Carlota y su Cosplay

heranlu

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-Hijo que pesado estas con el cosplay. ¿De verdad no has pensado en que ya eres mayor para eso? -le preguntó Carlota a su hijo con los brazos en jarras por tercera vez ese día al ver que él no dejaba de mirar disfraces en internet.

-Que no mamá. -le respondió Javier sin dejar de mirar la pantalla del portátil-. Nunca se es mayor para el cosplay.

A unos chicos les da a su edad por matarse a pajas todo el día, y al mío le había dado por el cosplay, pensó Carlota mientras Javier seguía pasando imágenes una tras otra de varias páginas, y se detuvo en una en concreto que mostraba un disfraz del Joker de Jack Nicholson con todos los accesorios que llevaba en la película de Tim Burton.

-Como mooolaaaa. -dijo Javier muy contento mientras empezaba a pasar una a una las diferentes fotos donde podía apreciarse todo el disfraz con sus diferentes complementos.

Le hizo un gesto a su madre para que mirara las fotos y Carlota asintió cambiando la postura de los brazos y cruzándolos en lugar de seguir teniéndolos en jarras.

-Tiene hasta la pistola falsa con el ¡Boom! que salía en la película mamá. -siguió contando Javier como si su madre compartiera el mismo entusiasmo que él por el disfraz que acababa de encontrar.

-¿Y vas a comprártelo o prefieres mirar otros? -le preguntó ella deseando que terminara de ver disfraces. Su estómago le recordó que eran casi las dos de la tarde y que tenía hambre. Lorenzo su marido, le había llamado antes para decirle que comería en el trabajo, y por lo tanto hoy comerían los dos solos.

-Siii, ahora mismo. -y pulsando el botón lo metió en la cesta de la compra de la web. Ahora solo tenía que confirmar la compra y después de revisar el precio, costaba 75 euros, un precio bastante bueno en opinión de Javier, le dio a confirmar la compra.

Al ver que ya había terminado, Carlota puso sus manos sobre los hombros de su hijo y le dijo que ya podían ir a comer.

-Espera mamá. -le dijo él antes de cerrar la página-. Al parecer detrás del disfraz de Joker, aparecía otro disfraz, esta vez de Harley Quinn, la medio novia y antes psiquiatra del Joker en las múltiples historias que se habían publicado desde hacía bastante tiempo.

-Mira este disfraz. -le dijo a su madre la cual solo quería que apagase el ordenador y los dos se fueran a comer-. Sus tripas ya hacían mucho ruido y hasta su hijo tendría que estar escuchándolas.

-¿Quién es hijo? -le preguntó ella deseando que terminara cuanto antes.

-Es Harley Quinn, la novia del Joker. ¿Te vienes conmigo al salón del comic? -le dijo muy animadamente. Haríamos una buena pareja los dos disfrazados del Joker y su novia.

-¿Tú crees que yo tengo edad para esto cariño? -le contestó ella poniendo una mano en su cadera y resoplando sobre un flequillo inexistente-. Ya no soy una niña hijo. Tengo 45 años y ya no tengo edad para disfrazarme y menos de esa forma.

-Pero si van familias enteras mamá. -le contestó Javier haciendo aspavientos con las manos-. Y todos disfrazados.

-No sé hijo. Por ahora tengo que pensarlo. -contestó Carlota queriendo dejar zanjada la conversación-. Ya son las dos de la tarde y tengo hambre. -le dijo mirando su reloj-. He preparado lasaña y me ha salido muy rica. Por la tarde lo discutiremos. ¿Te parece?

-Está bien mamá. -contestó Javier-. Comeremos lasaña y después lo hablamos.

Antes de apagar el ordenador y sin que su madre lo viera, Javier pulsó el botón y metió el disfraz de Harley Quinn en la cesta y sonrió.

Carlota y Javier se sentaron a comer en la mesa de la cocina después de que ella sirviera la lasaña de atún que había estado preparando esa mañana.

Se quitó los guantes cuando dejó el recipiente sobre el protector para la mesa y sonrió a su hijo mientras le preguntaba cuanto le apetecía comer.

Javier señaló una buena porción ya que al parecer tenía el mismo apetito que su madre y una vez que fue repartida los dos empezaron a comer.

Ambos se miraban de vez en cuando, sobre todo cuando se llevaban el tenedor a la boca para engullir el trozo de lasaña. Carlota llevaba puesto solo un vestido ligero, ya era verano y aunque el calor aun no había empezado a apretar, lo caliente que debía poner el horno le hacía vestirse solo con eso y nada de ropa interior, cosa que Javier había apreciado en cada movimiento que hacia su madre cuando se llevaba el tenedor a la boca y se bamboleaban ligeramente sus pechos marcándose sus pezones.

Carlota resopló como solía hacer a su flequillo inexistente cuando se ponía nerviosa o estaba ansiosa por algo, un gesto casi inconsciente que había adoptado, aunque ahora no tuviera flequillo.

Javier la miró un momento y pudo apreciar lo guapa que era su madre. Unas gotas de sudor perlaban su frente y una de ellas se deslizó por su mejilla acentuando aún más su belleza madura. Él estuvo a punto decirle algo, pero algo en su interior lo frenó y al final no dijo nada. Se estiró un poco en la silla acomodando su pene que al parecer estaba empezando a crecer, pero que Javier no lo achacó al deseo, sino solo a lo caliente que aún seguía la lasaña, y pensó en que quizá a su madre se le había ido la mano con el tiempo del horneado.

