-Cuéntame cómo empezó todo –pidió la psicóloga a su paciente, una mujer de 41 años que le hacía recordar muchísimo a la actriz Karen Lancaume. Su hijo, que estaba junto a su madre, también pensaba que su madre se parecía a dicha actriz. Por supuesto, nunca se lo había dicho.
Los tres estaban sentados en su elegante y bien amueblado consultorio: la psicóloga, detrás de su amplio escritorio de madera oscura, en una silla de oficina; madre e hijo, en un diván color vino.
Clara hizo una profunda inspiración, y comenzó:
-Bueno, empezó hace un par de meses. Tres meses, para ser exactos. Empecé a darme cuenta de que Miguel intentaba mirarme a escondidas cuando salía de la ducha o me estaba cambiando. Algunas veces noté que incluso abría un poco la puerta de mi habitación para espiarme mejor.
-¿Y cómo te sentías en esos momentos? –preguntó la psicóloga.
-Sentí muchas cosas. Traicionada, por ejemplo. ¡Mi propio hijo me espía estando yo desnuda! ¿Cómo pudo ser capaz? Es la mujer quien decide quién la ve como Dios la trajo al mundo.
La psicóloga se dirigió entonces a Miguel.
-¿No niegas lo que tu mamá acaba de decir?
Miguel sacudió su cabeza, avergonzado.
-No…
-Entonces, la pregunta que debo hacerte ahora es “¿por qué miras a tu propia madre de esa manera?”. ¿Simplemente te sientes atraído por ella? ¿Disfrutas del hecho de que es tu propia madre? ¿Quizás ambas cosas?
-Es que… Nunca antes vi en persona a una mujer desnuda. Eso es todo –respondió Miguel, con un hilo de voz.
-Entonces, ¿es seguro asumir que nunca antes has hecho nada íntimo? –aventuró la psicóloga.
-No. Nunca.
-Suena como la típica situación que atraviesan miles de adolescentes curiosos –dijo la psicóloga-. Pero quiero hacer énfasis en mi pregunta anterior. ¿El hecho de que la mujer que espías se trate de tu madre le suma alguna significancia especial a verla desnuda?
-Creo que sí, en cierto sentido. Quiero decir, seguro, ella es mi mamá, creo que eso sumó un plus. Cuando la vi desnuda la primera vez, la vi bajo una nueva luz –dijo Miguel, mientras su mamá escuchaba sorprendida tal confesión.
-Continúa –dijo la psicóloga -. Aprecio tu sinceridad, y soy consciente de que esto no debe ser sencillo para ti, pero es importante que logren abrirse. Continúa, por favor.
-Es complicado. Creo que tiene que ver con que ella sola me ha cuidado toda mi vida, ya que perdí a mi padre siendo muy pequeño, y cuánto me he venido esforzando para ser “perfecto” ante ella, para retribuir tanto cariño y tanto cuidado. Cuando la vi desnuda, todo cambió. Llenó mi cabeza. Nunca quise convertirme en un pervertido ni nada parecido. Simplemente quería ver más. Más de su cuerpo.
La psicóloga se dirigió entonces a la madre de Miguel.
-Clara, ¿qué pensamientos cruzan tu mente ahora mismo, luego de oír a tu hijo? ¿Cambió tu perspectiva de alguna forma?
Clara asintió lentamente.
-Sí. Sí, la cambia. No sabía que se sentía así. Creía que era un caso algo inusual de rebeldía adolescente. No tenía idea de que era mucho más profundo.
Fue la psicóloga quien asintió ahora.
-Los asuntos de familia nunca son sencillos, especialmente cuando un asunto delicado como el sexo está de por medio. Ahora, Clara, quiero que le cuentes a tu hijo acerca de los sueños que has tenido últimamente.
-Yo… Yo pensaba que lo que discutimos en nuestras sesiones privadas quedaba entre nosotros –exclamó Clara, nerviosa.
-Por supuesto, y así será. Pero este asunto involucra a tu hijo, y siento que él debe estar al tanto. Me he dedicado a la terapia de familia por años y he obtenido muy buenos resultados, siempre guiándome por la idea de que la honestidad es la mejor guía para llegar a los mejores resultados. En este caso, Clara, significaría un alivio para Miguel saber el contenido de tus sueños.
Clara suspiró.
-Bueno… Fue la noche después de que sorprendí a Miguel al salir de la ducha. Esa noche tuve un sueño en… Un sueño en… No puedo creer que vaya a decirlo. Un sueño en el que estábamos los dos en la cocina. Yo estaba de rodillas ante él, dándole placer con… Una felación. Desperté sin querer creer la clase de imágenes que mi subconsciente había generado.
El consultorio de repente se sintió más caluroso. La psicóloga se acomodó los anteojos que se le habían resbalado hasta la punta de su nariz por la transpiración. Miguel se dio cuenta de que estaba pasando de sentirse avergonzado a sentirse cachondo. Las palpitaciones de su verga eran inconfundibles. Sentía lo mismo cada vez que lograba espiar a su madre.
