Al Terminar la Boda

heranlu

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Ago 31, 2007
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Mientras estábamos en la boda de uno de mis primos no podía casi apartar la mirada de las piernas y pies de mi madre. Se había puesto para la ocasión unas sandalias de tacón alto y se había pintado las uñas de color morado oscuro. Sus pequeños pies eran extremadamente sexis y se veían muy realzados con aquel tipo de calzado. Yo estaba cautivado totalmente y analizaba cada milímetro de sus pies, fijándome bien en cómo sus sensuales curvas se adaptaban a la forma de las sandalias, que sujetaban el pie con dos tiras estrechas justo encima de los dedos y en el talón.

Desde el divorcio de mis padres, mamá había cambiado mucho. Ya no era la mujer melancólica y hastiada a causa de un matrimonio infeliz, sino jovial y risueña como una veinteañera. Su belleza, que nunca había destacado especialmente, había aumentado y ahora era una cuarentona que, aunque algo rolliza, atraía a muchos hombres. Sus salidas nocturnas eran ahora más numerosas también. Mientras estuvo casada, casi no salió, pero ahora las cosas eran muy diferentes. Salía con dos amigas suyas, las dos separadas, y volvían a las tantas de la noche los viernes. Yo comprendía que una mujer como ella, razonablemente guapa de cara, con pecho y culo grande y piernas bien formadas, tenía ciertas necesidades que debían ser satisfechas con cierta regularidad, así que no me extrañaba en absoluto que saliera los fines de semana hasta el amanecer.

Aquella noche en el convite, mamá charló y coqueteó con dos hombres jóvenes de unos treinta años, ambos amigos de mi primo. Estuvo sentada con ellos dos y también con la novia de uno de ellos y tomaron varias copas. Yo, más que a ellos, miraba a mamá, prestanado especial atención a la forma en que cruzaba las piernas y colocaba sus pequeños pies. Curiosamente, no me fijé mucho en su vestido, que era también digno de mención. Era un vestido negro con un generoso escote que dejaba a todos ver que se sentía orgullosa de su talla cien. Estaba claro que aquella noche mamá no quería pasar desapercibida.

Cuando volvíamos a casa, mamá, que no había bebido mucho para poder conducir, estaba callada. Su mirada no expresaba ninguna emoción en particular, estando centrada en la carretera. El convite había sido en Leganés, así que entramos en Madrid por la carretera de Andalucía y luego subimos por el Paseo de las Delicias hasta llegar a Atocha. Fue allí, mientras esperábamos a que un semáforo se pusiera en verde, cuando mamá habló.

-No tengo ganas de volver a casa todavía, ¿quieres que vayamos a un pub irlandés muy tranquilo que conozco? -me preguntó.

-Sí, venga -dije.

Mamá se dirigió hacia la zona de la calle Hortaleza y tuvo suerte de encontrar un sitio para aparcar el coche. No había mucha gente por la calle, así que nos dimos prisa y nos metimos en el pub. Como mamá había dicho, el ambiente era tranquilo, con sólo dos o tres parejas en las mesas y dos o tres tipos bebiendo en la barra. Nosotros nos sentamos en una mesa que había esquina y que estaba alejada de los demás. Pedimos una pinta de Guinness cada uno y nos pusimos cómodos.

-Dime, ¿por qué me mirabas tanto esta noche en el convite? Cualquiera hubiera pensado que tenía monos en la cara -me preguntó mamá enarcando las cejas en espera de mi respuesta.

-No sé, no me he dado cuenta... -mentí.

-Cielo, hasta la más tonta se hubiera dado cuenta de la forma en que me mirabas las piernas y de la forma en que me has estado mirando el escote mientras veníamos para acá.

Demonios, pensé, entonces se había dado cuenta...

-Yo, verás... es que... -empecé a decir.

-No creo que debas disculparte por algo así, aunque yo sea tu madre. Sé que me estabas comiendo con los ojos...

-Lo siento, yo...

-Te he dicho que no tienes por qué disculparte, es perfectamente normal. ¿Qué puede esperarse de un chico de dieciocho años?

-Ya, supongo que sólo eso... -dije.

-Sí. De todos modos, no creas que a mí me faltan ganas de... carne -dijo mamá sonriendo-. Tengo cuarenta y tres años, llevo dos divorciada y dos años de castidad forzosa.

Aquello no me lo creí y así se lo dejé ver con la expresión de mi cara.

-No, en serio, nada de nada -me aseguró mamá.

-¿Y todas esas noches que sales con Mari y Lucía? -le pregunté.

-Pues de copas, pero nada más que eso. Si es que tengo una suerte...

-No será porque no estás bien... -dije.

-Vaya, gracias. Soy normalita, lo que pasa es que procuro sacarme partido -admitió mamá.

-Qué va, eres muy sexy -sustuve.

-Bueno, pues sí que eres tú zalamero... -dijo mamá sonriendo.