Después fue a coger una servilleta y, torpe de él, pensó, se le cayó al suelo.

Cuando se agachó para recogerla, se fijó en que su madre tenía las piernas cruzadas bajo el vestido y sus muslos turgentes se apretaban y le daban un aspecto realmente deseable.

A su edad a Carlota le gustaba cuidarse. Daba clases de yoga, pilates y otras cosas de las que casi ni recordaba el nombre, lo que hacía que pareciera diez años más joven de lo que era.

Cuando volvió a levantarse tiró la servilleta a la basura y vio como su madre le sonreía mientras terminaba de comerse su ración de lasaña.

Después de comer ella se levantó para dejar su plato y el tenedor en la pila, y sus pechos volvieron a bambolearse, pero Javier estaba terminando de apurar su plato y no se fijó en ello.

Tras recoger la mesa y fregar los platos, ambos se sentaron en el sofá.

Javier tenía el mando e iba pasando por diferentes canales. Fruto de la casualidad tal vez, en ese momento en uno de ellos ponían la película Batman de Tim Burton donde salía el Joker del cual acababa de comprar el disfraz.

Miró a su madre justo cuando el personaje aparecía en pantalla recién convertido en el villano.

-Mamá, ¿has pensado si irás conmigo al salón del comic? -le preguntó.

-Pues lo he estado pensando. -le contestó sin responder realmente.

-¿Por eso estuviste tan callada durante la comida? -le dijo él.

-Tal vez cielo. -le dijo ella riendo-. ¿Qué te parece si tu padre nos acompaña también?

-¡Que dices! -le contestó Javier elevando los brazos-. Papá es un muermo. Seguro que se aburriría un montón y nos aburriría a los demás.

-Anda no digas eso de tu padre. -le contestó-. Pero no se lo decía como reproche, sino más bien como si a ella también le hiciese gracia que su hijo considerara que su padre era un muermo, porque para Carlota tampoco es que su marido fuera la alegría de la huerta.

-Bueno, podríamos preguntarle, ¿no crees? -le dijo ella.

-Naaaah. -contestó Javier como si ya supiera la respuesta. Anda mamá vente conmigo, lo pasaremos bien.

Cuando Lorenzo regresó, Carlota le comentó la idea de su hijo de que fueran juntos al salón del comic, sin insinuarle siquiera si él quería apuntarse también. Para su sorpresa su marido la animó a hacerlo para que pasara más tiempo con su hijo. Ahora estaban de vacaciones y podrían pasarlo bien en el salón del comic.

Carlota no se creía que su marido la hubiese animado a ir con su hijo y encima disfrazada. Sabía que algo bueno le había pasado a su marido en el trabajo, por lo que dedujo que esa noche tendría ganas de pasarlo bien y harían el amor ya que llevaban varios días sin hacerlo.

Se puso delante del espejo del baño y se peinó primero acicalando lo mejor posible su cabello, no le importó el que luego quedará bastante despeinada como cada vez que lo hacían. Se pintó los ojos y se maquilló como cuando salían a cenar en aquellos primeros años de casados.

Al salir del baño un pensamiento cruzó su cabeza. La obsesión de su hijo por el cosplay, una afición normal en un principio le hizo preguntarse si Javier tal vez fuera gay, ya que no le habían conocido hasta ahora ninguna novia, al menos ninguna que les hubiera presentado.

Ni corta ni perezosa entró en la habitación de su hijo que no se encontraba en casa en ese momento, y mientras su marido se daba una ducha, se sentó en la silla frente al portátil y lo encendió.

Lo primero en lo que se fijó fue en que no tenía puesta ninguna contraseña y eso le hizo pensar en que su hijo o era muy confiado, o que realmente no tenía nada que esconder.

Miró hacia fuera como si su hijo fuera a aparecer en ese momento por la puerta y reprocharle que es lo que estaba haciendo, pero luego volvió la cabeza hacia la pantalla. Menuda tonta estoy hecha, pensó. Fisgando en el ordenador de mi hijo como si fuera un delincuente y pensando que me va a descubrir.

Recorrió con el cursor el historial de páginas en las que había navegado ese día y en días anteriores, al parecer se mostraba hasta la semana anterior, y para su sorpresa, no encontró ningún enlace a ninguna página porno, página de relatos eróticos ni nada similar con lo que los jóvenes de hoy en día alimentaban sus fantasías y por qué no decirlo, era material para sus innumerables pajas.

Estaba claro que su hijo no era un santo, era un hombre y tenía sus necesidades como todos los chicos de su edad, pero no había encontrado nada que le hiciera saber si le gustaban los hombres, las mujeres o incluso ambos, ni tampoco si se aliviaba como seguramente hacía, porque nunca había encontrado la prueba de unas sabanas manchadas con restos de semen fruto de una polución nocturna, ni la papelera de su cuarto llena de clínex o pañuelos manchados de semen, más que nada porque ni siquiera tenía una en su cuarto.

Después de recorrer una vez más el historial de navegación respiró tranquila al ver que no encontró nada más que páginas de cosplay, de disfraces, y de comics, mangas y películas de ciencia ficción y de superhéroes.

Cerró el portátil y salió de la habitación de su hijo dejando la puerta casi cerrada como la había encontrado y cuando volvió al salón Lorenzo ya estaba vestido en la cocina preparando una ensalada ligera para cenar.

-¿Qué tal cariño? -le preguntó él al verla entrar.

