Aurora, nos Visita - Capítulos 001 al 003

heranlu

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Aurora, nos Visita - Capítulo 001


El timbre de la puerta sonó anunciando la llegada de la abuela Aurora. Silvia corrió como una niña pequeña para abrir la puerta y darla la bienvenida, aunque tuviera ya veinticuatro años. La abuela solo las visitaba de vez en cuando, en ocasiones especiales como sus cumpleaños, por Navidad, y había pasado ya muchos meses desde la última vez.

-¡Abuela! – grito Silvia lanzándose a sus brazos.

-¡Vaya recibimiento! Me gusta. – reacciono la abuela echándose a reír y devolviendo el abrazo rodeando a su nieta con sus fuertes brazos.

Esa misma noche estando ya toda la familia en casa y habiendo dejado la abuela su equipaje en la habitación de invitados, se reunieron en la cocina para cenar juntos y ponerse al día sobre sus vidas. La abuela Aurora se sentó en uno de los laterales de la mesa, como si la presidiese mientras su hija Mercedes terminaba de colocarla y ultimaba los últimos detalles de la cena.

-¡Vaya nietas que tengo que son incapaces de ayudar a su madre con la cena! – dijo la abuela con tono alegre pero tirando en cara que sus jóvenes nietas no se levantaran de la mesa para ayudar a su madre.

-Pero si a ella le gusta estar pendiente de todo y hacerlo a su manera abuela. – hablo en esta ocasión Rebeca, la pequeña de las chicas que acababa de cumplir veinte años.

-Si yo fuera vuestra madre me quitaba la zapatilla, y veríais como meneabais el culo. Con tres buenas tundas seguro que estabais ayudando antes de sentaros a que os lo den todo hecho. – dijo la abuela estirando su pierna derecha mostrándolas las zapatillas granates que llevaba puestas y meneado el pie de lado a lado, llamando con ese gesto la atención de las chicas.

-¡Abuela! Pablo también está aquí sentado y nunca le dices nada. – se quejo Silvia mirando a su hermano sin perder detalle de reojo de la zapatilla de su abuela, que aun movía el pie de lado a lado enseñándoselas. Eran unas zapatillas granates de invierno, con unos dos centímetros de tacón y suela amarilla rugosa. Una flor bordada con hilo negro adornaba esta en el empeine de la misma.

Pablo era el benjamín de la familia, tenía dieciocho años y no era hijo de Mercedes, sino del marido con el que había compartido más de una década de su vida, felizmente casada hasta que este murió en un accidente de tráfico. Ella aportaba al matrimonio dos hijas de padres diferentes y el un chico huérfano de madre. Juntos formaron una familia de cinco que tras la muerte del marido no varió en nada, quedándose el pequeño Pablo a vivir junto con su madrasta y sus hermanastras, aunque estos términos no se utilizaban allí. Para Pablo Mercedes era su madre, y Silvia y Rebeca sus hermanas. Hasta Aurora era su abuela favorita, ya que a la que tenía por parte de padre prácticamente ni la veía.

-Pablo es un chicho y está exento de esos menesteres. Ya deberíais saberlo. – contesto la abuela dejando ver que era una mujer chapada a la antigua.

-Venga traer esos platos que voy sirviendo. – dijo Mercedes comenzando a servir la ensalada que había preparado para la cena.

Mercedes tenía cuarenta y dos años, se había quedado embarazada estando de novios con un forastero del pueblo que solo iba a verla cada dos fines de semana. Cuando este se entero de que se había quedado embarazada la dijo que probablemente no fuera suyo, y nunca más apareció por allí. Cuatro años más tarde se repitió la historia con otro hombre del pueblo, haciéndola adquirir una reputación de fresca, facilona, mujeriega y como no, puta. “La puta del pueblo”, estigma que la acompaño hasta que decidió irse del pueblo con sus dos hijas, pesase a quien le pesase. Era una mujer guapa, de anchas caderas y con unos pechos grandes y exuberantes. Rubia como sus hijas, siempre llevaba el pelo largo recogido en una coleta, la encantaban las faldas ajustadas justo por encima de las rodillas, y las camisas una talla más pequeña para poder marcar sus pechos dejando siempre ver un poco mas de canalillo de lo debido. No es que se fuera con cualquiera pero la encantaba llamar la atención, y que los hombres se giraran al cruzarse con ellos.

-Abuela tienes que contarnos alguna de esas historias que tanto nos gustan. Cuando mama se portaba mal y había que, ejem... – inquirió Rebeca que sabía que ese tipo de historias le encantaban a su hermano Pablo, del que lo sabía todo o eso creía ella, pues eran como uña y carne.

-No empecéis como siempre chicas - intervino la madre, pues sabía que en ese tipo de conversaciones casi siempre era ella la protagonista, pues de jovencita su madre la había calentado el culo con la zapatilla en innumerables ocasiones, incluso hasta habiendo tenido ya a sus hijas. Algo que no dejo de pasar hasta que decidió irse con ellas del pueblo a la gran ciudad, dejando tras de sí, las palizas de su madre y su reputación de puta y chica fácil.

-Por mí no lo hagáis, ya es algo habitual en estas reuniones familiares – añadió el pequeño de la familia, pues desde que de pequeño su madre adoptiva se quito un día la zapatilla y le dio una buena tunda con ella en el culo, se volvió un enamorado de ellas, y aunque no hubiera probado nunca más una en sus redondeadas nalgas, a excepción de cuando se auto castigaba con la zapatilla de su madre, o con la de una de sus hermanas, aquella zurra quedo marcada en su memoria como uno de sus mejores momentos.

-A ver chicos no os peleéis, no vaya a ser que me quite la zapatilla y tengo para todos, os lo puedo asegurar. – dijo la abuela Aurora aunque no se hubiera generado ninguna pelea en la mesa, pero a ella le gustaba decir esas cosas.

Pablo al oír aquel comentario trago saliva. Soñaba con que fuera su madre la que se quitara la zapatilla y le volviera a dar una buena tunda con ella en el culo, como cuando lo hizo hace un par de años despertando en el esa pasión oculta por las zapatillas, pero tampoco le hubiera importado que fuera la abuela Aurora la que le diera una buena paliza con aquellas zapatillas granates que llevaba puestas, y que dejando caer la servilleta al suelo miro de soslayo. Las llevaba puestas cerradas, no como su madre que las llevaba siempre en chanclas, con la suela pisada y dejándolas sonar contra su talón al andar. Para el su madre era una diosa.

-¡Venga abuela una cortita pero intensa, tu ya me entiendes! – dijo Silvia mientras masticaba la ensalada al mismo tiempo.

-Esos modales Silvia, no se habla con la boca llena. Seguro que tu abuela me hubiera dejado el culo bien rojo si lo hubiera hecho viviendo con ella. – la regaño su madre.

-Pues sí, seguramente. Lastima no haberlo sabido antes, ¿verdad? – contesto la abuela guiñándole un ojo a esta, al presentir que le gustaba la marcha y en más de una ocasión la había provocado para que se quitara la zapatilla y la utilizara contra su trasero.

Mercedes trago saliva, y siguió comiendo. No quería entrar en ese juego, sabía lo que su madre la insinuaba, pero estando delante sus hijos no era procedente. Agacho la cabeza y dejo que la conversación prosiguiera, aunque ella fuese la protagonista de la historia.

-En una ocasión me fui al mercado a hacer la compra, pero me olvide del monedero encima de la mesa de la cocina y tuve que darme la vuelta. Cuando llegue a casa me encontré con vuestra madre dándose el lote con un chico al que llamaba novio, y con las manos de este sobándola el culo. Ya sabéis lo que paso ¿no? Eche a ese mentecato de la casa, me quite la zapatilla y la sobe el culo a vuestra madre con ella mucho mejor de lo que ese rapaz se lo estaba haciendo. Tardo en olvidarse. – dijo la abuela Aurora mirando a su hija con la mirada perdida en el plato de ensalada campera.

-No me estaba sobando el culo mama. Como siempre estas exagerando las cosas. – contesto la madre intentando defenderse, no quería que sus hijos pensaran que era una buscona, mas cuando sus hijas eran de padres distintos y ninguno conocido.

-Si, si, si. Por eso tu falda iba subiéndose cada vez más. De no haberos interrumpido, tu falda hubiera quedado a la altura de tus caderas y sus manos por dentro de tus bragas magreandote las nalgas. – la recrimino la abuela torciendo el morro.

Pablo sintió pena por su madre pero al mismo tiempo se excito sintiendo como su miembro viril crecía por momentos bajo su pantalón. Se imagino siendo él el que la estaba besando y el que la estaba tocando el culo, ese pedazo de culo que tenía su madrasta, y al mismo tiempo visualizo a su madre sobre el regazo de la abuela Aurora recibiendo una buena tunda con la zapatilla. Se movió incomodo sobre la silla sin saber cómo ponerse. Su hermana se dio cuenta de ello.

-Y ese novio tuyo mama, ¿volvió? o salió corriendo poniendo pies en polvorosa, jajajajajaja. – intervino Rebeca.

-Basta ya chicas, ¿vais a querer algo de postre? – dijo Mercedes de forma concluyente levantándose de la mesa y dirigiéndose al fregadero con su plato vacio.

La cena concluyo con los más jóvenes recluidos en sus habitaciones, ya viendo la tv o con sus móviles, mientras Mercedes recogía la mesa junto a la abuela Aurora.

-¿Sabes? Siempre que vengo aquí se me remueven las tripas recordando nuestras peleas, nuestras disputas. – dijo la abuela secando los platos que su hija fregaba.

-¡Peleas! ¡Disputas! Mama, si lo único que sabías hacer era quitarte la zapatilla, y dejarme el culo rojo como un campo de amapolas.- contesto Mercedes.

-A ver si te piensas que no se qué te va la marcha querida. En más de una ocasión me has buscado las cosquillas a propósito para que desenvainara, y te zurrara con ella en el culo. ¡Que no soy gilipollas, hija! – la acuso la abuela desenmascarándola.

-¡Lo sé! Lo reconozco, pero de eso hace mucho tiempo mama, y aquí con mis hijos delante no creo que sea procedente. No está bien. – concluyo Mercedes cerrando el grifo y secándose las manos con un trapo. Sabía que su madre se moría de ganas por quitarse la zapatilla, y darla una buena paliza con ella. Y también sabía que su madre sabía que ella se moría de ganas porque lo hiciera.

La noche transcurrió con cada huésped de la casa en su dormitorio. Pablo masturbándose pensando en su madrasta Mercedes, está jugando a escondidas bajo las sabanas con su consolador pensando en la zapatilla de su madre. La abuela Aurora pensando en la manera de forzar una situación y poder quitársela, que bueno sería poder darles a cada uno su merecido. Rebeca se durmió viendo como su hermana mayor jugaba con su clítoris intentando contener los gemidos de placer que se provocaba, aunque no supiera donde estaban sus pensamientos, si en un guapo hombre que la volviera loca, o en esa conversación de la cena y en las zapatillas de su abuela. Conversación que a ella también la excitaba mucho, más aun a sabiendas de que a su hermano Pablo también se excitaba hasta la saciedad con ellas, de hecho y aunque él no lo supiera le había pillado una vez auto castigándose con las zapatillas de su hermana. Ojala hubieran sido las suyas, porque se las habría quitado para utilizarlas ella dándole su merecido.

Al día siguiente los miembros de la familia acabaron desperdigados por la mañana haciendo sus cosas. Unos trabajaban, otros habían quedado con algún amigo o amiga, y otras como Mercedes ocupo su tiempo limpiando la casa y preparando la comida. Por la tarde la abuela Aurora decidió ir a dar un paseo por la urbanización antes de la cena y cuando llego a casa se encontró una escena un poco insólita, y bajo su punto de vista inadmisible. Silvia y Rebeca habían hecho un frente común, y bajo la atenta y sorpresiva mirada de Pablo estas estaban discutiendo con su madre en el salón por algo que entendían que no era justo para ellas. Mercedes intentaba dar sus explicaciones e imponer su voluntad como madre de ellas, pero ambas hijas cada vez la gritaban mas hasta faltarla al respeto de manera airada y cruel. La abuela Aurora entro en casa y sin quitarse el abrigo se dirigió hasta el salón, las voces sonaban cada vez más alto. Sin mediar palabra alguna avanzo hasta su nieta Silvia y la propino un guantazo que la hizo girar la cara cuarenta y cinco grados a la derecha, haciéndola callar de inmediato. Acto seguido y ante la sorpresa de Rebeca esta vio como su abuela giraba hacia ella para propinarla otro guantazo igual de fuerte, que la dejo la mejilla echando fuego. Los ojos de su abuela escupían fuego.

-¿Pero qué respeto es el que le tenéis a vuestra madre hablándola así? ¡Sinvergüenzas! – clamo la abuela haciendo imperar su voz por encima del resto – y tu cómo lo consientes, ¿eh? – le recrimino a su hija reteniéndose las ganas de abofetearla de la misma manera que a sus nietas.

-Abuela es que… - comenzó hablando Rebeca con su mano derecha en la mejilla colorada y dolorida.

-¡Silencio! No quiero oír nada, ni excusas, ni motivos, nada de nada. Tu a ese rincón, y tu a aquel. ¡Vamos! – les dijo a sus nietas cogiendo a Rebeca de una oreja y llevándola hasta un rincón del salón, y señalando con su dedo índice el contrario a su nieta Silvia, que se dirigió a el sin rechistar. Pablo con los ojos abiertos como platos pensó para sí mismo. “Joder con mi abuela. Que huevos tiene.”

-¡Pablo! Vete a tu cuarto y espera a que te avise tu madre para poder salir. Yo voy a quitarme el abrigo y ponerme cómoda. Ahora cuando vuelva voy a darlas a estas dos sinvergüenzas una historia de esas que tanto las gusta escuchar, pero siendo sus traseros los protagonistas de ella.

La abuela Aurora salió del salón con paso firme, decidido y bastante malhumorada. Mercedes le hizo un gesto a su hijo para que se fuera a su cuarto sin protestas, Silvia y Rebeca se miraron desde sus respectivos rincones intuyendo que iban a probar la zapatilla de su abuela, intentando buscar una la ayuda en la otra para salir airosas de esa situación.

-La habéis cagado chicas. La abuela no soy yo, ahora lo vais a comprobar. – las dijo su madre cruzándose de brazos a espaldas de ambas.

