-
Aurora, nos Visita - Capítulo 001
El timbre de la puerta sonó anunciando la llegada de la abuela Aurora. Silvia corrió como una niña pequeña para abrir la puerta y darla la bienvenida, aunque tuviera ya veinticuatro años. La abuela solo las visitaba de vez en cuando, en ocasiones especiales como sus cumpleaños, por Navidad, y había pasado ya muchos meses desde la última vez.
-¡Abuela! – grito Silvia lanzándose a sus brazos.
-¡Vaya recibimiento! Me gusta. – reacciono la abuela echándose a reír y devolviendo el abrazo rodeando a su nieta con sus fuertes brazos.
Esa misma noche estando ya toda la familia en casa y habiendo dejado la abuela su equipaje en la habitación de invitados, se reunieron en la cocina para cenar juntos y ponerse al día sobre sus vidas. La abuela Aurora se sentó en uno de los laterales de la mesa, como si la presidiese mientras su hija Mercedes terminaba de colocarla y ultimaba los últimos detalles de la cena.
-¡Vaya nietas que tengo que son incapaces de ayudar a su madre con la cena! – dijo la abuela con tono alegre pero tirando en cara que sus jóvenes nietas no se levantaran de la mesa para ayudar a su madre.
-Pero si a ella le gusta estar pendiente de todo y hacerlo a su manera abuela. – hablo en esta ocasión Rebeca, la pequeña de las chicas que acababa de cumplir veinte años.
-Si yo fuera vuestra madre me quitaba la zapatilla, y veríais como meneabais el culo. Con tres buenas tundas seguro que estabais ayudando antes de sentaros a que os lo den todo hecho. – dijo la abuela estirando su pierna derecha mostrándolas las zapatillas granates que llevaba puestas y meneado el pie de lado a lado, llamando con ese gesto la atención de las chicas.
-¡Abuela! Pablo también está aquí sentado y nunca le dices nada. – se quejo Silvia mirando a su hermano sin perder detalle de reojo de la zapatilla de su abuela, que aun movía el pie de lado a lado enseñándoselas. Eran unas zapatillas granates de invierno, con unos dos centímetros de tacón y suela amarilla rugosa. Una flor bordada con hilo negro adornaba esta en el empeine de la misma.
Pablo era el benjamín de la familia, tenía dieciocho años y no era hijo de Mercedes, sino del marido con el que había compartido más de una década de su vida, felizmente casada hasta que este murió en un accidente de tráfico. Ella aportaba al matrimonio dos hijas de padres diferentes y el un chico huérfano de madre. Juntos formaron una familia de cinco que tras la muerte del marido no varió en nada, quedándose el pequeño Pablo a vivir junto con su madrasta y sus hermanastras, aunque estos términos no se utilizaban allí. Para Pablo Mercedes era su madre, y Silvia y Rebeca sus hermanas. Hasta Aurora era su abuela favorita, ya que a la que tenía por parte de padre prácticamente ni la veía.
-Pablo es un chicho y está exento de esos menesteres. Ya deberíais saberlo. – contesto la abuela dejando ver que era una mujer chapada a la antigua.
-Venga traer esos platos que voy sirviendo. – dijo Mercedes comenzando a servir la ensalada que había preparado para la cena.
Mercedes tenía cuarenta y dos años, se había quedado embarazada estando de novios con un forastero del pueblo que solo iba a verla cada dos fines de semana. Cuando este se entero de que se había quedado embarazada la dijo que probablemente no fuera suyo, y nunca más apareció por allí. Cuatro años más tarde se repitió la historia con otro hombre del pueblo, haciéndola adquirir una reputación de fresca, facilona, mujeriega y como no, puta. “La puta del pueblo”, estigma que la acompaño hasta que decidió irse del pueblo con sus dos hijas, pesase a quien le pesase. Era una mujer guapa, de anchas caderas y con unos pechos grandes y exuberantes. Rubia como sus hijas, siempre llevaba el pelo largo recogido en una coleta, la encantaban las faldas ajustadas justo por encima de las rodillas, y las camisas una talla más pequeña para poder marcar sus pechos dejando siempre ver un poco mas de canalillo de lo debido. No es que se fuera con cualquiera pero la encantaba llamar la atención, y que los hombres se giraran al cruzarse con ellos.
-Abuela tienes que contarnos alguna de esas historias que tanto nos gustan. Cuando mama se portaba mal y había que, ejem... – inquirió Rebeca que sabía que ese tipo de historias le encantaban a su hermano Pablo, del que lo sabía todo o eso creía ella, pues eran como uña y carne.
-No empecéis como siempre chicas - intervino la madre, pues sabía que en ese tipo de conversaciones casi siempre era ella la protagonista, pues de jovencita su madre la había calentado el culo con la zapatilla en innumerables ocasiones, incluso hasta habiendo tenido ya a sus hijas. Algo que no dejo de pasar hasta que decidió irse con ellas del pueblo a la gran ciudad, dejando tras de sí, las palizas de su madre y su reputación de puta y chica fácil.
-Por mí no lo hagáis, ya es algo habitual en estas reuniones familiares – añadió el pequeño de la familia, pues desde que de pequeño su madre adoptiva se quito un día la zapatilla y le dio una buena tunda con ella en el culo, se volvió un enamorado de ellas, y aunque no hubiera probado nunca más una en sus redondeadas nalgas, a excepción de cuando se auto castigaba con la zapatilla de su madre, o con la de una de sus hermanas, aquella zurra quedo marcada en su memoria como uno de sus mejores momentos.
-A ver chicos no os peleéis, no vaya a ser que me quite la zapatilla y tengo para todos, os lo puedo asegurar. – dijo la abuela Aurora aunque no se hubiera generado ninguna pelea en la mesa, pero a ella le gustaba decir esas cosas.
Pablo al oír aquel comentario trago saliva. Soñaba con que fuera su madre la que se quitara la zapatilla y le volviera a dar una buena tunda con ella en el culo, como cuando lo hizo hace un par de años despertando en el esa pasión oculta por las zapatillas, pero tampoco le hubiera importado que fuera la abuela Aurora la que le diera una buena paliza con aquellas zapatillas granates que llevaba puestas, y que dejando caer la servilleta al suelo miro de soslayo. Las llevaba puestas cerradas, no como su madre que las llevaba siempre en chanclas, con la suela pisada y dejándolas sonar contra su talón al andar. Para el su madre era una diosa.
-¡Venga abuela una cortita pero intensa, tu ya me entiendes! – dijo Silvia mientras masticaba la ensalada al mismo tiempo.
-Esos modales Silvia, no se habla con la boca llena. Seguro que tu abuela me hubiera dejado el culo bien rojo si lo hubiera hecho viviendo con ella. – la regaño su madre.
-Pues sí, seguramente. Lastima no haberlo sabido antes, ¿verdad? – contesto la abuela guiñándole un ojo a esta, al presentir que le gustaba la marcha y en más de una ocasión la había provocado para que se quitara la zapatilla y la utilizara contra su trasero.
Mercedes trago saliva, y siguió comiendo. No quería entrar en ese juego, sabía lo que su madre la insinuaba, pero estando delante sus hijos no era procedente. Agacho la cabeza y dejo que la conversación prosiguiera, aunque ella fuese la protagonista de la historia.
-En una ocasión me fui al mercado a hacer la compra, pero me olvide del monedero encima de la mesa de la cocina y tuve que darme la vuelta. Cuando llegue a casa me encontré con vuestra madre dándose el lote con un chico al que llamaba novio, y con las manos de este sobándola el culo. Ya sabéis lo que paso ¿no? Eche a ese mentecato de la casa, me quite la zapatilla y la sobe el culo a vuestra madre con ella mucho mejor de lo que ese rapaz se lo estaba haciendo. Tardo en olvidarse. – dijo la abuela Aurora mirando a su hija con la mirada perdida en el plato de ensalada campera.
-No me estaba sobando el culo mama. Como siempre estas exagerando las cosas. – contesto la madre intentando defenderse, no quería que sus hijos pensaran que era una buscona, mas cuando sus hijas eran de padres distintos y ninguno conocido.
-Si, si, si. Por eso tu falda iba subiéndose cada vez más. De no haberos interrumpido, tu falda hubiera quedado a la altura de tus caderas y sus manos por dentro de tus bragas magreandote las nalgas. – la recrimino la abuela torciendo el morro.
Pablo sintió pena por su madre pero al mismo tiempo se excito sintiendo como su miembro viril crecía por momentos bajo su pantalón. Se imagino siendo él el que la estaba besando y el que la estaba tocando el culo, ese pedazo de culo que tenía su madrasta, y al mismo tiempo visualizo a su madre sobre el regazo de la abuela Aurora recibiendo una buena tunda con la zapatilla. Se movió incomodo sobre la silla sin saber cómo ponerse. Su hermana se dio cuenta de ello.
-Y ese novio tuyo mama, ¿volvió? o salió corriendo poniendo pies en polvorosa, jajajajajaja. – intervino Rebeca.
-Basta ya chicas, ¿vais a querer algo de postre? – dijo Mercedes de forma concluyente levantándose de la mesa y dirigiéndose al fregadero con su plato vacio.
La cena concluyo con los más jóvenes recluidos en sus habitaciones, ya viendo la tv o con sus móviles, mientras Mercedes recogía la mesa junto a la abuela Aurora.
-¿Sabes? Siempre que vengo aquí se me remueven las tripas recordando nuestras peleas, nuestras disputas. – dijo la abuela secando los platos que su hija fregaba.
-¡Peleas! ¡Disputas! Mama, si lo único que sabías hacer era quitarte la zapatilla, y dejarme el culo rojo como un campo de amapolas.- contesto Mercedes.
-A ver si te piensas que no se qué te va la marcha querida. En más de una ocasión me has buscado las cosquillas a propósito para que desenvainara, y te zurrara con ella en el culo. ¡Que no soy gilipollas, hija! – la acuso la abuela desenmascarándola.
-¡Lo sé! Lo reconozco, pero de eso hace mucho tiempo mama, y aquí con mis hijos delante no creo que sea procedente. No está bien. – concluyo Mercedes cerrando el grifo y secándose las manos con un trapo. Sabía que su madre se moría de ganas por quitarse la zapatilla, y darla una buena paliza con ella. Y también sabía que su madre sabía que ella se moría de ganas porque lo hiciera.
La noche transcurrió con cada huésped de la casa en su dormitorio. Pablo masturbándose pensando en su madrasta Mercedes, está jugando a escondidas bajo las sabanas con su consolador pensando en la zapatilla de su madre. La abuela Aurora pensando en la manera de forzar una situación y poder quitársela, que bueno sería poder darles a cada uno su merecido. Rebeca se durmió viendo como su hermana mayor jugaba con su clítoris intentando contener los gemidos de placer que se provocaba, aunque no supiera donde estaban sus pensamientos, si en un guapo hombre que la volviera loca, o en esa conversación de la cena y en las zapatillas de su abuela. Conversación que a ella también la excitaba mucho, más aun a sabiendas de que a su hermano Pablo también se excitaba hasta la saciedad con ellas, de hecho y aunque él no lo supiera le había pillado una vez auto castigándose con las zapatillas de su hermana. Ojala hubieran sido las suyas, porque se las habría quitado para utilizarlas ella dándole su merecido.