-Muy bien. Por cierto, ¿alguna vez te has preguntado si tu hijo es gay o le gustan las mujeres? -le preguntó a su marido.

-¿Por qué te preocupa eso ahora? -le contestó él.

-Sabes que nunca nos ha traído a casa una chica, o no sé, un chico. -le dijo ella.

-Anda no seas tonta mujer. No le des importancia a eso. Ahora que vais a ir al salón del comic ese seguro que conoce a alguna chica de la que se hace amiga o incluso se enamora. No le des vueltas a eso.

No le dijo por supuesto que había estado mirando en el historial de navegación del portátil de su hijo, lo que haría que su marido se enfadara con ella y esa noche quería que él la hiciera el amor como hacía tiempo que no se lo hacía, y estropearlo todo.

Justo estaba pensando en eso cuando se abrió la puerta de la calle. Era Javier que volvía a tiempo para cenar.

Cenaron los tres y no hablaron de ir al salón del comic, estaba claro que al final Carlota iba a ir con su hijo, pero esa noche en la cena no comentaron nada.

En cuanto Javier se acostó, Carlota y Lorenzo se encerraron en su habitación.

Los dos se desnudaron, llevaban poca ropa que quitarse, y se tumbaron en la cama.

A Javier desde hacía un año aproximadamente le costaba la erección. Aunque tenía 50 años, todavía era joven para que le costara empalmarse, pero Carlota tenía que estimularle bien.

Se colocó a su lado y comenzaron a besarse. Sus besos eran apasionados y por supuesto con lengua, cosa que hacía que ella se mojara enseguida.

Pero esta vez era distinto para Lorenzo. Pese a lo apasionado de sus besos y de que tenía sus tetas pegadas a su costado no conseguía que se empalmara.

Decidieron parar y ella se colocó sobre él como si fuera a cabalgarle, pero sin hacerlo.

Acarició su polla con sus dedos y luego se agachó masajeándola con sus pechos como si le hiciera una cubana sobre un pene flácido.

Esa noche la polla de Lorenzo no tenía ganas de levantarse y Carlota empezaba a impacientarse. Ella estaba caliente, muy caliente y él seguía sin empalmarse.

Además, desde que había empezado a tener dificultades para tener una erección, Carlota le había recomendado que fuera al médico, pero él se había negado a ir diciéndole que ningún médico tenía porque enterarse de su vida sexual y menos saber que no se le levantaba.

Ella lo había dejado por imposible, y aunque pocas veces podía disfrutar de un polvo completo y satisfactorio, ya que no se empalmaba completamente, y esa noche no iba a ser distinta.

-Anda tesoro. -le dijo él-. Hazme al menos una paja.

A esas alturas del partido sabía que no iba conseguir nada más, y para no enfadarle, cuando se enfadaba y más a la hora de no poder correrse, tenía mal genio.

Se colocó en cuclillas a su lado. Mojó su mano con lubricante que guardaba en la mesilla, lubricante su mejor aliado en los últimos tiempos, pero no para su vagina, ella lubricaba perfectamente, sino para su marido.

Agarró su pene y lo levantó un poco, no se mantenía erecto, seguía flácido como el de un niño pequeño y lo descapulló y volvió a dejarlo como estaba.

Lorenzo había empezado a gemir señal de que al menos estaba haciéndolo bien.

Le acarició el torso y el pubis con la otra mano mientras con la derecha seguía subiendo y bajando por su tronco que apenas conseguía levantarse un centímetro más de lo que ya lo estaba.

-Así cariño. -le dijo él-. Lo haces muy bien. Estoy a punto, estoy a punto.

Como si decirle eso hubiera sido un aliciente para ella, aceleró el ritmo de la paja, aunque apenas necesitaba mover su mano para recorrer el pequeño tronco que tenía delante, Lorenzo se mordió el labio mientras se corría para que su hijo no le oyera, y dos o tres chorros de semen caliente y espeso salpicaron su tripa ya que Carlota había dirigido aposta a su pene hacia ella. Si no quería o no podía correrse dentro de ella, más bien no quería, no iba a mancharse la cara o el pecho con su semen.

Cuando él terminó de estremecerse por la corrida, Carlota paró el sube y baja y dejó su pene más flácido que antes de correrse sobre su pubis y cogiendo un paquete de pañuelos en su mano le pidió que se limpiara cuanto antes, que tenía sueño y quería dormirse.

Esperó una reprimenda por su parte, pero él no dijo nada, se limitó a sacar unos pañuelos y limpiarse cuidadosamente los restos de su corrida. Cuando terminó hizo una bola con los pañuelos y fue a tirarla a la basura.

Finalmente se acostó y Carlota le dio la espalda y al poco estaba dormida.

Algo la despertó en mitad de la noche. Eran las dos de la madrugada según el reloj de la mesilla y Lorenzo seguía durmiendo como un bebé.

Notó que tenía sed y se levantó para beber un vaso de agua. Al pasar frente al baño vio que la luz estaba encendida. La puerta estaba entreabierta y no pudo evitar pararse a mirar y vio que su hijo estaba intentado mear con la polla medio erecta.

Dios mío, pensó. La polla de su hijo debía medir 17 o 18 cms vista así a ojo y eso que aun no estaba erecta del todo.

¿Tanto tiempo hacía que no le bañaba? ¿Tanto le había crecido en ese tiempo? Se sintió aún más acalorada de lo que ya lo estaba y cuando entró en la cocina sacó la jarra de agua que guardaban en la nevera y bebió dos vasos de un solo trago.

