Ani

Cornudillo

Virgen
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ANI

Ariadna se echó hacia atrás con un suspiro, dejando que la larga melena castaña cayese sobre el respaldo de la silla. En la pantalla del ordenador podía verse el enésimo mensaje del enésimo mendrugo (que se firmaba Poyamadrid19) convencido de que a las mujeres se las conquista enviándoles una fotografía en primer plano de la polla bien tiesa y un texto parecido a:

Hola xica q tal stas? T mando una foto de mi poya tiesa, me la acabo de hacer porque me stoy haciendo una paja. Tengo muxas ganas d q me la xupes y de darte kaña en el xoxito! Ahora mismo no tengo sitio pero tengo coche. mi msn es [email protected] o sino yamame al 555 44 21.

Ariadna trató de fantasear un momento con la posibilidad de quedar con aquel chico (cuya polla, a juzgar por la fotografía, era enorme, aunque la inclusión en el encuadre de unos dedos bastos y con las uñas no precisamente limpias le cortaba bastante el rollo) tratando de imaginarse el asunto desde la vertiente chica-de-buena-familia-se-folla-a-albañil-semental y comenzó a acariciarse suavemente el coñito metiendo la mano dentro de las braguitas que llevaba por toda indumentaria, separándose los labios y jugueteando con el clítoris, pero a los pocos segundos lo dejó estar, desilusionada y no poco hastiada. Desde que se había dado de alta en la página de contactos (todavía no sabía muy bien por qué) no había dejado de recibir mensajes de ese estilo, y también (aunque muchos menos) mensajes pretendidamente poéticos y soñadores, a decir verdad demasiado poéticos, dulzones y soñadores, llenos de apelaciones a la luna llena y el brillar de las estrellas, detrás de los cuales adivinaba a masturbadores compulsivos de dieciocho años, con acné y con gafitas, que seguramente se conformaban con recibir la fotografía de unas tetas o con una conversación por messenger. Ariadna tuvo por un momento la convicción íntima de que la parte masculina de la humanidad estaba compuesta por macarras de uñas negras y por adolescentes palilleros llenos de granos y aquello bastó para cortarle el poco rollo que pudiera quedarle.
Se inclinó sobre la mesa y alargó la mano para pulsar el interruptor del PC. Justo en ese momento una pequeña ventana popup le avisó de la llegada de un nuevo correo electrónico a su bandeja de entrada. En condiciones normales, seguramente habría cerrado el PC de todas formas, pero el nombre del remitente le hizo detenerse en seco. Por lo común, los correos venían firmados con nombres como Rompexoxos o Semental_78, o incluso Poeta_Majadahonda o Tu_amante_secreto, pero en aquella ocasión el nombre del remitente era Ani, sencillamente Ani. Ariadna meditó un momento: ¿Ani de, tal vez, Animal_follador o Ani, sólo Ani, Ani de Ana, es decir, una chica? Ariadna empuñó el ratón, situó el puntero sobre el nombre e hizo clic.

Hola, soy Ani y he leído tu perfil, donde dices que también te gustan las chicas. ¡Por cierto, qué chula la foto! A mí me pasa lo mismo, siempre he estado con chicos y soy heterosexual, pero de un tiempo a esta parte me muero por probar lo que se siente al acostarse con otra chica. ¿Te gustaría que quedásemos a tomar algo para conocernos? No sé, igual no hacemos nada después, pero…Bueno, tú me dirás.
Un beso.
Ani.

Ariadna leyó y releyó el sucinto mensaje, pensativa. Casi había olvidado que en el texto del perfil de su ficha de la página de contactos había escrito que buscaba una mujer, porque todos los mensajes que había recibido hasta el momento eran de hombres, generalmente del estilo del que le había enviado el amigo Poyamadrid19. Se conectó a la página de contactos y releyó su propio perfil:

Busco chica o chico, soy hetero aunque desde hace años me atraen mucho las mujeres…