Al día siguiente los miembros de la familia acabaron desperdigados por la mañana haciendo sus cosas. Unos trabajaban, otros habían quedado con algún amigo o amiga, y otras como Mercedes ocupo su tiempo limpiando la casa y preparando la comida. Por la tarde la abuela Aurora decidió ir a dar un paseo por la urbanización antes de la cena y cuando llego a casa se encontró una escena un poco insólita, y bajo su punto de vista inadmisible. Silvia y Rebeca habían hecho un frente común, y bajo la atenta y sorpresiva mirada de Pablo estas estaban discutiendo con su madre en el salón por algo que entendían que no era justo para ellas. Mercedes intentaba dar sus explicaciones e imponer su voluntad como madre de ellas, pero ambas hijas cada vez la gritaban mas hasta faltarla al respeto de manera airada y cruel. La abuela Aurora entro en casa y sin quitarse el abrigo se dirigió hasta el salón, las voces sonaban cada vez más alto. Sin mediar palabra alguna avanzo hasta su nieta Silvia y la propino un guantazo que la hizo girar la cara cuarenta y cinco grados a la derecha, haciéndola callar de inmediato. Acto seguido y ante la sorpresa de Rebeca esta vio como su abuela giraba hacia ella para propinarla otro guantazo igual de fuerte, que la dejo la mejilla echando fuego. Los ojos de su abuela escupían fuego.
-¿Pero qué respeto es el que le tenéis a vuestra madre hablándola así? ¡Sinvergüenzas! – clamo la abuela haciendo imperar su voz por encima del resto – y tu cómo lo consientes, ¿eh? – le recrimino a su hija reteniéndose las ganas de abofetearla de la misma manera que a sus nietas.
-Abuela es que… - comenzó hablando Rebeca con su mano derecha en la mejilla colorada y dolorida.
-¡Silencio! No quiero oír nada, ni excusas, ni motivos, nada de nada. Tu a ese rincón, y tu a aquel. ¡Vamos! – les dijo a sus nietas cogiendo a Rebeca de una oreja y llevándola hasta un rincón del salón, y señalando con su dedo índice el contrario a su nieta Silvia, que se dirigió a el sin rechistar. Pablo con los ojos abiertos como platos pensó para sí mismo. “Joder con mi abuela. Que huevos tiene.”
-¡Pablo! Vete a tu cuarto y espera a que te avise tu madre para poder salir. Yo voy a quitarme el abrigo y ponerme cómoda. Ahora cuando vuelva voy a darlas a estas dos sinvergüenzas una historia de esas que tanto las gusta escuchar, pero siendo sus traseros los protagonistas de ella.
La abuela Aurora salió del salón con paso firme, decidido y bastante malhumorada. Mercedes le hizo un gesto a su hijo para que se fuera a su cuarto sin protestas, Silvia y Rebeca se miraron desde sus respectivos rincones intuyendo que iban a probar la zapatilla de su abuela, intentando buscar una la ayuda en la otra para salir airosas de esa situación.
-La habéis cagado chicas. La abuela no soy yo, ahora lo vais a comprobar. – las dijo su madre cruzándose de brazos a espaldas de ambas.
Cuando Pablo entro en su habitación no cerró la puerta, al contrario se pego a ella y vio como su abuela salía de su dormitorio con las zapatillas granates de suela rugosa amarilla puestas, y en esta ocasión llevándolas en chanclas. Estaba claro que las iba a utilizar, y solo ese pensamiento le provoco una erección. Cuando Mercedes vio a su madre aparecer en el salón con un bata negra abotonada por delante dejando los justos tanto por arriba como por abajo desabrochados para moverse con comodidad, y aquellas zapatillas granates en chanclas, no pudo más que rememorar aquellos años en los que vivió junto a ella, y aquellas azotainas que día sí, y día también se llevaba por cualquier motivo, fueran justas o no, fueran buscadas o encontradas.
Aurora entro en el salón vestida de faena. Se había traído aquella bata porque sabía que iba a despertar viejos recuerdos en la mente de su hija, y aunque su intención era calentarla el culo como antaño lo hacía, no iba a desaprovechar la ocasión presentada, e iba a desfogarse calentando el culo a sus nietas, máxime cuando su madre delante de ella no estaba reteniéndola, y encima cuando el motivo era más que suficiente para hacerlo. Con paso firme se situó en el centro del salón cogiendo una silla y sentándose en ella. Giro la cabeza a su derecha y miro a su hija que permanecía con los brazos cruzados en espera de acontecimientos, sin mediar palabra alguna en defensa de sus hijas, quizás cansada de que estas siempre la estuvieran toreando.
-¡Vosotras dos venir aquí ahora mismo! – ordeno la abuela alzando la voz mostrando su enfado.
Silvia y Rebeca se giraron acercándose a su abuela con la mirada baja, pero viendo perfectamente por mirar al suelo las zapatillas de su abuela y como esta las llevaba en chanclas. En seguida les vinieron a ambas las historias que tanta veces su abuela las había contado, y que tanto las gustaban, aunque esta vez presentían que las protagonistas de la historia iban a ser ellas, y no iba a gustarlas tanto. Ambas quedaron frente a su abuela, avergonzadas, arrepentidas, no por lo hecho sino por lo que se les venía encima por ello.
-¿Os parece bonito la manera en que le habláis a vuestra madre? – dijo mirándolas a los ojos primero a una y luego a la otra. - ¿No tenéis nada que decir? – añadió la abuela.
-¿Va a servir de algo abuela? Creo que tu ya has decido lo que sigue ahora, ¿no? – hablo Silvia como obligada por ser la mayor.
-Por supuesto que ya he decidido lo que voy a hacer con vuestros culos jovencitas. Os quiero desnudas de cintura para abajo ya. Y como os hagáis las remolonas luego tengo un cinturón ancho de cuero que tatúa los culos que no veas. – aclaro y ordeno la abuela para que no tuvieran ya duda alguna de que las iba a dar una más que merecida y contunde paliza.
Silvia se desabrocho el pantalón vaquero que llevaba puesto y se piso las playeras para quitarse primero una y luego la otra. Cuando su hermana vio que empezaba a bajárselos para quitárselos comenzó a hacer ella lo mismo con los suyos. Conocían a su abuela y sinceramente no querían probar ese cinturón de cuero ancho, más cuando no sabían cómo dolían aquellas zapatillas que llevaba su abuela puestas, y que en nada iban a probar. Una vez se quitaron ambas las playeras deportivas, los calcetines, pantalones y bragas quedando desnudas de cintura para abajo frente a su abuela, ambas buscaron la ayuda de su madre que observaba la escena pegada a la pared. Lo mismo hacia Pablo que sin poder contener su curiosidad, había salido de su dormitorio y en silencio había ido de rodillas hasta la puerta del salón para poder ver in situ aquel castigo, a sabiendas que se llevaría el uno si era descubierto, pero el riesgo merecía la pena.
-¡No busquéis compasión en vuestra madre porque no os va a librar de esta! – Alzo una vez más la voz la abuela Aurora – ¡Silvia ven aquí! Y tú ponte ahí al lado de tu madre, y observa, porque luego procederé de la misma forma con tu culo.
Rebeca trago saliva, tenía la garganta seca y la dolió como si se tragara unos granos de arena. Posicionada al lado de su madre vio como su hermana se acercaba por el lado derecho a su abuela, que sentada en la silla en el centro del salón la indico que se tumbara sobre su regazo. Silvia cerró los ojos y agachándose se tumbo sobre las piernas de su abuela, había llegado el momento de recibir su primera azotaina, e iba a ser su abuela Aurora la que se la diera.
Aurora comenzó a acariciar la piel de aquel suave y tierno culo que tenía su nieta. Pensó que la dolía tener que azotarla y castigarla, pero ese pensamiento solo le duro unos segundos, porque era un culo diferente, un culo nuevo e iba a dejarlo en tal estado que durante varias horas no iba a poder sentarse, o de hacerlo lo haría con bastantes incomodidades. Comenzó a azotarlo con la mano de manera rítmica y fuerte al tiempo que la leía la cartilla.
-Espero que tus modales mejoren jovencita, plas, plas, plas, o la próxima vez te daré el doble, plas, plas, plas.
-¡Au, au, auuuu! – se quejo Silvia que jamás pensó que unos azotes dados con la mano pudieran picarla y dolerla así. Pero si estos azotes dolían, ¿cuando se quitara la zapatilla?
Mercedes vio como su hija se retorcía sobre el regazo de su madre mientras esta comenzaba el castigo. Pobrecilla, aun no tenía ni idea de lo que se la venía encima. Se vio reflejada en su hija, de hecho eran muy parecidas físicamente, y verla así era como verse a ella misma hacia unos años recibiendo candela. Rebeca hacia lo mismo pero sabiendo que luego iba ella, y solo ver como los cachetes del culo de su hermana se movían al son de la mano de su abuela, y estos se iban tornando de color rosado la hicieron llevarse las manos a su culo para comenzar a frotárselo como si fuese ella la que recibiera esa azotaina y no su hermana. Sin querer comenzó un pequeño baile sin poder dejar sus pies quietos.
Tras unos treinta, cuarenta azotes, la abuela le indico a su nieta con un movimiento seco de su pierna derecha que se levantara de su regazo. Silvia lo hizo con lagrimas en los ojos, aprovechando el descanso para frotarse el culo con ambas manos intentando mitigar el ardor que sentía en el. La abuela Aurora era mucha abuela, Silvia la observo detenidamente mientras esta la miraba seria, con ese pelo corto canoso de color blanco que la daba un toque de seriedad en momentos como este, que hacía que nadie fuera capaz de llevarla la contraria. Así con los ojos llorosos vio como su abuela se agachaba para quitarse la zapatilla derecha, dejando ver parte de sus muslos al haberse desabrochado algún botón más de su bata negra, y dándose unos golpecitos con esta sobre ellos la indico que volviera a su posición.
-¡Vamos jovencita! Que ahora ya te digo yo que vas a aprender a respetar a tu madre.
Silvia solo quería que aquello acabara cuanto antes, por lo que no se demoro en volver a tumbarse sobre el regazo de su abuela. Pablo desde la puerta del salón, agazapado en el suelo para que nadie pudiera verle abría la boca sorprendido por toda aquella escena. Rebeca temblaba de miedo al saber que ella sería la siguiente en pasar por aquel trance, y su madre clavaba la mirada en el espejo de la pared para ver como su pequeño retoño le estaba dando la excusa perfecta para que luego fuera él el castigado, pues le había descubierto aunque callara en ese momento. Adoraba a aquel pequeño, pero a veces cuando uno desobedece, o cruza algún límite hay que actuar en consecuencia.
Silvia se mordió los labios al tiempo que dejaba que su abuela la acomodara el culo a su merced. Aquello iba a ser un verdadero tormento, ya no se divertía tanto como las historias que oía contar. La zapatilla granate de felpa con suela amarilla rugosa corto el aire dejando en la nalga derecha de la nieta el contorno de su suela dibujado con total claridad.
-¡Ayyyyy! Duele, picaaaa. – grito Silvia.
El segundo zapatillazo no se hizo de rogar y cayó en la nalga contraria de la joven dejando dibujado en ella igualmente la forma de esta. Uno tras otro los zapatillazos iban cayendo, seguidos de quejas, aullidos de dolor y palabras de perdón.
-Perdón abuelita. ¡Ayyyy! Lo siento. ¡Ayyyy! Duele mucho. ¡Ayyyyy!
-Haberlo pensado antes sinvergüenza. Plas, plas, plas. Verás como de ahora en adelante aprendéis modales. Plas, plas, plas.
Rebeca se vio tentada a salir corriendo para encerrarse en su cuarto, la paliza que estaba recibiendo su hermana era monumental, pero su madre se lo impidió cogiéndola de la muñeca izquierda. Enseguida comprendió que no sería justo que su hermana se llevara tremenda azotaina y ella se fuera de rositas. Una vez más trago saliva y se infundio ánimos. La duro tan solo unos segundos.