El calor de su boca y su sed se habían apagado, pero el que se había encendido en su interior, y más exactamente en su vagina aún seguía bien fuerte y caliente.

Como pudo llegó hasta el baño, Javier ya se había ido a su cuarto, y se sentó en la taza para orinar. Sus piernas temblaban fruto de la excitación que le había producido ver el miembro casi erecto de su hijo. ¿Por qué su marido no tenía un instrumento así? Pensó mientras cortaba un trozo de papel higiénico para limpiarse la vulva.

Se dio cuenta de que un solo trozo de papel no era suficiente de tan mojada que estaba.

Cuando se limpió completamente pensó en hacerse un dedo. Seria rápido y placentero, pero luego se acordó de que al día siguiente tocaba colada, que la haría Lorenzo y que no podía descubrir la mancha que dejaría en las sábanas, aunque después de correrse se limpiara bien.

Se levantó, no tiró de la cadena para no despertar a ninguno de los dos, y se lavó las manos casi sin abrir el grifo para no hacer nada de ruido y casi de puntillas volvió a su habitación donde Lorenzo seguía durmiendo como un bendito y se tumbó en la cama dándole la espalda a su marido.

Durante la duermevela en la que se encontraba, le vinieron a la cabeza imágenes de ella tumbada de costado en la cama con su hijo detrás y penetrándola con su miembro erecto que debía medir 19 o 20 cm.

En su sueño, más vivido que si estuviera despierta, Javier estaba justo detrás de ella con su polla erecta entrando y saliendo de su coño que rezumaba una mezcla de sus fluidos y el líquido preseminal de su hijo.

Ella flexionaba sus piernas y le ofrecía su culo a su hijo el cual se dedicaba a sobarlo con fuerza mientras seguía taladrándola como si fuera un martillo percutor sin cansarse ni un solo momento.

Su polla la llenaba no solo por el grosor, que hacía que su coño se dilatase al máximo, sino también por el diámetro, ya que su glande llegaba hasta el fondo de su vagina y pareciera que fuera a salírsele por arriba.

En ese coito soñado ninguno de los dos se decía nada, solo se oían sus respiraciones agitadas y los gemidos que escapaban de sus bocas jadeantes y llenas de algo pornográfico, algo que no podía medirse ni explicarse.

Pero lo más raro o excitante de todo era que, mientras madre e hijo follaban, más bien la madre era follada sin resistirse por su hijo, su marido Lorenzo dormía junto a ellos en la misma cama donde los dos daban rienda suelta a su pasión, y el marido resultaba ser un cornudo a solo unos centímetros de los causantes de sus cuernos.

Un sonido muy lejano sacó de su letargo a Carlota. Cuando por fin se dio cuenta de que era, miró el reloj de la mesilla y vio que eran casi las 10 de la mañana. La cama estaba vacía, Lorenzo debía haberla abandonado hacía dos horas, y ahora se encontraba sola en la habitación y su hijo no daba señales de vida.

Unos timbrazos aún más fuertes de los que la habían despertado la hicieron levantarse al fin de la cama y descalza y en ropa interior se dirigió hasta el portero automático.

Descolgó y escuchó la voz ronca de un mensajero que traía un paquete para Javier Sánchez. Durante un segundo Carlota no sabía a quien se refería hasta que se frotó la frente y cayó en que Javier Sánchez era su propio hijo.

El sueño de la noche anterior le había hecho olvidarse del nombre de su hijo. Vaya, lo que hace el deseo, pensó.

Abajo el mensajero volvió a impacientarse y volvió a tocar con fuerza el telefonillo hasta que Carlota pulsó el botón y le permitió entrar en el portal.

Fue corriendo hasta su habitación y se metió el vestido por la cabeza, no quería hacerle esperar de nuevo y menos aún que la viera medio desnuda en ropa interior.

Después de firmar una hoja de recogida, el mensajero se fue y por fin la dejó sola.

Fue hasta el salón y dejó el paquete sobre la mesa. Se quedó mirándolo un momento sin saber si abrirlo o no.

En ese momento vio una nota que estaba pegada en un costado del mueble del salón. Era la letra de Javier que le decía que si llegaba un paquete mientras él no estaba que lo abriera sin problemas.

¿Dónde estará este chico? Pensó Carlota sentándose en el sofá y abriendo el paquete que, la verdad, no venía bien cerrado y no le costó demasiado abrirlo.

Dentro estaban dos bolsas grandes de plástico transparente donde se veían dos disfraces, uno del Joker y otro muy colorido que debía ser el de Harley Quinn que le había enseñado su hijo. Supuso que lo había comprado cuando ella no estaba mirando el ordenador, quizá el mismo día.

Dejó las bolsas sobre la mesa y la caja a un lado y sacó el suyo de la bolsa. Contenía una camiseta, una chaqueta, un pantalón muy corto que apenas cubría sus partes, unas medias de rejilla, unas botas y una peluca con dos trenzas.

Se quedó mirándolo todo un buen rato y vio que era exactamente igual que la foto que le había enseñado su hijo aquel día.

Faltaba eso sí, un bate como el que llevaba la protagonista de la película y maquillaje para darle ese aspecto caricaturesco que mostraba Margot Robbie en las películas. Solo que ella era 12 años mayor que la actriz. Incluso ese disfraz le pareció que le quedaría mejor a una chica 10 años menor que la actriz, pero que se le iba a hacer. Le había prometido a su hijo ir con él al salón del comic y ahora no podía arrepentirse.