Cuando Pablo entro en su habitación no cerró la puerta, al contrario se pego a ella y vio como su abuela salía de su dormitorio con las zapatillas granates de suela rugosa amarilla puestas, y en esta ocasión llevándolas en chanclas. Estaba claro que las iba a utilizar, y solo ese pensamiento le provoco una erección. Cuando Mercedes vio a su madre aparecer en el salón con un bata negra abotonada por delante dejando los justos tanto por arriba como por abajo desabrochados para moverse con comodidad, y aquellas zapatillas granates en chanclas, no pudo más que rememorar aquellos años en los que vivió junto a ella, y aquellas azotainas que día sí, y día también se llevaba por cualquier motivo, fueran justas o no, fueran buscadas o encontradas.

Aurora entro en el salón vestida de faena. Se había traído aquella bata porque sabía que iba a despertar viejos recuerdos en la mente de su hija, y aunque su intención era calentarla el culo como antaño lo hacía, no iba a desaprovechar la ocasión presentada, e iba a desfogarse calentando el culo a sus nietas, máxime cuando su madre delante de ella no estaba reteniéndola, y encima cuando el motivo era más que suficiente para hacerlo. Con paso firme se situó en el centro del salón cogiendo una silla y sentándose en ella. Giro la cabeza a su derecha y miro a su hija que permanecía con los brazos cruzados en espera de acontecimientos, sin mediar palabra alguna en defensa de sus hijas, quizás cansada de que estas siempre la estuvieran toreando.

-¡Vosotras dos venir aquí ahora mismo! – ordeno la abuela alzando la voz mostrando su enfado.

Silvia y Rebeca se giraron acercándose a su abuela con la mirada baja, pero viendo perfectamente por mirar al suelo las zapatillas de su abuela y como esta las llevaba en chanclas. En seguida les vinieron a ambas las historias que tanta veces su abuela las había contado, y que tanto las gustaban, aunque esta vez presentían que las protagonistas de la historia iban a ser ellas, y no iba a gustarlas tanto. Ambas quedaron frente a su abuela, avergonzadas, arrepentidas, no por lo hecho sino por lo que se les venía encima por ello.

-¿Os parece bonito la manera en que le habláis a vuestra madre? – dijo mirándolas a los ojos primero a una y luego a la otra. - ¿No tenéis nada que decir? – añadió la abuela.

-¿Va a servir de algo abuela? Creo que tu ya has decido lo que sigue ahora, ¿no? – hablo Silvia como obligada por ser la mayor.

-Por supuesto que ya he decidido lo que voy a hacer con vuestros culos jovencitas. Os quiero desnudas de cintura para abajo ya. Y como os hagáis las remolonas luego tengo un cinturón ancho de cuero que tatúa los culos que no veas. – aclaro y ordeno la abuela para que no tuvieran ya duda alguna de que las iba a dar una más que merecida y contunde paliza.

Silvia se desabrocho el pantalón vaquero que llevaba puesto y se piso las playeras para quitarse primero una y luego la otra. Cuando su hermana vio que empezaba a bajárselos para quitárselos comenzó a hacer ella lo mismo con los suyos. Conocían a su abuela y sinceramente no querían probar ese cinturón de cuero ancho, más cuando no sabían cómo dolían aquellas zapatillas que llevaba su abuela puestas, y que en nada iban a probar. Una vez se quitaron ambas las playeras deportivas, los calcetines, pantalones y bragas quedando desnudas de cintura para abajo frente a su abuela, ambas buscaron la ayuda de su madre que observaba la escena pegada a la pared. Lo mismo hacia Pablo que sin poder contener su curiosidad, había salido de su dormitorio y en silencio había ido de rodillas hasta la puerta del salón para poder ver in situ aquel castigo, a sabiendas que se llevaría el uno si era descubierto, pero el riesgo merecía la pena.

-¡No busquéis compasión en vuestra madre porque no os va a librar de esta! – Alzo una vez más la voz la abuela Aurora – ¡Silvia ven aquí! Y tú ponte ahí al lado de tu madre, y observa, porque luego procederé de la misma forma con tu culo.

Rebeca trago saliva, tenía la garganta seca y la dolió como si se tragara unos granos de arena. Posicionada al lado de su madre vio como su hermana se acercaba por el lado derecho a su abuela, que sentada en la silla en el centro del salón la indico que se tumbara sobre su regazo. Silvia cerró los ojos y agachándose se tumbo sobre las piernas de su abuela, había llegado el momento de recibir su primera azotaina, e iba a ser su abuela Aurora la que se la diera.

Aurora comenzó a acariciar la piel de aquel suave y tierno culo que tenía su nieta. Pensó que la dolía tener que azotarla y castigarla, pero ese pensamiento solo le duro unos segundos, porque era un culo diferente, un culo nuevo e iba a dejarlo en tal estado que durante varias horas no iba a poder sentarse, o de hacerlo lo haría con bastantes incomodidades. Comenzó a azotarlo con la mano de manera rítmica y fuerte al tiempo que la leía la cartilla.

-Espero que tus modales mejoren jovencita, plas, plas, plas, o la próxima vez te daré el doble, plas, plas, plas.

-¡Au, au, auuuu! – se quejo Silvia que jamás pensó que unos azotes dados con la mano pudieran picarla y dolerla así. Pero si estos azotes dolían, ¿cuando se quitara la zapatilla?

Mercedes vio como su hija se retorcía sobre el regazo de su madre mientras esta comenzaba el castigo. Pobrecilla, aun no tenía ni idea de lo que se la venía encima. Se vio reflejada en su hija, de hecho eran muy parecidas físicamente, y verla así era como verse a ella misma hacia unos años recibiendo candela. Rebeca hacia lo mismo pero sabiendo que luego iba ella, y solo ver como los cachetes del culo de su hermana se movían al son de la mano de su abuela, y estos se iban tornando de color rosado la hicieron llevarse las manos a su culo para comenzar a frotárselo como si fuese ella la que recibiera esa azotaina y no su hermana. Sin querer comenzó un pequeño baile sin poder dejar sus pies quietos.

Tras unos treinta, cuarenta azotes, la abuela le indico a su nieta con un movimiento seco de su pierna derecha que se levantara de su regazo. Silvia lo hizo con lagrimas en los ojos, aprovechando el descanso para frotarse el culo con ambas manos intentando mitigar el ardor que sentía en el. La abuela Aurora era mucha abuela, Silvia la observo detenidamente mientras esta la miraba seria, con ese pelo corto canoso de color blanco que la daba un toque de seriedad en momentos como este, que hacía que nadie fuera capaz de llevarla la contraria. Así con los ojos llorosos vio como su abuela se agachaba para quitarse la zapatilla derecha, dejando ver parte de sus muslos al haberse desabrochado algún botón más de su bata negra, y dándose unos golpecitos con esta sobre ellos la indico que volviera a su posición.

-¡Vamos jovencita! Que ahora ya te digo yo que vas a aprender a respetar a tu madre.

Silvia solo quería que aquello acabara cuanto antes, por lo que no se demoro en volver a tumbarse sobre el regazo de su abuela. Pablo desde la puerta del salón, agazapado en el suelo para que nadie pudiera verle abría la boca sorprendido por toda aquella escena. Rebeca temblaba de miedo al saber que ella sería la siguiente en pasar por aquel trance, y su madre clavaba la mirada en el espejo de la pared para ver como su pequeño retoño le estaba dando la excusa perfecta para que luego fuera él el castigado, pues le había descubierto aunque callara en ese momento. Adoraba a aquel pequeño, pero a veces cuando uno desobedece, o cruza algún límite hay que actuar en consecuencia.

Silvia se mordió los labios al tiempo que dejaba que su abuela la acomodara el culo a su merced. Aquello iba a ser un verdadero tormento, ya no se divertía tanto como las historias que oía contar. La zapatilla granate de felpa con suela amarilla rugosa corto el aire dejando en la nalga derecha de la nieta el contorno de su suela dibujado con total claridad.

-¡Ayyyyy! Duele, picaaaa. – grito Silvia.

El segundo zapatillazo no se hizo de rogar y cayó en la nalga contraria de la joven dejando dibujado en ella igualmente la forma de esta. Uno tras otro los zapatillazos iban cayendo, seguidos de quejas, aullidos de dolor y palabras de perdón.

-Perdón abuelita. ¡Ayyyy! Lo siento. ¡Ayyyy! Duele mucho. ¡Ayyyyy!

-Haberlo pensado antes sinvergüenza. Plas, plas, plas. Verás como de ahora en adelante aprendéis modales. Plas, plas, plas.

Rebeca se vio tentada a salir corriendo para encerrarse en su cuarto, la paliza que estaba recibiendo su hermana era monumental, pero su madre se lo impidió cogiéndola de la muñeca izquierda. Enseguida comprendió que no sería justo que su hermana se llevara tremenda azotaina y ella se fuera de rositas. Una vez más trago saliva y se infundio ánimos. La duro tan solo unos segundos.

-¿Vas a hablarle así mas a tu madre? Plas, plas, plas

-¡Nooo! Lo juro - contesto Silvia sin poder dejar de llorar.

-Si vuelves a hablarla de esa forma ya sabes lo que vendrá luego, ¿no? Plas, plas, plas.

-¡Ayyyy! Si, si lo sé. Perdón, perdón.

-Levántate y al rincón sin protestar. Las manos sobre la cabeza jovencita, que vea bien ese culo rojo como un tomate maduro. Y ojito con tocártelo que me levanto y te doy un repaso rápido. – ordeno la abuela Aurora.

Silvia se levanto como una centella y corrió al rincón sin ni siquiera pestañear con las manos sobre su cabeza, colocándose de cara a la pared dejando su culo bien expuesto a las miradas de los presentes. Daba igual, aquel calvario había terminado y el culo la ardía, la dolía como nunca antes en la vida. Una de esas miradas era la de su hermano Pablo, ya que el rincón donde se había colocado su hermana estaba justo enfrente de él, y la visión de este era de primera. Rojo como un tomate, su hermana tenía un pedazo culo de primera, y verlo así totalmente expuesto con las manos sobre su cabeza le arranco pensamientos lascivos. Uf como tenía la polla de inflamada.

La abuela Aurora dejo caer la zapatilla al suelo haciendo que esta sonara al impactar contra el, calzándosela como si allí no hubiera pasado nada. Luego girando la cabeza hacia su nieta Rebeca la apremio a que ocupara su lugar sobre su regazo.

-¡Vamos cariño, deja de mirar a tu hermana y ven que te lo voy a dejar igualito!

-¡Abuuuu..! – protesto Rebeca acercándose a su abuela sin poder dejar de frotarse el culo con sus manos, doblar las rodillas y suplicar como si la fuera la vida en ello.

-Vamos y no me enfades más. – la contesto la abuela agarrándola del brazo izquierdo y tirando de ella para que su nieta pequeña cayera sobre su regazo. Tenía prisa por comenzar a calentar aquel culito pequeño y respingón. Lo estaba disfrutando al máximo.

Rebeca clavo su mirada en el culo de su hermana, que lucía de un rojo esplendor, cuando la mano de su abuela comenzó a caer sobre sus nalgas de forma rítmica y contundente. Se mordió los labios e intento contener los gemidos que le venían a la garganta por el dolor, apretó los ojos e intento concentrarse. Tenía que ser dura, pero….

-¡Ahhhhh! Joderrrr, para. ¡Ahhhhh! – grito de forma airada Rebeca intentando zafarse de las manos de su abuela que la retenían junto a su regazo.

-¿Pero qué lenguaje es ese? ¡Desvergonzada! – aulló la abuela incrementado la velocidad de los azotes y la fuerza de estos. Ese no era el camino Rebeca, pensó para sí misma.

-¡Ahhhhh! ¡Ahhhhh! – aullaba de dolor la nieta. Silvia desde su rincón no se atrevió a girarse, tan solo pensaba si ella había gritado tanto como lo hacía su hermana ahora.

Pablo desvío un momento la mirada y esta se cruzo con la de su madre que le miraba fijamente, seria. Había adelantado su posición hasta poder verle nítidamente agazapado en la puerta del salón. Se sintió descubierto, pero no tuvo miedo. Su estado de excitación era tal que este se lo impedía.

-¡PLas, plas, plas! Ves como necesitaban mano dura. Plas, plas, plas ¿lo ves? – gritaba la abuela dirigiéndose a su hija para que esta la diera la razón.

-¡Ahhhhh¡ Lo siento, lo siento ¡Ahhhhh! – suplicaba Rebeca.

La abuela Aurora con el pelo enmarañado y despeinado a pesar de llevarlo corto, ceso los azotes con la mano indicando a su nieta que se levantara. Estaba sofocada y la dolía la mano, se había empleado a fondo con ella y le ardía, la quemaba probablemente como la quemaban las nalgas a su nieta. Sin decir nada lanzo su pie derecho hacia delante de forma que su zapatilla saliera despedida unos centímetros por delante de su pie.

-¡Vamos dámela! – la ordeno a su nieta.

Rebeca con mano temblorosa, llorando y muerta de miedo se agacho y cogió aquella zapatilla granate con el talón pisado, de suela amarilla rugosa. Al sentirla en sus manos se sintió poderosa por un momento, pero al entregársela a su abuela se sintió como un conejillo indefenso en espera de ser ejecutada. Se tumbo sin que se lo ordenaran sobre el regazo de su abuela, y se entrego al castigo que la restaba por recibir. Su abuela no iba a tener piedad de una deslenguada como ella, de la misma forma que no lo había tenido con su hermana.

La zapatilla volvió a silbar en el aire y volvió a dibujar su suela en las nalgas esta vez de Rebeca, que aulló como si la estuvieran desollando viva. Al principio llevaba la cuenta de los zapatillazos recibidos. Uno, dos, tres, cuatro, diez, once, doce, pero al final perdió la cuenta, su culo era como una hoguera encendida, y tras cada zapatillazo una lengua de fuego salía escupida de el.

-¡Mas, mas de esto necesitáis! Verás como aprendéis de una vez a comportaros niñatas, que sois unas putas niñatas. Plas, plas, plas.

Mercedes espectadora de lujo de aquellas dos azotainas que estaban recibiendo sus hijas por parte de su madre, se dio cuenta de que estaba mojada. Sentía claramente que había mojado sus bragas ante tal espectáculo, y girando la cabeza hacia su derecha clavo la mirada en su hijo que la miro al sentirla sobre él.

-¿Quieres más guapa? O has aprendido la lección. – grito la abuela agachando su boca al oído de su nieta para que esta la oyera perfectamente.

-He aprendido abuela, lo juro. He aprendido la lección. – clamo Rebeca que ya no sentía ni el culo de los zapatillazos recibidos, que no eran más de cincuenta, pero para ella habían sido como doscientos.

