Al dÃ*a siguiente de haber estado en casa de nuestro casero, conté a Domingo que tenÃ*a 1.800 euros que habÃ*a ganado en la loterÃ*a. También, alguien le llamó por teléfono para una entrevista de trabajo que no sabÃ*amos de donde habÃ*a salido. ParecÃ*a que todos nuestros problemas llegaban a su fin.
Antes de terminar la semana, mi marido estaba ya trabajando. SentÃ*amos un enorme alivio y sobre todo le vi volver a sonreÃ*r. Lo único que no me gustaba es que ahora David se habÃ*a hecho mucho más amigo de Jesús. No tenÃ*a motivos para impedirle que se juntase con él, salvo haber aceptado participar en una orgÃ*a con su madre.
Pasaron unos cuantos dÃ*as y las cosas fueron mejorando. David invitó a Jesús a pasar unos dÃ*as en una casa que Gerardo tenÃ*a en la Costa Brava. No querÃ*a que fuese, pero no disponÃ*a de ningún argumento. AsÃ* que tuve que aceptar, rezando porque ninguno de los hijos de Gerardo contase todo a Jesús.
Salieron de viaje un lunes. Estábamos a principios de julio y estarÃ*an allÃ* dos semanas. Domingo, también viajaba frecuentemente, solÃ*a estar de lunes a viernes fuera de la ciudad, por lo que sólo nos veÃ*amos los fines de semana.
El martes por la mañana recibÃ* la llamada de Gerardo, algo que me sorprendió. Me dijo que me pasara por su oficina para tratar un tema importante para mÃ*.
Me convenció para que fuera, sin darme mucho tiempo a ponerle alguna excusa. En cualquier caso tenÃ*a mi contrato firmado, por el que nos cedÃ*a el alquiler, asÃ* que si me proponÃ*a otro "trabajito", le dirÃ*a que no, puesto que ya tenÃ*a empleo mi marido, y nuestra necesidad económica habÃ*a desaparecido. No obstante, lo peor de todo era verle de nuevo, después del festÃ*n que se habÃ*an dado conmigo unos dÃ*as atrás.
Fui caminando hacia el lugar en el que me habÃ*an citado. No sabÃ*a el tema a tratar, pero no me apetecÃ*a verle de nuevo, además ya no necesitaba nada de él. Me recibió él mismo y me invitó a acompañarle a su despacho donde me senté. Era el mes de julio y no habÃ*a nadie por la tarde en la oficina.
Al dÃ*a siguiente no quise salir de casa. Estuve tumbada en la cama, llorando la mayor parte del tiempo y tumbada en la cama. Disimulé, diciendo que no me encontraba muy bien, ante las llamadas rutinarias de mi marido y mi hijo.
En torno a las once me vestÃ*. Lo hice con esmero por el miedo que sentÃ*a a no ser del agrado de Gerardo. Me miré al espejo, y vi que estaba muy guapa. Qué pena que no pudiera verme Domingo ahora y que ambos nos fuésemos a bailar. Estaba muy enamorada de mi marido, pensé. Empecé a llorar, pero enseguida retoqué mi maquillaje para que no se estropease.
El taxi llegó puntual y en pocos minutos me dejó en casa de Gerardo. Llamé a la puerta, y él mismo me abrió acompañándome a su bar donde aún estaba la mesa donde habÃ*an cenado, ahora con tan sólo unas bebidas. Los dos hombres tendrÃ*an la misma edad que el anfitrión, en torno a 45 años, con aspecto atlético. Todos llevaban ropa informal, camiseta y pantalón corto de tenista.
Me presentó a Balbino y Nicolás. Ambos me dieron un beso, sorprendidos de que Gerardo hubiera invitado a una mujer, y más aún, cuando explicó que era la esposa de su nuevo empleado.
HabÃ*an apagado el televisor, aunque el DVD continuaba funcionando. Vi que habÃ*a varias carátulas de cine porno sobre el mueble por lo que imaginé que estarÃ*an viendo alguna pelÃ*cula antes de llegar yo.
Los dos socios me ofrecieron beber algo, pero no podÃ*a tragar nada. Estaba muy tensa. SabÃ*a lo que iba a suceder, pero lo que más me sorprendÃ*a, era que ellos no parecÃ*an estar al corriente de nada, tal y como me habÃ*a dicho su anfitrión.