Brujuleó un rato por la web en busca del perfil de Ani. Después de una breve búsqueda encontró un perfil que bien podía ser el de su misteriosa pretendiente: Ani-20. Bastante excitada, Ariadna abrió la ficha y lo primero que hizo fue echar un vistazo a la fotografía del perfil: en ella aparecía una chica de pie en lo que parecía un jardín con una piscina al fondo, en una toma de cuerpo entero, vestida con una camiseta ajustada y un short, con la cara, como era obligatorio en aquella página, difuminada para que no fuera fácilmente reconocible. Sin embargo podía apreciarse que tenía muy buena figura, con unas piernas largas y maravillosamente torneadas, unas tetitas de apariencia muy apetitosa que resaltaban, redondas y tersas, por debajo de la camiseta, y una larga melena rubia y lacia. Ariadna entrecerró los ojos un momento y empezó a acariciarse el clítoris muy despacito, tratando de imaginarse aquella cabecita de cabellos rubios entre sus piernas, metiéndole una lengua hábil y fina en la rajita. Ariadna se levantó un momento, corrió al cajón donde guardaba el vibrador y volvió frente a la pantalla del PC. Muy lentamente se fue introduciendo el juguete, sintiendo la vibración en la forma de una corriente eléctrica que le nacía en el fondo del coño, le subía por la espalda y le estallaba en la cabeza. Con la mano libre agarró el ratón, pulsó la barra de scroll y leyó el resto del perfil de Ani: según lo que ponía en él, tenía sólo 20 años, vivía en Madrid (como Ariadna) y en su texto de presentación decía lo siguiente:

¡Hola, soy Ani! Soy una chica normal y corriente, un poco aburrida de hacer siempre lo mismo y con muchas ganas de experimentar sensaciones nuevas. Por eso estoy buscando a otra chica con la que poder tener una buena amistad y, si las dos queremos, algo más. Tampoco me importaría conocer a una pareja simpática donde la chica sea bi para probar a hacer un trío. En cualquiera de los dos casos sería mi primera vez así que, por favor, ¡tened paciencia conmigo! Bueno, os dejo, ¡un besito y gracias por entrar a ver mi perfil!

Ariadna alcanzó el orgasmo la tercera vez que leyó la frase “para probar a hacer un trío”, imaginándose a Ani y a sí misma montándose un trío glorioso con un hombre alto, musculoso, de manos fuertes y al mismo tiempo suaves y polla larga y dura. Cuando las últimas sacudidas de la corrida, que había sido la más intensa que había tenido desde hacía mucho tiempo, fueron disipándose, Ariadna fue al baño a lavarse (porque, de la excitación que le había provocado la fantasía de Ani y el desconocido se había empapado literalmente en su propia cremita) y después volvió a sentarse frente al ordenador y escribió esta respuesta al correo de Ani:

¡Hola Ani! Muchas gracias por tu correo. La verdad es que me apetece mucho que quedemos y que nos conozcamos. Yo estoy como tú: todavía no he estado nunca con una chica en la cama, pero me muero de ganas, y tampoco me importaría hacer un trío alguna vez. Mi msn es a***, ¿por qué no me añades y hablamos para quedar?
Un beso,
Ariadna.

Ariadna pasó el resto de la tarde nerviosa perdida, esperando la contestación de Ani. Dejó el ordenador conectado y subió el volumen de los altavoces al máximo para escuchar desde cualquier parte de la casa el aviso de su bandeja de entrada tan pronto como le llegase el correo de su nueva amiga; sin embargo, al cabo de media hora optó por bajar el volumen de nuevo porque cada cinco minutos le llegaba un correo procedente de su habitual legión de pretendientes, sus Macho_Karabanchel y sus Chico_Romántico de costumbre, y cada vez que escuchaba la campanita de aviso experimentaba, primero, la excitación esperanzada y, después, la decepción de comprobar que tampoco que en aquella ocasión era el correo de Ani lo que le había llegado.
Transcurrieron varias horas. Después de trabajar un rato corrigiendo unos textos que se había llevado a casa, Ariadna se había enfrascado en la lectura de una novela mientras escuchaba algunos CD’s y casi había olvidado a Ani y su correo que no llegaba. Miró por la ventana: ya era noche cerrada. Por la mañana había recibido varias llamadas de amigos para salir a tomar algo, pero Ariadna se sintió de repente invadida por la pereza y pensó que mejor sería prepararse algo para cenar y marcharse pronto a la cama. Se levantó, estirando los brazos y bostezando, y se encaminó a la cocina pero, antes, echó una ojeada al PC sin muchas esperanzas de encontrar nada interesante porque bien es sabido que a la euforia suele seguir el pesimismo. Sin embargo, barajado con otros seis u ocho, encontró no uno, sino dos correos de Ani esperándola en la bandeja de entrada. Abrió el primero sintiendo cómo el pulso le temblaba ligeramente al coger el ratón.