-Más os vale a las dos, a no ser que queráis repetir. – dijo la abuela dando por terminado el castigo, dejando caer a su nieta al suelo al ponerse de pie. Luego dejo caer nuevamente la zapatilla al suelo, para que esta lo hiera justamente delante de los ojos de Rebeca, y sin decir nada mas calzársela ante ella que temblaba tan solo al ver como su abuela se calzaba en el pie derecho la zapatilla con la que acababa de castigarla. Pablo intuyendo el final de aquel acto, retrocedió sobre sus pasos refugiándose en su cuarto, aun sabiendo que su madre le había descubierto, pero quizás solo quedara en eso.

-¡Vete al rincón! Y te quiero como a tu hermana con las manos en la cabeza y ese culo bien a la vista.

Rebeca obedeció, se levanto lentamente como si la doliese todo el cuerpo y llorando como una niña se fue directa a su rincón, con las manos en la cabeza y mostrando su esplendido culito rojo fuego.

-¿Has aprendido algo, hija? A veces hay que tener mano dura, si o si. – la dijo a su hija casi al oído, susurrándola. Mercedes, mojada, excitada, deseando levantarse la falda, bajarse las bragas y rogarle a su madre que le diera a ella también lo suyo, cayó en esta ocasión asintiendo con la cabeza. La abuela Aurora salió del salón y se fue al cuarto de baño, quizás a refrescarse, quizás a otra cosa.

-¡Quince minutos en el rincón! Luego directas a vuestro cuarto, estáis castigadas sin salir hasta que yo lo diga.

Mercedes salió tras los pasos de su madre y se sentó en una silla de la cocina. El corazón la latía a mil, estaba acelerada y necesitaba pensar.

Esa noche solo la abuela Aurora ceno un trozo de queso a escondidas en la cocina. Las dos chicas estaban castigadas sin salir de su cuarto hasta el día siguiente. Compartían dormitorio con lo cual tenían tiempo suficiente para contarse sus sensaciones, sus reacciones, sus pensamientos sobre todo lo acontecido. Pablo adujo no tener hambre, mas por miedo a su abuela que a su madre, para la que ella era más que eso, era como una diosa a la que idolatraba. Mercedes se disculpo al tener que asimilar todo lo acontecido, sintiéndose un poco culpable de ello, quizás sí que tendría que imponerse de vez en cuando y quitarse la zapatilla más a menudo, forzando un respeto que sus hijas evidentemente no la tenían

Cuando Mercedes vio que su madre se retiraba a su dormitorio a descansar tras un día intenso, espero un poco para ir en busca de su hijo Pablo. Tenía una cuenta pendiente con él, y tras haberle pillado infraganti expiando y viendo lo que no tenía que ver, era la ocasión perfecta para empezar a desplegar ese poder, ese respeto hacia su persona. Entro en la habitación y le encontró tumbado en la cama con el móvil en la mano.

-¿Te parece bonito lo que has hecho esta tarde? – le pregunto sentándose con él en el borde de la cama.

-Lo siento mama. Es que yo… - contesto Pablo sin poder encontrar las palabras.

-Sabes lo que te mereces, ¿no? Lo mismo que ellas. – le pregunto la madre asintiendo el hijo en silencio. – Tira hacia el sótano en silencio, no quiero que nadie más se entere de esto, porque si tus hermanas se enteran de que las has estado mirando el culo mientras las castigaba la abuela, la bomba que puede estallar va a ser desbastadora.

Pablo se levanto de la cama vestido solamente con una camiseta blanca y en calzoncillos, y sin decir nada comenzó a caminar descendiendo del piso superior donde estaban los dormitorios hacia el sótano donde le había ordenada su madre ir. No giro la cabeza, pero intuía que su madrasta le seguía de cerca, era como si pudiera sentir su aliento tras de sí. Termino de bajar las escaleras del primer piso y giro para descender hasta el sótano, fue en ese momento cuando sus ojos se clavaron en los pies de su madrasta, de Mercedes, de la mujer que él sentía como su madre, pero que al mismo tiempo le excitaba como ninguna otra en el mundo pudiera hacerlo. Llevaba puestas unas zapatillas de felpa azul abiertas por delante y por detrás con un poco de tacón. Podía ver como sus talones chocaban al caminar contra la parte trasera de las mismas, y al mismo tiempo dos de sus dedos por la abertura que tenían en la parte delantera. La suela era blanca rugosa, y sin haberlas probado nunca antes, sabía que le iban a picar de lo lindo, porque era evidente que esta vez sí que si su madre le iba a calentar el culo. algo que él llevaba deseando desde que hacía dos años ella lo hubiera hecho por primera y última, como si aquello no estuviera bien, aunque de haberle preguntado el hubiera respondido todo lo contrario.

Entro en el sótano y se paro en el centro, era como otra habitación más de la casa, con una cama de matrimonio, dos mesillas y una tv de cuarenta pulgadas. Muchas discusiones hubo en la familia sobre lo que hacer con aquel cuarto. El quería un cuarto de juegos, su padre fallecido quería una bodega, pues era amante de los vinos. Sus hermanas como una discoteca con pista de baile para disfrutar con las amigas, y al final quedo en una habitación de invitados donde poder alojar a los abuelos paternos, o a la abuela Aurora si sus hermanas decidían no compartir cuarto algún día, algo que no había pasado.

Mercedes entro en el sótano tras su hijo con las manos en jarras sobre sus caderas. Buf que posé pensó Pablo, esta tremenda. Iba vestida con una blusa blanca ceñida que destacaba sus impresionantes y grandes senos. Una falda negra que se pegaba a sus caderas y que la llegaba hasta un poco por encima de las rodillas. Todo eso junto con aquellas zapatillas azules de felpa abiertas por delante y por detrás, y con los brazos en jarra frente a él, hicieron que la polla de Pablo comenzara a tomar forma.

-Sabes lo que viene ahora, ¿no? Te lo has ganado con creces hijo. ¿Acaso pensabas que no te íbamos a pillar alguna mirando? – le dijo Mercedes sin alzar la voz, como si no estuviera enfadada con él.

-Si, lo sé mama. No lo pensé. Tú dirás. – contesto Pablo ansioso pero intentando no demostrarlo.

Su madre avanzo hasta la cama y justo antes de sentarse en el borde de ella doblo su rodilla derecha y se quito la zapatilla ante la atenta mirada de su hijastro. Luego se levanto la falda un poco mas meneando sus caderas de forma sensual y reclamo la presencia del joven a su lado zapatilla en mano. Pablo se acerco hasta su madre y se dejo hacer, ella metió los dedos pulgares por el interior de la goma de su bóxer y se lo bajo hasta los tobillos. Sin querer la polla medio erecta del joven voló libre ante la mirada sorprendida de su madrasta. Mercedes con la zapatilla sujeta fuertemente con su mano derecha, rozo con la izquierda aquel miembro viril, le recordaba aquel joven tanto a su queridísimo marido. El joven noto el roce de su madrasta con la mano izquierda sobre el tronco de su miembro viril y este se movió como si de un resorte se tratase.

-¡Túmbate! – le ordeno Mercedes a la que se le notaba que no estaba ni acostumbrada ni a gusto en aquellos menesteres.

Pablo lo hizo y sin que nadie se lo indicara dejo su culo desnudo bien alto y expuesto, como si este estuviera pidiendo a gritos recibir zapatilla. Mercedes comenzó a acariciar el culo de su hijastro con la suela de la zapatilla, luego dándola la vuelta con la felpa de esta. La erección de Pablo aumentaba por momentos. Nuevamente mas caricias con la suela, con la felpa de la zapatilla, hasta que de repente llego el primer zapatillazo sobre la nalga derecha, y un segundo seguido sobre la nalga izquierda. Fueron fuertes, contundentes, dejando la marca de la suela sobre la piel del joven, que metió el culo para adentro, sacándolo instintivamente para afuera nuevamente. La zapatilla fue haciendo su cometido, uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis zapatillazos. El culo se metía para dentro clavando el miembro entre las piernas de Mercedes, luego lo sacaba para afuera pidiendo otro más.

-No quiero verte más espiando, ¿entendido? – le decía Mercedes de forma poco convincente, aunque la zapatilla caía con fuerza sobre el culo de Pablo.

-Ahhhh, entendido mama. Ahhhhh – se quejaba Pablo por el picor tras cada zapatillazo, por el dolor que le producían, y por la excitación de saberse castigado de nuevo por su idolatrada madre, madrasta, su diosa.

Fueron veinticinco zapatillazos los que se llevo el joven Pablo, muchos menos de los que deseaba recibir. El castigo había sido mucho menor que el recibido por sus hermanas de mano de su abuela. Mercedes le mando levantarse y le miro a los ojos sentada sobre la cama, con el miembro viril de el joven mirándola de tu a tu, a la misma altura.

-Cada día me recuerdas mas a tu padre, ¿lo sabías? – le dijo ella.

-No, no lo sabía. – contesto el sintiendo escozor en sus posaderas castigadas.

Fue un movimiento impulsivo, sin querer hacerlo, pero la mano de Mercedes se engancho a la verga de su hijastro comenzando a hacerle una paja. Sabían que eso estaba mal pero ninguno puso reparos ni impedimentos para que no pasara. Mercedes llevaba mojando las bragas desde el mismo momento que su madre les soltara aquellos dos bofetones a sus hijas, bragas que por cierto se había quitado hacia un rato, dándose cuenta que iba sin ellas. Se levanto de la cama y dejo caer la zapatilla al suelo calzándosela, sin que su mano izquierda soltara la verga de su hijastro.

-¡Túmbate sobre la cama! – mando ella, obedeció él.

Pablo se tumbo sobre la cama sintiendo como su culo sentía la incomodidad del roce de las sabanas, no habían sido muchos zapatillazos, pero sí que habían sido bien administrados, sin lugar a duda. Luego vio como su madrasta se desabrochaba todos los botones de la blusa, y el central de su sujetador, haciendo que aquellas dos maravillas salieran a la luz. Con habilidad Mercedes se quito el sujetador ante la hipnotizada mirada de su hijastro. Luego meneo sus caderas levantándose la falda hasta que subiéndose sobre la cama pudo ponerse a ahorcajadas sobre Pablo. El miembro del muchacho crecía, y crecía por momentos, y la habilidosa mano de Mercedes lo condujo hasta la entrada de su vagina. Luego dejándose caer sobre el se lo introdujo lentamente hasta hacerlo desaparecer en su interior. Mercedes había perdido la cordura y no sabía ni lo que hacía. Solo sabía que quería apagar el fuego que la quemaba en sus entrañas.

-¡Ahhhhhhh! Que grande y dura la tienes mi vida. – dijo ella sintiendo todo el poderío de aquella polla en su interior. Estaba tan húmeda que había entrado solita.

-¡Dios! Esto es un sueño. – susurro ella perdiéndose en el movimientos de sus pechos sintiendo como su madrasta subía y bajaba por su polla.

-No grites, ahhh, nadie puede vernos, ahhhh, nadie puede saberlo ¿vale? – dijo ella que gritaba y gemía más fuerte que el.

Las manos de Pablo se aferraron a las caderas de su madrasta atrayéndola hacia él, acompasando sus movimientos al tiempo que apretaba con sus caderas hacia arriba cuando ella bajaba hacia él.

-Llevaba soñando con este momento toda mi vida, mama. – dijo el sin levantar la voz

-No soy tu madre, yo no te parí, aunque lo sientas así mi amor, pero ahora no lo soy. ¡Joder, no pares! Sigue follandome – contesto ella echando su cabeza hacia atrás arqueando su espalda y sintiendo la dureza, el grosor y el tamaño de la polla que se estaba follando. La polla de su hijastro.

El ritmo de sus cuerpos iba aumentando, la tensión iba apoderándose del momento y cada embestida iba trasportándoles a un pedacito de cielo solo reservados para ambos. Mercedes se echo hacia adelante dejando a la altura de la boca de Pablo sus dos tremendas tetas.

-¡Come mi vida! Cómemelas.

Pablo las agarro con sus manos y sin que su madrasta dejara de votar sobre su polla comenzó a comerse aquellas dos pedazos de maravillas con sus grandes aureolas y sus duros pezones.

-Ahhhh, si, no pares Pablo. No pares, cómemelas. – gemía ella de placer.

-Siempre supe que eras una guarra y una cualquiera, pero con tu hijastro. ¡Serás zorra! – resonó a gritos la voz de la abuela Aurora correa en mano.

Antes de que Mercedes pudiera girarse hacia el lugar desde el que provenían aquellos gritos, y con el culo totalmente expuesto por la posición en la que se estaba follando a su hijastro, recibió un tremendo correazo que la hizo ver las estrellas.

-¡Ahhhh! ¡Mama! – grito Mercedes sin dejar de cabalgar sobre aquella verga.

-¡Serás guarra! – añadió la abuela Aurora descargando un segundo correazo sobre el trasero de su hija que dibujo una gruesa línea sobre su culo, por encima del primero recibido, dejando sobre este dos líneas rojas que iban tomando mayor intensidad a cada segundo, superpuestas una sobre otra.

-¡Ahhhhh! Si, pégame, pégame. – rogo Mercedes ante la atónita mirada de su hijastro Pablo que no perdía la erección a pesar de haber sido pillados infraganti por su abuela.

-¿Qué te pegue? ¡Serás zorra! Zasss. Siempre lo sospeche. Zasss. ¡Zorra, mas que zorra. Zasss. Que eres una zorra! Zasss. ¿Pero qué coño haces con el muchacho? – clamo la abuela descargando dos, tres correazos mas sobre el culo de su hija que no dejaba de subir y bajar sobre la polla de su hijastro que estaba a punto de estallar. ¿Probaría el también la correa de la abuela después?

Mercedes llego al orgasmo antes que su hijastro dejándose caer sobre él, introduciendo sin querer sus generosos pechos en su boca, como si estuviera dándole de mamar, y al mismo tiempo dejando su trasero bien expuesto para que su madre, la abuela Aurora continuara con la correa. La falda negra la tenía justo por encima de sus caderas, sin poder esta protegerla del castigo. La abuela Aurora estaba fuera de sí, y no dejaba de levantar la correa al cielo dejándola caer una y otra vez sobra las nalgas de su hija, que estaban tan rojas como las de sus nietas esa tarde, o más aun. A cada correazo Mercedes se introducía el miembro del hijastro más y más aun en su coño, sin que este perdiera ni un solo ápice de grosor, de longitud. Sintió que se corría de nuevo al sentirlo dentro, al escuchar la voz de su madre regañándola como tantas otras veces lo hizo, y sintiendo cada latigazo del cinturón grueso de cuero que la crujía el culo de lado a lado con cada uno de ellos.

Al final la abuela Aurora cejo en su castigo y Mercedes se giro sacándose el miembro viril de su hijastro hasta quedar tumbada junto a él encogida como un ovillo.