Gerardo encendió el televisor y cambió el DVD que estaba dentro. La pantalla quedó en negro hasta que se inició la pelÃ*cula. La primera imagen era yo bajando las escaleras. El video estaba recortado, no duró más de quince minutos. No se veÃ*a a sus hijos, sólo a él y sobre todo a mi, desnuda y entregada. Los dos hombres se quedaron callados y atónitos. Yo me senté en uno de los sofás y comencé a llorar.
Gerardo empezó a explicarles con los argumentos que tenÃ*a. Me agarró del brazo y me colocó en el centro de la sala mientras me tocaba descaradamente el culo.
De inmediato procedÃ* a taparlos de nuevo colocando mis manos sobre ellos.
Mis pechos se movÃ*an al ritmo que marcaba mi cuerpo. Notaba la excitación de todos los hombres, aunque salvo algún azote del anfitrión, aún no me habÃ*an tocado.
Cuando llegamos allÃ* vi su poderÃ*o económico reflejado en una habitación de más de treinta metros y una cama enorme justo en el centro.
Retiraron la colcha y me tumbé siguiendo sus indicaciones encima de las sábanas y con las manos de nuevo detrás de la cabeza. Fue el momento en el que comenzaron a tocarme de forma descarada. La sangre subÃ*a a mi cabeza. DebÃ*a estar sofocada. No hacÃ*a ruÃ*do, pero mis lágrimas rodaban por mis mejillas.
Me acariciaban los pechos, sus lenguas pasaban por mis pezones. Se turnaban para que siempre hubiera uno a cada lado mÃ*o. Al final fue Gerardo quien dijo lo que temÃ*a escuchar y no querÃ*a oÃ*r.
Los tres hombres estaban de pie, cada uno en un lado de la cama, esperando que me despojase de mis bragas, pero no podÃ*a. Mis manos no se movÃ*an, estaban paralizadas, para no hacer lo que me pedÃ*an.
De nuevo los comentarios obscenos, decÃ*an auténticas burradas sobre mi. Todo mi maquillaje debÃ*a estar destrozado por mis lloros. Yo no miraba, aunque mi mente sólo imaginaba la cara de los tres hombres.
Gerardo me retiró el vibrador, lo que me originó cierto alivio. Me dio unas palmaditas en el coño, volviendo a reÃ*r. A cambio me entregó unas bolas chinas. Eran seis, de un tamaño en torno a 2 centÃ*metros de diámetro.
Un guau¡¡¡ de los hombres y una sensación fÃ*sica extraña que se repitió en la segunda bola, en la tercera y asÃ* hasta que saqué la sexta y dejé el juguetito en la cama.
Los tres hombres se desnudaron. Todos mostraban sus penes empalmados. De nuevo el anfitrión empezó a darme órdenes.
Éste hizo lo mismo, sólo que además me acarició los pechos, pellizcando mis pezones. Intentó bajar su mano por debajo de mi culo y alcanzar mi rajita, pero conseguÃ* mantener las piernas cerradas. Sin hacer comentario, me empujó a las manos de Bino quien me hizo ponerme girada, mirando a sus dos compañeros mientras nuestras bocas se unÃ*an y él con una mano acariciaba mis senos y con la otra llegaba hasta mi sexo.
Manejaba mi cabeza a su antojo. Hubo un momento en que aceleró mucho el movimiento y pensé que se correrÃ*a en breve, pero curiosamente paró y dio turno a Nico.
Jugó con su pene en mis mejillas, dando golpecitos, antes de meterlo en mi boca. Su miembro era enorme, sin duda, el más grande de los tres. Me la metió hasta dentro. Apenas podÃ*a respirar. También era él quien movÃ*a mi nuca. Me decÃ*a obscenidades tipo "chupa zorra" o "cómetela toda" Sus insultos se transformaron en jadeos y sus embestidas en un chorro de semen dirigido a mi paladar. Esto produjo las risas de Gerardo que le recriminó el que tal vez no pudiera tener otro orgasmo conmigo.