¡Hola Ariadna! Muchas gracias por responder a mi correo, no estaba segura de que me contestarías. ¡Me alegro mucho que lo hayas hecho y, además, tan rápido!
Me parece muy buena idea charlar por Messenger. Te acabo de añadir. Cuando aceptes la invitación hablamos.
Un beso
Ani.

Ariadna corrió a abrir el segundo correo que, efectivamente, era la invitación para charlar con Ani por Messenger. Miró el timestamp del correo: las 10:29 y después al reloj de Windows: las 10:34. Si aceptaba en seguida, seguro que todavía encontraba a Ani conectada. Aceptó a toda prisa y, al instante, el pequeño popup con el promisorio mensaje, “Ani acaba de iniciar sesión”, apareció en el ángulo de su pantalla.

* * *​


Ariadna miraba su bien surtido armario con cierta perplejidad. No sabía qué ponerse. Sabía de sobra, como cualquier mujer, cómo ponerse sexy para encandilar a un acompañante masculino pero ¿cómo se encandila a una mujer? Había estado charlando con Ani apenas diez minutos, los suficientes para darse cuenta de que era una chica encantadora y para quedar con ella aquella misma noche, a las 12, en la Terraza de Torre Europa. Ani no tenía cámara web, pero Ariadna pudo ver, por la foto que tenía puesta en el Messenger, que era una auténtica preciosidad de aire vagamente nórdico, ojos azules y sonrisa de anuncio.
Por fin, Ariadna decidió que se pondría sexy para sí misma y escogió una camiseta negra y ajustada y unos pantalones pijama igualmente negros que remató con unas sandalias sin tacón y adornos de pedrería que le daban un look piscina chic muy favorecedor. Vaciló, con él en la mano, si ponerse sujetador o no; finalmente decidió ponérselo porque, aunque realmente no lo necesitaba, tenía miedo de que sus sensibles pezones, al marcársele a través de la fina tela de la camiseta, le dieran un aspecto excesivamente provocativo.
Salió corriendo de casa, con el tiempo justo, y se subió al único taxi que esperaba en la parada más cercana a su casa. A la luz tenue de las farolas que entraba por las ventanillas del taxi se miró un momento en el espejito de la polvera: apenas un poco de sombra de ojos y los labios rojo brillante; se dio a sí misma un sobresaliente. El taxista, que casi provoca tres accidentes por mirarla a través del retrovisor, al parecer, también.
El reloj en forma de enorme ataúd negro de la fachada de la Torre Europa daba las 12 en punto cuando Ariadna se bajaba del taxi. Cruzó la Castellana, por la que bajaba una auténtica riada de personas ataviadas con camisetas y bufandas del Real Madrid porque, al parecer, acababa de disputarse un partido en el Santiago Bernabéu. Sin prestarles atención, Ariadna se adentró lentamente entre las mesas altas de la terraza que se extendía a los pies de la Torre, mirando a un lado y a otro.
— ¿Ariadna?
Ariadna se giró en redondo. Vista de cerca y en persona, Ani le pareció mucho más guapa que en la fotografía del Messenger. Era casi tan alta como ella; llevaba la larga melena rubia y lisa suelta y vestía un corpiño blanco que le dejaba el ombligo al aire y una falda larga, también blanca, de estilo ibicenco, con unas alpargatas. Tenía un aire hippie que a Ariadna le pareció muy agradable. De un simple vistazo, Ariadna se percató de que su amiga había sido más audaz que ella porque, como la fina tela del corpiño se encargaba de delatar muy por las claras, no se había puesto sujetador, pese a lo cual sus tetas lucían turgentes y altivas, con pequeños pezones redondos y duros. La falda, de cintura muy baja según la última moda, dejaba asomar un tanga blanco finísimo. Ariadna experimentó una sensación vaga en el bajo vientre.
— ¿Ani? —, respondió.
Ambas se quedaron indecisas un instante y luego, riéndose con algún nerviosismo, se dieron dos besos.
