidad: la entrega total a sus deseos.
Tomé una respiración profunda y, con el corazón en la garganta, salí del baño, sintiendo la caja de castidad en su lugar, ajustada y restrictiva. Regresé a la mesa donde él me esperaba, sus ojos iluminándose al verme. La mirada que me dirigió estaba llena de satisfacción, como si supiera exactamente lo que había desatado en mí.
— ¡Muy bien! —exclamó, aplaudiendo suavemente como si fuera un niño que había hecho algo bueno. Su tono era juguetón, pero también había una seriedad que me hizo sentir un escalofrío de anticipación—. Ahora, ven aquí.
Me acerqué, sintiendo cómo el ambiente se llenaba de una mezcla de nerviosismo y deseo. Él me tomó de la mano, llevándome hacia la esquina más oscura del restaurante, donde podríamos estar más aislados de las miradas ajenas.
— Quiero que te arrodilles, —dijo, y su voz era firme.
Mi corazón se detuvo un momento. La orden era clara, y aunque sabía que estaba a punto de cruzar un umbral, había algo intoxicante en la idea de entregarme completamente a él.
Me arrodillé frente a él, sintiendo la suavidad del suelo bajo mis rodillas. Su mirada se volvió aún más intensa, y un escalofrío recorrió mi espalda al ver la forma en que me observaba, como si estuviera evaluando cada detalle.
— Eres un buen chico, —dijo, su voz llena de aprobación—. Ahora, aprende lo que significa ser mío.
Mientras me hablaba, su mano se deslizó por mi cabello, acariciando suavemente. La combinación de su ternura y el control que ejercía sobre mí era embriagadora.
En ese momento, comprendí que había entrado en un nuevo mundo, uno donde el deseo y la dominación se entrelazaban en un juego intenso. A medida que me sumergía en esa experiencia, supe que mi vida estaba empezando a cambiar.
Capitulo 6
Mientras seguía arrodillado frente a él, sus palabras flotaban en el aire, llenas de un significado más profundo.
— Esta caja de castidad no solo es un símbolo de mi control sobre ti, —dijo, acariciando suavemente mi cabello—. Es un recordatorio de que eres mío. Te ayudará a mantenerte alejado de otras chicas, porque quiero que sepas que eres especial para mí.
Sentí una mezcla de confusión y emoción. La idea de estar atado a él de esta manera era tanto aterradora como liberadora. ¿Era esto realmente lo que quería? Pero al mismo tiempo, había algo en su mirada que me hacía sentir seguro.
— Si te portas bien, si demuestras que eres digno, —continuó, su voz firme y seductora—, te liberaré.
Esa promesa resonó en mí, una mezcla de deseo y sumisión. La idea de ser liberado, de volver a tener el control, era tentadora, pero el precio a pagar era claro. Tendría que demostrar mi lealtad y obediencia.
Después de un rato en esa atmósfera cargada, él se levantó y me llevó a mi casa. El camino estuvo lleno de un silencio denso, lleno de pensamientos sobre lo que había sucedido. Una vez que llegamos, se detuvo en la entrada, mirándome intensamente.
— Quiero que entiendas algo, —dijo, mientras sacaba una pequeña llave de su bolsillo y me la ofrecía—. No te llamaré en una semana. Quiero que tengas tiempo para reflexionar sobre lo que significa ser mío y lo que eso conlleva.
Tomé la llave entre mis manos, sintiendo su peso y lo que representaba. La idea de tener la clave para mi propia liberación era a la vez reconfortante y aterradora.
— Cada día, quiero que me grabes un video por la mañana. Quiero que me digas "buenos días" y que me cuentes lo que harás ese día. Es un ejercicio de compromiso, una forma de mantener nuestra conexión, aunque no esté presente.
Asentí, sintiendo cómo el desafío se instalaba en mi mente. La idea de grabar esos videos me hacía sentir expuesto de nuevo, como si cada palabra que dijera tuviera un impacto en mi destino.
— Recuerda, si muestras dedicación, la recompensa será grande, —dijo, guiñándome un ojo. Su tono era juguetón, pero también había una seriedad subyacente que no podía ignorar.
Con eso, se inclinó hacia mí, dándome un suave beso en la frente, un gesto que contenía tanto cariño como dominio. Después, se dio la vuelta y se marchó, dejándome allí, solo con la llave en la mano y una mezcla de emociones recorriendo mi ser.
Entré en casa sintiéndome extraño y lleno de confusión. La caja de castidad en mi cuerpo era un recordatorio constante de lo que había aceptado. Sabía que los próximos días serían una prueba. Tendría que navegar entre mis propios deseos y las expectativas que él había puesto sobre mí.
Esa noche, mientras me preparaba para dormir, miré la llave en mi mano, sintiendo su peso simbólico. Me pregunté si estaba listo para enfrentar lo que venía. La incertidumbre se mezclaba con la emoción, y en el fondo de mi mente, una pequeña chispa de rebeldía comenzaba a surgir.
Al día siguiente, al despertar, sabía que tenía un nuevo ritual por delante. La cámara de mi teléfono me esperaba, y con cada video que grabara, me acercaría un poco más a la libertad que anhelaba, aunque también me perdería un poco más en este nuevo juego de sumisión.