-¿No te da vergüenza, hija? ¡No, claro que no! Te gusta la marcha tanto o más que a mí, eso es evidente. Pero joder, con tu hijastro. – regañaba la abuela Aurora con la correa cogida con la mano derecha y haciendo aspavientos con la izquierda. – Por Dios, que nadie más os pille, y delante de mí ni una más, me oyes. O te despellejo el culo a correazos, guarra. – dijo la abuela dándose la vuelta y saliendo del sótano, dando por hecho que aquello no era la primera vez que pasaba, aunque así fuese, y que por mucho que la regañase o pegase, si querían iban a seguir haciéndolo. Por dentro se iba diciendo que ella era tan puta como su hija, aunque sí mucho más cuidadosa evidentemente. ¿Qué pensaría su hija si supiera que su padre era el cura del pueblo?

-Te quiero mama. – dijo Pablo

-Y yo a ti mi vida. Esto queda entre nosotros, ¿vale? Como me ha puesto el culo la abuela. – le contesto ella mirándose como pudo el culo dolorido y enrojecido, enseñándoselo a su hijo al mismo tiempo.

-Peor que tu a mí el mío, y eso que no me lo he visto. – contesto el riéndose, sabiendo que su castigo había sido mucho más liviano.

-El próximo día me lo cuentas, que te lo voy a dejar pero que bien, bien calentito. – lo amenazo dándole una palmadita en el pecho, saliendo de la cama, bajándose la falda como pudo por el dolor del roce de la tela con sus nalgas, abrochándose la blusa y subiendo las escaleras dirección a su cuarto. Como la conocía su madre, como sabía que se iba a follar a su hijastro, y como había aprovechado la ocasión para darla una buena paliza más que merecida en esta ocasión.

-¿Te gusta que te pegue en el culo Pablo? Porque a mi me encanta que la abuela de vez en cuando me lo caliente, aunque hoy se haya pasado. – le pregunto Mercedes a su hijo antes de empezar a subir las escaleras del sótano.

-Me encanta mama. Y no quiero que sea la última vez que pase, y lo otro tampoco me importaría que pasara de nuevo. – respondió el hijo un poco medio avergonzado, pues eran familia.

Mercedes le miro y vio a su marido fallecido en aquel retoño suyo mas joven que ella, pero afirmo con la cabeza, sonrío y le dijo.

-Repetiremos.

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heranlu

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Aurora, nos Visita - Capítulo 002


Silvia y Rebeca estaban en su habitación recién levantadas. De hecho Rebeca aun estaba tumbada sobre la cama riendo y viendo como su hermana se observaba el precioso trasero que tenía en el reflejo del espejo colgado de la pared del fondo.

-Que si hermanita, que tienes un pedazo de culo impresionante y que vuelve locos a todos los tíos. – le dijo Rebeca abrazando con las piernas su almohada, como si fuese a estrangularla haciéndola una llave de karate.

-¡No es eso Rebeca! ¿Se notan mucho? – respondió preguntando Silvia, la mayor de las dos hermanas, dándose la vuelta y mostrándola su lindo culito, para lo que se tuvo que levantar un poco el camisón negro que la llegaba un poquito por encima de las rodillas, pero que sin la ayuda de sus manos la tapaban el culo por completo, por lo que se lo levanto lo suficiente como para que su hermana tuviera una completa visión sobre él.

-Pues rojo como un tomate no lo tienes ya, es evidente rubia, pero sí que se te notan las marcas de la suela de la zapatilla. Menuda la que nos dio la abuela ayer, ¿eh? Mira, yo también las tengo. – contesto Rebeca girándose sobre sí misma para bajarse el diminuto pantalón de su pijama, y quedando con el culo en pompa sobre la cama, mostrándole a su hermana como también ella tenía sobre la piel de su hermoso trasero las líneas que delimitaban el contorno de la zapatilla de su abuela Aurora.

-¡Joder! Si las tengo igual que tu se notan mucho. – dijo Silvia levantado la voz enfurruñada y algo enfadada.

-¡Calla mal habla! Jajajajaja. No vaya a ser que la abuela este despierta, entre y te de otro repaso por decir tacos. – la contesto la hermana pequeña subiéndose el pantalón y tumbándose de nuevo sobre la cama. - ¿Qué te pasa? Eso para mañana ya se ha quitado, no es para tanto.

-Había quedado con Manuel para comer en su casa. Su hermana no está, e íbamos a celebrar su cumpleaños que es el miércoles, y…

-¿Y…? – pregunto Rebeca aunque adivinaba los planes de su hermana para esa tarde. ¡Un polvo! Vamos que te lo vas a calzar, eh pillina, jajajaja. – añadió la muchacha sin dejar acabar la frase a su hermana y alzando la voz lo suficiente para que alguien pudiera oírla fuera de su cuarto. Silvia que hablaba mirándose el trasero en el espejo de la pared, separando sus cachas y dibujando con sus dedos las líneas dejadas por la zapatilla de su abuela en su culo tras la azotaina recibida la tarde anterior se giro y la corto diciéndola.

-¡Schiiissst! ¡Calla Rebeca! Solo falta que mama o la abuela se enteren.

-Venga Silvia, que lleváis casi un año juntos. La abuela no sé, pero mama ya sabe que te lo has trajinado una decena de veces como mínimo. – respondió la hermana pequeña.

-Pues no es así, aun no lo hemos hecho. – contesto Silvia enrojeciéndose.

-Joooder tía, ¿aun no has catado su salchichón?, ¿su butifarra? Vale que no seas como yo que si veo a un tío en la disco me lo tiro y a otra cosa, pero después de un año. Vas camino de convertirte en monja. Si a un tío no le das marcha de vez en cuando, ya sabes… - concluyo diciendo la hermana pequeña al tiempo que hacia un gesto con sus manos como si el susodicho hombre desapareciera.

-Eso va a cambiar hoy. – afirmo Silvia.

La risa de Rebeca contagio a Silvia y ambas rieron un rato, mientras la hermana mayor seguía mirándose el culo en el espejo, como si así fueran a desaparecer las marcas de la zapatilla de su abuela. Rebeca en un ataque de espontaneidad se incorporo y con una rapidez inusual en ella se acerco a su hermana hasta ponerse a su altura y con decisión y mala intención la dio un azote en la nalga derecha al tiempo que la decía.

-¿Y si te lo pongo rojo de nuevo se notaran menos las marcas?

-¡Serás perra! – grito Silvia revolviéndose y dando comienzo a una batalla campal entre hermanas donde el objetivo era el culo de su oponente. Ambas hermanas se enzarzaron entre sí subidas a la cama de una de ellas. Silvia de un tirón bajo el pantaloncito del pijama de su hermana Rebeca y la propino un sonoro azote. Al igual que Rebeca la subió el camisón negro y la respondió con otro potente y sonoro azote dado con su mano derecha. Ambas iban sin bragas pues el roce de estas era insufrible la noche anterior, con sus nalgas bastante malogradas tras la azotaina recibida.

-¡Ahhh! Ha picado puta. – grito Silvia dando rienda suelta a su mano derecha mientras con la izquierda sujetaba de la goma del pantalón del pijama a su hermana intentando atraerla hacia sí. Dos, tres, cuatro azotes cayeron repartidos por las nalgas de la hermana pequeña, que contestaba a cada uno de ellos con otro sobre las de su hermana mayor.

-Ya van cogiendo color Silvia, zas, zas, zas. A Manuel le van a encantar tan coloraditas – comentaba Rebeca sin perder oportunidad de azotar el culo de su hermana.

-Si te vieras las tuyas, zas, zas, zas. Las tienes preciosas cariño. – contesto Silvia sin perder oportunidad para hacer lo mismo que su hermana sobre el culo de esta.

Así estuvieron un buen rato, girando la una alrededor de la otra, saltando de una cama a otra sin dejar de darse azotes con la mano, entre risas y gritos, deshaciendo las camas por completo. Hasta que escucharon unos golpes en la puerta de la habitación que las dejo sin aliento, con la mirada puesta en ella.

-Menos escándalo jovencitas, no sé qué estaréis haciendo y prefiero no saberlo, pero ya tenéis una edad. – se oyó la voz de su madre Mercedes que había dado unos golpecitos sobre la puerta de la habitación. Ambas hermanas se miraron, pensando que si su madre entraba y las veía así, dándose azotes la una a la otra sobre la cama, podrían estar en problemas. ¿Qué pensaría de ellas? ¿Qué haría de pillarlas así? Silvia y Rebeca callaron unos segundos, el tiempo que tardo su madre en seguir a lo suyo, y luego rieron juntas tumbadas cada una en la cama de la otra.

A esa misma hora la abuela Aurora entraba en la capilla de San Miguel ubicada en la otra punta de la ciudad ayudada de su bastón, el cual utilizaba más de estética que por necesidad, pues se movía como una gacela para su edad. Ya tenía una edad y vestía canas, aunque eso si siempre bien peinada y bien vestida para cada ocasión. Ese día decidió ponerse una falda negra ajustada hasta las rodillas y una chaqueta a juego del mismo color. Debajo de esta llevaba una camisa blanco impoluto que la daba cierta distinción.

Avanzo por el estrecho pasillo de la pequeña iglesia y se arrodillo cerca del altar entre dos bancos para rezar, y pedir perdón por sus pecados. No había más de tres o cuatro personas a esas horas, por lo que la llegada de aquella feligresa no paso desapercibida para el párroco, que la reconoció nada más verla. No llevaba dicho ni un Padrenuestro cuando la voz de este resonó a su espalda, interrumpiendo sus oraciones.

-¿No has encontrado una iglesia más cercana, que has cruzado casi toda la ciudad para hablar con el Señor en esta? – la pregunto el párroco.

-Me gusta esta iglesia, es pequeña y acogedora. – contesto Aurora ladeando la cabeza hacia donde provenía la voz sin levantar la cabeza del todo.

-Ya veo, y desconocías por completo que esta es ahora mi parroquia, ¿no? – respondió el párroco desmantelando el argumento de aquella mujer que tan bien conocía.

-Había oído que le habían destinado a ella y solamente quería comprobarlo. – arguyo ella restando importancia al hecho.

-Vamos Aurora, que nos conocemos. Acompáñame a la sacristía anda, allí podremos hablar más tranquilamente. – finalizo el párroco comenzando a andar marcando el camino a seguir.

La abuela Aurora tomo el bastón que había dejado apoyado sobre el banco al lado suyo, se ayudo del el para levantarse y siguió los pasos de aquel sacerdote al que conocía desde hacía mucho tiempo, y al cual nunca le había perdido la pista. Una vez llegados a la sacristía Don Anselmo, que así se llamaba aquel párroco, abrió una puerta e invito a su invitada a entrar a una sala contigua que formaba ya parte de su vivienda, que estaba contigua a la pequeña iglesia. Con un gesto de la mano la invito a sentarse mientras cogía dos vasos de una alacena y los llenaba de vino.

-¿Cómo está la niña? – pregunto el párroco sentándose frente a Aurora en una mesa camilla.

-¿Ahora le importa Don Anselmo? – le pregunto ella dando el primer sorbo a aquel delicioso vino de mesa.

-Siempre me ha importado mi hija Aurora, aunque sabes que siendo cura no puedo proclamarlo a los cuatro vientos. Además, que hubieran pensado de ti en el pueblo si hubieran sabido que fornicabas con el párroco. – adujo el comenzando igualmente a degustar aquel fino caldo.

Se produjo un silencio incomodo entre ambos. Sin lugar a dudas hablar de Mercedes era un tema incomodo para los dos. Aurora era muy joven y se enamoro de la persona equivocada, y Don Anselmo no pudo resistirse ante sus encantos y sucumbió a ellos. Quién había tenido más culpa era algo que poco importaba ya, cada uno tenía su propia opinión sobre ello. Don Anselmo se levanto para asomarse a la ventana resoplando.

-Bufff. Siempre has sido muy ligera de cascos, siempre me has buscado las vueltas y siempre he caído en tus redes pecadora. Eres la única mujer a la que no me he podido resistir, y trato con muchas te lo aseguro. Dios sabe que lo he intentado, pero no se que tienes, o haces que jamás he sabido contenerme. Eres el mismísimo diablo con piel de mujer. ¿A qué has venido? – pregunto el cura con las manos a la espalda mirando a la calle a través de la ventana, y de reojo a aquella mujer que despertaba en él sus instintos más bajos.

-La verdad es que no sé exactamente porque he venido, quizás simplemente curiosidad. – respondió la mujer como no teniendo ningún motivo especial para estar allí.

-Al final no me has contestado como está la niña, aunque si sé que sigue tus pasos de pecadora. Y superándote. Dos hijas solteras de diferentes padres. Y ahora encima uno extra tras quedarse viuda de su último y único marido. No has sabido educarla muy bien Aurora. – la recrimino el párroco con voz severa.

-Tampoco ha tenido un padre que me ayudara con ella. – le tiro en cara Aurora defendiéndose que aquella acusación.

-¿En serio crees que si hubiera dicho que era hija mía, todo hubiera sido diferente? Bueno si, habría sido diferente, si. Tú habrías sido la endemoniada puta del pueblo que sedujo al pobre y joven párroco para alejarlo del camino del señor. – añadió el cura cabreado ante aquel comentario, mostrando un carácter poco afable y desmarcándose de toda culpa en el nacimiento de aquella pequeña a la que llamaron Mercedes. – Y tendrías que haberte ido del pueblo y malvivir por ahí como una cualquiera. Sin embargo nunca te falto de nada, ¿no? Porque a escondidas este humilde siervo del señor te ha ido dando dinero por debajo de la mesa. Pero la culpa es mía, claro. Así sois las mujeres, desagradecidas, aprovechadas…

-¡Claro, cómo no! Yo siempre le he envenenado con mis dulces palabras, le he hipnotizado con mis curvas, y me he metido en su cama para extraerle el néctar de sus pelotas. Y como a una puta le pagaba con unas míseras monedas, ¿no? ¿Así purificaba y purgaba sus pecados?– reacciono Aurora alzando la voz.

-¡Calla pecadora! ¡Víbora! Eres como una víbora. ¡Levanta ahora mismo! Que sé muy bien a por lo que has venido. – clamo el párroco girándose sobre si mismo abriendo un cajón del que extrajo una correa de unos tres centímetros de ancho mientras echaba escupitajos por la boca al hablar.

-Pero quien coño se cree que es usted para… - se enfrento la abuela Aurora a aquel sacerdote engreído y anticuado que era incapaz de reconocer su parte de culpa entre lo que había pasado entre ellos.

-¡Calla blasfema y levántate! – clamo de nuevo el párroco estrellando la correa sobre la mesa con tal fuerza que Aurora se cayó y se puso de pie de inmediato sin necesidad de apoyarse en su bastón.

