Betty, esposa ejemplar.

Historias el macho

Pajillero
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Feb 5, 2025
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El chirrido de la puerta principal rompió el silencio de la casa, un sonido al que ya estaba acostumbrado. "Sorpresa", pensé, quitándome las llaves del bolsillo. Había salido del trabajo unas horas antes de lo habitual, una bendición no muy habitual. Quería ver la cara de emoción de Betty, quizás hacer algo especial, cocinarle su plato favorito, o quizás ver una película juntos comiendo palomitas, no se, pero quería aprovechar el tiempo con ella.

Pero el silencio sepulcral que me recibió no era normal, era un silencio de casa vacía, era un silencio denso, cargado con algo más. De repente un murmullo, luego un jadeo ahogado se escuchó a lo lejos. Mi corazón, que segundos antes latía con la emoción de romper la rutina, dio un salto gimnástico y empezó a bombardear como un tambor de guerra. Un mal presentimiento, ese frío que te recorre la espalda, me paralizó por un instante.

Avancé por el umbral del pasillo que da a las habitaciones, cada paso era una tortura, la mochila en una mano, como si pudiera usarla de escudo contra lo que fuera que me esperaba. Y lo que me esperaba… joder.

Los murmullos se intensificaron, jadeos y gemidos los acompañaban, y provenían de mi recamara, la puerta estaba entreabierta, como invitandome a mirar, y yo... Acepte la invitación...

Y ahí estaba Betty. Mi betty. Mi esposa, con su piel blanca que tanto me gustaba, su cuerpo redondito que me parecía tan familiar, y… sus enormes y gelatinosas nalgas, levantadas, brillando por el sudor, y sobre ella, detrás de ella, o más bien en ella, estaba Pablo, mi mejor amigo.

Mi cerebro tardó unos segundos en procesar la imagen, y luego se detuvo. Como una computadora que se congela en el peor momento. Pablo, con la espalda desnuda, moviéndose como un pistón incansable arremetiendo contra el trasero de Betty. Y lo que vi, lo que no pude dejar de ver, fue el monstruo, la enorme verga de Pablo, entrando y saliendo del ano de mi esposa con una violencia rítmica y obscena. Era tan grande que apenas cabía, y cada vez que se hundía, las nalgas de mi esposa se abrían y cerraban alrededor de ella como un molusco en éxtasis.

No se dieron cuenta de mi presencia. Yo era una estatua, un fantasma. Mi boca estaba abierta, pero no se escapó ningún sonido. Mi cuerpo se había convertido en piedra, solo mis ojos y mis oídos funcionaban, registrando cada detalle de esa escena infernal.

Betty: (Jadeando, con una voz irreconocible, mezcla de dolor y placer extremo) "¡Ay, ay, ay, Pablo! ¡Dios mío, esto es…! ¡Es demasiado! ¡No pares, no pares, mi amor…!"

El "mi amor" me perforó como un cuchillo caliente. Mi "mejor amigo" y mi "esposa". "Mi amor". El humor, el oscuro y retorcido humor, se coló en mi cerebro junto con la rabia. ¿Mi amor? ¿En mi propia cama? ¿Con mi esposa?

Pablo: (Gruñendo, su voz ronca y llena de esfuerzo) "¡Ah! ¿Demasiado, dices? ¿O demasiado bueno, gorda? ¡Dime, puta! ¡Dime que mi verga te abre el culo como nunca nadie lo ha hecho!"

La imagen de Pablo, mi mejor amigo, con los ojos cerrados de placer, sus caderas impulsándose, era algo que quedaría en mi retina para siempre. Y Betty, con la cara roja, los ojos vidriosos, la boca medio abierta, asintiendo salvajemente.

Betty: (Con un gemido largo y agudo) "¡Sí! ¡Sí, Pablo! ¡Tú… tú me tienes! ¡Mira cómo me abres! ¡Mira cómo tu verga entra hasta el fondo de mi culo! ¡Ay, Dios!"

En ese momento, vi cómo la punta de su verga desaparecía por completo dentro de ella, y las nalgas de Betty temblaron con un espasmo.

Pablo: (Se detiene un momento, jadeando, y luego embiste con más fuerza) "¡No te confundas, puta! ¡Es tu culo! ¡Tu enorme culo gordo y apretado el que me traga! ¡Y te encanta! ¡Dime que te encanta cómo mi verga te estira el recto, eh! ¡Dime que no hay nada más grande ni mejor!"

Betty: (Su voz era un lamento de placer torturado) "¡No hay nada! ¡Nada en el mundo entero, Pablo! ¡Tu verga es… es un monstruo! ¡Una jodida bestia que me desgarra y me llena a la vez! Sigue, mi vida, no pares, por favor, ¡no pares!"

Mi mente, a pesar del shock, empezó a registrar la comparación implícita. "Nada más grande ni mejor". "Monstruo". "Bestia". Y mi verga, que en este momento se sintió enana, inexistente, como una uva pasa perdida en el desierto. El humor grotesco se intensificaba. ¡Qué cabrón! ¿Y yo qué? ¿Soy un juguete, un hombre de bolsillo?

Pablo: (Con un jadeo profundo, embistiendo aún más fuerte) "¡Ah, sí! ¡Así me gusta! ¡Que lo digas, Betty! ¡Que lo grites! ¡Que estas nalgas gordas y calientes se muevan al ritmo de mi polla! ¡Lo notas, ¿verdad?! ¡Notas cada centímetro de mi verga, ¿verdad?!"

Betty: (Casi llorando de placer, su voz más aguda) "¡Cada centímetro! ¡Oh, Pablo! ¡Es tan… tan… diferente! ¡Es como si… como si nunca antes hubiera sentido algo así de grande y profundo! ¡Es tan duro, tan gordo! ¡Cómo me aprieta por dentro, coño!"

