Amorosa Madre

heranlu

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Ago 31, 2007
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Había tenido algunas “citas”, aunque, en realidad, no lo habían sido. Al menos, no de acuerdo a lo que un adolescente con un caos de hormonas en su interior espera, claro. Nada serio. De las tres chicas con las que había salido, nunca recibí más que unos cuantos besos, excepto tal vez algún que otro toqueteo ocasional muy breve. Ahora, durante mi penúltimo año de la escuela, estaba saliendo con una chica de mi clase llamada Rebeca, ¡y esperaba recibir algo más que un simple beso!

La noche en que mi mayor problema comenzó a solucionarse, tenía una cita con ella, justamente.

Después de peinarme y echarme desodorante, me miré desnudo frente al espejo de cuerpo entero de mi habitación. Era un joven de cabello oscuro bastante alto, de casi un metro ochenta. Gracias al ejercicio que venía haciendo desde hacía un año y medio, tenía una buena constitución atlética, un torso esculpido y extremidades fuertes. Por supuesto, estando desnudo, nada de eso importaba mucho. Lo que siempre desviaba la atención de mi cuerpo era mi verga que, sin querer presumir, era bastante grande. Incluso flácida, colgaba entre mis piernas alcanzando una longitud de casi dieciocho centímetros. Y cuando estaba erecta, ¡llegaba a medir veintitrés! Cuando me pajeaba, podía usar las dos manos, ¡y hasta todavía sobraban centímetros! ¡Mis manos no alcanzaban a cubrir todo el largo! A las mujeres supuestamente les gustaban los miembros grandes, así que pensé que no permanecería virgen por mucho más tiempo. Pensaba que tal vez perdería al fin mi virginidad esa noche.

Me puse un par de pantalones de jean azules y una camisa negra, junto con unas zapatillas blancas, y me eché un poco de perfume en el cuello. Bajé las escaleras.

Era hijo único y vivía con mi madre divorciada. Era una mujer feminista muy abierta de mente y liberal que no sentía la necesidad de soslayar la idea del sexo. Me había hablado de los “hechos de la vida” incluso antes de que alcanzara la pubertad. Sin ir más lejos, solía darme condones todos los meses.

–Te ves muy lindo, Javier –dijo mamá, que estaba sentada en la sala de estar leyendo un libro con la televisión encendida de fondo.

–Gracias mamita –le respondí. Podría haber dicho lo mismo sobre ella, a pesar de que sólo vestía un pantalón gris deportivo bien ajustado y una camiseta rosa.

Mi mamá tenía cuarenta años y trabajaba como doctora en un hospital cercano. Tenía cabello oscuro bien largo y una cara muy bonita; grandes ojos color miel y un gesto dulce que nunca abandonaba su cara. Era alta y delgada, y yo la espiaba a menudo tomando sol y me había dado cuenta de que estaba en muy buena forma. Se parecía muchísimo a una actriz con la que me encantaba masturbarme: Mindi Mink.

–Llevas esos condones que te di, ¿no es así? –preguntó mamá.

–Claro –le dije–, están en mi bolsillo.

–Buen chico. ¡No quiero ser abuela todavía! Bueno, diviértete Javier. Cuídate.

–Está bien mamá. Adiós.

–Te veo más tarde cariño.

Le di un beso en la mejilla y salí de casa para adentrarme en la calurosa noche de primavera.
**
Eran pasadas las doce cuando regresé a casa, entrando en silencio por si mamá ya estaba durmiendo. Sin embargo, mamá todavía estaba en la sala de estar. Evidentemente, se había duchado, ya que tenía el cabello húmedo y sólo vestía su larga bata negra.

–Hola mamá –dije cuando entré.

–Hola mi vida –dijo mi madre, levantando la vista de su libro–. ¿Te lo pasaste bien?

–Más o menos –dije, encogiéndome de hombros, sentándome a su lado en el sofá–. Sí, supongo que sí.

–No pareces muy seguro cariño. ¿Qué pasó?

–Nah, estoy bien –mentí, como un típico adolescente.

–Vamos, mi cielo, ¿qué pasa? Puedes decírselo a tu mamá. ¿Las cosas no anduvieron bien?

–Sí, funcionaron… Pero me siento un poco rechazado. Quiero decir, sigo saliendo con Rebeca, de hecho, saldré con ella el próximo fin de semana, pero...

