Antes de Dormir mi Mama me Mima

heranlu

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Como cada noche, mamá estaba sentada junto a mí en mi cama para arroparme y hablar un poco conmigo. Siempre le gustaba que charláramos un poco antes de dormir, quizá porque se sentía algo sola después de que mi padre la abandonara y se fuera a vivir con una brasileña más joven que ella. A mí me gustaban aquellas conversaciones que teníamos, que trataban los más diversos temas, desde el instituto (en el que yo cursaba mi tercer curso) hasta las chicas, aunque de éstas no sabía yo mucho todavía.

Recuerdo que aquella noche en particular, mamá llevaba puesto un camisón de tela muy fina (la verdad es que creo que era un camisón más bien barato) que no se le quedaba pegado al cuerpo. Pues bien, sucedió que, mientras hablábamos se estaba quitando una orquilla del pelo y, cuando la cogió en una mano, se le cayó al suelo junto a la cama. Cuando se agachó el escote del camisón se separó tanto de su pecho que pude verle perfectamente sus grandes (y algo colgonas) tetas. Fue tal la impresión que aquello me causó que tuve una erección inmediatamente. Y no fue una de esas erecciones pasajeras no, sino una de ésas que parecen hechas de hormigón y que no hay manera de que se quiten. Al estar yo todavía destapado, podía verse fácilmente la montaña que salió entre mis piernas y que empujaba la tela del pantalón de mi pijama hacia arriba con fuerza. Mamá, nada más que se hubo levantado del suelo, reparó en aquello y sonrió.

-¿Qué te ha pasado ahí, cielo? -me preguntó con tono burlón.

Yo no sabía qué decir, pues estaba sonrojado y deseando que me tragara la tierra.

-Ah, ya sé yo lo que ha pasado... Cuando me he agachado me has visto las... tetitas, ¿no es así?

Aunque estaba tenso, dije que sí.

-¿Y quieres verlas o te da vergüenza?

-S...sí -respondí nervioso y un poco sin creerme lo que me estaba diciendo.

-Pues venga, te las enseño, para que no tengas tanta intriga y te pasen esas cosas ahí abajo... -me dijo sonriendo.

Con total naturalidad, se quitó el camisón y se quedó allí de pie delante de mí con sólo unas pequeñas braguitas negras puestas. Su cuerpo era algo relleno, el normal en una ama de casa cuarentona, pero no estaba mal proporcionado, sino que tenía una agradable forma, aunque fuera algo gorda. Se volvió a sentar al borde de la cama mirando hacia mí, con sus enormes tetas allí expuestas.

-¿Qué te parecen? -me preguntó.

-B... bien -contesté yo, todavía algo avergonzado.

-Si tantas ganas tenías de ver un par de tetas, ¿por qué no me habías pedido antes que te las enseñara? Yo creía que teníamos confianza los dos... Además, yo te veía la colita cuando eras más pequeño, aunque creo que ya no es una "colita". Parece que ya es una cosa más de hombre, ¿a que sí?

-Sí -dije.

-Tú y yo hemos hablado de muchas cosas, pero creo que nunca sobre sexo. ¿Quieres que hablemos del tema o te da vergüenza?

-No, no me da -dije algo más calmado ya.

-Bien. ¿Tú no lo habrás hecho nunca con una chica, verdad? -me preguntó.

-No, claro que no -le contesté.

-Ah, ya lo suponía. Pero supongo que sí te tocaras tu cosita, ¿no?

-S...sí, algunas veces -admití algo nervioso de nuevo.

-Bueno, es lo normal a tu edad. Todos los chicos lo hacen. ¿Y te sale liquidito ya?

-Sí, dos o tres chorros -dije.

-Ah, eso está muy bien, quiere decir que ya eres un hombre y estás preparado para hacerlo.

-Ya, supongo...

-Pues sí, estás ya maduro y preparado para acostarte con una mujer.

-Sí, pero ya me dirás con quién, porque casi ninguna se fija en mí...

-Oh, pero eso es porque las chicas de tu edad todavía son un poco jóvenes para el sexo y les da miedo, pero yo, que soy tu madre y sé qué es lo mejor para ti, podría enseñarte algunas cosas y lo podríamos pasar muy bien los dos juntos sin que nadie se enterara, ¿qué te parece?