-Y aún hay más, ¿no? –inquirió la psicóloga.
-Sí. Volvió a ocurrir unos días después. En el sueño, estábamos en mi cama, desnudos, besándonos como si no hubiera mañana. Y entonces Miguel bajaba a mi entrepierna y… Me daba sexo oral. Ese día supe que este problema se me estaba saliendo de control. Empecé a cerrar la puerta de mi habitación y a tener mucho cuidado cuando entraba y salía de la ducha. Miguel claro, redobló sus esfuerzos al espiarme. Esa fue la gota que rebalsó el vaso. Y aquí estamos.
-Clara, mi opinión profesional es que estás dándole demasiada manija a este asunto –dijo la psicóloga-. Asumiste de entrada que tu hijo es un desviado por admirar tu cuerpo, y ahora asumes que debes avergonzarte de tus sueños
-No entiendo. ¿Qué está insinuando? –dijo Clara.
-No estoy insinuando nada –dijo la psicóloga, levantando una ceja-. Simplemente digo que estás convirtiendo las cosas en algo que no son. Eres tú la que está asumiendo de cuajo que el incesto es algo malo. Porque debemos ser francos y asumir que de lo que hablamos acá es, bueno, incesto.
Claro quedó en silencio, estupefacta ante lo que acababa de escuchar de boca de su terapeuta.
-No me parece correcto ser espiada, además…
-Quiero que seamos totalmente sinceros –la cortó la psicóloga-. Me contaste que, después de tener el primero esos sueños tan explícitos, no pudiste resistir tu deseo de masturbarte, ¿correcto?
-De verdad, no me parece que debas decir eso delante de mi hijo –dijo Clara, desafiante y también avergonzada.
-La razón por la que digo lo que digo es que estoy tratando de tirar abajo las barreras que existen entre Miguel y tú –exclamó la psicóloga, con firmeza-. Sí, es cierto, mi método terapéutico no se enseña en ninguna academia y, hasta donde sé, no es practicado por ninguno de mis colegas. No obstante, hay una razón por la que tantos de mis pacientes han progresado a pasos agigantados en sus relaciones y están más que deseosos de continuar con la terapia. Eso es porque mi método funciona. Entonces, ¿estás interesada?
Clara guardó silencio por un minuto que pareció una hora.
-Lo estoy –dijo Clara, finalmente.
-Bien. Ahora, continuemos donde nos quedamos. ¿Alguna vez has pensado en besar a tu hijo?
Claro lo meditó por un momento.
-No muy seguido –dijo-. Aunque, sí ocasionalmente me pregunté qué sabor tendría su boca. Desde que le salió su primer diente, me he encargado de enseñarle lo importante que es la higiene bucal. Y supongo que estará de acuerdo conmigo cuando digo que besar una boca limpia es doblemente placentero.
-Por supuesto que sí –respondió la psicóloga, y, dirigiéndose a Miguel, continuó-: ¿Cómo te sientes Miguel, sabiendo que tu mamá fantaseó contigo y hasta se preguntó cómo sería besarte? ¿Es excitante?
-Lo es, sí –dijo el chico-. Es la última cosa que esperaba oír cuando mamá me avisó que teníamos que hacer terapia. Pensé que sólo se enfadaría aún más por todo lo que viene pasando.
-Bien, Clara, ahora quiero que le des a tu hijo un dulce beso en los labios –requirió la psicóloga casualmente-. Quiero que lo beses, así ninguno de los dos tendrá que seguir imaginando cómo es. Es algo casi completamente inocuo, y va a ayudar a eliminar un montón de tensión.
Clara quedó boquiabierta ante semejante pedido. Estuvo a punto de cuestionar a la terapeuta, pero se contuvo al contemplar la pared detrás de ella, una pared colmada de diplomas y certificados que echarían por el piso toda protesta de su parte. Estaba frente a una de las psicólogas de familia de mayor renombre en la ciudad. Se la había recomendado su mejor amiga, quien había tenido un problema similar con uno de sus hijos. Además, cuando sus ojos se posaron en Miguel, vio cómo la estaba devorando con la mirada, deseoso de recibir un beso.
Se inclinó hacia su hijo. Miguel se inclinó hacia ella. Entonces, se besaron.
Fue un beso inocente, como había dicho la psicóloga. Como el primer beso en la boca que se dan los preadolescentes cuando comienzan a interesarse por el sexo opuesto.
La curiosidad de ambos por besarse había desaparecido. Aunque ahora otras curiosidades se asomaban en el horizonte.
-Creo que no me equivoco al afirmar que Miguel disfrutó el beso. ¿Pero tú lo disfrutaste, Clara?
Clara se limpió discretamente la saliva de las comisuras de sus labios. Trató de recobrar la compostura.
-Fue interesante. No esperaba que ocurriera, pero no me arrepiento.
-Bien –dijo la psicóloga, con una sonrisa-. Ahora quiero que llevemos esto a nivel superior. Clara, quiero que te desvistas delante de tu hijo para mostrarle que tu cuerpo desnudo no es en lo absoluto algo de lo que deban avergonzarse. Quiero que le enseñes que la desnudez es perfectamente natural.