Se sentaron en dos altos taburetes en una de las mesas de la terraza, pidieron un par de copas y, rápidamente, después de cortar el hielo con un par de comentarios corteses, entablaron una animada conversación. Ani era, en realidad, medio sueca porque su padre, Director General para España de una gran empresa de aquel país, se había establecido en Madrid muchos años atrás y se había casado con una española. Al hablar, Ani tenía un suave acento extranjero mezclado con una voz ligeramente nasal, de pija, que lejos de resultar desagradables le parecieron a Ariadna absolutamente cautivadores.
Si Ariadna había tenido muchas veces fantasías sexuales en las que follaba con mujeres imaginarias, se dio cuenta de que aquella era la primera vez en que se estaba excitando sexualmente en presencia de una mujer real y concreta, de carne y hueso. Y lo cierto es que se estaba excitando de verdad: sentía cómo el flujo empezaba a empapar su coñito y cómo la sensación vaga se transformaba en un estremecimiento de genuino placer. Siguiendo un impulso repentino y totalmente irrefrenable, Ariadna alargó una mano y le retiró a Ani de la cara un mechón rebelde de su larga melena rubia, acariciándola suavemente la mejilla, y le dijo:
— Ani, eres realmente preciosa, preciosa. Me muero de ganas de verte desnuda, de acariciarte, de besarte, de… oh, Dios mío. De hacerte mil perrerías, de lamerte de arriba abajo, de echarte un polvo.
Ani sonrió e, inclinándose levemente, le plantó a Ariadna un largo y húmedo beso en los labios, entrelazando su lengua con la de ella y causándole una especie de descarga eléctrica por todo el cuerpo hasta el punto que a Ariadna le pareció que, si no estaba teniendo un orgasmo en aquel momento, es que no había tenido nunca ninguno. La boca de Ani sabía al ginlemmon que se estaba tomando, pero también a menta, a excitación animal, sabía a sexo.
— ¿Has traído coche? —, le preguntó después de separar sus labios de los Ariadna. Ariadna negó con la cabeza.
— He venido en taxi.
— No importa, yo sí he traído el mío. ¿Te apetece que vayamos a mi casa? Mis padres están en Estocolmo y mi hermano Anders ha salido con sus amigos y nunca vuelve antes de las ocho o las nueve de la mañana. Tenemos una piscina, podríamos bañarnos. A mí me encanta bañarme de noche. Te puedo dejar un bikini si quieres.
— A mí me parece que no vamos a necesitar bikini —, respondió Ariadna agarrando el bolso.
Ani tenía el coche aparcado en el aparcamiento del Moda Shopping. Cuando ambas estuvieron sentadas dentro, Ani se abalanzó sobre Ariadna y volvió a morrearla con mayor intensidad incluso que en la terraza. Ariadna respondió al beso con ansiedad y al mismo tiempo acarició las tetas de Ani, duras como piedras, y fue bajando la mano poco a poco, metiéndola por debajo de la cintura elástica de la falda, acariciando el coñito de su amiga, primero por encima del breve triángulo de tela del tanga y, después, por debajo. Ariadna se sintió desfallecer al acariciar por primera vez aquella rajita suave, palpitante y empapada, en cuyo extremo superior sobresalía un clítoris muy excitado. Al mismo tiempo sintió cómo Ani tampoco perdía el tiempo y había ahuecado la cinturilla de su pantalón para poder acariciarle también su anhelante chochito. Ariadna sintió cómo los dedos de Ani iban penetrando suavemente dentro de su cuerpo y se sintió cerca del orgasmo. Ani movía los dedos con suavidad, con inteligencia, como sólo una mujer sabe hacerle a otra mujer y, mientras, gemía y suspiraba fuertemente al sentir también los dedos de Ariadna penetrando en su propio coñito.