La idea me chocó y, por un instante, creí estar dormido y teniendo un sueño, pero no, todo aquello era real, muy real.

-¿Me... me enseñas tu...? -le pregunté tartamudeando.

-¿Mi qué?

-¿Tu chocho?

-Vaya, qué niño más malo... O sea, que le quieres ver el chocho a tu madre, ¿eh...? -dijo bromeando.

Yo asentí, envalentonado. Mamá se puso de pie de nuevo y, delante de mis ojos, se bajó las pequeñas bragas, enseñándome la frondosa mata de pelo negro que había entre sus piernas. Luego se sentó de nuevo al borde de la cama y puso su mano derecha sobre el bulto que había entre mis piernas, acariciándolo lentamente pero con fuerza.

-¿Y tú, me dejas ver esto tan duro que hay aquí? -me preguntó con la seriedad de alguien excitado.

-Claro.

Con las dos manos, mamá me bajó el pantalón del pijama y los calzoncillos a la vez, dejando al aire mi gorda erección de dieciséis centímetros.

-Bueno, definitivamente no es una colita ya... -dijo mientras empezaba a masturbarme muy despacio-. ¿Te gusta que mamá te la toque?

-Sí...

-¿Quieres tocarme a mí?

-¿Puedo?

-Claro que sí, cariño... Tú pídeme lo que quieras, que para eso soy tu madre...

Sin pensármelo dos veces, empecé a tocarle las tetas mientras ella me masturbaba.

-¿Te lo estás pasando bien? -me preguntó.

-Sí -contesté yo.

Los dos seguimos así durante un rato, pero, al poco, mamá se inclinó sobre mi rabo y, para mi increíble sorpresa, empezó a chupármelo. Al principio no podía creer que mi madre estuviera chupándome la polla, ya que acababa de ir al servicio y no estaba seguro de que estuviera limpia del todo, pero luego el placer hizo que se me olvidaran todos los pudores. Mamá subía y bajaba la cabeza por mi miembro en silencio, esmerándose en lo que estaba haciendo y proporcionándome unas sensaciones que jamás había tenido antes. Sin embargo, no pude aguantar mucho y, poco después de un par de minutos, mi cuerpo se estremeció y me corrí. Mamá, sorprendentemente, ni se inmutó, simplemente recibió con agrado mis chorros de esperma y se los tragó. Luego me la siguió mamando un poco y, cuando finalmente, paró, se incorporó y se quedó sentada mirándome con cariño.

-¿Te ha gustado eso? -me preguntó.

-Sí -respondí yo.

-Me encanta cómo te sabe la picha, cariño... -dijo mientras me la acariciaba-. Pero, ¡todavía está dura como antes!

Por un momento pensé que aquello era algo malo por alguna razón.

-Claro, es que con tus años tienes una energía que ya la quisieran hombres mayores que tú... -dijo sonriendo, aunque no sin cierta admiración.

-¿Me dejas que te la meta? -le pregunté sin creerme que aquellas palabras estuvieran saliendo de mi boca.

-¡Vaya! Así que tienes ganas de meterla en el chochito de mamá, ¿eh?

Yo me sonrojé de nuevo.

-Oh, pero no te pongas colorado... -dijo, dándome un breve beso en los labios después-. Si mi niño quiere meterle la colita a su mamá en el chocho, entonces así va a ser... Además, a mí también me apetece. ¿Sabes? Desde que me dejó tu padre no he vuelto a hacerlo con ningún hombre. Y ocho meses son ocho meses...

-Ah, yo creía que te acostabas con alguno -dije yo, extrañado.

-No, cariño, con ninguno. Me da miedo acostarme con cualquiera y prefiero que me lo haga mi niño, que de ti sí me fío y sé que eres bueno. Pero, una cosa sí te quiero advertir, no te pongas nervioso ni te decepciones si terminas demasiado pronto. Tú ten en cuenta que en las películas esas guarras (que seguro que has visto alguna) los hombre en realidad ni aguantan tanto. Además, ahora va a ser tu primera vez y es normal si me echas tu liquidito demasiado rápido. Hasta que no lo hagas muchas veces no empezarás a controlar bien.