Por otro lado, pensó que el hecho de estar juntos quizá le permitiera saber si a su hijo le gustaban las mujeres o no. Que tonta soy, pensó ¿qué hay de malo en que no le gusten las mujeres? Pero ahora mismo no podía quitarse de la cabeza la imagen de su hijo taladrándola como si fuera el mayor penetrador que existiera en el mundo.

Eso debía bastarla para saber que sí, que le gustaban las mujeres y además que le gustaba la mejor mujer de su vida, la que siempre estaría ahí para él, su madre, su bendita madre, y por segunda vez ese día, su cachonda madre.

Porque se estaba poniendo cachonda a más no poder.

Dejó caer la ropa del disfraz sobre el sofá y salió a la carrera al baño.

Cerró la puerta y echó el pestillo, aunque no había nadie en casa.

Levantó la tapa y se sentó en la taza apresuradamente. Miró a su lado y vio que no había papel higiénico.

Pero enseguida pensó que no tenía tiempo para eso, así que bajó su mano hasta su coño que rezumaba flujos, estaba muy cachonda y la noche anterior no había podido masturbarse, y como si fuera un martillo neumático, otra vez esa palabra, pensó, metió unos de sus dedos y para su sorpresa se hundió hasta el fondo de lo mojada que estaba.

Había leído muchas veces relatos eróticos producto de su falta de sexo satisfactorio con su marido, y aunque no conseguían satisfacerla del todo, nada como una buena polla en su interior, dilatando su vagina hasta que no se podía dilatar más, una vez leyó uno y se sorprendió porque era parecido a lo que le estaba pasando ahora.

La mujer del relato se estaba masturbando como ella ahora y después de introducirse un dedo supo que le cabía un segundo dedo y así fue. Carlota fue deslizando el anular tras el índice y cuando los dos estuvieron dentro tuvo que morderse los dedos de la otra mano para que nadie la oyera en una casa en la reinaba el silencio porque los dos hombres de la casa no estaban allí.

Mientras sus dedos entraban y salían empapados de su humedad, no había nada más excitante que ver a una mujer rezumar sus flujos por su vagina, consiguió dejar de morderse los dedos de la otra mano, y entonces bajó la mano y con el índice empezó a masajearse el clítoris en círculos, y en tres o cuatro masajes no pudo más y estalló en un tremendo orgasmo que la hizo estremecerse tanto que tuvo que levantarse de la taza y empujar su pelvis hacia arriba como si buscara alcanzar una polla inexistente.

Abrió la boca y dejó finalmente escapar un tremendo gemido que hizo que temblara el espejo del lavabo y que se volcara el vaso donde reposaban los cepillos de dientes, tranquilos hasta ahora, pero que debido a ese gemido acabaron deslizándose por el lavabo.

Cuando terminó de correrse, volvió a sentarse en la taza y notó como sus piernas aún temblaban como la noche anterior.

No quería sacar sus dedos de su coño, le recordaban la polla de su marido cuando este no tenía problemas para empalmarse, hacia tantos años ya, y sustituyó el recuerdo del miembro de Lorenzo por el de la polla de su hijo, joven y siempre dispuesto, seguro, para el sexo.

Pero por otro lado sabía que su hijo no tardaría en volver, fuera donde fuera que estuviese. Así que se quitó las bragas que estaban arrugadas en sus tobillos y se sacó también deprisa el sujetador y se metió en la ducha.

Se lavó bien y cuando salió se secó con la toalla, tentada estuvo de pasársela por el coño y masturbarse de nuevo de tan suave que era, pero prefirió no tentar a la suerte y terminó de secarse y se puso ropa interior limpia.

Salió del baño y recogió la bolsa con el disfraz de Harley Quinn que se había caído al suelo en su rápida huida al baño y decidió ponérselo.

Frente al espejo terminó de vestirse, también se había puesto las medias de rejilla, terminó poniéndose la chaqueta y se calzó las botas, parecían de buena calidad.

Se contempló como una adolescente coqueta y vio lo bien que le quedaba una vez puesto.

Subió y bajó sus pechos con las manos, eran grandes, pero no excesivos, y se retiró un poco hacia atrás para contemplar lo bien que le sentaban las medias de rejilla a sus piernas torneadas y esculpidas por el ejercicio. Dio media vuelta para también contemplar su trasero marcado por el pequeño pantalón que hacía que la parte baja de sus nalgas asomara por debajo de él.

-Estoy buenísima. -le susurró al espejo.

Solo le faltaba ponerse la peluca, pensó, cuando oyó como la puerta de la casa se abría. Era Javier, pero no se giró para saludarle.

Él se quedó boquiabierto, porque pese a no llevar la peluca, al principio le costó reconocer a su madre en ese pibón que tenía de espaldas a él.

Carlota movió coqueta sus piernas lo que hizo que sus nalgas subieran y bajaran en un movimiento que le pareció demasiado sexy para que fuera su madre la que lo estuviera haciendo.

Pero ella no quería girarse y romper la magia. Se volvió a tocar los pechos y echó sus hombros hacia como para colocarse la chaqueta sin tocarla, hasta que Javier le preguntó:

-Mamá, ¿eres tú?

Durante un segundo su madre no se movió, pero cuando él volvió a preguntarle si era ella, finalmente se dio la vuelta y pudo contemplar a su madre en todo su esplendor.