-¿Vas a hablarle así mas a tu madre? Plas, plas, plas
-¡Nooo! Lo juro - contesto Silvia sin poder dejar de llorar.
-Si vuelves a hablarla de esa forma ya sabes lo que vendrá luego, ¿no? Plas, plas, plas.
-¡Ayyyy! Si, si lo sé. Perdón, perdón.
-Levántate y al rincón sin protestar. Las manos sobre la cabeza jovencita, que vea bien ese culo rojo como un tomate maduro. Y ojito con tocártelo que me levanto y te doy un repaso rápido. – ordeno la abuela Aurora.
Silvia se levanto como una centella y corrió al rincón sin ni siquiera pestañear con las manos sobre su cabeza, colocándose de cara a la pared dejando su culo bien expuesto a las miradas de los presentes. Daba igual, aquel calvario había terminado y el culo la ardía, la dolía como nunca antes en la vida. Una de esas miradas era la de su hermano Pablo, ya que el rincón donde se había colocado su hermana estaba justo enfrente de él, y la visión de este era de primera. Rojo como un tomate, su hermana tenía un pedazo culo de primera, y verlo así totalmente expuesto con las manos sobre su cabeza le arranco pensamientos lascivos. Uf como tenía la polla de inflamada.
La abuela Aurora dejo caer la zapatilla al suelo haciendo que esta sonara al impactar contra el, calzándosela como si allí no hubiera pasado nada. Luego girando la cabeza hacia su nieta Rebeca la apremio a que ocupara su lugar sobre su regazo.
-¡Vamos cariño, deja de mirar a tu hermana y ven que te lo voy a dejar igualito!
-¡Abuuuu..! – protesto Rebeca acercándose a su abuela sin poder dejar de frotarse el culo con sus manos, doblar las rodillas y suplicar como si la fuera la vida en ello.
-Vamos y no me enfades más. – la contesto la abuela agarrándola del brazo izquierdo y tirando de ella para que su nieta pequeña cayera sobre su regazo. Tenía prisa por comenzar a calentar aquel culito pequeño y respingón. Lo estaba disfrutando al máximo.
Rebeca clavo su mirada en el culo de su hermana, que lucía de un rojo esplendor, cuando la mano de su abuela comenzó a caer sobre sus nalgas de forma rítmica y contundente. Se mordió los labios e intento contener los gemidos que le venían a la garganta por el dolor, apretó los ojos e intento concentrarse. Tenía que ser dura, pero….
-¡Ahhhhh! Joderrrr, para. ¡Ahhhhh! – grito de forma airada Rebeca intentando zafarse de las manos de su abuela que la retenían junto a su regazo.
-¿Pero qué lenguaje es ese? ¡Desvergonzada! – aulló la abuela incrementado la velocidad de los azotes y la fuerza de estos. Ese no era el camino Rebeca, pensó para sí misma.
-¡Ahhhhh! ¡Ahhhhh! – aullaba de dolor la nieta. Silvia desde su rincón no se atrevió a girarse, tan solo pensaba si ella había gritado tanto como lo hacía su hermana ahora.
Pablo desvío un momento la mirada y esta se cruzo con la de su madre que le miraba fijamente, seria. Había adelantado su posición hasta poder verle nítidamente agazapado en la puerta del salón. Se sintió descubierto, pero no tuvo miedo. Su estado de excitación era tal que este se lo impedía.
-¡PLas, plas, plas! Ves como necesitaban mano dura. Plas, plas, plas ¿lo ves? – gritaba la abuela dirigiéndose a su hija para que esta la diera la razón.
-¡Ahhhhh¡ Lo siento, lo siento ¡Ahhhhh! – suplicaba Rebeca.
La abuela Aurora con el pelo enmarañado y despeinado a pesar de llevarlo corto, ceso los azotes con la mano indicando a su nieta que se levantara. Estaba sofocada y la dolía la mano, se había empleado a fondo con ella y le ardía, la quemaba probablemente como la quemaban las nalgas a su nieta. Sin decir nada lanzo su pie derecho hacia delante de forma que su zapatilla saliera despedida unos centímetros por delante de su pie.
-¡Vamos dámela! – la ordeno a su nieta.
Rebeca con mano temblorosa, llorando y muerta de miedo se agacho y cogió aquella zapatilla granate con el talón pisado, de suela amarilla rugosa. Al sentirla en sus manos se sintió poderosa por un momento, pero al entregársela a su abuela se sintió como un conejillo indefenso en espera de ser ejecutada. Se tumbo sin que se lo ordenaran sobre el regazo de su abuela, y se entrego al castigo que la restaba por recibir. Su abuela no iba a tener piedad de una deslenguada como ella, de la misma forma que no lo había tenido con su hermana.
La zapatilla volvió a silbar en el aire y volvió a dibujar su suela en las nalgas esta vez de Rebeca, que aulló como si la estuvieran desollando viva. Al principio llevaba la cuenta de los zapatillazos recibidos. Uno, dos, tres, cuatro, diez, once, doce, pero al final perdió la cuenta, su culo era como una hoguera encendida, y tras cada zapatillazo una lengua de fuego salía escupida de el.
-¡Mas, mas de esto necesitáis! Verás como aprendéis de una vez a comportaros niñatas, que sois unas putas niñatas. Plas, plas, plas.
Mercedes espectadora de lujo de aquellas dos azotainas que estaban recibiendo sus hijas por parte de su madre, se dio cuenta de que estaba mojada. Sentía claramente que había mojado sus bragas ante tal espectáculo, y girando la cabeza hacia su derecha clavo la mirada en su hijo que la miro al sentirla sobre él.
-¿Quieres más guapa? O has aprendido la lección. – grito la abuela agachando su boca al oído de su nieta para que esta la oyera perfectamente.
-He aprendido abuela, lo juro. He aprendido la lección. – clamo Rebeca que ya no sentía ni el culo de los zapatillazos recibidos, que no eran más de cincuenta, pero para ella habían sido como doscientos.
-Más os vale a las dos, a no ser que queráis repetir. – dijo la abuela dando por terminado el castigo, dejando caer a su nieta al suelo al ponerse de pie. Luego dejo caer nuevamente la zapatilla al suelo, para que esta lo hiera justamente delante de los ojos de Rebeca, y sin decir nada mas calzársela ante ella que temblaba tan solo al ver como su abuela se calzaba en el pie derecho la zapatilla con la que acababa de castigarla. Pablo intuyendo el final de aquel acto, retrocedió sobre sus pasos refugiándose en su cuarto, aun sabiendo que su madre le había descubierto, pero quizás solo quedara en eso.
-¡Vete al rincón! Y te quiero como a tu hermana con las manos en la cabeza y ese culo bien a la vista.
Rebeca obedeció, se levanto lentamente como si la doliese todo el cuerpo y llorando como una niña se fue directa a su rincón, con las manos en la cabeza y mostrando su esplendido culito rojo fuego.
-¿Has aprendido algo, hija? A veces hay que tener mano dura, si o si. – la dijo a su hija casi al oído, susurrándola. Mercedes, mojada, excitada, deseando levantarse la falda, bajarse las bragas y rogarle a su madre que le diera a ella también lo suyo, cayó en esta ocasión asintiendo con la cabeza. La abuela Aurora salió del salón y se fue al cuarto de baño, quizás a refrescarse, quizás a otra cosa.
-¡Quince minutos en el rincón! Luego directas a vuestro cuarto, estáis castigadas sin salir hasta que yo lo diga.
Mercedes salió tras los pasos de su madre y se sentó en una silla de la cocina. El corazón la latía a mil, estaba acelerada y necesitaba pensar.
Esa noche solo la abuela Aurora ceno un trozo de queso a escondidas en la cocina. Las dos chicas estaban castigadas sin salir de su cuarto hasta el día siguiente. Compartían dormitorio con lo cual tenían tiempo suficiente para contarse sus sensaciones, sus reacciones, sus pensamientos sobre todo lo acontecido. Pablo adujo no tener hambre, mas por miedo a su abuela que a su madre, para la que ella era más que eso, era como una diosa a la que idolatraba. Mercedes se disculpo al tener que asimilar todo lo acontecido, sintiéndose un poco culpable de ello, quizás sí que tendría que imponerse de vez en cuando y quitarse la zapatilla más a menudo, forzando un respeto que sus hijas evidentemente no la tenían
Cuando Mercedes vio que su madre se retiraba a su dormitorio a descansar tras un día intenso, espero un poco para ir en busca de su hijo Pablo. Tenía una cuenta pendiente con él, y tras haberle pillado infraganti expiando y viendo lo que no tenía que ver, era la ocasión perfecta para empezar a desplegar ese poder, ese respeto hacia su persona. Entro en la habitación y le encontró tumbado en la cama con el móvil en la mano.
-¿Te parece bonito lo que has hecho esta tarde? – le pregunto sentándose con él en el borde de la cama.
-Lo siento mama. Es que yo… - contesto Pablo sin poder encontrar las palabras.
-Sabes lo que te mereces, ¿no? Lo mismo que ellas. – le pregunto la madre asintiendo el hijo en silencio. – Tira hacia el sótano en silencio, no quiero que nadie más se entere de esto, porque si tus hermanas se enteran de que las has estado mirando el culo mientras las castigaba la abuela, la bomba que puede estallar va a ser desbastadora.
Pablo se levanto de la cama vestido solamente con una camiseta blanca y en calzoncillos, y sin decir nada comenzó a caminar descendiendo del piso superior donde estaban los dormitorios hacia el sótano donde le había ordenada su madre ir. No giro la cabeza, pero intuía que su madrasta le seguía de cerca, era como si pudiera sentir su aliento tras de sí. Termino de bajar las escaleras del primer piso y giro para descender hasta el sótano, fue en ese momento cuando sus ojos se clavaron en los pies de su madrasta, de Mercedes, de la mujer que él sentía como su madre, pero que al mismo tiempo le excitaba como ninguna otra en el mundo pudiera hacerlo. Llevaba puestas unas zapatillas de felpa azul abiertas por delante y por detrás con un poco de tacón. Podía ver como sus talones chocaban al caminar contra la parte trasera de las mismas, y al mismo tiempo dos de sus dedos por la abertura que tenían en la parte delantera. La suela era blanca rugosa, y sin haberlas probado nunca antes, sabía que le iban a picar de lo lindo, porque era evidente que esta vez sí que si su madre le iba a calentar el culo. algo que él llevaba deseando desde que hacía dos años ella lo hubiera hecho por primera y última, como si aquello no estuviera bien, aunque de haberle preguntado el hubiera respondido todo lo contrario.
Entro en el sótano y se paro en el centro, era como otra habitación más de la casa, con una cama de matrimonio, dos mesillas y una tv de cuarenta pulgadas. Muchas discusiones hubo en la familia sobre lo que hacer con aquel cuarto. El quería un cuarto de juegos, su padre fallecido quería una bodega, pues era amante de los vinos. Sus hermanas como una discoteca con pista de baile para disfrutar con las amigas, y al final quedo en una habitación de invitados donde poder alojar a los abuelos paternos, o a la abuela Aurora si sus hermanas decidían no compartir cuarto algún día, algo que no había pasado.
Mercedes entro en el sótano tras su hijo con las manos en jarras sobre sus caderas. Buf que posé pensó Pablo, esta tremenda. Iba vestida con una blusa blanca ceñida que destacaba sus impresionantes y grandes senos. Una falda negra que se pegaba a sus caderas y que la llegaba hasta un poco por encima de las rodillas. Todo eso junto con aquellas zapatillas azules de felpa abiertas por delante y por detrás, y con los brazos en jarra frente a él, hicieron que la polla de Pablo comenzara a tomar forma.