Si el coche de Ani hubiera sido un coche normal de cuatro plazas, probablemente habrían echado el polvo completo allí mismo, en el aparcamiento, en la discreción del asiento trasero. Pero era un pequeño descapotable de dos plazas y una de las escasas bombillas del interior del aparcamiento proyectaba una luz cruda sobre el parabrisas que no sólo resultaba muy molesta sino que las exponía a la vista de cualquiera que pasase por delante, empezando por el empleado cincuentón del parking que, dándole muchas gracias a Dios por la potra que estaba teniendo, pegaba la nariz al cristal de su cabina, situada apenas a diez o doce metros del coche, como un niño en el escaparate de una pastelería.
Ani sacó la mano de debajo del pantalón de Ariadna y gritó nerviosamente:
— ¡Vamos, vamos!
— ¡Vamos, vamos! —, le coreó Ariadna.
Ani condujo diestra y rápidamente Castellana arriba, enfiló la carretera de Burgos y tomó el desvío hacia la Moraleja. Mientras tanto, para provocarla, Ariadna se bajó ligeramente el elástico del pantalón y se acarició el clítoris suavemente de forma que Ani pudiera verlo de reojo mientras conducía.
En menos de diez minutos estuvieron frente a la casa de Ani. Era un chalet bastante grande situado en el extremo de una calle tranquila y solitaria. Ani introdujo con un tintineo la llave en la cerradura de la verja de fuera; en alguna parte ladró un perro.
— No tengas miedo —, dijo Ani —. Es Åke. Está atado y, además, no hace nada.
Ani guió a Ariadna, tomándola de la mano, por un senderillo empedrado hasta la puerta principal de la casa. Un poco más allá, Ariadna vio la piscina de la que Ani le había hablado.
— Espera Ani —, dijo Ariadna tirando de la mano de su amiga y señalando la piscina con la otra mano —. ¿No decías que te apetecía darte un baño?
Ariadna se dirigió hasta el borde de la piscina y, con movimientos calculadamente lentos, se desnudó, arrojando la ropa a un lado. La parcela de la casa era lo bastante grande como para que no hubiera ventanas de vecinos desde las que pudiera verse la piscina. Ani pudo admirar a la luz de la luna llena el cuerpo sinuoso y perfecto de Ariadna. Corrió junto a ella, se quitó el corpiño, la falda y el tanga en un segundo y quedó también desnuda a su lado.
— ¿Sabes nadar? — le preguntó.
— Pues claro.
Entonces, con una carcajada, Ani le dio un empujón y la arrojó al agua.
Estuvieron un rato jugando en el agua como dos chiquillas, salpicando y persiguiéndose. Por fin, Ariadna ascendió por la escalerilla, se sentó en el borde de la piscina con los pies en el agua y le dijo a Ani:
— Ani, mi amor, cómeme el coño que ya no aguanto más las ganas…
Ani se acercó nadando hasta ella. Con aquella melena rubia, aquellas tetas redondas de pezones agudos y aquellos movimientos sinuosos, a Ariadna le pareció una sirena. Ariadna separó mucho las piernas y echó la cabeza hacia atrás cerrando los ojos. Ani apoyó los brazos en el borde de la piscina, colocó la cabeza entre las piernas de su amiga y comenzó a lamerle la rajita despacio, con lametones largos que recorrían los labios menores, hinchados y húmedos de agua y de flujo, deteniéndose en el clítoris, haciendo círculos a su alrededor. Ariadna no sabía si aquello que sentía era una especie de orgasmo permanente aunque, cuando Ani empezó a acompañar los lametones a su excitado botoncito con un dedo juguetón entrando y saliendo de su coño, supo que aún no había llegado hasta los límites de todo el placer que podía sentir.
Ani salió de la piscina izándose a pulso sobre el borde y le dijo a Ariadna:
— Ven.
La condujo hasta una de las hamacas alineadas al borde de la piscina y la hizo tumbarse en ella. Después de darle un largo beso en los labios, le dijo:
— No te vayas. Vuelvo en seguida.
— ¿Dónde vas?
— Por los consoladores. Ahora vengo.
