Casi Cincuenta

roman74

Pajillero
Registrado
Ene 9, 2008
Mensajes
2,925
Likes Recibidos
60
Puntos
48
 
soy Manuel, mis amigos me llaman Manu, tengo veinte años recién cumplidos.
Buena presencia, estudios secundarios completos, inglés, computación, facilidad de palabra; todo lo que se pide en los avisos que requieren personal para trabajos varios.
Cuando necesité trabajar, porque mis padres no podÃ*an costear mis estudios universitarios, me presenté a miles de avisos de los diarios.
Y, bueno, conseguÃ* mi trabajo actual: cadete en una gran empresa. El chico de los mandados, el "ché pibe" como se nos llama en mi paÃ*s. Alguien que sirve tanto para un barrido como para un fregado. El último orejón del tarro. El último perro. El que menos gana en toda la empresa. El que no está declarado en los libros laborales, o sea que trabaja en negro .
Como fue lo único que pude conseguir creÃ* que era bueno y me resigné. La plata me alcanzaba apenas para mis gastos: colectivos para ir y venir, algunos libros y muchos apuntes.
No me quejo, conozco muchos chicos de mi edad que no han alcanzado la preciada meta de un trabajo, aunque sea un trabajo de mierda como el mÃ*o. Ando el dÃ*a entero llevando y trayendo papeles, en trámites que requieren largas colas, y siempre mandado por otros que piensan que soy algo asÃ* como un esclavo blanco a su servicio.

Fuera del trabajo estudio psicologÃ*a, tengo amigos y una vida casi normal. El casi es porque mis amigos dicen que soy un obseso sexual. Y algo de razón tienen, desde muy niño vivo pendiente del sexo.
No puedo contarles nada de mi historia antes de cumplir los 18 años, porque la censura es muy severa (a veces) y no quiero que me incriminen como pedófilo.

Con las chicas que rondan mi edad las cosas se me dan muy bien, mi aspecto en general es agradable, cargo una herramienta normalita, ni muy grande ni muy chica. Pero en la Buenos Aires del 2007 no basta con eso.

Muchas veces he fracasado por no tener la plata necesaria para pagar un hotel por horas (aquÃ* le decimos telo, influencia del lunfardo).
He debido apelar a las plazas con sitios oscuros, a los parques sin custodia. A acechar las casas de mis chicas aguardando las horas en que quedan solas, sin padres o hermanos que puedan molestar. Todo eso reduce sensiblemente mis posibilidades de coger, y me obliga a recurrir con frecuencia a mi mejor amiga "mi mano derecha" que me regala unas pajas históricas, siempre pensando en la minita de turno , a la que no me pude coger porque no tenÃ*a el lugar preciso.
Triste destino el del que tiene una hermosa y joven mujer, lista para hacerle de todo, y no puede concretar porque le falta donde hacerlo.

Hace dos años apenas que empecé a trabajar en XXXcorporation magna empresa multinacional con miles de empleados, yo era el último, el más nuevo, el más relegado, era el cadete.
Pero esa empresa me descubrió el modo de pasarla bien.
Desde el primer dÃ*a vi muchas mujeres, y deliré. Desde chicas de mi edad, y aun menores, hasta otras que pasaban largamente los cincuenta años.
Mi padre, viejo sabio, me aconsejó no meterme con las minas del laburo. "donde se come no se caga" me dijo el viejo. Y seguÃ* el consejo, no le daba bola a ninguna.
Bueno, no es para tanto, no le di bola a nadie por unos dos meses.
Después empecé a mirar a una flaca de contadurÃ*a que también me miraba.
Pero cuando caÃ* en la cuenta de que mis finanzas no me iban a permitir ni siquiera invitarla a un café se me cerró la noche de mi pobreza, era apenas un pinche, las mujeres lindas de la empresa se iban con los superiores. Y yo no tenÃ*a nadie inferior a mÃ*, era el último. En la empresa "nada de levantes Manu".
Nunca digas nunca, nadie sabe lo que le depara el destino.


La licenciada Fagúndez era una jefa de departamento que requerÃ*a con frecuencia mis servicios. Que fotocopias aquÃ* o gestiones allÃ*.
Y yo cumplÃ*a y la miraba.
Era lo que llamamos por estas latitudes una "solterona", en los cuarenta y muchos, nada destacable en su cuerpo. Tampoco en su rostro, anteojos que no se quitaba jamás. Siempre vestida como una monja.

La iniciativa no fue mÃ*a, lo juro. Ella era la que me provocaba, roces impensados.
¡Y los diálogos!
¿Tenés novia Manu?
No señorita, tengo novias.
Ay, las cosas que decÃ*s. Debés ser una buena pieza.

Hasta en sus expresiones era antigua la Fagúndez.
Para mi cumpleaños me regaló una camisa muy bonita. Debió costarle más de cien pesos (un dólar= tres pesos y medio. un euro= cuatro pesos y medio).
Una vez la sorprendÃ* mirándome el bulto, desde entonces procuré tener siempre una semi-erección cuando debÃ*a trabajar cerca de ella y sus miradas se hicieron más frecuentes, se le notaba en la cara la calentura. Pero no debÃ*a apresurarme.

