Carlota

roman74

Pajillero
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La historia que les voy a contar ocurrió en realidad hace tiempo. Sucedió cuando yo apenas hab�*a cumplido 18 años, en el año 1994, en México mi tierra natal. Aquello marcó para siempre mi conducta y apetencia sexual y, por supuesto, aunque hayan transcurrido 10 años, lo recuerdo con emoción incandescente como si sólo hubiesen pasado unos d�*as. Pero ya no les aburro más con prolegómenos. Atentos a la historia que me hizo vivir Carlota.
Carlota es amiga de mi madre, a la que siempre, desde muy pequeñas, se ha sentido muy unida. En plena adolescencia, tuvo que emigrar con sus padres a Alemania por motivos de trabajo y, desde entonces sólo se vieron en los funerales de mis abuelos.
Carlota, naturalmente, hizo su vida en Alemania. Se escrib�*a con mi madre prácticamente todos los meses y nunca perdieron el contacto. Se casó con un alemán.
Pero, como sucede a menudo, este matrimonio, con el tiempo se fue degradando hasta llegar a su ruptura total. Pero el marido de Carlota no lo pudo consentir, as�* que empezó a acosarla y a amenazarla.
En estas circunstancias, mis padres no dudaron en ofrecer a Carlota refugio en nuestra casa aprovechando que iban a empezar las vacaciones de verano y que ten�*an tres meses por delante para ocultarse esperando que la reacción de su marido se enfriara. Y, claro, a los tres d�*as fuimos a recogerla al aeropuerto.
Por aquel entonces yo era un cachorro salido, sin apenas experiencia sexual, que me pasaba el d�*a aprovechando la ocasión para cascármela. Me excitaban todas las mujeres que tuvieran entre 12 y 50 años que no fuesen descaradamente desapetecibles. Cuando la vi enseguida me gusto, y sobre todo cuando me abrazo bien fuerte. Tengo que decir Carlota sólo la hab�*a visto en el funeral de mi abuelo Mateo cuando yo era un niño de 9 años.
En aquel tiempo mis padres ten�*an un chalet muy cerca de la playa en una urbanización de lujo. Pero lo desaprovechábamos mucho ya que debido al trabajo de mi padre, pasábamos toda la semana en la capital y sólo disfrutábamos de él los fines de semana.
Mis padres resolvieron que Carlota viviera en el chalet de la playa y que yo, puesto que hab�*a aprobado todas las asignaturas podr�*a disfrutar mis vacaciones con ella.
Ellos, por los motivos que he dicho antes, vendr�*an sólo los fines de semana. Ni que decir tiene que sent�* una emoción indescriptible.
Los dos primeros d�*as fueron algo embarazosos para m�* debido a la lógica timidez de mi edad y a mi excitación permanente.
La mañana del primer d�*a la dedicamos a abastecer la nevera y la despensa de comida y otros art�*culos del hogar, mientras que la tarde la dedico ella a actualizar su vestuario con prendas adecuadas a su inesperada situación de ocio vacacional en la playa. ¡Y qué prendas! Por la noche decidió no salir ya que estaba cansada del viaje y de todo el traj�*n del d�*a, aparte de que quedaban más d�*as que longanizas para disfrutar de la noche.
As�* que, después de la cena, decidió dedicarme en exclusiva un pase de modelos de todo lo que hab�*a comprado por la tarde. Sal�*a de su habitación con falditas provocativas, llenas de colorines, marcando curvas, con camisetas ceñidas que resaltaban la ausencia de sujetadores, otras holgadas que dejaban ver la mitad de los pechos, o el pelambre de los sobacos. Yo estaba colorado de excitación y vergüenza, pero cuando de verdad me puse malo fue cuando salio de la habitación con los bañadores nuevos.
hab�*a comprado un bañador de una sola pieza que se ceñ�*a a su cuerpo como si lo llevara pintado en la piel, marcando los pezones descaradamente y perfilando las caderas y las nalgas de una forma que produc�*a vértigo. El bikini era de escándalo.
El sujetador estaba formado por dos triangulitos de tela amarilla que apenas ocultaban los pezones, y de la parte de abajo sobresal�*a abundante vello por los lados de la tela. Seguramente lo hab�*a comprado dos tallas por debajo de la suya. Lo "peor" para m�* fue cuando se dio la vuelta y pude ver que se le hab�*a metido la culera por la raja del culo, a modo de tanga de los de hoy en d�*a, y que de all�* también asomaban pelos negros y vigorosos. Ella exig�*a mi opinión y se divert�*a de lo lindo con mis vergonzosos balbuceos. Más tarde, ya en el sosiego de mi cama, les dediqué tres pajas antes de quedarme dormido.
Durante las dos siguientes mañanas le estuve enseñando la urbanización, la playa, los lugares de copas, las tiendas y demás y por las tardes descansaba tirada en el salón o en las tumbonas del jard�*n. Yo no perd�*a detalle de sus movimientos, y si me parec�*an dormida intentaba aprenderme de memoria cada detalle de su anatom�*a.
