Asalto al camión de colegialas

Donan

Virgen
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Jul 25, 2017
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El oficio de periodista es muy exigente, se necesita
de mucha información y de tener buenos contactos.
Por el tramo de carretera que comunica La Higuera
con Curazao transitan muchos camiones cargados
de mercancías.
Debido a esto, el robo de camiones está a la orden
del día.

Por medio de un amigo, conseguí conectar con Lucho,
el jefe de una banda dedicada a este giro de negocios.
Yo acordé llegar a un lugar llamado El Saltito, allí
me vería con los delincuentes. Mi trabajo era
meramente periodístico, mi idea era conocer de
cerca cómo operaban estos grupos criminales.

Al llegar Lucho y su banda yo me puse nervioso
y por lo tanto tenso. Lucho se me acercó y me
dio la mano. Su rostro serio. Al momento dijo:
vámonos. Subimos a una camioneta y otros más
a un coche que nos seguía siempre las espaldas.

Llegamos hasta un punto donde nos paramos,
algunos minutos después Lucho dijo: Ahí viene
nuestro camión.

Yo me sorprendí por que lo que se avistaba no
era un camión de carga, sino un camión escolar.
Me mantuve callado, los hombres se movilizaron
con sus armas y lograron detener el autobús.

Volvimos a subir a los vehículos y nos dirigimos
hacia una brecha de terraceria. El camión venía
detrás de nosotros.

Llegamos a un terreno desolado y todos descendimos
de los vehículos. Lo que vi a continuación fue algo
fuerte, desgarrador para mí.
Efectivamente era un autobús escolar, al chofer
lo traían amarrado de pies y manos, lo tiraron
al suelo cubriendo su boca con un trapo.

Todos los delincuentes abordaron el autobús.
Arriba, como unas seis jovencitas de entre
quince y dieciocho años de edad, gritaban
y lloraban.

Las tomaron, abusaron de ellas. Las golpeaban
en sus rostros que no hacían otra cosa que
derramar inútiles lagrimas.

-Noo, pare por favor, suélteme, no me haga daño.

Todas esas frases suplicantes salían de las bocas
de las jovencitas. Los delincuentes no hacían otra
cosa que saciar sus ganas y sus deseos.

Después de tantos gritos, gemidos, suplicios,
cada uno de los delincuentes fueron llegando
al climax de su obscura pasión. Entre ellos se
reían y se burlaban, uno al otro se decía: No
manches wey, la mía era virgencita.

Las pobres niñas tumbadas en el suelo entre
lagrimas y sangre, desconsoladas, abusadas
de esa manera tan atroz.

-Querías andar de chismoso ¿no? pinche
periodista- me dijo Lucho.
 
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