Yo no dije nada más y tomé un buen trago de cerveza negra. Mamá hizo lo mismo y luego me miró fijamente a los ojos.

-¿Tú todavía no te has estrenado? -me preguntó.

-Eh... no, la verdad es que no -dije casi sonrojándome (aquello me abochornaba, a pesar de ser de lo más normal).

-Es normal a los dieciocho años, ¿eh? Por lo menos en los chicos, sí.

-Supongo...

Bebí más cerveza, hasta casi acabarme la pinta. Mamá bebió un poco y luego me volvió a mirar.

-Seguro que nunca se te ha ocurrido pensar que yo también te como con los ojos a veces -me dijo, dejándome fuera de combate.

-Bueno... no, nunca lo hubiera imaginado -fue lo único que acerté a decir.

-Pues es así, me gustas aunque seas mi hijo -dijo en voz baja.

Aturdido, me bebí lo que quedaba de la pinta y luego miré a mi madre algo asustado y sin creer lo que había oído.

-No quiero que te asustes, sólo que sepas que el sentimiento es mutuo.

-Lo sé, pero me ha sorprendido un poco -dije.

-¿Quieres que nos vayamos ya a casa?

-Sí, casi mejor que sí.

Cuando salimos a la calle hacía ya bastante fresco. Mamá iba con poca ropa para aquella temperatura, así que fuimos deprisa hacia el coche y, una vez dentro, frotamos las manos para entrar en calor. Mamá arrancó después el coche y subimos por la calle Hortaleza. Al llegar a Alonso Martínez tiramos por Santa Engracia y luego cogimos la calle Alonso Cano hasta llegar a las inmediaciones de la calle Orense, donde vivíamos los dos solos desde hacía dos años. Metimos el coche en el garaje subterráneo que había bajo nuestro bloque y subimos a la undécima planta, donde teníamos un amplio piso. Nada más entrar, mamá se dejó caer sobre el sofá del salón. Yo me senté en un sillón que estaba frente al sofá.

Mamá se quedó allí sentada sin decir nada durante un rato, con sus pies sexis pegados el uno al otro como sus piernas. Yo no dejaba de mirarle ambas cosas y ella sonreía.

-¿Quieres quitarme tú hoy los zapatos? -me preguntó.

Yo no contesté durante unos segundos, pero luego asentí entusiasmado.

-Pues adelante...

Tembloroso, me levanté del sillón y rodeé la mesa del salón para sentarme junto a mamá. Ella, sonriendo y con total naturalidad, cambió de postura, apoyando la espalda en el brazo del sofá y poniéndome los pies sobre los muslos. ¡Dios!, no podía creer que los tuviera tan cerca y a mi disposición. Pasé una mano por encima de uno de ellos, acariciándolo suavemente mientras sentía que una erección de dimensiones antes no conocidas se afanaba por salir a la luz. Luego acaricié el otro, mirando cada centímetro, cada lugar, desde sus uñas perfectas pintadas de morado oscuro hasta su suave talón. Muy despacio, moví la tira del talón hacia abajo y la sandalia negra y sexy quedó casi fuera. Sólo tuve que moverla paralelamente al pie para sacarla. Con la otra, hice lo mismo.

Estaba mamá ahora descalza conmigo. Sus pequeños pies estaban entre mis manos, que los acariciaban como si fueran lo último que fuesen a tocar. Mamá, en un descuido, movió uno y tocó con él el bulto que mi miembro había provocado, apretándolo y jugueteando con él. Aquello me dejó tan pasmado que no podía decir nada. Sin embargo, mamá sí podía decir y hacer de todo y se incorporó, sentándose a mi lado. Me dio un breve beso en los labios y luego acarició mi pecho con ambas manos. Las fue bajando poco a poco hasta llegar a mi bulto, donde se detuvieron. A continuación, mamá me bajó la cremallera del pantalón y metió una mano dentro del mismo. No le costó mucho encontrar lo que andaba buscando, así que mi rabo estuvo fuera al instante, gordo y largo y apuntando hacia arriba. El tamaño era obviamente mayor de lo que mamá se había esperado, porque su cara era la de alguien gratamente sorprendido.

Sin ningún preámbulo, mamá se metió las manos por debajo del vestido y se bajó las bragas, tirándolas al suelo. Luego, sin pensar, se puso a horcajadas sobre mis muslos y cogió mi verga para ponerla en el lugar indicado. Luego se dejó caer despacio y fue entonces cuando sentí el placer sublime, la humedad y el calor de su vagina maternal, de su intimidad más prohibida y deseada. Mi rabo era grande para su insatisfecho chocho, pero éste se dilató lo suficiente como para alojarlo y mamá empezó a moverse de delante hacia atrás al poco tiempo. Yo acariciaba sus muslos y caderas mientras ella cabalgaba sobre mí lentamente, gozando de cada segundo.