–¿Pero qué? –quiso saber mamá.

–Bueno –comencé–, fuimos a su casa después del cine. Sus padres no estaban y, ya sabes... Pusimos manos a la obra en su dormitorio. ¿Entiendes?

–Lo sé.

–Bueno, ella no quiso acostarse conmigo. Básicamente, dijo que no podía.

–Tal vez ella no estaba lista para acostarse contigo. No todas las chicas lo están a su edad. Y ella es un año menor que tú, ten eso en cuenta.

–Sí, pero no fue eso. Ella estaba preparada para hacerlo, fue que... Cuando me desnudé dijo, ejem... Ya sabes. Eh…

–Vamos, hijo, no te avergüences.

–Bueno, ella dijo que yo era demasiado grande –admití, sintiéndome feliz de haber podido escupirlo por fin–. Rebeca dijo que no creía que pudiera tener sexo con ella. Como te dije, no es el fin del mundo.

–¿Ella pensó que tu pito es demasiado grande? –Mamá sonrió, incitándome a sonreír un poco.

–Sí –me encogí de hombros–. Pareciera que estoy presumiendo como un estúpido o algo así, ¿no? Pero eso es lo que ella dijo.

–Oh, bueno, no creo que debas preocuparte. ¡Ningún hombre ha sido nunca demasiado grande para una mujer! A ver, déjame echarle un vistazo.

–¿Eh?

–¡Que me dejes verlo! No soy solo tu mamá, también soy doctora. He visto un montón de partes masculinas. Y la tuya también, recuerda.

–Aunque no desde que tenía ocho o nueve años.

–¡Bueno, levántate de todos modos!

Así lo hice, poniéndome de pie lentamente mientras mi mamá se ponía sus anteojos y se sentaba, asumiendo su actitud de profesional de la medicina. Puede que fuera una madre bastante relajada y liberal, ¡pero mostrarle mi verga no era algo que hiciera habitualmente! Me desabroché los jeans y los dejé caer hasta mis rodillas.

–Ropa interior también –me instó mamá, y deslicé mis calzoncillos hacia abajo, quedando mi pene flácido ahora a la vista.

–¿Cuál es el diagnóstico, doctora? –pregunté con una sonrisa nerviosa, tratando de inyectar humor a una situación que me resultaba bastante extraña.

–Es grande... –dijo mamá, distraídamente, ahora quitándose los anteojos, con los ojos aparentemente llenos de asombro–. Es... ciertamente grande, en comparación con tu papá. Y yo pensaba que él estaba bien dotado. ¿Qué tal erecto, mi cielo? ¿Qué tan grande es entonces?

–No sé, no lo he medido –mentí de nuevo.

–Intenta ponerlo duro –pidió mamá, e inmediatamente agregó–: Mira, te ayudaré.

Sostuvo mi verga con una mano y comenzó a acariciarla, sin dejar de mirarla fijamente. Luego, cuando lo pensé bien, me di cuenta de que lo más probable era que esto no tenía nada que ver con un intento de tranquilizarme o darme ánimos o atenuar mi frustración. Creo que lo que la movió fue la curiosidad, y quizás estaba usando su calidad de madre y doctora para justificarse. Sin embargo, y más allá de cualquier cavilación del momento, se sentía bien ser acariciado por la suave mano de la atractiva hembra que era madre, y mis potentes hormonas de adolescente cachondo bloqueaban cualquier malestar o ansiedad que pudiera surgir normalmente de una situación así. Gracias a sus expertas caricias, mi verga pronto estuvo completamente erecta.

–¡Jesús divino! –exclamó, moviendo aún mi prepucio hacia adelante y hacia atrás, apuntando hacia arriba mi instrumento–. ¡Ahora entiendo por qué Rebeca estaba, ejem, asustada! Es... ¡Enorme! Apenas puedo rodearlo con el índice y el pulgar. ¡No se me ocurre cuánto medirá de largo esta hermosura!

–Veintitrés centímetros, mamá –alardeé. Mamá me dedicó una mirada suspicaz–. Está bien, te mentí –admití–. Lo he medido.

–Santo cielo –murmuró mi madre con las cejas arqueadas, llevando su mirada hacia mi verga, que continuó acariciando, ahora usando ambas manos.