-No… No puedo. Si alguien llegara a enterarse de esto, mi vida se arruinaría –dijo Clara.
-Clara, debes confiar en mí. La confidencialidad que mantengo y el trabajo que hago con mis pacientes no tiene comparación. Así que, a menos que tú o Miguel hablen con alguien más acerca de esto, y me parece que ninguno de los dos lo hará, nadie se va a enterar jamás delo que ocurra aquí.
Una vez más, Clara supo que no tenía sentido discutir con una profesional de tan alto calibre. Una parte de ella quería continuar objetando lo mal que estaba el rumbo que la terapia estaba tomando y lo extremas que eran las peticiones que le estaba haciendo. Pero otra parte sentía curiosidad acerca de lo que podía conseguirse con este poco ortodoxo método. Esa última parte fue la que ganó.
Se puso de pie y empezó a quitarse la ropa. Primero su cárdigan gris, luego su blusa rosada, luego su falda de vestir. Con cada prenda que se quitaba, su timidez y su modestia le abrieron paso a su veta exhibicionista. Amó el hecho de que dos personas tuvieran los ojos fijos en ella mientras se desnudaba. Ya no le importaba que una de esas personas fuera una terapeuta de renombre y la otra fuera su propio hijo. Las miradas que le dedicaban evidenciaban la lujuria que provocaba su cuerpo descubierto. De hecho, Miguel y la terapeuta se sentían más nerviosos que ella.
Luego de lo que pareció una eternidad, Clara colocó sus medias oscuras de nylon sobre el diván y quedó allí de pie, completamente desnuda.
Su cuerpo era pulposo, con caderas y muslos bien redondeados. Sus tetas eran de un tamaño nada modesto y estaban un poco caídos, lo cual era uno de los pocos indicios del paso del tiempo que mostraba. Sus pezones eran de un delicado color rosado, mientras sus areolas de tres centímetros de diámetro eran de un tono más claro. Su pubis estaba cubierto de abundante vello negro como la noche que, sin embargo, no alcanzaba a esconder del todo los gruesos labios de su concha. Se sentó, y ahora su espalda estaba más recta y sus hombros se veían más anchos. Era una hembra orgullosa de su apariencia.
La psicóloga desabrochó los dos botones de arriba de su camisa antes de volver a hablar.
-Eres una mujer despampanante, Clara. Ahora puedo entender por qué tu hijo te ha estado espiando. Y a juzgar por el cambio que se aprecia en tu actitud, exponerte ante él ha sido buena idea.
-De verdad me siento liberada, en cierto sentido –dijo Clara-. Si esto es lo que él quiere realmente, creo que no le va a hacer daño verme sin ropa.
-Bien, eso es lo que quería oír. Ahora, Miguel, cuéntame que piensas al ver así a tu madre. Porque verla así por fin debe estar haciendo algún efecto en ti.
-¡Claro! –respondió Miguel, sin despegar los ojos de las tetas de su mamá, sintiendo que el corazón le daba saltos-. Hasta hora, siempre había visto a mamá así desde lejos. Tenerla desnuda tan cerca de mí se siente irreal.
-Cuéntame –continuó la psicóloga-, si pudieras pedirle ahora mismo a tu madre una cosa sin reparar en las consecuencias, ¿qué sería, Miguel? Y sí, mi pregunta es de índole sexual.
Miguel tomó aire, como para darse valor.
-Pondría mi verga en su boca, así podría… Ya sabe. Nunca me lo hicieron, no sé cómo se siente.
-Bien –aprobó la psicóloga, con una sonrisa traviesa-. Ahora te voy a pedir que te pongas de pie y le muestres a tu madre lo fuertes que son tus sentimientos por ella. Estoy segura de que su respuesta será más que favorable.
Miguel dudó. Pero, igual que su madre minutos antes, reunió el valor necesario para ponerse de pie y exponerse ante la hembra que lo había traído al mundo. Desabrochó su cinturón y dejó caer el pantalón azul del uniforme de su colegio. Un bulto más que considerable podía apreciarse en su ropa interior. Eliminando los últimos resabios de timidez que lo estorbaban, liberó su erección. Su larga verga quedó, tiesa hasta doler, justo frente al rostro de su madre.
Clara, sin que se lo pidieran, tomó el instrumento de su hijo y llevó hacia atrás la abundante piel del prepucio para dejar expuesto su glande. Empezó a acariciarlo gentilmente. La curiosidad se había apoderado de ella. Contempló la verga de su hijo con una combinación de cariño y admiración. Poco más de dieciocho centímetros de carne caliente y rígida daban cuenta de que su niño ya tenía al menos un pie en la madurez. Una gruesa gota de líquido pre seminal brotó de la verga de Miguel.