Al cabo de tres minutos, mamá se corrió. Entonces no sabía que aquello era poco habitual en una mujer, así que no me sorprendió mucho. Yo me limité a aprovechar la confusión provocada por su placer intenso para tirar de su vestido para abajo y dejarla en sujetador y con el vestido por la barriga. Luego desabroché torpemente la última prenda que me separaba de la felicidad y sujeté sus enormes tetas colgonas con mis ávidas manos. Las magreé y manoseé mientras mi madre me follaba, ahora con más rapidez. Tanto le estaba gustando, que volvió a correrse justo cuando yo creía que no iba a poder aguantar más. Sus ojos se cerraron con fuerza y una serie de gemidos salieron de su garganta mientras agarraba mis hombros. Luego se calmó y se quedó quieta durante un rato con mi polla clavada.

Mamá se levantó un poco y mi rabo salió de su agujero aún totalmente empinado y duro. Tiró del vestido hacia abajo y se lo quitó del todo. Sus gordos y bien hechos muslos, su triangular y poblada vulva negra y sus grandes tetas de cuarentona estaban ahora ante mis ojos anonadados. Mamá me bajó los pantalones del todo y luego me puso de pie para quitarme la camisa también. Luego, abrazándome como nunca antes lo había hecho, me besó en la boca, introduciendo su lengua y explorando con ella mi húmeda boca.

Cuando acabó el beso, mamá agarró mi rabo y me dijo:

-Ahora te voy a hacer una cosa que te va a gustar...

Hizo que me sentara de nuevo en el sofá y ella se puso de nuevo medio tumbada con la espalda apoyada en el brazo del sofá. Luego, para mi sorpresa, empezó a acariciar mi rabo con sus pies sexis. Aquello al principio no parecía nada, pero poco a poco se fue convirtiendo en una paja hecha con los pies más sensuales del mundo. Mamá sabía muy bien cómo hacer aquello, o quizá a mí me lo pareció al estar tan cautivado. El caso es que los movió de arriba abajo con maestría hasta lograr su objetivo. Sin poderlo remediar, y a causa del tacto de su piel y de ver sus pies simplemente, un chorro de esperma brotó de mi duro miembro y cayó sobre el sofá. Un segundo chorro se elevó más de un metro en el aire y voló describiendo un arco hasta caer por detrás del sofá. Dos chorros más volaron y cayeron sobre otros sitios del sofá y los últimos cayeron sobre los dedos de los pies de mamá, que aún seguían en la base de mi rabo. Mi esperma los impregnó. No podía creerlo, ¡mi propio esperma pringando los pies más sexis del mundo!

Mamá, cuando vio que había dejado de correrme, se sentó de nuevo junto a mí y me dio un beso profundo de nuevo. Luego, sin quitar mi leche de sus pies, se puso las sandalias (sin ajustarse la tira de atrás) y se quedó de pie frente a mí, dejando su triángulo espeso ante mí, y dándose cuenta de que aún la tenía empinada.

-Vamos a seguir en mi dormitorio -me dijo sonriendo y tendiéndome una mano.
Cogí su mano sin demora y empezamos a andar hacia su dormitorio. Era algo morboso estar junto a mi madre y dirigiéndome con ella irremediablemente hacia la lujuria con la polla empinada, viendo sus tetas moverse de un lado a otro y sabiendo que sus pies estaban pringados del semen que acababa de arrojar. Yo era en aquel momento el dueño de su amplio culo, de sus grandes pechos, de sus generosos muslos blancos y, sobre todo, de su negra entrepierna, donde ya había introducido mi virilidad, marcando así mi territorio y ofreciéndole humildemente mis favores.

Al llegar a su dormitorio, mamá se sentó en una silla que tenía frente a la cama y cruzó las piernas de forma sexi, moviendo los pies de forma que el conjunto que formaban con sus sandalias resultara sugerente. Desde luego, si lo que pretendía era calentarme aún más, lo logró con creces, porque se me empinó aún más; tanto, que pensé que no podría contenerme y que me abalanzaría sobre ella para poseerla como un animal. Me pregunto ahora si no era eso precisamente lo que pretendía... Yo, desde luego, me quedé allí mirándola sin hacer nada hasta que volvió a poner los pies en el suelo y pude apreciar bien cómo mi esperma blancuzco brillaba entre sus dedos y junto a las tiras del empeine y cómo se alternaba con el morado oscuro de la pintura. ¡Santo cielo!, ¿cómo podía una cuarentona tener aquellos pies de adolescente cachonda e inexperta?

Mamá se quedó mirándome un poco mientras yo observaba atentamente también sus tetas, que eran ya colgonas, pero de una forma agradable. Era evidente que a ella le atraía mi cuerpo delgado, aún no de hombre totalmente, pero desde luego ya no de niño. Mi rabo destacaba mucho, siendo más grande de lo que correspondía a un cuerpo como el mío, y mamá no dejaba de analizarlo con sus ojos brillantes, admirando lo empinado que estaba y recordando el placer que le había dado minutos antes. Sabía muy bien que ahora le pertenecía y estoy seguro de que se complacía en pensar que su coño húmedo y hambriento iba a ser el receptor de mi furia viril adolescente.