Me hacía gracia el tono de mamá. Hablaba con diminutivos como si estuviera hablando con un niño de siete años, pero era lógico en cierto modo, porque yo era su hijito y, además, estaba seguro de que hablar de aquella forma le daba cierto morbo.

El caso es que mamá se tumbó en la cama a mi lado y me dijo que me pusiera de rodillas entre sus piernas, que estaban separadas. Ante mí tenía su raja, rodeada de espeso vello púbico y algo reluciente a causa de sus flujos. Mi polla estaba tan brutalmente dura que creo que podrían haberse roto ladrillos si se hubieran lanzado contra ella.

-Venga, cielo, métemela despacio por aquí -dijo indicándome con un dedo dónde estaba la entrada de su vagina.

Me aproximé a su entrepierna avanzando sobre mis rodillas y agarré mi verga con la mano derecha. La pasé un poco por su raja, sintiendo el cosquilleo de su vello púbico, y, de pronto, sentí cómo se hundía rápidamente en el agujero de mamá. Estaba tan sumamente lubricado y dilatado que casí fue como si nada hubiera sucedido, pero el calor y la humedad me recordaban dónde estaba y cuán placentero aquello era. Mamá agarró mis nalgas con sus manos y las apretó para que me hundiera más en ella. Con la polla metida hasta el fondo, mamá empezó a moverse y, al poco, comprendí lo que quería, que era que la empezara a meter y sacar. Fue así como lo hice y comencé a sentir maravillas mientras mi pene se hundía y luego salía para luego entrar de nuevo hasta el fondo. Mamá tenía las piernas casi totalmente cruzadas sobre la parte trasera de mis muslos mientras seguía apretando mi culo. Supongo que le excitaba mi cuerpo, aún delgado y más de niño que de hombre y fibroso. Debía ser curioso observar la escena, ver a una mujer madura siendo follada por un adolescente que tenía bastante menos masa corporal que ella. A pesar de eso, mamá gemía de placer y me rogaba con voz casi ahogada que siguiera así, que no parara. Yo continué de la misma forma, con un ritmo constante, y, al cabo de cinco minutos, ocurrió algo que estoy seguro que ella no se esperaba. Mamá empezó a respirar muy rápidamente y cerró los ojos con fuerza. Su cuerpo se estremeció y una ola de placer recorrió su cuerpo hasta salir por su boca en forma de gemidos fuertes de gusto. Cuando aquel clímax remitió, me di cuenta de que había estado apretando mis nalgas tanto con su manos que me había hecho algo de daño con las uñas.

-Sigue así, cariño mío, por favor... -me suplicó con voz ronca.

Algo asombrado y quizá algo asustado por cómo la lujuria se había apoderado de ella y de su voz, seguí como hasta entonces, con un ritmo constante, disfrutando de la humedad y el calor de su agujero, que me parecía el lugar más confortable y apetecible de la Tierra. También miraba sus tetas moverse de un lado a otro sin control. Parecían un flan moviéndose y tengo que reconocer que no eran ya las tetas perfectas de una veinteañera, pero eran grandes y suculentas como las de las antiguas amas de cría que daban el pecho a los niños de otras mujeres a las que no les subía la leche materna.

Entre jadeos y gemidos de placer de mamá, mi polla siguió hundiéndose en su agujero, que parecía insaciable. Yo estaba empezando a sentir cierto hormigueo de placer ya también, pero logré controlarlo (es curioso que lo consiguiera la primera vez, aunque ya era la segunda vez que me iba a correr) y mamá llegó a un segundo orgasmo. Su cuerpo entero vibró y se retorció sobre la cama, apretándome con fuerza contra ella de nuevo. Los dos estábamos sudando ligeramente, pero yo no me detuve. Seguí con energía y, al poco tiempo, noté que había pasado ese punto de no retorno que todos tenemos y que un cosquilleo de intensidad enorme aparecía en mi entrepierna. Un violento chorro de semen salió disparado de mi rabo y se estrelló contra el cuello del útero de mamá. Un segundo y un tercer espasmo depositaron aún más esperma en su vagina, y el cuarto y los siguientes ya casi no hicieron que saliera nada.