–Entonces –dije, después de un momento, sintiéndome más cachondo que nunca en mi vida, y desesperado por ir a mi dormitorio a masturbarme–, puedo tener sexo con mujeres, ¿verdad, mamá? ¿Tenerla de este tamaño no significa que ninguna mujer sea capaz de resistir?

–Claro, cariño. No debería causar ningún problema, solo debes esperar siempre que las chicas se sorprendan al principio.

–Sin embargo, todavía no puedo imaginarme ser capaz de encajar esta maldita cosa en la almeja de una chica –me reí.

Mamá continuó mimando mi pito. Me tiro hacia atrás la piel descubriendo por completo el glande, y con sus pulgares extendió por toda su superficie el líquido pre seminal que ya brotaba.

–Bueno… Javi… ¿Quieres probar con la mía? –dijo, finalmente.

–¿Perdona? –pregunté, un poco desconcertado.

–Vamos, anímate. Será muy didáctico. ¡Y divertido! Tú estás a punto, y debo admitir que yo también. ¿Quieres probar?

Lo pensé por un momento. Sí, era mi madre, pero también era una hembra hermosa. Y, a decir verdad, mi relación con ella solía ser más del tipo amiga–amigo que madre–hijo.

–Está bien… –acepté, encogiéndome de hombros.

–¡Eso, fantástico! –dijo mamá, poniéndose de pie–. Vamos a mi habitación.

Me quité los pantalones y la ropa interior por completo y seguí a mamá escaleras arriba a su gran dormitorio. Tenía una cama doble enorme, a pesar de que llevaba años y años de soltería. Cerré la puerta y me quité la ropa que me quedaba. Mi gran herramienta se erguía firme y orgullosa contra mi abdomen, la cabeza hinchada y brillante por el líquido pre seminal superaba la altura de mi ombligo.

Mamá se quitó la bata negra y la arrojó sobre una silla, quedando completamente desnuda. Sus tetas eran de tamaño medio tirando a grandes, y bien firmes, su cuerpo bien conservado y bastante tonificado. En medio del torbellino de excitación, apareció en mi cabeza la imagen de Mindi Mink. Pero mamá estaba más buenorra. Sí, mucho más.

–¡Te ves muy caliente, mamá! –comenté.

–Gracias –mamá sonrió, dando una vuelta, llevándose las manos a sus firmes glúteos–. No está mal para una divorciada cuarentona, ¿eh? Y tú también te ves bien, hijo.

–¿Vamos a poner manos a la obra? –pregunté, acariciando mi verga dura, ya casi sin ningún atisbo de vergüenza. ¡Nunca había estado tan caliente!

–Acuéstate en la cama, hijo.

Así lo hice, acostándome boca arriba con los brazos a los lados. Vi a mamá subiéndose como una golfa a la cama. Se arrodilló a mi lado y usó ambas manos para acariciar de nuevo mi larga verga, sus ojos todavía llenos de asombro y admiración y, sobre todo, amor. Amor de madre. Intentó hacerme una mamada, pero le dolió la boca tratando de tragar mi verga. Así que, en cambio, la llenó de besos y le pasó la lengua arriba y abajo por el tronco y luego giró su lengua sobre el glande.

–Bueno, vamos a intentarlo –anunció después de hacerle el amor oralmente a mi hombría por más de quince minutos, poniendo un pie a cada lado de mis caderas. Lentamente, se puso en cuclillas. Tomó mi verga. Movió su cuerpo más abajo. Mi glande hizo contacto al fin con los labios húmedos de su coño. Fue vez más abajo. Mi verga hizo presión en su raja, abriéndose paso un poquito. Mamá hizo una mueca por el esfuerzo.

¡La putísima madre que te parió! –jadeó–. Esto va a estar, uf, va a estar apretadísimo.

Cerró los ojos y se dejó caer un poco más. La cabeza de mi verga se introdujo en el coño de mamá finalmente.

–Está adentro, mamá –dije con orgullo.

–¡Mierda, qué bien se siente, hijo de puta! –mamá canturreó. ¡Sonaba extraño escucharla maldecir tanto! Bajó aún más, tragando mi hombría con su coño hambriento, hasta que quedó arrodillada a horcajadas sobre mí, mi verga completamente encajada en sus entrañas.

–¡Se siente genial, mamá! –dije, mientras mi madre comenzaba a montarme en un suave balanceo–. ¡Realmente genial!