Poco a poco le fui dejando entender mi situación económica, me quejé de que casi no podÃ*a salir a ningún lado por falta de dinero, que me gustarÃ*a ir a cenar a un buen sitio, o ir al cine, o tomar una copa en algún lugar con música en vivo.

Y al fin llegó el dÃ*a. Llena de rodeos y excusas me propuso que fuéramos al cine el sábado. Ella querÃ*a ir a ver un filme de estreno reciente y ninguna amiga podÃ*a acompañarla.

-Dejame que te invite yo, vos andás corto de plata y a mÃ* no me gusta ir sola al cine.
Acepto señorita.
Basta de señorita, sabés muy bien que me llamo Elisa.
Bueno Elisa, iremos al cine.
¡Y después te invito a cenar en un buen lugar!
También acepto.

No era mi intención convertirme en un gigoló, pero la oportunidad no era para despreciar, cine y cena eran cosas que estaban fuera de mis posibilidades, harÃ*a lo necesario para merecer la invitación y agradecerla.

El sábado nos encontramos en la puerta del cine. Elisa no tenÃ*a gracia ni para vestir, apareció con una blusa floreada , una pollera recta apenas por debajo de la rodilla y zapatos negros con muy poco taco. HabÃ*a visto piernas mejores, pero estas no estaban del todo mal.
Durante la proyección apenas nos rozamos aparentando casualidad. Un poco las manos, un poco las piernas, nada más.

En el restaurante toqué sus rodillas con las mÃ*as, la insté para que bebiera más vino, evidentemente no estaba habituada a beber alcohol. Cuando salÃ*amos la noté ruborizada y exultante.

¿Te acompaño a tu casa Elisa?
SÃ*, tomamos un taxi, no me gusta volver sola.
Y me invitás un café.
De acuerdo señor Manu, será un placer.

No se imaginaba el placer que la esperaba, en la cena me habÃ*a contado algo de su vida. Soltera, nunca habÃ*a tenido un novio formal, muy pocas salidas siempre con compañeros de trabajo. No me confió si con alguno habÃ*a tenido sexo y yo, discreto, tampoco pregunté.

Elisa vivÃ*a en un monoambiente, con su sueldo podÃ*a tener algo mejor, pero me dijo que vivÃ*a alli por que era céntrico, y como trabajaba muchas horas le resultaba fácil la limpieza, que hacÃ*a ella misma. Una cama de una plaza, que durante el dÃ*a oficiaba de sofá mediante unos almohadones, era casi todo el mobiliario.

Voy a preparar el café.
Elisa ¿no serÃ*a mejor un whisky, tenés?
Dejame que lo encuentre, debe estar añejo, hace tanto que no tomo.

Sentados en el sofá bebiendo acerqué una mano hasta dejarla sobre su muslo, no dijo nada, ni sÃ* ni no. Elisa estaba como ausente, no reaccionaba por nada. Cuando le toqué una teta por encima de la blusa tampoco cambió su expresión, cara de nada, una sonrisa casi tonta, no creÃ*a lo que le estaba pasando.

todorelatos_55320_02.jpg
SeguÃ* las exploraciones, sus muslos eran mejores de lo que suponÃ*a, firmes y de un buen volumen.
Una teta liberada de su cobertura se me ofreció de, tamaño adecuado y dura, y el pezón era una pequeña piedra entre mis dedos.
Le miraba el rostro y empezó a parecerme bello hasta con los anteojos puestos.

todorelatos_55320_03.jpg
¡Joder que estaba buena la viejita!, pero muy pasiva, se dejaba hacer todo lo que yo querÃ*a.
Me saqué el pantalón y el slip, cuando vio mi pija la miró fijo, estaba muy dura, la calentura me habÃ*a ganado también a mÃ*. La asió con sus manos de uñas comidas y la acarició con destreza.
Le pedÃ* que me la chupara y quiso que me pusiera un condón, siempre los llevo conmigo por si acaso, no me entusiasmaba mucho la idea de una mamada con forro, pero lo puso como condición indispensable.
Mamaba sin ningún arte, tuve que guiarla, pero ni asÃ* me agradaba, supongo que el látex me privaba de la mejor parte.

todorelatos_55320_04.jpg
El empeño que ponÃ*a Elisa en su inexperta mamada me reconcilió con la vida, y hasta con el látex.
Me acariciaba el glande con la lengua dura, se la metÃ*a en la boca hasta casi su garganta, luego la sacaba lentamente apretando con los labios, con un movimiento parecido al mete y saca de coger. Cuando recuperaba el glande lo volvÃ*a a frotar con lengua y labios. Se la sacaba entera para dedicarse a mis huevos que masajeaba con toda la boca.
Hubiera sido hermoso llenarle la boca de semen, debÃ* conformarme con volcarme dentro del condón.

Confieso que esto que empezó como un medio para poder ir al cine y a cenar a un buen restaurante sin que me costara nada, se estaba convirtiendo en una noche de sexo muy placentero.
Me sentÃ* en deuda con Elisa, yo habÃ*a gozado ya una vez, y mucho, ella todavÃ*a nada.
Buscando el tiempo para reponerme, poco tiempo a mi edad y con mis abstinencias forzadas, empecé a desvestirla.