Nico se apartó para dejar el lugar a su socio. Al igual que sus dos amigos metió su polla en mi boca sin contemplaciones. Comenzó a moverla. Apenas hizo varios movimientos me mandó parar.
No se paró, cada vez estaba más excitado y se movÃ*a con más fuerza. Intentaba besarme, llegar a mi boca, que ahora intentaba mantener cerrada. Me mordÃ*a los pechos. Noté como mi coño se mojaba fruto de la enorme cantidad de semen que habÃ*a depositado dentro de mi.
Me volvió a doler mucho, pero infinitamente menos que el dolor moral que sentÃ*a. Sus juegos, sus cachetes, sus comentarios hacÃ*an desaparecer el sufrimiento fÃ*sico para aumentar mi vergüenza.
Supe que habÃ*a llegado al orgasmo al tirarse encima mÃ*o, y hacer que mis rodillas se aflojasen y cayesen al suelo.
Me quedé tumbada en la cama, afligida, sollozando..... Gerardo me dio una toalla y me invitó a ir a la ducha.
Antes de terminar la semana, mi marido estaba ya trabajando. SentÃ*amos un enorme alivio y sobre todo le vi volver a sonreÃ*r. Lo único que no me gustaba es que ahora David se habÃ*a hecho mucho más amigo de Jesús. No tenÃ*a motivos para impedirle que se juntase con él, salvo haber aceptado participar en una orgÃ*a con su madre.
Pasaron unos cuantos dÃ*as y las cosas fueron mejorando. David invitó a Jesús a pasar unos dÃ*as en una casa que Gerardo tenÃ*a en la Costa Brava. No querÃ*a que fuese, pero no disponÃ*a de ningún argumento. AsÃ* que tuve que aceptar, rezando porque ninguno de los hijos de Gerardo contase todo a Jesús.
Salieron de viaje un lunes. Estábamos a principios de julio y estarÃ*an allÃ* dos semanas. Domingo, también viajaba frecuentemente, solÃ*a estar de lunes a viernes fuera de la ciudad, por lo que sólo nos veÃ*amos los fines de semana.
El martes por la mañana recibÃ* la llamada de Gerardo, algo que me sorprendió. Me dijo que me pasara por su oficina para tratar un tema importante para mÃ*.
Me convenció para que fuera, sin darme mucho tiempo a ponerle alguna excusa. En cualquier caso tenÃ*a mi contrato firmado, por el que nos cedÃ*a el alquiler, asÃ* que si me proponÃ*a otro "trabajito", le dirÃ*a que no, puesto que ya tenÃ*a empleo mi marido, y nuestra necesidad económica habÃ*a desaparecido. No obstante, lo peor de todo era verle de nuevo, después del festÃ*n que se habÃ*an dado conmigo unos dÃ*as atrás.
Fui caminando hacia el lugar en el que me habÃ*an citado. No sabÃ*a el tema a tratar, pero no me apetecÃ*a verle de nuevo, además ya no necesitaba nada de él. Me recibió él mismo y me invitó a acompañarle a su despacho donde me senté. Era el mes de julio y no habÃ*a nadie por la tarde en la oficina.
- Silvia, quiero que sepas que quedé personalmente muy satisfecho el otro dÃ*a.
- Lo supongo, pero es algo que no volverá a suceder, dije con voz airada y un poco avergonzada al escucharlo.
- Sé que tu marido tiene trabajo. Es un hombre afortunado tal y como están las cosas.
- Me apetecÃ*a verte. También sé que tu marido trabaja para Bino y Nico, quiero decir Balbino y Nicolás. Son Ã*ntimos amigos y algo tuve que ver para que su contratación fuera tan rápida. Por otra parte, he mandado a los chicos, tu hijo y los mÃ*os a pasar una semana a mi casa de la Costa Brava.
- Muchas gracias, Gerardo, dije con tono serio.
- A Bino y Nico, les debo algunos favores, y me gustarÃ*a hacer una fiesta como la que tuvimos.
- Con los jefes de mi marido? Eres un hijo de ……….. Gerardo, no necesito dinero. Ya no...
- Silvia, no estoy preguntando tu opinión, sino explicándote mi plan.
- Un momento, antes de irte, quiero que veas esto.