A medida que los días pasaban, el peso de la caja de castidad se sentía cada vez más presente, como un recordatorio constante de la promesa que había hecho. Cada mañana, el ritual de grabar el video se convirtió en un momento de intensa reflexión. Hacia la cámara, intentaba mostrarme confiado y sereno, pero cada palabra pronunciada estaba cargada de una mezcla de sumisión y deseo.
El último, después de grabar mi video, recibí un mensaje de él. La pantalla iluminó mi rostro, y un escalofrío recorrió mi espalda al leer: "Hoy quiero que hagas algo especial para mí. Espero que estés listo para demostrarme tu dedicación."
La inquietud se apoderó de mí. Sabía que significaba que el día tendría un nivel de exigencia mayor. Mientras me preparaba, la emoción y la ansiedad se entrelazaban, y la idea de su control me llenaba de una extraña energía.
A mediodía, llegó un nuevo mensaje: "Sal de casa y ve al parque. Te estaré esperando."
Mis pensamientos se agolpaban en mi mente mientras me dirigía al lugar. La brisa fresca me acariciaba la piel, pero el nudo en mi estómago crecía con cada paso. ¿Qué habría planeado para mí? Al llegar, lo vi sentado en un banco, con una expresión que combinaba autoridad y diversión.
— Te estaba esperando, —dijo con una sonrisa, gesticulando para que me acercara. — ¿Estás listo para tu primer desafío?
Asentí, sintiendo el corazón latiéndome con fuerza en el pecho.
— Quiero que te quites los zapatos y camines descalzo sobre la hierba. — Su voz era suave, pero había un tono firme que no dejaba lugar a dudas. — Eso es solo el comienzo.
Con un temblor de emoción, seguí sus instrucciones. Cada paso sobre el suelo fresco me recordaba la vulnerabilidad de mi situación, y al mismo tiempo, la excitación de someterme a su voluntad. Miré a mi alrededor, consciente de las miradas de curiosidad de los transeúntes, y una mezcla de vergüenza y orgullo floreció dentro de mí.
— Ahora, quiero que te arrodilles, —dijo. — Tómalo como un acto de entrega.
Me agaché, sintiendo cómo la hierba suave me tocaba la piel, pero no fue el frío el que me hizo estremecer. Fue el dominio en su mirada.
— Perfecto. — Él se inclinó hacia mí, su rostro a pocos centímetros del mío. — Mientras estás aquí, quiero que me digas lo mucho que te gusta ser mío.
Las palabras salieron de mis labios casi sin pensarlo. — Me gusta ser tuyo. Me siento vivo cuando estoy bajo tu control.
Sonrió, claramente complacido. — Me alegra oír eso. Pero recuerda, ser mío no es solo una cuestión de palabras; es una cuestión de acciones.
Luego, sacó un pequeño objeto de su bolsillo: una venda negra. — Esta es tu siguiente tarea. Quiero que te vendas los ojos. Solo entonces podrás saber lo que realmente significa entregarte a mí.
La idea de estar a ciegas me llenó de anticipación y temor. ¿Qué haría a continuación? Sin dudar, acepté la venda y la ajusté sobre mis ojos, el mundo a mi alrededor se volvió oscuro.
— Ahora, escucha, —dijo, su voz resonando en el silencio. — La forma en que te comportes en los próximos minutos definirá tu día. Si te muestras sumiso y obediente, habrá recompensas. Si no, habrá consecuencias.
Sentí cómo mi corazón latía con fuerza mientras esperaba, completamente a merced de su voluntad. Cada sonido se amplificaba; el susurro de la brisa, el canto de los pájaros, incluso los pasos de otros en el parque. ¿Qué estaría planeando?
De repente, sentí su mano en mi cabello, tirando suavemente para obligarme a mirar hacia arriba.
— Buen chico, —murmuró, justo antes de darme un ligero toque en la mejilla. — Pero también quiero que entiendas que estoy aquí para probarte. A veces, eso significa hacerte sentir incómodo.
Su mano se deslizó por mi cuello, provocando un escalofrío de emoción. La vulnerabilidad de estar vendado, sin saber lo que venía, me hizo sentir más expuesto que nunca.
— Ahora, quiero que me digas una cosa: ¿qué harías si no estuviera aquí para guiarte?
— Me perdería, —respondí con sinceridad, la voz temblorosa.
— Exactamente. Por eso estoy aquí. Para recordarte que en este viaje, yo tengo el control.
Con esas palabras resonando en mi mente, sentí un profundo deseo de complacerlo, de probarle que era digno de su atención y control. La venda se convirtió en un símbolo de mi entrega, y aunque no podía ver, sabía que su mirada me evaluaba, como un maestro que observa a su alumno.
Finalmente, me quitó la venda, y al abrir los ojos, vi su expresión llena de satisfacción. — Has pasado la primera prueba, —dijo. — Pero esto es solo el comienzo.
El camino hacia mi liberación sería largo, lleno de desafíos y recompensas. Cada decisión que tomara, cada acción que emprendiera, me acercaría un poco más a la libertad, o me perdería más en su dominio.
Sentí una mezcla de emoción y anticipación, y aunque sabía que el control estaba en sus manos, también había algo en mí que comenzaba a florecer: una profunda necesidad de satisfacer sus deseos y demostrar que, a pesar de todo, yo podía ser suyo por elección.
Me dio permiso durante unos dias para quitarme la jaula de castidad y seguir con mis estudios. Me cito en su casa al cabo de 10 dias.
[sigue...]