La miró de arriba a abajo. Sus piernas destacaban sobre todo bajo esas medias de rejilla. Eran imponentes para su edad.

-¿Te gusta hijo? -iba a preguntarle ¿te gusto hijo?, pero no quiso tentar a la suerte.

-Siii mamá, te queda estupendo. -le respondió-. Pero te falta maquillarte, y la peluca, claro.

-¿Maquillarme? No venia maquillaje, cariño.

-Si mamá. Si el personaje lo requiere, todos los traen. ¿Dónde has puesto la caja?

-Debe estar por ahí, saqué los disfraces y no sé qué hice con la caja. -le contestó-. Miró alrededor y encontró la caja tirada al lado del sofá y se la pasó a su hijo. Lo que si sabía es que había hecho después de tirar la caja.

Javier buscó y encontró que en el fondo venían adheridas dos pequeños estuches de maquillaje, uno con los colores del Joker y otro con los de Harley Quinn que le pasó a su madre.

-Tendrías que ayudarme cariño. -le dijo a su hijo-. Yo solo sé maquillarme para estar guapa, pero nunca lo he hecho para disfrazarme para un, ¿se dice cosplay?

-Si mamá. Se dice cosplay. No te preocupes, yo te ayudaré. -le contestó él muy contento.

Se sentó junto a ella en el sofá y comenzó a maquillarla mirando como referencia unas fotos que había buscado en internet de Harley Quinn.

Finalmente, Javier le puso la peluca y Carlota se miró en el espejo. Vio que estaba igual que en las fotos y muy contenta le dio un abrazo a su hijo.

Ella se estremeció al abrazarle y el calor de su abrazo la hizo excitarse una vez más.

Una semana después comenzó el salón del comic. Se inauguraba un viernes por la tarde y Carlota y Javier iban a ir el mismo día de la inauguración.

Ella le había dado vueltas en la cabeza a un plan para salir de dudas sobre si le atraía a su hijo o no, pero al final las cosas salieron de otra forma, mucho más satisfactoria de lo que ella había planeado.

Javier decidió llevarse el Land Rover de su padre, era el coche que menos le gustaba de los dos que tenía, el Land Rover y un Mercedes, pero le pareció que el Mercedes era demasiado ostentoso para el lugar a donde iban, y al parecer se podía encontrar sitio para aparcar lejos del salón del comic, ya que los alrededores solían estar llenos sobre todo el primer día, pero estaba algo embarrado, y el Land Rover sería bueno para aparcar por allí.

Una chica vestida de cazadora Pokémon les cortó las entradas dándoles paso al salón. A esas horas todavía no había demasiada gente y se podía andar con tranquilidad. Carlota se sorprendió de ver a la gente disfrazada como ellos.

Se cruzaron con una Wonder Woman, un Capitán América, un par de Spider-Mans y un Superman bastante delgaducho en su opinión.

Evidentemente fue Javier el que le fue contando los nombres de los héroes con los que se iban cruzando.

Vieron unos stands donde las editoriales presentaban sus novedades de comic y manga, y también números atrasados y Carlota se giró al ver algo que casi ya había

olvidado.

Era un fotomatón, uno modelo de esos antiguos, además, donde se sentabas y mirabas a la cámara y te sacabas unas fotos por unas monedas, algo que ya casi se había olvidado debido a la fotografía digital y que ya todo el mundo disponía de un móvil con cámara y cada vez como más resolución.

Carlota le propuso a su hijo hacerse unas fotos juntos y Javier revolvió en sus bolsillos, pero no llevaba monedas, solo un billete y la tarjeta.

Ella le dijo que no se preocupara, que como buena madre previsora llevaba unas monedas y eran suficientes para hacerse unas fotos.

Entraron los dos en el fotomatón. Javier se sentó en la silla de plástico rojo, bastante mal conservada, por cierto, y Carlota tuvo que agacharse para sentarse en el regazo de su hijo, ya que aparte de que no cabía de pie en la cabina si querían salir los dos en las fotos debían estar así.

Eso hizo que ella aprovechara para restregar bien sus nalgas sobre el paquete de su hijo. Fingiendo colocarse mejor sobre él frotaba y volvía a frotar su poderoso trasero sobre la polla de su hijo y al poco se dio cuenta de que gay no era, porque se estaba empezando a empalmar con los restregones que le estaba dando su madre.

Probaron varias posturas para las fotos, haciendo muecas y sacando la lengua, cosa que no hizo que a Javier se le bajara la erección, es más, cuando terminaron de hacerse las fotos, un tremendo bulto asomaba bajo su pantalón de Joker.

Carlota se asomó hacia fuera para sacar las fotos del dispensador y Javier se fijó descaradamente en el culo de su madre que destacaba bajo el pantalón corto. Para su sorpresa, ella no llevaba bragas.

Cuando volvió a entrar su hijo le habló:

-Mamá, estas tremenda.

Ella se quedó parada de pie frente a él con sus tetas colgando a unos centímetros de su cara debido a la estrechez de la cabina.

-¿En serio te lo parezco? -le preguntó-. Estaba acalorada no solo por lo estrecho del cubículo, sino por lo caliente que se estaba empezando a poner.

-Si mamá. Tienes un cuerpo esplendido. Un buen par de tetas y un buen trasero.

-¿Te gustan, eh tesoro? -le respondió ella.

-Por supuesto. Ya sé que eres mi madre y eso, pero también eres una mujer y ahora mismo te veo solo como mujer.