Mamá, sonriendo como sólo una mujer satisfecha sabe hacerlo y cubierta de sudor, me miró y me agarró la espalda con las manos hasta que caí sobre su cuerpo. Decía que le gusta sentir mi cuerpo sobre el suyo y me besó en la boca durante un rato. La sensación de humedad y el contacto entre nuestras lenguas era también algo nuevo para mí y me volvió a excitar. Tanto es así que, mi pene, que ya se había salido de mi madre, volvió a empinarse tan sólo diez minutos después de nuestra primera cópula. Mamá, que se dio cuenta, sonrió asombrada.

-¡Otra vez! ¿Ya tienes ganas de metérsela a mamá otra vez?

Yo dije que sí y de nuevo mamá me dejó que la penetrara. Esta vez no apretó mis nalgas con las manos, sino con sus propios muslos, que se cruzaron sobre ellas. Mamá me tenía así atrapado mientras mi miembro entraba y salía de su vagina, de la que salía un poco de semen. Aquel polvo duró incluso más que el anterior y mamá se corrió dos veces más. Yo no eché más semen, porque sinceramente no debía quedarme ya más, pero el gusto fue enorme aquella tercera vez.

-Ha sido una maravilla, cielo... ¡No tenía ni idea de que fueras tan bueno! Le has dado a mamá un gusto enorme -me dijo encantada cuando ya yacíamos el uno junto al otro en mi cama, ella con su coño bien abierto y yo con mi polla pringosa con semen y flujos vaginales.

-¿Lo repetiremos algún día? -quise saber.

-¡Ya lo creo! Con los bien que nos va a los dos en la cama, espero que quieras hacerlo con mamá muy a menudo. Además, creo que te podrías venir a mi dormitorio ya y dormir conmigo todas las noches. Como eres el hombre de la casa, debes venirte conmigo allí y estar con tu mujer.
-¿Sabes? Creo que esta noche tú y yo nos vamos a ir a cenar por ahí a un restaurante, ¿qué te parece?

-Me parece estupendo, mamá. Me encanta lo del embarazo, me hace mucha ilusión -le dije.

Mamá me besó los labios y me acarició la cara.

-Y luego nos vamos a ir a un buen hotel que conozco y vamos a pasar la noche en él, ¿vale? -me propuso.

-¡Vale! -contesté entusiasmado.

Como habíamos planeado, los dos salimos de casa alrededor de las nueve y fuimos a un buen restaurante italiano del centro. Mamá se había puesto ropa muy sexy, destacando su falda negra y sus sandalias de tacón alto, que dejaban que sus sexis pies se vieran. Estaba muy guapa y casi no podía creerme que aquella mujer fuera mi amante aparte de mi madre. ¿Quién hubiera pensado en aquel restaurante cuando entramos que su agujero era penetrado por aquel chico joven que iba a su lado y que parecía su hijo? Nadie lo hubiera pensado ni se la hubiera imaginado gimiendo de placer y recibiendo ingentes cantidades de semen en su coño.

-Bueno, ¿qué vas a querer? -me preguntó cuando nos sentamos en una mesa en un rincón donde no había nadie cerca sentado.

-Una pizza -dije.

-Vaya, como si no lo hubiera adivinado -dijo riéndose.

-En realidad me gustaría otra cosa, pero aquí no puedo comer eso.

-¡Vaya! Con que tienes ganas de chuparle las tetitas a mamá, ¿eh? -dijo en voz baja.

-No me refería a eso, quiero chuparte el...

-¡Shhhh! ¡Calla, loco! -me dijo entre carcajadas-. No querrás que nos oigan, ¿no?

-Huy, perdona -dije sonriendo.

-Luego hablaremos de eso -añadió mamá sonriendo también.

Después de unos veinte minutos, mamá y yo estábamos comiendo. Yo, como pensaba, me tomé una pizza estupenda y mamá una lasaña, que era uno de sus platos favoritos. No hablamos demasiado durante la comida, pero sí nos mirábamos de una forma un tanto especial, como diciéndonos "Ya verás luego..." Era a la vez cómico y erótico e hizo de la cena un momento agradable, que nos hizo comer con muchas ganas, quizá debido al hecho de que nos teníamos mucha hambre.