-Anselmo no he venido aquí para…

Aurora no pudo con la mirada fría, severa y desquiciada de aquel hombre, pues aunque fuera sacerdote ella siempre lo había visto como un hombre, con sus defectos, y con sus virtudes. Don Anselmo sin mover la cabeza la indico con la mirada donde y como se debía posicionar, aquella mujer sacaba de él lo peor y una vez mas estaba pasando. Ella aparto la silla en la que se sentaba hacia atrás, y luego de forma sumisa se inclino sobre la mesa camilla apoyándose sobre sus codos y dejando su tremendo trasero en posición para ser castigada.

-¿Así castigabas tu a tu hija? ¿Dime? – grito el párroco medio enloquecido.

-No padre. – respondió Aurora sin levantar la cabeza. Luego aquella mujer sexagenaria con el pelo totalmente blanco se llevo sus manos hacia su falda y cogiéndola con ambas manos comenzó a mover sus caderas hasta levantársela por completo por encima de la cintura. Luego tras pensárselo unos segundos se bajo las bragas hasta la altura de las rodillas, para separando sus piernas hacer que estas quedaran estiradas y aprisionadas a esa altura sin dejar que estas cayeran al suelo.

El silencio se hizo dueño de aquella pequeña estancia, ella en espera de recibir un castigo quizás merecido, quizás inmerecido. El contemplando el culo de aquella mujer que en muchas ocasiones ocupaba sus pensamientos antes de conseguir conciliar el sueño. Tras ese minuto que se hizo eterno la correa quebró el silencio y las posaderas de la abuela Aurora.

-¡Pecadora! Zasss. ¡Hija del diablo! Zasss.

-Ahhhh, ahhhh. – susurro Aurora mordiéndose los labios. Siii, siii, ahora lo sabía eso era lo que había venido buscando. ¿Purgar sus pecados? ¿Envenenar una vez más a aquel hombre de Dios? ¿Condenarle al fuego eterno?

-¡Veneno! Zasss. ¡Veneno es lo corre por tus venas! Zasss – clamaba Don Anselmo mientras hacía bailar las nalgas de aquella mujer, y que pedazo de nalgas señor, pensó para si mismo.

-Ahhhh, ahhhh, si padre, castígueme. – pidió ella sintiendo como su trasero ardía tras recibir la correa una docena de veces. El culo la dolía, pero al mismo tiempo la excitaba tanto sentirse castigada por aquel hombre, por aquel sacerdote. Ejercía un poder sobre ella que ningún otro hombre había podido jamás tener. Quizás fuera la sotana lo que la ponía tanto, quizás lo que ocultaba bajo ella.

-¡Blasfema! Zasss. ¡Arderas en el infierno! Zasss – gritaba el párroco sin dejar de azotar el culo de su predilecta feligresa, recién llegada de nuevo a su rebaño.

-Ahhhh, siii, ahhhh, si, deme mas padre. Soy una pecadora. – dijo la abuela Aurora sabiendo que con ese lenguaje despertaba en aquel hombre algo más que ira.

-¡Pecadora! Zasss. ¡Pecadora! Zasss. ¡Conseguirás que yo también arda en el infierno! Zasss.

El padre Anselmo la acaricio el culo con aquella gruesa y dura correa una veintena de veces, dejando el culo de la mujer marcado por todas partes de líneas que cruzaban sus nalgas de un lado a otro, y de un color rojizo intenso. El párroco dejo caer la correa al suelo y se puso justo detrás de ella, levantándose la sotana para liberar la serpiente que haría calmar a aquella víbora venenosa que una vez más le había visitado. Ella sabiendo lo que venía ahora no hizo ademan de levantarse una vez supo que el castigo con la correa había finalizado. Ahora venía la parte mejor, en la que ella tomaría el control de todo sin que ni siquiera aquel sacerdote se diese cuenta. Si, al final iba a ser verdad que era una pecadora, porque una vez más aquel hombre de Dios no iba a poder resistirse a sus encantos, y eso que ya tenía más de sesenta años.

El padre Anselmo se saco su verga totalmente erecta y sin previo aviso la introdujo en la vagina de aquella mujer pecadora, que la recibió con un gemido de placer. Si, sin lugar a dudas era Satanás disfrazado de mujer, y él una vez más caía rendido ante aquel cuerpo, ante aquella tentación. Se maldijo en silencio una y mil veces al tiempo que comenzaba un mete saca sin parar, sujetando firmemente a aquel cuerpo envenenado por las caderas, forzándola una vez más a fornicar con él.

-Si, padre, si, denme más fuerte. – pidió ella alzando la cabeza con su peinado despeinado y las canas de su flequillo bailando de un lado a otro.

-¿Qué tienes mujer? Que tienes que no tengas las demás. – arguyo el liberando su mano derecha para azotarla en varias ocasiones en ambas nalgas sin dejar de follarla.

-Siempre que quiera me follaras querido, siempre. Y lo sabes. – añadió ella para que supiera quién era la que llevaba las riendas en aquella relación.

Durante muchos años lo había manejado a su antojo en el pueblo, antes y después del nacimiento de su hija. Luego cuando lo cambiaron de parroquia a un pueblo cercano, lo visitaba de vez en cuando, cuando a ella le picaba la entrepierna y necesitaba de una buena porra para deshacerse de esa calentura, y algo de dinero para seguir llevando un buen ritmo de vida. Y ahora tras muchos años de separación, lo había vuelto a encontrar y había irrumpido en su vida de nuevo para que supiera que jamás se libraría de ella.

Don Anselmo ralentizo su ritmo, no quería correrse tan rápido, quería disfrutar un poco mas de aquel cuerpo del pecado, aunque ahora tuviera bastantes más años. Ella movió sus caderas provocando en él un estremecimiento, ella ya se había corrido y con ese ligero movimiento sabía que el llegaría enseguida, quisiera o no. El supo que no iba a poder contenerse e hundió su polla todo lo que pudo en el coño de la abuela Aurora, que grito de placer tan alto que hasta las feligresas que hubiera en la iglesia rezando podrían oírlo nítidamente, levantando suspicacias sobre de donde vendrían. No le importo, él la taladro con tanta fuerza que poco importaba ya que les pudieran pillar.

-¡Ahhhh padre! Folleme, folleme. – le pidió ella que empezaba a cansarse ya de aquella situación. Ella ya estaba satisfecha por una temporada, y sabía que diciendo aquellas palabras iba a poner al párroco frenético y en menos de un minuto iba a liberar su leche dentro de ella.

Y así fue, en menos de un minuto el párroco hecho su espalda para atrás descargando toda su virilidad en el interior del coño de aquella mujer elegante, sexagenaria y pecadora. Luego la soltó de las caderas y retrocediendo dos pasos atrás dejo caer su sotana quedando frente a aquel culo maravilloso que dejaba caer por sus muslos la prueba de su delito. La abuela Aurora se levanto subiéndose las bragas y acomodándose la falda, luego cogió su bastón y comenzó a caminar hacia la salida, camino de la iglesia.

-¿Quieres que te siga manteniendo informado de tu hija? – le pregunto.

-Siempre he sabido de ella, se hasta donde vive. – respondió el sentándose en una silla con la mirada gacha, sintiéndose miserable.

La abuela Aurora desanduvo el camino hecho antes de llegar a aquella estancia. Paso por la sacristía y camino por el estrecho pasillo de la iglesia hasta la salida de esta, ante la sorprendida mirada del resto de feligresas que no sabían cómo interpretar todo lo que habían oído minutos antes.

Silvia llego a casa de su novio un poco antes de la hora de la comida. Había escogido unos botines de cuero nuevos y llevaba los pies destrozados. La parada del autobús no estaba precisamente cerca de la casa, y la larga caminata había causado estragos en sus pies.

-Hola mi vida, estaba deseando que llegaras. – dijo Manuel invitando a su novia a pasar.

-Hola corazón. Buff traigo los pies destrozados. Putos botines. – respondió Silvia dando un beso en los labios al amor de su vida. Aquel chico era especial, diferente al resto. Al menos para ella.

-Eh, vale, vale. Mi hermana tiene unas zapatillas de estar por casa. Vete a la terraza y te vas descalzando. Yo te las traigo y estarás más cómoda. Creo que debéis de tener el mismo número, o casi.

-Buena idea. Gracias cariño.

Silvia se dirigió a la terraza, amplia y con vistas a la piscina comunitaria, sentándose en uno de los sillones que rodeaban a una mesa redonda bastante grande. Nada más tomar asiento comenzó a quitarse aquellos botines de cuero negro, maldiciendo el momento en el que decidió ponérselos. Iba vestida con unas mallas negras ajustadas y un jersey blanco de fino hilo al que tenía mucho aprecio. Manuel se dio toda la prisa que pudo y en unos segundos ya estaba junto a su novia con las zapatillas de su hermana en la mano.

-Gracias, parecen cómodas. Supongo que se las pone en chanclas, el talón esta pisado. – dijo Silvia tomando las zapatillas en sus manos para calzárselas. Lo hizo igual que debía hacerlo la hermana de su novio, en chanclas. Eran unas zapatillas con borreguillo por dentro, de color rojo, unos tres centímetros de tacón y suela rugosa de color amarillo.

-Si, siempre las lleva así, es una manía. ¿Quieres una cerveza hasta que comamos? – contesto Manuel.

Silvia hizo una señal de afirmación con la cabeza mientras le guiñaba un ojo a Manuel y termina de calzarse aquellas zapatillas. Lo primero que se la vino a la cabeza al hacerlo fue la tremenda zurra que su abuela Aurora la había dado la tarde anterior con una parecida. Sonrío para dentro y pensó para sí misma. “Joder lo mal que lo pase mientras me la dio, maldita vieja. Pero me pongo cachonda solo con recordarla”.

Manuel llego con las cervezas dándole una a su novia mientras él le pegaba el primer sorbo a la suya. Hablaron de sus cosas durante un buen rato, poniéndose al día aunque tan solo hubieran pasado un par desde la última vez que estuvieron juntos, pero en ningún momento Silvia le comento algo sobre el incidente, la azotaina que su abuela les había dado con la zapatilla a su hermana y a ella. Era un tema tabú del que prefería no hablar.

Pasados quince minutos decidieron pasar a la casa, Silvia pensando en comer, Manuel en otras cosas. La primera en entrar al salón desde la terraza fue Silvia, lo que le permitió a su novio tener una inmejorable visión de su culo, el cual le volvía loco, y más aun envuelto en esas mallas negras ajustadas.

-¡Joder que buena que estas cariño! – dijo Manuel una vez dentro del salón estirando su brazo y sobando una de aquellas nalgas.

-Pero bueno que manos más largas tienes, ¿no? – contesto ella dándose la vuelta, rodeándole con sus brazos por el cuello y dando comienzo a un intenso beso en los labios con lengua incluida.

Las dos manos de Manuel acabaron en el culo de su novia que no rechazaba el magreo, e inevitablemente su miembro viril comenzó a crecer mientras sus lenguas jugaban entrelazadas y juguetonas. Era como si a Silvia se le hubiera olvidado el miedo que tenía antes de venir a verle por las marcas que aun quedaban impresas en su culo, a causa de la zapatilla de su abuela y la azotaina del día anterior. Ella también sentía como sus hormonas se despertaban y empezaban a hervir en manos de su novio.

Después de cinco minutos con derecho a roce, ronroneo, risitas y besitos húmedos, Manuel decidió dar un paso más y metió las manos por debajo de las mallas de su novia, para poder sentir en sus manos la piel de aquel majestuoso y maravilloso culo. Ese hecho fue como el muelle que salta del resorte haciendo recordar a Silvia el porqué no quería que su novio la viera el culo aquella tarde. Sin pensárselo dos veces dio un paso hacia atrás mientras su mano derecha iba directa a su pie y se quitaba la zapatilla de la hermana de su novio, para acto seguido y sin avisar darle un zapatillazo en una de las manos a Manuel, que ante aquel movimiento había tenido que abandonar la cueva en la que se encontraban metidas.

-¡Ostias! ¿Qué haces? Guauu, duele. – se quejo Manuel al sentir el picor de la suela amarilla de la zapatilla roja de su hermana en el torso de su mano derecha.

-¿Qué haces metiéndome mano así? Qué quieres follarme esta tarde, ¿no? Esas son tus intenciones al estar solos en casa. – mascullo Silvia viendo en el marrón en el que se había metido solita al reaccionar de esa manera.

-No, te lo juro, pero…. – contesto Manuel soplando en el torso de la mano que comenzaba a ponerse colorado.

-Pues ya me dirás. Tres besitos, un achuchón y tus manos en mi culo por dentro de la ropa. – contrarresto la novia poniéndose con los brazos en jarra delante de su novio, zapatilla en mano.

Manuel al ver a Silvia enfadada, o haciéndose la enfadada, brazos en jarra con sus manos apoyadas en la cadera y en una de ellas portando la zapatilla de su hermana cual madre lo hiciera cuando está a punto de castigar a uno de sus vástagos, hizo que aun se pusiera mas cachondo aun de lo que estaba. Estaba muy sexy en aquella postura, con aquella cara de enfadada, con esa mirada fría tan penetrante.

-No de verdad que esa no era mi intención amor. Lo que pasa que me he dejado llevar al estar besándonos y pensé, pues eso que… - Manuel estiro sus manos hacia adelante intentando explicarse con ellas, lo que provoco en Silvia la misma reacción de antes, propinándole un nuevo zapatillazo en el torso de la mano de Manuel, siendo la izquierda la depositaria de esta.

-¡Auuuu! Joder que duela amor. Lo siento, no era mi intención. Te lo juro. – argullo el novio moviendo su mano de arriba abajo deprisa.

-Mentiroso, mentiroso. Lo que pasa es que te he cortado el rollo, pero tu intención era follarme, y luego que, si te visto no me acuerdo, ¿no?

-Pero que dices, si llevamos un año juntos y aun no hemos… - intentaba explicarse Manuel intentando hacerla comprender a su novia que llevaban ya mucho tiempo juntos y aun no habían mantenido relaciones intimas, con lo cual no era una más.

-¿Serás capaz de negarlo? Veras ahora. – alzo la voz Silvia encolerizada que comenzaba a perder los papeles por completo ante aquella situación.

Silvia cogió del brazo izquierdo a su novio y le hizo girar cuarenta y cinco grados hacia ese lado, dejándolo dispuesto para que ella pudiera atacar su culo zapatilla en mano. Lo hizo con un potente azote sobre el pantalón corto deportivo, tipo jugador de baloncesto que este llevaba puesto, y que aun conteniendo parte del impacto de la zapatilla le hizo saltar al recibirlo.