Ariadna la vio doblar la esquina de la casa y sintió un nuevo estremecimiento de placer al ver aquel cuerpo de Diosa, mojado y brillante a la luz de la luna, aquel culo perfectamente redondo como una manzana. Cerró los ojos y comenzó a acariciarse el coño muy despacio para no perder ni un ápice de la excitación que sentía. Al cabo de un minuto escucho un ruido a su lado y abrió los ojos de nuevo. Cuál no sería su sorpresa al ver que no se trataba de Ani que hubiera vuelto de su excursión en el interior de la casa, sino que a su lado había un hombre. Un hombre muy alto, rubio, vestido con unos vaqueros desgastados, una camiseta gris y unas deportivas que la miraba con toda la cara de asombro que se pueda llegar a poner. Ariadna saltó de la hamaca como si la hubieran pinchado y trató de taparse lo más posible con las manos.
— ¡Pero quién eres tú!
— No, perdona, más bien ¿quién eres tú? No sé si te has dado cuenta pero estás en mi casa…
— ¿En tu casa? —, respondió Ariadna sin entender. Nerviosamente volvió el rostro hacia la casa y gritó —: ¡Ani, Ani!
Ani volvía en ese momento, corriendo alarmada por los gritos de Ariadna, desnuda tal como se había ido y con un consolador en cada mano.
— ¿Qué pasa…? —, iba diciendo pero, al ver al hombre, que seguía parado frente a Ariadna mirándola de hito en hito, exclamó —: ¡Tú! Pero ¿qué demonios haces aquí a estas horas, si no son ni las tres y media? — Ani miró a Ariadna con gesto de fastidio, pero sin mostrar el más mínimo signo de preocupación ni tratar de ocultar su desnudez en absoluto —. Ariadna, este es Anders, el gilipollas de mi hermano.
Ariadna se sintió absolutamente ridícula, desnuda y tratando infructuosamente de cubrir tanta anatomía con unas manos tan pequeñas. Fijándose mejor, comprobó que, efectivamente, el chico era como si alguien hubiera cogido a Ani, la hubiera estirado un palmo y la hubiera cortado el pelo a cepillo. Anders, con una sonrisa pícara y sin dejar de mirar a Ariadna de arriba abajo, dijo.
—Encantado de conocerte, Ariadna— Y le tendió una mano que ella, evidentemente, no aceptó. Luego se volvió a Ani y le preguntó en tono burlón— Yo creí que salías con el payaso ese de ¿cómo se llama? de Gustav. No me digas que ahora te has vuelto bollo.
— Me he vuelto lo que me da la gana. Y ahora, si no te importa, déjanos a solas.
Anders recorrió con la mirada a Ariadna una vez más y le dijo con mucho retintín:
— Adiós, Gustav, digo Ariadna.
Y, dando media vuelta, se alejó hacia la casa canturreando burlonamente la canción de Cindy Lauper, Girls just wanna have fun.
Ani se sentó en la hamaca frente a Ariadna que, cohibida, todavía permanecía en pie, tapándose el pecho con una mano y el pubis con la otra. Ani le hizo una seña para que se sentara.
— No sé si sería mejor que me fuera —, dijo Ariadna en voz baja.
— ¿Ahora que viene lo mejor? — Ani le enseñó a Ariadna los consoladores que había traído y los movió juguetonamente —. Yo, como no me corra por lo menos seis veces esta noche, voy a reventar. Me has puesto más caliente que en toda mi vida.
— Pero tu hermano…
— No hagas caso de mi hermano. Seguramente habrá venido a recoger algo y se volverá a marchar. O igual se va a dormir. Que haga lo que le de la gana. Tú y yo a lo nuestro.
— ¿No te da vergüenza que te haya pillado conmigo ni que te vea desnuda? ¿No te preocupa que se lo vaya a contar a tus padres?
— ¿Vergüenza? Anders tiene dos años más que yo y se ha pasado los últimos seis, desde que me salieron las tetas, haciéndose pajas a mi costa, espiándome en la ducha, en el dormitorio, en la piscina, en todas partes. No ha visto nada que no haya visto ya. Y en cuanto a mis padres, también yo podría contarles a ellos cuando le pillé a él con Teresa D’Urville en el sofá de casa mientras ella le hacía una mamada, y esa es sólo una de las pilladas que podría contarles, porque es medio idiota y siempre le pillo. Venga, Ariadna, nosotras a lo nuestro.