- Sino accedes, tu marido verá este video y me encargaré que le llegue a tu hijo también. Además, no te pagaremos. Esto es un simple chantaje a una atractiva mujer casada.
- Eres un cabrón¡¡¡Me prometiste que nadie se enterarÃ*a.
- Y nadie se enterará si haces lo que te digo.
- Pero y sus mujeres? Están casados, tienen familia. Quienes han visto esta pelÃ*cula?
- Seguro que no se enteran, ni tu familia tampoco. A nadie le interesa que esto salga de aquÃ*. Nadie ha visto la pelÃ*cula, ni tan siquiera mis hijos saben que existe. Nico y Bino no saben nada. A veces hemos charlado en nuestras cenas sobre la fantasÃ*a de chantajear a una mujer casada para nuestro disfrute personal. Será una agradable sorpresa.
- Mañana un taxi te recogerá a las 12 de la noche y te traerá aquÃ* donde nosotros anteriormente habremos cenado. Te he comprado algo de ropa, que será como vendrás vestida. Estoy seguro que será todo tu talla, y sino lo es, te lo pones igual, estaremos entre amigos.
- Si me llaman mi marido y mi hijo? Qué les diré?
- Te llamarán antes de esa hora, además, ya lo solucionarás. Es tu problema.
- Si mañana no vienes, o simplemente no llevas esta ropa, o intentas ir poco atractiva, por este orden, pasarán lo siguiente. Tu marido será despedido y volveréis a tener serios problemas económicos, después le haremos llegar una copia de este video tan caliente en el que su mujer es la protagonista y por último será tu hijo quien lo vea.
- Dios mÃ*o, qué voy a hacer? pensé mientras comenzaba a llorar en silencio.
Al dÃ*a siguiente no quise salir de casa. Estuve tumbada en la cama, llorando la mayor parte del tiempo y tumbada en la cama. Disimulé, diciendo que no me encontraba muy bien, ante las llamadas rutinarias de mi marido y mi hijo.
En torno a las once me vestÃ*. Lo hice con esmero por el miedo que sentÃ*a a no ser del agrado de Gerardo. Me miré al espejo, y vi que estaba muy guapa. Qué pena que no pudiera verme Domingo ahora y que ambos nos fuésemos a bailar. Estaba muy enamorada de mi marido, pensé. Empecé a llorar, pero enseguida retoqué mi maquillaje para que no se estropease.
El taxi llegó puntual y en pocos minutos me dejó en casa de Gerardo. Llamé a la puerta, y él mismo me abrió acompañándome a su bar donde aún estaba la mesa donde habÃ*an cenado, ahora con tan sólo unas bebidas. Los dos hombres tendrÃ*an la misma edad que el anfitrión, en torno a 45 años, con aspecto atlético. Todos llevaban ropa informal, camiseta y pantalón corto de tenista.
Me presentó a Balbino y Nicolás. Ambos me dieron un beso, sorprendidos de que Gerardo hubiera invitado a una mujer, y más aún, cuando explicó que era la esposa de su nuevo empleado.
HabÃ*an apagado el televisor, aunque el DVD continuaba funcionando. Vi que habÃ*a varias carátulas de cine porno sobre el mueble por lo que imaginé que estarÃ*an viendo alguna pelÃ*cula antes de llegar yo.
Los dos socios me ofrecieron beber algo, pero no podÃ*a tragar nada. Estaba muy tensa. SabÃ*a lo que iba a suceder, pero lo que más me sorprendÃ*a, era que ellos no parecÃ*an estar al corriente de nada, tal y como me habÃ*a dicho su anfitrión.
Gerardo encendió el televisor y cambió el DVD que estaba dentro. La pantalla quedó en negro hasta que se inició la pelÃ*cula. La primera imagen era yo bajando las escaleras. El video estaba recortado, no duró más de quince minutos. No se veÃ*a a sus hijos, sólo a él y sobre todo a mi, desnuda y entregada. Los dos hombres se quedaron callados y atónitos. Yo me senté en uno de los sofás y comencé a llorar.
- Silvia hizo esto por amor a su familia. Necesitaba pagar el alquiler y su situación era crÃ*tica. Ahora, gracias a que grabé aquel encuentro, vamos a cumplir nuestra fantasÃ*a de chantajear a una mujer casada, como tantas veces hemos hablado. Ella sabe, que el video llegará a su hijo y a su marido sino hace lo que le pidamos.