-Ahora eres tú quien me come con los ojos, ¿verdad? -le pregunté.

Mamá salió de sus ensoñaciones y sonrió sonrojada.

-Sí, no me puedo creer que esto esté pasando -dijo.

-¿Te arrepientes?

-¡No!, ni mucho menos, cariño. Es sólo que se han unido varias cosas que deseaba en una sola. Yo llevaba demasiado tiempo sin sexo, había siempre deseado que me lo hiciera un chico bien dotado y encima me gustabas tú mucho aunque fuera tu propia madre. Y ya ves... aquí estamos los dos.

-Tú siempre me has puesto muy cachondo, mamá. A veces creo que lo hacías a propósito...

-Es que era a propósito -reconoció riéndose-. Me encantaba pensar que te las hormonas se te volvían locas por dentro y que te hervía la sangre de deseo. Sabía lo dura que te la ponía y no te puedes imaginar la de veces que he tenido que masturbarme para enfriarme...

¡Joder!, mi madre había hecho todo aquello... Yo alucinaba escuchándola.

-¿Sorprendido? -me preguntó-. ¿A que no te esperabas que tu propia madre se metiera dedos pensando en ti y fantaseando con tu cuerpo?

-No... desde luego que no... Pero, ¿desde cuándo lo haces?

-Desde un año antes de separarme de tu padre, desde que tenías quince años y te pusiste tan guapo. ¿Recuerdas aquella vez que entré en el baño por equivocación y te vi desnudo con dieciséis años?

Moví la cabeza afirmativamente. Recordaba muy bien aquel día y la vergüenza que pasé.

-Pues aquélla fue la gota que colmó el vaso. Noche tras noche durante semanas no dejé de masturbarme pensando en tu cuerpo y en dejarte meterte entre mis piernas. Estuve a punto en varias ocasiones de liarme con tipos por la noche, pero todos me parecían babosos y patéticos a tu lado, ¿comprendes?

-Lo entiendo muy bien porque yo también me he masturbado pensando en ti, en tus tetas y en tu culo. Estaba deseando podértela meter y me la meneaba dos y tres veces al día... -dije.

-Mi cielo, eso ya no vas a tener que hacerlo más. Ahora tienes a tu madre para quedarte bien a gusto cada vez que se te empine. Mis tetas y mi chocho son tuyos ahora...

Mamá se puso de pie entonces y yo me acerqué a ella despacio. Nuestros cuerpo entraron en contacto primero por la boca, porque nos fundimos en un beso húmedo y profundo, y luego por el pecho y por abajo, porque mi erección golpeó su vello púbico. Nuestras lenguas se entrelazaban mientras sobábamos nuestros cuerpos con las manos, torpemente a veces y con destreza otras. Mamá movía sus caderas hacia delante para que mi polla hiciera mayor presión contra su vulva. Aquello nos estaba poniendo tan increíblemente calientes que nos tiramos sobre la cama y seguimos morreándonos y magreándonos.

De esa forma estuvimos un buen rato. Mamá acabó masturbándome despacio y yo pasando dos dedos por su raja y luego metiéndolos asombrado de lo fácil que era gracias a su lubricación. A ella le encantaba que le acariciara el coño y que le metiera aquellos dos dedos, así que no paré durante varios minutos hasta que se corrió, sobre todo gracias a la atención especial que presté a su clítoris. Mamá se sentó entonces sobre la cama con las piernas flexionadas delante del resto de su cuerpo y sus pies sexis, aún con las sandalias puestas, junto a mí. Yo me senté también, aunque con las piernas cruzadas como los indios y la espalda apoyada en el cabecero de la cama. Mi rabo seguía completamente erguido.

-Eres guapísimo, cielo -me dijo mamá mirándome con ternura.

Yo sonreí, aunque seguía confuso por todo lo que estaba sucediendo.

-Ahora te voy a hacer otra cosa que te va a gustar... -dijo mamá después.

Se puso de rodillas en la cama y avanzó a cuatro patas hacia mí, dejando que sus tetas se balancearan de lado a lado mientras lo hacía. Luego, acercó la cara a mi pecho y me dio un beso en él. Lentamente, recorrió mi abdomen dándome pequeños besos hasta llegar a mi vello púbico, donde levantó la cara. Entonces sucedió algo que ni en mis fantasias más atrevidas hubiera imaginado... mi madre se puso a chupármela. Comenzó rodeando con sus labios mi bálano reluciente y enrojecido, saboreando despacio los líquidos previos a la eyaculación que había segregado. Luego, con la delicadeza que sólo una madre puede tener con su hijo, bajó más hasta meterse la mitad de mi miembro en la boca. Después, mientras yo sentía el suave roce de sus tetas en los muslos, empezó a subir y a bajar la cabeza lentamente, con un esmero admirable. Las sensaciones de aquellos momentos eran indescriptibles y aún lo siguen siendo, ¿o es que se puede describir lo que se siente al tener a alguien sexi haciéndote una mamada y que encima ese alguien sea tu madre?