Cuando terminamos de comer, mamá y yo nos dimos prisa en llegar al coche. Nada más que estuvimos montados en él, mamá me dio un beso en la boca. Fue breve, pero intenso. Luego acarició el bulto que estaba haciendo mi rabo en los pantalones y se rio al ver cómo me cambiaba la expresión. Luego, sin titubear, me bajó la cremallera y rebuscó dentro hasta agarrar mi polla, que estaba totalmente dura. La sacó y empezó a meneármela despacio mientras me miraba fijamente sonriendo.

-No he podido resistirme... -me susurró.

Poco después, bajó la cabeza y lamió un poco mi glande con la lengua fuera de la boca.

-Me encanta como sabe tu colita, cielo... -dijo.

No tardó mucho en meterse toda mi polla en la boca y empezar a mamármela. Yo estaba tan caliente que creía que iba a reventar, pero no sé por qué podía controlarme muy bien, así que no corría peligro de eyacular. Los labios de mamá subían y bajaban hambrientos por toda la longitud de mi miembro, proporcionándome toda suerte de sensaciones. Sin embargo, todo aquello paró de pronto cuando mamá levantó la cabeza y se sentó en su asiento con normalidad, arreglándose un poco el pelo.

-Tengo las braguitas mojadas de las ganas que tengo, pero será mejor que vayamos ya al hotel o acabaremos haciéndolo aquí en el coche -dijo.

-Necesito metértela, mamá... -dije impaciente.

-Ya lo sé, mi cielo, pero espera un poco, que ahora después mamá te va a dejar que se la metas todo lo que quieras y te la voy a chupar también todo el rato que quieras.

Dicho aquello, mamá sacó el coche del aparcamiento y condujo con bastante rapidez hasta el mejor hotel de la ciudad, uno extremadamente lujoso. Yo iba bastante bien vestido, al igual que mamá, así que no desentonamos en el hotel. Al entrar, mamá pidió una habitación con cama de matrimonio, que le fue dada al momento. La recepcionista puso una cara un poco rara al ver que era yo quien iba con ella, pero seguramente supuso que era un niño enmadrado de esos que duermen con su madre hasta edades avanzadas. Lo cierto es que yo era un niño enmadrado, pero dormir no era precisamente lo que hacía con mi madre.

Cuando llegamos a la quinta planta del hotel, donde estaba la habitación que nos habían dado, mamá le preguntó a una camarera que pasaba por allí si en la habitación había comida, bombones y cosas de esas. La camarera le dijo que sí, que había absolutamente de todo, y los dos nos dirigimos a la habitación sin demorarnos. Cuando abrimos la puerta nos encontramos en un lugar increíblemente lujoso y espacioso. Todo parecía perfecto y de ensueño. La cama era enorme y estaba vestida con edredones rosa. Los cojines que había encima eran corazones rojos y todo en general parecía hecho para recién casados. Había, además, una estantería llena de licores, otra llena de bombones de todas las clases, un televisor digital de pantalla plana, vídeo, películas de estreno en DVD y más cosas que ya no recuerdo. También había un enorme cuarto de baño con una enorme bañera redonda que en realidad era un jacuzzi. Curiosamente, al lado de la cama, había varias cajas de condones de todo tipo (normales, estriados, retardantes, extraestimulantes...).

Sin que se lo esperara, agarré a mamá por los brazos y la tiré sobre la cama. Uno de sus zapatos salió disparado y cayó al otro lado de la cama, mientras que su falda se le subió hasta la mitad de los muslos. Sin poder aguantarme ni un segundo más, sobre todo viendo sus apetitosas piernas con las medias negras que llevaba puestas, metí las manos por debajo de su falda y le bajé las bragas hasta las rodillas. Ella, moviendo las piernas, se las bajó del todo y yo, algo menos rápido, metí la cabeza entre sus muslos sedosos y por primera vez me llegó su aroma de mujer más íntimo directamente. El olor almizcleño era intenso debido a su excitación y, sin duda, me impulsó a hacer lo que hice después, que no fue otra cosa que empezar a lamerle el chocho. Fui despacio al pricipio, poniendo tímidamente la lengua en su raja húmeda, pero luego me envalentoné y comencé a lamérsela de arriba abajo con fruición. El simple hecho de escuchar cómo gemía de placer hubiera sido suficiente razón para comerle el coño, pero el sabor me entusiasmaba, me embriagaba. Estaba tan tremendamente caliente que creía que me iba a correr en los pantalones, pero aquello no sucedió y le seguí comiendo el coño a mamá hasta que ella lo hizo. Apretó con fuerza mi cabeza con sus muslos y gritó de placer mientras mi lengua seguía lamiendo sus jugos.