-Sabes lo que viene ahora, ¿no? Te lo has ganado con creces hijo. ¿Acaso pensabas que no te íbamos a pillar alguna mirando? – le dijo Mercedes sin alzar la voz, como si no estuviera enfadada con él.
-Si, lo sé mama. No lo pensé. Tú dirás. – contesto Pablo ansioso pero intentando no demostrarlo.
Su madre avanzo hasta la cama y justo antes de sentarse en el borde de ella doblo su rodilla derecha y se quito la zapatilla ante la atenta mirada de su hijastro. Luego se levanto la falda un poco mas meneando sus caderas de forma sensual y reclamo la presencia del joven a su lado zapatilla en mano. Pablo se acerco hasta su madre y se dejo hacer, ella metió los dedos pulgares por el interior de la goma de su bóxer y se lo bajo hasta los tobillos. Sin querer la polla medio erecta del joven voló libre ante la mirada sorprendida de su madrasta. Mercedes con la zapatilla sujeta fuertemente con su mano derecha, rozo con la izquierda aquel miembro viril, le recordaba aquel joven tanto a su queridísimo marido. El joven noto el roce de su madrasta con la mano izquierda sobre el tronco de su miembro viril y este se movió como si de un resorte se tratase.
-¡Túmbate! – le ordeno Mercedes a la que se le notaba que no estaba ni acostumbrada ni a gusto en aquellos menesteres.
Pablo lo hizo y sin que nadie se lo indicara dejo su culo desnudo bien alto y expuesto, como si este estuviera pidiendo a gritos recibir zapatilla. Mercedes comenzó a acariciar el culo de su hijastro con la suela de la zapatilla, luego dándola la vuelta con la felpa de esta. La erección de Pablo aumentaba por momentos. Nuevamente mas caricias con la suela, con la felpa de la zapatilla, hasta que de repente llego el primer zapatillazo sobre la nalga derecha, y un segundo seguido sobre la nalga izquierda. Fueron fuertes, contundentes, dejando la marca de la suela sobre la piel del joven, que metió el culo para adentro, sacándolo instintivamente para afuera nuevamente. La zapatilla fue haciendo su cometido, uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis zapatillazos. El culo se metía para dentro clavando el miembro entre las piernas de Mercedes, luego lo sacaba para afuera pidiendo otro más.
-No quiero verte más espiando, ¿entendido? – le decía Mercedes de forma poco convincente, aunque la zapatilla caía con fuerza sobre el culo de Pablo.
-Ahhhh, entendido mama. Ahhhhh – se quejaba Pablo por el picor tras cada zapatillazo, por el dolor que le producían, y por la excitación de saberse castigado de nuevo por su idolatrada madre, madrasta, su diosa.
Fueron veinticinco zapatillazos los que se llevo el joven Pablo, muchos menos de los que deseaba recibir. El castigo había sido mucho menor que el recibido por sus hermanas de mano de su abuela. Mercedes le mando levantarse y le miro a los ojos sentada sobre la cama, con el miembro viril de el joven mirándola de tu a tu, a la misma altura.
-Cada día me recuerdas mas a tu padre, ¿lo sabías? – le dijo ella.
-No, no lo sabía. – contesto el sintiendo escozor en sus posaderas castigadas.
Fue un movimiento impulsivo, sin querer hacerlo, pero la mano de Mercedes se engancho a la verga de su hijastro comenzando a hacerle una paja. Sabían que eso estaba mal pero ninguno puso reparos ni impedimentos para que no pasara. Mercedes llevaba mojando las bragas desde el mismo momento que su madre les soltara aquellos dos bofetones a sus hijas, bragas que por cierto se había quitado hacia un rato, dándose cuenta que iba sin ellas. Se levanto de la cama y dejo caer la zapatilla al suelo calzándosela, sin que su mano izquierda soltara la verga de su hijastro.
-¡Túmbate sobre la cama! – mando ella, obedeció él.
Pablo se tumbo sobre la cama sintiendo como su culo sentía la incomodidad del roce de las sabanas, no habían sido muchos zapatillazos, pero sí que habían sido bien administrados, sin lugar a duda. Luego vio como su madrasta se desabrochaba todos los botones de la blusa, y el central de su sujetador, haciendo que aquellas dos maravillas salieran a la luz. Con habilidad Mercedes se quito el sujetador ante la hipnotizada mirada de su hijastro. Luego meneo sus caderas levantándose la falda hasta que subiéndose sobre la cama pudo ponerse a ahorcajadas sobre Pablo. El miembro del muchacho crecía, y crecía por momentos, y la habilidosa mano de Mercedes lo condujo hasta la entrada de su vagina. Luego dejándose caer sobre el se lo introdujo lentamente hasta hacerlo desaparecer en su interior. Mercedes había perdido la cordura y no sabía ni lo que hacía. Solo sabía que quería apagar el fuego que la quemaba en sus entrañas.
-¡Ahhhhhhh! Que grande y dura la tienes mi vida. – dijo ella sintiendo todo el poderío de aquella polla en su interior. Estaba tan húmeda que había entrado solita.
-¡Dios! Esto es un sueño. – susurro ella perdiéndose en el movimientos de sus pechos sintiendo como su madrasta subía y bajaba por su polla.
-No grites, ahhh, nadie puede vernos, ahhhh, nadie puede saberlo ¿vale? – dijo ella que gritaba y gemía más fuerte que el.
Las manos de Pablo se aferraron a las caderas de su madrasta atrayéndola hacia él, acompasando sus movimientos al tiempo que apretaba con sus caderas hacia arriba cuando ella bajaba hacia él.
-Llevaba soñando con este momento toda mi vida, mama. – dijo el sin levantar la voz
-No soy tu madre, yo no te parí, aunque lo sientas así mi amor, pero ahora no lo soy. ¡Joder, no pares! Sigue follandome – contesto ella echando su cabeza hacia atrás arqueando su espalda y sintiendo la dureza, el grosor y el tamaño de la polla que se estaba follando. La polla de su hijastro.
El ritmo de sus cuerpos iba aumentando, la tensión iba apoderándose del momento y cada embestida iba trasportándoles a un pedacito de cielo solo reservados para ambos. Mercedes se echo hacia adelante dejando a la altura de la boca de Pablo sus dos tremendas tetas.
-¡Come mi vida! Cómemelas.
Pablo las agarro con sus manos y sin que su madrasta dejara de votar sobre su polla comenzó a comerse aquellas dos pedazos de maravillas con sus grandes aureolas y sus duros pezones.
-Ahhhh, si, no pares Pablo. No pares, cómemelas. – gemía ella de placer.
-Siempre supe que eras una guarra y una cualquiera, pero con tu hijastro. ¡Serás zorra! – resonó a gritos la voz de la abuela Aurora correa en mano.
Antes de que Mercedes pudiera girarse hacia el lugar desde el que provenían aquellos gritos, y con el culo totalmente expuesto por la posición en la que se estaba follando a su hijastro, recibió un tremendo correazo que la hizo ver las estrellas.
-¡Ahhhh! ¡Mama! – grito Mercedes sin dejar de cabalgar sobre aquella verga.
-¡Serás guarra! – añadió la abuela Aurora descargando un segundo correazo sobre el trasero de su hija que dibujo una gruesa línea sobre su culo, por encima del primero recibido, dejando sobre este dos líneas rojas que iban tomando mayor intensidad a cada segundo, superpuestas una sobre otra.
-¡Ahhhhh! Si, pégame, pégame. – rogo Mercedes ante la atónita mirada de su hijastro Pablo que no perdía la erección a pesar de haber sido pillados infraganti por su abuela.
-¿Qué te pegue? ¡Serás zorra! Zasss. Siempre lo sospeche. Zasss. ¡Zorra, mas que zorra. Zasss. Que eres una zorra! Zasss. ¿Pero qué coño haces con el muchacho? – clamo la abuela descargando dos, tres correazos mas sobre el culo de su hija que no dejaba de subir y bajar sobre la polla de su hijastro que estaba a punto de estallar. ¿Probaría el también la correa de la abuela después?
Mercedes llego al orgasmo antes que su hijastro dejándose caer sobre él, introduciendo sin querer sus generosos pechos en su boca, como si estuviera dándole de mamar, y al mismo tiempo dejando su trasero bien expuesto para que su madre, la abuela Aurora continuara con la correa. La falda negra la tenía justo por encima de sus caderas, sin poder esta protegerla del castigo. La abuela Aurora estaba fuera de sí, y no dejaba de levantar la correa al cielo dejándola caer una y otra vez sobra las nalgas de su hija, que estaban tan rojas como las de sus nietas esa tarde, o más aun. A cada correazo Mercedes se introducía el miembro del hijastro más y más aun en su coño, sin que este perdiera ni un solo ápice de grosor, de longitud. Sintió que se corría de nuevo al sentirlo dentro, al escuchar la voz de su madre regañándola como tantas otras veces lo hizo, y sintiendo cada latigazo del cinturón grueso de cuero que la crujía el culo de lado a lado con cada uno de ellos.
Al final la abuela Aurora cejo en su castigo y Mercedes se giro sacándose el miembro viril de su hijastro hasta quedar tumbada junto a él encogida como un ovillo.
-¿No te da vergüenza, hija? ¡No, claro que no! Te gusta la marcha tanto o más que a mí, eso es evidente. Pero joder, con tu hijastro. – regañaba la abuela Aurora con la correa cogida con la mano derecha y haciendo aspavientos con la izquierda. – Por Dios, que nadie más os pille, y delante de mí ni una más, me oyes. O te despellejo el culo a correazos, guarra. – dijo la abuela dándose la vuelta y saliendo del sótano, dando por hecho que aquello no era la primera vez que pasaba, aunque así fuese, y que por mucho que la regañase o pegase, si querían iban a seguir haciéndolo. Por dentro se iba diciendo que ella era tan puta como su hija, aunque sí mucho más cuidadosa evidentemente. ¿Qué pensaría su hija si supiera que su padre era el cura del pueblo?
-Te quiero mama. – dijo Pablo
-Y yo a ti mi vida. Esto queda entre nosotros, ¿vale? Como me ha puesto el culo la abuela. – le contesto ella mirándose como pudo el culo dolorido y enrojecido, enseñándoselo a su hijo al mismo tiempo.
-Peor que tu a mí el mío, y eso que no me lo he visto. – contesto el riéndose, sabiendo que su castigo había sido mucho más liviano.
-El próximo día me lo cuentas, que te lo voy a dejar pero que bien, bien calentito. – lo amenazo dándole una palmadita en el pecho, saliendo de la cama, bajándose la falda como pudo por el dolor del roce de la tela con sus nalgas, abrochándose la blusa y subiendo las escaleras dirección a su cuarto. Como la conocía su madre, como sabía que se iba a follar a su hijastro, y como había aprovechado la ocasión para darla una buena paliza más que merecida en esta ocasión.
-¿Te gusta que te pegue en el culo Pablo? Porque a mi me encanta que la abuela de vez en cuando me lo caliente, aunque hoy se haya pasado. – le pregunto Mercedes a su hijo antes de empezar a subir las escaleras del sótano.
-Me encanta mama. Y no quiero que sea la última vez que pase, y lo otro tampoco me importaría que pasara de nuevo. – respondió el hijo un poco medio avergonzado, pues eran familia.
Mercedes le miro y vio a su marido fallecido en aquel retoño suyo mas joven que ella, pero afirmo con la cabeza, sonrío y le dijo.
-Repetiremos.