–¡Esto es el puto cielo! –dijo, triunfalmente, e inclinándose hacia mí, agregó–: ¡Oh, mierda, sí! ¡Oh, mierda, esto está buenísimo, hijo de putaaaaaaah…!

Aferré la cintura de mi madre y comencé a follarla, alcanzando un buen ritmo juntos. Acaricié el cuerpo de mamá, pasando mis manos por sus firmes pechos, sus largos y carnosos muslos y su vientre. El pelo de mamá le azotaba la cara mientras rebotaba, el éxtasis se veía impreso en sus grandes ojos del color de la miel, su coño caliente y húmedo apretando mi palpitante verga.

Follamos… No, hicimos el amor por casi veinte minutos. Mamá llegó al clímax dos veces. Fue fascinante verla poner los ojos en blanco y casi desmayarse de alegría orgásmica con mi herramienta clavada al fondo de su almeja. Mi propio orgasmo comenzó a anunciarse unos cinco minutos después de la última corrida de mamá, y no había forma de detenerlo.

–¡Me estoy corriendo, mamá! –grité cuando el géiser de lefa estaba a punto de estallar–. ¡Oh, mierda, sí, me corro!

–¡Dámela! ¡Quiero tu leche! –gimió mamá, montándome más rápido–. ¡Llena el coño de mamita, hijo de puta, déjale lleno de puto semen! ¡Eso es, mierda! ¡Oh Dios, sí, hijo mío! ¡Hijo de puta mío! ¡Ooooooooooh!

–¡SÍ! –grité, en el punto álgido de mi eyaculación–. ¡Mamá! ¡Sí, DIOS! ¡Te quiero!

Mi verga escupió lo que parecieron litros de semen en el coño de mamá hasta que finalmente se calmó. Mi madre estaba exhausta cuando me desmontó. Su coño rezumaba jugos de hembra mezclados con mucha lefa.

–¡Rebeca no sabe lo que se está perdiendo! –concluyó–. ¡Eso fue el cielo! ¡Nunca, nunca me habían follado tan bien!

–Fue mi primera vez –comenté después de unos minutos.

–¿Sí?

–Así es.

–¡Pues me siento privilegiada de haber sido tu primera mujer, Javier! ¡Te amo, hijo!

–Estuvo genial. ¡Realmente se sintió genial! Eeeeh… ¿Podemos volver a hacerlo alguna vez? ¿Esta noche, quizás? Todavía estoy, ejem, caliente…

Mamá se sentó y contempló mi pene cubierto con sus jugos palpitando semierecto sobre mi estómago, todavía bastante duro a pesar de los esfuerzos previos.

–Bueno, yo todavía estoy cachonda también –dijo mamá, y sonrió como sólo una madre puede sonreírle a un hombre. Acercó su rostro al mío y me dio un profundo beso de lengua. Siendo ciento por ciento sincero, mamá besaba mucho mejor que todas las chicas que había besado hasta ese momento. El besazo hizo efecto, ya que, en un par de minutos, mi pito volvía a estar tieso como el acero–. ¡Vaya, había olvidado que los adolescentes se recuperan rapidísimo! ¡Qué cosa más linda!

“Oye, mi cielo… ¿No te gustaría darme por el culo…?

–¿El culo?

–Sí –dijo mamá alegremente–. Has oído hablar del sexo anal, ¿no?

–Claro que sí mamá –respondí.

–¿Alguna vez has querido encular a una mujer?

–Obvio, pero lo había descartado como algo que no iba a poder hacer nunca. Ya sabes, por mi problema.

–Bueno, puedes hacérmelo a mí, cariño.

–¿Encularte? Va a estar más apretado que tu coño… Además… Te voy a hacer daño. Porque tú nunca…

–¡Oye, cariño, tu mami no es tan inocente ni tan delicada como crees! He tenido sexo anal varias veces, aunque es cierto que nunca con alguien tan bien dotado como tú. Pero estoy segura de que puedo hacerme cargo de tu cosota. De cualquier manera, hay que intentarlo.

Mamá se acercó a su mesita de noche y sacó del cajón un pote de crema humectante de manos. Colocó una cantidad generosa en su mano y entonces la aplicó sobre mi verga. Subestimó mi tamaño, ya que tuvo que volver a ponerme crema dos veces para asegurarse de que mi miembro, y especialmente la cabeza bulbosa, estuviera bien resbaladiza. Mamá entonces se puso en cuatro patas, apuntando su culo firme y apetitoso hacia mí. Siguiendo sus instrucciones, unté su ano un poco peludo con la crema y luego coloqué la cabeza de mi pito engrasado en el pequeño agujero de entrada.