"Diferente", "nunca antes sentido", "duro", "gordo". Esas palabras eran como patadas directas a mi autoestima. La referencia era clara, nítida, brutal. Mi verga, la que ella había jurado amar, la que había sido suya durante años, era ahora una reliquia insignificante. Una pieza de museo que no valía la pena ni recordar.

Pablo: (Se ríe, un sonido gutural y satisfecho) "Claro que es diferente, mi reina. Con esto no hay comparación, ¿verdad? Esto es carne de verdad, no un juguetito.

"Juguetito". Allí estaba. La confirmación, cruda y sin adornos. Mi verga, un "juguetito". El ridículo se apoderaba de mí, mezclado con una bilis ardiente. Quería vomitar, o gritar, o quizás, en un arranque de absurdo, reírme a carcajadas de mi propia miseria.

Betty: (Gime, sus nalgas siguen con ese movimiento hipnótico) "¡Me empujas las entrañas, mi vida! ¡Siento tu verga recorriendo todo mi inerior! ¡Es tan largo, tan ancho! ¡Ay, Dios, así, así! ¡Es lo más grande, lo más potente que he tenido jamás en mi vida!"

La repetición de "lo más grande, lo más potente" era un mantra. Un mantra de traición y humillación para mí. Sentí un tic en la mandíbula. Mis manos, aún agarrando la mochila, temblaban ligeramente. Mis puños se apretaban sin que yo lo ordenara.

Pablo: (Aumenta la velocidad, respirando con dificultad) "¡Y te gusta, ¿verdad?! ¡Te gusta que sea yo, el mejor amigo de tu esposo, el que te rompa el culo de esta manera! ¡Te gusta que te haga olvidar todo lo demás, todas las otras vergas pequeñas que hayas probado!"

"Todas las otras vergas pequeñas". En plural. No solo la mía, sino todas. Las imaginarias, las olvidadas. La crueldad era exquisita. El dolor físico que sentía en el pecho era casi peor que el mental. Era una bofetada tras otra, cada palabra un golpe demoledor.

Betty: (Grita, su cuerpo se arquea, sus pechos rebotando) "¡Sí, sí, sí, sí, sí! ¡Me encanta, Pablo! ¡Me encanta tu verga! ¡Es tan… tan descomunal! ¡Me hace sentir… me hace sentir una zorra completa! ¡Y me gusta ser tu zorra, mi amor! ¡Sigue, mi vida, no pares! ¡Estoy a punto de reventar!"

Las palabras se mezclaban en un torbellino de vulgaridad y traición. Esa era mi esposa, la mujer con la que compartía mi cama, mi vida, mis sueños. Y ese era mi amigo, mi confidente, el hombre al que le había contado mis problemas, mis alegrías, mis miedos.

Pablo: (Acelera por última vez, un gemido ronco, prolongado) "¡Eso es, puta! ¡Ábrete para mí! ¡Recibe toda mi leche en tu culo caliente!"

Escuché el sonido viscoso de sus caderas chocando con más fuerza, el jadeo final de Betty, el gemido liberado de Pablo. Un silencio tenso y pesado cayó sobre la habitación, roto solo por sus respiraciones agitadas y un suave chirrido de la cama. Se quedaron así, inmóviles por un momento, Pablo aún incrustado en Betty.

Betty: (Con la voz ahogada, recuperando el aliento) "¡Ay, Dios! ¡Pablo…! ¡Eres… eres lo mejor que me ha pasado! ¡Nunca, nunca había sentido un orgasmo así! ¡Tu verga es un regalo de Dios!"

Pablo: (Saca su verga con un sonido húmedo, y Betty gime por la sensación de vacío, o de plenitud, o de ambas, no lo sé) "Y tú, mi gorda, eres puta de primera. Tu culo es el paraíso para mi polla. Me encanta cómo me traga, cómo aprieta. Y saber que eres la vieja de Memo mejora la sensación".

El golpe final. Sentí la sangre helarse, pero a la vez, una furia hirviente subió por mi garganta. Ya no era solo dolor, ni humillación. Era una rabia fría, quemante. Pablo se separó de ella, y pude ver la verga flacida y lechosa. Y mi esposa, Betty, con su culo brillante, sus nalgas temblorosas, se limpiaba el líquido blanco que escurría por su ano con la mano, como si fuera lo más natural del mundo.

Se rieron. Una risa suave, cómplice, satisfecha. Una risa que era una burla directa a mi existencia.

Betty: (Con una risita tonta, mientras se recompone un poco) "Sí, pobre Memo. Él cree que me satisface. Pero… es que la tiene tan pequeña.

Ahí fue donde mi mente hizo clic. El humor negro, grotesco, se transformó en una carcajada interna, silenciosa, pero tan estruendosa que pensé que se me reventarían los tímpanos.

Pablo: (Se limpia con un pañuelo de papel que sacó de algún lugar, con una sonrisa de suficiencia) "No te preocupes, mi amor. Aquí tienes un verdadero hombre.

Betty: (Se estira y le da un beso ruidoso en la mejilla, dejando una marca de sudor) "¡Sí! ¡Por favor! ¡Me encanta sentir tu verga tan gorda dentro de mí! ¡Me encanta la diferencia! ¡Gracias, Pablo! ¡Gracias por darme tan… tan rico!"

Sus palabras resonaron en la recamara. Y mientras escuchaba sus voces, sus risas, su conversación vulgar y asquerosa, me retire en silencio y me fui a sentar a la sala, aún indeciso si confrontarlos o hacer como que no me di cuenta de nada.
 
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