Clara ya no pudo más. Humedeció sus labios y los llevó al sexo de su hijo. Extendió con ellos la abundante lubricación, plantando dulces besos tanto en la punta como en los testículos. Luego empezó a darle lamidas a lo largo del tronco, causando que Miguel gimiera loco de placer y le acariciara la cabeza. El orgullo de Clara crecía a cada momento. Ella iba a ser la mujer que introdujera a su joven hijo a los placeres del sexo. Pensando que estaba siendo testigo de la transformación de Miguel en un hombre, metió la verga en su boca y comenzó a chuparla como hacía años no lo hacía.
Miguel sintió cosquillas en sus rodillas mientras la cabeza de su mamá subía y bajaba sobre su miembro. Era una sensación increíble. Le costaba aceptar el hecho de que, al mirar abajo, tenía el rostro de su propia madre con los labios cerrados alrededor de su falo y las mejillas hundidas por la succión. Chupaba fuerte, y la presión le parecía más o menos parecida a la que ejercía con su puño al pajearse. Pero la mamada de su mamá incluía el calor de su saliva y su suave lengua recorriendo cada milímetro de su glande.
Las sensaciones abrumaron a Miguel. Ya no pudo retrasar la corrida. Chorro tras chorro de leche fue a parar directo a la boca de su mamá. Claro obtuvo lo que se deseaba -¡y con creces! -: poder descubrir el sabor de su propio hijo. La eyaculación de Miguel casi la atragantó. Apenas pudo tragarse toda la lefa que soltó.
Miguel se dejó caer en el diván mientras su mamá degustaba con los ojos cerrados los últimos sorbos de la eyaculación de su hijo.
La psicóloga miró a la pareja con satisfacción, sonriendo por haber logrado acercar a una madre con su hijo de la manera más radical posible.
-¿Fue lo que esperabas, Clara? –dijo, ofreciéndole a su paciente pañuelos descartables.
-Fue más de lo pensaba –contestó Clara, limpiándose con delicadeza los labios y el mentón-. Me cuesta creer que se la mamé a mi hijo…
La psicóloga se dirigió a Miguel.
-¿Y tú, querido? Te ves como un campeón que ha disfrutado la primera mamada de parte de madre.
-Eso fue increíble –respondió el chico, aún agitado-. Nunca en mi vida sentí algo así. Nunca. No tenía idea de que una mujer pudiera hacer eso.
-¡Y hasta pareces listo para una segunda ronda! –hizo notar la psicóloga, al notar que la verga del muchacho no perdía su rigidez del todo-. Es totalmente normal y esperable, tus hormonas deben ser un huracán ahora mismo, después de lo que acabas de experimentar.
-Oh, definitivamente quiero más. Si mi mamá lo desea, claro…
-¿Suena bien la idea de perder tu virginidad con tu mamá? –dijo la psicóloga, sonriendo traviesa-. Sé que va a ser algo muy especial para ambos si ella es tu primera mujer.
Miguel miró a su madre. Ella lo miró con una sonrisa llena de afecto, el cariño del que sólo es capaz una madre, y asintió con la cabeza. Clara se acostó entonces en el diván, tirando al suelo la ropa que había encima.
-Móntame –dijo.
Miguel se colocó entre las piernas de Clara y frotó con su verga la entrada de la concha por la que vino al mundo. Sentir su calor y humedad, además de saber que la hembra con la que iba a coger era su madre fue suficiente para que su instrumento se pusiera duro como una barra de hierro otra vez. No importó su falta de experiencia, Clara lo guiaba sutilmente, indicándole cómo penetrarla y cómo moverse mientras no dejaban de mirarse a los ojos.
Empezaron a hacer el amor con la pasión de mil amantes… Por unos minutos. No pasó mucho para que la pareja se desatara y madre e hijo empezaran a aparearse como dos bestias en celo. Miguel montó a su madre más fuerte y más rápido. Necesitaba calmar los bajos instintos que lo venían atormentando desde hace semanas. A cada embestida que él daba, su madre respondía con un gemido y una obscenidad, como para afirmar su propio placer.
La terapeuta miró a la pareja incestuosa fornicando como animales, la larga verga del hijo entrando y saliendo de la húmeda cueva de su mamá como un pistón. Se sintió muy orgullosa de haber logrado acercar a una madre con su hijo de la forma más extrema.
Casi quince minutos después, Miguel alcanzó su segundo orgasmo, inundando la concha de su madre con fuertes y abundantes lechazos. Clara le susurró a Miguel “te amo, hijo de puta” antes de introducirle la lengua hasta la garganta en un beso profundo que dejó sin aliento a ambos.
***
Clara y Miguel se vistieron y se arreglaron mientras la psicóloga escribía en un bloc de notas. Cuando terminó, le entregó una nota a Clara y los acompañó a la puerta.
-¿Qué es esto? –preguntó.
-Mis recomendaciones personales de lo que tú y tu hijo deben hacer en las próximas semanas.
Clara se sonrojó al leer las indicaciones.
-No veo la hora de seguir estos consejos al pie de la letra.
-Y yo no veo la hora de que llegue nuestra siguiente sesión. Les deseo lo mejor para los dos.