- Gerardo, una cosa es una fantasÃ*a que hemos hablado alguna vez aquÃ*, en nuestras cenas, mientras vemos alguna pelÃ*cula guarra, y otra chantajear a esta mujer, dijo Nico, que además es la esposa de un empleado nuestro.
- A mi tampoco me parece bien. Pobrecilla, ella no es una zorra, sólo ha hecho todo para conseguir que su familia tuviera un hogar.
- Por favor, dejad que me vaya, dije esperanzada por las dudas de los dos socios y sobre todo la comprensión de Bino.
- Silvia, quÃ*tate la camisa.
Gerardo empezó a explicarles con los argumentos que tenÃ*a. Me agarró del brazo y me colocó en el centro de la sala mientras me tocaba descaradamente el culo.
- Ella no puede contar nada, nadie sabrá, a parte de nosotros lo que ha pasado esta noche aquÃ*, y además…………….miradla bien……… Contemplad sus tetas, Es preciosa. Ella será nuestra si os apetece pero sólo lo haremos si ambos estáis de acuerdo¡¡¡¡¡¡¡¡¡ Bino, tú qué dices?
- Por favor, no. No lo hagáis. Dije con mis ojos rezumando y con mis manos colocadas sobre mis pechos, mientras empezaban a desvanecerse mis esperanzas ante las miradas de lujuria que percibÃ*a.
- Por mi parte, si Nico está de acuerdo, pasaremos un buen rato. Me da un poco de pena por ella y por su marido, pero qué demonios……………… Pasémoslo bien¡¡¡¡¡¡
- Estoy tan caliente ahora, que no puedo decir que no, dijo Nico.
- Silvia, pongo un poco de música y bailas para nosotros. Hazlo bien, o ya sabes lo que pasará.
- Toda la ropa que lleva la he elegido yo. Hasta la camisa que está en el suelo.
- No pares de moverte. Ahora, juega con tu faldita, ve subiéndola y bajándola para verte bien las piernas.
- Sube más esa falda, hasta tus caderas por lo menos.
- Me está poniendo a cien, dijo Nico.
- Y a mÃ*, contestó Bino. Dile que se quite la falda de una puta vez, se me están hinchando los huevos de verla moverse asÃ*
- Ya has oÃ*do. QuÃ*tate esa faldita tan mona que llevas puesta. Hazlo mientras sigues bailando.
- Le sienta de muerte esa ropa interior. También la has elegido tú? Preguntó Bino dirigiéndose a Gerardo.
- SÃ*, todo lo que lleva lo compré ayer en el centro comercial. Acerté con la talla, dijo riendo.
- Habéis visto cómo se le mueven las tetas? Por qué no vemos como se bambolean sin el sujetador? Seguro que el vaivén es más rápido.
- Ya has oÃ*do, Silvia. Los deseo de Nico son órdenes para ti.
- Espera, dijo Nico, yo te lo desabrocho.
De inmediato procedÃ* a taparlos de nuevo colocando mis manos sobre ellos.
- Habéis visto que pedazo de tetas tiene? Dijo Nico. No le caben entre las manos.
- Silvia, coloca las manos en la nuca y muévete de forma rápida, expuso Gerardo. Queremos ver como se mueven esas domingas.
Mis pechos se movÃ*an al ritmo que marcaba mi cuerpo. Notaba la excitación de todos los hombres, aunque salvo algún azote del anfitrión, aún no me habÃ*an tocado.
- Chicos, qué os parece si cogéis vuestras copas y nos subimos a mi habitación? AllÃ* estaremos más cómodos.
Cuando llegamos allÃ* vi su poderÃ*o económico reflejado en una habitación de más de treinta metros y una cama enorme justo en el centro.
Retiraron la colcha y me tumbé siguiendo sus indicaciones encima de las sábanas y con las manos de nuevo detrás de la cabeza. Fue el momento en el que comenzaron a tocarme de forma descarada. La sangre subÃ*a a mi cabeza. DebÃ*a estar sofocada. No hacÃ*a ruÃ*do, pero mis lágrimas rodaban por mis mejillas.