-¡Coño!, ayyyy. ¿Se puede saber qué te pasa hoy? – se quejo Manuel intentando taparse el culo con su mano derecha.

-Tu a mi no me dejas por loca, como si me inventase las cosas. – dijo la novia tirando de uno y otro lado del pantalón mientras su novio intentaba impedírselo. Tres tirones y los pantalones deportivos de color rojo igual que la zapatilla que portaba su novia y que era de su hermana, fueron suficientes para que estos acabaran en los tobillos de él. No supo como lo hizo, pero su novia le había vuelto a dar la vuelta y miraba de frente a la pared, ofreciéndola todo su culo para que esta pudiera azotárselo. Un segundo basto para que Manuel volviera a sentir el picor de la suela de la zapatilla en su culo.

-Uffff, joder, ahhhh, vale, vale. Ahhhh. Lo reconozco pensé que hoy habría tema. Ahhh – reconoció Manuel que ya llevaba media docena de zapatillazos en el culo. El brazo de Silvia parecía una metralleta.

-Ah siiiii, zass, con que no lo habías pensado, ¿Eh? Zass, zass, zass, zass.

La mano de Silvia volaba de adelante a atrás azotando el culo de su novio que parecía aceptar el castigo por la ofensa cometida. Silvia sentía que el corazón se le salía del pecho, estaba como poseída.

-¿Pero qué es esto? Serás asqueroso. – bramo la novia cogiendo entre sus manos el miembro erecto de su novio que estaba a mil.

-No lo sé, es una reacción. – intento disculparse Manuel, que al sentir la mano de su novia cogiendo su polla no pudo que ponerse aun mas verraco. Silvia comenzó a masturbar a su novio al mismo tiempo que continuaba dándole con la zapatilla en el culo.

-¿Te gusta guarro? Zass, zass, zass.

-Joder, si, siiii.

-Y que te gusta más, ¿mi mano haciéndote una paja, o la zapatilla en tu culo? – pregunto Silvia sin dejar de aporrear el trasero de su novio con la zapatilla.

-Todo, me gusta todo. – contesto Manuel retorciéndose de dolor, pero ofreciendo siempre su culo para un nuevo zapatillazo, y su polla para que continuara siendo masturbada por la mano de su novia.

Silvia en un arranque de calentón se bajo las mallas negras ajustadas que llevaba puestas junto con sus braguitas de encaje del mismo color justo por debajo de su culo, dejando ver a su novio un coñito a medio depilar que lo volvió loco del todo.

-Vamos métela entre mis muslos. ¡Obedece! – ordeno la novia.

No era penetración, pero Manuel no se lo pensó y encajo su polla erecta entre los muslo de su novia, comenzando un mete saca igual que si se la estuviese follando. Silvia se dejo hacer mordiéndose los labios, tenía a su novio descontrolado pero a su merced, y continúo azotando su culo al son de las embestidas de este. Cada vez que su novio echaba el culo hacia atrás para embestir con más fuerza entre sus muslos, ella le propinaba un fuerte zapatillazo en su nalga derecha, la más cercana y accesible para ser castigada.

-Ahhhh, pica, ahhhh, duele, ahhhh, te adoro, ahhhh, mi amor, - bramaba Manuel con el culo como un tomate y la polla a punto de reventar.

Sus labios estaban tan solo a unos centímetros. Podían sentir sus respiraciones entrecortadas, agitadas. Silvia mordió el labio inferior de Manuel, provocando mas morbo aun a aquella situación. Se río con malicia y le dijo al oído.

-Vamos córrete, vamos cariño que luego me aguantaras mas cuando te pida que me la enchufes en el coño.

Silvia no podía creer lo que estaba diciendo, pero lo estaba diciendo. Lo peor de todo era que estaba deseando que su novio la follara, y que no podía parar de azotarlo con la zapatilla, haciéndola sentirse poderosa, única. ¿Sería eso lo que sentía su abuela cuando las castigaba a ellas?

Manuel empujaba como si estuviera a punto de correrse, con sus dos manos bien puestas sobre las desnudas nalgas de su novia, atrayéndola con fuerza hacia él mientras una vez más empujaba con su polla metida entre sus muslos como si estuviera follandosela. Silvia le animo con un nuevo zapatillazo, dejándole que magreara su culo, sin miedo a que pudiera vérselo, sin miedo a que descubriera las marcas de la zapatilla de su abuela impresas en el. De hecho el culo de Manuel estaba más rojo, y más marcado el suyo de todas, todas.

-¡Me corro, me corro! – grito Manuel dando su ultimas envestidas.

Manuel se dejo caer al suelo nada mas correrse sin dejar de acariciar el culo de su novia como si estas estuvieran adheridas a el. Silvia dejo de calentarle el culo con una sonrisa maquiavélica en sus labios. Manuel dejo su cabeza apoyada sobre el vientre de su novia, desfallecido, exhausto, dolorido, satisfecho. Silvia dejo caer la zapatilla al suelo y ante la atenta mirada de su novio se la calzo en chanclas, como debía de hacer su hermana, y acaricio los cabellos de Manuel mientras le decía.

-Espero que hayas aprendido la lección cariño. Si vuelves a mentirme ya sabes lo que me quitare.

-La zapatilla. – respondió susurrando Manuel que prefería seguir sobando el culo de su novia con sus manos, que mitigando el dolor de las suyas.

-Correcto. Bienvenido a la familia mi vida. Ahora vamos a comer, luego tienes algo especial y sabroso de postre. Y como colofón me echaras un buen polvo, porque yo aun no me he corrido ninguna vez, y eso no está bien, nada bien.

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heranlu

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Aurora, nos Visita - Capítulo 003

Cuando Rebeca termino de arreglarse para ir a ver a su amiga y vecina Elisa, con la cual había quedado para ir de compras, paso por delante de la cocina y vio como su hermano pequeño estaba fregando los cacharros de la cena del día anterior en camiseta y calzoncillos. Aunque lo que provoco su risa fue el delantal que se había puesto encima para no mojarse una de sus camisetas favoritas. La escena no pudo más que hacerla mucha gracia, la cual no solo no pudo retener sino que fue bastante sonora y estridente, llevándose una mano a la boca para que esta no resultara demasiado ofensiva hacia su hermano.

-¡Lo siento! Pero es que no me esperaba verte de esa guisa fregando. – dijo ella al ver a su hermano girar la cabeza hacia ella.

-Había quedado con unos amigos para dar una vuelta por la plaza, y me di cuenta de los cacharros y de que hoy me tocaba a mí. De modo que para no mancharme…. – comento el sin dejar de fregar.

-Si vas a esa velocidad no tardaras en terminar hermanito, pero los platos seguirán sucios. – añadió ella al ver que estaba fregando casi sin jabón, aclarando los platos un poco y listo.

Rebeca se acerco a él, se fijo en los platos ya fregados y se dio cuenta que algunos de ellos estaban aun con manchas de tomate seco. El sabía que estaban mal fregados pero en otras ocasiones nadie le había dicho nada y así se tardaba menos, disponiendo de más tiempo para otras cosas. Pablo siguió fregando como si su hermana no hubiera visto nada, y Rebeca sabiendo de la pasión de su hermano por los azotes, pues este no se perdía ni una historia de las que contaba su abuela Aurora sobre ellos, quiso dar un paso más en su teoría sobre que aparte de oír esos relatos le encantaría formar parte de ellos. Con mucho sigilo abrió uno de los cajones de la cocina y extrajo una cuchara grande de madera del interior de este, y sin pensárselo dos veces le propino a su hermano un sonoro azote con ella en el culo sobre su fino calzoncillo negro.

-¡Auuu! Que haces, ha picado. – se quejo Pablo al sentirlo en la centro de su nalga derecha, llevándose una mano a ella para frotándosela y disipar el picor.

-¡Si fregaras bien no tendría que haberlo hecho! – le regaño su hermana señalando los platos sucios.

-Pero que dices están perfectos. – contesto el sabiendo que era mentira.

-¿En serio? Con que esas tenemos, ¿no? – le recrimino Rebeca de nuevo señalando los primeros platos fregados que reposaban sobre el friega platos. - ¡Como se nota que eres el ojito derecho de mama, y nunca te dice nada!

-Bueno alguno puede tener algo de grasa de la salsa de ayer, pero eso también os pasa a vosotras. – adujo él como si su hermana lo hiciera igual cuando la tocaba a ella, algo que no era cierto.

Rebeca vio el cielo abierto para saber si su teoría sobre los azotes y su hermano pequeño era cierta o no, y sin pensárselo dos veces le bajo los calzoncillos y le propino un nuevo azote con la cuchara de madera en la misma nalga que la anterior.

-¡Serás mentiroso! Sabes que eso no es cierto. – le dijo a su hermano pequeño mientras levantaba la cuchara y se la mostraba a su hermano poniéndosela justo delante de la cara.

-¡Auuuu! Ostrasss, que duelen joder. – se quejo el de nuevo pero con un brillo especial en los ojos. No podía negarse que aquello le gustaba.

-¡Saca esos platos! – le ordeno Rebeca

Pablo cogió los cuatro platos fregados con anterioridad y comprobó que todos estaban mal fregados, con manchas de grasa en la base de ellos, y tomate seco en alguno de los laterales. Uno, dos, tres, cuatro. Rebeca no se lo pensó y le propino cuatro azotes bien fuertes con la cuchara de madera en el culo desnudo, uno por cada plato mal fregado, dos en cada nalga. La reacción de Pablo no paso desapercibida para su hermana, pues el miembro viril de su hermano creció desproporcionado dejándolo bien palpable en la parte delantera del delantal.

-¿Qué pasa hermanito, te gusta? – pregunto Rebeca al ver el abultamiento sobre el delantal, pero poniendo un tono serio en su voz, algo que la costo hacer pues estaba disfrutando de lo lindo.

-Es que… - quiso responder Pablo pero no pudo al sentir un nuevo azote sobre su desprotegido culo con la cuchara de madera. Con las manos sobre el fregadero y disfrutando de lo que le estaba pasando con su hermana como coprotagonista de la escena saco su culo hacia fuera para que esta pudiera castigarle aun mejor, ofreciéndolo para ello. Rebeca retomo el castigo y comenzó a castigar a su hermano repartiendo los azotes alternativamente en una y otra nalga, mientras le recriminaba.

-¡Que sea la última, plas, plas, vez que friegas, plas, plas, los platos mal, plas, plas, plas. O la próxima vez, plas, plas, me tendré, plas, plas, que quitar, plas, plas, la zapatilla, plas, plas.

Esa amenaza sonó de forma angelical en los oídos del muchacho.

-¿Acaso te he dicho que dejes de fregar? – le grito Rebeca a su hermano viendo que este había dejado el estropajo y los platos cerrando incluso el grifo del agua. Pablo reaccionó dando continuidad a su tarea domestica, mientras sacaba aun mas su culo hacia afuera para que su hermana tuviera total disponibilidad de él para que se lo azotara. Algo que ella no desaprovecho.

-¡Plas, plas! – un azote en cada nalga. – Moja el estropajo y hecha jabón, sino como quieres que desaparezca la grasa. ¡Plas, plas! - le ordeno ella.

-Voy, voy. ¿Así? – respondió el con las primeras lagrimas en sus ojos, y una excitación descomunal.

Rebeca vio como su hermano continuaba con la faena mucho mejor de lo anteriormente hecho, y sin darse cuenta llevo su mano izquierda hasta el miembro viril de su hermano introduciéndola por el lateral del delantal hasta cogerlo con fuerza. Se dio cuenta de lo que estaba haciéndola sorprendida al sentirlo grande y gordo aprisionándolo con su mano.

-¿Te gusta que tu hermana mayor te castigue? – le pregunto haciéndose la sorprendida mientras nuevamente le suministraba una buena dosis de azotes en el culo con la cuchara de madera.

-No, es que es una reacción incontrolable. Te lo juro. – la contesto el sin atreverse a mirarla a la cara para que no descubriera la mentira impresa en sus palabras.

-Plas, plas, estos por mentiroso. Plas, plas, estos por pensar que soy estúpida. Plas, plas, y estos porque me da la gana.

-Ahhh, ahhh, ahhh. – se quejaba Pablo sintiendo como su hermana con o sin quererlo le estaba pajeando al forzar a su cuerpo a ir de adelante a atrás tras cada azote recibido con la cuchara. Un par mas de ellos y me corro, pensó para sí mismo. Rebeca estaba disfrutando como nunca, no solo porque su teoría sobre los azotes y su hermano era cierta, sino por la situación que había generado y porque le acababa de poner a su hermano pequeño el culo tan rojo como un pimiento morrón. Lo que no se había percatado era de este estaba a punto de correrse sobre su mano izquierda como un quinceañero.

-Plas, plas. ¡Acláralos bien! Plas, plas. Y ahora los cubiertos. Plas, plas. ¡Vamosss! – la mano de Rebeca sujetaba con fuerza la polla de su hermano sintiéndola vibrar bajo el delantal, mientras seguía azotando con fuerza aquel culito respingón que tenia con todas sus ganas.

-¡Ahhhhhhhhh! – clamo Pablo mientras se derramaba sobre la mano izquierda de su hermana mayor.

-¿Pero que coño está pasando aquí? – sonó una voz a sus espaldas.

Los dos hermanos se giraron al mismo tiempo hacia donde provenía aquella voz fuerte y encolerizada. Rebeca con la cuchara de madera en su mano derecha y semen en la izquierda. Pablo con la polla tiesa intentando tapársela con las manos mojadas de fregar por encima del delantal, y el culo rojo y caliente. Con cara de sorprendidos tragaron saliva sin saber que responder, que contestar. Su madre avanzo con decisión hacia ellos escandalizada por la escena que estaba viendo entre hermanos. Con cara de muy pocos amigos y sin decir nada más le asesto a cada uno de los hermanos un guantazo que les hizo girar sus caras cuarenta y cinco grados. El primero fue Pablo al que su hinchazón entre las piernas ya le había disminuido. Y la segunda en recibir tremenda bofetada fue Rebeca que escondía su mano izquierda intentando ocultar las pruebas de lo que le acababa de hacerle a su hermano.

-Tú, a tu cuarto. Ahora iré a explicártelo de otra manera. – le dijo a su hijastro señalando su habitación con el dedo. Pablo corrió viendo una salida a tan comprometida situación, aunque presentía una azotaina en toda regla para después. Al hacerlo dejo a la vista de todos su culo, enrojecido por los fuertes y continuos azotes recibidos unos instantes antes. Mercedes giro la cabeza al pasar junto a ella y pudo comprobar que el trabajo de su hija no estaba pero que nada mal. Sin embargo volvió a girar su cabeza para enfrentarse cara a cara con la de Rebeca, que avergonzada por todo no sabía dónde esconderse. – Y tu no hace falta que escondas tu mano, ya he visto que la tienes manchada de…. ¡Sois hermanos, joder! En qué coño estabas pensando, ¿eh? – le recrimino la madre furiosa por lo que acababan de hacer, y al mismo tiempo celosa porque ese chico era suyo, y nada más que suyo. No lo iba a compartir con nadie, ni tan siquiera con su hija.