-
Aurora, nos Visita - Capítulo 001
El timbre de la puerta sonó anunciando la llegada de la abuela Aurora. Silvia corrió como una niña pequeña para abrir la puerta y darla la bienvenida, aunque tuviera ya veinticuatro años. La abuela solo las visitaba de vez en cuando, en ocasiones especiales como sus cumpleaños, por Navidad, y había pasado ya muchos meses desde la última vez.
-¡Abuela! – grito Silvia lanzándose a sus brazos.
-¡Vaya recibimiento! Me gusta. – reacciono la abuela echándose a reír y devolviendo el abrazo rodeando a su nieta con sus fuertes brazos.
Esa misma noche estando ya toda la familia en casa y habiendo dejado la abuela su equipaje en la habitación de invitados, se reunieron en la cocina para cenar juntos y ponerse al día sobre sus vidas. La abuela Aurora se sentó en uno de los laterales de la mesa, como si la presidiese mientras su hija Mercedes terminaba de colocarla y ultimaba los últimos detalles de la cena.
-¡Vaya nietas que tengo que son incapaces de ayudar a su madre con la cena! – dijo la abuela con tono alegre pero tirando en cara que sus jóvenes nietas no se levantaran de la mesa para ayudar a su madre.
-Pero si a ella le gusta estar pendiente de todo y hacerlo a su manera abuela. – hablo en esta ocasión Rebeca, la pequeña de las chicas que acababa de cumplir veinte años.
-Si yo fuera vuestra madre me quitaba la zapatilla, y veríais como meneabais el culo. Con tres buenas tundas seguro que estabais ayudando antes de sentaros a que os lo den todo hecho. – dijo la abuela estirando su pierna derecha mostrándolas las zapatillas granates que llevaba puestas y meneado el pie de lado a lado, llamando con ese gesto la atención de las chicas.
-¡Abuela! Pablo también está aquí sentado y nunca le dices nada. – se quejo Silvia mirando a su hermano sin perder detalle de reojo de la zapatilla de su abuela, que aun movía el pie de lado a lado enseñándoselas. Eran unas zapatillas granates de invierno, con unos dos centímetros de tacón y suela amarilla rugosa. Una flor bordada con hilo negro adornaba esta en el empeine de la misma.
Pablo era el benjamín de la familia, tenía dieciocho años y no era hijo de Mercedes, sino del marido con el que había compartido más de una década de su vida, felizmente casada hasta que este murió en un accidente de tráfico. Ella aportaba al matrimonio dos hijas de padres diferentes y el un chico huérfano de madre. Juntos formaron una familia de cinco que tras la muerte del marido no varió en nada, quedándose el pequeño Pablo a vivir junto con su madrasta y sus hermanastras, aunque estos términos no se utilizaban allí. Para Pablo Mercedes era su madre, y Silvia y Rebeca sus hermanas. Hasta Aurora era su abuela favorita, ya que a la que tenía por parte de padre prácticamente ni la veía.
-Pablo es un chicho y está exento de esos menesteres. Ya deberíais saberlo. – contesto la abuela dejando ver que era una mujer chapada a la antigua.
-Venga traer esos platos que voy sirviendo. – dijo Mercedes comenzando a servir la ensalada que había preparado para la cena.
Mercedes tenía cuarenta y dos años, se había quedado embarazada estando de novios con un forastero del pueblo que solo iba a verla cada dos fines de semana. Cuando este se entero de que se había quedado embarazada la dijo que probablemente no fuera suyo, y nunca más apareció por allí. Cuatro años más tarde se repitió la historia con otro hombre del pueblo, haciéndola adquirir una reputación de fresca, facilona, mujeriega y como no, puta. “La puta del pueblo”, estigma que la acompaño hasta que decidió irse del pueblo con sus dos hijas, pesase a quien le pesase. Era una mujer guapa, de anchas caderas y con unos pechos grandes y exuberantes. Rubia como sus hijas, siempre llevaba el pelo largo recogido en una coleta, la encantaban las faldas ajustadas justo por encima de las rodillas, y las camisas una talla más pequeña para poder marcar sus pechos dejando siempre ver un poco mas de canalillo de lo debido. No es que se fuera con cualquiera pero la encantaba llamar la atención, y que los hombres se giraran al cruzarse con ellos.
-Abuela tienes que contarnos alguna de esas historias que tanto nos gustan. Cuando mama se portaba mal y había que, ejem... – inquirió Rebeca que sabía que ese tipo de historias le encantaban a su hermano Pablo, del que lo sabía todo o eso creía ella, pues eran como uña y carne.
-No empecéis como siempre chicas - intervino la madre, pues sabía que en ese tipo de conversaciones casi siempre era ella la protagonista, pues de jovencita su madre la había calentado el culo con la zapatilla en innumerables ocasiones, incluso hasta habiendo tenido ya a sus hijas. Algo que no dejo de pasar hasta que decidió irse con ellas del pueblo a la gran ciudad, dejando tras de sí, las palizas de su madre y su reputación de puta y chica fácil.
-Por mí no lo hagáis, ya es algo habitual en estas reuniones familiares – añadió el pequeño de la familia, pues desde que de pequeño su madre adoptiva se quito un día la zapatilla y le dio una buena tunda con ella en el culo, se volvió un enamorado de ellas, y aunque no hubiera probado nunca más una en sus redondeadas nalgas, a excepción de cuando se auto castigaba con la zapatilla de su madre, o con la de una de sus hermanas, aquella zurra quedo marcada en su memoria como uno de sus mejores momentos.
-A ver chicos no os peleéis, no vaya a ser que me quite la zapatilla y tengo para todos, os lo puedo asegurar. – dijo la abuela Aurora aunque no se hubiera generado ninguna pelea en la mesa, pero a ella le gustaba decir esas cosas.
Pablo al oír aquel comentario trago saliva. Soñaba con que fuera su madre la que se quitara la zapatilla y le volviera a dar una buena tunda con ella en el culo, como cuando lo hizo hace un par de años despertando en el esa pasión oculta por las zapatillas, pero tampoco le hubiera importado que fuera la abuela Aurora la que le diera una buena paliza con aquellas zapatillas granates que llevaba puestas, y que dejando caer la servilleta al suelo miro de soslayo. Las llevaba puestas cerradas, no como su madre que las llevaba siempre en chanclas, con la suela pisada y dejándolas sonar contra su talón al andar. Para el su madre era una diosa.
-¡Venga abuela una cortita pero intensa, tu ya me entiendes! – dijo Silvia mientras masticaba la ensalada al mismo tiempo.
-Esos modales Silvia, no se habla con la boca llena. Seguro que tu abuela me hubiera dejado el culo bien rojo si lo hubiera hecho viviendo con ella. – la regaño su madre.
-Pues sí, seguramente. Lastima no haberlo sabido antes, ¿verdad? – contesto la abuela guiñándole un ojo a esta, al presentir que le gustaba la marcha y en más de una ocasión la había provocado para que se quitara la zapatilla y la utilizara contra su trasero.
Mercedes trago saliva, y siguió comiendo. No quería entrar en ese juego, sabía lo que su madre la insinuaba, pero estando delante sus hijos no era procedente. Agacho la cabeza y dejo que la conversación prosiguiera, aunque ella fuese la protagonista de la historia.
-En una ocasión me fui al mercado a hacer la compra, pero me olvide del monedero encima de la mesa de la cocina y tuve que darme la vuelta. Cuando llegue a casa me encontré con vuestra madre dándose el lote con un chico al que llamaba novio, y con las manos de este sobándola el culo. Ya sabéis lo que paso ¿no? Eche a ese mentecato de la casa, me quite la zapatilla y la sobe el culo a vuestra madre con ella mucho mejor de lo que ese rapaz se lo estaba haciendo. Tardo en olvidarse. – dijo la abuela Aurora mirando a su hija con la mirada perdida en el plato de ensalada campera.
-No me estaba sobando el culo mama. Como siempre estas exagerando las cosas. – contesto la madre intentando defenderse, no quería que sus hijos pensaran que era una buscona, mas cuando sus hijas eran de padres distintos y ninguno conocido.
-Si, si, si. Por eso tu falda iba subiéndose cada vez más. De no haberos interrumpido, tu falda hubiera quedado a la altura de tus caderas y sus manos por dentro de tus bragas magreandote las nalgas. – la recrimino la abuela torciendo el morro.
Pablo sintió pena por su madre pero al mismo tiempo se excito sintiendo como su miembro viril crecía por momentos bajo su pantalón. Se imagino siendo él el que la estaba besando y el que la estaba tocando el culo, ese pedazo de culo que tenía su madrasta, y al mismo tiempo visualizo a su madre sobre el regazo de la abuela Aurora recibiendo una buena tunda con la zapatilla. Se movió incomodo sobre la silla sin saber cómo ponerse. Su hermana se dio cuenta de ello.
-Y ese novio tuyo mama, ¿volvió? o salió corriendo poniendo pies en polvorosa, jajajajajaja. – intervino Rebeca.
-Basta ya chicas, ¿vais a querer algo de postre? – dijo Mercedes de forma concluyente levantándose de la mesa y dirigiéndose al fregadero con su plato vacio.
La cena concluyo con los más jóvenes recluidos en sus habitaciones, ya viendo la tv o con sus móviles, mientras Mercedes recogía la mesa junto a la abuela Aurora.
-¿Sabes? Siempre que vengo aquí se me remueven las tripas recordando nuestras peleas, nuestras disputas. – dijo la abuela secando los platos que su hija fregaba.
-¡Peleas! ¡Disputas! Mama, si lo único que sabías hacer era quitarte la zapatilla, y dejarme el culo rojo como un campo de amapolas.- contesto Mercedes.
-A ver si te piensas que no se qué te va la marcha querida. En más de una ocasión me has buscado las cosquillas a propósito para que desenvainara, y te zurrara con ella en el culo. ¡Que no soy gilipollas, hija! – la acuso la abuela desenmascarándola.
-¡Lo sé! Lo reconozco, pero de eso hace mucho tiempo mama, y aquí con mis hijos delante no creo que sea procedente. No está bien. – concluyo Mercedes cerrando el grifo y secándose las manos con un trapo. Sabía que su madre se moría de ganas por quitarse la zapatilla, y darla una buena paliza con ella. Y también sabía que su madre sabía que ella se moría de ganas porque lo hiciera.
La noche transcurrió con cada huésped de la casa en su dormitorio. Pablo masturbándose pensando en su madrasta Mercedes, está jugando a escondidas bajo las sabanas con su consolador pensando en la zapatilla de su madre. La abuela Aurora pensando en la manera de forzar una situación y poder quitársela, que bueno sería poder darles a cada uno su merecido. Rebeca se durmió viendo como su hermana mayor jugaba con su clítoris intentando contener los gemidos de placer que se provocaba, aunque no supiera donde estaban sus pensamientos, si en un guapo hombre que la volviera loca, o en esa conversación de la cena y en las zapatillas de su abuela. Conversación que a ella también la excitaba mucho, más aun a sabiendas de que a su hermano Pablo también se excitaba hasta la saciedad con ellas, de hecho y aunque él no lo supiera le había pillado una vez auto castigándose con las zapatillas de su hermana. Ojala hubieran sido las suyas, porque se las habría quitado para utilizarlas ella dándole su merecido.