Me acariciaban los pechos, sus lenguas pasaban por mis pezones. Se turnaban para que siempre hubiera uno a cada lado mÃ*o. Al final fue Gerardo quien dijo lo que temÃ*a escuchar y no querÃ*a oÃ*r.
- Silvia, bájate las bragas de forma lenta. Queremos que lo hagas tú.
Los tres hombres estaban de pie, cada uno en un lado de la cama, esperando que me despojase de mis bragas, pero no podÃ*a. Mis manos no se movÃ*an, estaban paralizadas, para no hacer lo que me pedÃ*an.
- Dejadme decir a mÃ* las palabras mágicas, pidió Nico con una sonrisa en la boca.
- Te quitas esas bragas tan bonitas que llevas puestas o tu marido sabrá todo lo que hiciste para pagar el alquiler de tu casa.
- Sois unos hijos de puta, cabrones, dije con la voz entrecortada
- Qué rajita tan bonita,. Es espectacular¡¡¡ Me encanta como va depilada dijo Bino mientras deslizó las bragas desde las rodillas a los tobillos, para terminar sacándolas.
- Toda ella lo es. Su marido es un hombre afortunado, comentó Nico.
- Seguro que si, explicó Gerardo, pero hoy no querrÃ*ais estar ninguno en su piel, verdad?
- Antes de nada, vamos a disfrutar un poco de ella de otra forma. Recordad que hoy hará todo lo que le pidamos, asÃ* que aprovechémonos de esta preciosidad………….Silvia, abre un poco tus piernas, y acarÃ*ciate esas tetas, los muslos, llega a tu coño e introduce tus dedos.
- Hijos de puta. Imaginad que le hicieran esto a vuestras mujeres. Como sois capaces de hacerle esto a la esposa de vuestro empleado?
- A nuestras mujeres no les pasarÃ*a esto porque jamás tendrán necesidad de pagar la renta de la casa con su cuerpo. Además, ya me estoy cansando de tanto insulto, dijo enfadado Nico.
- Llevas razón, ratificó Gerardo. Vamos a enseñarla a no volver a insultarnos esta noche. Vas a pedirnos que te masturbemos, qué os parece?
- Una idea estupenda. Haremos que nos pida hacerle cosas, me gusta dijo Nico, a la vez que Bino asentÃ*a con su cabeza.
- Por favor, no. Ya es bastante duro para mi estar aquÃ* haciendo esto,
- Vas a pedir a Nico y a Bino que aparten la sábana, te toquen las tetas y metan sus dedos en tu coño. Y quiero que la palabra tetas y coño, salga de tu boca, entendido? Sino, ya sabes¡¡¡¡¡¡¡¡¡
- Nico, Bino, quitad la sábana y tocadme las tetas y el coño. Lo dije sin mirarlos a la cara, lo dije lagrimeando, con rabia y humillación.
- Ahora vas a continuar tocándote tú, eso si, sin decir palabrotas
- Métete el dedo hasta el fondo, volvÃ* a escuchar.
- Silvia, tengo un par de juguetes para que los uses.
- Nunca he visto a una mujer con estos artilugios, y seguramente ellos tampoco. Somos un poco viejos, asÃ* que nos harás una demostración de como se usan.
- Hasta dentro, Silvia. Quiero verlo.
- Hasta dentro, Silvia. No voy a repetirlo.
De nuevo los comentarios obscenos, decÃ*an auténticas burradas sobre mi. Todo mi maquillaje debÃ*a estar destrozado por mis lloros. Yo no miraba, aunque mi mente sólo imaginaba la cara de los tres hombres.
Gerardo me retiró el vibrador, lo que me originó cierto alivio. Me dio unas palmaditas en el coño, volviendo a reÃ*r. A cambio me entregó unas bolas chinas. Eran seis, de un tamaño en torno a 2 centÃ*metros de diámetro.
- Ya sabes lo que tienes que hacer.
- Te las metes tú, o lo hacemos nosotros. Elige.
- Ves Silvia, es como colocarse un tampón.
Un guau¡¡¡ de los hombres y una sensación fÃ*sica extraña que se repitió en la segunda bola, en la tercera y asÃ* hasta que saqué la sexta y dejé el juguetito en la cama.