Clara y su hijo agradecieron las palabras de aliento de la psicóloga y salieron de la mano más unidos y contentos que nunca. La recepcionista del consultorio, que se hacía una buena idea de lo que acaba de pasar, les dedicó una amplia sonrisa cómplice mientras esperaban el ascensor.
Los tres estaban sentados en su elegante y bien amueblado consultorio: la psicóloga, detrás de su amplio escritorio de madera oscura, en una silla de oficina; madre e hijo, en un diván color vino.
Clara hizo una profunda inspiración, y comenzó:
-Bueno, empezó hace un par de meses. Tres meses, para ser exactos. Empecé a darme cuenta de que Miguel intentaba mirarme a escondidas cuando salía de la ducha o me estaba cambiando. Algunas veces noté que incluso abría un poco la puerta de mi habitación para espiarme mejor.
-¿Y cómo te sentías en esos momentos? –preguntó la psicóloga.
-Sentí muchas cosas. Traicionada, por ejemplo. ¡Mi propio hijo me espía estando yo desnuda! ¿Cómo pudo ser capaz? Es la mujer quien decide quién la ve como Dios la trajo al mundo.
La psicóloga se dirigió entonces a Miguel.
-¿No niegas lo que tu mamá acaba de decir?
Miguel sacudió su cabeza, avergonzado.
-No…
-Entonces, la pregunta que debo hacerte ahora es “¿por qué miras a tu propia madre de esa manera?”. ¿Simplemente te sientes atraído por ella? ¿Disfrutas del hecho de que es tu propia madre? ¿Quizás ambas cosas?
-Es que… Nunca antes vi en persona a una mujer desnuda. Eso es todo –respondió Miguel, con un hilo de voz.
-Entonces, ¿es seguro asumir que nunca antes has hecho nada íntimo? –aventuró la psicóloga.
-No. Nunca.
-Suena como la típica situación que atraviesan miles de adolescentes curiosos –dijo la psicóloga-. Pero quiero hacer énfasis en mi pregunta anterior. ¿El hecho de que la mujer que espías se trate de tu madre le suma alguna significancia especial a verla desnuda?
-Creo que sí, en cierto sentido. Quiero decir, seguro, ella es mi mamá, creo que eso sumó un plus. Cuando la vi desnuda la primera vez, la vi bajo una nueva luz –dijo Miguel, mientras su mamá escuchaba sorprendida tal confesión.
-Continúa –dijo la psicóloga -. Aprecio tu sinceridad, y soy consciente de que esto no debe ser sencillo para ti, pero es importante que logren abrirse. Continúa, por favor.
-Es complicado. Creo que tiene que ver con que ella sola me ha cuidado toda mi vida, ya que perdí a mi padre siendo muy pequeño, y cuánto me he venido esforzando para ser “perfecto” ante ella, para retribuir tanto cariño y tanto cuidado. Cuando la vi desnuda, todo cambió. Llenó mi cabeza. Nunca quise convertirme en un pervertido ni nada parecido. Simplemente quería ver más. Más de su cuerpo.
La psicóloga se dirigió entonces a la madre de Miguel.
-Clara, ¿qué pensamientos cruzan tu mente ahora mismo, luego de oír a tu hijo? ¿Cambió tu perspectiva de alguna forma?
Clara asintió lentamente.
-Sí. Sí, la cambia. No sabía que se sentía así. Creía que era un caso algo inusual de rebeldía adolescente. No tenía idea de que era mucho más profundo.
Fue la psicóloga quien asintió ahora.
-Los asuntos de familia nunca son sencillos, especialmente cuando un asunto delicado como el sexo está de por medio. Ahora, Clara, quiero que le cuentes a tu hijo acerca de los sueños que has tenido últimamente.
-Yo… Yo pensaba que lo que discutimos en nuestras sesiones privadas quedaba entre nosotros –exclamó Clara, nerviosa.
-Por supuesto, y así será. Pero este asunto involucra a tu hijo, y siento que él debe estar al tanto. Me he dedicado a la terapia de familia por años y he obtenido muy buenos resultados, siempre guiándome por la idea de que la honestidad es la mejor guía para llegar a los mejores resultados. En este caso, Clara, significaría un alivio para Miguel saber el contenido de tus sueños.
Clara suspiró.
-Bueno… Fue la noche después de que sorprendí a Miguel al salir de la ducha. Esa noche tuve un sueño en… Un sueño en… No puedo creer que vaya a decirlo. Un sueño en el que estábamos los dos en la cocina. Yo estaba de rodillas ante él, dándole placer con… Una felación. Desperté sin querer creer la clase de imágenes que mi subconsciente había generado.
El consultorio de repente se sintió más caluroso. La psicóloga se acomodó los anteojos que se le habían resbalado hasta la punta de su nariz por la transpiración. Miguel se dio cuenta de que estaba pasando de sentirse avergonzado a sentirse cachondo. Las palpitaciones de su verga eran inconfundibles. Sentía lo mismo cada vez que lograba espiar a su madre.
-Y aún hay más, ¿no? –inquirió la psicóloga.