Al día siguiente los miembros de la familia acabaron desperdigados por la mañana haciendo sus cosas. Unos trabajaban, otros habían quedado con algún amigo o amiga, y otras como Mercedes ocupo su tiempo limpiando la casa y preparando la comida. Por la tarde la abuela Aurora decidió ir a dar un paseo por la urbanización antes de la cena y cuando llego a casa se encontró una escena un poco insólita, y bajo su punto de vista inadmisible. Silvia y Rebeca habían hecho un frente común, y bajo la atenta y sorpresiva mirada de Pablo estas estaban discutiendo con su madre en el salón por algo que entendían que no era justo para ellas. Mercedes intentaba dar sus explicaciones e imponer su voluntad como madre de ellas, pero ambas hijas cada vez la gritaban mas hasta faltarla al respeto de manera airada y cruel. La abuela Aurora entro en casa y sin quitarse el abrigo se dirigió hasta el salón, las voces sonaban cada vez más alto. Sin mediar palabra alguna avanzo hasta su nieta Silvia y la propino un guantazo que la hizo girar la cara cuarenta y cinco grados a la derecha, haciéndola callar de inmediato. Acto seguido y ante la sorpresa de Rebeca esta vio como su abuela giraba hacia ella para propinarla otro guantazo igual de fuerte, que la dejo la mejilla echando fuego. Los ojos de su abuela escupían fuego.
-¿Pero qué respeto es el que le tenéis a vuestra madre hablándola así? ¡Sinvergüenzas! – clamo la abuela haciendo imperar su voz por encima del resto – y tu cómo lo consientes, ¿eh? – le recrimino a su hija reteniéndose las ganas de abofetearla de la misma manera que a sus nietas.
-Abuela es que… - comenzó hablando Rebeca con su mano derecha en la mejilla colorada y dolorida.
-¡Silencio! No quiero oír nada, ni excusas, ni motivos, nada de nada. Tu a ese rincón, y tu a aquel. ¡Vamos! – les dijo a sus nietas cogiendo a Rebeca de una oreja y llevándola hasta un rincón del salón, y señalando con su dedo índice el contrario a su nieta Silvia, que se dirigió a el sin rechistar. Pablo con los ojos abiertos como platos pensó para sí mismo. “Joder con mi abuela. Que huevos tiene.”
-¡Pablo! Vete a tu cuarto y espera a que te avise tu madre para poder salir. Yo voy a quitarme el abrigo y ponerme cómoda. Ahora cuando vuelva voy a darlas a estas dos sinvergüenzas una historia de esas que tanto las gusta escuchar, pero siendo sus traseros los protagonistas de ella.
La abuela Aurora salió del salón con paso firme, decidido y bastante malhumorada. Mercedes le hizo un gesto a su hijo para que se fuera a su cuarto sin protestas, Silvia y Rebeca se miraron desde sus respectivos rincones intuyendo que iban a probar la zapatilla de su abuela, intentando buscar una la ayuda en la otra para salir airosas de esa situación.
-La habéis cagado chicas. La abuela no soy yo, ahora lo vais a comprobar. – las dijo su madre cruzándose de brazos a espaldas de ambas.
Cuando Pablo entro en su habitación no cerró la puerta, al contrario se pego a ella y vio como su abuela salía de su dormitorio con las zapatillas granates de suela rugosa amarilla puestas, y en esta ocasión llevándolas en chanclas. Estaba claro que las iba a utilizar, y solo ese pensamiento le provoco una erección. Cuando Mercedes vio a su madre aparecer en el salón con un bata negra abotonada por delante dejando los justos tanto por arriba como por abajo desabrochados para moverse con comodidad, y aquellas zapatillas granates en chanclas, no pudo más que rememorar aquellos años en los que vivió junto a ella, y aquellas azotainas que día sí, y día también se llevaba por cualquier motivo, fueran justas o no, fueran buscadas o encontradas.
Aurora entro en el salón vestida de faena. Se había traído aquella bata porque sabía que iba a despertar viejos recuerdos en la mente de su hija, y aunque su intención era calentarla el culo como antaño lo hacía, no iba a desaprovechar la ocasión presentada, e iba a desfogarse calentando el culo a sus nietas, máxime cuando su madre delante de ella no estaba reteniéndola, y encima cuando el motivo era más que suficiente para hacerlo. Con paso firme se situó en el centro del salón cogiendo una silla y sentándose en ella. Giro la cabeza a su derecha y miro a su hija que permanecía con los brazos cruzados en espera de acontecimientos, sin mediar palabra alguna en defensa de sus hijas, quizás cansada de que estas siempre la estuvieran toreando.
-¡Vosotras dos venir aquí ahora mismo! – ordeno la abuela alzando la voz mostrando su enfado.
Silvia y Rebeca se giraron acercándose a su abuela con la mirada baja, pero viendo perfectamente por mirar al suelo las zapatillas de su abuela y como esta las llevaba en chanclas. En seguida les vinieron a ambas las historias que tanta veces su abuela las había contado, y que tanto las gustaban, aunque esta vez presentían que las protagonistas de la historia iban a ser ellas, y no iba a gustarlas tanto. Ambas quedaron frente a su abuela, avergonzadas, arrepentidas, no por lo hecho sino por lo que se les venía encima por ello.
-¿Os parece bonito la manera en que le habláis a vuestra madre? – dijo mirándolas a los ojos primero a una y luego a la otra. - ¿No tenéis nada que decir? – añadió la abuela.
-¿Va a servir de algo abuela? Creo que tu ya has decido lo que sigue ahora, ¿no? – hablo Silvia como obligada por ser la mayor.
-Por supuesto que ya he decidido lo que voy a hacer con vuestros culos jovencitas. Os quiero desnudas de cintura para abajo ya. Y como os hagáis las remolonas luego tengo un cinturón ancho de cuero que tatúa los culos que no veas. – aclaro y ordeno la abuela para que no tuvieran ya duda alguna de que las iba a dar una más que merecida y contunde paliza.
Silvia se desabrocho el pantalón vaquero que llevaba puesto y se piso las playeras para quitarse primero una y luego la otra. Cuando su hermana vio que empezaba a bajárselos para quitárselos comenzó a hacer ella lo mismo con los suyos. Conocían a su abuela y sinceramente no querían probar ese cinturón de cuero ancho, más cuando no sabían cómo dolían aquellas zapatillas que llevaba su abuela puestas, y que en nada iban a probar. Una vez se quitaron ambas las playeras deportivas, los calcetines, pantalones y bragas quedando desnudas de cintura para abajo frente a su abuela, ambas buscaron la ayuda de su madre que observaba la escena pegada a la pared. Lo mismo hacia Pablo que sin poder contener su curiosidad, había salido de su dormitorio y en silencio había ido de rodillas hasta la puerta del salón para poder ver in situ aquel castigo, a sabiendas que se llevaría el uno si era descubierto, pero el riesgo merecía la pena.
-¡No busquéis compasión en vuestra madre porque no os va a librar de esta! – Alzo una vez más la voz la abuela Aurora – ¡Silvia ven aquí! Y tú ponte ahí al lado de tu madre, y observa, porque luego procederé de la misma forma con tu culo.
Rebeca trago saliva, tenía la garganta seca y la dolió como si se tragara unos granos de arena. Posicionada al lado de su madre vio como su hermana se acercaba por el lado derecho a su abuela, que sentada en la silla en el centro del salón la indico que se tumbara sobre su regazo. Silvia cerró los ojos y agachándose se tumbo sobre las piernas de su abuela, había llegado el momento de recibir su primera azotaina, e iba a ser su abuela Aurora la que se la diera.
Aurora comenzó a acariciar la piel de aquel suave y tierno culo que tenía su nieta. Pensó que la dolía tener que azotarla y castigarla, pero ese pensamiento solo le duro unos segundos, porque era un culo diferente, un culo nuevo e iba a dejarlo en tal estado que durante varias horas no iba a poder sentarse, o de hacerlo lo haría con bastantes incomodidades. Comenzó a azotarlo con la mano de manera rítmica y fuerte al tiempo que la leía la cartilla.
-Espero que tus modales mejoren jovencita, plas, plas, plas, o la próxima vez te daré el doble, plas, plas, plas.
-¡Au, au, auuuu! – se quejo Silvia que jamás pensó que unos azotes dados con la mano pudieran picarla y dolerla así. Pero si estos azotes dolían, ¿cuando se quitara la zapatilla?
Mercedes vio como su hija se retorcía sobre el regazo de su madre mientras esta comenzaba el castigo. Pobrecilla, aun no tenía ni idea de lo que se la venía encima. Se vio reflejada en su hija, de hecho eran muy parecidas físicamente, y verla así era como verse a ella misma hacia unos años recibiendo candela. Rebeca hacia lo mismo pero sabiendo que luego iba ella, y solo ver como los cachetes del culo de su hermana se movían al son de la mano de su abuela, y estos se iban tornando de color rosado la hicieron llevarse las manos a su culo para comenzar a frotárselo como si fuese ella la que recibiera esa azotaina y no su hermana. Sin querer comenzó un pequeño baile sin poder dejar sus pies quietos.
Tras unos treinta, cuarenta azotes, la abuela le indico a su nieta con un movimiento seco de su pierna derecha que se levantara de su regazo. Silvia lo hizo con lagrimas en los ojos, aprovechando el descanso para frotarse el culo con ambas manos intentando mitigar el ardor que sentía en el. La abuela Aurora era mucha abuela, Silvia la observo detenidamente mientras esta la miraba seria, con ese pelo corto canoso de color blanco que la daba un toque de seriedad en momentos como este, que hacía que nadie fuera capaz de llevarla la contraria. Así con los ojos llorosos vio como su abuela se agachaba para quitarse la zapatilla derecha, dejando ver parte de sus muslos al haberse desabrochado algún botón más de su bata negra, y dándose unos golpecitos con esta sobre ellos la indico que volviera a su posición.
-¡Vamos jovencita! Que ahora ya te digo yo que vas a aprender a respetar a tu madre.
Silvia solo quería que aquello acabara cuanto antes, por lo que no se demoro en volver a tumbarse sobre el regazo de su abuela. Pablo desde la puerta del salón, agazapado en el suelo para que nadie pudiera verle abría la boca sorprendido por toda aquella escena. Rebeca temblaba de miedo al saber que ella sería la siguiente en pasar por aquel trance, y su madre clavaba la mirada en el espejo de la pared para ver como su pequeño retoño le estaba dando la excusa perfecta para que luego fuera él el castigado, pues le había descubierto aunque callara en ese momento. Adoraba a aquel pequeño, pero a veces cuando uno desobedece, o cruza algún límite hay que actuar en consecuencia.
Silvia se mordió los labios al tiempo que dejaba que su abuela la acomodara el culo a su merced. Aquello iba a ser un verdadero tormento, ya no se divertía tanto como las historias que oía contar. La zapatilla granate de felpa con suela amarilla rugosa corto el aire dejando en la nalga derecha de la nieta el contorno de su suela dibujado con total claridad.
-¡Ayyyyy! Duele, picaaaa. – grito Silvia.
El segundo zapatillazo no se hizo de rogar y cayó en la nalga contraria de la joven dejando dibujado en ella igualmente la forma de esta. Uno tras otro los zapatillazos iban cayendo, seguidos de quejas, aullidos de dolor y palabras de perdón.
-Perdón abuelita. ¡Ayyyy! Lo siento. ¡Ayyyy! Duele mucho. ¡Ayyyyy!
-Haberlo pensado antes sinvergüenza. Plas, plas, plas. Verás como de ahora en adelante aprendéis modales. Plas, plas, plas.
Rebeca se vio tentada a salir corriendo para encerrarse en su cuarto, la paliza que estaba recibiendo su hermana era monumental, pero su madre se lo impidió cogiéndola de la muñeca izquierda. Enseguida comprendió que no sería justo que su hermana se llevara tremenda azotaina y ella se fuera de rositas. Una vez más trago saliva y se infundio ánimos. La duro tan solo unos segundos.