–Aquí voy mamá –anuncié, aplicando presión lentamente. La cabeza amoratada de mi pene era del tamaño del puño de un bebé, y realmente no estaba seguro de si esto tendría éxito. No obstante, mi verga comenzó a avanzar.

Mamá se tensó cuando su esfínter comenzó a abrirse lentamente.

–¡¡Ay, mierda!! –se lamentó mamá cuando de repente la cabeza de mi polla se hundió en su culo–. Dios, hijo... ¡Mierda! ¡La putísima madre…! ¡La putísima madre que te trajo al mundo! ¡Hijo de puta, no puede ser tan grande!

–¿Estás bien mamá? –pregunté, preocupado al detectar algo de dolor en la voz de mami.

–Estaré bien –jadeó–. Es que... ¡Es tan GRANDE! ¡Unnnnngh!

Respiró con dificultad cuando le introduje dos centímetros más. De a poco, mamá se estaba acostumbrando a alojarme en su recto. Su ano ahora se extendía seguramente a casi cinco centímetros de diámetro.

–Empújalo cariño –me instó, y comencé a deslizar mi verga un poco más rápido–. Eso es, todo... Hasta el final... ¡Duele un poquito, pero ese dolor se está convirtiendo en éxtasis! ¡Fóllame, oh, DIOOOOOOS…! ¡Sí! ¡Mierda! ¡Jesús divino, esto el cielo!

Unos momentos más tarde, conseguí introducir veinte centímetros. ¡No podía creerlo! Mi enorme verga casi totalmente enterrada en el culo de mamá, la hembra que me había traído al mundo hacía dieciséis años. Su esfínter me apretó con fuerza, estaba increíblemente ajustado y caliente.

–Esto se siente tan bien –jadeé–. ¡Oh, sí! ¡Mierda, tu culo está apretadísimo!

–Mmmmmmm –fue toda la respuesta de mamá–. Ooooooh, hijito, también yo me siento bien. ¡Anda, empieza a follarme el culo ahora! Comienza a follarme. ¡Te quiero!

Así lo hice, deslizando con lentitud mi verga hacia atrás hasta que emergieron diez centímetros de su esfínter (con unos buenos diez o nueve todavía enterrados en sus entrañas), antes de volver a sumergirme. Mamá se estremeció de alegría cuando lo hice varias veces, después de lo cual comencé a usar embestidas cortas y profundas, enculándola rápido y duro. Mamá alcanzó un orgasmo en poco tiempo, y otro unos diez minutos más tarde. Fue una sensación fantástica, el culo de mamá, tan hermoso y apretado. La hice mía durante más de cuarenta minutos antes de correrme, ¡una eyaculación larga y poderosa que me volvió loco! Mamá toqueteaba su clítoris para alcanzar una corrida más y me dedicaba tanto tremendas obscenidades como palabras de profundo amor mientras mi enorme polla golpeaba su recto y la inundaba con semen. Le regalé un enema de lefa espesa y pegajosa.

Una vez terminamos de aparearnos, nos acostamos uno al lado del otro, desnudos y satisfechos, antes de quedarnos dormidos abrazados.***

Me follé el coño de mamá dos veces a la mañana siguiente antes del desayuno. Luego, me la follé por el culo dos veces más a la hora de la siesta. Nos divertimos mucho y acordamos mantener esta pequeña práctica que nos resultaba tan placentera.

Dos semanas después, logré tener relaciones sexuales con Rebeca. Nuestra relación avanzó y se afianzó. Sin embargo, seguí haciéndole el amor a mamá porque a ambos nos parecía muy divertido. Además, a diferencia de Rebeca, mamá podía recibir mi instrumento por el culo, y el sexo anal es algo que comencé a disfrutar muchísimo y no estoy dispuesto a abandonar.

Mi relación con Rebeca no duró para siempre. Pero, después de que nos separamos, entre las chicas de la escuela circulaban rumores sobre lo bien dotado que estaba, y me encontré con una considerable lista de amigas que estaban más que dispuestas a probar mis encantos en carne propia.
 
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