-Sí. Volvió a ocurrir unos días después. En el sueño, estábamos en mi cama, desnudos, besándonos como si no hubiera mañana. Y entonces Miguel bajaba a mi entrepierna y… Me daba sexo oral. Ese día supe que este problema se me estaba saliendo de control. Empecé a cerrar la puerta de mi habitación y a tener mucho cuidado cuando entraba y salía de la ducha. Miguel claro, redobló sus esfuerzos al espiarme. Esa fue la gota que rebalsó el vaso. Y aquí estamos.
-Clara, mi opinión profesional es que estás dándole demasiada manija a este asunto –dijo la psicóloga-. Asumiste de entrada que tu hijo es un desviado por admirar tu cuerpo, y ahora asumes que debes avergonzarte de tus sueños
-No entiendo. ¿Qué está insinuando? –dijo Clara.
-No estoy insinuando nada –dijo la psicóloga, levantando una ceja-. Simplemente digo que estás convirtiendo las cosas en algo que no son. Eres tú la que está asumiendo de cuajo que el incesto es algo malo. Porque debemos ser francos y asumir que de lo que hablamos acá es, bueno, incesto.
Claro quedó en silencio, estupefacta ante lo que acababa de escuchar de boca de su terapeuta.
-No me parece correcto ser espiada, además…
-Quiero que seamos totalmente sinceros –la cortó la psicóloga-. Me contaste que, después de tener el primero esos sueños tan explícitos, no pudiste resistir tu deseo de masturbarte, ¿correcto?
-De verdad, no me parece que debas decir eso delante de mi hijo –dijo Clara, desafiante y también avergonzada.
-La razón por la que digo lo que digo es que estoy tratando de tirar abajo las barreras que existen entre Miguel y tú –exclamó la psicóloga, con firmeza-. Sí, es cierto, mi método terapéutico no se enseña en ninguna academia y, hasta donde sé, no es practicado por ninguno de mis colegas. No obstante, hay una razón por la que tantos de mis pacientes han progresado a pasos agigantados en sus relaciones y están más que deseosos de continuar con la terapia. Eso es porque mi método funciona. Entonces, ¿estás interesada?
Clara guardó silencio por un minuto que pareció una hora.
-Lo estoy –dijo Clara, finalmente.
-Bien. Ahora, continuemos donde nos quedamos. ¿Alguna vez has pensado en besar a tu hijo?
Claro lo meditó por un momento.
-No muy seguido –dijo-. Aunque, sí ocasionalmente me pregunté qué sabor tendría su boca. Desde que le salió su primer diente, me he encargado de enseñarle lo importante que es la higiene bucal. Y supongo que estará de acuerdo conmigo cuando digo que besar una boca limpia es doblemente placentero.
-Por supuesto que sí –respondió la psicóloga, y, dirigiéndose a Miguel, continuó-: ¿Cómo te sientes Miguel, sabiendo que tu mamá fantaseó contigo y hasta se preguntó cómo sería besarte? ¿Es excitante?
-Lo es, sí –dijo el chico-. Es la última cosa que esperaba oír cuando mamá me avisó que teníamos que hacer terapia. Pensé que sólo se enfadaría aún más por todo lo que viene pasando.
-Bien, Clara, ahora quiero que le des a tu hijo un dulce beso en los labios –requirió la psicóloga casualmente-. Quiero que lo beses, así ninguno de los dos tendrá que seguir imaginando cómo es. Es algo casi completamente inocuo, y va a ayudar a eliminar un montón de tensión.
Clara quedó boquiabierta ante semejante pedido. Estuvo a punto de cuestionar a la terapeuta, pero se contuvo al contemplar la pared detrás de ella, una pared colmada de diplomas y certificados que echarían por el piso toda protesta de su parte. Estaba frente a una de las psicólogas de familia de mayor renombre en la ciudad. Se la había recomendado su mejor amiga, quien había tenido un problema similar con uno de sus hijos. Además, cuando sus ojos se posaron en Miguel, vio cómo la estaba devorando con la mirada, deseoso de recibir un beso.
Se inclinó hacia su hijo. Miguel se inclinó hacia ella. Entonces, se besaron.
Fue un beso inocente, como había dicho la psicóloga. Como el primer beso en la boca que se dan los preadolescentes cuando comienzan a interesarse por el sexo opuesto.
La curiosidad de ambos por besarse había desaparecido. Aunque ahora otras curiosidades se asomaban en el horizonte.
-Creo que no me equivoco al afirmar que Miguel disfrutó el beso. ¿Pero tú lo disfrutaste, Clara?
Clara se limpió discretamente la saliva de las comisuras de sus labios. Trató de recobrar la compostura.
-Fue interesante. No esperaba que ocurriera, pero no me arrepiento.
-Bien –dijo la psicóloga, con una sonrisa-. Ahora quiero que llevemos esto a nivel superior. Clara, quiero que te desvistas delante de tu hijo para mostrarle que tu cuerpo desnudo no es en lo absoluto algo de lo que deban avergonzarse. Quiero que le enseñes que la desnudez es perfectamente natural.
-No… No puedo. Si alguien llegara a enterarse de esto, mi vida se arruinaría –dijo Clara.