-¿Vas a hablarle así mas a tu madre? Plas, plas, plas
-¡Nooo! Lo juro - contesto Silvia sin poder dejar de llorar.
-Si vuelves a hablarla de esa forma ya sabes lo que vendrá luego, ¿no? Plas, plas, plas.
-¡Ayyyy! Si, si lo sé. Perdón, perdón.
-Levántate y al rincón sin protestar. Las manos sobre la cabeza jovencita, que vea bien ese culo rojo como un tomate maduro. Y ojito con tocártelo que me levanto y te doy un repaso rápido. – ordeno la abuela Aurora.
Silvia se levanto como una centella y corrió al rincón sin ni siquiera pestañear con las manos sobre su cabeza, colocándose de cara a la pared dejando su culo bien expuesto a las miradas de los presentes. Daba igual, aquel calvario había terminado y el culo la ardía, la dolía como nunca antes en la vida. Una de esas miradas era la de su hermano Pablo, ya que el rincón donde se había colocado su hermana estaba justo enfrente de él, y la visión de este era de primera. Rojo como un tomate, su hermana tenía un pedazo culo de primera, y verlo así totalmente expuesto con las manos sobre su cabeza le arranco pensamientos lascivos. Uf como tenía la polla de inflamada.
La abuela Aurora dejo caer la zapatilla al suelo haciendo que esta sonara al impactar contra el, calzándosela como si allí no hubiera pasado nada. Luego girando la cabeza hacia su nieta Rebeca la apremio a que ocupara su lugar sobre su regazo.
-¡Vamos cariño, deja de mirar a tu hermana y ven que te lo voy a dejar igualito!
-¡Abuuuu..! – protesto Rebeca acercándose a su abuela sin poder dejar de frotarse el culo con sus manos, doblar las rodillas y suplicar como si la fuera la vida en ello.
-Vamos y no me enfades más. – la contesto la abuela agarrándola del brazo izquierdo y tirando de ella para que su nieta pequeña cayera sobre su regazo. Tenía prisa por comenzar a calentar aquel culito pequeño y respingón. Lo estaba disfrutando al máximo.
Rebeca clavo su mirada en el culo de su hermana, que lucía de un rojo esplendor, cuando la mano de su abuela comenzó a caer sobre sus nalgas de forma rítmica y contundente. Se mordió los labios e intento contener los gemidos que le venían a la garganta por el dolor, apretó los ojos e intento concentrarse. Tenía que ser dura, pero….
-¡Ahhhhh! Joderrrr, para. ¡Ahhhhh! – grito de forma airada Rebeca intentando zafarse de las manos de su abuela que la retenían junto a su regazo.
-¿Pero qué lenguaje es ese? ¡Desvergonzada! – aulló la abuela incrementado la velocidad de los azotes y la fuerza de estos. Ese no era el camino Rebeca, pensó para sí misma.
-¡Ahhhhh! ¡Ahhhhh! – aullaba de dolor la nieta. Silvia desde su rincón no se atrevió a girarse, tan solo pensaba si ella había gritado tanto como lo hacía su hermana ahora.
Pablo desvío un momento la mirada y esta se cruzo con la de su madre que le miraba fijamente, seria. Había adelantado su posición hasta poder verle nítidamente agazapado en la puerta del salón. Se sintió descubierto, pero no tuvo miedo. Su estado de excitación era tal que este se lo impedía.
-¡PLas, plas, plas! Ves como necesitaban mano dura. Plas, plas, plas ¿lo ves? – gritaba la abuela dirigiéndose a su hija para que esta la diera la razón.
-¡Ahhhhh¡ Lo siento, lo siento ¡Ahhhhh! – suplicaba Rebeca.
La abuela Aurora con el pelo enmarañado y despeinado a pesar de llevarlo corto, ceso los azotes con la mano indicando a su nieta que se levantara. Estaba sofocada y la dolía la mano, se había empleado a fondo con ella y le ardía, la quemaba probablemente como la quemaban las nalgas a su nieta. Sin decir nada lanzo su pie derecho hacia delante de forma que su zapatilla saliera despedida unos centímetros por delante de su pie.
-¡Vamos dámela! – la ordeno a su nieta.
Rebeca con mano temblorosa, llorando y muerta de miedo se agacho y cogió aquella zapatilla granate con el talón pisado, de suela amarilla rugosa. Al sentirla en sus manos se sintió poderosa por un momento, pero al entregársela a su abuela se sintió como un conejillo indefenso en espera de ser ejecutada. Se tumbo sin que se lo ordenaran sobre el regazo de su abuela, y se entrego al castigo que la restaba por recibir. Su abuela no iba a tener piedad de una deslenguada como ella, de la misma forma que no lo había tenido con su hermana.
La zapatilla volvió a silbar en el aire y volvió a dibujar su suela en las nalgas esta vez de Rebeca, que aulló como si la estuvieran desollando viva. Al principio llevaba la cuenta de los zapatillazos recibidos. Uno, dos, tres, cuatro, diez, once, doce, pero al final perdió la cuenta, su culo era como una hoguera encendida, y tras cada zapatillazo una lengua de fuego salía escupida de el.
-¡Mas, mas de esto necesitáis! Verás como aprendéis de una vez a comportaros niñatas, que sois unas putas niñatas. Plas, plas, plas.
Mercedes espectadora de lujo de aquellas dos azotainas que estaban recibiendo sus hijas por parte de su madre, se dio cuenta de que estaba mojada. Sentía claramente que había mojado sus bragas ante tal espectáculo, y girando la cabeza hacia su derecha clavo la mirada en su hijo que la miro al sentirla sobre él.
-¿Quieres más guapa? O has aprendido la lección. – grito la abuela agachando su boca al oído de su nieta para que esta la oyera perfectamente.
-He aprendido abuela, lo juro. He aprendido la lección. – clamo Rebeca que ya no sentía ni el culo de los zapatillazos recibidos, que no eran más de cincuenta, pero para ella habían sido como doscientos.
-Más os vale a las dos, a no ser que queráis repetir. – dijo la abuela dando por terminado el castigo, dejando caer a su nieta al suelo al ponerse de pie. Luego dejo caer nuevamente la zapatilla al suelo, para que esta lo hiera justamente delante de los ojos de Rebeca, y sin decir nada mas calzársela ante ella que temblaba tan solo al ver como su abuela se calzaba en el pie derecho la zapatilla con la que acababa de castigarla. Pablo intuyendo el final de aquel acto, retrocedió sobre sus pasos refugiándose en su cuarto, aun sabiendo que su madre le había descubierto, pero quizás solo quedara en eso.
-¡Vete al rincón! Y te quiero como a tu hermana con las manos en la cabeza y ese culo bien a la vista.
Rebeca obedeció, se levanto lentamente como si la doliese todo el cuerpo y llorando como una niña se fue directa a su rincón, con las manos en la cabeza y mostrando su esplendido culito rojo fuego.
-¿Has aprendido algo, hija? A veces hay que tener mano dura, si o si. – la dijo a su hija casi al oído, susurrándola. Mercedes, mojada, excitada, deseando levantarse la falda, bajarse las bragas y rogarle a su madre que le diera a ella también lo suyo, cayó en esta ocasión asintiendo con la cabeza. La abuela Aurora salió del salón y se fue al cuarto de baño, quizás a refrescarse, quizás a otra cosa.
-¡Quince minutos en el rincón! Luego directas a vuestro cuarto, estáis castigadas sin salir hasta que yo lo diga.
Mercedes salió tras los pasos de su madre y se sentó en una silla de la cocina. El corazón la latía a mil, estaba acelerada y necesitaba pensar.
Esa noche solo la abuela Aurora ceno un trozo de queso a escondidas en la cocina. Las dos chicas estaban castigadas sin salir de su cuarto hasta el día siguiente. Compartían dormitorio con lo cual tenían tiempo suficiente para contarse sus sensaciones, sus reacciones, sus pensamientos sobre todo lo acontecido. Pablo adujo no tener hambre, mas por miedo a su abuela que a su madre, para la que ella era más que eso, era como una diosa a la que idolatraba. Mercedes se disculpo al tener que asimilar todo lo acontecido, sintiéndose un poco culpable de ello, quizás sí que tendría que imponerse de vez en cuando y quitarse la zapatilla más a menudo, forzando un respeto que sus hijas evidentemente no la tenían
Cuando Mercedes vio que su madre se retiraba a su dormitorio a descansar tras un día intenso, espero un poco para ir en busca de su hijo Pablo. Tenía una cuenta pendiente con él, y tras haberle pillado infraganti expiando y viendo lo que no tenía que ver, era la ocasión perfecta para empezar a desplegar ese poder, ese respeto hacia su persona. Entro en la habitación y le encontró tumbado en la cama con el móvil en la mano.
-¿Te parece bonito lo que has hecho esta tarde? – le pregunto sentándose con él en el borde de la cama.
-Lo siento mama. Es que yo… - contesto Pablo sin poder encontrar las palabras.
-Sabes lo que te mereces, ¿no? Lo mismo que ellas. – le pregunto la madre asintiendo el hijo en silencio. – Tira hacia el sótano en silencio, no quiero que nadie más se entere de esto, porque si tus hermanas se enteran de que las has estado mirando el culo mientras las castigaba la abuela, la bomba que puede estallar va a ser desbastadora.
Pablo se levanto de la cama vestido solamente con una camiseta blanca y en calzoncillos, y sin decir nada comenzó a caminar descendiendo del piso superior donde estaban los dormitorios hacia el sótano donde le había ordenada su madre ir. No giro la cabeza, pero intuía que su madrasta le seguía de cerca, era como si pudiera sentir su aliento tras de sí. Termino de bajar las escaleras del primer piso y giro para descender hasta el sótano, fue en ese momento cuando sus ojos se clavaron en los pies de su madrasta, de Mercedes, de la mujer que él sentía como su madre, pero que al mismo tiempo le excitaba como ninguna otra en el mundo pudiera hacerlo. Llevaba puestas unas zapatillas de felpa azul abiertas por delante y por detrás con un poco de tacón. Podía ver como sus talones chocaban al caminar contra la parte trasera de las mismas, y al mismo tiempo dos de sus dedos por la abertura que tenían en la parte delantera. La suela era blanca rugosa, y sin haberlas probado nunca antes, sabía que le iban a picar de lo lindo, porque era evidente que esta vez sí que si su madre le iba a calentar el culo. algo que él llevaba deseando desde que hacía dos años ella lo hubiera hecho por primera y última, como si aquello no estuviera bien, aunque de haberle preguntado el hubiera respondido todo lo contrario.
Entro en el sótano y se paro en el centro, era como otra habitación más de la casa, con una cama de matrimonio, dos mesillas y una tv de cuarenta pulgadas. Muchas discusiones hubo en la familia sobre lo que hacer con aquel cuarto. El quería un cuarto de juegos, su padre fallecido quería una bodega, pues era amante de los vinos. Sus hermanas como una discoteca con pista de baile para disfrutar con las amigas, y al final quedo en una habitación de invitados donde poder alojar a los abuelos paternos, o a la abuela Aurora si sus hermanas decidían no compartir cuarto algún día, algo que no había pasado.
Mercedes entro en el sótano tras su hijo con las manos en jarras sobre sus caderas. Buf que posé pensó Pablo, esta tremenda. Iba vestida con una blusa blanca ceñida que destacaba sus impresionantes y grandes senos. Una falda negra que se pegaba a sus caderas y que la llegaba hasta un poco por encima de las rodillas. Todo eso junto con aquellas zapatillas azules de felpa abiertas por delante y por detrás, y con los brazos en jarra frente a él, hicieron que la polla de Pablo comenzara a tomar forma.