-¡Métemela, cielo! ¡Métesela a mamá, por favor! -me suplicó.

Dispuesto a obedecer al instante, me bajé los pantalones hasta los tobillos y, sin sacármelos del todo, me puse entre las piernas de mamá. Al momento estaba dentro de su aceitosa vagina, sintiendo de nuevo su calor y su humedad y perdido en la voluptuosidad irracional de una cópula incestuosa. Tenía unas ganas imperiosas de correrme, pero aguanté y aguanté hasta que mamá volvió a correrse, apretando mis nalgas con sus manos para que no me escapara y cerrando también las piernas sobre mi cuerpo. Continué, por supuesto, arremetiendo contra ella con mi sólida erección hasta que, sin poderlo remediar, una especie de descarga eléctrica se apoderó de mí y mi semen empezó a brotar a chorros en el agujero de mamá. Uno tras otro, cada espasmo llenó aún más su vagina hasta que empezó a rezumar un poco de esperma. Yo dejé mi polla allí dentro hasta que se me puso demasiado fláccida para mantenerla y se salió sola. Me senté entonces entre las piernas de mamá, que me miraba mordiéndose el labio inferior de su boca. Yo miraba fijamente su peluda entrepierna, de la que chorreaba un poco de mi esperma. Me pareció tremendamente erótico ver cómo salía mi semen del coño recién follado de mi propia madre.

-Creo que será mejor que nos desnudemos del todo, ¿no? -dijo mamá sentándome sobre la cama-. Si no, vamos a acabar manchando la ropa de tu leche.

Yo sonreí y me quité la camisa y los pantalones del todo. Mamá se quitó el zapato que le quedaba y luego se bajó las medias despacio. Sus pequeños y sexis pies tenían las uñas pintadas de color morado aquella noche. El simple hecho de verlos hizo que se me empezara a empinar de nuevo. Mamá, que sonreía viendo aquello, se quitó la blusa y el sujetador y se quedó allí desnuda mirando mi erección. Sobre la cama sólo estaban sus bragas negras húmedas y una de sus sandalias de tacón. Se acercó a mí e hizo que me sentara al borde de la cama. Luego se puso de rodillas delante de mí y empezó a chupármela con mucho esmero, primero centrándose en el glande y luego poco a poco bajando más y más. Aquello lo valoraba yo mucho, ya que pensaba que había que querer mucho a una persona para ponerse de rodillas ante ella y hacerle una mamada tan lenta y concienzuda. Tanto se esmeró en hacérmela que estuvo una media hora chupándomela. Yo no me corrí, de lo cual ella pareció sorprenderse y alegrarse, porque seguía totalmente empinada.

Sin que me dijera nada, le levanté la cabeza como diciéndole que ya había hecho suficiente por mí e hice que se pusiera de pie. Todo el esplendor de sus tetas y de su vulva negra estaba ante mis ojos. Me levanté también y, rodeándole el cuello, la besé mientras nuestros cuerpos se apretaban. Mi polla rozaba su vello púbico y nuestras lenguas se enroscaban en su boca, calientes y húmedas, sin responder a la llamada de la razón. No tardamos mucho en caer sobre la cama y yo tardé aún menos en decirle a mamá que se pusiera a cuatro patas y en penetrarla desde detrás. Mamá puso el culo bien en pompa para facilitar la penetración y yo me hundí con total facilidad en su coño lleno de pelos. Estaba tan bien lubricado y caliente como siempre y daba el mismo placer de siempre. Quizá fue por aquello, porque todo era como siempre, que mamá me hizo parar un momento.

-Cariño, ¿quieres metérsela a mamá por el culo?

-¿Qué? -le pregunté confuso.