-Clara, debes confiar en mí. La confidencialidad que mantengo y el trabajo que hago con mis pacientes no tiene comparación. Así que, a menos que tú o Miguel hablen con alguien más acerca de esto, y me parece que ninguno de los dos lo hará, nadie se va a enterar jamás delo que ocurra aquí.
Una vez más, Clara supo que no tenía sentido discutir con una profesional de tan alto calibre. Una parte de ella quería continuar objetando lo mal que estaba el rumbo que la terapia estaba tomando y lo extremas que eran las peticiones que le estaba haciendo. Pero otra parte sentía curiosidad acerca de lo que podía conseguirse con este poco ortodoxo método. Esa última parte fue la que ganó.
Se puso de pie y empezó a quitarse la ropa. Primero su cárdigan gris, luego su blusa rosada, luego su falda de vestir. Con cada prenda que se quitaba, su timidez y su modestia le abrieron paso a su veta exhibicionista. Amó el hecho de que dos personas tuvieran los ojos fijos en ella mientras se desnudaba. Ya no le importaba que una de esas personas fuera una terapeuta de renombre y la otra fuera su propio hijo. Las miradas que le dedicaban evidenciaban la lujuria que provocaba su cuerpo descubierto. De hecho, Miguel y la terapeuta se sentían más nerviosos que ella.
Luego de lo que pareció una eternidad, Clara colocó sus medias oscuras de nylon sobre el diván y quedó allí de pie, completamente desnuda.
Su cuerpo era pulposo, con caderas y muslos bien redondeados. Sus tetas eran de un tamaño nada modesto y estaban un poco caídos, lo cual era uno de los pocos indicios del paso del tiempo que mostraba. Sus pezones eran de un delicado color rosado, mientras sus areolas de tres centímetros de diámetro eran de un tono más claro. Su pubis estaba cubierto de abundante vello negro como la noche que, sin embargo, no alcanzaba a esconder del todo los gruesos labios de su concha. Se sentó, y ahora su espalda estaba más recta y sus hombros se veían más anchos. Era una hembra orgullosa de su apariencia.
La psicóloga desabrochó los dos botones de arriba de su camisa antes de volver a hablar.
-Eres una mujer despampanante, Clara. Ahora puedo entender por qué tu hijo te ha estado espiando. Y a juzgar por el cambio que se aprecia en tu actitud, exponerte ante él ha sido buena idea.
-De verdad me siento liberada, en cierto sentido –dijo Clara-. Si esto es lo que él quiere realmente, creo que no le va a hacer daño verme sin ropa.
-Bien, eso es lo que quería oír. Ahora, Miguel, cuéntame que piensas al ver así a tu madre. Porque verla así por fin debe estar haciendo algún efecto en ti.
-¡Claro! –respondió Miguel, sin despegar los ojos de las tetas de su mamá, sintiendo que el corazón le daba saltos-. Hasta hora, siempre había visto a mamá así desde lejos. Tenerla desnuda tan cerca de mí se siente irreal.
-Cuéntame –continuó la psicóloga-, si pudieras pedirle ahora mismo a tu madre una cosa sin reparar en las consecuencias, ¿qué sería, Miguel? Y sí, mi pregunta es de índole sexual.
Miguel tomó aire, como para darse valor.
-Pondría mi verga en su boca, así podría… Ya sabe. Nunca me lo hicieron, no sé cómo se siente.
-Bien –aprobó la psicóloga, con una sonrisa traviesa-. Ahora te voy a pedir que te pongas de pie y le muestres a tu madre lo fuertes que son tus sentimientos por ella. Estoy segura de que su respuesta será más que favorable.
Miguel dudó. Pero, igual que su madre minutos antes, reunió el valor necesario para ponerse de pie y exponerse ante la hembra que lo había traído al mundo. Desabrochó su cinturón y dejó caer el pantalón azul del uniforme de su colegio. Un bulto más que considerable podía apreciarse en su ropa interior. Eliminando los últimos resabios de timidez que lo estorbaban, liberó su erección. Su larga verga quedó, tiesa hasta doler, justo frente al rostro de su madre.
Clara, sin que se lo pidieran, tomó el instrumento de su hijo y llevó hacia atrás la abundante piel del prepucio para dejar expuesto su glande. Empezó a acariciarlo gentilmente. La curiosidad se había apoderado de ella. Contempló la verga de su hijo con una combinación de cariño y admiración. Poco más de dieciocho centímetros de carne caliente y rígida daban cuenta de que su niño ya tenía al menos un pie en la madurez. Una gruesa gota de líquido pre seminal brotó de la verga de Miguel.
Clara ya no pudo más. Humedeció sus labios y los llevó al sexo de su hijo. Extendió con ellos la abundante lubricación, plantando dulces besos tanto en la punta como en los testículos. Luego empezó a darle lamidas a lo largo del tronco, causando que Miguel gimiera loco de placer y le acariciara la cabeza. El orgullo de Clara crecía a cada momento. Ella iba a ser la mujer que introdujera a su joven hijo a los placeres del sexo. Pensando que estaba siendo testigo de la transformación de Miguel en un hombre, metió la verga en su boca y comenzó a chuparla como hacía años no lo hacía.