-¿Sabes? Leí una vez que el 90% de los hijos han deseado a su madre alguna vez. ¿Tú me has deseado alguna vez tesoro?

-Si te soy sincero, si mamá. Te he deseado sobre todo cuando antes os oía a ti y papá hacerlo por las noches. Al principio me tapaba los oídos, pero luego quise escucharos y te oía sobre todo a ti disfrutar y gemías como si yo no pudiera escucharte, pero si lo hacía, te escuchaba y entonces se me ponía dura. Ahora vas vestida de Harley Quinn y estas guapísima, pero te sigo como viendo como lo eres, mi madre, y te quiero.

Eso hizo que ella se excitara aún más de lo que ya lo estaba y se sentó sobre él de frente.

-No sabes lo sola que estoy cielo. -dijo esto y le acarició la cara-. Acercó su boca a la de su hijo y pensó que este la rechazaría, pero no fue así, ya que este le correspondió acercando también sus labios a los suyos y se fundieron en un tremendo beso.

La lujuria los había inundado. La inexperiencia de Javier y el deseo reprimido de Carlota se fundieron en un beso apasionado, húmedo y aunque incestuoso, totalmente comprensible. Una madre necesitada de amor y de pasión y un hijo necesitado de lo mismo, y aunque sin experiencia, podía satisfacer los deseos de su madre.

Estuvieron durante un rato besándose con pasión. Javier no sabía besar bien, pero se dejó llevar por su madre y cuando ahogaron su pasión en sus besos terminaron de besarse y se quedaron así sentados mirándose fijamente el uno al otro. La polla de él ardía y Carlota estaba muy húmeda, aunque no le importó que la humedad traspasara el pantalón.

Cuando salieron del fotomatón una ola de gente que había salido de no se sabe dónde, los empujó hacia el fondo del salón.

Iban con el maquillaje corrido, pero no les importó. Se cogieron de la mano como dos amantes que ya nada les permitiría saber a nadie que eran madre e hijo en lugar de una pareja.

Pasaron la tarde entre disfraces, comics, mangas, otros como ellos disfrazados y un debate en directo.

Pero sabían que aquello que habían compartido en el cubículo tan estrecho del fotomatón no era suficiente. Querían más, necesitaban más e iban a tenerlo.

Fueron casi a la carrera como dos fugitivos hasta el Land Rover. Se subieron a el por la puerta de atrás y cerraron echando el seguro. No había nadie que pudiera verlos por los alrededores.

Carlota se quitó la peluca que tiró sobre el asiento del pasajero y apresuradamente se quitó el disfraz quedándose solo con el sujetador ya que no llevaba bragas.

Quitó el pantalón de su hijo, más bien lo arrastró hasta que lo dejó por los tobillos y lo mismo hizo con su calzoncillo hasta que liberó su polla erecta que parecía que fuera a reventar de lo tiesa que estaba.

Carlota mojó el glande de su hijo con su saliva y procedió a metérselo en la boca. Javier echaba la cabeza hacia atrás del gusto que le proporcionaba la mamada suave que le estaba haciendo su querida madre.

Como si fuera presa de un deseo inabarcable, Carlota chupaba y chupaba el glande de su hijo hasta que no pudo más y entonces se metió la mita de su polla en la boca, no le cabía más.

Aunque ya no recordaba la última vez que se la había chupado a su marido, debió ser cuando eran novios, aquello era como montar en bicicleta, que nunca se olvidaba.

La polla de su hijo entraba y salía de su boca como si fuera una perra en celo, estaba tan caliente que hacía rato que estaba completamente húmeda, lista para ser penetrada por ese pollón que gastaba su hijo, la envidia de su marido, casi siempre con la polla flácida.

Paró un momento la felación, miró a su hijo con ojos amorosos que seguía extasiado de placer y volvió a la carga a metérsela en la boca, comprobando que solo le entraba la mitad, que por mucho que lo intentara, no podía tragársela más.

Sin hacer ningún gemido ni nada similar, la polla de Javier comenzó a borbotear semen espeso y caliente que, en lugar de salir a chorros, salió a pequeños borbotones que fueron directos a la boca de Carlota, ella sabía como hacer que un hombre se corriera despacio y poco a poco, en lugar de soltar esos chorretones de semen que eyaculan los hombres al penetrar, o cuando les hacen una cubana o ellos se hacen una paja y se corren encima de una mujer.

Ella estaba terminando de tragarse la corrida de su hijo y limpiando su glande con la lengua, cuando vio aparecer las luces de un coche que venía de frente, buscando seguramente sitio para aparcar como habían hecho ellos antes.

Se arregló la ropa como pudo y pasó al asiento del conductor. Buscó las llaves en el bolsillo del pantalón y descubrió que para su suerte no se le habían caído, por lo que arrancó el vehículo diciéndole a su hijo que no se levantara del asiento de atrás para que no le vieran. Javier parecía que estuviera dormido o desmayado porque se limitó a asentir con la cabeza mientras su madre conducía rumbo al centro.

Carlota había disfrutado con la mamada, pero no era suficiente. Necesitaba sentir esa polla en su interior.

Siguió conduciendo sin saber muy bien adónde ir. Javier ya se había quitado el maquillaje con unas toallitas húmedas que su madre llevaba en el bolso y contemplaba como empezaba a anochecer.

Lo de ir a un motel de carretera quizá estaba ya muy visto, pero para ellos era la mejor opción.