-Mama, yo. Lo siento. No sé que me ha pasado. Perdón– se disculpo Rebeca ante su madre.

-Pues yo si se lo que te va a pasar. Vete quitándote los pantalones jovencita. – la ordeno su madre dándose media vuelta y dirigiéndose a su habitación para….

-No, por favor mama. Aun lo tengo marcada por la zurra de ayer de la abuela. – contesto Rebeca perdiendo de vista a su madre y llevándose las manos al botón del vaquero. Sabía que no iba a salvarse de la zurra. ¿Qué había pasado en esa casa en los dos últimos días? Antes nadie castigaba a nadie. Nadie pegaba a nadie. Y ahora hasta ella había proporcionado a su hermano una buena paliza cuchara de madera en mano.

-¡Mas te vale no enfadarme más jovencita! – grito la madre desde su cuarto.

Mercedes se paro frente al espejo colgado de la pared y se miro. Pudo reconocer en el la cara de los celos. Estaba furiosa, si, pero también celosa. Ufff estaba muy enfadada con su hija. ¿Quién coño se creía esa mocosa para jugar con su hermano así? Cuando Pablo era solo suyo, solo ella podía disponer de su cuerpo, tanto para lo bueno como para lo malo. Iba vestida con un vestido de tirantes negro con vuelo de entre tiempo con flores de color rosa, llevaba el pelo suelto que caía libre sobre sus hombros y zapatos negros con tacón. Doblo su rodilla derecha y se quito uno de ellos, luego hizo lo mismo con el del pie izquierdo. Noto como su cuerpo descendía, como perdía altura, no era tan alta pero con cinco centímetros sobre lo pies de mas el mundo se ve de otro modo. Se giro sobre si misma y saco las zapatillas de estar por casa de debajo de la cama. Eran de color azul oscuro, muy suaves al tacto y con borreguillo por dentro, un tacón de unos tres centímetros y suela rugosa y amarilla. Si, eran como las que utilizaba su madre con ella cuando se portaba mal, debían de escocer y picar de lo lindo. Se sonrío para sí misma, ahora estaba al otro lado, y su hija iba a probar zapatilla de lo lindo. Se lo merecía. Los celos la poseían. Metió el pie derecho en la zapatilla correspondiente y piso el talón de esta aplastándolo con su talón. Así era como las llevaba su madre Aurora cuando ya había decidido que la iba a castigar con o sin razón. Luego lo hizo con su pie izquierdo, de la misma forma. Sabía que su hija esperaba en la cocina para recibir una muy buena ración de zapatilla. Sumisa, callada, avergonzada, con miedo. ¿Estaría también cachonda como ella estaba cuando la pegaba su madre?

Salió del dormitorio y avanzo con firmeza hacia la cocina, notaba las zapatillas golpeando y sonando a cada paso contra los talones de sus pies. Rebeca estaba de pie, con las manos en la espalda, acariciándose el culo que en unos minutos iba a tener tan caliente como el fuego de una hoguera, con la cabeza agachada sin poder mirar a los ojos a su madre. Esperaba obediente por si esta se compadecía y todo quedaba en una regañina, pero algo la decía que no, que había cruzado un umbral prohibido e iba a cobrar de lo lindo. Sería la primera vez que su madre la iba a pegar, aunque sabía que no era la primera vez que se había ganado una buena zurra, aunque hasta ahora se hubiese salvado de todas las anteriores.

-¡Ven aquí descerebrada! – grito su madre entrando como un búfalo cabreado en la cocina directa hasta una silla sobre la que se sentó, subiéndose un poco el vestido. Lo justo para que este quedara por encima de sus rodillas.

-¡Mama! Lo siento, de verdad. – se disculpaba Rebeca mientras avanzaba hacia su madre, temerosa y arrepentida.

-¡Ahora sí que lo vas a sentir! Ya te digo que lo vas a sentir. – vaticino la madre tirando de una de las muñecas de su hija hasta que esta quedo sobre su regazo con el culo bien dispuesto. Era cierto que aun se notaban las marcas dejadas por la zapatilla de la abuela Aurora la tarde noche del día anterior.

-No, por favor mama. – fueron las últimas palabras de Rebeca antes de sentir la mano de su madre cayendo con toda su fuerza sobre sus desprotegidas nalgas.

-¡Zas, zas, zas, zas, zas! Con tu hermano. ¡Zas, zas, zas, zas! ¿No te da vergüenza? Zas, zas, zas.

Un sentimiento de culpa se anidaba en las dos. Rebeca porque su madre tenía razón, le había hecho una paja a su hermano pequeño en toda regla, aunque este ya fuera mayor. Y Mercedes porque se acordaba de la noche anterior en la que había ido más lejos aun que su hija, pues se había calzado al pequeño de la familia en el sótano, azotaina previa incluida. Sin embargo no cedió ni un ápice y siguió zurrando a su hija. Se merecía un castigo y este iba a ser ejemplar. De hecho cuando su madre les descubrío a ella y a Pablo fornicando en el sótano, la propino una buena zurra con la correa, mientras lo cabalgaba. Lo había cabalgado mientras su madre la pegaba por ello. ¿Quién estaba peor su hija Rebeca, o ella?

Al cabo de una veintena de azotes, Mercedes mando levantar a su hija, y con un leve movimiento de su pie derecho lanzo su zapatilla unos centímetros por delante de este. Luego con voz firme y serena la dijo.

-¡Dámela! Antes tenía que haber empezado con vosotros, pero vamos que si os enderezó yo. Ya veréis que rectos vais a ir de ahora en adelante.

Rebeca escucho el mini sermón de su madre mientras se agachaba y cogía con su mano derecha la zapatilla de su madre. La zapatilla con la que la iba a castigar tras ser descubierta pegando y pajeando a su hermano pequeño. Dicho así hasta parecía poco castigo para tal afrenta. Trago saliva y le entrego la zapatilla a su madre, sabiendo que la iba a picar, a escocer y a doler un montón. Pero no dijo nada, pues estaba tan asustada como excitada, y notaba como entre sus piernas comenzaban a escaparse fluidos que delataban tal estado.

Mercedes agarro con fuerza la zapatilla azul oscuro con el talón ya pisado y se la amoldo a su mano. La sentía como una extensión de la misma. Espero a que su hija se tumbara sobre su regazo y dejara su culo bien expuesto para ser castigado. Luego inspiro con fuerza y sin ralentizar mas la espera descargo un primer zapatillazo sobre la nalga derecha de su hija, que hizo a esta bramar de dolor retorciéndose sobre su regazo.

-¡Ahhhh! Ufffff – esbozo Rebeca que esperaba que doliera pero no tanto. Joder la fuerza que tenía su madre. Había dolido mas que los de su abuela Aurora, y eso era mucho decir.

-¡Desvergonzada! Plas, plas. ¡Con tu hermano! Plas, plas. ¡Sinvergüenza! Plas, plas.

Rebeca comenzó a llorar desconsolada, agarrándose con una mano a la pata de la silla y con la otra al tobillo de su madre. Podía sentir la suavidad de la zapatilla con el roce de sus dedos, claro que no era esta con la que la estaban castigando, sino la izquierda que su madre no se había quitado para tal menester. Podía verla a pesar de tener los ojos llorosos, y solo con verla ya inspiraba terror. La zapatilla volvía una y otra vez a caer sobre su culo, la paliza estaba siendo de escándalo, y cuanto más la pegaba ella mas cachonda estaba. Hasta el punto que comenzó a abrir sus piernas sin querer dejando ver su chochito húmedo y mojado.

-¡Serás canalla! Plas, plas. ¡Verás cómo te quito yo esas malas artes! Plas, plas.

Lagrimas, gemidos, de dolor, de placer. Mercedes no se percato de lo que estaba sintiendo su hija, quizás fuese mejor así. Su pensamiento comenzaba a volar sobre lo que le iba a hacer a continuación a su hijo, o mejor dicho sobre lo que su hijo iba a hacerla a ella. La paliza termino con el culo de Rebeca marcado a fuego por la suela de la zapatilla de su madre, salpicado de motitas de color violeta sobre todo el. Dolorido, ardiendo. Se levanto sintiendo que se había corrido sobre el regazo de su madre sin que esta se hubiera dado cuenta, subiéndose las bragas y los pantalones a toda velocidad para no ser descubierta en el último momento, con tanta dificultad por dolor del roce sobre su piel. Su madre tenía el cabello alborotado por el esfuerzo y un tirante del vestido bajado, casi enseñando una teta, aunque esta estuviese oculta bajo el sujetador.

-¡Sal de mi vista! No quiero verte por aquí durante un buen rato. – la dijo con la zapatilla aun en la mano, amenazando, dispuesta a retomar lo acabado, hablándola a gritos, como poseída.

Rebeca se seco las lágrimas, bajo la cabeza y salió en estampida frotándose el culo sobre sus vaqueros en dirección a la casa de su amiga. Era su mejor amiga y confidente, pero ¿cómo explicarla esto? Mercedes dejo caer la zapatilla al suelo y se la calzo tras dejar esta un sonido sordo al hacerlo en el silencio de la cocina. Pensó en su hijastro, habría oído todo, los zapatillazos, el castigo infringido a su hermana por su trastada. Estaba segura de que estaría pensando en que ahora le tocaría a él. Pensó en el miedo reflejado en sus ojos, en lo que estaría pensando, y sin embargo ella solo pensaba en tenerlo entre sus piernas. Estaba súper cachonda, mojada por completo. Metió sus manos por debajo del vestido negro floreado y se quito las bragas, estaban totalmente empapadas. Abrió la lavadora y la arrojo al interior, había llegado el momento de ir en busca de Pablo.

Pablo estaba sentado en su cama, había escuchado la tremenda azotaina que su hermana mayor se había llevado por culpa de su juego. Había mucha complicidad entre los hermanos y el sabía que su hermana conocía al dedillo sus gustos, y probablemente por eso había forzado aquel juego que no había acabado demasiado bien para su trasero. Se sentía culpable por ello, en la misma proporción que el miedo que sentía al no saber cuál iba a ser la reacción de su madre con él. Quizás le esperara otra azotaina igual o incluso mayor que la de su hermana Rebeca, probablemente.

Cuando Mercedes abrió la puerta de la habitación de su hijastro, Pablo la miro sentado en la cama con las manos entrelazadas en su regazo. Su mirada era la de no saber que le esperaba, el miedo y el terror se reflejaba en cada poro de su piel. Su madre, seria, tan hermosa como siempre a pesar de la situación le provocaba sentimientos encontrados. Veía a la madre enfadada que iba a castigarle con severidad y con razón, pero también veía a la mujer de la que estaba locamente enamorado, y con la que había compartido la mejor noche de su vida. Justamente el día anterior.

-¡Levántate y de rodillas! – ordeno Mercedes señalando el suelo justo delante de ella.

Pablo obedeció al instante, como un resorte se levanto de la cama y se arrodillo frente a su madre. Levemente levanto la mirada y vio como su madre tiraba del brazo para atrás y le propinaba una nueva bofetada que le hicieron saltar las lágrimas. Luego recobrando la verticalidad de su cara contemplo como se inclinaba hacia él con su mano izquierda puesta sobre su cadera y con la derecha retorciéndole la oreja hasta hacerle aullar de dolor. Con los labios pegados a su oído le dijo susurrándole y de forma pausada para que pudiera entender bien el mensaje.

-¡Ayyyy ayyyyy! – aulló el muchacho.

-¡Que sea la última vez que alguien que no soy yo te coge la polla! – dijo ella.

-Lo siento mama, de verdad. Lo siento – se excuso él.

-¡Bésalas! – mascullo ella.

Pablo entendió el mensaje. Se agacho y comenzó a besar la zapatilla derecha de su madre. Probablemente con la que iba a castigarle de nuevo, probablemente con la misma que acababa de castigar a su hermana. Mercedes levanto su pie izquierdo y lo puso sobre la cabeza de su hijastro, aprisionando así su cara entre ambas zapatillas. Pablo aguanto estoicamente, no le quedaba otra. De reojo podía verla fugazmente sobre el, sus piernas, aquel vestido negro floreado con vuelo, sus preciosas tetas ocultas bajo el, su pelo negro alborotado, su cara de enfado con mirada felina.

-Como vuelva a pillarte en otra como esta te la cortó y se la tiro a algún perro hambriento que haya por la calle. ¿Entendido? Eso es mío, única y exclusivamente mío.

Pablo sacaba la lengua y lamia la zapatilla de su madre. No eran besos como ella le había ordenado, pero el pie sobre su cabeza apretaba con tanta fuerza hacia el suelo que era lo único que podía hacer. Le costaba respirar. Sentía la suela de aquella zapatilla sobre la mejilla derecha de su cara, la suavidad de estas en el lado contrario, en su mejilla izquierda.

Aquella escena lejos de atemorizarle más provoco en Pablo una erección que su madre no iba a pasar por alto en cuanto la viera. Mercedes libero la cara de su hijastro de la presión de sus zapatillas y dejo que este se incorporara. Luego se levanto el vestido delante de sus ojos y con la mirada viciosa y cachonda como una perra en celo le dijo.

-¡Cómemelo si no quieres que me quite la zapatilla y te deje el culo peor aun de cómo se lo he dejado a tu hermana!

Era obvio que a su hermana la tenía que haber dejado el culo como para no sentarse a gusto durante un buen par de horas, por no decir días. La azotaina había durado mucho tiempo. Pablo avanzo de rodillas hasta perder su cabeza bajo el vestido de su madre, que levantando su pierna izquierda la puso sobre el colchón de la cama de forma que su hijastro preferido pudiera empezar a trabajar en el encargo mandado. Pablo saco la lengua y comenzó a lamer el coño de su madre, o de su madrasta, o de Mercedes como le había dicho que la tratara en momentos como este. Lo hizo al principio lentamente, dibujándolo con su lengua, luego lo recorrió por completo dándole lametazos de forma que lo cubriera por completo, y al final introdujo su lengua por la raja como si estuviera penetrándola con ella. De vez en cuando se paraba en el clítoris, chupándolo, sorbiéndolo, mordisqueándolo.

-Ahhh, siiii. Así cariño. Ahhh, joder que bien lo haces. – dijo Mercedes al sentir la humedad de la lengua de Pablo recorriendo su caliente coñito.