Se acercó a Ariadna, la tomó de la mano, la obligó a sentarse a su lado y la besó con delicadeza, pero apasionadamente. Ariadna respondió al beso sintiendo la lengua de su amiga sobre la suya, sintiendo la presión de su cuerpo sobre el suyo, los pezones duros, que el frío del agua al evaporarse ponía incluso más tiesos, clavándosele en la piel. El coño, que se le había contraído un poco por efecto del susto, volvió a relajarse, a dilatarse, a segregar flujo ansiosamente. Ani empujó suavemente a Ariadna de los hombros, obligándola a tumbarse en la hamaca y, dándose ella la vuelta, le colocó una rodilla a cada lado de la cara, dejando que su propia cabeza cayese a la altura del coño de Ariadna. Ariadna agarró uno de los vibradores que Ani había dejado en el borde de la hamaca y lo puso en marcha. Con una mano empezó a frotar la punta del vibrador contra los labios del coño de Ani, que estaban otra vez empapados de su flujo, ascendiendo por el perineo y haciendo círculos alrededor del apretado culito de su amiga, que jadeaba con fuerza; mientras tanto, Ariadna le trabajaba el clítoris con la lengua, sintiendo cómo Ani le hacía exactamente lo mismo a ella, metiendo la punta del grueso vibrador entre sus dilatados labios vaginales y, mientras tanto, dándole golpecitos en el clítoris con la punta de la lengua. Ariadna sintió cómo en seguida se colocaba otra vez en aquel estado de semi orgasmo permanente, muerta de excitación.
Después de permanecer en aquella postura un buen rato, Ani se dio la vuelta y, luego de besar a Ariadna con un beso que le permitió a Ariadna saborear sus propios jugos, cogió otro de los consoladores que había traído, del doble de largo y con ambos extremos redondeados. Le metió a Ariadna uno de los extremos e inmediatamente se ensartó ella misma el otro en el coño, y empezó a mover las caderas con un vaivén al que Ariadna respondió moviéndose también con ganas, notando cómo la punta redonda del juguete se le clavaba en lo más hondo del coño.
— ¡Así! —, susurraba Ani entre jadeos —. ¡Así! ¡Fóllame, Ariadna, fóllame con todas tus fuerzas!
Ariadna incrementó la fuerza de sus empujones, sabiendo que le estaba produciendo a Ani exactamente la misma sensación que ella misma experimentaba en el estrecho potorro. Ani prorrumpió en una serie de gemidos y gritos entrecortados que apenas podía sofocar y que le indicaron a Ariadna que se estaba corriendo; al escucharlos, la propia Ariadna sintió ascender la familiar sensación desde el vientre, difundirse por cada uno de sus nervios, salir por cada uno de sus poros hasta finalmente estallar en su cerebro, haciéndole casi perder el sentido.
Ambas se desplomaron agotadas sobre la hamaca, una junto a la otra. Ani pasaba la mano mecánicamente por las tetas de Ariadna en una caricia casi inconsciente. En aquel momento, Ariadna, que dejaba vagar la vista desmayadamente por el jardín que la rodeaba y por la fachada de la casa que tenía enfrente, se espabiló de pronto.
— Ani —, le dijo a su amante —, creo que tu hermano se está poniendo las botas a nuestra costa…
En efecto, en una de las ventanas de la casa se delineaba la silueta de Anders que parecía haber estado espiando el polvazo que acababan de echar las dos chicas. Ani se levantó de un salto y se dirigió a la ventana murmurando “este chico es bobo”.
— Vamos a ver, hijo mío —, le dijo golpeando el vidrio de la ventana con los nudillos —. O te unes a la fiesta o nos dejas en paz, porque con un centinela no hay quien folle en condiciones.