Miguel sintió cosquillas en sus rodillas mientras la cabeza de su mamá subía y bajaba sobre su miembro. Era una sensación increíble. Le costaba aceptar el hecho de que, al mirar abajo, tenía el rostro de su propia madre con los labios cerrados alrededor de su falo y las mejillas hundidas por la succión. Chupaba fuerte, y la presión le parecía más o menos parecida a la que ejercía con su puño al pajearse. Pero la mamada de su mamá incluía el calor de su saliva y su suave lengua recorriendo cada milímetro de su glande.
Las sensaciones abrumaron a Miguel. Ya no pudo retrasar la corrida. Chorro tras chorro de leche fue a parar directo a la boca de su mamá. Claro obtuvo lo que se deseaba -¡y con creces! -: poder descubrir el sabor de su propio hijo. La eyaculación de Miguel casi la atragantó. Apenas pudo tragarse toda la lefa que soltó.
Miguel se dejó caer en el diván mientras su mamá degustaba con los ojos cerrados los últimos sorbos de la eyaculación de su hijo.
La psicóloga miró a la pareja con satisfacción, sonriendo por haber logrado acercar a una madre con su hijo de la manera más radical posible.
-¿Fue lo que esperabas, Clara? –dijo, ofreciéndole a su paciente pañuelos descartables.
-Fue más de lo pensaba –contestó Clara, limpiándose con delicadeza los labios y el mentón-. Me cuesta creer que se la mamé a mi hijo…
La psicóloga se dirigió a Miguel.
-¿Y tú, querido? Te ves como un campeón que ha disfrutado la primera mamada de parte de madre.
-Eso fue increíble –respondió el chico, aún agitado-. Nunca en mi vida sentí algo así. Nunca. No tenía idea de que una mujer pudiera hacer eso.
-¡Y hasta pareces listo para una segunda ronda! –hizo notar la psicóloga, al notar que la verga del muchacho no perdía su rigidez del todo-. Es totalmente normal y esperable, tus hormonas deben ser un huracán ahora mismo, después de lo que acabas de experimentar.
-Oh, definitivamente quiero más. Si mi mamá lo desea, claro…
-¿Suena bien la idea de perder tu virginidad con tu mamá? –dijo la psicóloga, sonriendo traviesa-. Sé que va a ser algo muy especial para ambos si ella es tu primera mujer.
Miguel miró a su madre. Ella lo miró con una sonrisa llena de afecto, el cariño del que sólo es capaz una madre, y asintió con la cabeza. Clara se acostó entonces en el diván, tirando al suelo la ropa que había encima.
-Móntame –dijo.
Miguel se colocó entre las piernas de Clara y frotó con su verga la entrada de la concha por la que vino al mundo. Sentir su calor y humedad, además de saber que la hembra con la que iba a coger era su madre fue suficiente para que su instrumento se pusiera duro como una barra de hierro otra vez. No importó su falta de experiencia, Clara lo guiaba sutilmente, indicándole cómo penetrarla y cómo moverse mientras no dejaban de mirarse a los ojos.
Empezaron a hacer el amor con la pasión de mil amantes… Por unos minutos. No pasó mucho para que la pareja se desatara y madre e hijo empezaran a aparearse como dos bestias en celo. Miguel montó a su madre más fuerte y más rápido. Necesitaba calmar los bajos instintos que lo venían atormentando desde hace semanas. A cada embestida que él daba, su madre respondía con un gemido y una obscenidad, como para afirmar su propio placer.
La terapeuta miró a la pareja incestuosa fornicando como animales, la larga verga del hijo entrando y saliendo de la húmeda cueva de su mamá como un pistón. Se sintió muy orgullosa de haber logrado acercar a una madre con su hijo de la forma más extrema.
Casi quince minutos después, Miguel alcanzó su segundo orgasmo, inundando la concha de su madre con fuertes y abundantes lechazos. Clara le susurró a Miguel “te amo, hijo de puta” antes de introducirle la lengua hasta la garganta en un beso profundo que dejó sin aliento a ambos.
***
Clara y Miguel se vistieron y se arreglaron mientras la psicóloga escribía en un bloc de notas. Cuando terminó, le entregó una nota a Clara y los acompañó a la puerta.
-¿Qué es esto? –preguntó.
-Mis recomendaciones personales de lo que tú y tu hijo deben hacer en las próximas semanas.
Clara se sonrojó al leer las indicaciones.
-No veo la hora de seguir estos consejos al pie de la letra.
-Y yo no veo la hora de que llegue nuestra siguiente sesión. Les deseo lo mejor para los dos.
Clara y su hijo agradecieron las palabras de aliento de la psicóloga y salieron de la mano más unidos y contentos que nunca. La recepcionista del consultorio, que se hacía una buena idea de lo que acaba de pasar, les dedicó una amplia sonrisa cómplice mientras esperaban el ascensor.