Su cabeza se movía de arriba hacia abajo despacio, sus labios rozaban y apretaban bien mi rabo y sus tetas acariciaban mis muslos de la manera más erótica que jamás había imaginado. A veces se sacaba mi miembro de la boca y utilizaba pasaba su lengua por mi glande y parte del resto de mi verga, lamiéndola siempre cuidadosamente, como si de un arte se tratara. Luego, cuando menos lo esperaba, se la volvía a meter en la boca y la chupaba con brío durante un rato, para luego disminuir la intensidad y reducir el acto a un roce sensual de sus labios. Tan efectivo resulto su método, que consiguió dejarme indefenso y sin poder contenerme, de forma que un chorro de leche salió disparado de mi polla y cayó dentro de su boca. Mamá se la sacó entonces y dos chorros posteriores pringaron sus mejillas, parte de su pelo y su mentón. Los dos últimos cayeron sobre sus tetas y su mano derecha, con la que me estuvo masturbando mientras me corría. Finalmente, mamá se volvió a sentar, esta vez sobre sus gemelos y se quedó mirándome.

-No me esperaba eso... -le dije.

-¿Te ha gustado? -me preguntó quitándose del mentón la gota de semen que había caído con un dedo y metiéndoselo luego en la boca para saborearlo.

-¿Estás de broma? ¡Claro! Jamás me habían dado tanto gusto.

-Y a mí jamás me habían puesto tan caliente... Ni tan pringada -dijo mamá sonriendo pícaramente y metiéndose en la boca los otros goterones de semen que habían pringado su cara.

-¿Todavía tienes ganas...? -le pregunté.

-No especialmente, pero ya veo que esto sigue muy animado... -dijo pasando la mano derecha por mi rabo, que sorprendentemente seguía empinado-. Lo malo es que ya te has corrido dos veces y no tengo condones, así que mejor será que no me la metas, no vaya a ser que me dejes... embarazada.

-Eso sería fuerte... -comenté.

Mamá se quedó pensativa un momento y luego agarró mi rabo de nuevo y me empezó a masturbar despacio mientras me miraba.

-¿De verdad que no me engañabas cuando me dijiste que no te habías estrenado? -me preguntó.

-Te lo prometo -contesté.

-Sólo te lo decía porque aguantas muy bien, parece que tienes experiencia.

Yo sonreí.

-¿Y tú realmente has estado dos años sin sexo? -le pregunté, sintiéndome en el derecho de hacer yo mis propias preguntas.

-De verdad, te lo aseguro; nada de nada...

-Pues deben estar tontos los tipos que pululan por la noche madrileña, porque tú eres muy sexy...

-Pero es que yo no me entrego al primero que pasa. Algunas, incluidas mis amigas, se prestan a rollos de una noche, pero eso no va conmigo, por mucho que lo necesite. Quizá, como lo nuestro ha sucedido tan repentinamente, creas que soy una facilona, pero no es así, te lo aseguro.

-Claro que no, yo no había pensado eso -mentí mientras ella seguía masturbándome sin prisa, pero sin pausa.

-Y si lo hubieras pensado no sería raro, porque es que uno primero piensa.

-Yo lo único que espero es que esto no sea sólo esta noche... -dije.

-No, eso puedes tenerlo por seguro. Llevo años deseándote y ahora que por fin te tengo no voy a parar así como así.

Yo volví a sonreír mientras miraba cómo mamá me hacía aquella paja. La mano que me la estaba haciendo era suave y hábil y me dejaba claro que mamá había hecho varias pajas en su vida. Me costaba trabajo creer que no hubiera comido pollas o se hubiera dejado follar todas aquellas noches que salía con sus amigas, pero por otro lado me parecía imposible que quisiera sexo conmigo si tenía otros ligues por ahí.