-Digo que si quieres puedes metérmela en el culo. Me gusta que me hagan eso y a ti seguro que te gustará también.

-Entonces, vale -dije.

-Espera, tengo que ponerte un condón y necesitamos algo para lubricarme el culo para que puedas meterla fácilmente.

Mamá se levantó y fue al cuarto de baño un momento. Cuando volvió, traía un bote un poco raro.

-Esto es aceite de almendras. Te voy a untar la colita con esto para que me la metas la primera vez sin condón y se quede bien lubricado mi culito.

Me untó aquel aceite en la polla y luego se puso otra vez en pompa. Empinada como la tenía a más no poder, puse mi glande en la entrada de su culo y empujé con fuerza. No pasó nada, no había forma de meterla. Mamá abrió un poco sus nalgas y se colocó de forma que tuviera mejor acceso a su recto. Yo empujé de nuevo y esta vez sí entró la cabeza de mi polla. Seguí insistiendo y mamá recolocándose hasta que su esfínter cedió y mi rabo entró casi entero en su culo. Mamá dio un grito de dolor y placer mezclados.

-Sácamela ahora, cielo, que te voy a poner un condón -me dijo mamá.

Cogió una caja de condones de la mesilla de noche y sacó uno. Los demás cayeron al suelo. Mamá rasgó el envoltorio y, muy delicadamente, desenrolló la goma a lo largo de mi rabo duro. Cuando estuvo puesto, me dio un breve beso en los labios y me dijo:

-Venga, cariño, métela.

Se puso de nuevo a cuatro patas y con el culo bien hacia arriba y yo puse mi polla cubierta de látex entre sus nalgas y empujé con fuerza. Me costó algo de trabajo, pero acabó entrando y empecé a meterla y sacarla despacio. Mamá gemía en voz baja, quizá por dolor o quizá por placer, o quizá por ambas cosas. La cuestión es que yo no me detuve y fui cada vez más deprisa, hundiéndola hasta el fondo en su culo y luego metiéndola otra vez sin darle tregua. A mamá empezó a gustarle realmente y vi que se frotaba el coño con una mano mientras yo la penetraba. Jadeaba y jadeaba y no dejaba de masturbarse sintiendo mi virilidad en aquel lugar prohibido. Seguramente fue el hecho de que fuera algo tabú lo que hizo que se corriera salvajemente y chillara de placer. Me preocupó un poco, porque alguién podría oírla, pero seguí follándole el culo y haciéndola gemir hasta que se corrió nuevamente. Tal era el desenfreno entre los dos, que yo ya casi no tenía que embestirla, ya que ella misma empujaba con su culo hacia atrás, como si se estuviera clavando en algo inanimado para procurarse placer y no supiera que yo también estaba empujando. Lo cierto es que aquello le funcionaba, porque se corrió cinco veces antes de pedirme que parara, porque no podía más.

-Espera un poco, cielo, que me va a dar algo de tanto gusto -me dijo sudando y tumbándose sobre la cama.

Estaba agotada y no me extrañaba, pero tardó poco en recuperar fuerzas.

-Ahora por el chocho, cariño -me dijo sonriendo y abriéndose de piernas.

Yo no me hice de rogar y empecé a follárselo de inmediato, ya sin condón. Sentir de nuevo la suavidad y el calor de su vagina acercó peligrosamente mi orgasmo y sólo logré darle un orgasmo más a mamá antes de llenarla de nuevo de esperma caliente. Noté, por su expresión, que a ella le encantaba que le echara mi semilla en su agujero. Era como si se enorgulleciera de mi capacidad de fecundar a una mujer después de haberla satisfecho.

-Me has dejado en la gloria, cielito. No sabes lo bien que me haces sentir... -me dijo cuando me tumbé a su lado.

-Tú a mí también, mamá.

Los dos nos besamos durante un largo rato mientras nos acariciábamos mutuamente. La suavidad de su piel tuvo una consecuencia inevitable, y es que se me volvió a empinar la polla. Mamá estaba tan sorprendida que casi gritó del susto.

-Vaya, otra vez quieres, ¿eh? Pues venga, métela y fóllale el coñito a mamá bien -me dijo, dejándome sorprendido con aquel vocabulario que había empleado.​
 
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