Carlota empezó a interrogarme sutilmente sobre mi vida, mis estudios, mis amigos… pero poco a poco se fue adentrando en el terreno sexual: si ten�*a amigas… novia… si las extranjeras de la urbanización me gustaban, y cosas as�* hasta que, como sin pensarlo, me preguntó a bocajarro si era virgen. Yo le contesté que s�* muerto de vergüenza, casi tartamudeando, y su reacción fue re�*rse ostentosamente a la vez que gritaba "¡Qué desperdicio, por Dios!". Desde ese instante me pareció que me miraba de otra forma, incluso que me contemplaba mientras pensaba que no la ve�*a.
Los siguientes d�*as fueron de playa, de cenitas en la terraza, noches de baile en la pista del hotel… en definitiva momentos entrañables y divertidos que alimentaron nuestra confianza, aunque no por ello carentes de provocación y excitación.
La primera situación clave que se dio entre Carlota y yo. Ocurrió el primer lunes después de que mis padres hubieran pasado el fin de semana con nosotros.
Yo me entretuve en tonter�*as esperando a Carlota despierto, pero como a las tres de la madrugada no hab�*a vuelto, me cansé de esperar y me acosté. Me estaba haciendo la paja de rigor cuando o�* que un coche aparcaba delante de casa y enseguida distingu�* la risa de Carlota. Por lo visto hab�*a tomado alguna copa de más. Entre las risas de mi Carlota pod�*a distinguir la voz de un hombre. Hablaban en alemán. Ambos entraron en la casa ahogando sus risas e intentando no hacer ruido hasta que se encerraron en la habitación. Pod�*a o�*r sus murmullos, que pronto se convirtieron en jadeos apagados. Entonces me invadió la ira, mezcla de rabia y de celos. En calzoncillos, desde el pasillo, con voz imperativa dije: "Carlota, ven un momento al salón, por favor." Y me dispuse a esperarla. Llegó a los dos minutos con la respiración alterada y la ropa revuelta.
Lleno de rabia le dije: "Carlota, te recuerdo que estás en casa de tu amiga y que yo estoy aqu�* y no quiero ser testigo de tus desmadres sexuales. Además has metido en casa a un desconocido que lo único que quiere es desahogarse como sea. Te exijo que se vaya de aqu�* inmediatamente." Me quedé mirándola con cara de enfado. Ella me escuchó con expresión de sorpresa al principio, que pronto se fue volviendo de altaner�*a. "Está bien. Mi amigo se marchará ahora mismo, pero después vas a ser tú quien me va a escuchar." Al poco rato pasó por delante de m�* un extranjero que ten�*a visto de la playa, con perilla y pelo canoso. No me dijo nada, ni siquiera me miró. Acto seguido, Carlota me estuvo observando un minuto y me dijo con dureza: "Perdona si he tra�*do un hombre a la casa de tu madre. Perdona si te he faltado al respeto. Perdona si he alterado la paz de tu esp�*ritu. ¿Me perdonas?" .Yo relajé el gesto y asent�* con la cabeza. Pero ella continuó: "Pues yo no te perdono a ti. No te perdono que después de haber estado calentándome todos estos d�*as con tus miradas, con tus rubores de adolescente ante mis formas, con tus espionajes chapuceros, después de haberte estado pajeando a mi salud me niegues el derecho a desfogarme. ¡M�*rame!.. Soy joven y estoy muy bien. ¿Crees que puedo conformarme con una paja como tú? ¡Llevo meses sin joder! No, no te lo perdono." Se quedó callada un instante mirándome con desprecio y después hizo algo que me estremeció. Se levantó la minifalda que tra�*a puesta. No llevaba bragas, y expuso ante mi mirada atónita un coño con abundante vello negro y ensortijado.
"M�*ralo, está chorreando de necesidad." Dijo, y se pasó la palma de la mano por la raja. Me la enseñó empapada. Ante la expresión de mi rostro explotó en una carcajada. Evidentemente hab�*a bebido de más. "¿Quieres lamerlo? Acabo de decidir que te voy a castigar. Te voy a dar lo que mereces." Y diciendo esto se deshizo del vestido en un santiamén. "Espérame aqu�* sin moverte" me dijo, y se fue a la cocina. Regresó al momento con un pepino de considerable tamaño. "Vas a ver lo que necesito, y tu castigo va a ser verlo sin poder tocarte, sin poder cascártela, y sobre todo sin poder tocarme a m�*." Yo me hab�*a quedado mudo y tembloroso de excitación y temor. Me dejé atar las manos a la espalda y de un empujón me sentó en el sofá. Inmediatamente se empezó a pasar el gran pepino entre las tetas. Me encantaban aquellas tetazas blanquitas en contraste con el resto del cuerpo bronceado. Aquellos pezones casi negros y enormes me enloquec�*an. Mi polla me dol�*a de tanta tensión. T�*a Carlota se puso de rodillas con el torso echado hacia atrás y se empezó a meter el pepino en la boca hasta que desapareció casi por completo. Pod�*a ver perfectamente su trayectoria por la garganta. Estuvo repitiendo esto varias veces hasta que, abriéndose de muslos, se lo enterró en el peludo coño. No dejaba de mirarme a los ojos con cara de lascivia mientras un reguero de babas le corr�*a por el pecho y el vientre. Cada vez lo met�*a y lo sacaba más deprisa, casi frenéticamente hasta que puso los ojos en blanco y empezó a convulsionarse reprimiendo los gritos de placer que se anudaban en su garganta. Yo estaba enfermo de calentura, de excitación. Sólo el roce del calzoncillo hizo que me corriera.