Pensando en aquellas cosas me olvidé de lo que estaba haciéndome mi madre y cuando me di cuenta estaba a punto de correrme. Mamá me la estaba meneando rápidamente, pero al ver que me acercaba al orgasmo frenó un poco y luego se detuvo. Me miró de la forma más pícara y sugerente que pueda imaginarse y se inclinó sobre mi rabo, metiéndoselo de nuevo en la boca y empezando a chuparlo con vehemencia. Me lo estuvo mamando un poco y, cuando se dio cuenta de que me iba a correr, se lo sacó y se dio la vuelta de forma que sus pies, sacados apresuradamente de las sandalias de tacón negras, pudieran continuar la paja. Lo hicieron así y, al poco, empecé a echar leche de nuevo. No hubo chorros potentes aquella vez, sino un simple fluir de esperma blanco, que caía sobre la pintura negra de las uñas de los pies de mamá y se metía entre sus dedos blancos y pulcros. Sus sandalias, aún algo manchadas de semen, estaban junto a mí, pero mamá las cogió cuando acabé de correrme y volvió a ponérselas, pringando las tiras de los dedos. Mamá se sentó mirando hacia mí y flexionó las piernas, apretando de nuevo las rodillas contra su pecho. Sus pies con las sandalias de tacón pringadas de esperma puestas eran la visión más erótica que jamás había tenido ocasión de disfrutar y mamá me la estaba brindando con un sonrisa pícara y maternal al mismo tiempo. A pesar de ello, mi rabo ya no se mantuvo erguido y cayó hacia un lado semierecto. Mamá, tras ofrecerme aquella maravillosa vista, se puso de rodillas en la cama y luego se puso de pie en el suelo. Allí estaba aún más sexi, con sus sandalias repletas de virilidad y el espesor negro de su entrepierna satisfecho.

-Ya verás cuando compre condones lo que me vas a hacer aquí... -me dijo guiñándome un ojo y señalando su vulva. Luego se dio media vuelta y se metió en la ducha.

Yo me quedé tirado sobre la cama, exhausto, pero habiendo recibido las dosis de erotismo más increíbles de mi vida.
Cuando me desperté la mañana siguiente, mamá ya no estaba en la cama. Hacía algo de frío en la habitación, así que supuse que hacía bastante frío en la calle. Me estiré sobre la cama y luego me senté al borde. Miré hacia abajo y vi mi rabo semierecto allí, después de haber tenido una noche agitada. Me daba morbo pensar que ahora tenía donde meterlo y apaciguarlo cada vez que se empinara, pero tampoco quería pensar en mi madre de ese modo, porque la quería de verdad y no podía pensar en ella como un objeto de satisfacción sexual por mucho tiempo.

Me puse de pie y fui al cuarto de baño, ya que mamá parecía no estar en casa. Después de usarlo se me ocurrió darme una ducha caliente para quitarme el frío, así que cogí una toalla y la colgué detrás de la puerta. Me metí entonces en la ducha y me relajé sintiendo el agua caliente cayendo por mi cuerpo. Imágenes fugaces de lo que había pasado la noche anterior no dejaron de asaltarme mientras, con los ojos cerrados, me enjabonaba la cabeza. Había sido algo tan increíble...

Acabada la ducha, me sequé y me puse ropa limpia. Fui a la cocina, donde leí una nota que mamá había dejado que decía: "He ido a comprar unas cosas. Vuelvo enseguida." Me hice el desayuno y me lo comí tranquilamente en la mesa de la cocina. Cuando colocaba los platos en el fregadero oí que se abría la puerta de la calle y al poco vi a mamá entrar en la cocina. Llevaba puesto un abrigo negro y debajo un chaleco ajustado que realzaba sus pechos y una falda de invierno. Llevaba puestos zapatos de salón negros con medias de color piel. Sonreía radiante.

-¿Ya has desayunado? -me preguntó mientras se quitaba el abrigo y lo soltaba sobre una silla.

-Sí. ¿Dónde has estado?

-En la farmacia -dijo sonriendo.

-Ah -dije yo también sonriendo-. Has sido rápida.

-Tengo ganas de que mi niño disfrute de las cositas de su madre.

-¿Quieres ahora?

-Si te apetece, bueno. Si quieres luego, pues luego. No corre prisa, cariño. Cuando tú tengas ganas, aquí está el chichi de mamá para que te alivies. Para eso tiene un chichi tu madre, para darle gusto a mi niño y, de paso, dármelo yo también, porque tú serás mi niño, pero tienes una cosa ahí de hombre...

-Tengo ganas de meterla ahora, se me ha empinado.

Mamá sonrió y me tocó el bulto que había salido en mis pantalones. Luego se pegó a mí y me besó en la boca apretando su cuerpo contra el mío. Mi rabo estaba aplastado contra su entrepierna, que de seguro estaba ya húmeda y preparada.

-Me estoy muriendo de ganas -me dijo al oído mamá después de besarme y moviendo sus caderas de forma que mi dureza rozara su zona más erógena.

Yo cogí entonces a mamá en brazos (todavía no sé cómo tuve fuerzas) y la llevé hasta la cama de matrimonio donde habíamos hecho tantas guarradas la noche anterior. Se quitó atropelladamente el chaleco, la falda y los zapatos mientras yo hacía lo mismo con mis pantalones y mi camisa. Si poderme contener, me encargué yo del sujetador de mamá, que dejó libres sus tetas al poco y luego le bajé las bragas mientras ella me quitaba los calzoncillos torpemente, dejando al aire la erección que estaba a punto de hundirse en ella.