Pablo deslizo sus manos por las piernas de Mercedes, desde los tobillos hasta el culo de esta, lentamente, acariciándola, aferrándose a él con ganas. Sabía que todo aquello estaba mal, pero como negarse ante los encantos de aquella mujer que le tenía sorbido el cerebro. Mercedes se bajo el tirante de su vestido y comenzó a tocarse uno de sus pechos por encima del sostén. Luego hizo lo mismo con el otro pecho, sobándoselo, manoseándolo mientras Pablo continuaba jugando con su lengua y su coñito húmedo. Quería chuparse las tetas, saborearlas como su hijastro hacia con su vagina, sus manos diestras en quitarse el sujetador las liberaron, dejando que este cayera a los pies de ambos amantes. Liberadas por fin pudo sujetarlas con sus manos y llevárselas a la boca. Mercedes lamio sus pezones, sus grandes aureolas, eran perfectas. Su tamaño ideal para volver loco a cualquier hombre, esponjosas, firmes, con los pezones en punta.

-Ahhhh, quiero que me folles amor. – susurro la madre forzando a que su hijastro saliera de debajo de su vestido.

Lo hizo con prisa, como si el fuego que sentía dentro fuera a apagarse. Una vez Pablo estuvo en pie junto a ella le beso en los labios, saboreando sus propios jugos. Se levanto el vestido negro floreado por encima de las caderas y dándole la espalda se apoyo con las manos sobre el colchón de la cama, dejando el culo en perfecta posición para ser penetrada. Pablo con la polla dura como una piedra no lo pensó dos segundos, se posiciono detrás de su madrasta y tomándola por las caderas apunto con su sable hacia la cueva secreta de Mercedes, y de una sola envestida sintió como poco a poco se abría paso hacia el interior de esta.

-Ahhhh, joder que grande la tienes cariño – dijo entrecortadamente Mercedes, alargando las palabras.

-Joder que buena que estas. – dijo Pablo estirando su mano derecha sin soltar con la izquierda la cadera de su madrasta para poder al mismo tiempo estrujar una de sus tetas. Aun no las había tocado y no podía perder la ocasión. Aquellos pechos le volvían loco.

-Me voy a correr amor, no pares, no pares. – grito en esta ocasión Mercedes que comenzaba a sentir como se venía.

Pablo soltó a su madrasta de la cadera para agarrarla con fuerza de la melena negra y tirar de su cabeza hacia atrás. Nadie diría que la noche anterior esa mujer le había calentado el culo como unos minutos antes lo había hecho con su hermana Rebeca. Ahora estaban ambos poseídos por la pasión y la lujuria. Mercedes no era la madre estricta y severa sino la amante cachonda y viciosa. Pablo no era el hijo pequeño rebelde y consentido, ahora era el amante fogoso y ardiente.

Mercedes gemía de placer a punto de explotar, con la cabeza hacia atrás al estar sujeta por el cabello por la mano izquierda de su hijastro, mientras con la derecha continuaba estrujándola su pecho, y solo cuando este era liberado era porque la mano diestras de Pablo se encargaba del culo de su madre propinándole un sonoro y fuerte azote.

-Siiii, pégame, pégame más fuerte Pablo. – pidió ella

-Serás puta…. – contesto el dándole otro fuerte azote con la mano.

Mercedes se vino encima retorciéndose de placer, Pablo descargo toda su masculinidad en el interior de la vagina de su madre, estirándose y empujando tanto como pudo, como si quisiera atravesar a su madrasta de lado a lado.

-Ahhhh, me corro. – grito el muchacho

-Ahhhhh. – grito Mercedes relajando su cuerpo tras aquella explosión de placer.

Los dos amantes cayeron rendidos sobre la cama, exhaustos, rendidos. Pablo abrazo a su madrasta por detrás sin siquiera haber sacado aun su pene del interior de ella. Ella cogió su mano y se la llevo a la boca, besándola una y otra vez, para luego sin soltarla depositarla en su vientre y permanecer así juntos durante unos minutos sobre la cama. Todo era perfecto, o casi perfecto porque en el quicio de la puerta, escondida tras el marco, espiando con la boca abierta estaba Rebeca, que había vuelto a casa a recoger el bolso, y no podía creer lo que estaba viendo.

-Si vuelves a llamarme puta te doy con la zapatilla hasta que desgaste la suela jovencito. – le dijo ella medio riéndose pero con la amenaza impresa en sus palabras ante los desorbitados ojos de su hija que los había descubierto. ¿Le había dado una paliza de muerte por pajear a su hermano, cuando ella acababa de tirárselo?

-Perdona mama, me meto en el papel y me pierdo. – contesto el hermanito pequeño que no la tenía tan pequeña.

Esa misma tarde en el pueblo de la abuela Aurora esta visitaba a una de sus amigas. La cocina era austera pero acogedora, típica de los pueblos de la zona. El frío comenzaba a dejarse sentir y ambas mujeres estaban sentadas junto a la estufa, una a cada lado de ella. La abuela Aurora había ido al pueblo a ver su casa, no quería dejarla desatendida mucho tiempo y aprovechando la ocasión se paso por casa de su vecina Dolores. Eran amigas desde la infancia y no tenían secretos entre ellas.

-¿Diste con él? – pregunto Dolores, una mujer de sesenta y cuatro años, viuda desde hacía más de una década, pero que se conservaba muy bien. De pechos grandes y con un culo impresionante siempre iba vestía con falda negra y suéter de color. Las medias de color carne o negras formaban parte de su atuendo y siempre unas cómodas zapatillas de estar por casa, las cuales las llevaba siempre en chanclas por casa, y bien calzadas cuando iba a comprar el pan, la carne o el pescado a la tienda del pueblo. No se las quitaba nunca, solo para irse a dormir. El pelo lo llevaba siempre recogido en un moño, aunque este le cayera por debajo de los hombros cuando se lo soltaba. Negro, sin ni una cana, siempre atenta a que saliera la primera para volver a teñirse.

-Lo dudabas. Al día siguiente me presente en la pequeña parroquia que tiene asignada ahora, y allí le encontré. – contesto la abuela Aurora medio sonriéndose. Iba vestida con una bata color negro abotonada hasta casi arriba, dejando ver un poco de canalillo para darle vidilla al cuerpo, medias negras hasta la rodilla y zapatillas del mismo color de felpa, con suela amarilla rugosa y bien moldeadas ya por el uso dado a diario.

-¿Te pregunto por la niña? – interrogaba Dolores con los brazos cruzados bajo las asilas, calentándose así las manos bajo ellas. Sus inmensas tetas parecían aun mas grandes.

-Es lo primero que hizo, aunque ya sabía de ella. Parece ser que la tiene bajo vigilancia. Le falto tiempo al gran hijo de puta ese el echarme en cara la vida que lleva. ¡Cómo si fuera culpa mía! – replico la abuela Aurora mirando al techo al recordar la escena junto al padre Anselmo unos días antes.

-Todos los hombres son unos cerdos redomados amiga, y este a pesar de que lleve sotana también es hombre. – dijo la Dolores a la que todo el mundo llamaba la Lola.

-Si, tienes razón. Ante todo es un hombre y una vez más me lo calce con muy poco esfuerzo. Menudo tranca tiene el mamarracho eso. – dijo la abuela Aurora dejando entre sus dedos índices la distancia más o menos del diámetro de la verga del sacerdote.

-Calla, calla, desgraciada. Que una esta falta de rabo desde hace ya mucho tiempo y eso remueve por dentro, dejando a una desesperada y cachonda. Tú sin embargo aun tienes con quien calmar tus calenturas. Siempre fuiste un poco ligera de cascos con ese hombre. – añadió la Lola llevándose las manos a las rodillas para apoyarlas en ella y abrir un poco las piernas, como intentando dejar que el aire entrara entre ellas y refrescara aquellas partes internas que ocultaba bajo la falda.

-Puede que macho no cates, pero se de buena tinta que tienes algunos juguetitos por ahí escondidos que te soliviantan las calenturas mujer. ¿O me vas a decir que no? – la tanteo la abuela Aurora ladeando la cabeza hacia el dormitorio de esta, a sabiendas que su amiga y vecina disfrutaba muchas noches de un gran consolador que se lo debía de meter hasta lo más profundo de su ser.

-Parece ser que estas paredes no son tan gruesas como parecen. Eso, o es que grito más de la cuenta. – dijo la Lola riéndose al mismo tiempo que sentía como mojaba las bragas por la excitación al comentar estas cosas con su amiga.

-Para que te hagas una idea te oigo lo mismo que cuando abroncabas a tu difunto esposo cuando llegaba borracho a casa y le leías la cartilla de pe a pa. – concluyo la abuela Aurora haciendo un gesto con la mano de lado a lado dando a entender que la bronca iba acompañada de unos cuantos guantazos y una buena salva de zapatillazos.

-Calla, calla. Que mala vida me dio ese desgraciado. Además la tenía minúscula, casi ni la sentía cuando me la metía. Y no había empezado cuando ya se había derramado– poco a poco el tono de la conversación entre aquellas dos mujeres iba subiendo de tono.

-Pues cuando quieras, o lo necesites solo tienes que pedirme ayuda. Estoy segura de que puedo ayudarte a calmar el fuego que tengas encendido entre las piernas, bruja. Que eres una bruja.

La abuela Aurora conocía de sobra a su amiga y vecina. Sabía perfectamente que una buena polla aunque fuese de látex la gustaba más que a un niño los dulces. Los ojos de la Lola se incendiaron viendo la posibilidad de que su amiga hiciera de macho ibérico y se la follara como hacía tiempo ningún hombre lo hacía.

-¿Harías eso por mi Aurora? – pregunto con toda la intención del mundo la vecina. – Aunque no se como si tu no tienes….

-Para que están las amigas cariño. Saca el juguete que te lo vas a comer enterito con el coño. – dijo la abuela Aurora que ya visualizaba en su mente lo que la iba a hacer a su amiga para que esta disfrutara del momento y quedara perpetuo en su imaginación.

La Lola se levanto y se atuso la falda estirándola. Camino por la sala en dirección a su alcoba y rebuscando en el cajón de su mesilla, volvió con un consolador en las manos. Mientras la abuela Aurora se deslizo por el patio hacia su casa, comunicadas por una puerta, y regreso al minuto con un pequeño artilugio en forma de cinturón, que se lo puso sobre la bata negra que llevaba puesta.

-¿Sabrás utilizar esto? – la pregunto a su amiga enseñándola aquel consolador de considerable tamaño de látex negro.

-Te piensas que eres más pervertida que yo Lola, pero te recuerdo que la que se calza al cura desde que éramos unas crías soy yo. Y por mucha envidia que me tengas así continuara siendo. Ahora trae eso y levántate la falda. - Ordeno la abuela Aurora tomando entre sus manos la polla de látex de unos diecisiete centímetros de largo por tres de ancho, colocándola sobre un arnés con hebilla en forma de cinturón. Los ojos de la Lola centellearon al ver aquel consolador sobresaliendo del cinturón de su amiga cual polla dura fuese.

-¡Inclínate sobre la mesa bonita, que te voy a taladrar! – indico la abuela Aurora.

-Así, sin más. – contesto la Lola que notaba cierta frialdad en el acercamiento.

-Si te parece también te doy un morreo y te magreo las tetas. – asevero una vez más aquella impresionante mujer.

-Las tengo pero que muy bien puestas, mira, mira. –añadió la Lola tomando entre sus manos sus dos generosos pechos.

-¡Date la vuelta de una vez, puta! – exigió Aurora mientras tomaba entre sus manos aquellas dos impresionantes tetas y las magreaba al tiempo que la giraba para que la ofreciera ese impresionante culo que tenía aquella sexagenaria mujer que era amiga suya

La Lola se dejo guiar sintiendo como su amiga la subía la falda y la quitaba las bragas para comenzar el trabajito. El calor de la estufa se dejo sentir en las carnes de aquella anciana mujer. En las piernas, en el trasero. Cuando se levanto aquella mañana nunca pensó que el día acabaría así, con ella doblada sobre una mesa, con el culo bien expuesto y su amiga del alma a punto de follarla con el consolador que cada noche calmaba y apagaba sus calenturas diarias.

La abuela Aurora saco del bolsillo de su bata un bote blanco y esparciendo un poco de su contenido sobre su mano derecha, unto el consolador con el, de manera que quedara resbaladizo. Luego se acerco a su amiga y colocándose justo detrás de ella comenzó a penetrarla lentamente con el consolador.

-Espero que te guste vieja zorrita. – la dijo mientras se hacia hueco dentro de ella.

-¡Dios que placer! – gimió la Lola.

La escena era dantesca, dos mujeres entradas en años en medio de una cocina de pueblo. La primera doblada en ángulo recto sobre la mesa con la falda levantada, y la segunda penetrándola con el consolador cual polla fuese en su cintura con la bata negra abotonada hasta casi arriba. Ambas sudando por el esfuerzo y el placer al calor de la estufa.

-Esta es mejor que la de tu difunto esposo, ¿verdad? – dijo la abuela Aurora que notaba como su amiga se retorcía de placer ante ella.

-Calla y dame más Aurora. Quiero mas – pidió la Lola.

La abuela Aurora tenía aguante, pues su miembro de látex no tenía fin. Su amiga la Lola parecía insaciable pidiendo mas, una y otra vez. Así estuvieron un buen rato, variando el ritmo de las embestidas, pareciendo que de un momento a otro la mesa se iba romper por las acometidas dadas sobre ella. Hasta que la abuela Aurora la agarro por los brazos a su amiga y la guio con el consolador dentro de sus partes hasta los fogones, donde la Lola se apoyo sobre la encimera de la cocina.

-¿Te gusta, eh? – la susurro en el oído al tiempo que hurgaba en sus ropas liberando una de sus inmensas tetas.

-Si, trátame como a una vulgar ramera, zorra. – rogo la Lola poseída por la pasión y la lujuria.

La abuela Aurora la soltó de las caderas por donde la tenia bien sujeta y la propino dos azotes bien fuertes en su inmenso culo que hicieron a todas sus carnes rebotar de un lado a otro. Luego mas embestidas y mas azotes para la vieja sexagenaria que estaba mas caliente que los fogones de su cocina. Al final la Lola se corrió como hacía mucho tiempo no lo hacía, y la abuela Aurora la extrajo el consolador húmedo y mojado por los jugos de su amiga obligándola a limpiarlo con su boca, en cuclillas ante ella, con las piernas abiertas, la falda remangada y las tetas colgando.

-Límpialo bien guarrilla, yo te ayudo ahora a levantarte.

-Ummm, si porque ummmm yo sola ummm no podre. Ummm me tiemblan las piernas. Ummmm

-
 
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