Al diablo la pollera negra.
Los calzones de viuda que no se casó jamás, también negros, volaron igualmente. No quiso que le quitara la blusa y el sujetador, accedÃ*, respetuoso de sus tiempos, y esta actitud dio sus frutos, fue una enseñanza: no las fuerces a nada, lo que no quieren a las 8 lo piden a gritos a las 10.

Me llevé una sorpresa mayúscula, Elisa escondÃ*a, bajo sus atuendos de vieja solterona,
un cuerpo admirable. No era una vedette, ni una modelo de tapa, pero sÃ* tenÃ*a todo lo necesario para que un hombre, hasta un jovencito como yo, se calentara a mil y quisiera cogerla.
Nunca pude explicarme por qué su vida habÃ*a sido tan monótona y asexuada. Por qué buscó mi compañÃ*a sabiendo que nuestra relación no podÃ*a ir más allá del mero sexo, de darnos placer mutuo, pero sin compromiso.

Ver sus muslos, que ya habÃ*a tanteado, me devolvió la erección que me habÃ*a quitado la mamada.
Eran de buen volumen y muy blancos, al igual que su culo bien formado y firme.
Sin pensarlo estaba con una mujer muy deseable. Yo esperaba apenas echar un polvo de compromiso con una vieja, retribuirle su gentileza de haberme invitado al cine y a cenar.
Y me encontré con una noche de sexo del mejor.

Elisa no se depilaba la concha, quizás lo considerara cosa de mujeres de mala vida.
A primera vista me impresionó su pelambrera rala, que se hacÃ*a más tupida avanzando hacia el ano.
No tengo opinión formada sobre el tema. Tampoco albergo prejuicios contra las conchas peludas. La de Elisa estaba perfumada con algún desodorante Ã*ntimo. Emanaba un aroma que aunaba el desodorante con un fuerte olor a mujer caliente.

Ella tendida en el sofá, con el culo al borde, yo arrodillado en el piso con la cara entre sus piernas abiertas. Y para mejor en deuda con ella. Separé sus labios mayores con la lengua, oprimÃ* su clÃ*toris con mis labios. Y la escuché gritar, la primera manifestación de que estaba viva.
No soy un experto mamador de conchas, pero parece que a Elisa le bastaba. Igualmente puse todo el esmero, todos los consejos que habÃ*a recibido de los mayores. Mis labios y mi lengua paseaban complacidos por esa concha, dentro de esa concha, afuera quedaban los pelos.
Creo que ella acabó dos veces antes de que yo emigrara con mi boca hacia su ano. AllÃ* sÃ* debÃ* abrirme paso a puro machete entre su vello espeso.
Quiso mezquinarme el ano, pero yo fui más insistente y lo penetré con mi lengua, sospecho que le gustó, porque sus grititos eran muy elocuentes.

Mientras la mamaba acariciaba sus muslo y su culo, mi pija estaba desde hace rato en su mejor forma. Y clamaba por acción.

La llevé hasta el extremo del sofá, casi apoyada en la pared.
Levanté y abrÃ* sus piernas hasta donde lo permitÃ*an sus articulaciones.
Me puse de rodillas en el borde del sofá.

Ponete un forro. TodavÃ*a tengo la regla.
Con tal de cogerte me pongo el hábito de los franciscanos.

RevestÃ* mi verga para la ceremonia, no sabÃ*a con qué podrÃ*a encontrarme.
Respiré hondo y fui al ataque.
No tropecé con ningún himen. Elisa habÃ*a tenido otros momentos felices.

todorelatos_55320_05.jpg
Era la cachucha de una piba de veinte, estrecha y caliente.
Al comienzo le debe haber dolido, tal vez por la falta de uso.
Miraba su rostro cuando le mandé toda mi poronga , con suavidad pero con continuidad. Y vi una mezcla de dolor consentido con placer esbozado.
Seguir bombeando era lo que mi organismo exigÃ*a. Estaba tan eufórico como cuando me fumo un porro.
A poco Elisa me acompañaba , ya no le dolÃ*a. ReproducÃ*a mis movimientos como si fuera mi espejo.
¡¡Más Manu, Más!! partime al medio, me estás haciendo acabar como una yegua puta.
No tengo más mi vida.
No quiero más pija, ya estoy llena. Quiero más rápido.

¿Cómo no complacerla? si me pedÃ*a lo mismo que querÃ*a yo.

Aceleré la bombeada y sentÃ* sus orgasmos. Muchos o uno solo muy prolongado.

El mÃ*o llegó al final. Por la cantidad de escupidas de mi verga temÃ* reventar el condón, pero siempre exageramos en eso.


TenÃ*amos el resto de la noche por delante. Ella sola y sin ningún compromiso.
Yo con una llamada a mis padres para decirles que no dormirÃ*a en casa estaba cumplido.

La noche estaba dispuesta a ayudarme a derribar barreras.
Espero que les guste y que me lo hagan saber. Si es asÃ* les contaré el resto.
 
Arriba Pie