Desnudos ya los dos, me quedé mirando la entrepierna de mamá, totalmente visible ahora al estar ella con las rodillas flexionadas y las piernas separadas. Tenía mucho pelo, pero estaba bien cuidado y su raja era perfectamente simétrica, sin pliegues que sobresalieran afeando el conjunto. Mi polla estaba totalmente dura y pidiendo a gritos ser introducida en aquel agujero cálido, pero nos faltaba lo esencial y fui yo quien se llegó a la cocina a coger la caja de condones. Cuando volví, mamá me agarró con sus brazos y me echó encima de su cuerpo, besándome y apretándome mientras, casi sin yo quererlo, mi rabo se introducía en su vagina hasta el fondo ayudado por sus movimientos pélvicos.

A mamá no parecía importarle ya quedarse embarazada de su propio hijo, se limitaba a besarme con fuerza y a animarme a que la penetrara con vigor. Eso fue justamente lo que hice, apoyando para ello mis manos una a cada lado de los hombros de mamá para mayor comodidad y estrellando mis caderas justo donde a ella más le gustaba. Gemía con los ojos cerrados con fuerza mientras yo invadía su cuerpo, introduciendo mi gordo y largo miembro en su dilatado agujero, que debía sentir mil goces merced a su roce.

Lo más lógico pasó a los pocos minutos, menos de cinco, creo. Mamá se corrió en medio de jadeos y apretones de mi cuerpo, pero yo logré sacar mi miembro antes de correrme e incluso llegué a evitar mi corrida. Me quedé de rodillas viendo a mamá recuperar la compostura poco a poco y con mi gran miembro empinado y necesitando ser introducido de nuevo en el calor de su rincón más lujurioso. Mamá se incorporó un poco y apoyó la espalda en el cabecero de la cama. Sus tetas estaban preciosas y majestuosas en aquella postura, así como su húmeda vulva recién follada. Sus pies, apoyados sobre la cama, estaban tan sexis como de costumbre.

Mamá se inclinó un poco hacia delante y acarició mis muslos y mis manos mientras observaba el fabuloso rabo empalmado que acababa de satisfacerla. Sabía yo lo mucho que ella adoraba su tamaño y el hecho de que su propio hijo fuera su dueño. Estaba seguro de que se sentía orgullosa de aquello y que le complacía rendir sus encantos a su propio hijo, que era para ella, quiero suponer, el único gallo de su gallinero, el único con derecho a estrellar su furia viril entre sus piernas y a gozar del calor y la estrechez de su necesitado coño.

Aquellas caricias casi me hicieron perder el control, pero logré, no sé cómo, dominarme y no tirarme encima de mi madre y violarla salvajemente. Mamá se acercó más a mí y me besó suavemente en los labios mientras empezaba a masturbarme lentamente y yo toqueteaba sus tetas y pellizcaba sus gordos pezones.

-¿Sabes?, me das más gusto que nadie -me comentó mamá en voz baja.

-¿Que nadie? -le pregunté yo sospechando que aquello se le había escapado y que indicaba que efectivamente sí se había acostado con otros.

Mamá se turbó un poco y aquello confirmó mis sospechas.

-No tienes por qué contarme nada de lo que hayas hecho, pero no entiendo por qué me mentiste cuando te pregunté si habías hecho cosas cuando salías con tus amigas -le dije.

-No quería que pensaras que era una fresca -me dijo cabizbaja-, pero sí, casi todas esas noches acababa en la cama con alguno, a veces incluso con más de uno.

Aquello me dejó alucinado; no sólo se habían confirmado mis sospechas, sino que las actividades de mamá superaban mis temores.

-¿Con más de uno? -le pregunté, quizá no tanto por saber algo que en el fondo odiaría saber, sino por la sorpresa.

-Sí, algunas noches me iba con dos chicos algo mayores que tú al apartamento de uno de ellos.

La repugnancia se apoderó de mí en aquel mismo momento y me hizo apartarme de mamá. Mi erección se desinfló y mamá dejó caer los brazos pesadamente sobre la cama, como resignada ante algo que había previsto ya. Las lágrimas empezaron a caer por su cara.

-Comprendo que me consideres una puta, es lo que he demostrado ser -me dijo.

-No pienso que lo seas, porque cualquier persona, sea hombre o mujer, tiene derecho a acostarse con quien le dé la gana. Lo que no me gusta es que me hayas mentido.

-No quería que supieras que este cuerpo que te había entregado a ti había pasado ya por muchos otros hombres, algunos incluso de casi tu edad. Fue por necesidad, aunque comprendo que te sea difícil asimilarlo. No tenía marido y yo necesito sexo a diario. Por desgracia rara ha sido la semana que lo he podido hacer más de una vez y la mayoría de las veces, te lo digo con total sinceridad, ni me han dado placer. Los tíos que hay por ahí van a lo suyo y les importa muy poco lo que yo sienta. Yo siempre te he querido como madre tuya que soy, pero también me he sentido muy atraída hacia ti como mujer desde hace un tiempo y soñaba con que los dos pudiéramos vivir como una pareja, pero no sólo en la cama, sino en todo mientras estemos en casa. Pero creo que he metido la pata... siempre acabo estropeándolo todo -se lamentó mamá.