Los tres hombres se desnudaron. Todos mostraban sus penes empalmados. De nuevo el anfitrión empezó a darme órdenes.
- Vamos a empezar disfrutando de tu boca. Antes que nuestras pollas se la follen, vas a besarnos a cada uno de nosotros, un beso largo y con lengua, un beso de mujer enamorada.
Éste hizo lo mismo, sólo que además me acarició los pechos, pellizcando mis pezones. Intentó bajar su mano por debajo de mi culo y alcanzar mi rajita, pero conseguÃ* mantener las piernas cerradas. Sin hacer comentario, me empujó a las manos de Bino quien me hizo ponerme girada, mirando a sus dos compañeros mientras nuestras bocas se unÃ*an y él con una mano acariciaba mis senos y con la otra llegaba hasta mi sexo.
- Ahora nos la va chupar. Silvia es una gran mamadora y nos lo va a demostrar dijo empujándome por los hombros hasta el suelo obligándome a colocarme de rodillas frente a su miembro.
Manejaba mi cabeza a su antojo. Hubo un momento en que aceleró mucho el movimiento y pensé que se correrÃ*a en breve, pero curiosamente paró y dio turno a Nico.
Jugó con su pene en mis mejillas, dando golpecitos, antes de meterlo en mi boca. Su miembro era enorme, sin duda, el más grande de los tres. Me la metió hasta dentro. Apenas podÃ*a respirar. También era él quien movÃ*a mi nuca. Me decÃ*a obscenidades tipo "chupa zorra" o "cómetela toda" Sus insultos se transformaron en jadeos y sus embestidas en un chorro de semen dirigido a mi paladar. Esto produjo las risas de Gerardo que le recriminó el que tal vez no pudiera tener otro orgasmo conmigo.
Nico se apartó para dejar el lugar a su socio. Al igual que sus dos amigos metió su polla en mi boca sin contemplaciones. Comenzó a moverla. Apenas hizo varios movimientos me mandó parar.
- No te gusta? Preguntó Gerardo.
- Me encanta, pero si continúo, me correré y quiero probarla entera.
- Nico, voy a follarla un poco a cuatro patas, de momento por el coño. Toma su boca para que vuelva a despertar tu polla, dijo riendo.
- Su coño es estupendo, la otra vez no lo caté, pero prefiero mil veces su culo.
- Quieres probar su coño, Nico? Parece que te has recuperado algo.
- No, me reservo para otros menesteres de mayor calidad, respondió bromeando.
- Entonces, Bino, es tu turno. Clávasela hasta dentro.
No se paró, cada vez estaba más excitado y se movÃ*a con más fuerza. Intentaba besarme, llegar a mi boca, que ahora intentaba mantener cerrada. Me mordÃ*a los pechos. Noté como mi coño se mojaba fruto de la enorme cantidad de semen que habÃ*a depositado dentro de mi.
- Yo ya me doy por satisfecho.
- Ahora me toca sodomizarla. Nena, preciosa, ponte de nuevo estilo perra.
Me volvió a doler mucho, pero infinitamente menos que el dolor moral que sentÃ*a. Sus juegos, sus cachetes, sus comentarios hacÃ*an desaparecer el sufrimiento fÃ*sico para aumentar mi vergüenza.
Supe que habÃ*a llegado al orgasmo al tirarse encima mÃ*o, y hacer que mis rodillas se aflojasen y cayesen al suelo.
- Te toca Nico, es tu turno.
- HabrÃ*a cámaras en la habitación? HabrÃ*a dejado otra vez las cámaras en el bar? Dios mÃ*o, no habÃ*a caÃ*do en ello. Si me habÃ*an vuelto a filmar, esto no tendrÃ*a fin.
Me quedé tumbada en la cama, afligida, sollozando..... Gerardo me dio una toalla y me invitó a ir a la ducha.
- Una pregunta. No habrás puesto una cámara en la habitación, verdad?
- No, dijo riendo. En realidad he puesto dos en el bar y otras dos aquÃ*, mientras me señalaba su ubicación.
- Hijo........... SabÃ*a que no podÃ*a insultarles, asÃ* que de nuevo supliqué mientra hipaba.
- Vete a la ducha, y ya hablaremos.