Carlota aun no hab�*a acabado. Mirándome de nuevo a los ojos se acercó a m�* y me puso el pepino en el morro empapándome de su corrida. "¿Te gusta, eh, degenerado? ¿A que te gustar�*a que fuera tu polla la que me hiciera gozar? Pues eso no es todo." Sin dejar de mirarme recogió parte de las babas de sus pechos y se untó el agujero del culo con ellas. Se dio la vuelta y arrodillándose en el suelo, con el culo en pompa, me mostró un agujero peludo y ensalivado. Se metió aquel pepino enorme sin dudar. Sus pezones rozaban la alfombra de esparto y de su raja ca�*a un chorrito espeso. Se estuvo taladrando el culo un buen rato hasta que paró de golpe y se dio la vuelta hacia m�*. Aun con el pepino metido en su culo se acercó de rodillas hasta m�* y me ordenó que me levantara. "Acabo de decidir que se acabó el castigo, pero no quiero que digas una palabra", me dijo jadeando. Yo me levanté y mi t�*a me bajó el calzoncillo de un tirón. Mi polla saltó como un resorte golpeándola en la cara y manchándosela de mi anterior corrida. Por la expresión de su cara deduje que el tamaño y la bravura de mi polla la hab�*an sorprendido. Carlota se enterró un poco más el pepino en su culo y, tomando aire, se abalanzó sobre mi polla clavándosela en la boca.
Empezó a mover la cabeza adelante y atrás metiéndosela un poco más cada vez. De su garganta sal�*an sonidos como si se atragantara y fuera a vomitar, pero no paraba. De sus ojos ca�*an lágrimas y de sus labios resbalaba un colgajo de saliva. Yo no pod�*a más. Entonces me cogió de las nalgas y me empujó hacia ella. Ya no quedaba un mil�*metro de mi polla fuera de su boca. Pero aun se guardaba un último recurso de locura carnal. Estando mi polla completamente enfundada en su garganta, se dejo caer de culo en el suelo sentándose y clavándose completamente el pepinazo en el trasero a la vez que hizo un sobreesfuerzo abriendo un poco mas su boca y engullendo también mis cojones mientras met�*a su dedo �*ndice en mi joven culo. Ah�* ya no pude más. Exploté como jamás lo hab�*a hecho corriéndome como un loco directamente en el estómago de Carlota. Debieron salir litros de leche de mis cojones. Yo ve�*a la cara desencajada de Carlota con tanta carne dentro de su boca y garganta, con los ojos vueltos, atragantándose con mi leche. Tuvo como una tos y le salieron dos candelas de leche de sus fosas nasales.
A mi me temblaban las piernas y el cuerpo entero. El éxtasis duró un rato que pareció interminable. Al terminar la corrida, Carlota me empujó hacia atrás para sacarse mi polla de dentro y tras ella salió un vómito de semen y babas que se extendió por su cara y por mi polla. Se golpeó el rostro con mi polla extendiéndose más el mejunje. Su cara era todo un poema. Era como si se hubiesen corrido en ella una pandilla de salidos. "Ahora sácame el pepino del culo con tus dientes." Me dijo en un suspiro. Yo no me hice de rogar. Me puse detrás e ella y empecé a mamarle el ano y a trincar la punta del pepino con los dientes. Realmente era descomunal y me parec�*a incre�*ble que le hubiera cabido entero. Mientras yo se lo sacaba, carlota estaba chupando el dedo con el que me hab�*a sodomizado. "Mira como me has puesto la cara. Tendrás que lavarme. Ven conmigo al baño". Me Carlota mientras me tiraba del brazo hasta el cuarto de aseo. Una vez all�* se tendió en la bañera vac�*a. Yo fui a abrir el grifo de la ducha, pero no me dejó. "No, cariño. Quiero que te mees en mi cara" me dijo jadeante llevándose la mano derecha al coño y agarrándome el mástil con la izquierda y dirigiéndolo a su cara. "¡Vamos, no me hagas esperar!". Tardé un rato en conseguir que mi orina saliese, pero cuando salió lo hizo con fuerza estrellando el chorro en su frente. Le regué la cara y las tetas un buen rato hasta que se acabó el �*mpetu. Pero aun as�* se metió mi morcillona polla en la boca para tragarse los últimos chorros de mi meado.
Esta fue la primera vez de las muchas que se sucedieron en meses.
 
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