Lorenzo sabía que estarían fuera por el salón del comic, pero después de que aparcaron en el pequeño estacionamiento del motel, Carlota le puso un mensaje donde le decía que iban a hacer un concurso de cosplay por lo que su vuelta se retrasaría y que no les esperara despiertos.

Como en muchos de los relatos que Javier solía leer, el recepcionista del hotel era tal y como lo describían. Un joven con acné, de pelo rizado, que seguramente se mataba a pajas al oír como lo hacían sus clientes.

-Una habitación para una hora. -le dijo ella al recepcionista.

Él se limitó a darle la llave de una habitación y le dijo que eran 40 euros, que si no querían quedarse toda la noche, porque les costaría lo mismo.

Ella le dijo que no necesitaban más, y le extendió dos billetes de 20 euros que guardó en alguna parte bajo la mesa de la recepción.

En el pasillo descansaba una vieja máquina expendedora de condones, que vendía 3 de ellos por solo dos euros. Carlota revolvió en su bolsillo, pero no le quedaba más dinero.

Se giró a mirar a la recepción y le dijo a su hijo que fuera a preguntarle cualquier cosa al recepcionista. Él asintió y cuando los escuchó hablar, movió con fuerza la máquina de la que cayeron tres paquetes de 3 condones y se los guardó rápidamente. No creyó que el chico hubiera oído nada.

Ya por fin solos en la habitación, y poniendo el letrero de no molestar, Carlota se desnudó dejando verse a su hijo en todo su esplendor. Por fin podía ver el motivo por el cual se había estado masturbando mientras sus padres lo hacían.

Javier hizo lo mismo y dejó su ropa sobre la única silla que adornaba la habitación.

Como si adivinara sus pensamientos, él se tumbó boca arriba en la cama y ella se subió encima.

-¿Eres virgen verdad? -le preguntó a su hijo.

-Si mamá. -le contestó él sinceramente.

-Lo suponía cielo, pero no pasa nada. Aquí está tu madre para solucionarlo.

Sacó un condón del envoltorio y lo fue desenrollando sobre el pene de su hijo que volvía a estar erecto de nuevo con la visión de su madre desnuda.

Nunca le habían gustado demasiado los preservativos, le quitaban algo de placer al sexo, ni siquiera los estriados la llevaban al éxtasis como una buena polla sin nada encima, pero era la única forma de disfrutar de su hijo.

Le acarició lentamente y sobó sus pezones besándolos apasionadamente y guio los dedos de su hijo hasta su coño que volvía a rezumar flujos, hasta que acarició sus labios guiando la mano de su hijo y luego pasó a hacer círculos sobre su clítoris, hasta que se aseguró un orgasmo que la hizo estremecerse hasta límites que no recordaba.

Luego se colocó a horcajadas sobre su querido hijo y fue introduciéndose su rabo largo tiempo deseado, desde aquella noche en la que lo había visto aun no en todo su esplendor, y se dejó caer al final de golpe sobre el hasta que se lo clavó del todo.

Javier no pudo evitar un tremendo gemido que resonó en toda la habitación y que debió oírse también en la recepción.

A ninguno de los dos les importó que los oyeran. En cada bajada y subida Carlota exhalaba un ah, ah, que era correspondido con otro ah, ah, de su hijo.

Ella notaba como su pollón la estaba dilatando al máximo, como se habría paso una y otra vez en cada cabalgada y como sentía que casi le llegaba al fondo de su vagina, que la rompería y le llegaría hasta lo más profundo se su ser, pero afortunadamente eso no pasó, solo se limitó a dilatarla hasta que no pudo más y se corrió con las manos apoyadas sobre sus hombros, mientras Javier no paraba de gemir y gemir, intentando retrasar un orgasmo por otro lado inminente.

Carlota paró un momento, solo para seguir cabalgándole inmediatamente y sentir como su polla se contraía y relajaba eyaculando todo lo que había acumulado desde hacía días, y llenando el condón con su lefa caliente y que salió esa vez a chorros.

-AAAAAAAAAAAAH, QUE GUSTOOOOO, JODEEEEER, ME COOOORROOOOOOOOO. -gritó él sin importarle quien pudiera oírlos.

-CORRETE, TESORO, CORRETE DENTRO, CARIÑO, LO QUIERO TODO DENTRO DE MI. -aunque fuera dentro del condón, se había corrido dentro de ella. Quizá algún día podría compaginar su regla y pudiera correrse dentro sin condón.

Carlota se salió de su hijo, pero el condón estaba tan lleno que acabó rompiéndose y derramando su semilla en las sábanas que quedaron cubiertas de leche.

Los dos se levantaron de la cama exhaustos y se quedaron sentados al borde, sin importarles la tremenda mancha que cubría la vieja sabana del hotel.

Se ducharon juntos y cuando terminaron unos golpes en la puerta de la habitación les anunciaron que la hora de estancia había pasado.

El recepcionista tenía las mejillas rojas cuando le devolvieron la llave de la habitación. Se había cascado una buena paja a su salud mientras los oía follar. Aunque estaba acostumbrado a ello, hasta ahora no se había excitado tanto como con esos dos. Pese a sus disfraces, no dudó en que fueran madre e hijo, pero quien era él para juzgar a nadie y mucho menos el incesto. Él tenía también una madre de 60 años, pero bastante apetecible con la que también le hubiera apetecido follar. Quién sabe si el haber escuchado a esos dos, le había decidido a intentar hacerlo con ella.
 
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