-Sabes lo que viene ahora, ¿no? Te lo has ganado con creces hijo. ¿Acaso pensabas que no te íbamos a pillar alguna mirando? – le dijo Mercedes sin alzar la voz, como si no estuviera enfadada con él.
-Si, lo sé mama. No lo pensé. Tú dirás. – contesto Pablo ansioso pero intentando no demostrarlo.
Su madre avanzo hasta la cama y justo antes de sentarse en el borde de ella doblo su rodilla derecha y se quito la zapatilla ante la atenta mirada de su hijastro. Luego se levanto la falda un poco mas meneando sus caderas de forma sensual y reclamo la presencia del joven a su lado zapatilla en mano. Pablo se acerco hasta su madre y se dejo hacer, ella metió los dedos pulgares por el interior de la goma de su bóxer y se lo bajo hasta los tobillos. Sin querer la polla medio erecta del joven voló libre ante la mirada sorprendida de su madrasta. Mercedes con la zapatilla sujeta fuertemente con su mano derecha, rozo con la izquierda aquel miembro viril, le recordaba aquel joven tanto a su queridísimo marido. El joven noto el roce de su madrasta con la mano izquierda sobre el tronco de su miembro viril y este se movió como si de un resorte se tratase.
-¡Túmbate! – le ordeno Mercedes a la que se le notaba que no estaba ni acostumbrada ni a gusto en aquellos menesteres.
Pablo lo hizo y sin que nadie se lo indicara dejo su culo desnudo bien alto y expuesto, como si este estuviera pidiendo a gritos recibir zapatilla. Mercedes comenzó a acariciar el culo de su hijastro con la suela de la zapatilla, luego dándola la vuelta con la felpa de esta. La erección de Pablo aumentaba por momentos. Nuevamente mas caricias con la suela, con la felpa de la zapatilla, hasta que de repente llego el primer zapatillazo sobre la nalga derecha, y un segundo seguido sobre la nalga izquierda. Fueron fuertes, contundentes, dejando la marca de la suela sobre la piel del joven, que metió el culo para adentro, sacándolo instintivamente para afuera nuevamente. La zapatilla fue haciendo su cometido, uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis zapatillazos. El culo se metía para dentro clavando el miembro entre las piernas de Mercedes, luego lo sacaba para afuera pidiendo otro más.
-No quiero verte más espiando, ¿entendido? – le decía Mercedes de forma poco convincente, aunque la zapatilla caía con fuerza sobre el culo de Pablo.
-Ahhhh, entendido mama. Ahhhhh – se quejaba Pablo por el picor tras cada zapatillazo, por el dolor que le producían, y por la excitación de saberse castigado de nuevo por su idolatrada madre, madrasta, su diosa.
Fueron veinticinco zapatillazos los que se llevo el joven Pablo, muchos menos de los que deseaba recibir. El castigo había sido mucho menor que el recibido por sus hermanas de mano de su abuela. Mercedes le mando levantarse y le miro a los ojos sentada sobre la cama, con el miembro viril de el joven mirándola de tu a tu, a la misma altura.
-Cada día me recuerdas mas a tu padre, ¿lo sabías? – le dijo ella.
-No, no lo sabía. – contesto el sintiendo escozor en sus posaderas castigadas.
Fue un movimiento impulsivo, sin querer hacerlo, pero la mano de Mercedes se engancho a la verga de su hijastro comenzando a hacerle una paja. Sabían que eso estaba mal pero ninguno puso reparos ni impedimentos para que no pasara. Mercedes llevaba mojando las bragas desde el mismo momento que su madre les soltara aquellos dos bofetones a sus hijas, bragas que por cierto se había quitado hacia un rato, dándose cuenta que iba sin ellas. Se levanto de la cama y dejo caer la zapatilla al suelo calzándosela, sin que su mano izquierda soltara la verga de su hijastro.
-¡Túmbate sobre la cama! – mando ella, obedeció él.
Pablo se tumbo sobre la cama sintiendo como su culo sentía la incomodidad del roce de las sabanas, no habían sido muchos zapatillazos, pero sí que habían sido bien administrados, sin lugar a duda. Luego vio como su madrasta se desabrochaba todos los botones de la blusa, y el central de su sujetador, haciendo que aquellas dos maravillas salieran a la luz. Con habilidad Mercedes se quito el sujetador ante la hipnotizada mirada de su hijastro. Luego meneo sus caderas levantándose la falda hasta que subiéndose sobre la cama pudo ponerse a ahorcajadas sobre Pablo. El miembro del muchacho crecía, y crecía por momentos, y la habilidosa mano de Mercedes lo condujo hasta la entrada de su vagina. Luego dejándose caer sobre el se lo introdujo lentamente hasta hacerlo desaparecer en su interior. Mercedes había perdido la cordura y no sabía ni lo que hacía. Solo sabía que quería apagar el fuego que la quemaba en sus entrañas.
-¡Ahhhhhhh! Que grande y dura la tienes mi vida. – dijo ella sintiendo todo el poderío de aquella polla en su interior. Estaba tan húmeda que había entrado solita.
-¡Dios! Esto es un sueño. – susurro ella perdiéndose en el movimientos de sus pechos sintiendo como su madrasta subía y bajaba por su polla.
-No grites, ahhh, nadie puede vernos, ahhhh, nadie puede saberlo ¿vale? – dijo ella que gritaba y gemía más fuerte que el.
Las manos de Pablo se aferraron a las caderas de su madrasta atrayéndola hacia él, acompasando sus movimientos al tiempo que apretaba con sus caderas hacia arriba cuando ella bajaba hacia él.
-Llevaba soñando con este momento toda mi vida, mama. – dijo el sin levantar la voz
-No soy tu madre, yo no te parí, aunque lo sientas así mi amor, pero ahora no lo soy. ¡Joder, no pares! Sigue follandome – contesto ella echando su cabeza hacia atrás arqueando su espalda y sintiendo la dureza, el grosor y el tamaño de la polla que se estaba follando. La polla de su hijastro.
El ritmo de sus cuerpos iba aumentando, la tensión iba apoderándose del momento y cada embestida iba trasportándoles a un pedacito de cielo solo reservados para ambos. Mercedes se echo hacia adelante dejando a la altura de la boca de Pablo sus dos tremendas tetas.
-¡Come mi vida! Cómemelas.
Pablo las agarro con sus manos y sin que su madrasta dejara de votar sobre su polla comenzó a comerse aquellas dos pedazos de maravillas con sus grandes aureolas y sus duros pezones.
-Ahhhh, si, no pares Pablo. No pares, cómemelas. – gemía ella de placer.
-Siempre supe que eras una guarra y una cualquiera, pero con tu hijastro. ¡Serás zorra! – resonó a gritos la voz de la abuela Aurora correa en mano.
Antes de que Mercedes pudiera girarse hacia el lugar desde el que provenían aquellos gritos, y con el culo totalmente expuesto por la posición en la que se estaba follando a su hijastro, recibió un tremendo correazo que la hizo ver las estrellas.
-¡Ahhhh! ¡Mama! – grito Mercedes sin dejar de cabalgar sobre aquella verga.
-¡Serás guarra! – añadió la abuela Aurora descargando un segundo correazo sobre el trasero de su hija que dibujo una gruesa línea sobre su culo, por encima del primero recibido, dejando sobre este dos líneas rojas que iban tomando mayor intensidad a cada segundo, superpuestas una sobre otra.
-¡Ahhhhh! Si, pégame, pégame. – rogo Mercedes ante la atónita mirada de su hijastro Pablo que no perdía la erección a pesar de haber sido pillados infraganti por su abuela.
-¿Qué te pegue? ¡Serás zorra! Zasss. Siempre lo sospeche. Zasss. ¡Zorra, mas que zorra. Zasss. Que eres una zorra! Zasss. ¿Pero qué coño haces con el muchacho? – clamo la abuela descargando dos, tres correazos mas sobre el culo de su hija que no dejaba de subir y bajar sobre la polla de su hijastro que estaba a punto de estallar. ¿Probaría el también la correa de la abuela después?
Mercedes llego al orgasmo antes que su hijastro dejándose caer sobre él, introduciendo sin querer sus generosos pechos en su boca, como si estuviera dándole de mamar, y al mismo tiempo dejando su trasero bien expuesto para que su madre, la abuela Aurora continuara con la correa. La falda negra la tenía justo por encima de sus caderas, sin poder esta protegerla del castigo. La abuela Aurora estaba fuera de sí, y no dejaba de levantar la correa al cielo dejándola caer una y otra vez sobra las nalgas de su hija, que estaban tan rojas como las de sus nietas esa tarde, o más aun. A cada correazo Mercedes se introducía el miembro del hijastro más y más aun en su coño, sin que este perdiera ni un solo ápice de grosor, de longitud. Sintió que se corría de nuevo al sentirlo dentro, al escuchar la voz de su madre regañándola como tantas otras veces lo hizo, y sintiendo cada latigazo del cinturón grueso de cuero que la crujía el culo de lado a lado con cada uno de ellos.
Al final la abuela Aurora cejo en su castigo y Mercedes se giro sacándose el miembro viril de su hijastro hasta quedar tumbada junto a él encogida como un ovillo.
-¿No te da vergüenza, hija? ¡No, claro que no! Te gusta la marcha tanto o más que a mí, eso es evidente. Pero joder, con tu hijastro. – regañaba la abuela Aurora con la correa cogida con la mano derecha y haciendo aspavientos con la izquierda. – Por Dios, que nadie más os pille, y delante de mí ni una más, me oyes. O te despellejo el culo a correazos, guarra. – dijo la abuela dándose la vuelta y saliendo del sótano, dando por hecho que aquello no era la primera vez que pasaba, aunque así fuese, y que por mucho que la regañase o pegase, si querían iban a seguir haciéndolo. Por dentro se iba diciendo que ella era tan puta como su hija, aunque sí mucho más cuidadosa evidentemente. ¿Qué pensaría su hija si supiera que su padre era el cura del pueblo?
-Te quiero mama. – dijo Pablo
-Y yo a ti mi vida. Esto queda entre nosotros, ¿vale? Como me ha puesto el culo la abuela. – le contesto ella mirándose como pudo el culo dolorido y enrojecido, enseñándoselo a su hijo al mismo tiempo.
-Peor que tu a mí el mío, y eso que no me lo he visto. – contesto el riéndose, sabiendo que su castigo había sido mucho más liviano.
-El próximo día me lo cuentas, que te lo voy a dejar pero que bien, bien calentito. – lo amenazo dándole una palmadita en el pecho, saliendo de la cama, bajándose la falda como pudo por el dolor del roce de la tela con sus nalgas, abrochándose la blusa y subiendo las escaleras dirección a su cuarto. Como la conocía su madre, como sabía que se iba a follar a su hijastro, y como había aprovechado la ocasión para darla una buena paliza más que merecida en esta ocasión.
-¿Te gusta que te pegue en el culo Pablo? Porque a mi me encanta que la abuela de vez en cuando me lo caliente, aunque hoy se haya pasado. – le pregunto Mercedes a su hijo antes de empezar a subir las escaleras del sótano.
-Me encanta mama. Y no quiero que sea la última vez que pase, y lo otro tampoco me importaría que pasara de nuevo. – respondió el hijo un poco medio avergonzado, pues eran familia.
Mercedes le miro y vio a su marido fallecido en aquel retoño suyo mas joven que ella, pero afirmo con la cabeza, sonrío y le dijo.
-Repetiremos.
-