Ariadna rompió a reír, sin salir de su asombro.
— ¿Unirse a la fiesta? ¡Pero si es tu hermano!
— Está bien, está bien. Es mi hermano, pero también es un tío, ¿no? Además, estoy demasiado caliente como para fijarme en esas tonterías y tengo muchas ganas de montarme un trío en este momento.
Anders, que ya estaba desnudo porque había estado pajeándose contemplando el espectáculo que le habían brindado las dos chicas momentos antes, saltó por la ventana y se acercó a la hamaca donde Ariadna, libre ya de cualquier género de dudas, miraba golosamente el pollón que el hermano de Ani lucía entre las piernas. Tenía el capullo impregnado de semen porque, al parecer, se acababa de correr mientras se pajeaba mirándolas, y Ariadna, ni corta ni perezosa, se metió aquel trozo de carne en la boca y saboreó el jugo picante y salado, lo que provocó que volviera a excitarse como una verdadera perra y que la polla de Anders se pusiera otra vez como una barra de hierro entre sus labios.
Mientras se la chupaba a Anders, Ani volvió a arrodillarse delante de ella y comenzó a comerla el chochito una vez más. Anders, al parecer, no se iba a conformar con una mamada, porque en seguida cogió a Ariadna por los hombros, la obligó a girarse y le ensartó la polla en el coño. Ani cambió también de posición, colocándose, abierta de piernas, al alcance de la boca de Ariadna, que comenzó a chupar con ansia aquel potorrito húmedo. Ariadna se sintió desbordada por la sensación de tener un rabo ensartado en el coño y, al mismo tiempo, un jugoso chochito en la boca, y aquello le hizo experimentar un nuevo orgasmo, incluso más intenso que el anterior.
— ¡Dame polla, dámela toda! — gritaba, sintiendo las embestidas de Anders y el orgasmo crecer en su interior. Al mismo tiempo, Ani también obtenía su premio gracias a la comida de coño que Ariadna le estaba propinando.
Aún follaron entre los tres, intercambiando las posturas, durante buena parte de la noche. Ariadna creyó que se moría de placer al ver cómo Ani, perdiendo cualquier asomo de vergüenza, se metía la polla de su propio hermano en la boca y comenzaba a chupársela con ganas, y aún mucho más cuando Anders atacó con fuerza el coño de su hermana, follándosela sin contemplaciones.
— ¡Joder qué pedazo de pollón tenías ahí escondido, hermanito! Si lo llego a saber me habría hecho bastantes menos pajas todos estos años.
Por fin, Anders, con un largo gemido, estalló en una prolongada corrida que las dos chicas se disputaron, abriendo bien las bocas y lamiendo al unísono el rabo del chico que, agotado, cayó sobre la hamaca entre las dos mientras ellas se unían en un apasionado beso en el que mezclaron la leche que acababan de recibir con sus propios jugos vaginales, en el éxtasis de la noche de sexo más increíble que pudieran haber imaginado en sus más locos sueños.
* * *​


Ani conducía en silencio, camino de casa de Ariadna que, en el asiento de al lado, miraba distraídamente el amanecer sobre el familiar skyline de Madrid mientras sentía la fresca brisa desordenándole los cabellos.
— ¿Es aquí?
— Ya estamos.
Ariadna se acercó a Ani y ambas se besaron larga y apasionadamente.
— Gracias por traerme.
— Gracias a ti por esta noche maravillosa. Tenemos que repetir, ¿eh?
— Cuanto antes mejor. Pero yo no tengo hermano que aportar…
— No importa —. Ani sonrió e hizo un gesto a Ariadna, que ya se había bajado del coche y esperaba de pie en la acera —. Yo creo que con el mío tenemos de sobra para las dos, al menos de momento. ¡Quien me lo iba a decir!


FIN​
 

epale62

Virgen
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Original. Mejor si narrabas mas del trio. Pero muy buen relato Gracias
 
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