Yo me quedé pensando un poco. Si algo había aprendido durante años era a saber cuándo mamá decía la verdad y cuando mentía. Cuando faltaba a la verdad lo detectaba rápidamente y aquella vez no sucedió nada, por lo tanto creí lo que me decía y hasta lo comprendí, a pesar de ser un celoso empedernido. Sin decir nada, acaricié uno de sus pies con mi mano derecha y luego su pierna. Después me agaché y le di varios besos breves en el pie y fui subiendo por su pierna, colmándola de besos y caricias mientras mamá seguía soltando lágrimas en silencio. Pasé por su rodilla y me adentré en el tramo más suave de su pierna, la parte interna de su muslo. Mis manos agarraron entonces las de mamá y las apretaron. Luego hice que se tumbara de nuevo mientras sentía el aroma de mujer cada vez más cerca. Su coño estaba ya ante mí cuando mamá se terminó de acomodar en la cama. Acaricié sus muslos e hice que separara las piernas más para poder empezar a saborear su manjar más íntimo y delicioso.

Por fin, cuando estábamos en una postura cómoda los dos, acerqué mi cara al núcleo de su feminidad y respiré profundamente el aroma enloquecedor que desprendía. Era suave, no tan fuerte como el de otras mujeres, y eso lo hacía aún mejor. Pasé mi lengua por primera vez por su raja y me encontré de lleno por primera vez con su sabor a almizcle. Luego lo comencé a lamer sin miramientos de arriba abajo mientras ella ponía sus pies sobre mi culo y mis muslos (yo estaba tumbado boca abajo) y ella empezó a gozar realmente. Sus gemidos se hicieron audibles y sus manos empezaron a sujetar mi cabeza, que trabajaba entre sus piernas como quizá ninguna hubiera trabajado ahí anteriormente. Degustaba sus líquidos y me relamía y luego seguía lamiendo de arriba abajo y, a veces, centrándome en su clítoris.

Mamá se corrió un par de veces de aquella manera, puesto que estuve chupándole el coño durante unos veinte minutos. Cuando habían pasado ya, yo no podía aguantar más y coloqué mi erección en la entrada de su vagina. Luego empujé suavemente hacia adelante y mi rabo entró deslizándose con total facilidad. A mamá parecía darle igual que no me hubiera puesto un condón, de modo que me puse a embestirla con gran vigor mientras ella me mantenía en posición con sus piernas alrededor de mi cintura. Sabía ya que no era el único gallo del gallinero, pero me daba igual. No me importaba que a aquel agujero hubieran tenido acceso otros, lo único que quería era follármelo a tope.

Por cuarta vez aquella mañana, mamá se corrió, gimiendo y haciendo muecas de placer. Me apretaba fuerte con sus piernas y me besaba frenéticamente sujetándome la cabeza con ambas manos como si temiera que me fuera a apartar. Sin yo poderlo evitar, llegué a mi propio orgasmo. Mi esperma empezó a salir a chorros dentro de su coño húmedo y caliente sin que mamá aflojara las piernas para permitir que me retirara. Por la satisfacción que se podía leer en su cara, supe que no le importaba en absoluto que me corriera dentro de ella. Cuando la saqué pringada por la mezcla de nuestros fluidos, mamá se me echó encima y se puso a comerme a besos.

Calmados ya los dos, mamá se quedó a mi lado pensativa, aunque sonriendo.

-¿Sabes una cosa? -me preguntó.

-¿Qué? -quise saber.

-En realidad no me he acostado con nadie esas noches... Te lo he dicho todo para probarte y ver si merecía la pena ser tu mujer. Ahora sé que voy a serlo y que vas a ser el único que disfrute de mi cuerpo.

Aquello, una vez más, me dejó de piedra. O sea, que al final iban a ser infundadas mis sospechas... No sabía muy bien si creerla o no, pero me decanté por hacerlo para no pasarlo mal. La quería como madre y la deseaba como mujer, ¿por qué pensar tanto entonces?

-Y tú la única que disfrute del mío -le dije.

-Soy la madre con más suerte de España -me dijo sonriendo con total sinceridad.

-Y yo el hijo más afortunado al tener el chocho de mi madre para cada vez que se me empine.

-Y mi boca también, no te olvides de eso... -añadió mamá con mirada de quinceañera caliente.

-Bueno, pues entonces tengo una madre para follar con ella y para que me la chupe cada vez que se me empine. Y, por supuesto, para saborearle el chocho cada vez que tenga hambre...

-¡Qué bien nos lo vamos a pasar...! -exclamó mamá tirándose de nuevo encima de mí y besándome mientras yo le sobaba las tetas y rozaba su vello púbico con mi polla semierecta.
 
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